36

Quizá fue conveniente que Mahdoo se hubiera marchado, porque su ansiedad por Ash habría aumentado considerablemente si hubiese estado presente dos días después, cuando Ash recibió una visita inesperada en el bungalow de los acantonamientos.

El Regimiento había salido a hacer instrucción. Cuando Ash volvió una hora después del atardecer y encontró una tonga de alquiler detenida entre las sombras cerca de la entrada, y a Gul Baz esperando en los escalones de la galería para informarle que tenía un visitante.

—Es el hakim (médico) de Karidkote —anunció Gul Baz—. El hakim del sahib Rao, Gobind-Dass. Le espera adentro.

Realmente, era Gobind. Pero el repentino espasmo de terror que detuvo el corazón de Ash al oír su nombre se desvaneció al ver el rostro del hombre. No venía enviado por Kaka-ji a traer la noticia de que Juli estaba enferma o muriéndose, o muerta… o de que su marido la maltrataba. Gobind tenía un aspecto reposado, sosegado y tan tranquilizador como siempre, y explicó que iba de camino a Bhithor a petición de la Rani Shushila, quien estaba preocupada por la salud de su marido y no confiaba en el médico personal del Rana, un individuo de setenta y ocho años, cuyos métodos, aseguraba Shushila, tenían siglos de atraso.

—Y como la Rani está esperando un niño, y al mismo tiempo es necesario ahorrarle cualquier ansiedad innecesaria —explicó Gobind—, mi amo, el Sahib Rao pensó que no era posible negarle este deseo. Por ese motivo, me ve usted ahora en camino a Bhithor. Aunque no sé de qué les serviré… o qué me permitirán hacer, ya que no creo que los propios hakims del Rana se sientan complacidos con la presencia de un extraño llamado para tratarlo.

—¿Entonces está gravemente enfermo? —preguntó Ash, con una chispa de esperanza.

Gobind se encogió de hombros y extendió las manos en un gesto expresivo.

—¿Quién puede decirlo? Usted sabe cómo es la Rani Shushila. Exagera el menor dolor o incomodidad, y lo más probable es que esté haciendo eso ahora. Sin embargo, me ha mandado llamar para ver qué puedo hacer, y para que permanezca en Bhithor todo el tiempo que me necesiten.

Acompañado por un solo sirviente, un muchacho regordete con cara de tonto llamado Manilal, Gobind había viajado a Bombay, de donde llegó por el camino de Baroda y Ahmadabad:

—Porque el sahib Rao, sabiendo que le habían enviado a usted aquí, insistió en que viniera por esta ruta, ya que a sus sobrinas les agradaría tener noticias de usted, y que usted, a su vez, desearía saber algo de sus amigos de Karidkote. Le he traído cartas: el sahib Rao no confía en el dâk público, y por eso me las confió a mí con órdenes estrictas de que se las entregara personalmente… como acabo de hacer.

Traía tres cartas, porque, además de Kaka-ji, escribían Jhoti y Mulraj, aunque sólo brevemente, ya que, según dijeron, Gobind transmitiría a Ash todas las noticias. Ninguna de sus cartas contenía nada que no pudiera leerse en voz alta a cualquiera… la de Jhoti se refería principalmente a los deportes y los caballos, y terminaba con una frívola descripción del Residente británico, a quien parecía tener antipatía por el motivo trivial de que usaba quevedos y lo miraba por encima de los lentes, y Mulraj sólo transmitía buenos deseos y la esperanza de que Ash pudiera visitarlos en su próximo permiso.

En cambio, la carta de Kaka-ji era sumamente interesante. Al leerla, Ash comprendió por qué había sido necesario enviarla con alguien tan digno de confianza como Gobind en lugar de usar el correo público, y también por qué resultaba esencial enviar a Gobind a Bhithor por el camino de Ahmadabad.

La primera parte de la carta sólo se refería con más detalles a lo que Gobind ya había comunicado a Ash: la urgente petición de Shushila de un médico en quien pudiera confiar, y la necesidad de cumplir con ese deseo a causa del estado de la joven. Luego seguía la solicitud de que Ash ayudara a Gobind con los caballos y le proporcionara un guía y todo lo que pudiera necesitar para asegurar su llegada sin problemas a Bhithor; Gobind traía dinero para cubrir todos los gastos. Una vez resueltas estas cuestiones, Kaka-ji confesaba que estaba preocupado por sus sobrinas y que esa era la razón, más bien que la expresada inicialmente de que hubiera aceptado de inmediato enviar a Gobind a Bhithor.

