La escolta los esperaba en el patio externo. Montaron en medio de un silencio huraño y no hablaron mientras cabalgaban por las estrechas calles y bajo la gran arcada de la Puerta de los Elefantes donde los centinelas sonrieron abiertamente al verlos pasar.
El valle rielaba bajo el calor y no había señales de vida en los fuertes que se levantaban en las colinas bajas a izquierda y derecha de la ciudad, porque los soldados descansaban a la sombra. Pero las bocas de los cañones destacaban ominosamente contra la piedra bañada de sol, y Ash las miró, y advirtiendo su número, habló bruscamente, con voz furiosa:
—Fue culpa mía. Debí haber impuesto mi propio criterio, en lugar de dejar que un pomposo Oficial Político me diera órdenes y me acusara de insultar a un príncipe gobernante con mis sospechas indignas. ¡Qué sabe él! Esa araña traidora lo tenía todo planeado, y hemos hecho exactamente lo que él deseaba que hiciéramos… entrar mansamente en su recinto.
—Es terrible… terrible —gimió Kaka-ji—. No puedo creerlo… ¿Cómo es posible que el Rana se niegue a pagar? ¿Qué nosotros tengamos que pagar?
—No se preocupe, sahib Rao. No pagaremos —respondió Ash brevemente—. Esto es una actuación teatral.
—¿Realmente piensa eso? —preguntó Mulraj—. Humm… Espero que esté seguro de lo que dice. Tiene suficientes armas en esos fuertes para hacer pedazos el valle… y a todo nuestro campamento. Si hay lucha, no tendremos oportunidad de salvarnos, porque ¿de qué nos servirán las espadas contra esas paredes de piedra y esos pesados cañones?
—No habrá lucha —saltó Ash—. No se atreverá.
—Esperemos que tenga usted razón. Pero yo no estaría tan seguro. Los príncipes de Rajputana pueden pensar que es prudente fingir sumisión al Raj, pero aún ejercen gran poder dentro de sus propios Estados, y hasta los sahibs del Departamento Político, como ustedes han visto, prefieren fingir que no ven ni oyen muchas de las cosas que hacen.
Ash observó que les sería difícil no ver u oír en este caso, ya que él pensaba formar mucho ruido respecto a este asunto. Se proponía escribir un informe completo al Oficial Político y enviar la carta con mensajero especial aquella misma tarde.
—Sería conveniente… —asintió Mulraj. Y agregó pensativamente—: aunque no creo que los mensajeros lleguen porque los caminos están bien vigilados. Además, mis espías me han contado una cosa que no me gusta: dicen que la ciudad y los fuertes pueden hablar entre sí sin palabras.
—¿Te refieres a las señales? —preguntó Ash, desconcertado—. De manera que pueden hacerlo. Me pregunto dónde diablos habrán aprendido eso.
—¿Entonces sabe de qué se trata? ¿Es posible?
—Por supuesto. Es muy simple. Se hace con banderas: señales con las banderas y… Ah, es muy largo de explicar. Te lo mostraré algún día.
—Pero esto no se hace con banderas. Esto se efectúa con pequeños escudos de plata pulida que reflejan la luz del sol y transmiten advertencias que pueden ser observadas a muchos kilómetros de distancia.
—Esos son cuentos —se burló Ash, perdiendo interés.
Su escepticismo era comprensible, porque, aunque sabía que los indios de Norteamérica habían aprendido hacía ya mucho tiempo el medio de enviar mensajes visuales por medio de humo, el método bastante similar de comunicación descrito por Mulraj, que luego sería conocido como heliógrafo, aún era desconocido en el Ejército de la India, y sólo comenzó a emplearse muchos años después. Por tanto, Ash no creyó en él, y comentó que no era conveniente creer todo lo que a uno le decían.
—Yo no creo todo lo que me dicen —replicó Mulraj—. Pero mis espías me informan que no es nada nuevo en Bhithor y que aquí se ha practicado desde hace tanto tiempo que nadie recuerda sus comienzos. Dicen que el secreto fue traído por un mercader de esta ciudad que era un gran viajero, y que aprendió el arte de los chinni-log (se refería a los chinos) muchos años antes de que el Raj de la Compañía llegara al poder. Sea como fuere, es seguro que todos nuestros movimientos serán observados y denunciados, y que ningún mensajero que enviemos dejará de ser observado. Estarán preparados y esperándolo. Y aun si alguno escapa a sus redes, apuesto cincuenta mohures de oro contra cinco rupias a que la única respuesta que traerá del sahib será una recomendación de que sea usted lo más cuidadoso posible y que no haga nada que pueda molestar al Rana.
—De acuerdo —replicó prontamente Ash—. Usted perderá, porque el Oficial Político tendrá que adoptar una acción con respecto a esto.
—Ganaré, amigo mío, su Gobierno no desea pelear con los príncipes. Hacerlo significaría un derramamiento de sangre y un levantamiento armado, y eso requeriría el envío de tropas y un gran gasto de dinero.
Por desgracia, Mulraj tuvo razón en ambos sentidos.
Ash envió un informe detallado de los últimos acontecimientos, y sólo después de una semana sin noticias de su mensajero las averiguaciones realizadas descubrieron que el hombre no había llegado más allá del extremo de la hondonada, donde lo habían detenido y luego hecho prisionero en el fuerte. (Al parecer, «lo habían confundido con un famoso bandido» y el error fue lamentado profundamente). El segundo mensajero no fue solo, sino acompañado por dos soldados armados. Volvieron tres días más tarde a pie, porque les habían tendido una emboscada unos treinta kilómetros más allá de la frontera, despojándoles de cuanto llevaban y también de sus caballos: los dejaron desnudos, heridos y sin alimentos, para que encontraran el camino de regreso.
Ash lanzó el rumor de que el próximo mensajero sería él, y que llevaría una escolta armada de más de una docena de hombres de las fuerzas del Estado de Karidkote, todos ellos excelentes tiradores. Y aunque realmente no lo hizo, pues no deseaba abandonar el campamento a sus propios medios considerando la actitud del Rana y de sus consejeros y la furia que sentían contra sus huéspedes… fingió que lo hacía saliendo a caballo con el verdadero mensajero y la escolta hasta encontrarse bastante lejos de Bhithor.
