25

La llegada del ruth despertó la natural curiosidad, pero tan sólo eso. En realidad, Ash había supuesto bien: el campamento se hallaba demasiado agitado como para que la gente prestara excesiva atención a un incidente aislado cuando había multitud de ellos a los que atender.

Poco antes de que estallara la tormenta, todo el mundo se dedicó a clavar más profundamente las estacas de las tiendas y a asegurar todos aquellos objetos que podrían ser arrastrados por el viento.

Por eso, cuando llegaron Shushila y Mulraj a caballo, nadie tuvo tiempo para prestarles más que una escasa atención, ya que era enorme la excitación que reinaba en el campamento. Todo el mundo se dedicaba a cubrirse la boca y las narices para protegerse contra el polvo, y con todas estas medidas se había organizado un verdadero caos.

Cuando terminó la tormenta, era tan enorme la confusión que la llegada del ruth poco después del amanecer, con la Rajkumari Anjuli y su tío (quienes habían sido sorprendidos por la tormenta en la llanura), fue recibida con alivio, pero no despertó excesiva curiosidad. Había otras muchas cosas más dignas de atención y que requerían su urgente solución, por lo que la aparición de Ash llevando de las riendas la yegua coja tampoco atrajo demasiada curiosidad y únicamente motivó que sus sirvientes acudieran presurosos a su encuentro.

Su tienda continuaba en pie, pero Ash, a diferencia de Anjuli, no pudo acostarse a descansar, ya que los innumerables problemas que asolaban el campamento exigían una inmediata solución. Por tanto, en compañía de Mulraj y cuantos hombres estaban en disposición de colaborar, tuvo que dedicarse a la urgente tarea de reconstruir cuanto era posible.

Teniendo en cuenta el elevado número de hombres y mujeres que formaban la comitiva nupcial, debían estar agradecidos por haber tenido tan sólo tres muertos y unos cien heridos, ninguno de ellos de gravedad, únicamente golpes y contusiones sin importancia. Los que sí habían sufrido eran los animales: una gran parte de ellos habían quedado medio asfixiados por el polvo y buen número de ellos se habían roto el cuello o una pata; otros huyeron en medio de la confusión y sólo unos pocos pudieron ser recuperados.

Ash se sintió contento de que el río pudiera proporcionarles el precioso líquido a pesar de que contribuyó a cubrirles de arena.

Gran número de tiendas habían sido desmanteladas totalmente o cayeron sobre sus ocupantes, pero la guardia de las princesas tuvo la precaución de desmontar la gran tienda durbar y reforzar con ella las más pequeñas en las que dormían Shushila y sus doncellas. Así que tanto estas como Jhoti no pasaron peligro realmente, aunque ellos lo ignoraban. Sin embargo, la experiencia había sido provechosa y muy impresionante, por lo cual la ausencia de Anjuli no originó demasiadas preguntas, por no decir ninguna, ya que todos estaban deseosos de relatar sus aventuras, sin que ella tuviera que inventar mentira alguna. Realmente, no tuvo necesidad de decirles nada, porque lo único que le pedían era que escuchara lo que querían contarle.

—¡Qué suerte tuviste en estar fuera y protegida en el ruth! —dijo Shu-shu expresando la opinión de todos ellos, salvo Jhoti, que más bien la compadecía por haberse perdido tamaña diversión.

—¡No sabes cómo nos divertimos, Kairi! —declaró Jhoti—. La tienda se agitaba y el polvo entraba en grandes cantidades, pero Shu-shu y yo nos metimos debajo de mi charpoy (cama) y la cubrimos con chales, pues Shu-shu aullaba y gritaba diciendo que el techo caería sobre nosotros, que nos ahogaríamos todos. ¡Qué jaleo!

—¡Yo no aullé! —protestó Shu-shu enojada.

—¡Si aullaste… como un chacal! Mejor, como seis chacales.

—¡No!

—¡Sí que lo hiciste!