«No tienen a nadie en quien confiar —escribía Kaka-ji—, ni nadie que pueda traer informes veraces sobre su bienestar, ya que Shushila no sabe escribir y hasta el momento no hemos recibido cartas de su hermana, lo cual es extraño. Tenemos razones para creer que el eunuco que escribe por ellas no es digno de confianza, porque las pocas cartas que recibimos no dicen nada, excepto que están bien y son felices, y, sin embargo, supimos que la dai Geeta, y por lo menos dos más de las mujeres que las acompañaron desde Karidkote, todas las cuales eran fieles servidoras y muy apegadas a mis sobrinas, han muerto, y en ninguna carta se menciona nada de ello.

»Dudo mucho de que nos hubiéramos enterado si un comerciante que visitaba Bhithor no hubiera oído la historia y la hubiese repetido a otro en Ajmer, quien a su vez se la contó a un hombre que, por casualidad, tiene un primo que vive aquí, en Karidkote. Así llegó a nuestros oídos, como una historia de viajeros, pero las familias de las tres mujeres se enteraron, se perturbaron mucho y solicitaron, a Jhoti que preguntara a su cuñado, el Rana, si era cierto. Jhoti lo hizo, y, después de gran retraso, recibimos respuesta diciendo que las dos mujeres habían muerto de unas fiebres mientras que la dai se había desnucado al caer por una escalera.

»El Rana declaró estar asombrado al saber que la Rani principal y la segunda habían olvidado mencionar el asunto en sus cartas a su querido hermano, y sólo podía suponer que consideraban que la muerte de las sirvientas no merecía ser comunicada. El Rana decía estar de acuerdo con ellas en esto…

»Pero usted y yo sabemos —escribía Kaka-ji—, que si hubieran tenido libertad para escribir como quisieran, no hubiesen dejado de mencionarlo. Por tanto, estoy seguro de que lo que escribe el eunuco son palabras dictadas por el Rana o por los secuaces del Rana, aunque es muy posible que yo esté demasiado preocupado y que en realidad las dos estén bien. Sin embargo, me sentiría mucho mejor si tuviera alguna forma de saber con seguridad que es así, y ahora parece que los dioses me han proporcionado un medio. El Rana estaba contento con Gobind, quien, como usted recordará, le curó unos forúnculos que sus propias hakims no habían logrado curar; seguramente no se siente bien, ya que permite a Shushila Bai que pida a Gobind que acuda con la mayor rapidez posible a Bhithor para curarlo.

»Los dioses han escuchado mis plegarias, ya que Gobind podrá enterarse de cómo están realmente las hermanas de Jhoti, y le he indicado que busque alguna manera de comunicarle las noticias a usted, porque, como usted vive más allá de las fronteras del Rajasthan, podrá enviarlas sin peligro a Karidkote. No le habría molestado con esto si no hubiera sabido que también usted tiene razones para preocuparse por este asunto, y que querrá saber, como yo, que todo marcha bien. Si no es así, podrá usted comunicárnoslo, y entonces Jhoti y sus consejeros decidirán sobre la acción a adoptar».

«… Si es que se adopta alguna acción», pensó Ash con amargura. Porque, aunque los príncipes aún mantenían sus ejércitos privados, las «Fuerzas del Estado», la enorme distancia que separaba a Karidkote de Bhithor era suficiente para asegurar que no se emprendería ninguna acción militar entre ambos reinos, aun suponiendo que el Gobierno de la India hubiera permitido semejante cosa, lo cual era difícil de suponer. La única esperanza de Jhoti era presentar una queja por los conductos adecuados, en este caso a través del Residente británico, quien la transmitiría al Departamento Político, que a su vez la enviaría a Ajmer, solicitando al agente del gobernador general que indicara al oficial a cargo de la sección particular de Rajputana que incluía a Bhithor, una investigación sobre la queja y un informe sobre ella.

Recordando los retrasos y la desconfianza del Oficial Político, y que había sido imposible hacerle pensar mal del Rana o adoptar alguna actitud que pudiera ser criticada por sus superiores en Ajmer, Simra y Calcuta, Ash tenía pocas esperanzas de lograr algo útil. En particular, porque era imposible que se le permitiera al Oficial Político (ni a ningún otro) ver o hablar con cualquiera de las dos esposas del Rana, quienes, por supuesto, observaban un estricto purdah. Cualquier intento de forzar una entrevista conduciría a un escándalo, no sólo en Bhithor, sino en toda la India, y lo máximo que podría lograrse, aunque incluso esto resultaba poco probable, sería una entrevista con una mujer invisible sentada del otro lado de espesas cortinas e indudablemente rodeada por muchas personas, todas las cuales estarían a las órdenes del Rana y controlarían cada palabra que ella dijera.

En semejantes condiciones, era difícil que se dijera la verdad, y no habría prueba alguna de que la que hablaba era en realidad una de las Ranis y no alguna mujer de la Zenana cuidadosamente instruida.

