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—Cualquiera pensaría que en Bhithor no hay huevos —gruñó Gul Baz, observando al sirviente del hakim que se marchaba—. Y como es un tonto seguramente le han engañado en el precio de las aves.

Gul Baz estaba contento de que se marchara Manilal, y temía que su visita tuviera algún efecto deprimente en el ánimo del sahib como la del hakim. Pero no tendría que haberse preocupado. Las noticias que trajo Manilal calmaron la zozobra de Ash, y su humor mejoró. Juli estaba segura y bien… y «no recibía favores del Rana».

El alivio que le produjeron estas últimas palabras fue tan grande que al oírlas, por un momento, se sintió maravillosamente. Todas las cosas intolerables que había imaginado que le sucedían a Juli… la idea de lo que se le pedía que soportara y las desagradables imágenes que aparecían en su mente cuando no podía dormir… nada de eso sucedía. Juli no corría peligro con el Rana, y quizá Gobind tenía razón al decir que, una vez que naciera el niño, Shu-shu dejaría de aferrarse a su hermana, el Rana se divorciaría de ella y la enviaría de regreso a Karidkote. Juli sería libre. Libre de volver a casarse…

Despierto en la oscuridad después de volver con las palomas, Ash sabía que ahora podía esperar, y sin impaciencia, porque el futuro que antes le parecía tan oscuro y falto de sentido de pronto se llenaba de esperanza, y otra vez tenía algo por qué vivir.

Pandy parece estar de muy buen humor estos días —comentó el oficial subalterno una semana después, mirando desde una ventana del cuartel a Ash que bajaba corriendo la escalera, montaba rápidamente y partía cantando Johnny era un lancero—. ¿Qué le habrá pasado?

—Sea lo que fuere, es un progreso —observó el ayudante, mirando una copia estropeada de la Gaceta de Bengala—. No estaba lo que se dice muy brillante últimamente. Quizás alguien le ha dejado una herencia.

—No la necesita —intervino un capitán con cierta amargura.

—Bien, no es así, porque en realidad yo se lo he preguntado —confesó ingenuamente el primero de los que habían hablado.

—¿Y qué respondió? —preguntó el ayudante, interesado.

—No le entendí bien. Me contestó que le habían dado algo muchísimo mejor: un futuro. Me imagino que es su manera de decir «si haces preguntas tontas recibirás respuestas tontas»… En otras palabras, «no te metas en lo que no te importa».

—¿De veras? —dijo el ayudante, desconcertado—. No estoy tan seguro. Sospecho que debe haberse enterado de algo, aunque no sé cómo. Nosotros sólo lo hemos sabido hace una hora, y aún no se ha pasado el comunicado.

—¿Qué comunicado?

—Bien, no veo razón para que no lo sepas, ahora que Pandy obviamente lo sabe. Volverá a su Regimiento. Llegó una orden con el dâk de esta mañana. Pero supongo que alguien que se encuentra en el cuartel general de Pindi lo difundió prematuramente y alguno de sus amigos le habrá comunicado la buena noticia hace cosa de una semana. Eso explicaría que ahora tenga mucho mejor humor.

El ayudante estaba equivocado. Al contrario, cuando Ash se enteró de su inminente partida, todo el cuartel y la mayoría de los soldados del Roper’s Horse se había enterado de la noticia, de manera que, en realidad, fue el último en ser informado. Pero, en lo que a él se refería, no podía haber llegado en mejor momento. Quince días atrás la habría recibido con desesperación, pero ahora ya no había ninguna razón urgente para que deseara quedarse allí; y al llegar en ese momento, la noticia le pareció una señal de que por fin su suerte había cambiado.

Como para confirmar esto, la orden de su reincorporación terminaba con la excelente recomendación de que el teniente Pelham-Martyn debía disfrutar de cualquier permiso que le correspondiera antes y no después de reincorporarse. Esto significaba que podía tomarse hasta tres meses si lo deseaba, ya que aparte de algún fin de semana y una breve visita a Kutch, no había gozado de ningún permiso desde el verano de 1876, cuando viajó a Cachemira con Wally… los dos habían decidido postergar su permiso hasta el día en que Ash volviera a la frontera, cuando pudieran hacer otro viaje juntos, esta vez al Spiti y a los altos pasos del Tibet.