La discusión se fue elevando de tono, por lo que a nadie se le ocurrió hacerle preguntas a Anjuli sobre dónde se encontraba cuando estalló la tormenta, ni cómo y cuándo logró regresar al ruth con Kaka-ji.

Ya no hubo más cabalgadas nocturnas ni se celebraron más reuniones en la tienda durbar, pues tanto Ash como Mulraj estaban demasiado ocupados solucionando los problemas del campamento como para dedicar tiempo a reuniones sociales. Y como Jhoti les seguía todo el día por el campamento, sin dejar de charlar ni un instante y convencido de que les prestaba una gran ayuda, al caer la noche el joven estaba tan cansado como para desear acostarse temprano, por lo que sólo Kaka-ji acudía a la tienda para charlar un rato, pero la conversación decaía en seguida, por lo cual el anciano se retiraba pronto.

Para paliar quizá la prematura tormenta, el tiempo mejoró muchísimo y reinaba una temperatura agradable, de menos de veinticinco grados durante el día y que refrescaba por la noche. Pero como nadie deseaba ser sorprendido por una nueva tormenta, todo el mundo se afanaba en reparar los daños a fin de que el campamento se pusiera pronto en marcha. Además, la mayoría estaban cansados de llevar aquella nómada existencia y deseaban llegar a Bhithor, donde esperaban llevar una vida regalada y disfrutar de las fiestas que se celebrarían con motivo de la boda. Consiguieron encontrar la mayor parte del ganado desperdigado, así como forraje y alimentos frescos en cantidades suficientes para el abastecimiento. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos y buena voluntad que ponían, pasaría más de una semana antes de que consiguieran emprender la marcha.

Realmente, necesitaron cerca de ocho días para terminar todas las tareas necesarias, durante los cuales Ash no vio en absoluto a Juli, así como tampoco a su hermana Shu-shu, ya que las muchísimas ocupaciones le tuvieron absorbido totalmente. No obstante, él se proponía hablar con Juli siquiera una vez, por lo menos para hacer las paces. Claro que esto podía hacerlo incluso en presencia de la gente: entre ellos existían medios de comunicarse en una especie de clave que nadie captaría. Ash no podía soportar la idea de separarse de Juli sin que esta supiera que estaba profundamente arrepentido de su actitud y expresarle que la amaría toda la vida. Se decía que este era el único motivo por el que deseaba verla, ya que con la entrevista agrandaría la herida que tenía abierta en su corazón. Y en el de ella también.

Ash suponía que le invitarían a visitar la tienda durbar, pero no recibió ninguna sugerencia en este sentido. Cuando mencionó el tema al anciano Kaka-ji, este contestó que no se preocupara en absoluto por ello.

—Le resultaría muy aburrido. Mis sobrinas están muy atareadas preparando la marcha y su próxima llegada a Bhithor. Ahora, todas sus conversaciones versan sobre saris, joyas y demás zarandajas.

Esto no parecía muy propio de Juli y Ash no pudo por menos que comentarlo. Kaka-ji dijo estar de acuerdo, pero declaró que, aunque era Shu-shu la que promovía el tema de las ropas, Kairi la estimulaba en el asunto para que se mantuviera entretenida durante aquellos días.

—Y tiene razón —aprobó el anciano—. Cualquier cosa que pueda distraer a mi sobrina pequeña y evitar que llore y se ponga histérica, es buena para todos.

Jhoti corroboró la opinión de su tío, pero utilizando palabras más duras (para él todos aquellos problemas de la indumentaria le traían sin cuidado); por su parte, Mulraj aconsejó que, dado que estaban aproximándose a Bhithor, sería mejor que el sahib y él mismo se mantuvieran alejados de la tienda de las princesas, ya que sabía que el Rana era muy estricto en cuestiones de etiqueta.

