Si la tormenta no se hubiese presentado tan súbitamente… si hubieran advertido a tiempo que se aproximaba… si la caverna hubiese sido más pequeña… etc.
Mucho después, Ash pensaría en todas estas posibilidades y se preguntó si todo ello habría establecido alguna diferencia en lo que pasó. Quizá… Pero lo más fácil es que no, si el anciano tío Akbar, de quien recibió el nombre Ash, tenía razón.
El tío Akbar y Koda Dad le habían asegurado que todos los hombres nacen con su destino atado al cuello y que esto es algo a lo que no pueden escapar.
«Lo que está escrito, escrito está».
¿Cuántas veces había oído repetir esto a Koda Dad? Y Akbar Khan lo había dicho antes. Aquella vez, cuando Ash miraba el cuerpo de un tigre contra el que había disparado cinco minutos antes desde el machan y al cual habían estado acechando durante muchas horas; o en aquella otra ocasión memorable, en el patio de la gran mezquita de Shah-Jehan, en Delhi, donde se había concentrado tal multitud que dos hombres cayeron desde lo alto de la puerta y se mataron. En ambas ocasiones, Ash pidió explicaciones a estos hechos. Pero en el caso presente la cuestión de la predestinación contra libre albedrío revestía puro interés académico: el hecho real es que no se había percatado de la presencia de la tormenta, y como la caverna era muy grande y oscura, le había invadido el pánico ante el temor de que Juli hubiera caído en algún pozo y desnucarse, o le hubiese atacado una cobra en la oscuridad.
De haber conservado el control de sus emociones, sin duda habría logrado también mantener sus buenas intenciones. En tal caso, los dos se hubiesen sentado en la caverna a esperar tranquilamente a que terminara la tormenta, sin tocarse en absoluto. Después, cuando el viento hubiese perdido fuerza, hubieran regresado al campamento. Pero en ese supuesto no se habrían encontrado con Kaka-ji y el ruth, e, inocentemente, se hubieran encontrado envueltos en un gran escandalo y recibido peligrosas acusaciones.
En tales circunstancias, perdieron la noción de todo, no supieron cuándo amainó la tormenta ni cuándo el viento perdió su virulencia.
Quizá sería una hora, o dos, o acaso diez.
—No he querido nunca que esto sucediera —murmuró Ash.
Y era cierto lo que decía. Pero si quedaba alguna esperanza de que Ash hiciera un esfuerzo supremo por evitarlo, esta desapareció cuando Juli no se apartó cuando él la abrazó estrechamente, sino que le echó los brazos al cuello y se aferró a él. Entonces la besó…
No había ternura en el beso. Fue duro y violento; sin embargo, aunque le lastimó los labios y la dejó sin aliento, Juli no le rechazó, sino que se abrazó a él con más fuerza aún. Era un momento desesperado, como si intentaran luchar uno contra otro como verdaderos enemigos, con el propósito de causarse dolor y sin que les importara recibirlo.
El breve frenesí terminó pronto. El cuerpo tenso de Juli se relajó a medida que superaba el acceso de pánico y quedaba flácida y sumisa en los brazos de Ash. Desapareció la angustia para dar paso a un tibio deleite que se apoderaba de sus venas, sus nervios e invadía todas las fibras de su ser. Sus lágrimas eran saladas, y Ash sentía los cabellos de la muchacha en torno a su cara: mechones largos y sedosos, que olían a rosas y se deslizaban sobre su piel como una capa de plumas, o se quedaban prendidos como si tuviesen vida propia. Los labios de Juli ya no se mostraban tensos a causa del terror, sino cálidos y ansiosos, dulcísimos, y él volvió a besarlos hasta que finalmente se abrieron bajo los suyos, y sintió cómo el cuerpo de la muchacha temblaba de deseo.
En ese momento la hubiese tenido en el suelo de la caverna, pero, a la vez que aumentaba la presión de su abrazo, se controló e interrumpió el beso para hacer una pregunta que parecía superflua en aquellas circunstancias. Sin embargo, él también había sido presa del pánico en la oscuridad, y como sabía que a ella le había sucedido lo mismo, quería estar seguro de que la respuesta apasionada a sus besos era algo más que una reacción emocional ante el terror. Por tanto, le habló con dureza, haciendo un esfuerzo al pronunciar las palabras, porque de repente tuvo miedo de que lo pudiera responder.
—¿Juli, me amas? —preguntó temblorosamente.
La gran caverna y las que partían de ella repitieron su pregunta una y otra vez. «¿Me amas…? ¿Me amas… amas…?». Anjuli rio suavemente, pero con tal cariño que a Ash el corazón le latió alocadamente en el pecho. Juli respondió, muy cerca de su oído, demasiado bajo para que el eco captara su voz.
—¿Cómo puedes preguntarme eso cuando sabes que te he amado toda mi vida? ¡Sí, siempre! Desde el principio.
Las manos de Ash se apoyaron en los hombros de Juli y la agitaron bruscamente, mientras decía:
—¡Cómo a un hermano! Pero eso de nada me sirve. Quiero una amante… Una esposa. Te quiero toda… toda para mí, para siempre. ¿Me amas así? ¿Sí, Juli?
La joven apoyó su mejilla contra la mano izquierda de Ash, frotándola como una caricia mientras se apoyaba en su hombro. Y respondió lentamente, como si recitara un poema o repitiera una profesión de fe.
—Te amo. Siempre te he amado. Siempre he sido tuya y siempre lo seré. Y si al principio te quise como a un hermano, mientras crecía y me convertía en mujer, esperándote siempre, ese cariño fue transformándose en el de una amante apasionada. Y… y…
Se inclinó hacia delante para apretar su mejilla contra la de Ash, y este sintió los pezones erguidos de la joven contra su pecho como las puntas de unos dedos.
