31

Por tradición, los dos días siguientes se dedicaron a agasajar al barat. Pero en la mañana siguiente a la boda, Ash se excusó de asistir a las celebraciones y salió a cazar, acompañado por su syce, Kalu-Ram, y un shikari local.

Al volver fue recibido por un mensajero que había llegado más temprano aquel día y que le esperaba en la puerta de su habitación.

El hombre había recorrido muchos kilómetros y dormido poco en los últimos días, pero, aunque aceptó que le sirvieran comida, se negó a descansar hasta haber entregado la carta al sahib en su propia mano, ya que le habían dicho que se trataba de un asunto de extrema urgencia. La hubiese entregado ya, explicó, si alguien le hubiera dicho en qué dirección se había marchado el sahib.

El sobre que presentó tenía gruesos sellos y, al reconocer la escritura, Ash se preocupó. Se sentía culpable del tono de su última carta al Oficial Político, y esperaba una severa reprimenda. Aunque eso no sucediera, cualquier comunicación del mayor Spiller sería deprimente, y Ash se preguntó qué le indicarían hacer o no hacer esta vez. Bien, fuera lo que fuese, era demasiado tarde, porque la boda había terminado y el precio por las novias ya se había pagado.

Despachó al mensajero, y después de entregar su rifle a Gul Baz y un par de perdices a Mahdoo, fue con la carta junto a la lámpara, y rompió los sellos con el pulgar. El sobre contenía una sola hoja de papel, que Ash contempló con aburrimiento e irritación. Sin duda, el mensaje había sido escrito con prisa, porque difería del anterior que había recibido del Oficial Político, que era breve y conciso. Sin embargo, lo leyó dos veces antes de captarlo, y luego su primer pensamiento fue que había llegado demasiado tarde. Una semana antes, aún dos días antes, podría haberlo cambiado todo, pero ahora no había forma de volver atrás; todo estaba consumado. Le invadió una oleada de amargura y golpeó la pared con los puños sintiéndose agradecido por el fuerte dolor en los nudillos lastimados, pues de alguna manera servía para contrarrestar el dolor menos soportable que sentía en el corazón.

Permaneció mirando ciegamente hacia delante durante un rato, y sólo cuando Gul Baz entró en la habitación y lanzó una exclamación al ver su mano lastimada, se recuperó y fue a lavarse. El agua fría pareció aclarar su cerebro a la vez que calmaba la piel herida, y se dio cuenta de que, probablemente, se equivocaba al pensar que las cosas habrían sido muy diferentes si las noticias hubieran llegado antes, puesto que después de tanto gasto de tiempo, dinero y esfuerzo, no había forma de volver atrás.

Dejó que Gul Baz le vendara los nudillos, retrasó el baño y tras beber algunos sorbos de coñac, tomó la carta y fue a leérsela a Mulraj.

Mulraj se estaba vistiendo para el banquete de aquella noche cuando Ash entró y le dijo que tenía que hablarle en privado. Al ver la cara de Ash, Mulraj despidió a los sirvientes. Al principio, tampoco él pudo dar crédito a las noticias enviadas quince días atrás al gobernador del Punjab, remitidas luego a las autoridades militares en Rawalpindi, desde donde habían sido telegrafiadas al Oficial Político responsable de los asuntos de Bhithor, quien, a su vez, la comunicó personalmente mediante un mensajero especial el capitán Pelham-Martyn, con el rótulo de Urgente - Para su atención inmediata.

Nandu, maharajá de Karidkote, cuya familia había sido víctima últimamente de una terrible serie de accidentes fatales, había sufrido uno él mismo: esta vez, un accidente auténtico: estaba probando una de las antiguas armas del Hawa Mahal que estalló en su rostro y lo mató inmediatamente. Como había muerto sin dejar descendencia, su hermano menor, el presunto heredero era ahora maharajá, y se creía aconsejable que volviera inmediatamente a recibir su herencia. Por lo tanto, se indicaba al capitán Pelham-Martyn que escoltara a Su Alteza de regreso a Karidkote sin demora. La rapidez era esencial, viajarían con poca carga, llevando con ellos solamente los hombres que el capitán Pelham-Martyn juzgara suficientes para la protección y comodidad del joven a su cargo, y se dejaba a su discreción hacer los preparativos necesarios para el bienestar del resto de la comitiva nupcial, quienes retornarían en su momento y con su propio ritmo…

—De manera que todo ha sido inútil —comentó Ash con amargura.

