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—Dos días más tarde, y si los dioses nos acompañan, estaremos durmiendo nuevamente en nuestras camas —comentó Mulraj.

—Dos días más. Sólo dos días más —repitió Jhoti—. Dentro de dos días entraré en la ciudad… mi propia ciudad… y en mi propio palacio, y toda la gente gritará vivas cuando pase. Y después de eso realmente seré maharajá.

—Su Alteza lo es desde la muerte de su hermano —replicó Mulraj.

—Lo sé. Sólo que no siento que lo soy. Pero cuando esté de regreso en mi propio Estado lo sentiré. Quiero ser un gran rey. Mucho mejor que Nandu.

—Eso no será muy difícil —observó irónicamente Mulraj.

«Dos días más…», pensó Ash y deseó poder compartir el alivio de Mulraj y el entusiasmo de Jhoti.

La larga travesía desde el Sur estuvo notablemente libre de incidentes. Considerando el calor implacable que les había forzado a avanzar sólo entre el anochecer y la salida del sol, y descansar lo que pudieran durante el día abrasador, tardaron menos tiempo que lo que cualquiera de ellos esperaba, porque aunque el trayecto fue una tortura para todos, y no menos para los caballos y especialmente para Mahdoo, quien se negó rotundamente a que le dejaran atrás, a pesar de que, además de ser mayor que los otros, no era muy buen jinete.

La única persona que disfrutó de todos los momentos del viaje fue Jhoti. Todos estaban ansiosos por él y trataban de no ir a un ritmo demasiado rápido, pero al chico parecía sentarle bien el calor y el ejercicio físico… tanto que en ciertos momentos su buen humor hacía que Ash se sintiera como un viejo de cien años, aunque en general disfrutaba de la activa compañía de Jhoti y de su conversación desenfadada y soportaba la interminable oleada de preguntas con gran paciencia. El chico había perdido sus temores junto con su aspecto regordete y se había convertido en una persona diferente del niño miedoso a quien Biju-Ram había ayudado a «escapar» de Karidkote. Ash pensó, mientras lo observaba y le escuchaba, que probablemente los súbditos de Karidkote serían muy afortunados con su nuevo gobernante.

Al acercarse al final del viaje, Ash se dio cuenta de que él mismo no tenía ningún deseo de volver a ver a Gulkote, como parecía que seguían llamando al reino, y menos aún de entrar en el Hawa Mahal.

Nunca había tenido deseos de volver allí, porque siempre tuvo la convicción de que sería insensato hacerlo mientras viviera la nautch, y en cualquier caso sus recuerdos del lugar eran de todo menos agradables. Sus primeros años en la ciudad fueron felices, pero luego se ensombrecieron con la miseria, miedo y humillación de los que siguieron en el Hawa Mahal y aunque, incluso en esa época tuvo compensaciones, en general recordaba al Palacio de los Vientos como una prisión de la que había escapado justo a tiempo para salvar la vida, y a Gulkote como un lugar de donde él y Sita habían huido en la noche en medio del terror de la captura y la muerte.

Ya no quedaba nada que le resultara atractivo para hacerle volver… aparte de unos picos nevados a los que solía recitar sus plegarias y el recuerdo de una niñita cuya devoción lo había consolado en cierto grado por la pérdida de su mangosta domesticada y la perspectiva de volver, precisamente ahora, había comenzado a llenarlo de algo parecido al pánico. Pero, como no había forma de evitarlo, tendría que ser fuerte y aceptar la situación, y si Kaka-ji tenía razón al decir que el pasado era el último refugio de los derrotados cuanto antes se enfrentara con él y lo contemplara, mejor.

Ahora, las llanuras fértiles habían quedado atrás y se encontraban en tierra desértica: una región áspera y desolada de piedras, riscos y hondonadas, donde crecía poca vegetación, excepto espinos y matorrales. Pero frente a ellos estaban las montañas, y detrás, las colinas, que ya no eran una barrera borrosa en el horizonte, sino que aparecían cercanas, azules y sólidas; y a veces el aire caliente cargado de polvo, traía un olor limpio de pinos, y al amanecer, o al llegar la noche, Ash veía los picos nevados del Dur Khaima.