No vio las señales solares de advertencia que parpadeaban frenéticamente a sus espaldas desde un terrado alto en la ciudad y las paredes exteriores de dos fuertes de vigilancia. Pero Mulraj sí, y sonrió mientras las miraba, porque sus espías no habían estado ociosos y el código era muy simple… Mucho más sencillo que la complicación de puntos y líneas que el sahib llamaba «Morse», y que trataba de explicarle. Los bhithorianos no perdían el tiempo con esas cosas, y, como los pieles rojas, se reducían a lo esencial. Su código era un modelo de simplicidad y consistía en un resplandor sostenido que significaba «enemigo» o, alternativamente tres resplandores largos que significaban «amigo, no molestar» seguido de otros cortos que indicaban los números hasta veinte, y si el número sobrepasaba esa cifra una cantidad de resplandores cortos. Si se agregaba un movimiento oscilante hacia ambos lados, significaba que el hombre u hombres en cuestión iban a caballo y no a pie, mientras que varias vueltas circulares ordenaban «¡Deténganlos!». En general la respuesta era un solo resplandor que podía traducirse como «mensaje recibido y comprendido». No había otras señales, porque, para Bhithor, estas resultaban suficientes.
Mulraj observó los agitados resplandores que ordenaban «Amigo, no molestar» y su sonrisa se convirtió en una carcajada, porque sabía que Ash pensaba regresar tan pronto como hubieran cruzado la frontera sin inconvenientes… ya que tenían la razonable certeza de que esta vez no se intentaría atacar al grupo, pues el Rana jamás se arriesgaría a atacar a un grupo de hombres bien armados encabezados por el sahib mismo, y cuando se descubriera que el sahib ya no estaba con ellos, sería demasiado tarde para organizar otro lamentable accidente.
En todo esto se perdieron muchos días. Pero no se desperdiciaron en vano. Los que no poseían tienda se ocuparon de construir cabañas de hierba seca para protegerse de los ardorosos rayos del sol y del rocío de la noche, y aunque había abundancia de madera en Bhithor, Mulraj, anticipando una estancia prolongada y preocupado por los caballos ahora que había comenzado el tiempo caluroso, puso a trabajar a sus hombres podando las hojas de palmera y los daks escarlata, y pronto construyeron establos bien techados con hojas de palmera y manojos de juncos del lago.
Ash y su panchayat (consejo de cinco miembros), por su parte, hicieron repetidas visitas al palacio de la ciudad, donde conferenciaron interminablemente con el Diwan y uno u otro de los principales ministros, y ocasionalmente también con el Rana, en un esfuerzo por persuadirlo de que respetara el convenio o al menos moderara sus exigencias. También ofrecieron una serie de banquetes al Rana y sus cortesanos, consejeros y oficiales. En una ocasión, cuando el Rana comunicó que no podría asistir a causa de un penoso absceso forunculoso (que le afectaba con frecuencia) le ofrecieron los servicios de Gobind, con la esperanza de que el inapreciable hakim de Kaka-ji pudiera aliviarle y ganar así su buena voluntad.
En realidad, Gobind no sólo logró aliviarlo, sino que también le curó, que era algo que los propios hakims del Rana nunca habían conseguido. Aunque el agradecido paciente lo recompensó con un puñado de mohures de oro y regaló a Kaka-ji un gran rubí engarzado en un anillo de oro, su actitud hacia los compromisos matrimoniales permaneció invariable. Los resultados que Ash y sus colegas consiguieron habrían sido los mismos si se hubieran dirigido a las columnas del Diwan-I-Am o hubiesen dado banquetes a las palomas del lugar; cuando por fin regresaron el mensajero y su escolta, resultó que la tan esperada respuesta del Oficial Político era exactamente la que había anticipado Mulraj.
El Oficial Político confesaba que estaba muy trastornado por las noticias. Del capitán Pelham-Martyn. Él, el mayor Spiller, sólo podía suponer que: bien el capitán Pelham-Martyn había entendido mal las propuestas del Rana, o había sido muy poco paciente en su manejo del gobernante y sus ministros. No podía creer que el Rana pretendiera faltar así a su palabra, pero, por otra parte, admitía la posibilidad de que ambas partes hubiesen procedido equivocadamente, y que lo más probable era que hubiera un malentendido. Aconsejaba al capitán Pelham-Martyn que no se apresurara, sino que procediera con la mayor cautela, e insistió en la necesidad de ejercer el tacto, la cortesía y la comprensión, y terminaba diciendo que esperaba que el capitán hiciera todo lo posible para evitar un conflicto con un príncipe gobernante que siempre había sido un leal partidario del Raj, y por lo tanto…
Ash entregó cinco rupias a Mulraj sin hacer comentarios.
Le habían devuelto la pelota y se daba cuenta de que debería negociar un arreglo sin ayuda del Departamento Político. Si lo hacía con éxito, muy bien. Si no, él y sólo él, cargaría con la responsabilidad de malograr el asunto. En síntesis, el capitán Pelham-Martyn sería acusado de «fracasar en el ejercicio del tacto, la cortesía y la comprensión», mientras que las autoridades, con esta poderosa arma, seguirían en excelentes relaciones con Karidkote y con Bhithor. No era una perspectiva halagüeña.
—Si sale cara ganan ellos; si sale cruz, pierdo yo —concluyó Ash con amargura. Pasó otra noche sin dormir, y eran muchas últimamente, preguntándose cómo podía enviar un recado a Juli, y por qué ella no le había enviado ninguno, ya que no podía ignorar cuán ansioso estaba él por tener noticias de ella. ¿Era buena señal que lo hubiera hecho, o mala? Si al menos lo supiera, para Ash habría sido más fácil continuar con los problemas que tenía. Pero, como lo ignoraba, siempre albergaba el temor de que si continuaba con las negociaciones con la paciencia y cautela recomendadas por el Oficial Político la demora podía terminar por destruir a Juli.
Lo que lo asustaba era el factor tiempo. La boda debía haber tenido lugar poco después de la llegada de las novias a Bhithor, y obviamente a Juli nunca se le ocurrió, y tampoco a Ash, que podría no suceder así. Pero ya habían pasado tres semanas de conversaciones infructuosas, y ahora habían transcurrido casi dos meses desde la noche de la tormenta de tierra. Si los deseos de Juli se habían cumplido y estaba embarazada, pronto quedarían pocas probabilidades de que el niño fuese aceptado como un hijo del Rana nacido prematuramente. Y si había alguna duda en ese aspecto, tanto Juli como el niño morirían: eso era seguro. Sería tan fácil; ninguna autoridad haría preguntas, porque la muerte en el parto era algo muy común y las noticias de que una Rani segunda de Bhithor había muerto al dar a luz a un infante prematuro no causaría sorpresa. Si al menos Juli le enviara un mensaje. Ahora ya debía saberlo… de una manera u otra…
Aquella noche, Ash no cerró los ojos. Había observado el lento movimiento de las estrellas en el cielo y las había visto palidecer en el resplandor amarillento de una nueva mañana, cuando salió el sol partió una vez más con Mulraj y los otros hacía la ciudad (era la cuarta vez aquella semana) para asistir a una reunión con el Diwan que no resultó más fructífera que las precedentes.