Al ver que fallaban los métodos indirectos, Ash envió un mensaje a las princesas preguntándoles cuándo podría visitarlas, recibiendo una respuesta amable, pero evasiva, en la que le decían que Shushila Bai no se sentía suficientemente repuesta como para recibir visitas y que, por tanto, se veía obligada a postergarlas para otro día. La negativa venía endulzada con muchos cumplidos, pero continuaba siendo una negativa. ¿Quizá también Juli, como Mulraj, consideraba aconsejable que su hermana y ella se retiraran a un purdah estricto, ahora que casi habían llegado al territorio de su futuro marido? ¿O realmente pensaba volver a verlo? De cualquier manera, significaría que no podrían mejorar las cosas entre ellos, y el recuerdo de la forma como se habían separado quedaría como una herida abierta durante el resto de sus días: un castigo… y un castigo justo.

Pero había juzgado mal a Anjuli. En su manera de ser no tenía cabida el resentimiento y no le acusaba por aquel repentino rechazo. Había comprendido las razones tan claramente como si él le hubiera expresado sus sentimientos y le conocía demasiado bien como para imaginar que persistiría, o que Ash no se arrepentiría de su actitud, y quizá se preguntaría también si ella le acusaba de algo. Bien, todavía quedaba una forma de decirle que no era así. Y muy sencilla.

Una noche, al final de un día largo y agotador a caballo, Ash recibió un cesto de naranjas que trajo uno de los sirvientes reales, quien explicó que era un regalo de la Rajkumari Anjuli-Bai. La Rajkumari lamentaba que, debido al estado de salud de su hermana, no pudieran recibir al sahib, pero confiaba en que él se encontraría en excelente estado de salud y que disfrutaría con el regalo. Ash observó las naranjas y, de pronto, su corazón se puso a latir violentamente y tuvo que contenerse para no arrancar el cesto de las manos del criado y buscar allí mismo el mensaje que estaba seguro contenía. Pero consiguió dominarse, y después de recompensar al mensajero, llevó el cesto a su tienda y esparció las naranjas sobre la cama, pero no encontró nada.

Sin embargo, allí debía de haber algo, porque de otro modo Juli, precisamente Juli, no se habría molestado en enviarle un regalo tan convencional. Allí no había ningún escrito y el cortés recado verbal que acompañaba al cesto no contenía mensaje oculto alguno. Ash fue examinando las naranjas una por una. En la piel de una de ellas, había una pequeña marca que parecía haber sido hecha con un cuchillo. Ash la abrió e inmediatamente se esfumó su desesperación. El malestar de los últimos días, el dolor de sus faltas y de las autoacusaciones y el provocado por la pérdida, de repente se calmaron mientras miraba el mensaje de Juli y sentía que recuperaba la esperanza y la fatiga se disipaba y se olvidaba.

Juli no le había escrito. No tenía necesidad de hacerlo, porque le había mandado algo que decía más que la carta más larga y expresiva que pudiera escribir. La mitad del pececito de madreperla que le había entregado anteriormente en otro tiempo, la noche en que escapara de Gulkote.

Ash permaneció largo tiempo mirándola sin verla, porque estaba reviviendo aquella noche, recordando el silencio y el miedo y las voces susurrantes, urgentes; veía otra vez la luz de la luna que brillaba sobre las cumbres nevadas del Dur Khaima e inundaba el balcón de la Reina con una radiación fría que refulgía sobre la perla en la oreja de Hira-Lal y convertía en plata un trocito de concha tallada, que era la más preciada posesión de Juli.

Y ahora ella le devolvía su mitad, sabiendo que él comprendería lo que quería decir… que ellos eran aún dos mitades de un todo y que mientras vivieran siempre existiría la esperanza de que quizás algún día lejano en el futuro, cuando sus acciones dejaran de interesar a nadie, podrían reunirse de nuevo. A lo sumo, constituía una leve esperanza. Pero, aunque nunca se materializara, el trocito de madreperla era en sí una prueba tangible de que Juli le amaba aún y de que se lo había perdonado todo.

Ash tocó el preciado objeto con tanta delicadeza como si fuera a desvanecerse y lo miró a través de una niebla de lágrimas. Sólo cuando se le aclaró la visión, se dio cuenta de que Juli no le había enviado la parte que originariamente poseía Ash, sino la de ella. Lo oprimió contra su mejilla y sintió un enorme consuelo.

