29

Empleando una política de paciencia, Ash se concedió toda una semana sin hacer ningún movimiento para reanudar las negociaciones con el Rana o para replicar a su última exigencia.

Todos los días seguían llegando mensajes y regalos de frutas y golosinas que eran recibidos con corteses expresiones de agradecimiento. Pero ninguna de las dos partes sugería una nueva reunión, y Ash comenzó a pensar que el Rana también había decidido esperar.

—Ya ha dicho lo que quería decir, y nos está dando tiempo para que nos demos cuenta de que habla en serio. Y para que nos decidamos a pagar lo que pide. —Comentó Mulraj sombríamente. A lo cual Ash replicó que, si el Rana pensaba que eso era lo que estaban haciendo, pronto descubriría que se había equivocado—. Puede ser —respondió Mulraj encogiéndose de hombros—. Pero ¿y si entretanto nos morimos de hambre? Los campesinos y los comerciantes de la ciudad ya están exigiendo el pago, como usted predijo, y les hemos contestado que se dirijan al Diwan y al Consejo… y ellos los han enviado de vuelta a nosotros. Ahora se niegan a proporcionar más alimentos a menos que les paguemos por adelantado. Y si no lo hacemos, pasaremos hambre, porque no nos facilitarán provisiones; aunque los dioses saben que no pueden impedirnos cortar forraje para nuestros animales, y aún tenemos suficiente ganado y cabras para contar con cierta cantidad de leche y manteca para todos si somos cuidadosos.

—Y suficiente grano como para vivir de pan durante cierto tiempo —agregó Ash con una fugaz sonrisa—. He guardado una gran cantidad por si se presentaba esta situación. Sin embargo, no lo tocaremos a menos que sea necesario, ya que puede llegar el día en que lo necesitemos más que ahora. Intenta hablar con los bhithorianos con buenas palabras y promesas, Mulraj, y ve si es posible persuadirlos de que nos concedan crédito por un tiempo más. Y cuando se nieguen definitivamente, diles que sus cuentas y sus exigencias deben ser presentadas por escrito. Debemos tener una prueba por escrito para presentársela al Oficial Político, quien teme que no seamos suficientemente pacientes.

—Lo haré —respondió Mulraj con una mueca—. ¿Cuándo piensa usted solicitar otra reunión con el Rana o con su Diwan?

—No pienso hacerlo. Esta vez esperaremos a que la pidan ellos. Entretanto, vayamos a cazar con halcón, y mientras fingimos buscar piezas, veremos si podemos encontrar algunos senderos de cabras en esas montañas por los que al menos algunos hombres puedan abandonar el valle sin ser vistos, en caso necesario. Puede resultar útil.

No lograron encontrar ninguno, pero pocos días después el Rana los invitó a otra reunión en el palacio de la ciudad, en la cual presentó las mismas exigencias y las mismas excusas para justificarlas. Una vez más, estas fueron declaradas inaceptables, y la delegación de Karidkote se retiró en orden, quedando las cosas como estaban antes.

—El siguiente es nuestro turno —declaró Ash filosóficamente.

Y unos días después pidió otra audiencia al Rana, y a principios de la semana siguiente se presentó en el Rung Mahal para discutir el caso nuevamente, aunque sin mejores resultados, Después de esto, hubo una breve interrupción en las negociaciones; luego, como Bhithor parecía satisfecho de dejar la iniciativa a Karidkote y los visitantes encontraban cada vez más difícil obtener provisiones a crédito, Ash cambió de táctica y comenzó a presentarse diariamente en el palacio a conferenciar con el Rana, o si el Rana no quería verlo con el Diwan, para presionar en busca de términos más razonables. Llegó a ofrecer (pensando en el Oficial Político) algunas pequeñas concesiones, para evitar futuras acusaciones de inflexibilidad por parte de dicho funcionario y su departamento al no haber hecho intentos de negociar o llegar a un acuerdo. Pero el resultado de estos esfuerzos, como era predecible, le sirvió para convencer al Rana de que la oposición se debilitaba, y que ahora sólo le quedaba mantenerse firme para conseguir todas sus exigencias. Esta convicción fue compartida por su Diwan, quien se atrevió a sugerir que si las peticiones de su señor no se aceptaban pronto, él podría reconsiderarlo. La diferencia era que el precio se elevaría, aunque Ash había fingido no entenderlo, y observó con gravedad que esperaba sinceramente que así fuera, ya que era hora de que él volviera a Rawalpindi y a sus deberes militares. Lo cual era muy cierto.

