Aquella noche hablaron poco, porque los tres viajeros estaban cansados. Una vez que estuvo en la cama, Ash durmió mejor que durante las semanas anteriores.
Su cama se encontraba en una habitación parcialmente cerrada para obtener mayor frescura, y al despertar en el amanecer caluroso miró desde el parapeto y vio a Zarin haciendo sus plegarias en el jardín de abajo. Esperó a que terminara, y fue a reunirse con él para conversar y pasear bajo los árboles frutales llenos de pájaros que saludaban el nuevo día con un clamor de gorjeos y cantos. Hablaron principalmente del regimiento, porque el tema de Gulkote podía esperar hasta que Koda Dad estuviera dispuesto a escuchar y Zarin cerró la brecha del pasado año poniendo al día a Ash sobre una serie de asuntos que, por una razón u otra, no había querido confiar a un escribiente de feria. Detalles referentes a su vida personal y noticias sobre varios hombres del escuadrón de Ash: la posibilidad de que hubiera problemas con los jowaki-afridis por la construcción de un camino para carros a través del Khyber y las andanzas de los que habían servido de escolta para el hijo mayor de la Padishah, el príncipe de Gales, cuando visitó Lahore durante la temporada fría anterior.
Zarin contó que el príncipe había quedado tan complacido con la conducta de los guías que escribió a su Augusta Madre, quien contestó nombrándole coronel honorario del Cuerpo y ordenando que, en el futuro, los Guías se llamaran «Cuerpo de Guías de la Reina» y usaran en sus banderas y designaciones la Cifra Real de la Liga (la traducción que Zarin hizo de esto habría desconcertado considerablemente al College of Heralds). Después del desayuno, el sol ya estaba alto y una vez que presentaron sus respetos a la dueña de la casa, quien los recibió sentada detrás de un chik antiguo muy deteriorado a través del cual podía vérsela perfectamente, pero que conservaba, aunque sólo fuera en la parte técnica, las reglas del purdah, quedaron libres de ir a buscar al padre de Zarin.
Ya hacía demasiado calor para salir, de manera que los tres hombres pasaron el día en la antigua habitación de techo alto destinada a Koda Dad porque era la más fresca de la casa. Allí, protegidos del calor por cortinas de kus-kus, y sentados con las piernas cruzadas sobre el suelo sin alfombra de chuman pulido, muy agradable al tacto, Ash narró por tercera vez la historia de su viaje a Bhithor, esta vez suprimiendo pocas cosas, narrando todo desde el comienzo y sin dejar nada afuera… excepto que se había enamorado de una muchacha que alguna vez ellos conocieron como Kairi-Bai.
Zarin interrumpió la historia con preguntas y exclamaciones, pero Koda Dad, que nunca había sido muy conversador, escuchó en silencio, aunque Ash hablaba más bien a él que a Zarin. El descubrimiento del aro de Hira Lal le arrancó un gruñido de sorpresa y el relato de la muerte de Biju-Ram un gesto de aprobación, mientras con una sonrisa elogiaba el manejo por parte de Ash del intento de extorsión de Rana. Pero, aparte de eso, no hizo comentarios y cuando por fin el relato terminó, sólo dijo:
—Fue un mal día para Gulkote cuando el corazón de su rajá fue capturado por la belleza de una mujer maligna y ambiciosa, y muchos pagaron esa tontería con la vida. Sin embargo, a pesar de todas sus faltas, era un hombre bueno, lo sé bien. Lamento saber que está muerto, porque fue un buen amigo para mí durante los muchos años en que viví a su sombra: treinta y tres… porque los dos éramos jóvenes cuando nos conocimos. Jóvenes y fuertes. Y sin cabeza… sin cabeza…
Suspiró profundamente y volvió a guardar silencio; al cabo de unos momentos, Ash se dio cuenta, con una extraña sensación de pánico, de que Koda Dad había caído en el sueño ligero de la vejez. Sólo entonces advirtió por primera vez cuántos cambios físicos había experimentado desde el último encuentro: la delgadez del cuerpo apenas disimulada por el voluminoso traje de pathan, y las muchas arrugas que recorrían su rostro familiar; la apariencia curiosamente frágil de su piel color pergamino que en otra época era bronceada y como el cuero, y el hecho de que bajo la tintura color escarlata, su cabello y su barba ahora eran blancos como la nieve… y muy escasos.
Ash lo habría notado de inmediato si no hubiera estado tan absorto en sus propios asuntos, pero ahora el cambio le sacudía y le asustaba, recordándole la brevedad de la vida humana y la terrible rapidez del tiempo. Cuando apartó la mirada y se encontró con la de Zarin, había a la vez comprensión y compasión en ella.
—A todos nos llega, Ashok —dijo Zarin en voz baja—. Ya ha pasado los setenta años. No hay muchos que vivan tanto, y pocos que estén tan contentos con su destino. Mi padre ha sido afortunado, porque llevó una vida íntegra y abnegada, y sin duda eso es lo máximo que podemos pedir a Dios. Ojalá que a los dos se nos conceda lo mismo.
—Ameen —replicó Ash en un murmullo—. Pero… no me había dado cuenta… ¿Ha estado enfermo?
—¿Enfermo? Eso no es una enfermedad… A menos que consideres que la vejez es una enfermedad. No es más que el peso de los años. ¿Y quién puede decir que no verá todavía muchos más? Pero entre nosotros, llegar a los setenta años es alcanzar una edad muy avanzada.
Ash sabía que era cierto. Los hombres de las montañas de la frontera llevaban una vida dura, y un miembro de una tribu se consideraba viejo a los cuarenta años mientras que su esposa a menudo era abuela antes de los treinta, y Koda Dad había excedido en treinta años lo que se prometía a los descendientes de Adán. Últimamente, Ash había comenzado a pensar que la vida era demasiado larga y a verla en su imaginación como un camino interminable que se extendía frente a él y no conducía a parte alguna y por el cual debía caminar solo; sin embargo, ahora, de repente, veía que era también cruelmente breve, y quedó sacudido por este descubrimiento común. Zarin, que continuaba observándole y lo conocía suficientemente bien como para saber en que pensaba, dijo en tono consolador:
—Siempre estoy yo, Ashok. Y también el Regimiento.
Ash asintió en silencio. Sí, aún estaba Zarin y el regimiento. Y cuando le permitieran volver a Mardan también estaría Wally, y el pueblo de Koda Dad ya no quedaría a kilómetro y medio más allá de la frontera, sino a poca distancia. Koda Dad, que repentinamente había envejecido… Ash observó el rostro dormido del anciano pathan y vio las líneas del carácter grabadas tan claramente como las del tiempo: la bondad y la sabiduría, la firmeza, la integridad y el humor, claramente dibujadas. Un rostro fuerte y tranquilo. El rostro de un hombre que ha tenido muchas experiencias y ha llegado a un acuerdo con la vida, aceptando lo malo junto con lo bueno, y considerando ambas cosas simplemente como parte de la existencia… y de los inexplicables propósitos de Dios.
