30

Ash cabalgaba por una llanura pedregosa rodeada de colinas bajas y sin vegetación, y Anjuli en la grupa detrás, se aferraba a él apremiándole para que fuera más rápido… más rápido. Ash no veía a los hombres a caballo que les perseguían, porque cuando miraba detrás del cabello suelto de Juli, ondeando al viento como un pañuelo, no lograba ver nada. Pero oía el ruido de los cascos que galopaban y se acercaban cada vez más, y reía porque los brazos de Juli le rodeaban y nada podía dañarlos mientras estuvieran juntos. Luego, repentinamente, se dio cuenta de que el pañuelo de seda ya no era negro, sino amarillo, miró sobre su hombro y vio con horror que la que cabalgaba detrás de él no era Juli, sino una muchacha tonta de ojos azules, rizos rubios que lo miraba afligida y decía:

—Rápido, Ashton. No quiero que papá nos alcance.

—¡Belinda…! —Se había escapado con Belinda, y ahora tendría que casarse con ella y estar ligado a ella durante el resto de su vida—. No. ¡Ay, no! —gritó Ash y se despertó, cubierto de sudor y temblando, y encontró a Mahdoo inclinado sobre él y la tienda iluminada, una vez más, por una lámpara, de petróleo. Había dormido todo el día, y los mensajeros del Rana, que llegaron en el curso de la mañana, aún esperaban para hablar con él.

—El sirdar Mulraj dio órdenes de que ni usted ni él fueran molestados —explicó Mahdoo—, pero el sirdar sigue durmiendo, y ahora el sahib Rao desea saber qué debe hacer con ellos y si preparan alojamiento para que pasen la noche aquí.

—¿Por qué aquí? —preguntó Ash, desconcertado. Su mente aún estaba obnubilada con los restos de la pesadilla y se sentía absurdamente sacudido y no del todo despierto.

—Porque es tarde, y el camino a la ciudad es peligroso en la oscuridad —respondió Mahdoo.

Ash se sacudió como un perro que sale del agua, y en sus ojos brilló una mirada astuta. Replicó:

—Eso tenemos buenas razones para saberlo. Pero si nosotros pudimos atravesarlo ellos también. Si el criado del sahib Rao está disponible, hablaré con él. Llámalo.

Mahdoo lo hizo, y el mayordomo principal del Kaka-ji entró y saludó.

—Dile al sahib Rao —comenzó Ash— que no hay razón por la cual deba ofrecer hospitalidad a esta gente, que personalmente les comunicaré que no podemos ofrecerles alojamiento por esta noche, y que, debido a la falta de sueño, aún no hemos tenido tiempo de poner en orden el campamento. De manera que sugiero que regresen a la ciudad y nos visiten de nuevo mañana; o, mejor, al día siguiente, cuando nos encontremos en mejor situación para recibirlos.

Hizo precisamente eso y los enviados del Rana regresaron a Bhithor a la luz de las estrellas, y muy ansiosos, habiendo perdido la mayor parte del día sin poder ver ni hablar con una sola persona importante del campamento ni pronunciar los discursos tranquilizantes que se les había encargado. Muy temprano a la mañana siguiente, informaron sobre el fracaso de su misión al Diwan, quien, naturalmente, consideró que esto era una prueba positiva de que el sahib actuaba con la total aprobación del Gobierno de la India… porque, de otra manera, ¿se habría atrevido a comportarse así? El Rana estaba totalmente de acuerdo con este punto de vista, y, después de otra urgente reunión con sus consejeros, ordenó que se enviaran importantes suministros de granos, frutas y hortalizas frescas al campamento, como regalo personal de su parte y como gesto de buena voluntad de los ciudadanos de Bhithor.

La llegada de estos víveres alivió a Ash de una causa importante de ansiedad, porque lo que él había logrado almacenar no duraría mucho tiempo, y si no contaba con medios de aumentarlo, el campamento se habría visto obligado a salir de Bhithor y arriesgar la posibilidad de que no les invitaran a volver, lo cual habría representado un desastre para Karidkote. La larga hilera de carros muy cargados que entró en el campamento no sólo eliminó ese temor, sino que demostró que el Rana había perdido vehemencia y que, hablando metafóricamente, izaba la bandera blanca.

Ese día no llegó ninguna delegación del palacio, pero al siguiente el propio Diwan, acompañado por varios consejeros y nobles principales, se presentó en el campamento y fue recibido con toda ceremonia. De inmediato resultó evidente que no habría explicaciones ni disculpas, sino que todo el disgusto de las semanas precedentes sería tratado como si nunca hubiera ocurrido. El Diwan logró transmitir la sensación de que cualquier retraso en las negociaciones sólo se debía al hecho de que el sacerdote de la familia del Rana no había llegado a un acuerdo con los sacerdotes del templo de la ciudad sobre una fecha propicia para la boda. Pero como esa dificultad finalmente se resolvió, sólo faltaba que los parientes de las novias eligieran entre dos fechas propuestas (ambas igualmente propicias) e inmediatamente se podían poner en marcha los preparativos de la ceremonia.