Por cuarta vez consecutiva esperaron en la antecámara durante más de una hora, y cuando por fin les hicieron pasar, no obtuvieron ningún resultado positivo. La situación seguía igual, porque el Rana confiaba en que dominaba la situación y no tenía intención de volverse atrás en algo que consideraba una posición inexpugnable. Por el contrario, había señales de que podía exigir una suma muy superior por casarse con la «hija de una extranjera», ya que debería pagar un precio muy alto para hacerse «purificar» por los sacerdotes por tomar a una mujer así por esposa. La suma así gastada sería considerable, sugirió el Diwan, y en esas circunstancias las exigencias del novio no podían considerarse ilógicas.
Ash replicó en nombre de Karidkote que todo eso fue discutido hacía más de un año. Nada se había ocultado, y el trato se hizo con plena satisfacción por ambos lados. ¿Entonces debía concluirse que los emisarios del Rana no habían expresado todo lo que él quería comunicar? ¿Para qué los habían enviado, entonces? Y si los mensajeros se habían excedido en sus instrucciones, seguramente habría sido sencillo para el Rana, al regreso de estos, enviar un tar (telegrama) a Karidkote, interrumpiendo las negociaciones hasta que alguien más competente transmitiera sus deseos para reabrir las discusiones… o, al menos, podían haber detenido a la comitiva nupcial antes de que atravesara las fronteras de su propio Estado, en lugar de permitirles completar el viaje. Semejante conducta, sugería Ash, no era compatible con la dignidad y el honor de un príncipe, y como el gasto del viaje había sido elevado, no podían considerar renunciar a la otra mitad de la dote de la princesa Shushila, ni agregar nada a la suma ya pagada por su medio hermana, Anjuli-Bai.
El Diwan respondió que comunicarían estas opiniones a su señor, y estaban seguros de que el asunto se arreglaría eventualmente para satisfacción de todos. Y con esa respuesta demasiado familiar, terminó la reunión.
—Me pregunto cuánto tiempo prolongarán esto —comentó Ash mientras cabalgaban de regreso al campamento.
Mulraj se encogió de hombros y respondió despacio:
—Hasta que capitulemos.
—Entonces creo que estaremos aquí durante largo tiempo, porque no permitiré que me extorsionen, y cuanto más pronto se den cuenta de ello, mejor.
—Pero ¿qué otra cosa podemos hacer? —gimió Kaka-ji—. Quizá si le ofreciéramos…
—Ni un solo anna —interrumpió Ash con brusquedad—. Ni un pi. El Rana pagará todo lo que debe. Y más… mucho más.
Mulraj sonrió y dijo:
—Shabash, sahib. ¡Qué bien habla! Pero ¿puedo preguntarle cómo piensa lograrlo? No es él, sino nosotros quienes estamos metidos en una trampa. Y no podemos nada contra esos fuertes, ni siquiera de noche.
—No intento saltar sobre esos fuertes… Menos que nada sobre los fuertes. Ni sobre mis defensas —agregó Ash con amargura—. Nadie podrá decir que he actuado con precipitación o que he sido impaciente. Pienso dar al Rana todo el tiempo que quiera, y ver quién resulta más paciente: él o yo. O Bhithor.
—¿Bhithor?
—Por supuesto. ¿Acaso no somos todos huéspedes del Estado? Y como tales, ¿por qué debemos pagar nuestra estancia? Tenemos el privilegio de los huéspedes. En algún momento, los dueños de las tiendas, los granjeros y los pastores, y todos los que nos proporcionan alimento, combustible y forraje, exigirán su pago. Y nosotros no les pagaremos, eso lo prometo. El Rana y sus consejeros pronto descubrirán que les cuesta mucho más tenernos aquí que lo que tratan de obtener de nosotros, y al cabo de cierto tiempo decidirán que será más barato hacer concesiones.
Mulraj rio por primera vez en varias semanas, y los rostros de los demás se tranquilizaron.
—Arré, eso es cierto —replicó Mulraj—. No lo había pensado. Claro, si nos quedamos el tiempo suficiente, estos cerdos tendrán que pagarnos para que nos vayamos.
—¿O tomar lo que quieren por la fuerza? —sugirió Kaka-ji con un gesto pesimista en dirección al fuerte más cercano—. Ah, sí, sahib… —aquí sacudió la cabeza en dirección a Ash—. Sé que usted piensa de otra manera, y desearía pensar igual que usted. Pero no puedo estar seguro de que el Rana se abstendrá de usar la violencia una vez que descubra que no puede obtener lo que busca por medios más pacíficos.
—Por extorsión y engaño, quiere usted decir —replicó Ash—. pero el engaño, Padre mío, es un juego que se puede jugar entre dos, y eso es lo que estos imbéciles han olvidado. Bien, lo jugaremos con ellos.
Se negó a seguir adelante, porque en realidad estaba firmemente decidido a resistirse a las exigencias del Rana y conseguir que pagara hasta el último céntimo. Por el momento, prefería moverse con cautela, aunque sólo fuera para demostrar al mayor Spiller, el Oficial Político, que había hecho todo lo posible por llegar a una persuasión pacífica y demostrado paciencia suficiente como para despertar envidia en Job. Una vez que eso fuera evidente, si el Rana continuaba con su intransigencia, él, Ash, no podría ser acusado de adoptar medidas más duras para volver a la razón al novio. Pero sucediera lo que sucediese, no debía descontrolarse.
Estuvo a punto de romper esa resolución dos días después, cuando en otra reunión en el Rung Mahal, convocada para discutir «nuevas propuestas» el Diwan, que nuevamente les hizo esperar, anunció en tono confidencial y con grandes muestras de lamentarlo, que, como resultado de conversaciones con los sacerdotes sobre el aspecto religioso del matrimonio del Rana con la hermana de la novia, lamentablemente se hacía necesario pedir aún más dinero para pagar ese favor. Mencionó una suma que convertía en una bagatela la demanda anterior…
—Estos sacerdotes son muy rapaces —confesó el Diwan con un tono resignado de hombre de mundo—. Hemos hablado con ellos, pero, por desgracia, sin resultado. Ahora exigen que mi señor construya un nuevo templo como precio para que den su consentimiento al matrimonio. Es inicuo… pero ¿cómo puede negarse? Es un hombre muy religioso, y no puede ponerse en contra de sus sacerdotes. Sin embargo, construir un templo costará mucho dinero; de manera que ustedes comprenderán que no le queda otra opción que pedir a Su Alteza de Karidkote que se haga cargo de un gasto en el que tendrá que incurrir para casarse con la hermana de Su Alteza. Es muy lamentable… —El Diwan sacudió la cabeza y tendió las manos en un gesto de impotencia—. Pero… ¿qué podemos hacer?