La doble boda se había concertado para principios de la primavera, y aunque el viaje desde Karidkote había llevado más tiempo del que se esperaba, aún podría haberse celebrado antes de que llegara la época más calurosa y la temperatura se hiciera intolerable. Pero habían pasado seis semanas desde que la comitiva nupcial montara sus tiendas en el valle, y la temperatura era ahora sofocante y la zona del campamento se había convertido en un infierno de calor, polvo y moscas, en el cual hombres y animales se agotaban y sufrían juntos. Un viento abrasador soplaba todo el día, desde el amanecer hasta la noche, levantando polvo y haciendo ondear la tela de todas las tiendas. Cuando se calmaba por la noche, las horas de oscuridad estaban llenas del zumbido enloquecedor de los mosquitos, los aullidos de los chacales y de los perros vagabundos que corrían entre las tiendas en busca de restos de comida.

—¿Cuánto más podremos resistir? —gruñó Kaka-ji, que sufría un ataque de depresión aguda.

—No se preocupe, sahib Rao —replicó Ash—. Si todo marcha bien, pronto usted y todos los que están a su cargo se encontrarán instalados en las casas para huéspedes sobre el lago, donde podrán vivir con mucha mayor frescura y comodidad.

—Sí —repitió Kaka-ji con pesimismo—. Sin embargo, no veo señales de que el Rana vaya a ceder y muy pronto tendremos escasez de agua. Si el arroyo se seca… y mis sirvientes me dicen que disminuye su caudal a diario… ¿qué haremos? ¿Sufriremos sed además de hambre?

—El arroyo no se secará. Está alimentado por manantiales en los valles y también por el lago, y aunque el lago está bajo, aún es profundo y ancho. No obstante, es hora de que emprendamos alguna acción, porque ni siquiera el Oficial Político puede acusarme de demostrar falta de paciencia. Volveremos a hablar con el Rana mañana y veremos si ha cambiado de idea… Si es que tiene ideas.

—Ya verá usted que no —gruñó Mulraj—. ¿Para qué perder el tiempo con esto?

—En Belait —replicó Ash encogiéndose de hombros—, suelen decir: «Si no logras algo la primera vez, prueba, prueba otra vez».

—¡Bah! Hemos probado veinte veces… cuarenta —replicó Mulraj con disgusto—. Hai-mai. Pero estoy cansado de ese asunto.

Sin embargo, al día siguiente volvieron a cabalgar hasta la ciudad, y después de esperar más tiempo de lo habitual, se enzarzaron en la misma discusión con la misma falta de éxito. Pero esta vez, Ash pidió al Rana que presentara sus exigencias por escrito, para justificarse (si accedía a ellas) en caso de que su Alteza el maharajá de Karidkote, o las autoridades británicas, llegaran a dudar de que realmente esas exigencias eran ciertas, no fuesen a sospechar que él inventaba la historia para ocultar el hecho de que él y otros miembros de su grupo se habían incautado de la suma adicional y se la habían repartido entre ellos.

—A menos que podamos probar que se nos exigió esa suma, no podemos atrevernos a pagarla —replicó Ash—. Esta es nuestra dificultad, y espero que comprenderá que, en lo que respecta a mis compañeros, podría costarles la vida volver a Karidkote sin nada que apoye su palabra de que han gastado este dinero en nombre de su Alteza. Yo mismo me encontraría en grandes problemas con mis superiores, de modo que le pediría…

Para el Rana y su Diwan, y en realidad para todo el Consejo, la petición parecía perfectamente sensata. El Rana, creyendo que llegaba el momento de la victoria, accedió de inmediato en proporcionar al sahib un informe escrito de sus exigencias, e incluso, a petición de Ash, imprimió su huella digital como prueba de que el documento no era falso.

—Bien. ¿Y qué hemos ganado con esto? —preguntó Mulraj mientras cabalgaban a través de la Puerta de los Elefantes. Aquel día Kaka-ji no les había acompañado porque estaba en cama resfriado.

—Es una prueba —replicó Ash, dándose palmaditas en el bolsillo de la chaqueta—. Esto saldrá esta noche con una carta al sahib Spiller, el Oficial Político, y en cuanto esté seguro de que la ha recibido, nos reiremos del Rana. Ni siquiera el sahib Spiller puede pensar que es posible disculpar y aceptar un ejemplo tan grosero de extorsión.

Ash escribió la carta poco después de llegar al campamento, y como estaba encolerizado y con prisa, no la redactó con todo el tacto que debió haber usado. Sus breves oraciones, si bien no eran realmente groseras, daban la impresión de una irritación apenas disimulada por la actuación oficial, que provocaría una grave ofensa y conduciría a repercusiones imprevistas. Pero Ash no lo sabía.