En ninguno de los dos lados se hizo referencia a los desacuerdos previos, y las conversaciones se celebraron en una atmósfera de cordialidad y entendimiento que parecía corresponder a un grupo de íntimos amigos. El Diwan concluyó diciendo que las casas de huéspedes del Estado, junto con el Moti Mahal, el Palacio de las Perlas, estaban a disposición de las novias y su comitiva, y se esperaba que se instalaran allí lo más pronto posible.

Nadie en el campamento confiaba ya en el Rana, y no podían evitar pensar en lo que podría hacer si se le permitía tener en su poder rehenes tan valiosos. Sin embargo, se aceptó el ofrecimiento; en gran parte porque Ash consideraba que el peligro había pasado y que no habría más intentos de extorsión o intimidación, pero también porque el Palacio de las Perlas, y las tres casas para huéspedes, estaban en el Ram Bagh, un gran parque en las orillas del lago a más de kilómetro y medio de la ciudad.

—El Ram Bagh —explicó Ash— está amurallado. Se halla rodeado por una pared alta y bien construida que podría defendernos si estos bhithorianos traidores intentan nuevas escaramuzas. Además, está protegido de los fuertes por la ciudad de manera que no estaremos amenazados por los cañones, y dejaremos un tercio de nuestras fuerzas aquí, haciendo saber que si se produce algún nuevo «malentendido» tienen órdenes de cruzar la frontera y llevar un informe completo del asunto al Gobierno. Sí, creo que podemos aceptar el ofrecimiento sin peligro.

Kaka-ji y los demás jefes estuvieron de acuerdo, y después de consultar a su sacerdote, Kaka-ji se declaró en favor de la segunda de las dos fechas. Una vez que esto quedó decidido, dos tercios del campamento volvieron a atravesar la hondonada, y, marchando a todo lo largo del valle, rodearon la ciudad y se instalaron en el parque real; las novias, con su hermano, su tío y las doncellas y criadas que las atendían, en un pequeño palacio de mármol blanco sobre el borde del lago, y Ash y Mulraj y otros personajes importantes, en las casas para huéspedes, mientras que el resto lo hacía en tiendas montadas a la sombra de los mangos, los neems y los mohures dorados.

El lugar elegido era mucho más fresco que el anterior. Tampoco se observaron problemas en la conducta del Rana y sus súbditos, que ahora visitaban a sus huéspedes para ocuparse de que no les faltara nada. El Rana, con generosidad inesperada, llegó a decretar que el parque se consideraba, territorio de Karidkote durante un período de seis semanas, de manera que los familiares y amigos de las novias pudieran considerarlo como su propia casa, y en efecto, invitó al barat (el grupo del novio) para que asistiera a la boda allí.

—Un gesto considerado y cortés —aprobó Kaka-ji, agregando esperanzadamente que el Rana también tenía buenas cualidades, y que era probable que en los últimos tiempos hubiera sido mal aconsejado y ahora había descubierto y despedido a esos malos consejeros—. Es posible que en el futuro sea más justo en sus tratos —dijo Kaka-ji—. Debemos creer que así será.

Ash no creía nada por el estilo, pero no le encontraba sentido en discutirlo. El viejo estaba cansado y ansioso, y si se consolaba con la esperanza de que el Rana había cambiado, ¿por qué no dejarlo soñar? Dios sabía que él, Ash, habría dado mucho por compartir esas esperanzas, pero sabía muy bien que los consejeros del Rana no hacían otra cosa que repetir los deseos de su amo, y que en Bhithor había un solo jefe. Si, en la actualidad, ese jefe se comportaba mejor, era sólo porque estaba muy asustado; pero los leopardos no cambian de piel, y una vez que terminara la boda, y el molesto sahib Pelham hubiera partido, el Rana volvería a la normalidad. Ash estaba seguro de eso.

Pero no podía hacer nada excepto guardar silencio sobre el tema, aunque señaló con cierta acritud que «el gesto cuidadoso y cortés» de otorgar derechos territoriales temporales sobre el parque a Karidkote indudablemente resultaría muy caro para Nandu, porque, por costumbre, la familia de la novia es la que recibe al grupo del novio, el barat, durante los tres días de las ceremonias nupciales. Y aunque está establecido que el barat no debe exceder de doscientas personas, en este caso, como la boda tendría lugar en el propio Estado del novio, comprensiblemente ese número sería mucho mayor… Un hecho que no preocupaba en absoluto a la familia de la novia, ya que no podían actuar como huéspedes de quienes los recibían. Sin embargo, ahora, como resultado del decreto del Rana tendrían que hacerlo… y pagar un precio muy alto por el privilegio.