Ash pensó varias cosas. Pero la pregunta era evidentemente retórica, y en todo caso él no podía contestarla por la simple razón de que no se atrevía a hablar, porque era Juli quien recibía el insulto de aquellos despreciables extorsionadores. Ash se daba cuenta, en medio de su ira, de que Kaka-ji respondía al Diwan con voz suave y digna; e inmediatamente todos salieron otra vez al exterior, montaron en sus caballos y se alejaron. Pero Ash seguía sin saber qué respuesta había recibido el Diwan.
—Bien. ¿Y ahora qué, sahib? —preguntó Mulraj.
Ash no respondió y Kaka-ji repitió la pregunta y exigió saber qué harían con este último insulto.
Ash salió de su ensoñación y dijo bruscamente:
—Debo hablar con ella.
El viejo lo miró trastornado.
—¿Con Shu-shu? Pero, no creo…
—Con Anjuli-Bai. Usted debe ayudarme en esto, sahib Rao. Debo verla. Y a solas.
—¡Pero eso es imposible! —protestó Kaka-ji, espantado—. Durante el viaje, era distinto. Entonces no importaba mucho. Pero no aquí en Bhithor. Sería muy imprudente y yo no puedo permitirlo.
—Tendrá que permitirlo —insistió Ash con firmeza—. Porque si no yo lo haré, y no volveré a tomar parte en estas negociaciones, sino que enviaré un mensaje al sahib Spiller de que no puedo hacer nada más y que él y el Rana deberán decidir el asunto entre ellos.
—¡Pero usted no puede hacer eso! —jadeó Kaka-ji—. ¿Y si acepta lo que dice el Rana en aras de la paz? Bien podría hacerlo, como dijo Mulraj. Sería terrible porque ¿cómo podríamos pagar esa suma? Aunque la tuviéramos, y no la tenemos, nos quedaríamos sin un céntimo, y sin dinero no podríamos hacer el viaje de regreso. Sé que Nandu jamás nos enviaría más dinero, porque se enfurecería y…
Con la agitación, Kaka-ji hablaba frenéticamente y de una manera como jamás habría soñado hacerlo en público. Al darse cuenta, se interrumpió, lanzó una mirada angustiada sobre su hombro a los otros cuatro miembros del grupo, que habían quedado atrás, y se tranquilizó al ver que no habían podido oírlo y que además estaban conversando animadamente entre ellos.
—Además —prosiguió Kaka-ji bajando la voz y volviendo a la discusión original—, ¿de qué le serviría a usted hablar con Anjuli-Bai? No hay forma en que pueda ayudamos, y contarle lo que ha dicho el Rana sería cruel, ya que no hay salida para ella ni para Shu-shu.
—De todas maneras, debo verla —insistió Ash implacablemente—. Ella tiene derecho a saber cómo están las cosas. Tiene derecho a una advertencia, en caso de que…
Ash vaciló, y Mulraj terminó la frase:
—En caso de que el Rana se niegue a casarse con ella. Sí, creo que tiene usted razón, sahib.
—No —dijo Kaka-ji en tono fúnebre—. No es sensato ni está bien que usted haga eso; y no creo que sea necesario. Pero, como veo que los dos están en contra de mí en este asunto, se lo diré yo mismo. ¿Eso les conformará?
Ash sacudió la cabeza.
—No, sahib Rao, no. Yo debo hablar con ella. No es que no confíe en usted, pero hay cosas que deseo decirle y que usted no podría. Pero sólo usted puede ayudarme en esto.
—No, sahib. Es imposible. Yo no puedo… se sabría. Sería muy difícil…
—Sin embargo, usted lo hará, por mí. Porque yo se lo pido como un gran favor. Y porque, si no me equivoco, usted y el abuelo de Juli, Sergei, eran amigos, y usted conoció a su madre, quien… —Kaka-ji lo interrumpió levantando una mano.
—Suficiente, sahib. Es cierto. Admiré mucho a su abuelo ruso cuando yo era joven. Era un hombre extraño… un hombre magnífico… Le temíamos por sus arranques de furia tanto como le queríamos por su risa, y se reía a menudo. He oído decir que incluso en su lecho de muerte, reía y no tenía miedo…
Kaka-ji suspiró y guardó silencio durante unos momentos. Y luego dijo:
—Muy bien, sahib haré lo que pueda. Pero con una condición. Debo estar presente.
Nada de lo que dijo Ash logró hacerle cambiar de idea en ese punto. El anciano estaba convencido de que el Rana y su Consejo se enterarían de que Anjuli-Bai había hablado a solas con un joven que no tenía parentesco con ella, y podían usarlo como excusa para expulsarla de Bhithor en desgracia… y, muy probablemente, sin su dote. Eran muy capaces de incautarse de su dote como «compensación» por la pérdida de una novia, y el hecho de que el joven en cuestión fuera un sahib a quien el Gobierno había colocado al mando del campamento y conferido poderes para negociar sobre los arreglos matrimoniales no sería excusa en ningún sentido. El único factor importante sería su sexo, y un escándalo sólo fortalecería la mano del Rana y endurecería su actitud sobre la cuestión del precio nupcial de Shushila.
—No tiene usted nada que temer —prometió Kaka-ji—. Yo no diré una palabra de lo que ustedes hablen delante de mí. Lo prometo. Pero si, por alguna extraña casualidad, esto se sabe, mi sobrina deberá estar protegida. Debo estar en condiciones de asegurar que yo, su tío… hermano de su padre que fue maharajá de Karidkote… estuve presente todo el tiempo. Si usted no está de acuerdo con eso, entonces no puedo ayudarle.
Ash le miró largo rato pensativamente, recordando ciertos rumores que había oído sobre él, «cosas viejas, olvidadas, lejanas», que podían ser ciertas o no. Si lo eran… pero estaba claro que no se ganaba nada discutiendo con él ahora. Kaka-ji había hablado muy en serio y no se volvería atrás; y como sería imposible hablar con Juli sin su ayuda, no le quedaba otro remedio que aceptar sus condiciones. Al menos podía confiar en que cumpliría su palabra de no repetir nada de lo que oyera.
—De acuerdo —respondió Ash.
—Bien. Entonces arreglaré el encuentro. Pero no puedo hacer promesas con respecto a mi sobrina. Quizás ella no desee verlo, y si es así, no podré hacer nada.
—Debe usted tratar de persuadirla —sugirió Ash—. Puede decirle que… No… Diga lo que es necesario, y que yo no le habría pedido esto ni a ella ni a usted, de no haber sido indispensable.