Una vez que terminó de escribir la carta, la guardó en un sobre sellado junto con el documento que contenía las exigencias del Rana; luego, una vez más, acompañó al mensajero hasta la frontera y lo puso en camino. Aunque quizá se trataba de una precaución innecesaria, ya que al Rana le parecía natural que el Sahib enviara un mensaje al Oficial Político como paso preliminar a la capitulación, y, por lo tanto, era improbable que en esta oportunidad, por lo menos hubiera algún intento de evitar que el mensajero llegara a su destino. De todas maneras, Ash prefería no correr riesgos. Permaneció observando al mensajero hasta que desapareció en la lejanía.

Sabía muy bien que la acción que tenía pensada no era más que una baladronada y que si fallaba el resultado podía ser desastroso. Pero era una carta que debía jugar, cuya única alternativa consistía en abandonar a Juli al destino que caería sobre ella si se quedaba en Bhithor sin desposarse, y sin más derechos o privilegios que los de cualquier doncella del Sector de las Mujeres en el Rung Mahal. Eso, ni pensarlo, porque, por más espantoso que fuera dejarla allí, abandonada en tales circunstancias resultaba insoportable, y Ash haría todo lo que pudiera para asegurarse de que Anjuli quedara como Rani de Bhithor. Era lo máximo que podía hacer por ella ahora.

Esperó dos días para dar tiempo a su mensajero de que se pusiera en contacto con el Oficial Político, y al tercero pidió audiencia, para advertir al Rana de que no debía alimentar falsas esperanzas y darle una última oportunidad de que cambiara de idea. Se le concedió la audiencia; Ash cabalgó hasta el Rung Mahal acompañado sólo por Mulraj y una pequeña escolta, y fue recibido en una habitación privada del palacio por el Rana y media docena de sus consejeros, y algunos cortesanos favoritos.

La entrevista fue corta: aparte del habitual intercambio de cortesías, Ash sólo habló dos veces y el Rana una, y ambos se redujeron a unas pocas palabras. Ash preguntó si el Rana había reconsiderado sus exigencias y estaba preparado a aceptar los términos que originalmente se habían acordado en Karidkote entre sus representantes y Su Alteza el maharajá, el Rana replicó, en efecto, que no tenía intención de hacerlo, y que, en realidad, consideraba sus demandas no sólo justas, sino sumamente razonables. Su tono era insolente, y cuando sonreía, los consejeros presentes, interpretando su deseo, sonreían apreciativamente, mientras uno o dos de los cortesanos más aduladores reían sin disimulo. Pero sería la última vez que cualquiera de ellos sonreía esta mañana.

—En ese caso —anunció Ash en tono cortante— no tenemos otra alternativa que levantar el campamento y presentar todo el asunto al Gobierno de la India. Buenos días, sahib Rana.

Hizo una pequeña reverencia, giró sobre sus talones y salió del recinto. Mulraj lo siguió, con aire resignado, pero no habían ido muy lejos cuando les alcanzó un consejero sin aliento que traía un mensaje del Diwan. Este, dijo el consejero deseaba hablar urgentemente con ellos en privado, y les rogaba que le concediera algunos momentos. Como nada se ganaba con una negativa, volvieron y encontraron al primer ministro del Rana esperándolos en una pequeña antecámara contigua al salón de donde habían salido pocos momentos antes con tan poca ceremonia.

El Diwan se disculpó profusamente por lo que consideraba un «lamentable malentendido» y les obligó a aceptar un refrigerio, hablando volublemente todo el tiempo. Pero pronto resultó evidente que no tenía nada nuevo que ofrecer en el sentido de las concesiones; o, en todo caso, nada que agregar a las interminables y poco convincentes excusas que había presentado antes en nombre del Rana. Hasta que, al fin, a Ash se le terminó la paciencia, y cortó el torrente de palabras con el brusco anuncio de que si el Diwan tenía algo nuevo que ofrecer estaban preparados a escuchar. Si no, todos estaban perdiendo el tiempo. Y él lamentaba tener que despedirse.

El Diwan no parecía desear dejarlos marchar, pero no estaban dispuestos a esperar más tiempo. Después de repetir muchas veces cuánto lo lamentaba, los acompañó personalmente hasta la entrada del patio exterior, donde se quedó hablando con ellos mientras enviaba a un sirviente a buscar sus caballos y su escolta, quienes habían sido atendidos por hombres de la guardia del palacio. Por tanto, una hora después abandonaron al Rung Mahal y cabalgaron entre los centinelas. Mulraj dijo con aire pensativo:

—¿Cuál es el propósito de todo esto? El viejo villano no tenía nada que decir, y esta es la primera vez que se ha ofrecido hospitalidad a mis hombres en el palacio. ¿Qué supone usted que esperan ganar?

