Se llegó a la conclusión de que era muy poco lo que podían hacer para proteger a Jhoti y evitar que lo asesinaran, aparte de lo que ya habían hecho, que no era mucho.
No podían vigilar al chico minuto a minuto a menos que un grupo de guardias de las Fuerzas del Estado le siguiera a todas partes, y aunque Mulraj no lo habría admitido, no podía estar totalmente seguro de que incluso entre sus mejores hombres no hubiese algunos en quienes no podía confiarse. Al fin y al cabo, Nandu era el jefe de su Estado y de sus destinos, y el deber de aquellos hombres era obedecer las órdenes de Nandu. Además, probablemente les ofrecería grandes recompensas, porque no hacía economías cuando se trataba de conseguir algo que deseaba… tal como la muerte de su presunto heredero.
Mulraj no era un cínico, pero se hacía pocas ilusiones con respecto a la naturaleza humana. Sabía que era posible comprar a la mayoría de los hombres si el precio era suficientemente alto, y, por tanto, había decidido no decir nada sobre aquella primera tentativa de matar al pequeño Rajkumar, sino que prefirió orar a los dioses y esperar que la vigilancia lograra desbaratar un segundo intento.
Pero parecía que los dioses no le habían escuchado, y como no fue gracias a él, ni tampoco merced a la intervención de Ash por lo que falló el segundo intento, esta vez deberían denunciar el hecho. Evidentemente, no se ganaba nada con guardar silencio, y aunque no podían presentar muchas pruebas, al menos el chico estaría advertido del peligro y jamás volvería a descuidarse con lo que comiera o bebiera. Era lo que Ash había aconsejado en principio, pero, ahora que llegaban a ese punto, se opuso. Porque una vez más recordó un rostro del pasado, pero esta vez no el de George, sino el del chico asustado que fuera el medio hermano de Jhoti y Yuveraj de Gulkote.
También Lalji estaba amenazado de muerte y vivía aterrorizado… Se sobresaltaba ante una sombra y nunca sabía en quién podía confiar. Y aunque su anciana niñera, Dunmaya, en todo momento no cesaba de advertirle, eso no le había salvado la vida. Pero sí la convirtió en un verdadero infierno, y sus rabietas, su crueldad y sus venganzas no eran más que una reacción natural a una excesiva carga de terror.
Jhoti conocía también el miedo. Lo tenía la noche en que Ash lo vio por vez primera y se asombró por su parecido con otro niño regordete y pálido que él recordaba. Tenía buenas razones para sentir miedo, porque acababa de desafiar a Nandu al escaparse. Conocía suficientemente a su hermano para estar asustado. Aunque no de que lo asesinaran, pensó Ash, sólo de que le castigaran. Pero si supiera…
—No servirá de nada. No podemos hacerlo —declaró Ash con dureza—. Sería demasiado cruel. Es sólo un niño y se asustaría terriblemente si se enterara de que alguien en este campamento quiere matarlo y que no sólo lo ha intentado dos veces, sino que sin duda tratará de hacerlo nuevamente. Tendrá miedo de todo y de todos. Miedo de confiar en quienes le rodean, de comer o de beber cualquier cosa, de dormir o de cabalgar. Es demasiado para un niño de su edad. Pero no hay motivos para que no se lo digamos a sus hermanos y a Kaka-ji. Ellos pueden encargarse de que alguien pruebe su comida antes de que él la toque. Y procuraremos que Gobind le advierta que no coma dulces, ni nada que encuentre por ahí, porque los que le hicieron daño debían de estar pasados o en malas condiciones. Gobind sabrá qué decirle; él y las muchachas pueden ayudar a vigilar al niño. Es lo mejor que podemos hacer.
Mulraj frunció el ceño y se tiró del labio inferior, pero al final estuvo de acuerdo en que sería menos cruel no asustar al niño, pero, si deseaban mantenerlo en la ignorancia, tampoco podían contárselo a Kaka-ji ni a Shushila-Bai… en particular a esta, ya que no sabría guardar silencio. Sólo conduciría a que sufriera otro ataque de histeria, y en pocas horas todo el campamento estaría enterado de lo que sucedía.