—… Esto no lo sabes, pero cuando regresaste, te amé incluso antes de saber quién eras, pues cuando me sacaste del ruth aquella noche, en el río, y me abrazaste mientras esperábamos a mis doncellas, no podía casi respirar a causa de la forma como me latía el corazón. Y sentía vergüenza, porque creía que eras un desconocido, pero algo en mis venas y en todo mi ser se alegraba de aquel abrazo y me hubiese gustado que me apretaras más y más. Así… —apretó sus brazos más aún alrededor del cuello de Ash y lo besó en las mejillas, continuando con un suspiro entrecortado—. ¡Amor mío, ámame! Tómame ahora antes de que sea demasiado tarde…
El susurro terminó en un jadeo angustioso cuando las manos de Ash se deslizaron desde sus hombros para fundirla en un nuevo abrazo y tenderla en el suelo de la caverna.
La arena era seca y suave. El cabello largo de Juli se extendió como una manta sedosa al yacer ella en la oscuridad y sentir cómo las manos de Ash le quitaban la única prenda que le quedaba y se movían hacia arriba con lentitud acariciante: manos cálidas, firmes y muy seguras. Por un momento, sintió una punzada de temor, pero pasó tan rápidamente como había llegado y cuando él susurró que no la lastimaría, se limitó a apretar sus brazos alrededor de Ash y no gritó a pesar de la adorable crueldad que ponía fin a su virginidad.
—Yo no quería que sucediera esto —murmuró él.
Claro que esto fue varias horas más tarde. No sabían cuántas. Y después que hubo sucedido otra vez. Y otra vez…
—Yo sí —contestó Juli, tranquila y relajada, apoyada en la curva del brazo de Ash.
—¿Cuándo, Larla?
Juli no respondió en seguida. Pero la mente de Ash ya estaba inmersa en otros pensamientos, sin prestar demasiada atención a la respuesta, ya que intentaba formular otros planes. Estaba tratando de memorizar los mapas que había estudiado casi a diario mientras la caravana atravesaba la India y decidiendo cuál sería la ruta más segura, pues cuanto antes salieran de Rajputana y del Sur, tanto mejor. Contaban con los caballos, pero carecían de dinero. Y lo necesitarían; sin embargo, no podían volver al campamento. Notaba que Juli movía la cabeza y el contacto frío de la joya que llevaba en la oreja le recordó que las piedras eran rubíes engarzados en oro y que no sólo los llevaba en los aretes, sino como botones en el achkan. Si actuaban inteligentemente, podrían obtener una buena suma por ellos, sobre todo si iban vendiéndolos conforme lo fueran necesitando.
—Hace mucho tiempo —habló al fin Juli con suavidad, respondiendo a la pregunta de Ash—. Un mes o quizá más, aunque no pensé nunca que sucedería de esta manera. ¿Cómo podía imaginar que los dioses iban a ser tan bondadosos como para enviarnos una tormenta que nos sorprendiera a los dos juntos y tuviésemos que buscar refugio en una gruta como esta? Creerás que soy una desvergonzada, pero tenía pensado ir a tu tienda, si podía, y si no me tomabas voluntariamente, pedírtelo yo… Porque estaba desesperada y pensaba que, si al menos…
—¿De qué hablas? —preguntó Ash al interrumpirse bruscamente sus propios pensamientos.
—El Rana —murmuró Juli, y le temblaron los labios—. Yo no podía tolerar que mi virginidad se perdiera en manos de otro hombre, con alguien a quien no conocía ni amaba, pero que me utilizaría para ejercer un derecho… por lujuria o para conseguir un heredero de mi cuerpo. Un viejo desconocido…
Se estremeció convulsivamente y Ash la abrazó de nuevo contra su pecho, antes de decir:
—Basta, Larla. No pienses más en eso. Jamás en tu vida.
—Pero debo pensarlo —insistió Juli con voz alterada por la emoción—. No… déjame hablar. Quiero que comprendas. Desde el principio he sabido que debo someterme a sus caprichos y también que, aunque no me encuentre deseable, utilizaría mi cuerpo, porque soy su esposa y él desea tener hijos varones. Sé que a eso no podía negarme, pero que él fuese el primero y el último… Que me tomaría sin amor y que debía aceptarlo con asco, y que nunca en mi vida llegaría a saber lo que es estar con un amante y disfrutar de ser mujer… Eso es lo que no podía soportar, y, por tanto, amor mío, pensé pedirte, rogarte si hubiera sido necesario, que me salvaras de eso. Ahora ya lo has hecho y estoy satisfecha. Nadie podrá ya quitarme estos momentos pasados a tu lado, ni estropearlos, ni mancharlos, y ¿quién sabe? Los dioses pueden hacer algo más por nosotros esta noche y permitirme concebir un hijo. Rogaré para que así sea y que mi primogénito sea tuyo. Pero, si no fuese así, al menos he conocido el amor… y tras ello, puedo soportar la lujuria y la vergüenza y ya no me importará demasiado.
—¡No tendrá que importarte en absoluto! —respondió Ash con violencia.
Introdujo sus dedos entre el cabello de Juli y le echó hacia atrás la cabeza para besarla: en los ojos, la frente, las sienes, las mejillas, la barbilla y, finalmente, en la boca.
Hablaba mientras la iba besando:
—¡Amor mío, cariño! ¿Crees realmente que te voy a dejar marchar? Podría haberlo hecho antes, pero ahora ya no puedo aceptarlo…
Le explicó que había decidido pedirle que escapara con él, pero que luego decidió que no debía hacerlo, a causa del enorme peligro a que se exponían, especialmente Juli, pero la tormenta había cambiado todos sus planes. Era el milagro que él tanto anhelaba y que se desesperaba por conseguir, ya que les brindaba la oportunidad de poder huir sin que nadie sospechara y sin temor a que fuesen perseguidos. Disponían de caballos, por lo que, si salían tan pronto como amainara el viento, podrían haber recorrido mucho kilómetros para cuando fuese de día y estar lejos de cualquier grupo que saliera a perseguirlos. Además, dada la confusión que el huracán había promovido en el campamento, no esperaba que nadie estuviese en disposición de salir a buscarlos antes del amanecer. Al no encontrarlos, seguramente creerían que habrían muerto a causa de la tormenta y que estarían enterrados en algún barranco entre las colinas. También suponía que pronto abandonarían la búsqueda de los cadáveres al no poder localizados, ya que la gigantesca tormenta había modificado la topografía del terreno, al rellenar hondonadas y abierto grietas en otros lugares.