Kaka-ji, que hasta ese momento no se había dado cuenta de ese problema, se desconcertó, y, al comprender sus implicaciones, observó con respeto, que indudablemente el Rana era un tipo astuto y que eso había que reconocerlo.

—Demasiado astuto para un viejo como yo —admitió Kaka-ji—. Bien, no podremos rechazar su ofrecimiento, de manera que tendremos que poner buena cara. Tampoco creo que tengamos que escatimarle esta pequeña victoria, considerando que lo hemos derrotado totalmente en todos los demás aspectos. Mas espero que no tenga pensadas otras triquiñuelas…

Ash pensó que era muy posible: probablemente diez triquiñuelas más. Pero eludió la pregunta inquiriendo si el sahib Rao ya sabía cuántas personas habría en la comitiva del novio… El recinto durbar del Palacio de las Perlas, donde tendría lugar la ceremonia de la boda, no era demasiado grande, y…

El sahib Rao, apartado de inmediato del tema principal, replicó que sólo los parientes y los amigos más íntimos estarían en el recinto del durbar, y que ya se estaban levantando varios shamianahs en los jardines del Moti Mahal para instalar al resto de los huéspedes. Llevó a Ash a inspeccionarlos, y en medio del ruido y la excitación de los preparativos, la «pequeña victoria» del Rana se olvidó con todo tacto.

No hubo más problemas con respecto al pago por las novias, y ahora la gente de Bhithor parecía esforzarse por atender muy bien a los visitantes. Invitaron al hermano y al tío de la novia, y a cualquier otro que lo deseara a que se quedara después de la boda todo el tiempo que quisiera.

El ofrecimiento era generoso y Ash se dio cuenta, lamentándolo mucho, de que probablemente sería aceptado, y por más que le disgustaba la idea de tener que permanecer en Bhithor un día más de lo necesario, podía ser conveniente, ya que no podía negarse el hecho de que cuanto más tiempo Jhoti permaneciera fuera del alcance de Nandu, mejor. Biju-Ram estaba muerto y sus sirvientes y secuaces eliminados del campamento, pero aún había hombres en Karidkote dispuestos a matar a la más mínima señal de su jefe, y Ash esperaba, al menos en los días anteriores a su encuentro con el Rana, que el nuevo cuñado del chico pudiera persuadirlo de que se quedara en Bhithor hasta que tuviera edad suficiente para defenderse él solo de que le asesinaran… O hasta que Nandu se excediera y fuera depuesto, lo cual no era improbable en vista del hecho de que el testimonio verbal que Ash tendría que hacer a su regreso a Rawalpindi incluiría un informe de los atentados contra la vida de Jhoti, lo cual atraería la atención oficial a las actividades de Nandu, tanto las pasadas como las presentes.

Además, había que considerar el bienestar del campamento en conjunto, y Ash sabía muy bien que la gran mayoría de sus miembros, incluidos caballos, elefantes, animales de carga y otros, ganarían mucho permaneciendo en Bhithor hasta la llegada del monzón. Si todo hubiese marchado como fue planeado, ahora estarían a mitad de camino hacia su Estado, pero los retrasos en la marcha y las prolongadas negociaciones después de su llegada ocuparon muchas semanas. Lo peor del tiempo caluroso ya había llegado, y comenzar el viaje de retorno con esa temperatura significaría grandes calamidades para todos… En especial para los viejos; por ejemplo, Kaka-ji, no estaba tan fuerte y saludable como para resistir altas temperaturas.

«Tendrán que quedarse —pensó Ash resignadamente—. Todos tendrían que quedarse, incluso él. Estaba atado al campamento hasta que hubieran llegado nuevamente a Deenajung». Cuando se le hizo la propuesta, la aceptó, aunque la idea de permanecer en Bhithor a la vista del Rung Mahal donde viviría Anjuli, casada compartiendo la cama con aquel sátiro sin escrúpulos, era casi intolerable. Ash habría dado diez años de su vida por poder dar la espalda al lugar en ese mismo momento, y alejarse de él todo lo posible, y diez más por olvidar que alguna vez lo había visto.

Pero la noticia de que debían permanecer en Bhithor un mes más fue recibida con gran alegría por Jhoti, quien, ahora que se acercaba el día de la boda, había comenzado a pensar en el futuro y a preguntarse qué le haría Nandu cuando volviera a Karidkote. El pensamiento le hacía temblar, y, por tanto, aceptó de buena gana la invitación del Rana y, como sólo era un niño, olvidó que, en el mejor de los casos, su estancia sería temporal y que el tiempo pasaría muy pronto. Se puso de muy buen humor y comenzó a considerar que el Rana era un benefactor más bien que un ogro.