—¿Por qué dice eso? —preguntó Mulraj desconcertado.

—Las bodas. Fueron concertadas por Nandu porque temía que si casaba a sus hermanas cerca de su Estado, llegaría el día en que se encontraría con un cuñado que podía aspirar al trono, de manera que se encargó de elegir a alguien que viviera lo suficientemente lejos como para que eso fuera imposible. Y ahora está muerto, y esas pobres muchachas están atadas a ese esperpento por nada.

—No es así —respondió Mulraj—. Por lo menos, el chico se encuentra a salvo y si no hubiera sido por este viaje a Bhithor no lo habría estado. Si se hubiese quedado en Karidkote, su hermano Nandu habría encontrado la forma de eliminarlo; y sin duda los dioses están de parte del chico, porque mientras su hermano viviera no habría estado seguro tampoco aquí. Siempre hay hombres a quienes se puede sobornar para que maten, con tal de que el soborno sea suficientemente grande.

—Y tú crees que Nandu no habría retrocedido ante el hecho de pagar a los asesinos —dijo Ash—. Yo tampoco. Bien, no debemos preocuparnos por estas cuestiones, porque esta noticia ha resuelto todos los problemas de Jhoti.

También había resuelto un problema de Ash, porque significaba que podía partir de Bhithor inmediatamente en lugar de verse forzado a permanecer allí durante un período de tiempo indefinido, a la vista del palacio del Rana y sin otra cosa que hacer sino esperar a que cambiara la temperatura y destrozarse el corazón por una muchacha que vivía a medio kilómetro de distancia… y que jamás estaría a su alcance, pero que tendría que encontrarse frecuentemente con su marido y ser cortés con él. También significaba que se le ahorraría el largo y lento tormento de un viaje de retorno sin Juli, acampando en lugares familiares que estarían llenos de recuerdos, y pasando, una vez más, por el país que habían cruzado juntos en aquellas cabalgadas nocturnas… Ash temía eso; pero un pequeño grupo, sin mujeres ni niños y con escaso equipaje, podría avanzar más rápido y no estaría atado a una ruta dictada por las necesidades de un campamento de millares de personas.

Su ansiedad por marcharse era tan grande que, si hubiera sido posible, se habría puesto en camino aquella misma noche. Como era imposible, sugirió que salieran a la mañana siguiente. Pero Mulraj se opuso:

—No podemos partir mañana —dijo Mulraj.

—¿Por qué no? Sé que habrá mucho trabajo que hacer, pero si nos lo proponemos estaremos listos.

—Quizás… Pero olvida usted que mañana es el último día de las festividades nupciales, y que al anochecer las novias se dirigirán a la casa de su marido.

Ash no lo había olvidado, pero no podía explicar que, precisamente por evitarlo, estaba tan ansioso por partir a la mañana siguiente. Sin embargo, Mulraj insistió en que partir antes de que terminaran las celebraciones causaría gran ofensa al Rana y a su gente. No era correcto ni necesario interrumpir las festividades del día final con preparativos para la partida, y como Nandu había muerto dos semanas atrás no existía gran diferencia en que Jhoti se marchara dos días después, o tres o cuatro.

—Además podremos hacer los preparativos si disponemos de más tiempo —explicó Mulraj—. Porque, como usted dice, hay mucho que hacer.

Ash no pudo negarlo; finalmente acordaron no decir nada sobre la carta hasta un día después, a fin de no interrumpir los festejos con noticias que, al llegar en ese momento, seguramente serían consideradas de mal agüero, y por muy bien que fuesen recibidas, sin duda causarían dolor y desesperación a Shushila, aunque tal vez a nadie más. Había tiempo suficiente, dijo Mulraj, para reveladas la mañana después de la partida de las novias, cuando ellos también quedaran libres de hacer sus propios preparativos para la marcha.