—Al cabo de un par de días, abandonarán la búsqueda y continuarán el viaje hacia Bhithor —explicó Ash—. Se verán obligados a hacerlo, aunque sólo sea forzados por el calor. Ni siquiera tendremos que preocupamos por no tener dinero, ya que podremos vender mi reloj y tus rubíes… los aretes y los botones de achkan. Podemos vivir con eso durante meses, probablemente durante varios años. En algún lugar donde nadie nos conozca: en Outh o entre las colinas del Norte, en el valle de Kulu. Allí podremos encontrar trabajo, y luego, cuando todos se hayan olvidado de nosotros…
Anjuli sacudió la cabeza.
—No se olvidarán. Podrían hacerlo de mí, porque no tengo demasiada importancia, pero contigo es distinto. Tú permanecerías escondido un año, o diez, pero cuando volvieras a aparecer aquí, o en cualquier otro sitio, incluso en Belait, cuando trataras de reclamar tu herencia, continuarías siendo un oficial del Ejército del Raj que desertó. Sólo por eso te detendrían y castigarían. Y entonces todo se descubriría.
—Si —contestó Ash con lentitud—. Si, es cierto. —Había un matiz de sorpresa en su voz como si acabara de hacer un descubrimiento desconcertante. En la embriaguez de las horas pasadas había olvidado realmente que pertenecía a los Guías—. Nunca podré volver. Pero… estaremos juntos, y…
Se interrumpió porque ella le había colocado su mano sobre la boca.
—No, Ashok. —Su voz era una murmullo de ruego—. No digas nada más. Por favor, por favor, no; porque no puedo acompañarte. No puedo hacerlo, porque he dado mi palabra. Además, está Shushila. Le prometí que permanecería a su lado. Se lo prometí y no puedo volverme atrás.
Durante un instante, Ash no la creyó. Pero cuando trató de hablar y los dedos de Anjuli se apretaron con más fuerza contra su boca y su voz, continuó apresuradamente en la oscuridad, explicando e implorando al mismo tiempo. Cada una de sus palabras era como un martillazo. Shu-shu la quería y dependía de ella, pues sólo había accedido a casarse con el Rana con la condición de que ella, Anjuli, no la abandonara. Ahora no podía dejarla sola para que se enfrentara con los terrores de una nueva vida. Shushila se encontraba consternada ante la perspectiva de un matrimonio con un desconocido de edad madura y de tener que vivir en medio de gentes desconocidas, con unas costumbres totalmente diferentes y en un medio ambiente tan distinto al que ella había conocido hasta entonces. Shu-shu apenas era una niña, una niña asustada y desconcertada…
—¿Cómo podría ser feliz sabiendo que la he abandonado? —susurró Anjuli—. Es mi hermana y la quiero; y ella también me quiere y confía en mí… y también me necesita… Siempre me ha necesitado, desde que era muy pequeñita. Shu-shu me concedió su cariño en aquellos años en que yo no tenía a nadie, y si ahora la traicionara, cuando más necesidad tiene de mí, me sentiría culpable durante el resto de mi vida; nunca me lo perdonaría; ni olvidaría jamás que escapé de su lado y la dejé abandonada, que no hice honor a mi palabra y la traicioné.
Ash la cogió por la muñeca y le apartó la mano.
—¡Pero yo te amo también! Yo. Y yo te necesito a mi lado. ¿Significa eso algo para ti? ¿Te importa ella más que yo?
—Sabes que no —respondió Anjuli con un sollozo—. Te amo más que a mi vida. Más que a nada y a nadie en este mundo. ¡Más allá que las palabras, más allá de la vergüenza! ¿No te lo he demostrado esta noche? Pero… tú eres fuerte, Ashok. Seguirás viviendo y algún día lograrás superar todo esto y reemprender una nueva vida sin mí…
—Nunca. Nunca. Nunca —la interrumpió Ash con vehemencia.
—Si que lo harás. Y yo también. Porque los dos somos suficientemente fuertes para conseguirlo. Pero Shu-shu, no. Si no estoy a su lado para infundirle valor cuando tenga miedo y para consolarla y cuidarla cuando esté enferma y triste o desesperada, morirá.
—¡Be-wafuki! ¡Estupideces! —exclamó Ash en tono grosero—. Probablemente, Shushila es más fuerte de lo que supones, y aunque puede ser una niña en muchos aspectos, es digna hija de su madre en muchos otros. ¡Ay, Juli!, querida mía, se que es tu hermana y que la amas mucho, pero, debajo de esa timidez y encanto es una niña mimada y malcriada, egoísta y exigente, que siempre quiere imponer su voluntad, lo que tú le has permitido, pues te ha tiranizado en todo momento. Ya es hora de que la dejes sola para que se dé cuenta de que no es una chiquilla, sino una jovencita, que pronto será la esposa de un hombre, dentro de un mes aproximadamente, y madre dentro de un año cuando menos. No morirá, no lo creas.