Kaka-ji estaba igualmente agradecido. Temía los rigores de un viaje de regreso en aquella estación del año, y no deseaba cambiar las frescas habitaciones de mármol del Palacio de las Perlas por la tienda sin aire en medio del polvo y el calor ardiente de las llanuras desiertas. Pero Mulraj no sentía tanto entusiasmo, aunque estaba de acuerdo que, en lo referente a Jhoti y a Kaka-ji, era una excelente idea.

—Pero no podemos quedarnos todos. Somos demasiados y sería un grave error abusar de esa manera de la hospitalidad del Rana, o de su paciencia. Además, no es necesario. Propongo que dividamos nuestro campamento en dos y que, tan pronto terminen los festejos, una mitad se traslade a las órdenes de Hira-Singh, quien puede velar por su seguridad y bienestar, llevando el equipaje pesado y marchando únicamente de noche… No tienen prisa alguna. Incluso es posible que si el monzón nos favorece, nosotros, los que nos quedamos aquí, podamos alcanzarlos antes de que lleguen a la frontera de Karidkote.

Ash dio su consentimiento a este plan, pero no hizo nada para ponerlo en práctica. De pronto, los asuntos del campamento habían perdido sentido para él, de manera que tuvo que hacer un esfuerzo para demostrar algún interés en ellos, y dejó a cargo de Mulraj y sus oficiales decidir los detalles y el centenar de arreglos que habría que hacer, mientras pasaba los días cazando grullas o cabalgando por los estrechos valles entre las montañas. Cualquier cosa era buena para escapar del pasado y del Palacio de las Perlas… y el espectáculo y el ruido de los hombres que se preparaban para la ceremonia de una boda.

En el suelo del recinto durbar del Palacio de las Perlas se esparció estiércol de vaca fresco, que fue apisonado y secado para formar una superficie blanda, de cuatro metros de lado. Sobre esta superficie se formó un gran círculo con señales de buena suerte hecho con harina de arroz… Porque por fin había llegado el día tan esperado.

En una habitación interior del Palacio de las Perlas, las novias fueron bañadas y ungidas con aceite perfumado; las plantas de sus pies y las palmas de sus delicadas manos teñidas con henna, y sus cabellos peinados y trenzados por Unpora-Bai.

El día comenzó para ellas con una pujah al amanecer, para rogar a la deidad engendrar cien hijos y cien hijas, y no comieron nada porque debían ayunar hasta que terminara la ceremonia nupcial. La rodeaban todas sus doncellas y camareras, riendo bromeando y charlando como una bandada de cotorras de brillantes colores, mientras vestían a las novias con las rutilantes sedas y gasas de los trajes nupciales, pintaban sus ojos con kohl y les ponían las joyas que eran parte de sus dotes: diamantes, esmeraldas, rubíes y collares de perlas del tesoro del Hawa Mahal.

La pequeña habitación estaba oscura y sin aire y cargada del aroma de sándalo, jazmín y rosa. Los sollozos convulsivos de Shushila se perdían entre el barullo de las voces de las mujeres y se le prestaba tan poca atención como al goteo de un grifo. Jhoti había ido a ver a sus hermanas y les aconsejó sobre qué joyas usar, pero, como la multitud de mujeres excitadas que las rodeaban le prestó poca atención, sólo se quedó el tiempo necesario para decir a Shushila que, si no dejaba de llorar, sería la novia más fea de toda la India… un candor infantil que sólo sirvió para incrementar las lágrimas de Shu-shu y por el que recibió una inesperada bofetada de Unpora-Bai. Jhoti escapó y fue a buscar a Ash y a mostrarle sus ropas para la ceremonia y quejarse de la tontería de las mujeres.

—Lo que he dicho es verdad, sahib. No ha hecho más que llorar y tiene los ojos hinchados y la nariz tan roja como su sari. Causará muy mala impresión al Rana. En cambio, Kairi dice…

Pero el sahib ya no escuchaba, últimamente, Ash vivía en un curioso mundo personal, negándose a pensar y fatigándose a propósito con ejercicios físicos agotadores; o cuando eso fallaba, escribiendo informes o jugando interminables partidas de ajedrez con Kaka-ji o Mulraj, o haciendo solitarios. Llegó a persuadirse de que lo peor había pasado y que podría enfrentar el día, cuando llegara, sin ninguna emoción. Y ahora Jhoti le había hablado de ella, y la mención del viejo sobrenombre rompió sus defensas como si fueran de papel de seda, y se clavó en su corazón con un dolor tan salvaje como el impacto de una bala que atraviesa la carne y el hueso. Por un momento, la habitación donde estaba se oscureció y las paredes y el cielorraso parecieron balancearse, y cuando volvió a verlas firmes se dio cuenta de que Jhoti seguía hablando, aunque al principio las palabras no eran más que un conjunto de sonidos sin significado.