Kaka-ji concertó el encuentro. Tendría lugar en su tienda a la una de la mañana, hora en que todo el campamento dormía. Y como Ash tendría que encontrar la forma de que no les vieran, sería conveniente, sugirió Kaka-ji que se disfrazara de vigilante nocturno, porque era posible conseguir que se le diera una droga al chowkidar que patrullaba el campamento esta noche… algo que le hiciera dormir durante una hora aproximadamente.
—Gobind se ocupará de ello —dijo Kaka-ji—. Y también de que ninguno de mis criados vea u oiga nada. Se puede confiar en él y es necesario que yo confíe en alguien; pero debemos ser muy cuidadosos, de manera que tampoco él sabrá quién viene a mi tienda esta noche. Ahora escuche con cuidado, sahib…
Ash habría preferido un arreglo más sencillo, y no veía motivos para tomar precauciones tan complicadas. Pero Kaka-ji fue inflexible, y en el aspecto del secreto, el encuentro no podía haber sido mejor. Jamás se supo una palabra de esto, y tanto su sobrina como el sahib fueron a su tienda y volvieron a salir sin llamar la atención ni despertar la menor sospecha. Pero en todos los restantes aspectos constituyó un triste fracaso; después, el anciano se lamentó a menudo de no haber mantenido su negativa original de mezclarse en el asunto, y sobre todo de haber insistido en estar presente, ya que en otro caso hubiese permanecido en una feliz ignorancia de cosas que hubiera preferido no saber.
Su sobrina Anjuli llegó primero, envuelta en una bourka de algodón oscuro, y se deslizó en la tienda, tan silenciosamente como una sombra, seguida un momento después por una alta figura con turbante y un chal que le cubría la nariz y la boca a la manera de los chowkidares, quienes temen al aire de la noche. Kaka-ji observó en aprobación que se habían respetado sus instrucciones y que el sahib llevaba el lathi del vigilante nocturno y la cadena que hacían tintinear a intervalos para advertir su presencia a los malhechores, y se felicitó de haber prestado atención a este detalle. Ahora sólo quedaba que el sahib dijera lo que quería sin pérdida de tiempo y que Anjuli no hiciera comentarios innecesarios, con lo que en menos de un cuarto de hora todo habría terminado y los dos estarían nuevamente en sus respectivas tiendas sin que se hubiera perdido nada.
Con un cálido sentimiento de complacencia, Kaka-ji, se acomodó sobre una pila de almohadones y se preparo a escuchar sin interrupción mientras el sahib informaba a Anjuli sobre las exigencias del Rana y las posibles consecuencias que podían tener para ella.
El anciano estaba demasiado preocupado por la incorrección y los peligros de semejante encuentro como para pensar qué se diría exactamente en él, o por qué el sahib había insistido tanto en que sólo él podía decirlo; fue lamentable, ya que Kaka-ji habría podido estar mejor preparado para lo que siguió o haber tomado medidas más enérgicas para impedir el encuentro. El hecho es que la complacencia sólo le duró el tiempo que necesitó Ash para adaptar sus ojos a la penumbra de la tienda y descubrir la figura de Anjuli, que estaba inmóvil entre las sombras del otro lado de la lámpara. Anjuli no se había quitado la bourka y los pliegues marrones se mezclaban con la tela de la tienda a sus espaldas; durante un momento, Ash no se dio cuenta de que ella estaba allí, aunque sí vio a Kaka-ji sentado con las piernas cruzadas y sin molestar a nadie en la parte más alejada de la tienda. La corriente de aire provocada por su entrada hizo balancearse la lámpara, la luz de la cual se reflejó en las paredes y el suelo de la tienda. El cambio de luces deslumbró a Ash, y sólo cuando la lámpara quedó inmóvil vio que una de esas sombras era Anjuli. El sonido de un lathi y una cadena que caían al suelo fueron desproporcionadamente intensos en el silencio de la espera. Aunque Kaka-ji no era un hombre imaginativo, en ese momento le pareció que algo vital y elemental se estremecía entre aquellas dos figuras silenciosas: una emoción tan intensa que era casi visible y que atraía uno hacia otro en forma tan irresistible como el imán al acero. Observó, rígido, cómo se movían en el mismo instante, y cuando se aproximaron vio a Ash levantar la bourka con una mano y apartarla del rostro de Anjuli…
No se hablaron ni se tocaron. Sólo se miraron, largamente y con ansiedad, y como si mirarse fuera suficiente y no hubiera nadie más en la tienda ni en el mundo. Y lo que se reflejaba en sus caras hacía innecesario hablar, porque ninguna palabra, ninguna acción, ni el más apasionado de los abrazos, podrían haber transmitido tan claramente el amor.
Kaka-ji se quedó sin aliento e intentó levantarse, empujado por alguna idea nebulosa de interponerse entre ellos y romper el hechizo. Pero sus piernas se negaron a obedecerlo y se vio obligado a quedarse donde estaba, helado de espanto e incapaz de hacer otra cosa que mirarlos sin poder creer lo que veía; y cuando, por fin, el sahib habló, escuchar con horror.
Ash dijo con suavidad:
—No es posible, cariño. No puedes casarte con él. Aunque no hubiera peligro de que lo hicieras después de tanto retraso, y eso es algo que aún no me has dicho. ¿No hay peligro? —Anjuli fingió no entender. Asintió sin decir palabra; pero el leve gesto fue tan desolador que Ash se avergonzó de su propio estremecimiento de alivio. Continuó—: Lo siento… —Se quedó sin palabras.
—Yo también —susurró Anjuli—. Más de lo que puedo decirte. —Sus labios temblaron y los controló con visible esfuerzo e inclinó la cabeza de manera que su boca y su mentón quedaron en la sombra—: ¿Era… era para eso para lo que querías verme?
—En parte. Pero hay algo más. Él no desea casarse contigo, amor mío. Aceptó tomarte por esposa porque sólo en esos términos podía conseguir a Shushila, y porque tu hermano le sobornó con una gran suma de dinero, pero no pidió que pagara por casarse contigo.
—Lo sé —respondió Anjuli con una voz tan tranquila como la de Ash—. Lo supe desde el principio. Hay pocas cosas que pueden mantenerse en secreto en la Zenana.
—¿Y no te importó?
Anjuli levantó la cabeza y lo miró con los ojos secos, pero su hermosa boca aparecía contraída.
—Un poco. Pero ¿qué diferencia hay? Debes saber que no podía elegir… y que aunque hubiera podido, habría accedido igualmente.
—Por Shu-shu. Sí, lo sé. Pero ahora el Rana dice que el dinero que aceptó de tu hermano era insuficiente, y que, a menos que se le pague tres veces más, no se casará contigo.