Anjuli guardó silencio unos minutos; luego dijo, con voz curiosamente átona y carente de toda emoción:
—Si le dicen a Shu-shu que he muerto en la tormenta y que debe viajar sola a Bhithor, se volverá loca de pena y de terror, y no creo que nadie pudiese consolarla. Nandu no está aquí y sólo él pudo dominarla en anteriores ocasiones. Te repito que la conozco, y tú no. Y aunque la quiero, no dejo de ver sus defectos… ni los míos. Sé que es una niña malcriada y egoísta, y también terca: es hija de Janoo-Rani. Pero también es dulce, cariñosa y muy confiada, y que no contribuiré a su muerte. Si lo hiciera, ¿cómo podrías quererme? ¡Pues en tal caso sería también egoísta y desagradecida! ¡Y cruel también! Porque sería todas esas cosas y muchas más si estuviera dispuesta a poner en peligro la vida de mi hermana menor, con tal de conseguir mi propia felicidad.
—¿Y mi felicidad? —replicó Ash, con voz áspera, a causa del dolor—. ¿La mía no te importa?
Pero todo esto no sirvió de nada. Empleó todos los argumentos y todas las súplicas que se le ocurrieron, pero sin resultado alguno. Por último, la tomó otra vez, con una violencia salvaje, intentando lastimarla, pero con la suficiente habilidad sexual para forzar una respuesta que fue mitad dolorosa y mitad placentera. Cuando todo terminó y quedaron tendidos exhaustos y sin aliento, Juli aún logró decir:
—No puedo traicionarla.
Y Ash supo que Shushila había ganado y que él había perdido. Apartó los brazos del cuerpo de Anjuli y se tendió de espaldas con la vista perdida en la oscuridad, y durante un largo rato ninguno de los dos habló.
El silencio era tan denso que Ash podía escuchar el ruido de su propia respiración. De algún lugar de la caverna llegaba el tintineo del metal al moverse uno de los caballos. Pero transcurrió bastante tiempo hasta que se dieran cuenta de su significado: el viento había cesado, seguramente hacía rato que no soplaba, pero no podía recordar cuándo habían escuchado por última vez su zumbido ensordecedor. En ese caso, sería mejor que regresaran al campamento cuando todavía era de noche, pues, con la confusión que esperaban reinaría aún, su llegada quizá pasaría inadvertida.
Desde el punto de vista de Juli, ya sería bastante perjudicial el haber permanecido ausente durante varias horas en compañía de un hombre. Pero la confusión de la tormenta les daría una disculpa, y siempre que regresaran pronto, habría posibilidad de evitar el escándalo, pues el estado de confusión imperante en el campamento impediría que las lenguas ociosas tuviesen tiempo para las habladurías y los comentarios. Con suerte, Juli saldría del asunto con una buena reprimenda por adelantarse demasiado a su hermana y a su tío, pero nadie sospecharía lo sucedido… De repente, Ash declaró con voz que parecía un chirrido:
—No puedes seguir adelante con esto, Juli. Es demasiado peligroso para ti. Él lo sabrá.
—¿Quién lo sabrá? —La voz de Anjuli sonaba ahogada, como si hubiese estado llorando—. ¿Qué va a saber?
—El Rana. Descubrirá que no eres virgen en cuanto se acueste contigo la primera vez, y las consecuencias serán terribles. Es poco probable que perdone una cosa así, ni que tome lo que otro hombre ha dejado. Querrá saber quién ha sido y cuando. Si no lo confiesas, te azotará y te devolverá a tu medio hermano después de haberte cortado la nariz y haberse quedado con la dote. Y cuando tu precioso hermano te ponga las manos encima, procurará que mueras lo más pronto y dolorosamente posible, o te cortará los pies para que vivas como una inválida y sirva de escarmiento a otras mujeres. ¿Y de qué le servirás entonces a Shushila? No puedes hacerlo, Juli. Ahora has quemado tus naves y no puedes volver atrás.
—Debo y puedo hacerlo —respondió ella hoscamente—. No lo sabrá porque… —titubeó, pero logró rehacerse con un esfuerzo evidente—: porque hay medios.
—¿Qué medios? No sabes lo que dices. No puedes saberlo…
—Trucos de mujeres fáciles, de prostitutas. Los conozco —Ash pudo oír cómo tragaba saliva penosamente—. Olvidas que me crie entre las sirvientas en el sector de las mujeres y que un rajá tiene muchas otras amantes, además de sus esposas y concubinas que conocen todas las artes y recursos que pueden agradar a un hombre o engañarlo. Y que hablan de ello libremente porque no tienen otra cosa que hacer y porque creen que es justo que todas las demás sepan estas cuestiones… —La joven se interrumpió un instante, y luego continuó, en tono más firme—. No me gusta decirte esto, pero, de no estar segura de que cuando llegara el momento podría engañar al Rana, no me hubiese entregado a ti.
Estas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Ash, quien replicó con dureza y crueldad deliberada.
—Y supongo que también has pensado en lo que puede sucederle al niño, a mi hijo, si lo tienes. Su padre legal será el Rana. ¿Y si decide criarlo como a otro Nandu o Lalji? ¿Si designa a escorpiones como Biju-Ram a su servicio… perversos y malvados? ¿Has pensado en eso?
Anjuli respondió tranquilamente.
—Fue la nautch y no mi padre quien designó a Biju-Ram para la casa de Lalji y creo… que es la madre de un niño, si se lo propone, quien puede moldeado en sus primeros años y dirigirlo en un determinado sentido, porque es a ella a la que imita cuando es pequeño y no a su padre. Si los dioses me conceden un hijo tuyo, no le traicionaré: lo juro. Me encargaré de que crezca para que sea un príncipe del que podamos enorgullecernos.
—¿De qué me servirá eso a mí, si nunca podré verlo, ni siquiera le conoceré? ¡Si tal vez nunca me enteraré de que existe! —replicó Ash con amargura.
Por un momento, creyó que Juli no contestaría. Cuando lo hizo, sus palabras apenas resultaron audibles.
—Lo siento —manifestó Anjuli—. Yo:… no pensaba… era por mi… por mi propia felicidad por lo que lo deseaba. He sido egoísta —sollozó, pero pronto su voz recuperó la firmeza—. Ahora ya está hecho; lo que suceda en el futuro no dependerá de nosotros.