—Tiempo —respondió Ash sucintamente.

—Eso parece más claro. El viejo zorro nos retuvo durante casi una hora y luego el sirviente empleó tanto tiempo para ir a buscar a nuestros hombres y nuestros caballos que no me sorprendería enterarme de que se quedó dormido por el camino. Querían retrasar nuestra partida… y lo lograron. Pero ¿por qué? ¿Con qué fin?

Lo supieron diez minutos después de salir de la ciudad.

El Rana actuó con enorme celeridad, porque más temprano en los fuertes gemelos sólo había un puñado de centinelas, y ahora se podía ver gran número de artilleros que ocupaban totalmente las almenas y esperaban con sus armas preparadas, un espectáculo que la delegación de Karidkote, al regresar a su campamento, no podía dejar de advertir, y que debía recordarles la vulnerabilidad e impotencia de su propia posición al enfrentarse con aquella amenaza exterior.

En el campamento ya lo habían observado, y grupos ansiosos de hombres, que normalmente estarían durmiendo la siesta de la tarde a la sombra, se encontraban detenidos bajo la luz abrasadora del sol observando los fuertes y especulando ansiosamente sobre las razones de aquella atemorizadora demostración de fuerza. Entre las tiendas circulaba una docena de explicaciones, cada una más alarmante que la otra, y muy pronto surgió el rumor de que el Rana mandaría disparar contra el campamento con la intención de matar a todos los que estuvieran en él, para apoderarse del dinero y los objetos valiosos que habían sido traídos de Karidkote. Cuando volvieron Ash y Mulraj, el pánico se había propagado con la velocidad de un relámpago, y sólo una acción drástica por parte de Mulraj, que en seguida se puso a reunir las tropas para mantener el orden con lanzas y lathis, logró evitar una revuelta. Pero no podía negarse que la situación era muy difícil. Una hora después de su regreso, Ash había despachado otro mensaje al palacio, pidiendo una audiencia para el día siguiente… Esta vez en durbar público.

—¿Por qué enviarla tan pronto? —protestó Mulraj, quien, si se lo hubiese consultado, habría preferido ignorar la amenaza durante todo el tiempo posible—. ¿No podríamos haber esperado por lo menos hasta mañana antes de pedir una audiencia a ese dagabazik (tramposo, mentiroso)? Ahora todos creerán que sus armas nos han producido tal terror que no nos atrevemos a esperar un solo momento por temor a que disparen sobre nosotros.

—Entonces se van a llevar un desengaño —saltó Ash, a quien le costaba cada vez más mantenerse tranquilo—. Que piensen lo que quieran. Pero nosotros ya hemos perdido demasiado tiempo y no pienso perder más.

—Eso estaría bien —suspiró Kaka-ji—, si tuviéramos algo que decir al Rana. Pero ¿qué nos queda por decir?

—Mucho que debimos haber dicho hace tiempo, si me hubieran dejado hacer las cosas a mi manera —replicó Ash brevemente—. Y confío en que usted se sienta lo bastante fuerte como para acompañarnos mañana, sahib Rao, para que también pueda oírlo.

Le acompañaron no sólo Kaka-ji, sino todos aquellos que habían asistido al primer durbar. Y esta vez se les exigió que se presentaran en el palacio de la ciudad a últimas horas de la tarde. Fueron allí vestidos con sus mejores ropas y escoltados por treinta lanceros espléndidamente uniformados. Y a pesar del hecho de que el termómetro de su tienda aún registraba una elevadísima temperatura, Ash mismo se puso el más lujoso de sus uniformes para cabalgar con ellos hasta el Rung Mahal, donde la primera vez los había recibido un oficial menor para conducidos al Salón de Audiencias Públicas. Aquí, como en la referida ocasión, encontraron a toda la Corte esperándolos, sentados en apretadas filas entre las arcadas pintadas.

En el Diwan-I-Am reinaba una penumbra que parecía aún mayor por contraste con la luz externa. Pero eso no impidió que Ash viera que en los rostros de todos los allí reunidos había una expresión de satisfacción maligna, e inmediatamente supo que esperaban presenciar la humillación pública de los emisarios de Karidkote y de su portavoz, aquel joven y estúpido sahib, y disfrutar de la habilidad con que su inteligente gobernante jugaría sus cartas y ganaría la partida a sus invitados. Ash fue directamente al grano.