«Considerando todas estas cosas —pensó Ash—, era una pena que Jhoti tuviera un torpe zid (resentimiento) propio de un chico contra el Residente de Karidkote…»

Levantó los ojos de la carta que tenía en la mano, se encontró con la mirada tranquila de Gobind y dijo:

—¿Conoce usted el contenido de esta carta?

Gobind asintió.

—El sahib Rao me hizo el honor de leérmela antes de sellarla, para que comprendiera cuán necesario era guardarla con sumo cuidado y procurar que no cayera en manos de algún enemigo.

—Ah —dijo Ash, y fue a buscar la lámpara.

Acercó los papeles a la llama e inmediatamente estos se ennegrecieron y ardieron. Ash los volvió hacia uno y otro lado, viendo cómo se quemaban hasta que las llamas se acercaron a sus dedos y dejó caer los fragmentos al suelo, los aplastó con el pie y los convirtió en polvo.

—Muy bien. Una de las causas de la ansiedad del sahib Rao está eliminada. En cuanto al resto, sus temores son bien fundados, pero llegan demasiado tarde. Si hubiera roto los contratos de matrimonio, nadie le habría acusado. Pero no lo hizo, y ahora el daño está hecho, porque las leyes y las costumbres del país están de parte del Rana… y el sahib Político también, como sabemos.

—Eso puede ser cierto —asintió tranquilamente Gobind—. Pero no es usted justo con el sahib Rao. Si usted hubiera conocido al fallecido maharajá se daría cuenta de que el sahib Rao no tenía otra opción, y debía permitir los matrimonios.

—Lo sé —admitió Ash con un suspiro audible—. Lo siento. No debí haber hablado así. Sé muy bien que, dadas las circunstancias, no podía hacer otra cosa. —Además, todo está consumado, y no podemos cambiar el pasado.

—Ni siquiera los dioses pueden cambiarlo —dijo Gobind con sobriedad—. Pero el sahib Rao espera, y yo también, que entre usted y yo, sahib, quizá podamos hacer algo en el sentido de orientar el futuro.

Aquella noche no hablaron más, porque Gobind estaba muy cansado. Ni él ni su sirviente Manilal habían viajado en tren antes, y el viaje los dejó mareados y agotados, y ambos dormían aún cuando Ash salió para la revista la mañana siguiente. Sólo cuando terminó el servicio del día, ya muy avanzada la tarde, pudo volver a hablar con Gobind, pero, como él había dormido muy poco la noche anterior, dedicó mucho tiempo a pensar en las revelaciones de Kaka-ji, y cuando esto se le hizo intolerable a causa de los temores que le despertaba la seguridad de Juli, se dedicó a pensar en asuntos más mundanos, tales como las gestiones que debía realizar para que Gobind llegara sin riesgo a Bhithor. Se ocupó en primer lugar de esto a la mañana siguiente, despachando al subjefe de syces, Kulu-Ram, a elegir y comprar un par de caballos al tratante local, y enviar un mensaje a Sarji, preguntándole si conocía a alguien que pudiera actuar como guía de los viajeros que deseaban ir a Bhithor y estaban deseando partir al día siguiente.

Los caballos y la respuesta de Sarji le esperaban a su regreso al bungalow, y ambas cosas eran igualmente satisfactorias: Sarji escribía que enviaría a su shikari particular, Bukta, un cazador que conocía todos los caminos, senderos de caza y atajos de la montaña, para que guiara a los amigos de Ash a Bhithor, mientras que los caballos comprados por Kulu-Ram eran fuertes y seguros, resistentes al viento y capaces, según dijo Kulu-Ram, de cubrir muchos koss diarios como deseaba el sahib hakim.

Sólo quedaba un asunto por resolver, el más importante de todos: cómo establecer algún método de comunicación entre Gobind en Bhithor y Ash en Ahmadabad sin despertar las sospechas del Rana.

Los dos discutieron este punto durante horas cabalgando juntos a la orilla del río con el propósito aparente de probar los caballos recién comprados, pero, en realidad, para asegurarse de que nadie les oyera; y más tarde hablaron los dos en la vivienda de Ash hasta bien pasada la medianoche, en voz tan baja que Gul Baz, quien permanecía en la galería para advertirlos sobre la presencia de intrusos, apenas escuchaba un murmullo.