Este era el país al que Sita le había traído después de escapar de Delhi en el año negro del Gran Levantamiento. Pero aquellos días no había camino, y Deenajung, entonces se llamaba Deena, consistía en media docena de cabañas de barro amontonadas en el único lugar plano entre las llanuras y el río que formaban el límite sur de Gulkote. Sin embargo, a pesar de su entorno poco hospitalario, Deenajung era ahora una ciudad pujante, porque cuando se unieron los territorios de Gulkote y Karidarra, en el reinado del padre de Lalji, el Gobierno envió a un Residente británico para aconsejar a Su Alteza sobre asuntos de finanzas y política, y luego construyó un camino a través de las tierras desérticas y un puente de barcas en el río. La construcción de caminos trajo prosperidad a los veinte o poco más habitantes de Deena, quienes vieron crecer su diminuta aldea hasta convertirse en una ciudad bastante grande. Ash, mirando a su alrededor, ya no se sorprendía de no haber reconocido, en el otoño anterior, las fronteras de Gulkote mientras avanzaba por el amplio camino bien apisonado al dirigirse a tomar el mando de una comitiva nupcial de un Estado cuyo nombre no le era familiar, porque las montañas estaban ocultas por la niebla y las nubes.

Hoy, por primera vez desde la partida de Bhithor, levantaron el campamento al amanecer en lugar de hacerlo con el crepúsculo, y cabalgaron de día. El termómetro aún registraba una elevada temperatura a mediodía, pero la noche anterior había sido agradablemente fresca y ahora Deenajung estaba casi a la vista, podrían haber llegado allí antes de medianoche, pero acordaron no apresurarse, sino montar las tiendas al oscurecer, y dormir por primera vez en muchos días a la luz de las estrellas.

Se levantaron al amanecer, descansados, se bañaron, dijeron sus plegarias y tomaron un frugal desayuno. Después enviaron a un mensajero para anunciar su llegada, se vistieron con sus mejores ropas, como correspondía a la escolta de un maharajá, y entraron en Deenajung a paso lento. Allí se encontraron con el oficial del Distrito y una delegación de ciudadanos importantes, y lo que parecía ser toda la población de la ciudad, ansiosa por presenciar cualquier forma de tamarsha.

Había varios rostros conocidos en la delegación que esperaba: hombres que habían presentado cuentas o quejas cuando Ash estuvo por última vez en Deenajung. Pero el oficial del Distrito no figuraba entre ellos: aparentemente, el Sahib Carter había sufrido otro ataque de malaria al llegar el tiempo caluroso, y estaba con permiso por enfermedad en Mulree. Su sustituto, un tal Morcombe, informó a Ash que el Residente británico, junto con los miembros de su personal y por lo menos cincuenta nobles de Karidkote, esperaban para recibir al nuevo maharajá en un campamento instalado en el lado más lejano del puente de barcas, donde se había dispuesto que Su Alteza pasara la noche. La entrada en la capital tendría lugar al día siguiente, pero, lamentablemente, el capitán Pelham-Martyn no podría presenciarla porque se le ordenaba regresar de inmediato a Rawalpindi.

El oficial del Distrito le entregó una carta que lo confirmaba, y en la que deploraban algo que pensaban representaría una desilusión para Ash.

—¡Qué mala suerte! —comentó el oficial del Distrito mientras tomaban un vaso de cerveza del lugar—. Es lamentable, haber traído a ese chico durante, todo ese largo camino y luego no poder presenciar el espectáculo, y ¿quién sabe si cuando llegue usted a Pindi no le dicen que no había necesidad de apresurarse tanto? —Ash pensaba que era muy probable que fuera así, y estaba profundamente agradecido al responsable de la orden de retorno. Sin embargo, por cortesía, hizo lo posible por parecer desilusionado, aunque no lo suficiente como para estimular a Jhoti a que insistiera en que se quedara.

—No. Su Alteza puede enviar un lar al sahib jun-i-lat, solicitando que me quede aquí —respondió Ash con firmeza—. O al virrey o al gobernador del Punjab. De nada serviría. Sé que es usted un maharajá, pero yo sigo siendo un soldado, y como le dirá Mulraj, un soldado debe obedecer las órdenes de sus oficiales de mayor rango. Los sahibs generales de Rawalpindi han ordenado mi regreso, y, a pesar de que Su Alteza desea que me quede, no puedo desobedecerlos. Mas espero que me escriba y me cuente las ceremonias y los festejos, y prometo que le escribiré lo más a menudo que pueda.