—He advertido —dijo, dirigiéndose al Rana con una voz que ninguno de los presentes le había oído usar antes— que Su Alteza ha decidido instalar tropas en los tres fuertes que hay sobre el valle. Por esa razón, he solicitado esta asamblea, para informarle, en durbar público, que si se dispara una sola de las armas sobre nuestro campamento, su Estado será tomado por el Gobierno de la India y usted mismo será depuesto y expulsado para pasar el resto de su vida en el exilio. Además, deseo informarle que tengo la intención de levantar el campamento y trasladarnos a nuestra primera ubicación, fuera del valle, donde permaneceremos hasta que decida llegar a un acuerdo con nosotros. Según nuestros términos. Es todo lo que tengo que decir.

La dura firmeza de su voz le sorprendió a él mismo, porque tenía la boca seca, y en realidad no confiaba en absoluto en el deseo del Gobierno de poner en práctica semejante acción, ni, en realidad, de ofrecer ningún apoyo. Pensó que era más probable que él recibiera una reprimenda por hacer amenazas no autorizadas en nombre del Gobierno y «excederse en sus instrucciones». Pero los allí reunidos no tenían por qué saberlo. La cara del Diwan se puso muy seria y la del Rana era un espectáculo de conmoción. Y, de pronto, parecía que todos los presentes contenían el aliento, porque, aunque se oía el ulular del viento, no se escuchaba otro sonido bajo las arcadas pintadas. Advirtiendo esto, Ash se dio cuenta de que cualquier cosa que se dijera después de esto reduciría el efecto de la amenaza de manera que, sin dar tiempo para replicar al Rana, hizo un movimiento de cabeza dirigido a quienes lo acompañaban y salió a grandes pasos del Diwan-I-Am, y sus espuelas y su espada tintinearon audiblemente en el silencio estupefacto que reinaba en la estancia.

Esta vez nadie se apresuró a seguirlos ni hubo intento alguno de retrasar su partida. La escolta y sus caballos estaban preparados esperándolos, y montaron sin pronunciar una palabra de despedida.

Kaka-ji fue el primero en hablar, pero sólo lo hizo cuando hubieron salido de las puertas de la ciudad y cabalgaban por el valle bajo el sol poniente, e incluso entonces bajó la voz como si tuviera miedo de que le oyeran:

Sahib, ¿es verdad lo que le dijo al Rana? ¿Es cierto que el sirkar (gobierno) realmente lo depondrá si usa sus armas contra nosotros?

—No lo sé —confesó Ash con una sonrisa irónica—. Es probable. Pero es imposible saber qué versión les llegaría del asunto, porque ¿cuántos de nosotros quedaríamos vivos si dijéramos la verdad? Sin embargo, lo que importa ahora es que el Rana mismo crea que lo harían, pero eso es algo que sabremos en cuanto comencemos a trasladamos.

—¿De manera que está dispuesto a trasladar el campamento? —preguntó Mulraj—. ¿Cuándo?

—Ahora. Inmediatamente. Mientras estén en el palacio tendrán miedo de que lo que yo he dicho sea verdad. Tendremos que salir de este valle y del alcance de esos fuertes antes de que vuelva a salir el sol.

—¿No será un riesgo demasiado grande? —protestó Kaka-ji, alarmado—. ¿Y si abren fuego sobre nosotros cuando vean que nos preparamos a marchamos?

—No lo harán, si albergan la menor duda en cuanto a la reacción del Gobierno; por eso no debemos perder un instante, sino que hay que actuar de inmediato, mientras aún lo están debatiendo. Si hay un riesgo, debemos correrlo porque no nos queda otra cosa por hacer excepto capitular y dar al Rana todo lo que pide. No quiero oír hablar de eso. Nos iremos en menos de una hora.

—No será fácil trasladamos por la noche —observó Mulraj, mirando al sol poniente con los ojos entrecerrados—. No hay luna.

—Tanto mejor. Disparar en la oscuridad a un blanco móvil no será fácil tampoco; además, podría significar la destrucción de muchas riquezas; y quizá también de las novias. Aparte de esto, con este calor, una marcha nocturna será más soportable que si lo hacemos de día.

Cuando llegaron al campamento, la mitad del valle estaba en sombras y el viento había disminuido al aproximarse el crepúsculo. Ahora había sol en las alturas, y sus rayos parecían concentrarse en las paredes de piedra del fuerte más cercano dándoles un color dorado y arrancando resplandores deslumbrantes del cañón de bronce y otros más pequeños.