—¿Cuándo piensas marcharte, Pandy? —preguntó el ayudante cuando Ash pasó por su oficina después de ver al coronel.

—Tan pronto como sea oportuno —respondió en seguida Ash.

—Bien, pienso que es conveniente que te vayas ya. No tenemos demasiada actividad en este momento, de manera que tú decides. Y no es necesario que demuestres tanta alegría, tampoco…

Ash rio y repuso:

—¿Se me ve contento? Lo siento. No es que me alegre de marcharme. Lo he pasado bastante bien aquí, pero… Bien, se podría decir que durante los últimos cuatro años he cumplido una condena. Ahora he terminado y puedo volver a mi antiguo regimiento y a mis viejos amigos y a mi propio lugar en el mundo, y no puedo evitar que eso me alegre. No tiene nada que ver con Roper’s Horse. Es un buen regimiento.

—Gracias —respondió el ayudante—. Aunque creo que no se nos puede comparar con los Guías. Bien, supongo que sentiría lo mismo si estuviera en tu caso. Es extraño cómo se liga uno a su propio grupo de gente. ¿No querrás vender tu caballo?

—¿Dagobaz? ¡De ninguna manera!

—Me temía que no. Bien, no diré que tu partida nos destroza el corazón, Pandy, echaremos de menos a ese demonio negro. Habría ganado todas las carreras en que lo inscribieras para la próxima temporada. ¿Cómo te lo llevarás a Mardan?

—Lo llevaré en tren. No le gustará, pero yo me encargaré de eso. Además, tendrá su propio syce.

Si Ash deseaba viajar en el mismo tren que Dagobaz, sólo podría salir de Ahmadabad al cabo de diez o quince días.

—Encontrar lugar para un cuadrúpedo es un asunto muy difícil y llevará tiempo, porque es necesario reservarlo con mucha anticipación —explicó el jefe de estación.

Ash esperaba marcharse un par de días después, pero aceptó la recomendación del jefe de estación de buen grado. Decidió que no tenía tanta prisa.

Volvió al bungalow de buen humor, y aquella noche escribió varias cartas antes de acostarse. Una larga a Wally, llena de planes para su partida, una breve a Zarin, con mensajes para Koda Dad en los que decía que esperaba volver a verlo pronto, y otra a Mahdoo, contándole las buenas noticias y pidiéndole que permaneciera donde estaba hasta recibir otra carta de él y que se preparara a regresar a Mardan dentro de dos o tres meses… Gul Baz, quien también saldría con permiso, volvería a buscarlo en el momento de la partida.

—El viejo estará encantado —comentó Gul Baz cuando recogió las cartas terminadas—. Me ocuparé de que Gokel lleve estas cartas al dâk-khana (correo) para que salgan con el dâk de la mañana y no sufran retraso.

Pocos días después llegó la respuesta de Wally por telégrafo. Decía:

«IMPOSIBLE OBTENER PERMISO ANTES FIN MAYO DEBIDO CIRCUNSTANCIAS IMPREVISTAS PUEDO ENCONTRARME CONTIGO LAHORE TREINTA A LAS TRES FELICIDADES TE ESCRIBO.»

El telegrama llegó después de la sombría declaración del jefe de estación sobre el tiempo que se necesitaba para organizar el traslado de Dagobaz, y no fue tan deprimente como podía haber sido, porque a lo sumo significaba retrasar la partida unas semanas más… O bien que Ash se marchara lo antes posible y fuera directamente a Mardan, desde donde podía llegar al pueblo de Koda Dad en un día y pasar allí el tiempo que faltaba hasta que Wally obtuviera su permiso.

Esta perspectiva era atractiva, pero luego Ash la descartó… En gran parte, porque se le ocurrió que, en vista de las razones de su exilio de cuatro años de la provincia de la frontera del Noroeste, no sería muy diplomático celebrar el fin de la condena pasando los primeros días de permiso al otro lado de la frontera. Además, implicaría mucho viaje de más, ya que evidentemente Lahore era el punto de partida para el viaje que pensaba realizar.