—Y me visitarás también —insistió Jhoti.

—Y le visitaré también —asintió Ash, esperando que le fuera perdonada esa mentira… si era mentira. Quizá no lo fuera. Acaso algún día sentiría de otra manera sobre el regreso a Gulkote y el Hawa Mahal, y si era así…

Ash se despidió, y al hacerlo se dio cuenta de que les echaría de menos a todos: a Mulraj y a Jhoti, a Kaka-ji y a Gobind… y a muchos otros… No sólo recordaría a Juli en los años que siguieran.

—Espero que volveremos a vernos muchas veces —dijo Mulraj—. Usted vendrá con chutti (permiso) y saldremos a cazar con halcón en las llanuras y lo pasaremos bien en nuestras montañas. Y cuando yo sea viejo, y usted un sahib general, aún nos encontraremos y hablaremos de los viejos tiempos juntos. Por tanto, no le digo «adiós», sino «vuelva pronto».

En el campamento, Ash era el único europeo, y, como nadie hablaba su idioma, a veces podía olvidar que era un feringhi. Pero no podría olvidarlo en Karidkote; especialmente porque allí había un Residente británico, asistido por numeroso personal de europeos y posiblemente por una guardia de tropas británicas. También habría muchos hindúes viejos y ortodoxos que desaprobarían que Ash fuese tratado con la familiaridad de que gozaba en el viaje, e inevitablemente sus relaciones con Jhoti y Mulraj se resentirían. La camaradería del campamento sería remplazada por cortesía, y muy probablemente, todos sentirían alivio cuando él se marchara… Y eso no le gustaba.

No, era mucho mejor marcharse y que ellos siguieran pensando de él con afecto, como alguien que habían conocido y querido, y que esperaban volver a ver algún día. Y luego quizá, cuando Ash fuese viejo… cuando todos fueran viejos y nada importara mucho ya porque la vida estaría casi terminada y sus partes malas olvidadas… podría volver a hacerles una breve visita para hablar de los tiempos pasados con cualquiera que los recordara. Y para hacer una última ofrenda al Dur Khaima.

Más tarde, cuando la luz comenzó a disminuir y le rodearon las primeras sombras de la noche, se detuvo y se volvió a mirar las montañas que ya estaban en penumbras y mostraban un tono intensamente violeta contra el color violáceo del cielo que oscurecía. Un grupo de picos aún estaba iluminado por el atardecer. La cima del Dur Khaima, rosada en el crepúsculo… Los pabellones lejanos… el color cálido se esfumaba poco a poco, y un pico tras otro pasaron del rosa al lavanda hasta que finalmente sólo el Tara-Kilas, «la torre de las estrellas», seguía iluminado. Luego, finalmente, también quedó a oscuras, toda la cadena perdió la nitidez de su silueta y se mezcló con la noche brillante de estrellas.

Los recuerdos le invadían, le ahogaban; y, casi sin darse cuenta, desmontó, y juntando las palmas como hacía mucho tiempo atrás, inclinó la cabeza y repitió la vieja plegaria del balcón de la Reina que pide perdón por «los tres pecados debidos a las limitaciones humanas».

… tú estás en todas partes —murmuró Ash—, pero yo te adoro a ti: tú no tienes forma, pero a ti te idolatro en estas formas: no necesitas elogios; sin embargo, te ofrezco estas plegarias y salutaciones…

La primera brisa de la noche suspiró entre los matorrales y le trajo el aroma de pinos y de humo. Volviendo a montar, dirigió su caballo lentamente para reunirse con Mahdoo y Gul Baz y Kulu-Ram, el syce, quienes se habían adelantado, y seguramente ya habían elegido un lugar para montar las tiendas y comenzar a preparar la cena.

Si hubieran viajado con tanta rapidez como durante el regreso de Bhithor, habrían llegado a Rawalpindi en menos de una semana. Pero, en opinión de Ash, ya no había necesidad de apresurarse, y como la temperatura en las llanuras nunca baja de cuarenta y cinco grados durante el día y cuarenta en la parte más fresca de la noche, aparte de que Mahdoo estaba muy cansado de viajar a caballo, avanzaban a paso lento, levantándose a las dos de la madrugada para cabalgar hasta la salida del sol, momento en que establecían campamento y descansaban hasta la misma hora del día siguiente.