—¡Sí! Depende de nosotros. Puedes venir conmigo. Por el niño, aunque no lo hagas por mí. Prométeme que, si sabes que tendrás un hijo, acudirás a mí. Eso sí puedes hacerlo, ¿verdad? No creo que Shu-shu signifique más para ti que un hijo mío, ni sacrificarás el futuro de ese niño por ella. Prométemelo, Larla.
Sólo el eco respondió a sus palabras. Sin embargo, el silencio era suficientemente elocuente, repitiendo, sin palabras, lo que había dicho antes, que había hecho su promesa a Shushila y que no renegaría de ella ni la defraudaría. Y que una promesa como aquella era sagrada… A Ash se le hizo un nudo en la garganta, pero de nuevo la furia le hizo hablar.
—¿No entiendes lo que será mi vida… sabiendo que mi hijo, mi hijo, es propiedad de otro hombre que hará con él lo que quiera? ¿Que un día lo venderá en matrimonio a quien se le ocurra… como sucedió contigo y tus hermanas?
—Tú tendrás otros hijos… —susurró Anjuli.
—¡Nunca! —replicó él.
—… y no lo sabré —continuó Anjuli como si él no hubiese hablado—. Quizá ya tengas algunos, porque sé que los hombres son descuidados con su semen. Creen que carece de importancia el acostarse con prostitutas o tener aventuras con mujeres fáciles, y se despreocupan de lo que puede resultar de esas uniones. ¿Podrás jurarme que hasta esta noche no te habías acostado con ninguna otra mujer? —hizo una corta pausa, y como Ash no contestara, prosiguió con tristeza—: No, no creí que era yo la primera. Por lo que sé, tiene que haber habido más de una quizá muchas. Y en tal caso, ¿cómo puedes estar seguro de que alguna de ellas no tuvo un hijo que hoy te llamaría papá? Los hombres acostumbran a comprar su placer y una vez que lo han satisfecho y pagado, se alejan y no piensan más en ello. Y aunque dices que nunca te casarás… y quizá no lo hagas… no creo que estés dispuesto a convertirte en un asceta. Más pronto o más tarde, te acostarás con otras mujeres y… quizá seas padre de otros hijos sin saberlo, o sin que te importe. Pero yo, si concibo uno, lo sabré y me preocuparé. Lo llevaré en mi seno durante nueve meses y sufriré todas las molestias que proporciona el embarazo; por último, arriesgaré mi vida y soportaré terribles dolores al traerlo al mundo. Si pago ese precio, seguramente no podrás experimentar resentimiento hacia mí, ¿verdad? No podrías…
No podrías, repitió el eco. Y Ash no podía, porque Juli tenía razón. Los hombres eran descuidados cuando cohabitaban con una mujer; sin embargo, se reservaban el derecho de elegir entre el fruto de sus uniones, de ignorar, repudiar o reclamar la paternidad según les convenía. A Ash nunca se le había ocurrido antes que podía ser padre de un niño, y ahora, al pensarlo, se horrorizaba ante la idea de que nunca se había preocupado de adoptar precauciones en este sentido, quizá por creer, como la mayoría de los hombres, que las precauciones eran cosa de mujeres.
Sí, suponía que era muy posible que en aquellos momentos hubiera un hijo suyo en el mundo, viviendo en los mercados de Pindi, o en alguna cabaña llena de humo en las montañas de la frontera, o en alguno de los barrios más pobres de Londres. En tal caso, si Juli daba a luz un niño enfrentándose con los dolores y peligros del parto… ¿con qué derecho podía él reclamarlo? O insistir en que sería mejor padre que aquel Rana desconocido.
Trató de hablar, pero comprobó que no podía articular palabra alguna, pues parecía como si tuviese llena la boca de tierra, aparte de que poco era lo que le quedaba por decir. Los ecos se habían disipado y otra vez reinaba el silencio. En seguida notó movimientos en la oscuridad y comprendió que Juli se estaba poniendo los pantalones de montar que él le había quitado… ¿Cuánto tiempo hacía de esto? De pronto, sintió que había transcurrido toda una vida y experimentó un ramalazo de frío y una terrible sensación de derrota, como si su cuerpo y su mente estuviesen vacíos. El aire de la gruta era frío y le hizo castañetear los dientes. Esto le hizo recordar que, a menos que encontraran el achkan de Juli y su destrozada camisa, les quedaban pocas posibilidades de evitar un escándalo mayor, pues se verían obligados a regresar al campamento medio desnudos. Recuperó sus pantalones de montar y las botas y se incorporó para ponérselos y calzarse. Una vez que se abrochó el cinturón y, tras asegurarse de que no se le había caído nada de los bolsillos, habló en tono seco:
—¿Qué pasó con tu chaqueta?
—No lo sé. —La fatiga de la muchacha resultaba tan evidente como la que él sentía—. Me la puse sobre la cabeza como me dijiste, pero luego debo de haberla perdido en la oscuridad cuando oí que me llamabas.
—Bien. No puedes regresar sin ella —declaró Ash sin amabilidad alguna—. Tendremos que caminar en círculos hasta que la encontremos. Dame la mano. Sería estúpido que ahora nos perdiéramos de nuevo en la oscuridad.
La mano de Juli estaba fría y parecía algo extrañamente impersonal. Ash no se la oprimió, sino que se mantuvo en una actitud totalmente pasiva, y sólo la sostenía como un medio para no perderse en las negruras de la cueva.
Les costó casi una hora encontrar el achkan, pero resultó más fácil localizar la destrozada camisa de Ash, ya que la había dejado caer cerca de los caballos en la caverna de la entrada. Ahora que ya había pasado la tormenta, la entrada aparecía como una forma alargada de bordes afilados, que les proporcionaba como un hito en medio de la oscuridad.