Repasando sus propios logros a la luz de la vida larga y aventurera de Koda Dad, Ash percibió con notable fuerza que podían resumirse como una corta lista de lamentables fracasos. Había comenzado por convertirse en un tonto con Belinda y terminaba por perder a Juli. Y en ambas había fallado a George, había probado ser un oficial intratable, e, indirectamente, había causado la muerte a Ala Yar. Porque si no hubiera sido por su conducta quijotesca en el asunto de los rifles, Ala Yar aún estaría vivo, y probablemente, en ese momento, charlando cómodamente con Mahdoo en la galería trasera de un bungalow en Mardan.
Desde el punto de vista positivo podía decirse que había salvado la vida a Jhoti, vengado las muertes de Hira Lal y Lalji y había logrado salvar la reputación y el tesoro de Karidkote del desastre. Pero era una pobre compensación por sus fracasos anteriores, o por el hecho de que su breve y apasionado amor por Juli sólo podía aumentar la desgracia de ella en la vida a la que la había condenado su propia lealtad… una vida en la que Ash ni siquiera se atrevía a pensar.
En aquellos días había pocas cosas que deseaba recordar, y menos aún anticipar. Pero entre las primeras siempre estaba Koda Dad, fuente de sabiduría y consuelo y una roca en qué apoyarse. Koda Dad y Zarin, Mahdoo y Wally. Sólo cuatro seres humanos entre los millones de personas que había en el mundo, y, sin embargo, de inconmensurable importancia para él. Y estaba a punto de perderlos. Cuando Koda Dad y Zarin volvieran a cruzar el Indo y Wally partiera hacia Mardan un mes después, él no podría seguirlos porque habrían entrado en un territorio del cual él estaba excluido hasta que los Guías decidieran llamarlo de nuevo… Lo cual, por lo que sabía, podía tardar años en suceder. En tal caso, probablemente sería esta la última vez que vería a Koda Dad.
En cuanto a Mahdoo, se estaba volviendo viejo y frágil, y si Koda Dad, el inmutable, podía desmoronarse de esta forma, con mucha más razón le sucedería a Mahdoo, que no poseía ni la mitad del arrojo y resistencia del pathan y que al menos debía tener la misma edad que él. Le resultaba intolerable pensar en ello Sin embargo, ahora lo pensaba, con amargura y desesperación, viendo su vida como una casa frágil… y vacía, puesto que no estaba Juli, que alguna vez él había pensado en llenar con tesoros. Una casa sostenida por cuatro pilares, dos de los cuales estaban casi gastados y que, por el curso natural de las cosas, no durarían mucho tiempo… Cuando esos dos pilares cayeran, como debía suceder algún día, tal vez las paredes continuaran en pie. Pero si se derrumbaba un tercero, la situación sería desesperada, y si se iban todos la casa se desplomaría y se haría pedazos, exponiendo su interior.
La cabeza de Koda Dad cayó hacia delante, y el movimiento le despertó:
—De modo que hay un nuevo gobernante en Gulkote —dijo el anciano continuando la conversación donde había terminado al adormilarse—. Eso está bien. Siempre que no se parezca a su madre. Pero si Dios lo permite, la sangre de su padre resultará más fuerte, y si es así, Gulkote… ¡Chut! Ya no se llama así. No recuerdo el nuevo nombre, pero no importa. Para mí siempre será Gulkote y siempre que piense en ella, será con afecto, porque hasta que la madre de mis hijos murió, mis días allí fueron agradables. Una buena vida… una buena vida. ¡Ah! Aquí está Habibah. No me había dado cuenta de que era tan tarde.
Cuando el sol se escondió detrás de las montañas y el aire comenzó a refrescar, Ash y Zarin salieron a cabalgar en la noche polvorienta. Cuando volvieron observaron que la Begum había invitado a viejos amigos y conocidos de su hermano a cenar con ellos, de manera que no tuvieron oportunidad de seguir hablando aquella noche. El día siguiente era domingo, y como Zarin debía regresar a Mardan a tiempo para prepararse para los ejercicios del lunes por la mañana, que por el tiempo caluroso comenzaba a las cinco y media, padre e hijo partirían muy poco después del anochecer. Los tres pasaron el día como habían pasado el anterior, hablando de Koda Dad y descansando durante las horas calurosas de la tarde. Al anochecer, la Begum envió un sirviente a decir a Zarin que su tía deseaba verlo por algún asunto relacionado con la posible compra de tierras cerca de Hoti Mardan, y Ash y Koda Dad subieron a la terraza para tomar el fresco mientras el sol descendía tras las colinas que rodean Attock.
Era la primera vez que estaban solos, y alrededor de una hora después Koda Dad se habría ido y no sabían cuándo volverían a encontrarse. Pero aunque Ash habría dado mucho por poder pedir consejo y consuelo como había hecho tantas veces en el pasado, tanto cuando era un niño en Gulkote como cuando era un joven subalterno en Mardan, ahora no podía hacerlo. El problema era demasiado personal y la herida estaba demasiado abierta, por lo que ni siquiera lo intentó. En cambio, conversó: habló de su próximo permiso en Cachemira y de las perspectivas de cazar, en tono ligero y alegre que habría engañado a noventa y nueve de cien personas, pero que no podía engañar a Koda Dad.
El viejo pathan escuchaba y asentía en silencio, pero no hablaba. Luego, cuando el cielo se enrojeció con el sol poniente, la primera brisa de la noche trajo un grito agudo de la ciudad distante:
—La Ill-ah Ha! Il Ill-ah Ho! ¡No hay otro Dios que Dios! —decía la voz del muecín del minarete de una mezquita de Attock que llamaba a los fieles a orar. Koda Dad se puso de pie y, desenrollando una alfombrita que había llevado a la azotea, se volvió para que su rostro se dirigiera hacia La Meca, y comenzó sus plegarias de la noche.
Ash no recitó su propia plegaria… la antigua invocación hindú que había adoptado tanto tiempo atrás. Pensaba hacerlo, pero, antes de que las palabras tomaran fuerza, su imagen mental de la diosa de su infancia se esfumó, y, en cambio, se encontró pensando en Juli.