Tenían poco tiempo y mucho que hacer. Era esencial establecer un código de algún tipo para poder comunicarse… algo lo suficientemente simple como para aprenderlo de memoria y que no despertara sospechas en caso de que se interceptara un mensaje… Una vez que resolvieron ese punto de manera satisfactoria, debieron considerar formas y medios de obtener noticias de Bhithor, porque si el Rana tenía algo que ocultar seguramente procuraría que Gobind estuviera estrechamente vigilado. Sin embargo, sólo Gobind podía resolver este problema, y una vez que hubiese llegado a Bhithor y pudiera evaluar la situación y descubrir cuánta libertad se le permitía, en el caso de que se le permitiera alguna. Pero era necesario hacer planes porque, aunque la mayor parte de ellos resultaran ser impracticables cuando Gobind llegara a Bhithor, al menos uno podría funcionar.

—También está mi sirviente, Manilal —dijo Gobind—, quien, por su forma de hablar y su aspecto, parece un simplón, un muchacho bobo, incapaz de astucia alguna… lo cual está muy lejos de la verdad. Creo que es muy probable que nos sea útil.

Cuando el reloj dio las doce, habían discutido por lo menos una docena de planes. Para llevar a cabo uno de ellos, Gobind salió a las nueve de la mañana siguiente en busca de cierto comerciante europeo de la ciudad, porque como él mismo dijo:

—Si sucede lo peor, siempre podré decir que debo viajar a Ahmadabad para buscar más drogas con las cuales tratar a Su Alteza. ¿Hay algún buen dewai-dukan (farmacia) en esta ciudad? Preferiría una extranjera.

—Hay uno en los acantonamientos: «Jobbling & Sons», los farmacéuticos a los que todos los sahibs y memsahibs compran polvo dentífrico y lociones para el cabello y muchas medicinas que llegan de Belait. Allí conseguirá usted cualquier dewai (medicina) que desee. Pero el Rana nunca le permitirá venir aquí a buscar algo personalmente.

—Quizá no. Pero cualquier persona que manden aquí tendrá que traer un papel donde yo haya escrito los nombres de las medicinas que necesito. Por tanto, mañana visitaré a ese farmacéutico y averiguaré qué medicinas vende, y veré también si puedo entablar buenas relaciones con el dueño del comercio.

Partió hacia Bhithor poco después de mediodía, llevando con él una variedad de píldoras y pociones compradas por consejo del señor Pereiras, el gerente de la sucursal de Ahmadabad de «Jobbling & Sons», con quien llegó a un arreglo amistoso. Ash volvió de la instrucción a tiempo para despedirlo, y los dos hablaron brevemente en la galería antes de que Gobind y Manilal, acompañados por el shikari de Sarji, Bukta, que debía guiarlos a Bhithor por el camino de Palanpore y las colinas al pie del monte Abu, se alejó del bungalow y se perdió de vista entre los árboles que bordeaban el largo camino del acantonamiento.

Diez días después, Sarji comunicó que el shikari estaba de regreso, y que había llevado al hakim y a su sirviente hasta un kilómetro y medio de la frontera de Bhithor. El hakim recompensó generosamente a Bukta por sus servicios y envió un recado al sahib Pelham de que rogaría a diario por la salud y la buena suerte del sahib y que todo marcharía bien en los meses siguientes. Una esperanza piadosa que no requería transmitirse en código.

A medida que los días se hacían más calurosos, Ash se levantaba más temprano, para sacar a Dagobaz durante una o dos horas antes de comenzar la rutina en los establos; y ahora que había terminado el entrenamiento de la temporada había más trabajo de oficina. Por las tardes, Ash generalmente se dedicaba a practicar el polo, un juego que era nuevo en la frontera cuando él se incorporó a los Guías, pero que se difundió como un incendio, de manera que ahora los Regimientos de Caballería del Sur lo habían adoptado, y Ash, que ya jugaba antes a él, era muy solicitado.

Su tiempo estaba totalmente ocupado, lo cual era una bendición, aunque él no lo veía así, y probablemente no lo hubiese admitido. Pero al menos le impedía pensar demasiado en lo que podía estar sucediéndole a Juli, y por la noche estaba lo suficientemente cansado como para dormir en lugar de llegar a un estado de agotamiento mental quedándose despierto y preocupándose por las informaciones recibidas en la carta de Kaka-ji, y sus posibles implicaciones. El trabajo duro y el ejercicio violento le distraían y debía estar agradecido por ello.

Mahdoo envió una carta escrita por un escribiente de mercado, en la que decía que había llegado bien y que estaba contento de hallarse de nuevo en Mansera. Gozaba de buena salud y esperaba que Ash también, y que Gul Baz le atendiera bien. Toda su familia, ahora tenía otros tres bisnietos, dos de ellos varones, enviaba sus mejores deseos de que Ash estuviera bien, feliz y próspero, etcétera, etcétera…

Ash contestó esta carta, pero sin mencionar la visita de Gobind. Y, curiosamente, tampoco le mencionó Gul Baz cuando escribió al anciano como había prometido para darle las últimas noticias del sahib Pelham y su casa, y para asegurar a Mahdoo que todo marchaba bien. Aunque en el caso de Gul Baz mantener silencio sobre este punto en particular fue puramente una cuestión de instinto, ya que ni Ash ni Gobind le sugirieron que sería mejor no hablar de ello. Pero también él estaba preocupado.