Los ojos de Anjuli se dilataron y se puso una mano en la garganta, pero no habló, y Ash prosiguió con dureza:
—Bien, no poseemos esa suma, y aunque la tuviéramos, yo no podría autorizar semejante pago sin instrucciones de tu hermano, quien, por lo que sé, jamás aceptará pagarlo… y con razón. Sin embargo, no creo que exija el regreso de sus dos hermanas. El costo de este viaje ha sido tan grande que mucho me temo que, cuando lo haya pensado, decidirá que a la larga será mejor tolerar la afrenta, y permitir que se realice el matrimonio con Shushila.
—Y… ¿y yo? —preguntó Juli en un susurro.
—Tú volverás a Karidkote. Pero sin tu dote, que el Rana seguramente reclamará como compensación por la pérdida de una novia que no desea. A menos que estemos preparados a arriesgar un derramamiento de sangre para evitar que se la quede.
—Pero… no puede hacer eso —murmuró Anjuli—. Está en contra de nuestra ley.
—¿Qué ley? La única ley aquí, en Bhithor, es la del Rana.
—Hablo de la ley de Manú, que aun él, como hindú, debe obedecer. En esa ley se establece que las joyas de una novia sirven como istri-dhan (herencia) y que no es posible despojarla de ella. Manú escribió que los ornamentos que pueden ser usados por las mujeres en vida de su marido, no serán divididos. Los que lo hagan serán proscritos.
—Pero tú no eres su esposa, de manera que él no necesita respetar esa ley. Ni lo hará —replicó Ash con acritud.
—Pero… yo no puedo volver. Tú sabes que no puedo… No puedo dejar a Shu-shu.
—No tendrás otra opción.
—No es cierto. —Su voz se elevó y Anjuli retrocedió y dijo sin aliento—: El Rana puede negarse a casarse conmigo, pero no se negará a permitir que me quede a cuidar a Shu-shu, como… doncella, o como ayah, si es necesario. Si se queda con mi dote, con eso podrá pagar lo poco que yo coma; aunque llegue a vieja. Y cuando vea que, a menos que me quede con ella, su mujer se debilitará y morirá, aceptará con gusto que me quede. Nandu no querrá que yo regrese, porque, después de esto, ¿quién querrá casarse con alguien que el Rana de Bhithor ha rechazado?
—Hay alguien que estaría dispuesto —respondió Ash tranquilamente.
El rostro de Anjuli se contrajo como el de un niño herido; se apartó vivamente de él y dijo en un susurro sofocado:
—Lo sé… Pero no puede ser; por lo tanto… dile a cualquiera que pregunte que no volveré a Karidkote y que nadie me obligará a hacerlo. Y que si no puedo quedarme en Bhithor como segunda esposa, me quedaré como doncella de mi hermana. Es todo lo que tengo que decir. Excepto… excepto que te agradezco el haberme advertido y todo…
Se le quebró la voz, movió la cabeza en un pequeño gesto más penoso que las palabras y, con manos temblorosas, comenzó a colocarse la bourka.
Por un instante, el tiempo necesario para que caiga una lágrima, Ash vaciló. Luego tendió las manos y la tomó por los hombros; acto seguido, le arrancó la bourka; la hizo volverse para verle la cara. Al observar sus mejillas húmedas sintió un dolor en el corazón que lo hizo hablar con más violencia de la que quería:
—¡No seas tonta, Juli! ¿Imaginas, por un momento, que no se acostará contigo si te quedas como doncella de Shu-shu en lugar de quedarte como su esposa? Por supuesto que sí. Una vez que estés bajo su techo, serás de su propiedad como si te hubieras casado con él, pero sin el rango de una Rani… sin ningún rango. Podrá hacer contigo lo que le apetezca y por lo que he visto en él, probablemente apelará a su vanidad para usar a la hija de un maharajá como concubina, después de haberla rechazado como esposa. ¿No ves que tu posición sería intolerable?
—Eso me ha sucedido a menudo —replicó Anjuli con más compostura—. Sin embargo, lo he soportado. Y puedo volver a soportarlo. Pero Shu-shu…
—¡Al diablo con Shu-shu! —la interrumpió Ash con furia. La apretó con más fuerza y la sacudió tan salvajemente que le castañetearon los dientes—. De nada vale todo esto, Juli. No te lo permitiré. Pensé que podía, pero no lo había visto todavía. No sabes cómo es. Es viejo… viejo. Ah, no en años quizá, sino de otra manera: su cuerpo y su cara están envejecidos por el mal. Está podrido por el vicio. No puedes unirte a una criatura así… Un simio horrible y despiadado que ha demostrado no tener honor ni escrúpulos. ¿Quieres dar a luz monstruos? Porque eso es lo que hará: crear monstruos… y bastardos, además. No puedes arriesgarte a eso.
Un espasmo de dolor contorsionó el rostro húmedo de lágrimas de Anjuli, pero su voz era suave y de tono firme e inflexible.
—Debo hacerlo. Tú sabes por qué. Aunque tuvieras razón sobre su vanidad, seguramente se sentirá satisfecho de poder tratarme como a una criada, sin preocuparse de que sea su concubina, y mi vida no será del todo desgraciada. Al menos, seré útil a mi hermana, mientras que en Karidkote no habría nada para mí: sólo la desgracia y el dolor, porque Nandu descargaría su ira sobre mí con más furia que sobre los demás que regresen.
—Hablas como si no tuvieras otra opción —replicó Ash—. Pero no es así, y lo sabes. ¡Ay, amor mío… amor de mi vida…! —Su voz se quebró—. Ven conmigo. Podríamos ser tan felices y aquí no hay nada para ti. Sólo servidumbre y humillación y… no, no lo digas, sé que Shushila estará aquí… pero ya te he dicho que te equivocas sobre ella, que es una niña mimada que ha aprendido que las lágrimas y la histeria sirven para conseguir lo que desea, y las usa como armas, en forma egoísta y cruel para obtener sus propios fines. Al cabo de cierto tiempo ni siquiera te necesitará, ni te echará de menos… Cuando sea la Rani de Bhithor con un montón de mujeres para atenderla, o cuando tenga hijos propios para amar y malcriar, y para jugar con ellos. ¿Y yo? ¿Y si yo no puedo vivir sin ti? Shu-shu no es la única que te necesita, vida mía… Yo te necesito también, mucho más que ella. ¡Ay, Juli…!