Le había dicho que pensaría en ella todas las horas de cada día; sin embargo, había tratado de no hacerlo, en parte porque no podía soportarlo, y también porque había decidido que su única esperanza estaba en seguir el consejo del tío de Juli y dejar atrás el pasado, pero ahora, de pronto, pensó que jamás volvería a ver a Juli…
Koda Dad terminó sus plegarias. Al volverse, vio a Ash detenido junto al parapeto con la espalda vuelta hacia él, mirando hacia el camino de Pindi, y el horizonte oriental donde la luna llena ascendía lentamente en el cielo mientras el sol caía en el occidente polvoriento y dorado. La rigidez de su espalda y las manos nerviosas de Ash, que se abrían y se cerraban, dijeron a Koda Dad casi tanto como la intencionada trivialidad de la conversación de Ash. El anciano preguntó en voz baja:
—¿Qué sucede, Ashok?
Ash se volvió rápidamente… demasiado, porque no le dio tiempo a controlar sus emociones. Koda Dad se quedó sin aliento ante la visión de aquel ser invadido por una agonía física.
—Ai, Ai, hijo mío… no puede ser tan malo —exclamó Koda Dad, entristecido—. No, no me mientas… —Su mano levantada detuvo la negativa automática de Ash—. Te conozco desde que tenías siete años. No estoy tan ciego como para no poder ver lo que está escrito en tu cara, ni tan sordo como para no oír lo que hay en tu voz; sin embargo, aún no soy tan viejo como para no recordar mi propia juventud. ¿Quién es ella, hijo mío?
—¿Ella…? —Ash se quedó mirándolo, desconcertado.
Koda Dad prosiguió con ironía:
—Olvidas que ya te he visto sufrir por el mismo motivo antes… pero entonces era apenas una tontería de niño. En cambio, ahora… ahora creo que es algo mucho más hondo, porque ya no eres un muchacho. Es Kairi-Bai, ¿verdad?
Ash se quedó sin aliento y palideció.
—¿Cómo sabía usted…? Pero no es posible… yo no…
Se interrumpió, y Koda Dad sacudió la cabeza y respondió:
—No, no te traicionaste con palabras. Las que no dijiste fueron las que me advirtieron que algo andaba mal. Hablaste de dos novias y sólo dijiste el nombre de la más joven, describiéndola y contando cosas que ella había dicho y hecho. Pero, excepto cuando no podías evitarlo, mencionabas a la mayor, y cuando lo hiciste, tu voz cambió y no trasmitía ningún sentimiento, y hablabas como si algo te contuviera. No obstante, era la misma Kairi-Bai que todos conocimos, y a quienes debías tu huida del Hawa Mahal. Sin embargo, no nos dijiste casi nada y hablaste de ella como lo habrías hecho de una extraña. Eso lo decía todo. Eso, y el cambio en ti. No podía ser otra cosa. ¿No tengo razón?
Ash sonrió torcidamente y replicó:
—Siempre tienes razón, padre mío. Pero me avergüenza saber que soy tan transparente y que es tan fácil leer mi rostro y mi voz.
—No es tan fácil —respondió Koda Dad con tranquilidad—. Sólo yo podía haberlo hecho… y sólo porque te conozco y te quiero desde hace mucho tiempo, y porque recuerdo muy claramente los viejos días. No te obligaré a que me cuentes nada que no desees, pero estoy preocupado por ti, hijo mío. Me preocupa tan profundamente verte desdichado; si pudiera ayudarte de alguna manera…
—Usted siempre me ha ayudado —respondió Ash con tristeza—. Me apoyé en usted cuando era un niño y he vuelto a hacerlo cuado era un joven recluta. Además, sé muy bien que si hubiera seguido sus consejos más a menudo, me habría ahorrado muchos sufrimientos.
—Cuéntame, —propuso Koda Dad.
Se sentó con las piernas cruzadas en la piedra tibia, preparado a escuchar mientras Ash se inclinaba sobre el parapeto, y, mirando el jardín de la Begum habló de todas las cosas que no había mencionado en su historia del día anterior omitiendo solamente lo sucedido la noche de la tormenta…
Cuando terminó, Koda Dad suspiró y dijo sin darle mucha importancia:
—Su padre era un hombre de gran valor y muchas buenas cualidades, que gobernó sabiamente a su pueblo… pero no a la gente de su propia familia. En eso fue débil y haragán, porque no le gustaban las lágrimas ni las discusiones y peleas. Hae-mae! —Guardó silencio, sumergiéndose en el pasado, y en seguida continuó—: Sin embargo, él nunca quebrantó una promesa. Si daba su palabra, la mantenía, como corresponde a un Rajput. Por tanto, es lógico que Kairi-Bai haga lo mismo, ya que, según lo que me has dicho, sólo ha heredado lo bueno. Tal vez esto te parezca una desgracia, pero, con el tiempo, creo que te darás cuenta que es lo mejor para los dos que ella tenga el valor de ser fiel a su promesa, puesto que si hubiera hecho lo que tú deseabas y hubiese vivido para contarlo, lo cual me parece improbable, no habríais encontrado la felicidad juntos.
Ash dejó de contemplar el río que se oscurecía y replicó con dureza:
—¿Por qué dice eso? Yo habría hecho cualquier cosa… cualquier cosa.
Una vez más, la mano delgada y autoritaria de Koda Dad lo detuvo:
—No hables como un niño, Ashok. No dudo de que habrías hecho todo lo posible por hacerla feliz. Pero no está en tus manos construir un nuevo mundo ni volver atrás en el tiempo. Sólo el único Dios podría hacer eso… si fuera necesario. ¡Y sería muy necesario para ti! Yo mismo tuve poca experiencia o ninguna con tu gente, pero tengo hijos varones y familiares que conocen las costumbres de los sahib-log; y como tengo oídos para escuchar, he escuchado y aprendido mucho durante los años desde que partí de Gulkote. No creo que todo lo que me han dicho sean mentiras; por tanto, tú, Ashok, tendrás que escucharme.
Ash sonrió levemente e hizo un saludo irónico, pero Koda Dad lo interrumpió con un gesto y dijo en tono cortante:
—Esto no es broma, muchacho. Una vez hace muchos años, en los primeros tiempos de la compañía Bahadur, se refería a la East India Company, cuando no había memsahibs en el Hind, los sahibs tomaban esposa entre las mujeres de esta tierra y ninguno decía nada en contra de ello. Pero cuando la compañía trajo muchas memsahibs en sus barcos, y ellas pusieron mala cara a esta práctica, y despreciaban abiertamente a todos los hombres relacionados con mujeres indias… especialmente a los que se casaban con ellas… y mostraban escarnio y desprecio hacia los hijos de sangre mixta, la gente del Hind se enfureció por este motivo y también ellos se opusieron a los casamientos mixtos, de manera que ahora ambas partes los consideran desfavorablemente. Mientras tanto, ni la gente de Kairi ni la tuya habrían permitido un matrimonio entre vosotros.
—No podrían haberlo impedido —declaró Ash con enojo.