El fuerte opuesto era sólo una forma color violeta contra el cielo de la noche, pero no por eso menos amenazador, y Ash sintió un estremecimiento en la espalda al mirarlo. ¿Y si… si se había equivocado, y sus palabras no consiguieron engañar al Rana? Bien, era demasiado tarde para preocuparse por eso ahora; y como había dicho a Kaka-ji, pronto sabrían cuál era la situación. Dio órdenes de levantar el campamento, y fue a cambiarse su uniforme por ropas más adecuadas para el trabajo que le esperaba. Quedaba menos de hora y media de luz diurna, pocos hombres habían tenido tiempo de cenar, y estos lo habían hecho de pie, porque la amenaza que representaban los fuertes con las tropas era demasiado clara para todos. Se hallaban tan ansiosos por abandonar el valle como Ash mismo, y no sólo no discutieron la orden de marcha ni hicieron ninguna objeción por la poca anticipación del aviso y las dificultades que ello implicaba, sino que todos los hombres, mujeres y niños se pusieron a la tarea con febril velocidad y trabajaron con tanto ahínco que apenas habían caído las sombras cuando el primer carruaje cargado se movió hacia la hondonada, precedido por un grupo de caballería.

A medianoche, el final de la larga columna salió del lugar, dejando los fuegos encendidos, porque Ash había dado órdenes de no apagarlos para que los que vigilaban desde los fuertes no supieran con certeza cuántos hombres se habían marchado y cuántos quedaban atrás. Los que se marchaban tenían prohibido llevar luces, y vistos desde arriba a la luz de las estrellas, resultaban casi invisibles, porque, a medida que avanzaban, el polvo que levantaban con los pies y que era una verdadera tortura servía a la vez de pantalla para ocultarlos más eficazmente que cualquier otra cosa, y hacía muy difícil calcular el número de personas que se trasladaban.

Para Ash, que cabalgaba en medio de la multitud, el ruido del avance parecía tremendamente fuerte, porque nadie hablaba excepto para dar una orden o azuzar a un animal que se quedaba atrás, y esto sólo en voz baja, pero había muchos otros ruidos que no podían evitarse: el chirrido de las ruedas y de los látigos, el ruido de innumerables pasos y de los cascos de los caballos, los llantos de los niños y los ruidos de las vacas, ovejas, camellos, caballos y elefantes. Y, además, un continuo aullido de la horda de perros que seguía al campamento y que era imposible alejar.

Ash se consolaba pensando que el ruido podía ser ensordecedor de cerca, pero que a medio kilómetro de distancia resultaría inaudible, aunque en ningún caso se había intentado ocultar a los hombres del Rana que se realizaría el traslado. Se lo había comunicado él mismo. De todas maneras, prefería que no supieran con exactitud cuánto duraría la operación, porque si subestimaban la rapidez con que podía efectuarse, y esperaban encontrar al menos dos tercios del campamento en el valle por la mañana, tal vez no adoptaran ninguna acción precipitada aquella noche. La parte crítica del asunto sería el paso por la hondonada, porque por allí el avance sería necesariamente lento y el fuerte que lo vigilaba estaba muy cerca. Se preguntó cuánto tiempo tardarían en llegar allí y si la pequeña fuerza que había enviado Mulraj para conducirlos había conseguido pasar y si no tuvieron problemas. Y dónde estaría Juli… Había visto salir el ruth, rodeado por una escolta de guardias armados y precedido y seguido por hombres de caballería, junto con los carruajes cubiertos que llevaban a las doncellas de las novias, sirvientas y efectos personales. Mulraj y Kaka-ji cabalgaban junto al ruth, y Jhoti viajaba con sus hermanas. Ash había visto el rostro excitado del chico a la luz humeante de una lámpara mientras subía al ruth, pero las novias eran apenas una imagen vaga de dos figuras ocultas, y no se distinguían de las otras mujeres; de no haber sido por el hecho de que una de ellas era más alta que la otra, Ash ni siquiera habría reconocido a Juli. Un momento después, la escolta se cerró alrededor de ella y el ruth partió en la oscuridad y Ash ni siquiera pudo cabalgar cerca de él. Lo máximo que podía hacer era disponer que si los fuertes abrían fuego, o si se llegaba a una lucha abierta, como sucedería si los soldados del Rana intentaban cerrar el camino de la garganta, Juli, Shushila y Jhoti debían ser rescatados por Mulraj y un pequeño número de hombres a caballo, quienes intentarían encontrar un camino a través de las montañas, mientras él permanecía atrás para cubrir su retirada y entendérselas con el Rana a la mañana siguiente.