Aquella noche el banquete fue ofrecido por Kaka-ji, quien invitó cortésmente al sahib a asistir y recibió una aceptación igualmente cortés. Con el honor satisfecho Ash envió un mensaje lamentando que un repentino e intenso dolor de cabeza le impidiera estar presente, y cuando Mulraj se marchó, volvió a sus habitaciones, mandó pedir los registros del campamento, y pasó la mayor parte de la noche examinando listas de hombres, animales y transporte y decidiendo cuántos llevaría con él, cuántos dejaría allí y lo que había que hacer sobre muchos otros asuntos. Por supuesto, todo esto debía ser discutido con Mulraj y con el panchayat, pero le ahorraría mucho tiempo si podía presentar un plan detallado para su aprobación tan pronto terminaran los festejos de las bodas. Su lámpara seguía encendida cuando los huéspedes de Kaka-ji volvieron del banquete, y los gallos cantaron antes de que la apagara y fuera a acostarse.

El tercero y último día de la ceremonia se dedicó nuevamente a las celebraciones, pero esta vez Ash no abandonó el parque para ir a cabalgar o a cazar. En cambio, dio un largo paseo; por lo noche recibió un recado de Kaka-ji, que le llamaba al Palacio de las Perlas; así que se puso nuevamente su uniforme de gala y fue a observar el acto final de la tragicomedia planeada por Nandu para protegerse de algo que sólo podía haber sido vislumbrado por una mente llena de suspicacia y celos.

Por cierto, Jhoti jamás había pensado en ello, y a Ash se le ocurrió que si, como Mulraj parecía pensar, los dioses estaban de parte del muchacho, era una lástima que no tuviera el menor interés en el destino de sus hermanas, porque si hubieran eliminado a Nandu un año antes nada de esto habría sucedido. Es verdad que él tampoco hubiera vuelto a encontrarse con Juli… aunque, dadas las circunstancias, seguramente habría sido mucho mejor para los dos. Pero, al menos, Shushila hubiera sido más feliz y Biju-Ram seguiría vivo, y como Jhoti se parecía al lado paterno de su familia, no se habría preocupado por rivales imaginarios ni hubiese gastado los fondos de su Estado en exhibirse ante los otros príncipes… como había hecho Nandu al mandar cruzar la mitad de la India a aquella comitiva nupcial absurdamente numerosa.

Sin embargo, ahora, mientras esperaba ver partir a Anjuli a la casa de su marido, Ash no podía lamentar haber vuelto a encontrarla, y haberla conocido y amado. Bien valía todo esto el dolor de la pérdida y la perspectiva de los largos años vacíos que les esperaban: Ash sabía que, si hubiera podido predecir el futuro cuando por primera vez descubrió que la Rajkumari Anjuli de Karidkote, a quien él escoltaba para su boda en Bhithor, no era otra que la pequeña Kairi-Bai del balcón de la Reina, esto no habría establecido ninguna diferencia. De todas maneras, le había entregado su mitad del amuleto… y había aceptado las consecuencias con alegría y gratitud.

Wally, que siempre estaba enamorándose y desenamorándose, solía citar versos de algún poeta, en el sentido de que «es preferible haber amado y haber perdido al ser amado que no haber amado nunca». Bien, Wally… y Tennyson, o quien fuera, tenían razón. Era mejor, infinitamente mejor haber amado a Juli y haberla perdido que no haberla amado. Y si Ash no hacía nada que valiera la pena en los años que seguirían, habría valido la pena vivir la vida porque una vez había amado y había sido amado por ella…

Le costó mucho tiempo darse cuenta de eso, y le resultó curioso que no le hubiera sucedido antes, mientras esperaba verla por última vez.

La partida de las esposas y del marido fue un espectáculo magnífico, y que seguramente habría satisfecho la vanidad del fallecido maharajá de Karidkote, si la hubiera presenciado. Sus elefantes, lujosamente ataviados, se encontraban a la luz de las antorchas ante la entrada principal del Palacio de las Perlas, balanceándose suavemente de una pata a otra mientras esperaban que comenzara el cortejo.

El comienzo ya se había retrasado una hora cuando Ash recibió el recado de Kaka-ji, y pasó otra hora más sin dar señales de que pensaran ponerse en marcha. Luego, todo sucedió rápidamente: una banda de música dio la señal del comienzo y mientras los elefantes se arrodillaban, una guardia de jinetes alegremente vestidos partió en la noche. El Rana, resplandeciente de joyas y rodeado por cortesanos y sirvientes uniformados, pasó por la entrada, seguido de cerca con un pequeño grupo de mujeres… las Ranis de Bhithor y sus damas.