Una tos discreta le anunció al retorno de Gul Baz y de un khidmatgar con la cena. Ash se guardó el amuleto en el bolsillo, volvió a colocar, apresuradamente las naranjas en el cesto y salió a comer con mejor apetito que el que había mostrado durante los últimos días.

Al final de la cena, mientras fumaba un cigarrillo y pensaba en Juli, Ash le hizo una promesa: se la hizo a sí mismo. Que nunca se casaría con otra mujer y que si no volvía a verla más, siempre pensaría en ella como en su esposa, y con las palabras del ritual nupcial: «Unido sólo a ella durante todo el tiempo que ambos vivieran».

En su tienda habían encendido una lámpara y Ash oía a Gul Baz que trajinaba dentro mientras le preparaba la cama; de pronto tuvo una idea, lo llamó para que pidiera a Mahdoo la cajita metálica que desde el robo del rifle había estado siempre al cuidado del anciano criado. Este la trajo y se quedó un rato a fumar y charlar un poco. Cuando se fue, Ash llevó la cajita a la tienda y la colocó sobre la mesa. Acto seguido, sacó el amuleto del bolsillo.

Ash retiró la llave de bronce de la cadena de su reloj y abrió la cajita. Quedó sorprendido cuando la tapa saltó como si hubiese estado sujeta por un resorte, pues realmente no había espacio para aquel trozo de tela sucio de sangre que él guardara en la caja días atrás; y ahora recordó que había tenido que forzar la tapa para cerrarla… aunque hasta ese momento no había vuelto a pensar en el trozo de tela que guardara allí con el propósito de destruirlo más tarde.

En aquel momento, la cajita metálica fue lo único que halló a mano para ocultar el trozo de tela a la mirada de Gul Baz que se encargaba de todas las llaves, de manera que lo guardó en la caja y la cerró con llave, con el propósito de sacarlo en la primera oportunidad que tuviera y quemarlo o enterrarlo o, simplemente, tirarlo en algún lugar solitario. Pero luego entregó la cajita a Mahdoo, juntamente con el dinero que poseía, las armas de fuego y las municiones, y se olvidó de todo el asunto.

Ahora sacó la tela ensangrentada y la miró con una mueca de disgusto, preguntándose nuevamente a quién habría pertenecido y qué haría con ella. Sin embargo, no podía quemarla sin evitar el riesgo de que alguno de los criados acudiera al creer que se había prendido fuego a la tienda. Tampoco podía dejarla caer al suelo para que la tiraran, porque, al verla, Gul Baz recordaría inmediatamente el incidente, que era preferible olvidar. Probablemente, lo mejor sería salir a dar un paseo por los alrededores y tirarla en algún lugar oscuro, lejos del resplandor de las hogueras que rodeaban el campamento.

Hizo una bola con el trozo de tela y se lo guardó en un bolsillo. En ese instante acudió a su mente un detalle que recordaba haber visto, subconscientemente, antes. Algo pequeño y duro unido al trozo de tela, quizás un botón o un peso de plomo como los que usan los sastres indios para que no se tuerzan las costuras.

Ash nunca había examinado con detalle el pedazo de tela, porque una vez que decidió que se trataba de una evidencia que no deseaba mostrar a nadie, se apresuró a esconderlo antes de que alguno de sus criados o Mulraj se diera cuenta de lo que era y comenzara a hacer preguntas que él no deseaba contestar. Ahora, por primera vez, extendió la tela y la examinó más atentamente.

La tela aparecía manchada y rígida por la sangre reseca, pues el corte que Ash se hiciera en la cabeza había sangrado mucho. Pero aquí y allá, entre las manchas, era posible ver que la tela fue de color gris y que se trataba de un tejido de seda y algodón hilado a mano, seguramente caro. La tela era delgada y carecía de forro y se había desprendido por la costura sin rasgar el tejido: todo el lado izquierdo de una chaqueta, arrancado por las costuras, con parte del cuello y de la manga. Tenía una fila de ojales y un bolsillo alto en el interior, colocado en un lugar bastante raro porque se hallaba más abajo de la sisa. El bolsillo llevaba una especie de solapa que impedía que se cayera nada de lo que contenía. Ash, examinándolo con cuidado, observó que estaba cosido, probablemente para impedir que se cayera el objeto pequeño y duro que había en él.