De esta manera, a un promedio de no más de treinta y cinco kilómetros por día, recorrieron la última etapa del viaje. Y al amanecer del último día de mayo llegaron a Rawalpindi, donde Ash encontró a Wally esperándole, como había esperado cada mañana durante los últimos ocho días, junto al tercer mojón en el camino de Pindi-Jhelum.

Ash había permanecido ausente durante ocho meses; durante este período, tal vez había hablado inglés media docena de veces a lo sumo, y el resto habló, pensó y soñó en la lengua de su madre adoptiva, Sita.

Pindi, en junio, es un lugar para escapar de él. El calor, el sol y el polvo lo transforman en un infierno, y los que están atados a una oficina o a las barracas y al campo de ejercicios suelen padecer una tediosa variedad de enfermedades producidas por el calor que van desde la insolación hasta las fiebres contagiadas por ciertos insectos.

—¿Cómo se siente uno al volver a ser un pobre teniente después de pavonearse como un gran capitán al mando de millares de personas? —preguntó Wally curiosamente.

—Es aburrido —respondió Ash—. Aburrido, pero tranquilo. ¿Cuántos pares de calcetines me llevaré?

Había pasado casi una semana desde el regreso de Ash y se preparaba para partir otra vez, pero ahora con permiso. Se había presentado en el cuartel general, donde rindió un breve informe de su misión y una descripción detallada de la mala conducta del Rana ante el coronel Dorton, cuyo hábito de dormir durante las horas de oficina le había valido el apodo de Marmota. El coronel, de acuerdo con su costumbre, permaneció durante toda la entrevista con los ojos cerrados, y sólo los abrió(tras guardar silencio durante dos minutos) para mirar vagamente a la distancia y comentar que el señor Pelham-Martyn debía presentarse en el departamento del general ayudante, donde el mayor Boyle le encargaría alguna nueva misión. Pero la predicción hecha por el oficial del Distrito de Deenajung resultó correcta. No había ninguna razón especial para volver a llamar a Ash. El mayor Boyle había tenido un grave ataque de disentería y en el departamento del general ayudante nadie más parecía haber oído hablar del teniente, últimamente capitán, Pelham Martyn ni tenía ninguna orden para él. Lo mismo habría sido que no regresara, y aparte de privarle del grado honorario que había tenido durante los últimos ocho meses (y enviar un memorándum a esos efectos a la Pagaduría) nadie parecía saber qué hacer con él. Ash pidió que se le permitiera volver a su regimiento, pero le respondieron un poco bruscamente que esa era una decisión que correspondía al comandante de Guías, quien le llamaría cuando lo creyera conveniente.

En general, fue un regreso deprimente; si no hubiera sido por Wally, Ash habría renunciado de inmediato a su comisión y se habría ido a explorar el Tíbet o a alistarse en algún buque de carga… haciendo cualquier cosa que lo alejara de la monotonía de la vida del acantonamiento y le permitiera calmar la inquietud que le invadía desde que viera por última vez a Juli, frente al Palacio de las Perlas, en Bhithor. La rapidez del viaje por Rajputana y el Punjab hasta Deenajung calmó temporalmente esa ansiedad, pero aquí, en Rawalpindi, donde había poco o nada que hacer, volvió a atormentarle, y sólo la alegre presencia de Wally y su vivo interés en todos los detalles de la aventura Karidkote-Bhithor le tranquilizaban en parte.

Ash volvió a contar a Wally la historia que había despertado tan poco interés en el soñoliento coronel Dorton, pero esta vez con más detalles y suprimiendo algunas cosas, aunque no dijo la verdad sobre Juli, y, lo cual era extraño, no menciono el hecho de que Karidkote había resultado ser el Gulkote de su infancia. Ni con su amigo más íntimo hablaría (ni podría hablar) sobre Juli, y si hubiera podido eliminarla totalmente de la historia lo hubiese hecho. Como eso era imposible, se refería a ella cuando era indispensable, y como si en lugar de un individuo fuera un problema abstracto que debía resolverse entre el gobernante de Bhithor y Ash. Pero ni él mismo se explicaba por qué guardaba silencio sobre el otro asunto. Al fin y al cabo, era lo más sorprendente de toda la historia, y Wally, que ya sabía de aquellos tempranos años de Gulkote, habría estado encantado de enterarse de que el Estado de Karidkote era el mismo lugar que Ash le había descrito hacía un año una noche de luna, en las noches de Taxila.