Gul Baz, como Mahdoo, desconfiaba de Bhithor, y no deseaba ver al sahib nuevamente mezclado en nada que tuviera que ver con ese estado siniestro y sin ley o su gobernante sin principios morales. Pero temía que esto era lo que trataba de hacer el hakim de Karidkote… aunque no podía adivinar por qué (Gul Baz sabía mucho menos sobre Ash que Mahdoo, y el prudente anciano había tenido mucho cuidado de guardarse sus sospechas).

La ansiedad despertada en él por la llegada sin previo aviso de Gobind debió de haber desaparecido después de la partida del médico. Pero no fue así, porque Gul Baz advirtió, que después de ella, tomó la costumbre de hacer muchas pequeñas compras en una farmacia cuyo dueño era un angrezi, el mismo negocio, casualmente… (¿era en realidad una casualidad?) que el hakim había visitado la última mañana de su estancia y donde, según el conductor de la tonga de alquiler que lo había llevado allí (un individuo charlatán a quien Gul Baz interrogó luego) pasó más de media hora consultando al dueño del comercio, y finalmente compró una serie de medicinas extranjeras.

No había nada extraño en eso, ya que no era un secreto que el hakim había sido llamado para tratar al Rana de Bhithor, a quien alguna vez había curado de una penosa enfermedad, ganando así su confianza. Pero ¿por qué el sahib, que gozaba de excelente salud, iba ahora a hacer compras allí tres o cuatro veces por semana, cuando antes solía dejar en manos de Gul Baz la tarea de comprar jabón y polvo dentífrico y cosas parecidas?

A Gul Baz no le gustó el asunto. Pero no podía hacer nada al respecto y no deseaba hablar de ello con nadie. Por tanto, sólo le quedaba esperar que llegara pronto la orden de Mardan, llamando al sahib para que volviera a los Guías y a la frontera del Nordeste, porque ahora él también estaba ansioso por marcharse, y por ver su propia tierra de la frontera y oír la lengua de su gente.

Por otra parte, Ash, quien poco tiempo atrás estaba igualmente impaciente por partir de Gujerat, de pronto temía tener que marcharse, porque si volvían a llamarlo a Mardan antes de que Gobind pudiera transmitirle, noticias desde Bhithor, era posible que jamás supiera lo que había sucedido allí, ni pudiera enviar un mensaje a Kaka-ji, ni hacer nada útil. El mismo pensamiento era tan intolerable que en estas circunstancias realmente le habría aliviado enterarse de que debía servir otros cinco años en Gujerat o aun diez o veinte, porque marcharse ahora podría significar abandonara Juli en el preciso momento en que ella más le necesitaba, y cuando la vida misma de la muchacha podía depender de la presencia de Ash en Ahmadabad, y en su voluntad de hacer todo lo posible por ayudarla.

Ya la había abandonado antes dos veces: una vez, en Gulkote, cuando era niña, y nuevamente en Bhithor… aunque contra su voluntad. No la abandonaría por tercera vez. Pero, si le ordenaban regresar a Mardan, ¿qué podría hacer? ¿Serviría de algo escribir a Wally y a Wigram Battye pidiéndoles que usaran su influencia para que postergaran la orden de regreso si se enteraban de que la estaban considerando? Pero después de haberles repetido cuánto deseaba volver a los Guías, ¿cómo explicaría esta repentina marcha atrás?

«Lo siento, pero no puedo decirles por qué he cambiado de idea y prefiero no volver al Cuerpo ahora, pero tendrán que creer en mi palabra porque es de importancia vital que yo pueda permanecer aquí por el momento…»

Pensarían que debía de estar enfermo o loco, y Wally, al menos, esperaría que le confiara la verdad. Pero, como no podía hacerlo, carecía de sentido escribir.

Ash se apoyó en sus esperanzas. Con buena suerte, los «dioses de lata» que le habían exiliado en Gujerat se habrían olvidado de él y no volverían a llamarlo. O, mejor aún, Gobind lograría ponerse en contacto con él y le diría que sus temores carecían de fundamento y que las Ranis de Bhithor estaban muy bien, en cuyo caso no importaría que le llamaran pronto los Guías. En realidad, cuanto antes mejor, porque la última carta de Wally había intensificado su deseo de volver tanto como la última carta de Kaka-ji le había hecho desear quedarse.