Aquella noche, el sari de Shushila era de gasa color fuego bordada de oro y aunque le cubría el rostro, las piedras preciosas que resplandecían parecían arder como el fuego. Caminaba con poca gracia, sostenida por dos mujeres y abrumada por el peso de las joyas que cubrían centímetro a centímetro su cuerpo delgado, y a cada paso el rakhri que llevaba sobre la frente temblaba y su piedra central, un enorme rubí, centelleaba como la sangre bajo la gasa.

Dos pasos atrás seguía Anjuli, alta, esbelta y vestida de verde. Su sari tenía un borde de perlas plateadas, pero una vez más quedaba empequeñecida por el brillo rutilante de Shushila. Llevaba una esmeralda en la frente, apenas visible a través de la seda tejida, lo suficientemente fina como para dejar traslucir el cobre de sus cabellos y la delgada línea roja que coloreaba la raya… El trazo de kunkum que sólo una esposa puede usar. Llevaba hilos de perlas entrelazados con el cabello trenzado, que le caía casi hasta las rodillas.

Al pasar junto a Ash, este aspiró el aroma de pétalos de rosa secos que siempre asociaría con ella.

Anjuli debía saber que Ash estaría entre los espectadores, pero mantuvo la cabeza baja y no miró a derecha ni a izquierda. El Rana subió por una escalerilla de plata al primer elefante ayudado por dos sirvientes con turbantes color escarlata, y se acomodó en la howdah. Le seguía Shu-shu medio empujada, medio alzada por sus mujeres, que se sentó al lado de su esposo. Luego, Anjuli subió la escalerilla, esbelta, erguida y principesca, con un resplandor de verde y plata en el extremo de una trenza de sus cabellos oscuros; con sus pies delgados del color del marfil y los finos tobillos cubiertos de joyas.

El mahout gritó una orden y el elefante se incorporó. Mientras se alejaba, Anjuli miró hacia abajo desde su asiento en el howdah dorado. Sus ojos oscurecidos por el kohl parecían enormes sobre el borde del sari, y no buscó entre el mar de rostros que había abajo, sino que se dirigió sin vacilación a Ash, como si la compulsión de su propia mirada hubiera sido lo suficientemente fuerte como para decirle con exactitud dónde estaba él.

Durante un largo momento se miraron a los ojos, con firmeza. Se miraron con amor y deseo, y sin pena, tratando de comunicarse todas las cosas que no eran necesario decir porque ya las sabían:

—Te amo… Siempre te amaré… No me olvides.

Y en los grandes ojos de Juli, las palabras que había dicho mucho tiempo atrás en una noche de luna, mirándole como le miraba ahora: Khuda hafiz (que Dios te acompañe). Luego, los miembros del cortejo y los que llevaban las antorchas apretaron sus filas a ambos lados, otra banda de música comenzó a tocar, y el howdah se balanceó mientras el elefante emprendía lentamente la marcha hacia las puertas del parque y recorrer el kilómetro y medio de distancia que separaba la ciudad del Rung Mahal.

A Ash le quedó un recuerdo impreciso de lo que sucedió después. Retuvo una impresión confusa de otros elefantes que avanzaban majestuosamente llevando a varios miembros principales del barat, y una vaga imagen de haber ayudado a Kaka-ji, Jhoti y Maldeo Rai a subir a un howdah dorado, y ver a Mulraj y otros del grupo de Karidkote subir a otro howdah y partir a su vez. Pensaba que seguramente se había quedado entre los espectadores frente al Palacio de las Perlas y había charlado con ellos hasta el final, porque ya era medianoche cuando regresó a sus habitaciones en la atmósfera sofocante de la casa de huéspedes.