Acaso una joya, pensó Ash…, y valiosa, si su propietario se había tomado el trabajo de encargar que le hicieran bolsillos especiales en las chaquetas para llevarla consigo.

Ahora sólo cabía hacer conjeturas sobre el pasado.

Ash buscó unas tijeras y, sin molestarse en descoser las puntadas, cortó el bolsillo por el centro. El objeto que contenía cayó y rodó por el borde de la mesa hasta el suelo, donde quedó dentro de un cuadrado de luz proyectado por la lámpara que colgaba del palo central de la tienda. Una joya en forma de pera, con la iridiscencia humosa de una pluma de paloma…

Era el aro de Hira-Lal.

Ash se quedó sin aliento, rígido, contemplando la joya durante unos minutos antes de inclinarse a recogerla.

Resultaba increíble que, después de tantos años, él hubiese pensado en este objeto apenas hacía unas horas y lo hubiera recordado claramente en su imaginación. La fabulosa perla negra que enfurecía de tal manera a Biju-Ram, quien sospechaba —y con razón— que su dueño la usaba para burlarse del único aro que él llevaba y que disminuía el atractivo del diamante del cortesano de Janoo-Rani hasta convertirlo en una baratija sin valor.

La perla brillaba a la luz de la lámpara como si estuviese viva. Al mirarla, Ash supo, más allá de toda duda, quién había matado a Hira-Lal. Quién había decretado su muerte.

Sin duda, Biju-Ram había acompañado a Lalji en su desgraciada visita a Calcuta, y Biju-Ram odiaba a Hira-Lal y envidiaba su perla negra. El asesinato en sí habría sido planeado por Janoo-Rani, quien, probablemente, lo preparó hasta el menor detalle antes de que partieran los viajeros, de manera que Biju-Ram sólo debió esperar a que llegaran a una comarca donde hubiera tigres, preferiblemente en una zona donde se supiera vagaba un animal sanguinario, y allí ponerlo en práctica. Pero Janoo-Rani debió de haber sabido que Biju-Ram no podía resistir la tentación de quedarse con la perla, aunque al conservarla quedara marcado como asesino y nunca se atreviera a usarla. Su belleza, así como su carácter excepcional y su valor evidentemente habían influido más que estas consideraciones y Biju-Ram se decidió a correr cualquier tipo de riesgo, y seguramente la llevaba consigo desde entonces.

De todas maneras, debía de haber muchísimas personas que incluso ahora reconocerían la perla cuando la vieran, pues nadie que la hubiese visto antes podría olvidarla en toda su vida. Era dudoso que se encontrara algo similar en toda la India y sólo la avaricia (¿o el odio?) podía haber hecho que Biju-Ram conservara una evidencia que le condenaba. No era de extrañar que hubiese invadido la tienda de Ash para encontrarla. El objeto resultaba tan peligroso como un krait, pequeña serpiente de color marrón, cuya mordedura significa la muerte inmediata.

Ash sopesó pensativamente en su mano la perla y se preguntó por qué diablos no había descubierto de inmediato la identidad del hombre con quien había luchado en la oscuridad. Al recordar ese momento, pensó en tantas cosas que se lo habrían indicado, pequeños detalles que se lo hubiesen aclarado perfectamente, como la estatura, la constitución física… y el olor. Biju-Ram usaba siempre perfume y el asesino emboscado olía a raíz de lirio florentino. Pero, en aquellos momentos, Ash estaba demasiado furioso como para tener conciencia de cualquier otra cosa que no fuese un obsesivo deseo de matar, y sólo ahora recordaba aquel perfume y se daba cuenta también de que Biju-Ram ya no vestía ropas de colores tan vivos como en otro tiempo; por imitación consciente (¿o inconsciente?) de su rival muerto, ahora siempre usaba trajes de color gris. Sólo gris.