El interior de la caverna estaba frío, pero el aire exterior era caliente y tranquilo, con mucho olor a polvo. Las pocas estrellas que se veían brillaban como a través de una nebulosa, pero, en contraste con la oscuridad de la gruta, la tierra y el cielo parecían asombrosamente claros. Ash tardó cierto tiempo en darse cuenta de que no se debía únicamente a que la tormenta había extendido una especie de mortaja pálida de polvo y arena sobre el lecho del río y en muchos kilómetros a la redonda, sino que se acercaba el amanecer.
El descubrirlo le hizo sentirse muy mal. No había imaginado, ni por un momento, que fuese tan tarde ni que hubieran transcurrido tantas horas. Suponía que podrían ser las dos o las tres de la madrugada, las cuatro a lo sumo. En cambio, estaba ya próximo el amanecer, con lo cual se desvanecían sus esperanzas de introducir a Juli en el campamento, amparados en la oscuridad y en la confusión que todavía reinaría allí. Las estrellas ya palidecían, y, a pesar del polvo, se respiraba ya un aroma de amanecer en el aire, ese perfume leve, indefinible, que indica que el día se acerca tan claramente como la luz cada vez más intensa y el canto del gallo.
—¡Vamos, rápido! —apremió a la muchacha.
Al mismo tiempo, puso su caballo al galope. Pero llevaban poco trecho recorrido cuando el caballo de Juli trastabilló y en seguida comenzó a cojear. Al ver que no le seguía, Ash detuvo su montura y miró hacia atrás.
—Creo que se trata de una piedrecilla —dijo Juli, y se bajó de la yegua para averiguar lo que sucedía.
En realidad, comprobó que se trataba de una piedra, pero con bordes afilados como los de un cuchillo y hundida profundamente en el casco. Al no disponer de un instrumento adecuado y no haber buena luz, Ash tardó más de diez minutos en extraer la piedra. Sin embargo, aun sin la piedra, el caballo continuaba renqueando, pues el corte era bastante profundo.
—Será mejor que montes en mi caballo —decidió Ash—. En realidad, en estas circunstancias es mejor que regreses sola. Puedes fingir que nos separamos al estallar la tormenta, que has pasado la noche sola y que emprendiste el regreso en cuanto se hizo de día. Será mejor así. No dudes en decirles que no sabes dónde estoy.
—¿Sí, y volviendo con tu caballo? Y tú con el mío. Eso no se lo creería nadie —declaró Anjuli con sarcasmo—. Tampoco se creería nadie que me perdiera en medio de la tormenta.
Ash gruñó algo y replicó:
—No, supongo que no. Pedirían demasiadas explicaciones y creo que no es una historia acertada. De todas maneras, supongo que será mejor que contemos las menos mentiras posibles.
—No necesitamos decir mentiras —replicó ella en tono cortante—. Diremos la verdad.
—¿Toda la verdad? —se burló Ash con cierta amargura.
Anjuli no respondió, sino que se limitó a montar de nuevo en su caballo y continuaron la marcha, esta vez al paso. A pesar de la escasa luz y de que no se escuchaba más ruido que el crujido de las sillas y el que producían las herraduras de los caballos, Ash comprendió que la joven estaba llorando. Llorando mansamente con los ojos muy abiertos, como hacía en los viejos tiempos en que era Kairi Bai y tenía problemas.
¡Pobre pequeña Kairi-Bai! ¡Pobre Juli! Les había fallado a las dos: olvidando a la primera y ahora acusando a la otra porque había querido tener un breve momento de placer y felicidad dentro de la monotonía y servidumbre que era su vida, y había planeado mantenerlo en secreto; no por ella, sino por Shushila, por que, si caía en desgracia con el Rana y este la devolvía a Nandu, ¿qué le sucedería a su frágil, histérica y egoísta hermanita? Era injusto acusar a Juli. Pero la caída desde las alturas del amor y la felicidad y las esperanzas disparatadas había, sido demasiado violento; además, el cuadro de las criadas y concubinas instruyendo a las más jóvenes en los trucos sexuales le había enfermado. Llegó a tal extremo en sus suposiciones, que se preguntó si los instantes de éxtasis que había experimentado no habían sido hábilmente manipulados por lo que la propia Juli había llamado «trucos de prostitutas» y si su respuesta en el orgasmo había sido real o simplemente simulada para aumentar el placer de Ash.
Tal sospecha se desvaneció con la misma rapidez con que se había presentado. El vínculo que les unía y que en aquel momento le permitía adivinar que ella estaba llorando, no podía haberle engañado mientras se abrazaban, pero todavía continuaba disgustado. Por lo menos lo suficiente para permanecer en silencio, aunque tuvo la suficiente hombría para reconocer que estaba avergonzado de sí mismo por haberla herido de aquella manera y por su mutismo en lugar de tenderle una mano y consolarla, a la vez que disculparse por sus palabras y por su actitud.
Este fue el triste epílogo de un episodio en el cual Juli había arriesgado mucho y del que esperaba guardar un recuerdo querido que la sostuviera en los años sin amor que se avecinaban para ella. Ash sabía que, si se marchaba de su lado de esta manera, lo lamentaría por el resto de su vida. Pero en este momento no podía obligarse a hacer otra cosa, pues la desilusión que experimentaba era demasiado amarga para soportarla con ecuanimidad. El cansancio y una intensa sensación de fracaso pesaban tanto sobre él que se sentía tan aturdido y apático… como un boxeador que ha recibido muchos golpes hasta caer de rodillas sobre la lona y experimenta la vaga sensación de tener que levantarse antes de que termine la cuenta de protección, pero no es capaz de realizar el menor esfuerzo. En seguida hablaría con Juli. Le diría que lo lamentaba, que la amaba como a nadie en este mundo y que siempre la seguiría amando, aunque ella no le quisiera lo suficiente para abandonar a Shushila por él. Era extraño pensar que, aunque Janoo Rani estaba muerta, aún podía castigarlos a los dos a través de su hija, que destruiría sus posibilidades de felicidad y arruinaría sus vidas…
Ahora ya habían dejado atrás las colinas, y frente a ellos, en la distancia, se divisaba un montículo rocoso en medio de la llanura, que recortaba su oscura silueta contra el gris opaco que le rodeaba. Era el lugar donde habían quedado el ruth y la escolta la pasada noche. Ash lo reconoció con alivio, porque el día anterior había prestado poca atención al lugar y no estaba muy seguro de dónde se encontraba. Pero el montículo representaba un hito inconfundible en medio de la aridez del terreno que les rodeaba. A partir de allí les sería fácil emprender el camino de regreso al campamento. Pero el cielo comenzaba ya a adquirir tonalidades rosadas por el Este y no tardaría mucho en ser completamente de día, incluso en salir el sol. Cuando la luz les iluminara plenamente, quedaría visible el lamentable aspecto que presentaban: ajados, sucios y con las ropas destrozadas.