Ash había luchado para no pensar en Juli durante las últimas semanas y aunque no siempre lo había logrado en todo momento se esforzó en ese sentido, cerrando su mente con un esfuerzo deliberado de la voluntad siempre que la imagen de Juli atravesaba sus defensas. Pero era una batalla constante, y sabía que tendría que seguir librándola hasta que el tiempo y la vejez lo liberaran de ella, que no podía pasar la vida escuchando ecos y viviendo de recuerdos. Era necesario vivir, y no podía compartir su vida con Juli. Tendría que aceptar este hecho… Los dos deberían aceptarlo. Pero aquella noche podían permitirse dedicarle algunas horas, y quizá sus pensamientos podrían ayudarle a cruzar el kilómetro y medio que les separaba, y a que Juli supiera que él pensaba en ella, y se consolara.

En aquellos instantes, Juli ya estaría en el sector de la Zenana, viendo por primera vez las habitaciones en las que pasaría el resto de sus días: sus doncellas estarían quitándole las joyas y la vestimenta de gala, y muy pronto…

La imaginación de Ash se interrumpió bruscamente, pues, aunque su mente trataba de evitar el pensamiento, se dio cuenta de que aquella noche no sería Juli sino Shushila quien compartiría el lecho del Rana. El Rana nunca había deseado a Juli y quizá nunca la desearía, y si era así, Juli podría llevar una existencia tranquila y vivir su propia vida, atareada y sin que nadie la controlara, ocupándose de Shu-shu y de los hijos de esta, aunque era una perspectiva desalentadora para una muchacha como Juli, que era joven y hermosa y hecha para amar…

Privarla de la maternidad y la vida y la felicidad en el mundo estrecho de la Zenana era un crimen increíble, pero quizá Shu-shu llegaría a darse cuenta del valor de ese sacrificio, y se lo retribuiría en la única forma posible… con amor. Era lo único que Ash podía esperar, aunque sin confiar mucho en ello, porque Shu-shu había dependido de su medio hermana durante tanto tiempo que estaba segura de su devoción… y sólo los sedientos o los hambrientos se sienten agradecidos por el pan o el agua.

Juli era el pan y el agua. Pero cuando hubiera comida nutritiva y vino y frutas jugosas, tal vez Shu-shu perdiera el deseo por las cosas simples y terminaría por considerarlo aburrido e innecesario, y se apartaría de él. El problema era que no era posible confiar en Shu-shu. Podía tener buenas intenciones, pero siempre había sido dominada por las emociones, y nadie podía predecir en qué dirección la llevarían, y al fin y al cabo, no era más que una niña, y como la mayoría de los niños, era susceptible a los halagos. Entre tantos extranjeros, habría muchos que no ahorrarían esfuerzos por halagar a la Primera Dama del Palacio… y que se esforzarían por romper su dependencia de su medio hermana y sustituir a Juli en los afectos de Shushila.

«¡Ay, querida mía! —pensó Ash—. Mi adorada Juli. ¿Qué será de ti? ¿Qué será de mí?».

Una vez más, el futuro se abría a modo de un abismo, oscuro y frío como el espacio, e interminable como la eternidad, y no parecía tener sentido vivir si debía hacerlo sin Juli. Ash se llenó de amargura y autoconmiseración, que le hicieron sentirse más débil y menos hombre, de manera que, al mirar hacia abajo desde el parapeto donde se había apoyado para contemplar el lago, se le ocurrió por primera vez que sería fácil terminar con todo.

Le impresionó la morbosidad de este pensamiento, e hizo una mueca ante la imagen de sí mismo que se le presentaba: un cobarde que se revolcaba en la autocompasión. Cómo le despreciaría Juli si lo supiera. Y tendría razón en hacerlo porque una cosa era cierta: la vida sería mucho más fácil para él que para ella. Él no estaba condenado a permanecer en Bhithor, y había muchas formas en que podría llenar su vida. La frontera noroeste rara vez permanecía en paz durante tanto tiempo, y los Guías estaban más familiarizados con la guerra que con la paz. Tendrían lugar luchas en las montañas de la frontera, y batallas que debían ser planeadas, libradas y ganadas; podía cabalgar y explorar lugares extraños y salvajes; escalar montañas… hablar con amigos, beber y reír con Zarin, Wally y Koda Dad, Mahdoo y Mulraj y Kaka-ji y muchos otros. Pero, para Juli, sólo estaría Shushila, y si Shu-shu la traicionaba o se volvía contra ella, o enfermaba y moría, no le quedaba nada…

La noche terminaba y tardaría poco en llegar la mañana y pronto los gallos comenzarían a cantar con el nuevo día. Era hora de retirarse a su habitación y tratar de descansar aunque sólo fuera una hora, mientras quedaba algún frescor en el aire porque, una vez que saliera el sol, el calor le impediría dormir, y tendría mucho que hacer. Ash decidió que sería mejor enfrentar el día siguiente sin fatiga.