En estos dos aspectos, su razonamiento era correcto, pero la decisión era vital, aunque en este momento no se dio cuenta de ello. Sólo mucho después, al mirar retrospectivamente, reconoció cuánto dependía de ella. Si hubiera decidido marcharse hacia el Punjab lo más pronto posible, no habría recibido el mensaje de Gobind, y en ese caso… Pero decidió quedarse y se le concedió permiso para tomar un mes de licencia local «por su partida inminente», además de los tres que ya había solicitado. Salió a cazar una leona en el bosque de Gir con Sarji y el hábil shikari de Sarji, Bukta, dejando que Gul Baz se encargara de hacer el equipaje.

La leona que intentaban cazar era sumamente sanguinaria y durante dos años había aterrorizado a un área más grande que la isla de Wight. Se decía que había matado a más de cincuenta personas. Habían puesto precio a su cabeza, y unos veinte deportistas y shikaris fueron tras ella, pero la leona se había vuelto muy astuta, y hasta ese momento el único cazador que llegó a verla no vivió para contarlo.

Ash triunfó donde muchos habían fracasado, y esto se debió, en parte, a la suerte del principiante, pero aún más al ingenio de Bukta quien, como Sarji decía sabía más de shikar con su dedo meñique que otros shikaris entre los golfos de Kutch y Cambay. En reconocimiento, y recordando sus servicios a Gobind y a Manilal, Ash regaló al guía un rifle «Lee Enfield», el primero que había visto Bukta, y que miraba con ojos codiciosos.

La alegría de Bukta al recibir el rifle podía compararse con la satisfacción de Ash al abatir a la fiera sanguinaria, aunque el placer de Ash por el acontecimiento habría sido mayor si ese mismo día, antes de salir hacia el bosque, no hubiera vuelto una de las palomas que Manilal se había llevado con él a Bhithor.

Sarji la vio llegar al palomar, que se encontraba sobre los establos, y envió a un sirviente al bungalow de Ash con un paquete sellado que contenía un trozo de papel atado a la pata de la paloma.

El mensaje era breve: Shushila había dado a luz una niña y ambas estaban bien. Eso era todo. Pero, después de leerlo, Ash tuvo conciencia de que su corazón le daba un vuelco. Una hija… una hija en lugar del esperado hijo varón… ¿Llenaría una niña el corazón y la mente de Shu-shu como habría sucedido con un varón? ¿Sería suficiente para que perdiera su dependencia de Juli y le permitiera marcharse?

Ash trató de consolarse con la idea de que, hijo o hija, la criatura era el primogénito de Shushila; y si se parecía a la madre sería hermosa, de manera que ella podría superar su desilusión con respecto al sexo y quererla mucho. Pero, de todas maneras, quedaba una duda: una pequeña sombra en el fondo de su mente que estropeó parte de su goce en la jornada tensa, excitante y peligrosa en el bosque de Gir.

Al regresar en triunfo a Ahmadabad con la piel de la leona limpia y curada, Ash se encontró con una ekka que avanzaba en dirección opuesta y casi la había dejado atrás cuando reconoció a uno de los ocupantes y lo llamó a gritos.

—¡Red! —gritó Ash—. ¡Eh, capitán Red…! Escuche.

La ekka se detuvo y Ash corrió hacia ella. Preguntó al capitán Stiggins qué hacía allí, adónde iba y por qué no le había avisado que visitaría Ahmadabad.

—He visto a un agente. Voy a Malia. Sólo supe que vendría aquí en el último momento —respondió el capitán Stiggins. Agregó que había ido al bungalow de Ash el día anterior, y que Gul Baz le había dicho que el sahib estaba de cacería en el bosque de Gir, y que muy pronto regresaría a la frontera Noroeste.

—¿Entonces, por qué no me esperó? Gul Baz debe de haberle dicho que yo regresaría hoy, y sabe muy bien que hay una cama preparada para usted cuando la necesite —respondió Ash con indignación.