—Tal vez no. Pero lo hubiesen intentado. Y si hubieras insistido en casarte con ella habrías visto que las mem-log evitaban encontrarse con ella o invitarla a sus casas, o permitir que sus hijas entraran en la de ella, y nadie la trataría como una igual… ni siquiera los suyos, que harían lo mismo y hablarían mal de ella a sus espaldas porque ella, hija del rey, debía aceptar semejante tratamiento de muchas mujeres angrezi, cuyos padres eran de linaje muy inferior al suyo. La despreciarían como hicieron el Rana y sus nobles, porque su abuelo era un feringhi y su madre una media-casta; porque a este respecto, como habrás observado en Bhithor, su gente puede ser tan cruel como la tuya. Es una falla común a todas las razas, ya que se trata de una cuestión de instinto y es mucho más profundo que la razón: la desconfianza de los que tienen sangre pura de aquellos que tienen sangre mixta. Es difícil de superar, y si hubieras traído a Kairi-Bai contigo, habrías descubierto muy pronto estas cosas… y también que no habría refugio para ti aquí; tu regimiento no habría deseado que volvieras, y otros regimientos no estarían muy ansiosos por aceptar a alguien rechazado por los Guías.
—Lo sé —replicó Ash cansadamente—. Yo también lo había pensado. Pero no soy pobre, nos habríamos tenido el uno al otro.
—Beshak (sin duda). Pero a menos que hubieses vivido en el desierto, o que hubieras construido un nuevo mundo, también tendríais vecinos… nativos de los pueblos o ciudades para quienes seríais extranjeros: tal vez te habrías adaptado a sus costumbres ganando su amistad y su aceptación, y finalmente hubieses vivido satisfecho. Pero la bardast (tolerancia) es una flor rara que crece en pocos lugares y que se marchita muy fácilmente. Sé que el camino por el que avanzas ahora es duro, pero creo que es el mejor para los dos; y si Kairi-Bai ha tenido el valor de elegirlo, ¿eres tú más cobarde, que no puedes aceptarlo?
—Ya lo he aceptado —respondió Ash, y agregó con ironía—: No había otra opción.
—Ninguna —asintió Koda Dad—. Por tanto, ¿de qué te sirve lamentarte? Lo que está escrito, escrito está. Más bien deberías dar gracias por lo bueno en lugar de perder el tiempo en lamentaciones infructuosas por lo que no puedes tener. Hay muchas cosas deseables en la vida, además de la posesión de una mujer, o de un hombre: eso también debes saberlo. Si no fuera así, qué solitario y desolado sería el mundo para los muchos, los muchísimos, que, por mala suerte o por no ser favorecidos, o por alguna otra causa, nunca encuentran a ese alguien. Eres más afortunado de lo que piensas. Y ahora —agregó Koda Dad con firmeza—, hablaremos de otros temas. Se hace tarde y tengo mucho que decirte antes de marcharme.
Ash esperaba que Koda Dad hablara de conocidos comunes en los pueblos más allá de la frontera, pero, en cambio, habló del lejano Kabul, donde, como dijo, agentes y espías de los russ-log se habían hecho tan numerosos últimamente que en la ciudad se decía, en broma, que de cada cinco hombres que uno encontraba en la calle, uno era un sirviente del Zar, dos aceptaban sobornos de él y los otros dos tenían esperanzas de recibirlos. El emir, Shere Ali, sentía poco afecto por los británicos, y cuando Lord Northbrook, el gobernador general recientemente retirado, se había negado a brindarle una firme seguridad de protección, se había vuelto hacia Rusia, con el resultado de que durante los últimos tres años las relaciones entre Gran Bretaña y Afganistán se habían deteriorado en forma alarmante.
—Es de esperar que el nuevo lat-sahib-lat conseguirá un mejor entendimiento con el emir —dijo Koda-Dad—. De otra manera seguramente habrá una nueva guerra entre los afganos y el Raj… y la última que tuvimos debe de haber enseñado a ambos que ninguna de las dos partes obtendrá ventajas de este conflicto.
Ash observó con una sonrisa que según el tío de Kairi, el sahib Rao, no aprendía demasiado de los errores de sus padres y aún menos de los de sus abuelos, porque todos los hombres, al mirar hacia atrás, estaban convencidos de que actuarían mejor, y al tratar de probarlo terminaban cometiendo los mismos errores, u otros, que sus hijos y los hijos de sus hijos criticarían a su vez.
—Me dijo —explicó Ash—, que los ancianos olvidan, mientras que los jóvenes tienden a creer que los acontecimientos que ocurrieron antes de que ellos nacieran son historia antigua. Algo que ha ocurrido hace mucho tiempo y que naturalmente, fue mal manejado, considerando que todos los implicados (como puede verse al observar a los supervivientes) eran viejos decrépitos o tontos. En otras palabras, sus propios padres, abuelos, tíos y tías.
Koda Dad frunció el ceño ante la ligereza del tono, y dijo luego con cierta dureza:
—Puedes reírte, pero sería bueno que todos los que son como yo pudieran recordar esa primera guerra contra los afganos, y todos los que como tú y mi hijo Zarin Khan aún no habían nacido, consideraran ese conflicto y los resultados que tuvo.
—He leído sobre eso —replicó Ash con tono ligero—. No es una historia muy hermosa.
—¡Hermosa! —replicó Koda Dad con fastidio—. No, no fue hermosa, y todos los que participaron en ella sufrieron mucho. No sólo los afganos y los angrezis, sino también los sikhs, los jats y los punjabíes y muchos otros que sirvieron en el gran ejército que envió el Raj contra el padre de Shere Ali, el emir Vost-Mohamml. El Ejército logró una gran victoria, matando a gran número de afganos y ocupando Kabul, donde permanecieron dos años y sin duda esperaban permanecer durante muchos más. Sin embargo, finalmente fueron obligados a abandonarlo y a retirarse a las montañas… casi diecisiete mil personas entre hombres, mujeres y niños, de los cuales ¿cuántos crees tú que llegaron hasta Jalalabad? ¡Uno…! Sólo uno de esa gran multitud que salió de Kabul en el año en que nació mi hijo Awal Shah. El resto, excepto algunos a quienes el emir tomó a su custodia, murieron en los pasos, asesinados por las tribus que caían sobre ellos como lobos sobre un rebaño de ovejas, porque estaban debilitados por el frío: era invierno y nevaba copiosamente. Unos cuatro meses más tarde, mi padre tuvo oportunidad de pasar por allí, y vio sus huesos esparcidos a lo largo de muchos kilómetros entre las montañas, como si…
—Yo también —interrumpió Ash—, porque, todavía después de todos estos años, aún quedan muchos. Pero todo eso sucedió hace mucho tiempo, de manera que ¿para qué preocuparse por eso ahora? ¿Qué le sucede, Bapu-ji?