Pero Ash se guardó esa información vital, y sin ella el relato de la muerte de Biju-Ram perdía gran parte de su importancia. El resto no presentaba problemas especiales y Wally escuchó e hizo preguntas con tanta avidez como Jhoti y con el mismo entusiasmo.

Comparadas con estas atractivas aventuras, Wally declaró que sus propias hazañas durante el mismo período habían sido deplorablemente inútiles. Como era de suponer, se había enamorado de varias jóvenes encantadoras, había escrito una gran cantidad de poesía mala, se había fracturado una vértebra jugando al polo y había perdido el sueldo de un mes entero en una sola noche de póquer. Pero se guardaba para el final la noticia más importante. Había sido promovido del empleo de teniente, y le habían ofrecido y él había aceptado una comisión en los Guías, a los que se incorporaría en agosto.

Después de las felicitaciones, Wally agregó que había retrasado disfrutar de permiso esperando que Ash volviera a tiempo para que los dos lo pasaran juntos.

—Porque, por supuesto, ya tienes derecho a pedirlo. No has disfrutado de permiso desde el verano pasado, de manera que, sin ninguna duda, te lo concederán si pides ahora un par de meses.

Esto no se le había ocurrido Ash, en gran parte porque sentía que había disfrutado de una hermosa forma de licencia durante por lo menos dos tercios del tiempo transcurrido en el campamento de Karidkote, y pedir más le parecía una extorsión. Pero, teniendo en cuenta el hecho de que el departamento del general ayudante no parecía tener órdenes para él y el mayor Boyle seguía enfermo, no veía ningún inconveniente en pedirlo. Lo peor que podía suceder era que se lo negaran, pero tal vez recibirían bien la posibilidad de librarse de él durante algún tiempo más.

Por tanto, pidió de inmediato un permiso de seis semanas, y lejos de negárselo, le dijeron que podía tomar ocho… las dos semanas extra se las concedían como bonificación, considerando el hecho de que había estado trabajando constantemente durante un período que incluía el Año Nuevo y las Navidades y la Semana Santa y la festividad hindú de Diwali, y la celebración musulmana de Id-Ul-Fitre. Ash no se sintió particularmente agradecido por las dos semanas extra hasta que descubrió que la prohibición de entrar en la provincia de la frontera noroeste seguía vigente, porque significaba que no podía visitar Mardan y que, a menos que lograra obtener unos días de permiso y trasladarse a Rawalpindi, tal vez no lo vería durante un año más… quizá más tiempo si el comandante de los Guías decidía que sería mejor prolongar la prohibición por un período más largo.

Ash volvió al bungalow a contar las noticias a Wally y a escribir tres cartas: una para el comandante coronel Jenkins pidiendo que le permitiera volver a su unidad, otra a Wigram Battye, rogándole que apoyara su petición y la tercera a Zarin. El coronel Jenkins estaba con permiso y no pudo contestarla, pero su segundo le contestó que la solicitud de Ash había sido tenida en cuenta, y que seguramente recibiría la comprensiva consideración del comandante cuando este volviera a Mardan, mientras que Wigram, en una carta amistosa llena de noticias sobre el regimiento, prometía hacer todo lo posible para que pronto llamaran a Ash. Zarin no escribió, pero envió un mensaje verbal transmitido por un tratante de caballos, que ambos conocían bien, y que se encontró con Ash en cierta casa de las afueras de Attock.

—El Resaidar, Zarin había sido ascendido, no puede tomar su chutti en este momento —explicó el comerciante en caballos—, pero, como está permitido que se ausente por un día, saldrá al anochecer del próximo viernes, y si todo sale bien, llegará a Attock a medianoche. Si esto no fuera conveniente, el sahib sólo deberá enviar un tar.

El mensajero hizo el saludo oriental y estaba a punto de retirarse cuando recordó algo y volvió a decir:

¡Chut! Casi me olvidaba: Zarin-Khan me llamó para decirme que si el Sahib desea llevar a Ashok con él, todo puede arreglarse. ¿Es uno de los syces del sahib?