Las lágrimas corrían por las mejillas de Anjuli, nublando su mirada y ahogando su voz de manera que durante unos instantes no pudo hablar, pero sacudió la cabeza Y luego dijo con un suspiro entrecortado:
—Ya me lo has dicho antes y yo te respondí… te respondí que eras fuerte, pero que Shu-shu es débil, por lo que… no puedo traicionarla. Y si el Rana es como dices será peor para ella. Sabes que te amo… más que a nadie… más que a la vida. Pero… la amo a ella también; y te equivocas cuando dices que no me necesita. Siempre me ha necesitado. Ahora, más que nunca. Y, por lo tanto, no puedo… no puedo…
Una vez más se le quebró la voz y Ash se dio cuenta, con terrible desesperación de que hubiese contado con más posibilidades si le hubiera mentido… si le hubiera hecho creer que el Rana era apuesto y encantador, y que Shu-shu sólo podía enamorarse locamente de él y estar mucho mejor sin ninguna medio hermana que interfiriera en su encantadora vida con el Rana. Si Juli hubiera pensado eso, tal vez habría perdido firmeza. Pero la verdad resultó fatal porque Ash le demostró, con toda claridad, lo que le esperaba a Shushila… para quien no había posibilidades de escapar. Y tratándose de Juli, eso era suficiente para fortalecer su resolución y para que le pareciera aun más necesario, ahora, quedarse y hacer todo lo posible por apoyar, consolar y estimular a su asustada hermanita que debía casarse con un monstruo. Ash se había equivocado, no lo había pensado…
Durante unos segundos que parecieron siglos, Ash observó el rostro afligido de la joven y sus grandes ojos anegados de lágrimas con pasión y dolor, hasta que, de pronto, no pudo soportarlo, la tomó en sus brazos y cubrió su rostro de besos desesperados, estrechándola contra su pecho, con la salvaje esperanza de que el contacto físico pudiera lograr lo que las palabras no conseguían, y quebrar su resistencia.
Por un momento, le pareció que había ganado. Los brazos de Juli rodearon su cuello y sintió sus manos que le presionaban la nuca mientras se aferraba a él con una desesperación igual a la suya, y alzaba su boca para recibir y devolver aquellos besos frenéticos. El tiempo se detuvo. Habían olvidado a Kaka-ji, a todo y a todos. El mundo se había convertido en un pequeño círculo sin tiempo donde estaban solos y juntos, aferrándose uno al otro, de manera que el anciano sólo veía dos figuras convertidas en una sola: una llama o una sombra, sacudida por un viento insufrible… Fue Anjuli quien rompió el hechizo. Dejó caer los brazos y se echó hacia atrás, y, apartando el cuerpo de Ash con las manos, lo alejó de ella. Y aunque habría sido fácil retenerla, Ash no lo intentó. Sabía que estaba vencido. La debilidad de Shushila había resultado más fuerte que su amor y su propia necesidad, y no quedaba nada que decir. Y nada que hacer, porque hacía largo tiempo que había abandonado toda esperanza de convencer a Juli… reconociendo que, aun con su consentimiento, las posibilidades de éxito serían mínimas y los riesgos espantosos, mientras que sin esa aceptación no habría posibilidad alguna: sólo la certeza de la muerte para ambos.
La dejó libre y retrocedió; vio cómo se inclinaba para recoger su bourka a tientas. Le temblaron tanto las manos que tuvo dificultad para ponérsela, y sosteniendo los voluminosos pliegues a los lados de su rostro, para mirarlo con la terrible concentración de alguien que mira por última vez al ser amado antes de que se cierre sobre él la tapa del ataúd, como si estuviera grabando su rostro en su cerebro, aprendiéndoselo de memoria para no olvidar nunca un solo detalle de sus rasgos y su expresión… el color de sus ojos y el arco de sus cejas, su boca que podía ser grave o agria o increíblemente tierna, las arrugas profundas y nada juveniles que Belinda y George, y la vida y la muerte en el país de la frontera, más allá del límite noroeste le habían marcado. La textura de su piel y el único rizo oscuro que generalmente le cruzaba la frente y que ocultaba una cicatriz blanquecina hecha con un cuchillo afgano…
Ash habló con voz monótona y controlada:
—Si alguna vez me necesitas, lo único que debes hacer es enviarme el amuleto y acudiré a tu lado. A menos que esté muerto, lo haré de inmediato.
—Lo sé —susurró Anjuli.
—Adiós… —la voz de Ash se rompió de repente—. ¡Amor de mi vida…! ¡Querida mía… mi vida! Pensaré en ti todas las horas de cada día, y me sentiré dichoso por haberte conocido.
—Yo también. Adiós… Mi dueño y mi vida.
Los pliegues de la bourka cayeron sobre su rostro y sólo quedó una figura velada en la luz proyectada por la lámpara colgante.
Pasó junto a él silenciosa como una sombra. Él se apartó para dejarla pasar y no volvió la cabeza cuando oyó levantarse la entrada de la tienda, ni cuando la lámpara se balanceó una vez más con la leve corriente de aire y proyectó una lluvia de estrellas en las paredes y el techo de la tienda.
Ash no sabía cuánto tiempo había estado allí, sin ver nada ni pensar en nada, porque su mente estaba tan vacía como sus brazos… y como su corazón.
Un movimiento en las sombras y el contacto de una mano sobre su brazo lo despertaron por fin; se volvió lentamente y vio a Kaka-ji detenido junto a él. No había enfado ni asombro en el rostro del anciano, sólo simpatía y comprensión. Y una gran tristeza.
—He estado ciego —dijo Kaka-ji en voz baja—. Ciego y estúpido. Debí haber sabido lo que sucedía, y hacer que ustedes no se encontraran. Lo lamento mucho, hijo mío. Pero Anjuli ha elegido bien… para los dos, porque si hubiera consentido en marcharse con usted, estoy seguro de que los dos habrían muerto. Su hermano Nandu no perdona una injuria y les habría perseguido hasta la muerte. Y el Rana le hubiese ayudado; de manera que es mejor así. Y con el tiempo los dos olvidarán. Son jóvenes, olvidarán.
—¿Entonces usted olvidó a la madre de Anjuli? —preguntó Ash con dureza.
Kaka-ji se quedó sin aliento durante una fracción de segundo, y sus dedos oprimieron el brazo de Ash:
—¿Cómo pudo usted…? —y se interrumpió bruscamente.
Soltó el brazo de Ash y dejó escapar el aire en un largo suspiro. Lo miró fijamente antes de continuar.