—Muchas cosas —respondió sucintamente Koda Dad—. La historia que acabo de contarte, por un lado. No es una historia tan antigua, puesto que muchos hombres que aún viven deben de haber visto lo que vio mi padre, y también ha de haber otros, mucho más jóvenes que yo, que tomaron parte en la gran matanza y más tarde relataron estas cosas a sus hijos y nietos.
—¿Y qué? No hay nada extraño en eso.
—No. Pero ¿por qué ahora, de pronto, y después de tantos años, la historia de la destrucción de ese ejército se cuenta de nuevo en todas las ciudades y los pueblos y las casas en Afganistán y las tierras que lo rodean? Yo mismo la he oído contar más de veinte veces en las últimas semanas; y no anuncia nada bueno, porque contarla crea una falsa seguridad, y alienta a nuestros jóvenes a pensar con desprecio en el Raj y a subestimar su poder y las fuerzas de sus tropas. Y hay una cosa curiosa: quien cuenta la historia generalmente es un forastero que pasa por el lugar. Quizás un comerciante, o un powindah, o un mendigo vagabundo; un hombre religioso en peregrinación o alguien que va a visitar a sus familiares de otra parte del país, y que ha pedido alojamiento por una noche. Esos forasteros cuentan bien la historia y la reviven en la mente de personas que la oyeron por primera vez hace diez, veinte o treinta años, y que casi la habían olvidado, pero que ahora vuelven a contársela unos a otros: y se enorgullecen de ella y no cesan de hablar del asunto. Últimamente he comenzado a preguntarme si no hay algo detrás de esto. Algún plan… o alguna persona.
—Por ejemplo, Shere Ali, o el zar de Rusia… —sugirió Ash— pero ¿por qué? A Shere Ali no le convendría embarcarse en una guerra con los británicos.
—Es cierto. Pero podría agradar a los russ-log si lo hiciera, porque se apresuraría a aliarse con ellos para poder luego solicitar su ayuda. Toda la frontera sabe que los russ-log ya han invadido gran parte del territorio de los khans, y si logran una plataforma firme en Afganistán, ¿quién sabe si algún día no la usarán como base para la conquista del Hind? Yo, por mi parte, no deseo que los russ-log remplacen al Raj… a decir verdad, hijo mío, preferiría que el Raj saliera de esta tierra y que el gobierno volviera nuevamente a las manos de aquellos a quienes pertenece por derecho: los nativos del país.
—Yo también —observó Ash con una sonrisa.
—¡Chut!, sabes muy bien a qué me refiero… a los hombres del Hind a quienes corresponde esta tierra que también perteneció a sus antepasados, no a conquistadores extranjeros.
—Tales como Bardur el mogol y otros seguidores del Profeta —sugirió Ash con malignidad—. Ellos también eran extranjeros que conquistaron la tierra de los hindúes, de manera que si el Raj se va, bien pudiera ser que aquellos cuyos antepasados poseían la tierra no expulsen a todos los musulmanes.
Koda Dad se revolvió con furia, y luego, al percibir la veracidad de la observación, se relajó y respondió con una risa tímida:
—Confieso que no lo había pensado. Sí, es cierto. Los dos somos extranjeros. Yo soy un pathan y tú… tú no perteneces a este país ni a Belait. Pero los musulmanes llegaron aquí hace muchos siglos, y el Hind se ha convertido en su tierra natal… por lo cual… —Se interrumpió, frunciendo el ceño, y agregó—: ¿Cómo hemos llegado a discutir estas cosas? Yo hablaba de Afganistán. Y me preocupa lo que está sucediendo al otro lado de la frontera, Ashok, y si fuera posible que dijeras algo a las autoridades…
—¿Quién… yo? —interrumpió Ash, y soltó una carcajada—. Bapu-ji, no hablas en serio. ¿Quién supones que me escucharía?
—Pero ¿acaso no hay muchos burras sahibs en Rawalpindi, sahibs coroneles y generales que te conocen y que te escucharían?
—¿A un oficial joven? ¿Y que no puede presentar pruebas?
—Pero yo mismo te he dicho que algunos hombres van de pueblo en pueblo en la zona de la frontera, relatando la historia de algo que sucedió mucho antes de que yo naciera.
—Sí, lo sé. Pero lo que cuenta otro no es una prueba. Necesitaría más que eso si espero que me crean… Mucho más. Si no ellos se reirían de mí, o, más bien, me darían una seria reprimenda por perder su valioso tiempo con rumores sin fundamento y sospecharían que trato de hacerme importante.
—Pero, sin duda —insistió Koda Dad desconcertado— tus superiores en Rawalpindi deben tenerte en gran consideración ahora que has realizado una misión difícil con honor, si no hubieran pensado bien de ti, jamás te habrían elegido para semejante misión en primer lugar.
—Se equivoca usted, padre mío —respondió Ash con amargura—. Sólo me eligieron porque les daba la oportunidad de enviarme lo más lejos posible de mis amigos, y de la frontera. Porque el indostaní es mi lengua materna y el trabajo requería a alguien que pudiera leerla y entenderla con facilidad. Eso fue todo
—Pero ahora que has regresado y te ha ido bien…
—Ahora que estoy aquí de nuevo deberán encontrar alguna otra forma de librarse de mí hasta que mi regimiento esté dispuesto a recibirme nuevamente. Hasta entonces tan sólo soy una molestia. No, Bapu-ji, lo mejor que usted podría hacer sería pedir a Awal o a Zarin que hablen con el sahib Battye o con el comandante. Al menos, a ellos les escucharán, y a mí no.
—¿Qué debo decir al sahib Battye? —preguntó la voz de Zarin a espaldas de ellos. No se habían oído sus pasos en la escalera de piedra, porque, como Fátima Begum no permitía usar calzado dentro de la casa, no hizo ruido alguno.
—¡Bilrah! Con la vejez me estoy volviendo sordo —comentó Koda Dad, molesto—. Menos mal que no tengo enemigos, porque hasta podría ser atacado por un recién nacido. No te oí llegar; y Ashok, que debió de haberte oído hablaba en voz tan alta que sus oídos estaban llenos del sonido de sus propias palabras tontas.
Zarin y Ash sonrieron. Este replicó:
—¡Dios mío, Bapu-ji, no eran palabras tontas! Sigo sin gozar del favor de las autoridades, tanto en Rawalpindi como en Mardan, y hasta que haya cumplido mi sentencia, no puedo esperar que mis palabras tengan ningún valor para ellos. Además, seguramente ya saben todo eso. Deben de tener espías en todas partes; y si no los tienen, deberían tenerlos.
—¿De qué hablan? —preguntó Zarin, sentándose junto a su padre—. ¿Cuáles son las cosas que ya deberían saberse?
—Tu padre me dice que hay problemas en Afganistán, y que teme que, a menos que se resuelvan en seguida, pueden conducir a una alianza entre el emir y los russ-log, lo cual, a su vez, conduciría a otra guerra.