La pequeña ciudad de Attock se encuentra en la orilla este del Indo, y sólo hay que cruzar el río para entrar en la provincia de la frontera noroeste. Por tanto, era mejor que Ash no fuera visto allí, ya que podía parecer que intentaba desafiar la prohibición, lo cual en ese momento podía perjudicar fácilmente sus posibilidades de que le permitieran volver a los Guías en un futuro cercano. Sin embargo, como Zarin sólo disponía de un día, si podían encontrarse en Attock mejor que en Rawalpindi o en alguna casa a mitad de camino, tendrían más tiempo para estar juntos.

Wally solicitó su permiso tan pronto supo que se lo habían concedido a Ash, pero en tanto que a Ash se le dijo que podía disfrutado de inmediato, Wally sólo obtuvo permiso para partir diez días después y no antes.

—Probé todos los argumentos, pero el viejo estuvo inflexible —explicó Wally con tristeza—. Parece que ahora no pueden desprenderse de su muchacho de ojos azules, porque Johnnie Reeves ha elegido este momento para unirse a las filas de la gran mayoría.

—¿Ha muerto? —preguntó Ash, desconcertado.

—No. Disentería. Y van seis. No hay forma de evitarlo, de manera que pienso que es mejor que te vayas tú primero. Podemos encontrarnos tan pronto como yo salga de aquí.

En realidad, este programa era excelente para Ash, ya que le concedía libertad durante los días siguientes, y de esta manera no tenía que explicar sus planes de visitar Attock, ya que se trataba de algo que prefería no comentar con Wally. Los dos decidieron encontrarse en Murree y desde allí ir a pie a Cachemira; llevando solamente a un asistente de Wally, Tir-Paksh, y contratando otros sirvientes que pudieran necesitar, de manera que los que habían acompañado a Ash a Bhithor podían disfrutar de un permiso también.

Tanto Mahdoo como Gul Baz protestaron que no deseaban tomar chutti, pero finalmente se dejaron convencer. Ash encargó un asiento en la tonga del correo que iba hacia Abbottabad y fue a despedir a Mahdoo:

—Y cuando vuelvas, tomaremos un criado para ti, Chacha-ji. Alguien a quien puedes instruir, que aprenderá a cocinar tan bien que tú sólo tendrás que supervisarlo. Es hora de que trabajes menos.

—No es necesario —gruñó Mahdoo—. Todavía no estoy tan viejo como para no poder ganarme la vida. ¿O es que ya no está usted satisfecho conmigo?

Ash rio y le pidió que no dijera tonterías porque sabía que era indispensable.

Gul Baz y Kulu-Ram y los otros partieron a sus respectivos hogares aquel mismo día, y cuando cayó la noche Ash salió al Mall, llamó a una ekka que pasaba, e indicó al conductor que le llevara a una casa en el mercado de Rawalpindi donde debía resolver algunos asuntos. No volvió al bungalow hasta bastante después de medianoche. Unas cinco horas después de tomar el desayuno con Wally, salió en una tonga, con un modesto equipaje y la intención ostensible de ir a Murree.

Había varias casas de descanso en el camino a Murree, y Ash se detuvo en la menos frecuentada; después de pagar la tonga y elegir la habitación menos asfixiante, se tendió en la cama narwar y recuperó el sueño perdido. Se despertó en las últimas horas de la tarde con el ruido de dos jinetes que entraban en el lugar, fue a saludar a un amigo suyo, un tal Kasin Alí, cuyo padre poseía la mitad de las tiendas de telas en el mercado de Rawalpindi, y a quien parecía haber estado esperando.

Los dos hombres cambiaron unas cuantas palabras, y una vez que el segundo jinete desmontó, Ash tomó su caballo y dijo al khansamah de la casa de descanso que permanecería fuera durante un par de noches, pero que el sirviente de su amigo cuidaría de su equipaje y que debía proporcionarle cama y comida. El caballo llevaba un pequeño paquete atado en la parte posterior de la montura. Una vez que llegó a un lugar solitario, Ash se detuvo entre los primeros árboles que encontró para cambiar sus ropas por las que contenía el paquete antes de continuar el camino disfrazado de pundit de Cachemira.