Se volvió para mirar a Juli y observó que cabalgaba encorvada en la silla a causa de la fatiga y que dejaba avanzar al caballo con las riendas flojas. Sin embargo al darse cuenta de que Ash la miraba, se irguió rápidamente y se secó la cara mojada por las lágrimas con un gesto tan espontáneo que cualquiera hubiese podido ser engañado con él.
Pero no consiguió engañar a Ash, quien sintió que su corazón se inflamaba de amor. Había tanta nobleza en aquella acción tan nimia y aparentemente casual y en la forma decidida y elegante en que se irguió. No había solicitado piedad, ni ocultaría su dolor y se enfrentaría al futuro con valor y decisión y sin proferir una queja.
Juli procedía de buena estirpe; en ella se conjuntaba una amalgama de valor y decisión, equilibrados por su herencia cosaca, que debía a su abuelo, el viejo Sergei Bodvinchenko, un aristócrata tenaz y un verdadero soldado de fortuna, en realidad un mercenario que se vendía al mejor postor y que ganó batallas para Ranjit Singh y Holkar, y al que debía sus ojos con resplandores dorados y sus pómulos prominentes.
En ella se mezclaban la sangre rajput y la cosaca. Una combinación extraña y poco usual. Pero de ella había nacido Juli, que era a la vez cariñosa, fiel y apasionada y poseía valor y firmeza incomparables, que es mucho mejor que el mero valor inconsciente. Asimismo, mantenía la convicción de ser fiel a una promesa, aunque ello significara sacrificar su propia felicidad.
Una vez, Ash le había hecho una promesa y no la había cumplido. Claro que tenía una excusa: él sólo contaba once años cuando la hizo. Sin embargo, albergaba la extraña sensación de que si ella hubiese prometido algo similar, no lo habría olvidado a pesar de todos los avatares de su existencia. Juli, como Wally, se tomaba las cosas en su sentido literal. Ash pensó que, en cierta manera, eran muy parecidos. Hizo una mueca de desprecio hacia sí mismo y tendió una mano para tomar la de Juli. Pero su gesto quedó en el aire, pues en esos instantes ella tiró de las riendas y señaló algo que se movía a lo lejos, junto al montículo de rocas que tenían ante ellos: una especie de animal prehistórico con dos jorobas, el ruth.
—¡Mira! —gritó Anjuli—. Es Shu-shu. Así que ellos tampoco regresaron al campamento.
Pero no se trataba de Shu-shu, sino de Kaka-ji y el cochero.
Ash se elevó en los estribos y comenzó a gritar. Luego salió al galope hacia ellos, dejando que Juli siguiera más despacio. Cuando se unió a ellos, Kaka-ji ya le había contado a Ash lo que les había ocurrido a ellos, mientras que, por su parte, Ash le relataba las vicisitudes que ellos habían pasado. Ash no tuvo necesidad de hacer sugerencia alguna, porque al anciano le bastó con mirar a Juli.
—¡Arré-bap! —exclamó Kaka-ji desconcertado—. Entra en seguida en el ruth, hija mía.
Se apresuró a ayudarla a bajar del caballo, y luego se volvió a mirar a Ash, dándose cuenta entonces del aspecto desastroso que ofrecía este.
—Será mejor —decidió Kaka-ji, llevando su mirada de uno a otro— que les dejemos creer que hemos pasado juntos toda la noche. No… —levantó una mano con gesto perentorio, para evitar la menor discusión a lo que había decidido. Una vez que su sobrina entró en el ruth, se volvió hacia el cochero—: Budoo, si alguien pregunta, le dirás que el sahib volvió con la Rajkumari nada más empezar la tormenta, que ella se refugió en el ruth, y que nosotros nos resguardamos debajo del carro. Es una orden. Y si oigo decir algo distinto, sabré en el acto quién ha hablado… y lo castigaré. ¿Entendido?
—Hukum-hai, sahib Rao —murmuró tranquilamente el cochero, levantando la palma de la mano hasta su frente en gesto de saludo.
Se trataba de un hombre de edad más que mediana, que había conseguido su puesto después que el anterior conductor se ahogara en el río; además, dado que llevaba muchos años con la familia, podía confiarse en que no desobedecería la orden y guardaría silencio.
—Y usted, sahib —continuó Kaka-ji en tono autoritario, volviéndose hacia Ash—, quítese esos harapos y póngase mi camisa. En el ruth hay algunas prendas con las cuales podré cubrirme, pero no está bien que llegue usted allí medio desnudo. Cuanto menos motivos demos para las habladurías, mejor. Y no me discuta en absoluto.
Ash no se proponía hacer objeción alguna, por lo que, una vez se vistieron las ropas adecuadas, Kaka-ji ordenó al conductor que pusiera el carro en marcha, tras haber subido a él.
Los bueyes emprendieron la marcha cansinamente. Ash cabalgaba a un lado del carro, manteniéndose apartado del polvo. Mientras escuchaba cómo Kaka-ji relataba a su sobrina los acontecimientos vividos durante la pasada noche, comprendió que el anciano estaba más preocupado por sus propias experiencias que por lo que les había sucedido a ellos.