Wally escribió para informarle que los Guías de nuevo estaban luchando, y que Zarin había sido herido, aunque no de gravedad. La carta daba una descripción detallada del desorden (en el que estaba implicada una banda de miembros de la tribu utman-Khel, los cuales dos años antes habían asesinado a un grupo de coolíes que trabajaba en las obras de canalización del río Swat). Elogiaba a su instigador, un tal capitán Cavagnari, Comisario delegado de Peshawar, quien, habiéndose enterado de que el jefe y varios miembros de la banda vivían en un pueblo llamado Sapri, a unos ocho kilómetros del fuerte Adazai y cerca de la frontera de los utman-khel, envió un mensaje al jefe del pueblo exigiendo que se rindieran, y también una elevada suma de dinero para proporcionar pensiones a las familias de los coolíes asesinados.

Los habitantes de Sapri, que creían que su pueblo era inexpugnable, replicaron en tono ofensivo, y el capitán Cavagnari decidió sorprenderlos e hizo sus planes en otro sentido. Al mando de Wigram Battye, tres oficiales de los Guías, doscientos sesenta y cuatro sowares de Caballería y una docena de cipayos de Infantería (estos últimos montados en mulas) partieron una noche hacia Sapri, acompañados por Cavagnari, quien logró mantener toda la operación en secreto hasta el punto de que dos de los oficiales estuvieron jugando al tenis hasta el último momento y partieron prácticamente desde la pista.

La primera parte de la marcha fue sencilla, pero, al llegar a unos doce kilómetros de su meta, el terreno se hacía tan accidentado que los caballos y mulas debieron ser enviados al fuerte Abazai, mientras los Guías avanzaban a tientas en la oscuridad, a pie. Los habitantes de Sapri, que confiaban en el desierto de roca, precipicios y nullahs que los protegía contra cualquier ataque, se despertaron al amanecer rodeados y corrieron a buscar sus armas, pero después de una breve lucha, durante la cual los coolíes asesinados fueron ampliamente vengados, los líderes de la banda y otros nueve implicados en la matanza fueron hechos prisioneros.

«Nuestras pérdidas fueron sólo siete heridos —escribía Wally—, y Wigram ha propuesto a Jaggat-Singh y Daffadar Tura Baz para la Orden del Mérito, por "su demostrado valor en la lucha". De manera que ya ves que nuestra vida aquí no es del todo ociosa. ¿Y tú cómo estás? ¿Sabes, no me gusta decírtelo, pero en tus cartas hablas mucho de esa perla de caballo que has adquirido, pero muy poco sobre ti mismo, y lo que yo quiero saber es cómo estás tú y lo que haces, y no lo que hace tu caballo? ¿O es que nunca sucede nada en Ahmadabad? Wigram te envía sus salaams. Lo mismo Zarin. ¿Has oído hablar de ese tonto de Rikki Smith, del 75 Regimiento? Bien, no podrías creerlo, pero…». El resto de la carta consistía en trivialidades.

Ash la dejó a un lado con un suspiro. Debía escribir a Zarin y decirle que se cuidara mejor en el futuro. Era estupendo tener noticias de Wally y del Regimiento, pero sería mejor aún si pudiera volver a hablar con él, y servir una vez más en un regimiento que estaba siempre en acción, en lugar de permanecer en uno donde no la había desde los días del Levantamiento, y al que se había incorporado temporalmente. Pero los días pasaban y no llegaba mensaje alguno de Bhithor, aunque ya era primavera, y había pasado más de un año desde que Ash llegara a Ahmadabad para una estancia temporal.

Ash hizo todavía otra visita a la farmacia de Jobbling, donde compró un frasco de linimento para tratar una torcedura ficticia, y pasó todo un día con el señor Pereiras, un charlatán inveterado que nunca dejaría de mencionar algo interesante (tal como un pedido especial de medicinas para un príncipe) sin que se lo pidieran. El señor Pereiras charló tan volublemente como de costumbre y Ash se enteró de varios detalles sobre las enfermedades de una serie de personas importantes, aunque no de la del Rana de Bhithor. Pero aquella misma noche, al volver tarde a su bungalow, encontró en la galería a un hombre grueso, con señales de fatiga del viaje: el sirviente personal de Gobind, Manilal, quien por fin traía noticias.

—Hace dos horas que este idiota está aquí —dijo Gul Baz con indignación en Pushtu (¡otra vez Bhithor!)— pero se niega a comer o beber hasta haber hablado con usted, aunque le he dicho veinte veces que cuando vuelva el sahib será para bañarse, cambiarse de ropa y cenar antes de hablar con nadie. Pero este hombre es un tonto, no me escucha.