—¿Le gusta mi achkan? —preguntó Jhoti girando lentamente para mostrarlo—. Iba a usar uno de brocado plateado, pero mi tío dijo que prefería el dorado. ¿Le parece bien, sahib?

Ash no respondió y cuando Jhoti repitió la pregunta, dio una respuesta al azar que demostró que no le había estado prestando la menor atención.

—¿No se siente bien? —preguntó Jhoti solícitamente—. ¿Es por el calor?

—¿Qué…? —Ash parecía regresar desde muy lejos—. Perdóneme, príncipe. Estaba pensando en otra cosa… ¿Qué decía usted?

—Nada, nada —respondió Jhoti, abandonando cortésmente el asunto con un gesto de su mano.

Había visto hombres que hablaban así y tenían ese aspecto después de tomar drogas, y supuso que el sahib había tomado opio por alguna molestia del estómago. Tenía cariño al sahib Pelham y lamentaba que se sintiera mal, pero había tantas cosas interesantes para ver y hacer ese día que no perdió el tiempo en preocuparse por ello, y salió corriendo a mostrar la chaqueta de brocado de oro a Mulraj.

Ash apenas se dio cuenta de que el chico se había ido; luego Gul Baz entró en la habitación y le dijo que debían salir. Salir, ¿hacia dónde?

—El sahib Rao le manda decir que la comitiva del novio ya debe de haber salido del Rung Mahal —informó Gul Baz.

Ash asintió con la cabeza, se pasó una mano por la frente, y se desconcertó al descubrir que sus dedos temblaban incontrolablemente. Apartó la mano de la frente y la miró, forzándola a ponerse firme con un esfuerzo de la voluntad. Cuando lo logró, tomó la guerrera muy adornada que Gul Baz le entregaba, y que ese día daría una nota sobria entre el arco iris de colores y los resplandores de hilo de oro y de plata.

Aunque el día prometía ser uno de los más largos y de los peores de su vida, y ya hacía un calor insufrible, como sahib y como oficial debía soportarlo con su uniforme de gala, guantes, botas y espuelas, y con una espada de ceremonial… todo esto le parecía la gota que hacía rebosar la copa del sufrimiento en todo aquel malhadado asunto.

Ahora, sus manos estaban firmes, pero cuando Gul Baz le entregó el casco blanco que se usa con el uniforme de gala, lo tomó y se quedó mirándolo como había mirado a Jhoti, como si no lo viera.

—Póngaselo, sahib. El sol calienta con mucha fuerza —explicó Gul Baz con firmeza.

Ash obedeció mecánicamente y salió a reunirse con Kaka-ji y los otros que ya esperaban para recibir al novio y a su comitiva, en un patio cubierto junto a la entrada principal del Palacio de las Perlas.

La espera resultó más larga de lo que se esperaba, porque el informe de que el novio y su barat habían salido del palacio de la ciudad y estaban en camino era demasiado optimista. Pensaban salir dos horas antes del mediodía, pero en Asia se siente muy poco respeto por el tiempo y ninguno por la puntualidad, por lo que la tarde ya estaba muy avanzada en el momento en que finalmente se puso en marcha hacia el Ram Bagh, y cuando por fin llegaron al parque, el sol ya se había puesto y lo peor del calor había pasado.

Por fin, Jhoti, que había trepado a la azotea desde donde podía ver el camino entre las copas de los árboles, bajó corriendo a anunciar que la comitiva estaba entrando por las puertas del parque, ¿y dónde estaban las guirnaldas? La gente allí reunida se levantó para estirarse los achkanes y los turbantes, y Ash volvió a abrocharse el botón del cuello que había desabotonado, inspiró profundamente, apretó los dientes, y trató de no pensar en nada, pero, de pronto, se encontró pensando en Wally y Zarin y en los picos nevados del Dur Khaima…

El novio no venía a caballo desde la ciudad, sino que venía sentado en unas andas con un palio de tela dorada bordeada de perlas y transportado por doce pajes lujosamente vestidos. Su indumentaria también era dorada, y, como en el primer durbar, muchas semanas antes, pero hoy era mucho más espléndida, porque el achkan de brocado tenía joyas aplicadas. Llevaba más joyas en su turbante: un gran broche de diamantes y esmeraldas sujeto con una pluma a la tela de oro, e hilos de diamantes con forma de pera que bajaban a la manera de las guirnaldas de un árbol de Navidad. También mostraba joyas en sus dedos que brillaban también en el oro sólido del cinturón de su espada, mientras que la espada misma… la espada que el novio lleva para simbolizar que está preparado para defender a su novia contra todos los enemigos, tenía la empuñadura incrustada de diamantes y coronada por una sola esmeralda del tamaño de una rupia.