Kaka-ji había aceptado sin hacer objeciones el relato conciso y sin excesivos detalles que Ash le había hecho, para entusiasmarse en contar sus propias aventuras durante la tormenta. Al parecer, ni él ni Shushila, como tampoco Mulraj, se habían percatado de la proximidad de la tormenta. Sólo cuando este, por casualidad, echó un vistazo atrás y observó el color amarronado que había tomado el cielo, comprendió el peligro que se cernía sobre ellos. La escolta y el conductor del ruth no se habían enterado de lo que se avecinaba, pues seguían charlando y fumando tranquilamente en una pequeña hondonada entre las rocas, tendidos de cara al cielo y protegidos del viento y de la mirada indiscreta de alguien que pudiera aparecer por el Este. Entonces, la tormenta aún estaba lejos, pero resultaba evidente que se aproximaba rápidamente, por lo que, si pensaban regresar al campamento antes de que llegara, debían ponerse en marcha con la máxima urgencia y no perder tiempo buscando a los miembros de la comitiva que faltaban.
Kaka-ji no lo confesó abiertamente, pero de sus palabras se podía deducir fácilmente que, para Karidkote y para Bhithor, era vital que una de las novias llegara indemne y en perfectas condiciones: la joven y hermosa Shu-shu, cuya belleza compensaba al Rana (junto con la sustanciosa dote) por tener que casarse con la poco atractiva, y en parte extranjera, Kairi-Bai. Ni Nandu ni el Rana perderían el sueño por la mayor de las princesas, pero el que le sucediera algo a Shushila representaría una verdadera catástrofe para todos, pues, aunque Kairi-Bai sobreviviera, el Rana nunca la aceptaría como sustituta de su hermana.
No se celebraría el matrimonio y se habrían desperdiciado las enormes sumas que Nandu había gastado en regalos, sobornos, joyas y en el ajuar de sus hermanas: así como la extravagante y absurda escolta enviada con ellas. Nandu enloquecería de cólera. Y caerían muchas cabezas. Mulraj y Kaka-ji lo sabían, y también que sus cabezas serían las primeras en peligrar. Así que lo importante era llevar a Shushila al campamento antes de que les alcanzara la tormenta en la llanura. No es que en su tienda del campamento no estaría expuesta a sufrir daño, pero sería distinto que le ocurriera algo fuera de él, pues en tal caso tendrían que dar muchas explicaciones.
Mulraj volvió al campamento con Shushila en las ancas del caballo, pero Kaka-ji decidió continuar allí. Indicó a Mulraj que se llevara su caballo y el de su sobrina, y él permaneció en el ruth con el conductor. Así que buscaron protección en una hondonada rodeada de rocas, en la que acomodaron los bueyes y el carro.
—Esperaremos aquí a que regresen mi sobrina y el sahib. Creo que volverán en seguida y se asustarían muchísimo si vieran que todos nos hemos ido —dijo Kaka-ji mirando ansiosamente en dirección a las colinas—. No es correcto que vean llegar a la Rajkumari sola, acompañada únicamente por el sahib. Espero que regresen pronto.
El relato de los sufrimientos pasados por Kaka-ji fue muy vívido y se veía que le complacía hacerlo. Pero tampoco él sabía muy bien cuánto había durado la tormenta y cuándo pasó todo y se restableció la calma. Él y Budoo se habían quedado dormidos después y se despertaron cuando comenzaba a amanecer. Dijo que pensaba salir a buscarlos enseguida, pues temía hubieran sido sorprendidos en campo abierto. Y que tan pronto como decidieron ponerse en marcha, comenzaron a escuchar los gritos de Ash.
Kaka-ji no tenía motivos para dudar del relato de Ash, por lo que no se le ocurrió hacer ninguna pregunta a su sobrina; aparte de que tenía el firme convencimiento de que no podía haber pasado nada entre ellos que pudiera ser motivo de reproche, pues ni el hombre más ardiente ni la mujer más casquivana podían haber pensado en realizar actos de tipo deshonesto con aquella tormenta. Bastante trabajo tenían con protegerse del viento y la arena y evitar la asfixia, con la ropa tapándose la cabeza para protegerse los ojos, la boca y la nariz. En su opinión, una tormenta así era mejor garantía de una conducta correcta que una docena de duennas; sin embargo, indicó a Juli que no permitiera sospechar a nadie que no había pasado la noche en el ruth. Ni siquiera a Shu-shu.
—Porque te vas a casar pronto —intentó justificarse Kaka-ji—, y no está bien que una novia pase una noche sola con hombre, aunque se trate de un sahib. Hay mucha gente chismosa que disfrutaría haciendo comentarios a tu costa, que podrían llegar a oídos del Rana o de tu hermano y se enfadarían muchísimo. Así pues, explicarás que llegaste al ruth cuando estalló la tormenta y que permaneciste en él toda la noche. El sahib, Budoo y yo confirmaremos lo que tú digas.
Anjuli asintió silenciosamente con la cabeza, pues estaba demasiado cansada para ni siquiera hablar, aunque se sentía agradecida al destino por la forma como se habían desarrollado las cosas: primero estallando la tormenta, que le había permitido pasar la noche con Ashok, y después, inspirando a su tío a permanecer allí, con lo cual se había salvado del escándalo. Pero se encontraba demasiado cansada para continuar pensando…
Ahora ya el cielo aparecía despejado y pronto salió el sol, cuyos rayos atravesaron las cortinas del carro e iluminaron el interior polvoriento del mismo. Juli se quedó dormida al instante y aún continuaba durmiendo cuando llegaron al campamento.
La despertó Kaka-ji para comunicarle que Shushila llegó bien al campamento y se encontraba perfectamente. En seguida se dejó caer en brazos de Geeta y, acto seguido, la llevaron a la cama.