—Es el sirviente del hakim, le veré ahora —respondió Ash, haciendo una señal a Manilal de que lo siguiera—. Y en privado.

Las noticias de Bhithor no eran buenas ni malas, una circunstancia bien ilustrada por el hecho de que se le había permitido a Manilal viajar a Ahmadabad, pero Gobind no se atrevió a enviar una carta con él por temor de que lo registraran.

—Y sucedió… —relató Manilal con una leve sonrisa— muy cuidadosamente.

Por tanto, el mensaje fue verbal.

El Rana, informaba Gobind, sufría de una combinación de forúnculos, indigestión y jaquecas, debidas, en gran medida, a un estreñimiento crónico. Su estado físico como podía esperarse considerando su modo de vida, era malo, pero mejoraba. Las medicinas extranjeras habían resultado muy eficaces. En cuanto a las Ranis, por lo que él sabía, se encontraban bien.

La Rani principal, que pronto tendría un hijo, se encontraba en buen estado de salud y esperaba ansiosamente la llegada del niño, que sería varón según las predicciones de brujos, astrólogos y parteras. Ya se hacían preparativos para celebrar este venturoso acontecimiento con gran pompa. Un mensajero esperaba para llevar las noticias a la oficina de telégrafos más cercana (a una distancia de muchos kilómetros) desde donde sería transmitida a Karidkote. Pero Gobind se enteró con preocupación de que este no era, como él suponía, el primer embarazo de la Rani principal, sino el tercero…

No comprendía por qué no se habían comunicado los embarazos anteriores a Karidkote, ya que era de esperar que una noticia tan agradable se difundiera de inmediato, pero el hecho era que la Rani había tenido dos abortos en los primeros meses de embarazo. Gobind sospechaba que esto bien podía deberse a los sufrimientos padecidos por Shushila, ya que el primer aborto coincidió con las muertes de las dos mujeres que la asistían, y el segundo con el de su fiel dai, Geeta: era difícil pensar en una coincidencia, pero, aunque Gobind sospechaba que había algún misterio vinculado con estas muertes, una cosa estaba clara: la Rani principal no recibía malos tratos ni era desdichada.

Aunque pareciera extraordinario, el matrimonio que había comenzado bajo tan malos auspicios, si se podían creer las habladurías, y Gobind personalmente se inclinaba a creerlas, se había convertido en un gran éxito. La pequeña Rani se había enamorado locamente de su marido mientras que el Rana, por su parte, encontró muy estimulante la combinación de exquisita belleza y extravagante adoración de su esposa y perdió interés en los dos apuestos y degenerados jóvenes que hasta ese momento eran sus compañeros favoritos, Todo esto eran buenas noticias.

En cambio, la Rani segunda había sido menos afortunada. A diferencia de su hermana no era favorecida por el Rana, quien se negó a consumar el matrimonio, declarando abiertamente que no deseaba engendrar un hijo de una media-casta. Anjuli fue trasladada a un sector de uno de los palacios más pequeños en las afueras de la ciudad, que rara vez se usaba, y sólo un mes después fue llamada por insistencia de la Rani principal. Más tarde la confinaron de nuevo en el sector de la Zenana, esta vez el Palacio de las Perlas, y la llamaron otra vez después de algunos meses de separación. Desde entonces, se la permitía estar en el Rung Mahal, y ahora vivía tranquila, confinada en sus habitaciones.

Gobind opinaba que probablemente el Rana se divorciaría de ella, y la enviaría de regreso a Karidkote en cuanto su hermana la Rani principal comenzara a depender menos de ella, y podía esperarse que eso sucediera cuando Shushila tuviera varios hijos pequeños de los que ocuparse. Pero, por supuesto, esto era sólo una conjetura, porque el sahib debía darse cuenta de que era casi imposible (y sin duda sumamente peligroso) para cualquiera que estuviera en la posición de Gobind hacer preguntas sobre las Ranis de Bhithor, o demostrar demasiado interés por su bienestar o sus relaciones con el Rana. Por tanto, cabía esperar que se equivocara en este, así como en otros asuntos. Pero, aunque Anjuli era esposa sólo nominalmente, al menos parecía encontrarse bien y gozar de buena salud, y era de esperar que pronto pudiera decirse lo mismo de la Rani principal.

Gobind confiaba en que el sahib escribiría lo más pronto posible a Karidkote para tranquilizar al sahib Rao. Por el momento, no parecía haber motivos de ansiedad, y excepto el hecho de que las muertes de la dai y de las mujeres de servicio había sido ocultado a sus familiares, Gobind habría dicho que en Bhithor no pasaba nada malo, al menos, en lo concerniente a las Ranis. Sin embargo, confesaba que esas muertes seguían preocupándole: había algo extraño en ellas… algo inexplicable.