Más que un ser vivo, parecía un ídolo oriental llevado en procesión por sus adoradores.

El sacerdote de la familia de Kaka-ji comenzó a recitar himnos vedas para invocar la bendición de los dioses antes de llamar al tío de la novia para el milni, que es la ceremonia oficial de presentación entre los padres de la novia y el novio, pero, como los cónyuges eran huérfanos, entre Kaka-ji y uno de los tíos maternos del Rana. Los dos ancianos caballeros se abrazaron, y Jhoti, como hermano de las novias, ayudó al futuro contrayente a descender de las andas y lo condujo con sus amigos por el patio cubierto donde el grupo de las novias esperaba para colocar guirnaldas a los huéspedes y ofrecer regalos a los integrantes del barat.

A pesar de la elegante indumentaria, el Rana parecía mucho menos imponente a pie. Ni siquiera el turbante demasiado grande con la alta pluma disimulaba su pequeña estatura, y Kaka-ji Rao, que no era un gigante, le llevaba media cabeza. Sin embargo, la figura del Rana transmitía una sensación inquietante de poder. «Y de peligro», pensó Ash.

De pronto, Ash sintió que el sudor que mojaba su uniforme estaba frío, y tembló y oyó el castañeteo de sus dientes. Luego, el novio pasó junto a él y lo escoltaron hacia la arcada bajo el balcón, para el jai-mala: el acto en que la novia coloca la guirnalda al novio.

La arcada daba a una estrecha entrada como un túnel donde Shushila y su hermana esperaban con las guirnaldas que una novia debe colocar alrededor del cuello del novio como símbolo de que lo acepta. Aun ahora, a las once de la noche, podía cancelarse una boda si la novia se negaba a hacerlo; después de una pausa en que el Rana esperaba y los que estaban detrás de él se empujaban para tratar de presenciar la escena, Ash tuvo un desesperado momento de ilusión, con la idea tonta y ridícula de que Shushila hubiese cambiado de idea y rechazaría el matrimonio. Pero, aunque la pausa pareció larga a los que no veían la entrada y no sabían la causa del retraso, apenas debió durar un minuto; luego, el novio se inclinó y, cuando volvió a enderezarse, la guirnalda de la novia estaba colocada alrededor de su cuello.

Un momento después volvió a inclinarse, aunque esta vez muy poco, y los que estaban detrás vieron unas manos de mujer que levantaban una segunda guirnalda para pasarla por encima del turbante y la pluma. Las manos estaban enjoyadas y las palmas y las uñas teñidas de henna y cubiertas con una hoja de oro. Pero eran manos cuadradas y fuertes… las inconfundibles manos de la niñita abandonada que Ash había conocido como Kairi-Bai. Al mirarlas, Ash comprendió que, después de todo, podría observarla durante los ritos nupciales y verla partir hacia la casa de su marido sin inmutarse, porque nada podría ya lastimarlo como la visión de las manos de Juli…

Ahora el sol estaba bajo y en seguida se levantó la brisa de la noche que sopló suavemente sobre el lago, y trajo una esperada frescura al parque, aunque dentro del Palacio de las Perlas, el ambiente seguía siendo sofocante, y ahora que el intenso olor de la comida se mezclaba con el aroma de las flores, la atmósfera resultaba irrespirable. Sin embargo, no tuvo que soportarlo, porque se excusó de estar presente en esta parte de la ceremonia, para ahorrar a Kaka-ji la molestia de tener que decirle lo que ya sabía: que la casta del Rana le prohibía sentarse a comer con un extranjero.

Salió del palacio por una puerta lateral, y volvió a sus habitaciones en una de sus casas para huéspedes, para cenar solo y contemplar cómo se ponía el sol detrás de las montañas más allá de la ciudad y aparecer las estrellas en un cielo que se oscurecía rápidamente, y los fuegos artificiales quemados en la India en las festividades.

El parque también había cobrado vida con las luces que parpadeaban según los caprichos de la brisa, y el Palacio de las Perlas proyectaba un resplandor contra el cielo de la noche como el castillo encantado de un cuento de hadas.

Ash lo observó desde la galería frente a su habitación, y habría deseado que el linaje del Rana le impidiera también estar presente en la ceremonia nupcial misma. Pero, al parecer, no era así. En todo caso, habría sido imposible no asistir ya que, aparte del hecho de que Kaka-ji y Mulraj habían insistido particularmente en que el sahib estuviera presente en la ceremonia, las instrucciones recibidas en Rawalpindi establecían expresamente que el capitán debía ser testigo de que las dos hermanas de Su Alteza el maharajá de Karidkote quedaran desposadas sin inconveniente.