El trozo de tela manchado de sangre despedía mal olor, no a raíz de lirio. Ash lo arrojó por la puerta de la tienda, sin preocuparse de si alguien lo veía o despertaba curiosidad, porque sabía que no tenía nada que ver con Juli. Si Ash hubiese tenido la conciencia tranquila con respecto a ella, habría captado la razón verdadera del ataque asesino desde el primer momento y no habría perdido el tiempo ocultando claves a sus amigos y escondiendo la cabeza como el avestruz.

El motivo era muy sencillo. Simplemente, había considerado los hechos de manera errónea y, sólo al descubrir el arete de Hira-Lal, su cerebro había comenzado a coordinar las ideas con claridad. Ahora, de pronto, todo parecía como si le hubieran colocado delante de un espejo y hallaba sentido finalmente a algo que hasta ese momento le confundía porque estaba escrito en dirección contraria a lo habitual.

Biju-Ram no tenía ningún interés en Anjuli-Bai, ni había reconocido en el sahib Pelham al niño que alguna vez fuera blanco de sus bromas crueles. Quería matar a Ash precisamente por la misma razón que Janoo-Rani deseaba hacer desaparecer a Ashok, porque se interponía en una conspiración para asesinar al heredero, y continuaba haciéndolo. Era así de sencillo… y Ash no se había dado cuenta de ello por estar obcecado por prejuicios anteriores.

Sabiendo que Biju-Ram había sido un hombre a sueldo de la fallecida Rani durante muchos años, y que era ella quien le había nombrado miembro de la corte personal de Jhoti, Ash persistía en su idea de que era un subordinado de la nautch y que Jhoti era hijo de ella. Para el caso, Nandu también lo era, pero, si el rumor era cierto Nandu había asesinado a su madre y, más tarde (según confirmaban muchos testigos), se había peleado violentamente con Biju-Ram. La enemistad había alcanzado tales proporciones que cuando Nandu se negó a permitir que su hermano pequeño acompañara a la comitiva de las novias a Bhithor, Biju-Ram incitó a Jhoti para que desafiara la orden y escapara; luego, hablando en sentido metafórico, quemó sus propias naves acompañándole en la huida.

Al considerar todos estos hechos (y teniendo en cuenta que Biju-Ram, en realidad merecía tanta confianza como un escorpión), Ash decidió que su antiguo enemigo estaba mezclado en una conspiración para asesinar a Nandu, para desterrarlo y sustituirlo por Jhoti… quien, a causa de su edad, durante algunos años solo sería un gobernante títere y, por tanto, podría ser manejado a su antojo por quienes organizaban la intriga para conseguir sus propios fines y lograr sus apetencias personales. Era una suposición razonable, puesto que coincidía con todos los hechos conocidos… excepto en uno que Ash, conociendo a Biju-Ram, no debía haber pasado por alto: que Biju-Ram siempre había sabido lo que le convenía y cuando comprendió que Nandu, y no la nautch, sería el poder real en el Estado, no perdería el tiempo en cambiar de bando.

Visto de esta manera, el modelo se alteraba como el dibujo de un caleidoscopio cuando se mueve el tubo. Las piezas eran las mismas, pero colocadas en orden diferente. Ash se daba cuenta ahora de por qué era necesario que tuviese lugar una pelea en público y por qué le habían negado el permiso a Jhoti para que acompañara a sus hermanas y más tarde se le dieron facilidades para que pudiese escapar. Y por qué después nadie se presentó a buscarlo para hacerle regresar a Karidkote.