—¡Bien! No nos vendría mal —aprobó Zarin—. Hemos estado ociosos demasiado tiempo y es hora de que nos den nuevamente una oportunidad de luchar. Pero si el sirkar teme que Shere Ali permita a los russ-log ejercer dominio en Kabul, o que las tribus les permitan ocupar el país, entonces no saben nada del emir y de su gente.
—Es verdad… es verdad —concedió su padre—. Y si este nuevo sahib-lat (se refería a Lord Lytton, quien había sucedido a Lord Northbrook como virrey y gobernador general), se mueve con cuidado, con paciencia y amistad y mucha sabiduría al tratar los problemas del emir y del pueblo de Afganistán, quizá todo vaya bien. Pero si sus consejeros continúan con la tendencia actual, estoy seguro de que terminaremos en una guerra. Aunque cuando era joven disfrutaba con la pelea y el peligro, ahora que soy viejo me doy cuenta de que no deseo ver pueblos incendiados ni cosechas perdidas, ni los cadáveres sin enterrar de los que alguna vez vivieron allí, convertidos en alimento para los zorros y los cuervos.
—Sin embargo, los mullahs (sacerdotes musulmanes) nos dicen que ningún hombre muere antes de su hora —respondió Zarin con suavidad—. Nuestros destinos están escritos.
—Puede ser —admitió Koda Dad con tono dudoso—. Pero hay otra cosa de la que últimamente no estoy tan seguro; porque ¿cómo pueden los mullahs… incluso el Profeta, leer la mente de Dios? Además… aún tengo tres hijos, porque considero a Ashok como un hijo, todos ellos jawans (hombres jóvenes; en lengua coloquial, también soldados) que sirven en un regimiento que estará entre los primeros que serán llamados a pelear si llega a haber otra guerra con Afganistán. Y aunque penséis que soy un tanto egoísta, prefiero que no pierdan la vida en plena juventud, sino que, como yo, vean crecer a sus hijos hasta convertirse en hombres y engendrar nietos; y cuando por fin mueran estén llenos de ánimo y satisfacción… como yo, su padre. Por tanto, me desespera oír los rumores que pasan de uno a otro lado de la frontera, y ver acumularse las nubes de la tormenta. Ahora bajemos, porque debo ver a mi hermana y también descansar un poco antes de que iniciemos el viaje de regreso.
Comieron juntos en un patio abierto, y luego subieron a presentar sus respetos a Fátima Begum y agradecerle su hospitalidad. La anciana señora los retuvo charlando durante más de una hora, antes de despedirlos para que pudieran dormir hasta medianoche; a esa hora, un sirviente los despertó, se levantaron y se vistieron. Salieron de la casa y se alejaron juntos a través de Attock hacia el puente de barcas.
Cuando desmontaron al llegar al puente, se abrazaron como suelen hacer los hijos y los hermanos en la zona de la frontera al encontrarse o al despedirse: sin palabras.
Ash ayudó a Koda Dad a montar nuevamente, tomó una mano del anciano entre las suyas, la oprimió contra su frente y la mantuvo allí durante un largo momento antes de dejarla y retroceder para permitir que los dos hombres siguieran adelante y cruzaran el puente.
El centinela de guardia en el puente bostezó largamente y encendió un cigarrillo barato de los que vendían en el mercado. Ash no se movió. Esperó hasta que los dos jinetes llegaron al lado opuesto del río, y cuando tomaron el camino, vio que el más alto de los dos levantaba una mano para despedirse y el otro detenía su caballo para mirar hacia atrás. A esa distancia era imposible distinguir sus rasgos, pero la luz de la luna era suficientemente brillante para adivinar el gesto familiar de admonición y Ash sonrió y levantó las dos manos en señal de aceptación. Vio asentir a Koda Dad como si estuviera satisfecho. Un momento después, padre e hijo siguieron adelante, y Ash los vio empequeñecerse hasta que llegaron a una curva en el camino a Peshawar donde fueron absorbidos por las sombras de las montañas.
—¿Entonces usted no va con sus amigos? —preguntó el centinela; por preguntar algo.
Por un momento, pareció que Ash no había escuchado la pregunta, pero luego se volvió y respondió lentamente:
—No… no, no puedo ir con ellos…
—Afsos (!Qué pena!) —se lamentó el centinela con sincera simpatía, y volvió a bostezar.
Ash le dio las buenas noches, montó en su caballo, y volvió solo a la casa de la Begum donde pasaría el resto de la noche y la mayor parte del día siguiente.
A la mañana siguiente, la anciana le mandó llamar y hablaron durante más de una hora… O, más bien, habló la Begum mientras Ash, separado de ella por la cortina de cañas, escuchaba, y de vez en cuando respondía una pregunta. El resto del tiempo estuvo solo. Y se sintió agradecido por ello, ya que le concedía un período de tranquilidad necesario en el que pensaría sobre lo que le había dicho Koda Dad con respecto a Anjuli; y cuando partió de la casa de la Begum poco después de salir la luna, se encontraba más animado y con mejor estado de ánimo que el que había experimentado durante mucho tiempo, y con el corazón más tranquilo. No apresuro a su caballo, sino que cubrió los noventa kilómetros a paso moderado. Tras haber cambiado sus ropas por otras más cómodas, llegó a la casa de descanso junto al camino de Murree mucho antes de que se ocultara la luna. La temperatura en la habitación era muy elevada y el punkah (ventilador rudimentario hecho con una cortina de tela o de juncos en movimiento) no funcionaba, pero pasó el día allí, y partió a la mañana siguiente hacia los pinos y la brisa de Murree. Wally se reunió con él un día después, y los dos llegaron a Cachemira por el camino del Domel y la garganta de Jhelum. Pasaron un mes acampando y cazando entre las montañas más allá de Sopore. Durante ese tiempo, Wally se dejó crecer la barba, y Ash, un impresionante bigote como el que usaban los soldados de Caballería.
Fue un amable interludio, porque el tiempo fue excelente y había inacabables temas de conversación. Pero aunque Ash, omitiendo siempre cualquier referencia a Juli, contó a Wally con cierto detalle su visita a la casa de Fátima Begum curiosamente, o tal vez de manera comprensible (considerando cuán preocupado estaba por sus problemas personales), no se le ocurrió mencionar la historia de Koda Dad sobre los problemas que se desarrollaban más allá de la frontera. Había dejado de pensar en eso porque, en realidad, no le había prestado demasiada atención: siempre había problemas en la frontera, y los asuntos de Afganistán no le interesaban tanto como los propios.
A mediados de julio, el tiempo cambió, y después de soportar tres días de lluvia torrencial y niebla impenetrable en una ladera de montaña, los excursionistas regresaron apresuradamente a Srinagar, donde armaron sus tiendas en un monte de chenares cerca de la ciudad. Luego gestionaron el regreso en tonga por el camino de carruajes, ya que no deseaban considerar la perspectiva de hacer largas marchas a pie en medio de las constantes lluvias.