Había pasado una hora desde que Gul Baz se llevara la bandeja de café para reunirse con los asistentes a la fiesta, pero las celebraciones continuaban; recordando la boda de Lalji, Ash se dio cuenta de que tendría que esperar una hora o dos antes de que lo llamaran para presenciar la ceremonia del shadi. En el parque y en el palacio, las bandas de música seguían tocando con el mismo vigor. Ash se retiró a su habitación, cerró las puertas para no oír el ruido, y se sentó a pasar el tiempo escribiéndole a Wally y Zarin para comunicarles que permanecería en Bhithor durante por lo menos un mes más… O quizá más tiempo, si el monzón llegaba tarde y que había pocas esperanzas de que volviera a verlos antes del final del Verano, en el mejor de los casos.

Había concluido ambas cartas y comenzado una tercera, esta vez al Oficial Político, cuando llegó Mulraj para llevarlo al Palacio de las Perlas donde se realizaría el shadi. Volvieron a cruzar el parque. Ash vio que la luna había descendido en el cielo y calculó que sería cerca de medianoche.

El recinto durbar estaba atestado e irrespirable después de haber disfrutado del aire de la noche. Pero, al menos, las bandas ya no tocaban, y excepto el murmullo de voces el recinto estaba razonablemente tranquilo. También muy oscuro, porque las lámparas eran de vidrios de colores, y ya el petróleo se había quemado, de manera que Ash tardó unos momentos en acostumbrarse a la luz baja y en reconocer a sus amigos entre el mar de rostros.

Habían colocado una silla para él cerca de la puerta y a la sombra de un pilar, lo suficientemente lejos como para que su presencia no resultara molesta, a la vez que le permitía ver las cabezas de los hombres sentados con las piernas cruzadas en el suelo en filas cerradas frente a él. Desde allí podía distinguir no sólo los cuatro pilares de plata con el palio dorado cubierto de flores, sino también el suelo bajo el palio donde el círculo dibujado con harina de arroz se destacaba notablemente en el cuadrado de estiércol de vaca seco. En una caldera de bronce pronto se encendería el fuego del sacrificio; junto a ella, los sacerdotes habían colocado un altar donde en aquellos instantes preparaban vasijas para el pujah con agua del Ganges, lámparas, estatuillas e incensarios. Y en los asientos bajos a un lado del cuadrado, con los rostros velados con flores, estaban el novio y las novias, junto con Kaka-ji y Maldeo Rai (quienes representaban al fallecido padre de las novias, y la figura velada de la prima Unpora-Bai que representaba a las fallecidas madres…) con lo cual sin duda era bastante, pensó sarcásticamente el capitán Pelham-Martyn como para que las cenizas de ambas damas se levantaran con furia de la tierra.

El murmullo de voces se hizo casi inaudible, y en seguida fue silenciado por uno de los sacerdotes bajo el palio que comenzó el havam: el encendido del fuego sagrado. Las llamas iluminaban su rostro liso y afeitado que parecía de metal bruñido cuando se inclinó a alimentar el fuego con trozos de madera perfumada y granos de incienso. Cuando estuvo bien encendido, entregaron bandejas de plata llenas de sales perfumadas a los que estaban sentados cerca del círculo, y cada uno de ellos tomó una pizca y la arrojó al fuego. Las sales chisporrotearon y despidieron un fuerte aroma que provocó toses entre las mujeres invisibles que se encontraban en la galería purdah que daba al vestíbulo. Y obedeciendo a una señal, el Rana y Shushila se levantaron y fueron conducidos al círculo de harina de arroz.

Un sacerdote comenzó a entonar el mantras, pero Ash estaba demasiado lejos como para oír una sola palabra, y más tarde, cuando el sacerdote hizo una pausa para que la novia y el novio repitieran los votos después que él, sólo oyó la voz del Rana. La de Shushila resultaba inaudible, pero los votos eran conocidos por todos los presentes. Los miembros de la pareja prometían vivir según su credo, ser fieles uno al otro y compartir las cargas del otro, dar a luz hijos varones, y ser firmes y fieles como una roca…

Incluso junto a su novio ya maduro, Shushila parecía increíblemente pequeña y menuda, como una criatura que se ha puesto las ropas nuevas de su madre… Iba vestida de color escarlata, como corresponde a una novia; el rojo es el color de la alegría, para cumplimentar al novio, con las ropas de falda amplia de Bhithor y todo el Rajasthan. Los rubíes que rodeaban su cuello y sus muñecas y los que estaban engarzados en sus anillos, reflejaban la luz de las llamas y brillaban como si estuvieran incendiándose. Aunque mantenía la cabeza baja y repitió los votos en un susurro, cumplió con su parte en la ceremonia sin desmayar: para sorpresa (y gran alivio) de sus familiares y asistentes, todos los cuales esperaban un desbordamiento de lágrimas o una escena de histeria.