—No podía, hijo. Debo regresar al viejo Morala. Vamos a despachar una gran carga de algodón a Kutch mañana. Pero lamenté mucho enterarme de que volvería a la frontera, y que no podría despedirme ni desearle buena suerte.

—Vuelva conmigo, Red —pidió Ash—. Sin duda, el algodón puede esperar. Además, si hubiera un huracán o una niebla o algo así no tendría más remedio que esperar, ¿verdad? Caramba. ¡Quizás esta sea la última vez que nos veamos!

—No me sorprendería —asintió el capitán—. Pero así es la vida. Hoy estamos aquí y mañana allí; «el hombre vuela como una sombra y nunca permanece en el mismo lugar». No, hijo mío, es imposible. Ahora no. Pero tengo una idea mejor, ya que tiene usted permiso, ¿por qué no se viene conmigo en este viaje? Regresaremos el próximo martes, si Dios quiere.

Ash aceptó con alegría y pasó los días siguientes a bordo del Morala como huésped del propietario, descansando en cubierta a la sombra de las velas, pescando tiburones y barracudas, o escuchando las historias del viejo escuadrón del East India en los días de grandeza de la John Company.

Fue un interludio apacible, y cuando el capitán reveló que el Morala saldría pocas semanas después hacia la costa de Beluchistán, y sugirió que Ash y Gul Baz hicieran el viaje y bajaran en Kati, en el Indo, desde donde podrían seguir en barco hasta Attock. Ash se sintió tentado de aceptar, pero debía pensar en Wally y en Dagobaz, ya que el Morala no tenía lugar adecuado para transportar un caballo.

Rechazó el ofrecimiento con pena, ya que pensaba que era improbable que volviera a encontrarse con Red Stiggins.

Eso era lo malo de hacerse de amigos como Red y Sarji, gente que no pertenecía al Club. Esa sociedad cerrada de angloindios que existía en toda la extensión de la India, de manera que, con el tiempo, todos los socios llegaban a conocerse de nombre, aunque nunca se hubieran encontrado.

Siempre había una posibilidad de que en el curso de su carrera militar Ash volviera a encontrarse con la señora Viccary o con uno u otro de los oficiales del Roper’s Horse. Pero era difícil que volviera a ver a Sarji o a Red, y el pensamiento le deprimía, porque, en distintas formas, le habían ayudado a pasarlo mejor en Gujerat.

Pero Ash tampoco volvería a ver a Mahdoo. La carta que escribiera al anciano anunciándole su reincorporación en Mardan llegó demasiado tarde, porque Mahdoo murió mientras dormía, menos de veinticuatro horas antes de que recibiera la carta, y cuando esta llegó ya lo habían enterrado. Sus familiares, que no sabían cómo funcionaba el telégrafo, enviaron la noticia por dâk al joven Kadera, su ayudante, y Gul Baz esperaba a Ash con la noticia cuando este regresó a Ahmadabad.

—Es una gran pérdida para todos —dijo Gul Baz—. Era un hombre bueno. Pero vivió sus años y seguramente recibirá su recompensa, ya que en el Sura se dice el misericordioso: «¿Qué retribución tendrá la verdad sino algo bueno?». Por tanto, no se aflija por él, sahib.

Pero Ash estaba profundamente apenado por la muerte de Mahdoo, y lloraba la pérdida de alguien que había sido parte de su vida desde aquel día lejano en que lo habían puesto al cuidado del coronel Anderson.

Ahora se había ido, y Ash no podía soportar la idea de que no volvería a ver aquel bondadoso rostro arrugado, ni a oír el burbujeo de su hookah al atardecer. Ash sufrió mucho, e intentó superar su dolor con largas cabalgadas solitarias por el campo, dando rienda suelta a Dagobaz y saltando las orillas del río, las zanjas de irrigación y los cercos espinosos y las hondonadas tal como venían, y a una velocidad peligrosa como si tratara de alejarse de sus pensamientos y sus recuerdos.

Por más lejos y velozmente que cabalgara, por más cansado que estuviera a su regreso, no podía dormir.