Después de gozar del aire fresco y perfumado de pinos de las montañas, Srinagar les pareció desagradablemente caluroso y húmedo. La ciudad era un conjunto de casas sucias y semiderruidas, amontonadas y cruzadas por callejuelas sucias, o por estrechos canales que olían como cloacas abiertas, y que frecuentemente lo eran. Pero el lago Dal estaba repleto de flores de loto y de peces de distintos colores, y se bañaron y disfrutaron con las cerezas, los duraznos, las guindas y los melones que hacían famoso el valle, y visitaron Shalimar y Nishat… los encantadores jardines de placer que el emperador mogol Jeahanjir, hijo del gran Akbar, habían construido en las playas del Dal.
Pero muy pronto, como todas las épocas agradables, terminaron los días soleados y ociosos, y Ash y Wally volvieron a dar tumbos por el camino de carruajes a Paramullah en la entrada del valle, y desde allí a las montañas y a las lluvias torrenciales; pasando por las grandes gargantas de roca, y los bosques de pinos y cedros, por las calles de los pueblecitos de montaña, y por senderos que apenas eran cornisas estrechas en las laderas de las montañas que caían a pico hasta el río Jhelum noventa metros más abajo.
Les agradó volver a ver Murree, y poder dormir en camas secas y cómodas aunque Murree también estaba invadido por la niebla y la lluvia del monzón. Pero mientras avanzaban por las interminables curvas del camino de montaña, el cielo aparecía menos nublado y la temperatura comenzó a elevarse, y mucho antes de que llegaran al nivel de las llanuras ya sentían nuevamente el terrible calor de la estación.
Mahdoo ya había regresado de sus vacaciones en su pueblo natal de Mansera, más allá de Abbottabad y decía sentirse descansado y muy bien. Pero, aunque en su aspecto era el mismo, resultaba evidente que el largo viaje a Bhithor y el de regreso en lo peor del tiempo caluroso habían dejado su marca en él, y que, como Koda Dad Khan, comenzaba a sentir la edad. Le acompañaba un joven familiar: un chico agradable de dieciséis años con la cara marcada de viruela, quien respondía al nombre de Kadera y que en el futuro, según Mahdoo, llegaría a ser un buen cocinero:
—Porque ya que debo tener un «discípulo», prefiero elegirlo yo y no tener problemas con algún chokra (muchacho) que no sepa siquiera hervir agua, y que, por supuesto, ignore cómo preparar una burra-khana.
El bungalow olía a humedad y a petróleo de la lámpara, y sobre todo a flores, que el mali (jardinero) había colocado en todos los jarrones en grandes ramos. Había un montón de cartas en la mesa del vestíbulo, la mayor parte de Inglaterra y dirigidas a Wally. Dos, que no estaban escritas en inglés, eran para Ash. Ambas habían sido enviadas más de seis semanas atrás y describían las ceremonias y los festejos que habían acompañado la coronación del nuevo maharajá de Karidkote. Una era de Kaka-ji y la otra de Mulraj, y ambos agradecían nuevamente a Ash los servicios prestados a «su maharajá y al Estado» y le enviaban mensajes de Jhoti, quien parecía estar muy bien y deseaba saber cuándo podría visitarlo el sahib en Karidkote. Pero, aparte de la referencia a «sus servicios», no hubo mención alguna de Bhithor.
«Bien, ¿qué esperaba yo?», pensó Ash, doblando las hojas de papel escritas a mano. En lo que se refería a Karidkote, el capítulo estaba terminado, y no tenía sentido volver atrás las páginas cuando había tantas cosas en que ocuparse en el futuro. Además, en la India el correo era aún muy lento e inseguro, y la distancia entre los Estados de Karidkote y Bhithor era más o menos la misma que la que separa Londres de Viena o Madrid. También era improbable que el Rana, habiendo fracasado en estafar al fallecido maharajá, deseara mantener correspondencia con su sucesor o alentara a hacerlo a las hermanas de Jhoti.
Aquella misma noche, la primera después de haber regresado de permiso, Wally sugirió que fueran al club a reunirse con algunos amigos y a oír las últimas noticias del lugar, pero, como Ash prefirió quedarse para conversar con Mahdoo, fue solo… y volvió dos horas más tarde con un invitado inesperado: Wigram Battye, quien también había regresado del permiso.
El teniente Battye había estado cazando en la frontera de Poonch, y Wally, que se encontró con él en el Mall y se enteró de que pensaba pasar un par de días en Pindi, insistió en que estarían mucho más cómodos en su bungalow que en el club, lo cual no era totalmente cierto, y lo trajo como un gran triunfo. Porque, aunque Ash seguía ocupando el primer lugar en los afectos de Wally, Wigram ocupaba el segundo, no sólo porque era un oficial simpático y popular, sino porque su hermano mayor, Quentin, muerto en acción durante el Gran Levantamiento, ocupaba un lugar especial en el aprecio de Wally.
Quentin Battye había tomado parte en la famosa marcha hasta las afueras de Delhi cuando los Guías, en lo peor de la época calurosa, cubrieron casi novecientos kilómetros en veintidós días, arrasando a un pueblo rebelde por el camino, y entrando en acción media hora después de su llegada a la colina de Delhi, a pesar de que habían cubierto cuarenta y cinco kilómetros desde el amanecer. Esta batalla fue la primera y la última de Quentin. Recibió heridas mortales, «noble Battye, siempre al frente», escribió el capitán Daily en su Diario de aquella noche y murió horas después murmurando con su último aliento las palabras de un famoso romano: Dulce et desorum est, pro patria mori.
Wally, que era también un patriota y un romántico, quedó conmovido por la historia y aprobaba totalmente el sentimiento que transmitía. Él también consideraba que morir por su país sería algo bueno y espléndido, y a sus ojos los hermanos de Quentin, Wigram y Fred, que ahora servían en los Guías, estaban teñidos de los reflejos de su gloria, y que también eran lo que él llamaba «tipos extraordinarios».
Wigram, por su parte, había tomado simpatía a Walter Hamilton desde la primera vez que se encontrara con él año y medio antes, lo cual no era poco tributo para el carácter y la personalidad de Wally, considerando que el encuentro había sido preparado por Ash, a quien Wigram consideraba demasiado salvaje… Para no mencionar el hecho de que el joven Hamilton obviamente lo consideraba como una especie de héroe en lugar de un oficial joven muy difícil e insubordinado, quien, en opinión de sus superiores (que incluían al teniente Battye), había tenido mucha suerte en lograr que no le dieran de baja.