No pudo evitar preguntarse si se habría comportado tan bien en el caso de haber podido ver la cara de su novio o tener alguna idea de lo que ocultaban las flores. Pero, como la costumbre decretaba que los miembros de una pareja no debían verse hasta que terminara la ceremonia, y Shushila llevaba un velo de flores que ocultaba su rostro, no le era posible ver mucho de nada. El «aro nupcial» (un brazalete de hierro) fue colocado en su brazo y el collar de la felicidad alrededor de su cuello; en seguida, un extremo de su sari fue anudado al extremo del lazo del novio, y atados de esta manera dieron los «siete pasos» alrededor del fuego: los sata-padi, que son la parte esencial de toda la ceremonia, ya que sin esto el matrimonio se puede anular ante la ley, mientras que, una vez dado el último paso, está establecido, y no es posible volver atrás.

Ahora, Shushila era esposa y Rani de Bhithor, y su marido le dirigía las palabras del antiguo himno veda: «Que seas mi compañera así como has dado conmigo estos siete pasos. Apartado de ti no puedo vivir. Apartada de mí no puedes vivir. Compartiremos por igual todos los bienes y el poder. En mi casa tú mandarás…»

La voz del Rana se interrumpió y la pareja de recién casados volvió al círculo sagrado para recibir la bendición de sus parientes de más edad, y una vez hecho esto, volvieron a sentarse. El fuego fue nuevamente alimentado con madera e incienso, se volvió a oír el mantras y volvieron a presentarse las bandejas de plata, y toda la ceremonia se repitió. Pero esta vez con más prisa y con otra novia.

Anjuli estaba sentada junto a su media hermana y oculta a los ojos de Ash por las formas voluminosas de Unpora-Bai. Pero ahora ella, a su vez, fue conducida al círculo. El momento tan temido por Ash había llegado: debía ver casarse a Juli.

Casi inconscientemente tensó el cuerpo como si esperara un ataque físico. Pero, después de todo, no era necesario. Quizá por la falta de esperanzas pudo relajar sus músculos tensos y permaneció sentado, inmóvil y ausente, sin sentir nada… o casi nada. Porque, aunque habría dicho que la ceremonia de colocar las guirnaldas había extinguido su última esperanza, aún quedaba una chispa: la posibilidad de que Shu-shu, la niña malcriada y nerviosa, agotada por los retrasos de las últimas semanas y su terror de casarse con un desconocido de un país desconocido, estallara en el último momento y se negara a continuar con la ceremonia.

Era inconcebible que una novia hindú devota se negara a dar esos pasos finales alrededor del fuego sagrado y rara vez había sucedido algo así… o nunca. Pero Shu-shu, según las pautas occidentales, era apenas una niña: una niña muy emotiva cuyas reacciones a menudo eran impredecibles, y muy capaz de armar un escándalo negándose a realizar el sata-padi. Pero no lo hizo; y al dar los siete pasos, esa obstinada chispa de esperanza de Ash murió, liberando a Ash y permitiéndole presenciar la segunda ceremonia con algo aproximado a la indiferencia.

Lo ayudó el hecho de que no había nada familiar en aquella figura anónima y sin rostro cubierta por el brillante sari y el velo de capullos de flores. Desde el lugar donde estaba sentado veía su figura como la de cualquier mujer india, exceptuando que era más alta que la mayoría de ellas y que el novio parecía ajado y temeroso a su lado.

Estaba menos espléndidamente vestida que su medio hermana, lo cual era comprensible. No había allí nada de Juli: sólo un bulto informe de seda coronado por margaritas, repitiendo una serie de acciones que ya no parecían significativas ni cargadas de emoción alguna.

Los sacerdotes realizaron apresuradamente los ritos y el novio cantó el himno final, y con eso terminó todo. Siguió una ceremonia en que el Rana condujo a sus esposas para presentarlas a los miembros del barat que no habían estado presentes en la boda, para simbolizar que una novia ya no pertenece a su propia familia, sino a la de su marido. Una vez hecho esto, las dos mujeres, hambrientas y exhaustas, quedaron libres de volver a sus habitaciones y quitarse la ropa de gala y recibir el primer alimento que probaban en hacía más de veinticuatro horas.

Kaka-ji y los otros hombres se llevaron al novio para una celebración en el más grande de los shamianahs en el parque, y Ash fue a acostarse y sorprendentemente durmió a pesar del ruido de las bandas de música y de los fuegos artificiales y de la multitud, como si estuviera drogado.

Había terminado el primer día de los tres que duraría la ceremonia. Ya habían pasado varias horas del segundo cuando cesó la música y se apagaron los fuegos artificiales, hasta que, finalmente, el parque quedó en silencio.