—¿Qué querrá decir con eso? —preguntó entonces Ash—. ¿Qué es lo inexplicable?

Manilal se encogió de hombros y respondió con lentitud:

—Se oyen demasiadas historias… Además, no hay dos que coincidan, y eso es lo extraño. Como mi amo, yo también soy de Karidkote y, por lo tanto, soy un extraño y sospechoso. No puedo hacer demasiadas preguntas ni demostrar mucho interés; sólo puedo escuchar. Pero no es difícil orientar la conversación por ciertos canales sin que la gente se dé cuenta, y al estar entre los sirvientes del palacio o vagar por los mercados durante la noche, he oído más de una vez una palabrita que es como una piedrecilla que cae en el agua y forma círculos alrededor… Si estas mujeres realmente murieron de fiebres, ¿por qué se sigue hablando de sus muertes? ¿Por qué alguien se preocuparía tanto por algo que sucede tan a menudo y a tanta gente? Sin embargo, nadie ha olvidado estas tres muertes, y quienes hablan de ellas lo hacen en susurros; algunos dicen que las mujeres murieron por una causa y otros por otra, pero sólo se ponen de acuerdo en un punto: que nadie conoce la verdadera causa.

—¿Qué dicen de la tercera mujer, de la dai Geeta? —preguntó Ash, quien recordaba con gratitud a la anciana.

—Dicen que la versión oficial es que cayó por una escalera, o por una ventana, o desde el techo del Palacio de la Reina… también estas historias son todas diferentes. Hay quienes murmuran que la empujaron y otros sostienen que estaba muerta antes de caer… estrangulada o envenenada, o que la mataron dándole un golpe en la cabeza, y luego la arrojaron desde un lugar alto para que su muerte pareciera producto de un accidente. No obstante, nadie ha dado alguna razón de que fuera así, ni ha dicho quién ejecutó su muerte ni quién la ordenó. De manera que es posible que sólo se trate de chismorreos o de gente que pretende saber más que sus vecinos. Pero es curioso… curioso que todavía se hable tanto de esto cuando ya hace más de un año de la muerte de las dos mujeres, y casi uno de la de la dai.

Esas eran todas las noticias de Bhithor, y aparte de la muerte de la anciana Geeta, eran mejores de lo que Ash esperaba. Pero Manilal no estaba seguro de que le permitirían volver por segunda ver a Ahmadabad…

Los hombres que le detuvieron lo interrogaron exhaustivamente, pero al fin lo dejaron marchar, decidiendo que el sirviente era demasiado tonto como para recordar más de una cosa a la vez y que era difícil que llevara algún mensaje.

—Además —dijo Manilal pensativamente—, no creo que el Rana siga desconfiando del sahib hakim, cuya capacidad y medicamentos le han proporcionado tanto alivio, porque cuando el médico dijo que necesitaba más cantidad de cierta dewai angrezi, y que deseaba que yo, que conocía el comercio de dewais, viniera a buscarlas, no puso objeciones; aunque al principio querían hacerme comprar cincuenta o cien frascos, pero el sahib hakim dijo que se echaría a perder. Como los ocho que he comprado de todas maneras durarán mucho tiempo, mi amo ha seguido la sugerencia del sahib y me ha encargado comprar un par de palomas al amigo del sahib para que me las lleve conmigo.

Esto último se refería a uno de los muchos planes discutidos durante la breve visita de Gobind. Sarji tenía palomas mensajeras, y Ash sugirió que Gobind se llevara un par de esas aves a Bhithor.

Gobind se negó a hacer algo tan tonto alegando que eso sólo daría origen a sospechas de que pensaba enviar mensajes a alguien fuera del Estado. Pero estuvo de acuerdo en que no era mala idea, y decidió que, tan pronto estuviera establecido en Bhithor, mostraría gran interés por las aves y coleccionaría cuantas pudiera… incluso palomas, que abundaban en cualquier ciudad de la India.

Si a Gobind le parecía bien, Ash no estaba dispuesto a discutirlo. Esa misma noche compró las dos aves, y le rogó a Sarji que mantuviera el secreto después de decirle lo menos posible sobre los motivos. Manilal partió a la mañana siguiente, con media docena de frascos del específico soberano de Potter, para curar la indigestión, y dos frascos de aceite de castor de «Jobbling & Sons», junto con una variedad de frutas y golosinas y una gran canasta de mimbre que al ser inspeccionada mostró contener aves: tres gallinas y un gallo. El hecho de que también contenía dos palomas pasó inadvertido, gracias a un falso fondo astutamente ideado y a la presencia de las aves que cacareaban.