Era un plan arriesgado y que podía fracasar. Pero si se llegaba a lo peor, habría que intentarlo, y Ash sólo podía desear que las cosas no llegaran a ese punto porque, aunque él y Mulraj habían explorado la comarca todo lo posible durante las últimas semanas, los únicos pasos que habían encontrado entre las montañas eran senderos de cabras que serpenteaban sin rumbo fijo entre montículos de rocas en las empinadas laderas cubiertas de matorrales, y que parecían no conducir a ninguna parte. Pero no tenía sentido preocuparse por eso tampoco, la suerte estaba echada y ahora el asunto no estaba en sus manos. No podían hacer nada más… excepto esperar haber convencido al Rana de que cualquier intento de actuar por la fuerza sería fatal.

«Si se llega a una lucha abierta —pensaba Ash—, no habrá boda. Después de eso no podrían seguir adelante… ni siquiera Nandu lo consideraría. Ni el Gobierno podría pasar por alta semejante hecho… Tendrían que adoptar alguna decisión, aunque no invadieran realmente el Estado… Quizá designar otro gobernante, y ocuparse de que se devuelva a Nandu, si no todo, al menos lo que ha gastado en este lamentable asunto… Yo no debí haberme entrometido… Debí haberme ido solo, y entonces Juli habría…»

Pero sabía que no podía haber hecho otra cosa. No podría haber desestimado las órdenes recibidas y mantenerse a un lado, dejando las negociaciones y las decisiones a Kaka-ji y a sus compatriotas, quienes se habrían visto obligados finalmente a pagar al extorsionador todo cuanto pedía… y también desprenderse de la dote de Anjuli y dejarla atrás, sin desposarse. De todas maneras, Ash deseaba en parte que los soldados del Rana les negaran el derecho a pasar por la hondonada, porque una lucha era lo único que pondría fin a las conversaciones sobre una boda. Pero si llegaban a pelear, morirían hombres. Probablemente muchos…

De pronto, Ash sintió asco de sí mismo. ¿Realmente había caído tan bajo como para contemplar, aunque fuera por un momento, la muerte de hombres que conocía y que quería, hombres en cuya compañía había viajado hacia el Sur, durante todo el largo camino a Bhithor, sólo porque sus cadáveres podían ayudarle a lograr sólo un deseo puramente personal? Ash sabía que Juli jamás soñaría comprar la felicidad a semejante precio. Y él tampoco. Al tener este pensamiento era como si Juli se apartara silenciosamente de él igual que había hecho al salir de la tienda de Kaka-ji. Los ruidos de la noche dejaron de susurrar su nombre y el polvo perdía su aroma de rosa, mientras de la mente de Ash desaparecía el pensamiento de Juli, y escuchaba una vez más los muchos ruidos a su alrededor, alerta para captar el estampido de algún cañón lejano.

Ya no tenía por qué temer el cañón de los dos fuertes que quedaban detrás de ellos. Si las tropas pensaban abrir juego, ya lo habrían hecho, en lugar de esperar a que el campamento estuviese fuera de su alcance. El peligro real estaba más adelante, en el corto trecho de medio kilómetro que daba la vuelta a la garganta bajo el tercer fuerte, donde sería muy fácil atrapar a una gran parte de la columna, dejando a aquellos que todavía no habían entrado sin otra alternativa que retroceder y caer en la trampa más grande del valle.

«Si nos atacan allí —pensó Ash—, será el fin».

Pero la amenaza de que tomaran el Estado y le exiliaran había destruido la confianza del Rana. No se le ocurrió que quizás el sahib había hablado de esa manera por su propia cuenta y sin ningún apoyo oficial. Suponía que el sahib hablaba como portavoz del Oficial Político, que a su vez lo era del Raj. Sabía también que había muchos precedentes de semejante acción. Demasiados como para que él pudiera seguir contando con el hecho de que porque habían ocurrido en los días anteriores al Gran Levantamiento, cuando la East India Company gobernaba el país no volverían a ocurrir bajo un Raj presidido por un virrey que representaba a la Padishah Victoria. Si en el pasado Estados tales como el gran reino de Outh pudieron ser anexionados, ¿cómo podía el Rana estar seguro que al suyo no le sucedería un destino similar, siendo como era un país pequeño y de ninguna manera poderoso? El Rana y sus consejeros se estremecieron ante la sola idea y se despacharon urgentes mensajes a los comandantes de los fuertes, ordenándoles se abstuvieran de toda acción que pudiera ser interpretada como hostil.