«Debí haberme dado cuenta antes», pensó Ash con amargura. Y era muy cierto, porque las razones eran perfectamente claras y lo hubiesen sido todo el tiempo si él se hubiera preocupado de discutir la evidencia en vez de juzgarla sólo por su aspecto externo. No representaba ningún consuelo darse cuenta de que otros habían sido igualmente engañados, pero él debía de haber sido más perspicaz… y si esto era lo que le sucedía a uno cuando se enamoraba, entonces parecían justificadas las opiniones de los oficiales ingleses al respecto, expresada en forma tan insultante por su comandante y por el mayor Harlowe cuando Ash quiso casarse con Belinda.

Ash se sentó en un extremo del catre y observó los hechos desde otro ángulo… algo que debía haber hecho mucho tiempo atrás…

Nandu consideraba a su hermano como un rival y un posible germen de descontento, y, por tanto, trataba de librarse de él. Pero ya se habían hecho muchas especulaciones desagradables sobre la muerte de Janoo-Rani, y si Jhoti moría repentinamente, el Residente británico, que había mostrado cierta tendencia a hacer preguntas desagradables después de la muerte de Janoo, con toda certeza ahora preguntaría mucho más; luego, ¿quién podía saber qué tipo de problemas surgirían? Era mucho mejor dejar que Jhoti saliera de Karidkote y sufriera un accidente mortal en algún lugar al otro lado de la frontera. Luego, bastaría resaltar la inocencia de Nandu y agregar un toque magistral que serviría para convencer incluso a los más suspicaces: era preciso demostrar que el chico se había marchado contra los deseos de su hermano y en circunstancias que impedirían a Nandu enterarse de su «huida» a tiempo de evitarla, o permitieran pensar que merecía la pena hacerle regresar. De aquí la conveniencia de que Nandu participara en la expedición de caza.

Se trataba de un plan excelente, basado en un conocimiento acertado del carácter de Jhoti y fundado en el supuesto de que nadie iba a creer que un hombre que le ayudaba a escapar del palacio y que le acompañaba en la aventura pudiera ser otra cosa que un buen amigo y un decidido partidario. Esto proporcionaba una coartada a Biju-Ram, quien, a los ojos de todos aparecería como un aliado del presunto heredero (y, por tanto, un enemigo del maharajá), lo que motivaría que quedara libre de toda sospecha cuando el chico sufriera un accidente mortal.

Evidentemente, los detalles del plan habían sido estudiados con sumo cuidado y era lógico suponer que Biju-Ram tendría dos o tres colaboradores. Ash no consideraba probable que fuesen más, pues un número excesivo significaba aumentar el riesgo de que lo descubrieran. Mohn, Pran Krishna y quizá Sen Gupta, decidió seleccionando mentalmente a los seguidores de Biju-Ram que formaban parte del séquito de Jhoti. Además, los criados personales de estos tres hombres serían propensos al soborno y, por tanto, resultaban igualmente sospechosos.

Pran Krishna era un antiguo sirviente personal de Biju-Ram, y en todo momento se había vanagloriado de su admiración y simpatía hacia su amo. Era un jinete excelente y formó parte de la expedición de caza el día que se rompió la correa de la silla de Jhoti. Él estaba en inmejorables condiciones para realizar las manipulaciones en la silla, así como para recuperar las pruebas antes de que cualquiera pensara en examinarlas, pues, de haber muerto el niño, se hubiese producido una tremenda confusión y la atención se habría centrado en el principito y no en el caballo.

Ash recordaba la conversación escuchada aquella tarde y se daba cuenta de cómo actuó Biju-Ram: en lugar de disuadir al niño para que no fuese a cabalgar solo, realmente lo que había hecho, conociendo su carácter, fue incitarlo a que se obstinara en su propósito. Y transcurrido cierto tiempo sin que Jhoti regresara, Biju-Ram hubiese dado la voz de alarma y habría recabado ayuda para ir a buscarlo. Él, Pran Krishna y otros hombres del séquito hubieran formado parte del grupo de búsqueda y encontrarían el cuerpo sin vida del muchacho. Entonces, todos ellos hubiesen mostrado un dolor extraordinario y habrían acusado al syce, mientras Pran Krishna se dedicaba a eliminar las pruebas, simulando examinar la silla.