—No está bien que se aflija usted de esta manera —le regañaba Gul Baz con desaprobación—, porque en el Libro está escrito que «todos los que viven en la Tierra están destinados a morir». Por tanto, lamentarse así es discutir la sabiduría de Dios, quien en Su Bondad permitió a Mahdoo-ji vivir hasta una edad pacífica y honorable y decidió la hora y la forma de su muerte. Calme su pena y agradezca por todos los años en la Tierra que disfrutó alguien que está ahora en el paraíso. Además, muy pronto habrá regresado a Mardan y nuevamente se encontrará entre sus amigos, y todo esto quedará atrás. Iré otra vez a la estación para averiguar si ya están dispuestos los vagones. Ya está todo preparado y podemos partir hoy mismo.

—Iré yo —replicó Ash. Fue a la estación y recibió la agradable noticia de que finalmente habían hecho las reservas solicitadas por él… pero, para el jueves siguiente, lo que significaba que debería pasar casi una semana más en Ahmadabad. Al volver a su bungalow, encontró a Sarji esperándolo en la galería, cómodamente sentado en uno de los grandes sillones de mimbre.

—Tengo algo para ti —anunció Sarji, levantando una mano lánguida—. La segunda paloma regresó esta tarde, y como tenía cosas que hacer en la ciudad, pensé que haría de chupprassi (mensajero) y te traería el mensaje personalmente.

Ash le arrebató el papelito, lo desenrolló, leyó las primeras líneas con alegría: El Rana padece una enfermedad mortal y sólo vivirá unos días más, escribía Gobind. Ya todos lo saben

«¡Se muere! —pensó Ash y sonrió sin darse cuenta… con una sonrisa amplia, amarga, que mostraba sus dientes apretados—. Tal vez ya haya muerto. Anjuli será viuda… será libre». Ash no sentía simpatía por el Rana. Ni por Shu-shu, quien, según se decía, se había enamorado de aquel hombre, porque sólo podía pensar en lo que esa muerte significaba para Juli y para sí mismo: Juli viuda y libre…

Se incorporó y siguió leyendo; de pronto dejó de sentir el calor del día y el brillo del sol, y experimentó un peso en el corazón:

y me he enterado de que, cuando muera, sus esposas serán suttee, arderán con él según la costumbre. Ya se ha hablado de esto, porque el pueblo de Bhithor respeta las viejas leyes y no considera las del Raj y a menos que pueda usted impedirlo, esto sin duda se llevará a cabo. Trataré de mantenerlo vivo todo lo posible. Pero no será por mucho tiempo. Por lo tanto, advierta a las autoridades de que deben actuar con rapidez. Manilal partirá para Ahmadabad antes de una hora. Envíen más palomas

Los renglones de diminuta caligrafía se emborronaron ante los ojos de Ash, que no pudo seguir leyendo. Se apartó ofuscado, buscó a tientas el respaldo de la silla más próxima, se aferró a él como para mantenerse en pie y habló en un susurro sin aliento:

—¡No… no es posible! ¡No pueden hacer eso!

Sus palabras apenas se oían, pero el horror que transmitían era inconfundible y conmocionaron a Sarji que salió de su actitud perezosa. Dijo bruscamente:

—Malas noticias ¿eh? ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que no es posible?

Saha-gamana —susurró Ash sin volverse—. Suttee… El Rana se está muriendo y cuando muera piensan hacer que sus esposas ardan con él en la pira funeraria. Debo ver al comisario… al coronel… debo…

—¡Ah, chut! —exclamó Sarji con impaciencia—. No te desesperes, amigo mío. No lo harán. Es ilegal.

Ash se volvió bruscamente y le lanzó una mirada terrible:

—¡No conoces Bhithor! —Había gritado, y Gul Baz, que apareció en la puerta con una bandeja de refrescos, quedó atónito al escuchar aquella palabra odiada—. Ni el Rana ni… —Se interrumpió, se volvió y bajó corriendo los escalones de la galería gritando a Kulu-Ram que trajera a Dagobaz.

Un momento después había montado y galopaba por el camino como un loco, levantando una nube de polvo. Sarji, Gul Baz y Kulu-Ram se quedaron boquiabiertos al verlo marchar de aquella forma.