En esas circunstancias, habría sido lógico que Wigram decidiera mantenerse apartado del protegido de Pandy Martyn. Pero no le costó mucho tiempo darse cuenta de que no había nada de sumisión en la actitud del oficial más joven hacia Ashton, y que su admiración por él no significaba que trataría de emular sus hazañas. La cabeza de Walter podía estar en las nubes, pero sus pies pisaban firmemente el suelo, y tenía ideas propias.
«Un buen muchacho —pensó Wigram—. Sería un excelente oficial de frontera, y alguien a quien los hombres seguirían a cualquier parte porque siempre estará al frente… como Quentin». Wigram trataba de ver a menudo al teniente Hamilton siempre que iba a Rawalpindi por obligación o por placer, y había hablado tan bien de él al comandante en jefe y al segundo comandante, que en gran medida se debió a sus esfuerzos el que se le ofreciera a Walter una plaza en el Cuerpo de Guías.
Ash percibía que Wigram, como soldado consagrado, lo juzgaba con cierta desaprobación, y aunque estaban en relaciones tolerablemente amigables, Wigram disfrutaba más de la compañía de Walter, quien lo hacía reír, relajarse y comportarse como si también él fuera un joven teniente.
Al verles bromear y conversar, Ash se sentía agradecido por la presencia de Wigram, aunque en otros momentos habría sentido celos de la clara admiración de Wally por Wigram y por el hecho de que era evidente que durante los ocho meses de su ausencia se habían visto con frecuencia y se habían hecho amigos. Pero no se sentía muy feliz en estos últimos días en el bungalow, con las habitaciones llenas de objetos que le recordaban la partida de Wally y la soledad que vendría después, y la presencia de Wigram no sólo contribuiría a que el tiempo pasara más rápido, sino que aliviaría el dolor de separarse del único amigo verdadero que había tenido entre los hombres de su raza.
También ayudaría a Wally, ya que Wigram se, marcharía el mismo día y viajarían juntos, lo cual no sólo significaba que Wally tendría un compañero de viaje sino que llegaría a Mardan en compañía de uno de los oficiales más populares del Cuerpo. Eso le proporcionaba una circunstancia favorable, y su propia personalidad atractiva, junto con los informes que Zarin habría llevado a su regreso, harían el resto.
Ash no temía por el futuro de Wally en los Guías: el muchacho había nacido con buena estrella y algún día alcanzaría gran renombre. La fama que Ash alguna vez había imaginado que podría lograr para él.
El bungalow quedó muy silencioso después de la partida de Wally, ya no se oyeron más himnos marciales desde el baño por las mañanas. También parecía intolerablemente vacío… vacío y demasiado grande, y muy deteriorado.
Ahora le parecía sórdido y poco acogedor, y el olor a humedad, a polvo y a ratones lo invadía como una activa ofensa. La habitación que había sido el despacho y dormitorio de Wally ya parecía haber estado desocupada durante años, y la única prueba de que Wally había dormido y trabajado allí era un trozo de papel que parecía ser parte de una lista de ropa para lavar.
La mañana había sido oscura y nublada, y ahora un ráfaga de viento, precursor de una de las violentas tormentas con lluvia del monzón que anegaban periódicamente las llanuras, barrió la habitación desierta e hizo volar los chiks (cortinas de cañas) y trajo con ella una nube de polvo y de hojas secas de neem de la galería. Hizo volar el trozo de papel, la única reliquia de Wally, hasta cerca de los pies de Ash, quien se inclinó a levantarlo, lo alisó y vio que no era una lista de ropa para lavar. El poeta había escrito algunas rimas…
«Divino, vino, vino…»
¿Qué más?, se preguntó Ash, divertido. ¿A quién estarían dirigidas aquellas palabras? Algún día conocería a la muchacha que había atraído las fantasías de Wally. «En realidad, se divierte cortejando a las muchachas bonitas —pensó Ash—, escribiendo poemas para quejarse de su crueldad, o elogiar sus cejas o sus tobillos o la forma en que se ríen, pero eso es todo, porque lo que realmente lo enamora es la gloria. La gloria militar. Dios le ayude. Mientras no se libere de eso, ninguna muchacha tiene la menor probabilidad con él. ¡Ah! Bueno, tendrá que superarlo uno de estos días: y yo también, supongo».
Dio la vuelta al trozo de papel y descubrió que en el otro lado había un ejercicio en lengua persa. Evidentemente, Wally había estado traduciendo un párrafo del Génesis a esa lengua, y a Ash se le ocurrió que este fragmento de papel arrugado proporcionaba una idea del carácter del muchacho, y que era una evidencia de su religiosidad, sus intentos de escribir poesía, sus ligeros devaneos y su firme determinación de aprobar el último examen de lengua con honores. La traducción resultó ser sorprendentemente buena, y al leer el agraciado alfabeto persa, Ash se dio cuenta de que Wally debió de haber estudiado mucho más de lo que él pensaba…
«Puso una marca sobre Caín, para evitar que cualquiera que lo encontrara lo matase. Y Caín fue a la presencia del Señor, y vivió en la tierra de Nod, al este del Edén…». Ash se estremeció, hizo una bola con el papel y la arrojó como si le hubiera mordido. A pesar de su educación, creía en ciertas supersticiones y en los malos augurios. Pero Koda Dad había hablado de problemas en Afganistán y había sido perturbado por la posibilidad de otra guerra afgana, porque las fuerzas de la frontera serían las primeras en entrar en liza, y Ash sabía que entre los hombres en la zona de la frontera, y en toda Asia Central, se creía que la llanura de Kabul era la tierra de Caín… el mismo Nod que se encuentra al este del Edén… y que los huesos de Caín están enterrados bajo una colina al sur de la ciudad de Kabul, que se dice que él fundó.
La relación era lejana, y el hecho de que Wally hubiese elegido ese párrafo en particular para traducirlo, difícilmente podía considerarse una coincidencia, porque en los últimos tiempos había estado leyendo las Memorias del primer emperador mogol, Tarbur, el Tigre, y al enterarse de la leyenda, sin duda se había interesado lo suficiente como para buscar la historia en el Génesis, y luego usarla como ejercicio de traducción. No había nada notable en todo esto, decidió Ash avergonzado de su estremecimiento supersticioso. De todas maneras, deseaba no haber leído el papel, porque esa parte de él que siempre sería Ashok lo veía como un mal augurio, y todo el escepticismo occidental de los Pelham-Martyn o los años en un colegio inglés no lograrían convencerlo de que esto era absurdo.
Una segunda ráfaga arrastró la bolita de papel bajo la cortina de juncos y por la galería, y luego al patio, con lo cual se perdió la última huella de la presencia de Wally, y mientras Ash cerraba la puerta para que no siguiera entrando el viento, cayeron las primeras gotas de lluvia y un momento después el día se oscureció y se llenó del ruido del agua que caía.