Pero pocos planes carecen de fisuras, y este no constituyó una excepción, porque, aunque Jhoti no pudo evitar que el caballo lo lanzara de la silla, era posible que sólo resultara herido y no muerto. Pero esto también fue tenido en cuenta, casi con toda seguridad: si las heridas no hubiesen resultado mortales, fácilmente podrían administrarle una sobredosis de opio o algún tóxico similar que le habría sumido en estado de coma y más tarde en la muerte… algo de esperar en sus circunstancias y que no despertaría sospechas de nadie. De cualquier manera, el plan contaba con grandes posibilidades de tener completo éxito. Pero cuando el muchacho salió a cabalgar solo, Ash estropeó los elaborados planes al seguirlo y, más aún, haciéndolo acompañado de Mulraj. No era extraño que Biju-Ram estuviese suficientemente furioso como para tratar de eliminar a quien se había entrometido en sus proyectos.

Tanto Nandu como Biju-Ram debían de haber sabido desde el principio que un oficial británico acompañaría a la comitiva a Bhithor y probablemente lo considerarían un hecho afortunado, pues la presencia de un sahib sería una garantía de que cualquier accidente desgraciado que ocurriera al presunto heredero sería aceptado por las autoridades británicas como tal, y nada más. Y como su experiencia con los sahibs era escasa, seguramente esperaron que les acompañaría un oficial de baja graduación, joven e inexperto y con un conocimiento mínimo de las lenguas y costumbres del país, por lo cual sería fácil de manejar.

Pero el sahib Pelham no sólo se apartaba de esta imagen, sino que, para empeorar las cosas, había estropeado un plan muy bien elaborado y, además, se había hecho amigo de la víctima y demostraba excesivo interés por el bienestar del muchacho. Por tanto, se había convertido en un obstáculo importante para ellos, y Biju-Ram debió de decidir que debía ser eliminado, pero que esto sólo podría hacerse sin peligro cuando la expedición abandonara la India británica y estuviera en una parte del país donde no hubiera ciudades suficientemente grandes como para contar con la presencia de un oficial británico o de cualquier autoridad que decidiese investigar demasiado… o demasiado pronto… un accidente que costara, la vida a un sahib. Porque, como es lógico, se trataría de un accidente.

Seguramente, Biju-Ram había pensado en varios tipos que podían ponerse en práctica, porque cada vez que se encontraban en una zona adecuada vigilaba atentamente a aquel angrezi entrometido con la esperanza de hallar la oportunidad de eliminarlo sin peligro. Cuando llegó la ocasión, la captó en seguida y decidió usarla con rapidez aterradora. Y Ash fue atacado con su propio rifle. Cabía la posibilidad de tropezar o de manejarlo con descuido, disparándose el arma por error… y como los sirvientes de Biju-Ram no estaban familiarizados con este tipo de rifles, Bichchhu, el escorpión, tuvo que actuar personalmente.

Ash se incorporó y fue a detenerse en la puerta abierta de la tienda para contemplar la noche. Pero había demasiadas zonas de sombra y era imposible saber si en alguna de ellas se ocultaba alguien que le vigilaba, aunque debía ofrecer un blanco estupendo, recortado contra la luz amarilla de la lámpara. Eso no le preocupaba, porque estaba convencido de que lo último que Biju-Ram y sus secuaces deseaban era atraer la atención de las autoridades británicas, y si algo lo conseguiría sería el asesinato de un oficial de dicha nacionalidad. Debía de ser un verdadero accidente, y como casi con toda seguridad se había planeado otra tentativa, Ash tendría que actuar con suma cautela y no descuidarse en actuar si deseaba llegar vivo a Bhithor. Pero en esta ocasión debía estar seguro de que no se equivocaba y sólo se basaba en meras suposiciones. No bastaba con estar seguro internamente, pues ya lo había estado antes y se equivocó.

Su mirada cayó sobre el trozo de tela arrugado que había lanzado por la puerta de la tienda y de repente salió y lo recogió, ya que se le había ocurrido una idea que pensaba poner en práctica.