Llegó a Hasan Abdal al anochecer, compró comida en un tenderete del camino y dejó descansar y pastar a su caballo mientras comía en una ladera cubierta de hierba desde donde se veía la tumba de Lalla-Nookh. Aún debía recorrer otros cuarenta y cinco kilómetros, pero, como Zarin sólo saldría de Mardan antes del anochecer, no debía apresurarse. Permaneció un rato junto a la sepultura, observando al caballo que pastaba cerca de él y viendo cómo disminuía la luz en las montañas lejanas mientras el cielo se llenaba de estrellas, hasta que por fin salió la luna en la oscuridad calurosa con olor a polvo. Cuando el camino estuvo iluminado por una luz de color hueso, pudo andar a paso más vivo, y el descanso y el aire fresco reanimaron de tal manera al caballo que condujo a Ash a la vieja casa en las afueras de Attock en menos tiempo del que había pensado.

La casa estaba rodeada por un jardín amurallado, y su propietario, la hermana de Koda Dad, Fátima Begum, era una viuda de edad avanzada que a menudo alojaba en su casa a sus sobrinos y a los amigos de estos, y no sería la primera vez que Ash se instalaba bajo aquel techo hospitalario. Aquella noche, la anciana señora ya se había retirado, pero tarde, y como el hombre que vigilaba la puerta dijo que el Risaidar-sahib Zarin Kahn aún no había llegado, Ash dejó su caballo para que lo llevaran al establo, y atravesó la ciudad dormida, pasando junto a los muros del gran fuerte de piedra del emperador Akbar que había vigilado la barcaza durante casi dos siglos. Los descendientes del primer hombre que trabajó allí aún seguían la tradición de sus antepasados, pero pronto desaparecerían, porque los ingleses habían construido un puente de barcas sobre el Indo y ahora el noventa por ciento del tránsito circulaba por allí. Ash se detuvo en una curva del camino desde donde podía ver el puente y se sentó con las piernas cruzadas en una zona de sombra a esperar a Zarin. A aquella hora había pocas personas en la calle, y excepto un centinela de guardia en un extremo del puente, sólo Ash parecía estar despierto y escuchando. La voz resonante del «padre de los ríos» que pasaba por la garganta de Attock llenaba la noche con sus rumores, pero el sonido de los cascos de los caballos se oía desde lejos, y los oídos de Ash lo captaron por encima de los sonidos del agua.

Cuando el ruido de los cascos se convirtió en un tamborileo hueco sobre las planchas de madera del puente, Ash vio que no venía un jinete, sino dos. Zarin, la posición de su cabeza y de sus hombros era inconfundible, había traído a alguien con él. Pero, a pesar del brillo de la luna, sólo cuando se acercaron mucho Ash se dio cuenta de quién era el otro jinete. Se puso en pie de un salto, corrió a abrazarse al estribo de Koda Dad con ambas manos y a tocar con la frente el pie del anciano.

—Vine a asegurarme de que estás bien, hijo mío —dijo Koda Dad, inclinándose para abrazarlo.

—Y también a oír noticias de lo que alguna vez fue Gulkote —agregó Zarin con una sonrisa, mientras desmontaba.

—También a eso —asintió Koda Dad en tono de reproche—. Pero he sentido temor por ti desde que supimos, demasiado tarde, a quiénes estabas escoltando a través del Hind. Si alguien te hubiese reconocido, podrías haber estado en peligro; es bueno comprobar que estás a salvo y bien.

Era como una bienvenida al hogar, pensó Ash, mientras caminaba por el camino iluminado por la luna con Zarin a un lado, y al otro Koda Dad cabalgando al paso. Después de los desiertos de Rajputana, el sonido mismo del río era refrescante y tranquilizador; y lo mejor era saber que estaba en compañía de dos personas con quienes podía hablar libremente de Gulkote, porque ambas habían estado tan íntimamente ligadas con su infancia que era muy poco lo que no sabían de ella.

Excepto ciertos hechos relacionados con Juli, no había nada que Ash no pudiera decirles sobre los acontecimientos de los últimos ocho meses; y eso solo, aparte de su placer en volver a verlos, le producía una enorme sensación de alivio. La necesidad de confesarse con alguien que pudiera entender totalmente las complejidades de su situación había crecido en él en las últimas semanas, aunque hasta pocos días atrás no se había dado cuenta de qué fuerte se había vuelto, o qué necesario era para la paz de su espíritu poder contarlo todo y librarse de dudas, culpa y ansiedades… y de muchos fantasmas.