El campamento pasó por la hondonada sin ser molestado, y al salir el sol ya estaban levantando sus tiendas y encendiendo nuevos fuegos en su ubicación anterior, fuera del alcance del fuerte y en una posición ventajosa para defenderse de cualquier ataque o, si era necesario, para retroceder hasta el otro lado de la frontera.

—Y ahora que nos amenacen esos chacales —dijo Mulraj con ira—. ¡Arré! Pero estoy cansado. No soy cobarde, y los dioses saben que pelearía con los mejores en cualquier circunstancia en lucha abierta. Pero, créame, sahib, anoche pasé por una verdadera agonía mientras cruzábamos esa hondonada en la oscuridad, sabiendo que un simple puñado de hombres en los acantilados podía causar una terrible matanza entre nosotros, y esperando a cada momento oír el ruido de los cañones o ver llegar hombres armados para atacamos. Bien, ahora todo ha terminado: hemos salido de la trampa. Pero ¿qué sucederá después?

—Eso depende del Rana —respondió Ash—. Esperaremos a ver qué hace. Pero me inclino a pensar que no tendremos más problemas, y que fingirá que todo ha sido… ¿cómo lo llama el Diwan? «un lamentable malentendido». Mañana, o quizás hoy, enviará una delegación con regalos y mensajes tranquilizantes, de manera que lo mejor que podemos hacer es descansar antes de que lleguen. ¿Cómo está el joven Jhoti?

—Duerme. Y muy desilusionado. Esperaba que hubiera una gran batalla.

—¡Chiquillo sanguinario! —comentó Ash con acritud. Y agregó que deseaba que el tío del chico también estuviera dormido, ya que el viejo había tenido que soportar mucho los últimos días y los acontecimientos de la noche anterior debían de haberlo afectado intensamente.

—Así es —asintió Mulraj—, pero una noche de incomodidad no aparta al sahib Rao de sus plegarias. Efectúa su pujah, y sólo cuando la termina se va a descansar. En cuanto a mí, que soy menos devoto, seguiré el ejemplo del joven príncipe y dormiré lo que pueda antes de que los bhithorianos desciendan sobre nosotros con mentiras y excusas y falsas expresiones de buena voluntad.

—Y también disculpas, espero… aunque lo dudo. No es necesario que interrumpamos nuestro descanso por ellos. Nos han hecho esperar muchas veces y no les hará ningún mal a ellos ni a ese mono del Rana probar un poco de su propia medicina.

—¡Ah! Sahib ka mizaj aj dahut garum hai —recitó Mulraj con una mueca, repitiendo un comentario que había oído hacer a Gul Baz en un aparte al syce de Ash.

—Lo mismo te pasaría a ti si estuvieses de mal humor —replicó Ash acaloradamente— y si hubieras tenido que… —se interrumpió y rio con un poco de vergüenza—. Tienes razón. Estoy de mal humor, y en este momento me gustaría asesinar a muchos de ellos… comenzando por el Rana. La idea de tener que fingir que todos los insultos y malos tratos a que se nos ha sometido deben ser olvidados y perdonados, y que la boda debe tener lugar como si nada hubiera sucedido, te hace sentir enfermo, aunque creo que… Lo lamento. Supongo que será mejor que yo también duerma un poco, o no estaré bien para tener otras conversaciones con nadie. Adelante, vete a la cama. So-jana, bai, que tus sueños sean felices.

Contempló a Mulraj, que se alejaba con paso cansado y se dio cuenta de que él también estaba terriblemente fatigado, física y mentalmente… tan fatigado que, de pronto, no pudo sentir más irritación. Su disgusto, junto con todos los temores y esperanzas que le habían atormentado durante tanto tiempo, parecía haberse agotado, dejando detrás un gran vacío. Había hecho todo lo posible por Juli. También lo cual constituía una ironía, por Nandu: había salvado el orgullo de Nandu y su dinero, junto con el honor de Juli, y (valiera lo que valiese) la reputación del Rana, del Oficial Político y del capitán Pelham-Martyn de los Guías. Y nada de esto significaba algo… Ash dio media vuelta y entró en su tienda. Unos minutos después, el atribulado Mahdoo que acudía apresuradamente con una taza de té muy caliente, lo encontró tendido en su catre, completamente vestido e inmerso en un sueño tan profundo que sólo lanzó un gruñido cuando Mahdoo y Gul Baz le quitaron la chaqueta y las botas de montar antes de cerrar la puerta de la tienda para no dejar entrar los rayos del sol ascendente.