—No —replicó Kaka-ji lentamente—. No la olvidé. Pero entonces yo… ya no era joven. Ya era un hombre maduro cuando… ¡Chut! ¡No importa! Es algo que aparté de mí. No había otro camino. Quizá, si yo hubiera hablado antes, las cosas habrían sido diferentes, porque su padre y yo éramos amigos. Pero ella era más joven que mis propias hijas, y yo la conocía desde que nació y me parecía una niña… demasiado joven para casarse, como los capullos de rosa que aún no se han abierto si se les arranca de la planta. Por lo tanto, no hablé sino que esperé a que se convirtiera en mujer… sin darme cuenta de que ya lo era. Luego, un día mi hermano, que oyó rumores de su gran belleza, llegó a verla: y al verla, la amó… y ella a él…
Kaka-ji guardó silencio unos momentos; luego volvió a suspirar, profundamente, y agregó:
—Después del matrimonio abandoné el Estado… mis hijas se habían casado… y peregriné a lugares sagrados, buscando una luz para mi espíritu. Y olvido, que no encontré. Y cuando, por fin, volví supe que había muerto hacía mucho tiempo, de tristeza, dejando una niñita por quien yo no podía hacer nada, porque ahora había una nueva Rani en el palacio: una mujer malvada, que había usurpado el lugar de aquella otra, y que, al dar hijos varones a su marido, había logrado gran influencia sobre él, mientras que yo, que alguna vez estuve cerca de él, por mi propia estupidez me había convertido en un extraño sin importancia. Por lo cual, viendo que no podía ayudar a su hija Anjuli, me retiré a mis dominios y rara vez visitaba la Corte. Y aunque me lo pedían, no tomé una segunda esposa porque… porque no podía olvidarla a ella. Ahora estoy viejo, pero aún no puedo olvidar.
—Sin embargo, usted me dice que olvidaré —respondió Ash con amargura.
—Ah, pero usted es joven, hijo mío, y tiene muchos años de vida por delante. Para usted será más fácil.
—¿Y ella? ¿Y Anjuli? ¿Será más fácil para ella?
Kaka-ji hizo caso omiso de la pregunta con un gesto de impotencia en sus manos pequeñas y Ash dijo con violencia.
—¡Usted sabe que no! Sahib Rao, escúcheme… Usted acaba de decirme que no pudo hacer nada por ayudarla cuando era una niña, a causa de Janoo-Rani. Pero ahora no hay nadie que le impida ayudarla si usted lo desea y ha visto lo suficiente de esa criatura vil que se hace llamar Rana de Bhithor como para darse cuenta de la clase de persona que es y del poco respeto que tiene por el honor o las promesas. Nadie podría acusarlo después de todo lo que ha ocurrido si decide rescindir el contrato y llevarse a sus dos sobrinas de regreso a Karidkote.
—Pero… pero eso no es posible —jadeó Kaka-ji, horrorizado—. Sería una locura. No, no, eso no puedo hacerlo.
—¿Por qué no? —insistió Ash—. ¿Quién se lo impedirá? Sahib Rao, se lo ruego… Por Shushila tanto como por Anjuli. Nadie puede acusarlo. Sólo necesita…
—¡No! —replicó en voz alta Kaka-ji—. Es demasiado tarde. Usted no comprende. Usted no conoce a Nandu.
—No puede ser peor que el Rana.
—¿Cree que no? Entonces, como le he dicho, usted no le conoce. Si volviéramos ahora, llevando de regreso a las hermanas, sin casamiento, sin dote, habiendo perdido todo lo que él ya ha pagado y convirtiéndonos en el hazmerreír de toda la India, la venganza de Nandu caería terriblemente sobre todos nosotros. Mi propia vida cuenta poco, pero hay otros en quienes pensar: Mulraj y Maldeo Rai, y Surja Lam y Bagwan Singh y muchos otros. Incluso Unpora-Bai…
—No se atrevería a matarlos —interrumpió Ash con impaciencia—. El Residente británico…
—¡Bah! —la exclamación cáustica de Kaka-ji interrumpió a Ash—. Ustedes, los sahib-log, piensan que su Raj puede hacer muchas cosas, y no es así. ¿He dicho yo que habría una ejecución pública? No sería necesario. Hay otras formas… muchas otras. Y aunque no muriéramos, nosotros y nuestras familias perderíamos todo lo que tenemos, hasta el techo sobre nuestras cabezas. En cuanto a mis sobrinas… ¿quién querría casarse con ellas una vez que sus nombres estuvieran en boca de todo el mundo y todos se rieran de este asunto? Le aseguro que ambas tendrían en su hermano Nandu un carcelero más cruel que el Rana de Bhithor, y terminarían por desear que les hubiéramos permitido quedarse. Si no lo cree, pregúnteselo a Mulraj… o a Maldeo Rai. Cualquiera de ellos se lo confirmará. Sahib, lo que usted sugiere no es posible. Debemos llegar a un arreglo con el Rana. Es todo lo que podemos hacer.
—¿Aunque eso signifique permitir que Anjuli se sacrifique por la hija de una mala mujer…?, lo dijo usted mismo, sahib Rao… que sustituyó a su madre y convirtió su infancia en una tortura… —replicó Ash con amargura.
—Es la elección de ella, hijo mío —le recordó Kaka-ji evitando ofenderlo—. Y si cree usted que yo, que sólo soy su tío, puedo convencerla de lo contrario cuando usted que la ama y a quien parece que ella ama, no ha logrado hacerlo; entonces usted no la conoce como yo.
Ash esbozó un rictus con los labios y en seguida dijo en voz muy baja:
—La conozco. La conozco mejor que… nadie. Aun mejor que a mí mismo…
—Entonces sabrá usted que tengo razón.
Ash no respondió, pero su rostro habló por él. Tras observarlo, Kaka-ji dijo con suavidad:
—Lo lamento, hijo mío. Lo lamento por los dos. Pero no tengo otra opción… y ella ha elegido su camino, y lo seguirá a pesar de todo lo que usted o yo podamos decirle. Lo máximo que podemos hacer por ella es tratar de que se quede aquí como esposa y no como una de las doncellas de su hermana. Los dioses saben que es muy poco cuando los dos le hemos provocado tanto sufrimiento… Usted, por robar su corazón y así convertir su futuro en algo más triste y desolado para ella; y yo, por negligencia y tontería al permitirle cabalgar y conversar con usted, y no prever lo que podía… lo que ha sucedido. Soy muy culpable de todo esto.
Había tanto dolor en la voz del anciano que en cualquier otro momento habría despertado alguna reacción en Ash. Pero el joven estaba agotado. Su ira se había esfumado, y de pronto se sentía tan cansado que se habría dejado caer donde estaba. Ni siquiera podía pensar con claridad, y aunque sabía que lo que Kaka-ji había dicho era verdad, y que entre los dos habían causado un gran mal a Anjuli, su mente sólo podía registrar el hecho de que había jugado su última carta y había perdido. No podía soportar nada más aquella noche. Quizás al día siguiente… Mañana sería otro día. Pero un día sin Juli… Sin Juli para siempre. Para siempre… Amén.
Ash se volvió sin decir una palabra más y salió de la tienda tambaleándose; acto seguido, atravesó el campamento silencioso, moviéndose como un sonámbulo.