Ash se estiró cansadamente y metió las manos en los bolsillos y al hacerlo, sus dedos encontraron algo redondo y áspero. Era una de las golosinas que se ofrecían a los huéspedes en los peldaños del Palacio de las Perlas, y que él había aceptado por cortesía y luego había guardado en el bolsillo, con la idea de tirarla más tarde. La sacó, y al mirada recordó otros días. Una sonrisa relajó el cansancio de su boca, destrozó la golosina y la arrojó sobre el parapeto; y al hacerlo, miró por última vez la silueta distante del Rung Mahal y habló con voz muy baja en el silencio. No era la plegaria que solía decir cuando hacía ofrendas al Dur Khaima, pero, en cierto modo, era una plegaria. Una plegaria y una promesa.

—No te preocupes, querida mía —musitó Ash—. Prometo que no te olvidaré. Te amaré siempre. Adiós, Juli. Adiós, mi único amor. Khuda hafiz

Ash fue a su habitación, y estaba durmiendo cuando apareció el primer resplandor del sol detrás de la silueta oscura de las montañas.

Dos días después, uno más de lo que Ash esperaba y varios menos de los que esperaba Mulraj… el nuevo maharajá de Karidkote partió hacia su tierra con un grupo de setenta hombres; veinticuatro de ellos eran soldados, doce oficiales y el resto syces y sirvientes. Recibieron la autorización oficial para marcharse, y fueron acompañados hasta la frontera de Bhithor por la que parecía ser la mitad de la población del Estado, encabezada por el propio Rana. Y mientras atravesaban el valle los cañones de los tres fuertes les saludaron con salvas.

Su marcha había estado precedida por entrevistas de despedida: una oficial en el Diwan-I-Khas, otra entre Jhoti y sus hermanas, una tercera y privada, entre Ash y Kaka-ji.

La despedida oficial consistió en gran parte en discursos y guirnaldas, y fue una experiencia exigente para Jhoti. Shushila admiraba genuinamente a su hermano mayor y ya había llorado hasta agotarse al enterarse de su muerte. Enfrentada ahora con la partida del menor, tuvo un ataque de histeria y se comporto de un manera tan frenética que finalmente Jhoti tuvo que darle una bofetada. Con el golpe se tranquilizó y Jhoti aprovechó la oportunidad para soltarle un discurso sobre las ventajas de saber dominar los nervios, y desapareció antes de que su hermana recuperara la capacidad de hablar.

La entrevista de Ash con Kaka-ji fue un asunto mucho más tranquilo. Al principio, el anciano había declarado que, por supuesto, acompañaría a su sobrino a Karidkote, pero Mulraj logró persuadirlo de que ahora sus sobrinas necesitarían mucho de su consuelo y apoyo, debido a la noticia de la muerte de su hermano mayor, y cuando Ash, más crudamente, señaló que su presencia sólo podía servir para que el viaje de regreso fuese más lento, Kaka-ji cedió y aceptó, no sin alivio, permanecer en Bhithor con el resto de la comitiva nupcial hasta la llegada del monzón. Más tarde, él y Ash hablaron a solas para despedirse antes de que saliera el grupo con Jhoti.

—Debo agradecerle muchas cosas, sahib Rao —dijo Ash—. Su amistad y su comprensión, pero más que nada su gran generosidad. Sé muy bien que usted podría haberme destruido con una palabra; y… también a ella. Sin embargo, no lo hizo, y siempre estaré en deuda con usted por eso. —Kaka-ji hizo un gesto como si el asunto no importara, y Ash rio y agregó—. Tal vez esto parezca un alarde fatuo, puesto que en este momento no estoy en condiciones de ayudar a nadie, y usted es quien mejor lo sabe, sahib-Rao. Hasta mi grado es sólo provisional, porque, mientras estoy aquí, represento al Raj y, tan pronto como termine mi misión, me convertiré nuevamente en un oficial de baja graduación, sin ninguna importancia para nadie. Mas espero que algún día estaré en posición de ayudar a mis amigos y pagar mis deudas, y cuando ese día llegue…

—La madre Gunga habrá recibido ya mis cenizas —finalizó Kaka-ji, sonriendo—. No me debe usted nada, hijo mío. Ha sido usted amable con un viejo y a mí me ha satisfecho mucho su compañía. Además, somos nosotros quienes estamos doblemente en deuda: por salvar a mis sobrinas de ahogarse en el río y también por salvar sus matrimonios; junto con nuestro honor, que habríamos perdido si nos hubiéramos visto obligados a volver con ellas, y con las manos vacías a Karidkote. En cuanto al otro asunto, ya no me acuerdo de él, y lo mejor que usted puede hacer, hijo mío, es olvidarlo también.

A Ash le tembló la boca y su rostro mostró todo lo que no expresaba en palabras. Kaka-ji le replicó como si hubiera hablado:

—Ya sé, ya sé —suspiró Kaka-ji—. ¿Quién puede saberlo mejor que yo? Pero es porque hablo con conocimiento adquirido a través de mis propios errores por lo que puedo decirle ahora: «No mire hacia atrás». El pasado es el último refugio de los derrotados… o de los viejos… Y no es necesario que usted se considere derrotado ni viejo. Dígase a sí mismo que lo hecho hecho está, apártelo de su mente y olvídelo.

—Lo intentaré, sahib Rao —prometió Ash—. Y ahora debo marcharme. ¿Me dará su bendición?

—Claro que sí, aunque me temo que no le servirá de mucho. No le diré adiós porque espero que volveremos a encontrarnos; muchas veces.

—Yo también. ¿Vendrá a visitarme en Mardan, sahib Rao?

—No, no. Ya he viajado demasiado, y una vez que llegue a casa no desearé volver a marcharme. Pero sé que Jhoti le ha tomado mucha simpatía, y seguramente ahora que es maharajá deseará que usted le visite. Seguramente lo veremos en Karidkote.

Ash no dijo que no, aunque sabía que no deseaba volver allí, que una vez que hubiera escoltado a Jhoti hasta Karidkote, jamás regresaría. Pero eso era algo que no podía explicar a Kaka-ji.

Ash iba de uniforme como deferencia a la despedida oficial en el Rung Mahal pero lo olvidó y en cambio hizo una reverencia a la manera de Oriente para tocar los pies del anciano.

—Que los dioses le acompañen —le deseó Kaka-ji, y agregó con suavidad—: Y tenga la seguridad de que si alguna vez surge una… una necesidad… le enviaré un mensaje.

No fue necesario que agregara que no se trataría de una necesidad de él. Eso estaba sobreentendido. Abrazó a Ash y, sin decir más, le indicó que se retirara. Volverían a verse aquel día, porque Kaka-ji cabalgaría hasta la frontera con su sobrino y el grupo que le acompañaba, pero no tendrían otra oportunidad de hablar en privado, ni necesidad de hacerlo.

Dos tercios del grupo que regresaba habían partido al amanecer con los caballos de carga, para levantar el campamento a unos ocho kilómetros en el lado más alejado de la frontera, preparados para la llegada de los miembros más importantes cuya partida probablemente se retrasaría por el protocolo y la ceremonia. En realidad, se retrasó aún más de lo que esperaba Ash, porque el sol ya se había puesto cuando la pequeña caravana llegó a la frontera de Bhithor. Ash se volvió en la silla para mirar por última vez a Kaka-ji y vio al resplandor de las antorchas que había lágrimas en las mejillas del anciano, y elevando una mano para saludarlo, se asombró de percibir que sus ojos también estaban húmedos.

—¡Adiós, tío! —gritó Jhoti—. ¡Adiós!

Los caballos se pusieron al galope corto y el coro de despedidas se perdió en el ruido de los cascos. Y en seguida el resplandor amarillento de las antorchas se apagó y siguieron cabalgando a la luz grisácea de la luna entre las sombras negras de las montañas. Atrás quedaban el sufrimiento, la traición y la claustrofobia de Bhithor, y, una vez más, cabalgaban hacia el Norte.