En cuanto a Kaka-ji, era demasiado viejo y frágil como para preocuparle con esos problemas relacionados con hechos violentos; además, hablaba demasiado y era muy espontáneo. Sólo quedaba Anjuli-Bai…
—Jhoti la quiere mucho y ella también a él —aseguró Mulraj—. Además, sé que es una mujer muy sensata y que no pierde la cabeza con facilidad, ni se desespera ante cualquier contratiempo. No he olvidado cómo reaccionó la noche en que el ruth estuvo a punto de volcarse y el conductor se ahogó. Ni gritó ni demostró temor, sino que se preocupó ante todo de salvar a su hermana. Y estoy seguro de que no haría menos por su hermano. Es demasiada responsabilidad para descargarla sobre los hombros de una mujer, pero necesitamos ayuda; quizás Anjuli-Bai sea la que mejor pueda prestárnosla. Al menos sabemos que podemos confiar en ella. Es más —agregó Mulraj con acritud—, no podemos decir lo mismo de muchas otras personas en el campamento.
Sí, se podía confiar en Juli, pensó Ash. Haría todo lo posible por proteger a su pequeño medio hermano de cualquier peligro, y no se asustaría ni hablaría de más… ni perdería la cabeza en una crisis.
Le asaltó otro pensamiento y declaró bruscamente:
—Pero Anjuli-Bai nunca está sola; entonces, ¿cómo se lo dirás?
—¿Yo? —Mulraj parecía sorprendido—. Nahin, sahib. Tendrá que hacerlo usted; si lo hiciera yo, sin duda alguien podría oírme. Pero en nuestros paseos a caballo, que últimamente se han interrumpido, usted acostumbraba a galopar más adelante con la Rajkumari Anjuli; si volvemos a salir a cabalgar, podrá hacerlo nuevamente sin despertar sospechas. Es la única forma.
Así fue como Ash, a pesar de todas sus buenas intenciones, salió a cabalgar con Juli la noche siguiente…
En realidad, la había visto el día anterior, ya que, después de hablar con Mulraj, pidió ver a Jhoti, que seguía convaleciendo de su dolencia, cuidado por sus hermanas. La tienda estaba llena de gente, porque en Oriente no se acepta la recomendación de que la soledad y la tranquilidad son necesarias a los enfermos; así que, además de las princesas y sus camareras y doncellas, se encontraban presentes Kaka-ji y Muldeo-Rai.
Jhoti estaba mejor de lo que esperaba y en vías de recuperarse totalmente. Pero, al responder al saludo de Ash, se advirtió cierto resentimiento en su voz. Sin duda estaba ofendido porque Ash no le había visitado antes y sólo olvidó el asunto cuando Ash culpó a Gobind, quien, dijo, le había prohibido viniese a verlo hasta que se encontrara mejor. No se quedó mucho tiempo, por lo que no tuvo oportunidad de hablar con Juli aparte de los saludos de cortesía. Le pareció que estaba pálida y cansada y, como Jhoti, un poco enfadada y se sintió apenado.
«Pero lo hago por Jhoti», pensó Ash, discutiendo consigo mismo. Había tantas formas en que Juli podía ayudar… Era necesario hablarle de Jhoti, y como él era el único que podía hacerlo, no tenía otra opción.
Claro que existía un inconveniente en este asunto, y Ash lo sabía. No era que Juli no pudiera ayudar, porque en realidad sí podía y haría más que cualquier otra persona para proteger a su hermano de cualquier daño que intentaran causarle, por lo cual su contribución sería inapreciable. Sin embargo, había un límite de tiempo para cualquier tipo de ayuda que pudiera prestar, y este plazo era muy corto. Dentro de pocos días llegarían a Bhithor y, al cabo de otros pocos, se celebraría la boda; una vez casada, ya no podría proteger más a Jhoti, de manera que no tendría mucho sentido haberlo hecho.
«Debí habérselo contado hace mucho tiempo», pensó Ash. Ahora ya era demasiado tarde… Debía avisar que no saldría a cabalgar la noche siguiente. No debía volver a verla… Con eso sólo conseguiría empeorar las cosas.
Pero estaba convencido de que iría porque no podía resistir el deseo de verla y quería hablar con ella, aunque fuese la última vez. La última…
Aquella noche se durmió nada más apoyar la cabeza en la almohada. A la mañana siguiente se despertó sumamente descansado y bastante tranquilo, aunque el futuro, al analizarlo, se mostraba tan negro como siempre. Sin embargo, ahora la vida no le parecía tan intolerable…
Hasta el tiempo había mejorado bastante. A medida que el sol se elevaba en el horizonte y aumentaba el calor, las tiendas no eran agitadas por el viento, como tampoco se observaba la neblina producida por la arena que levantaba el aire, por una vez, el louh no soplaba, y el descanso que producía verse libre de su aliento abrasador era como si, de repente, un tambor ensordecedor dejase de redoblar. Los nervios de los hombres del campamento se relajaron y en todo él reinó una atmósfera más apacible y serena, ya que al cesar el viento se abría la perspectiva de poder disfrutar de unos días de descanso en un lugar donde disponían de sombra y agua abundante. El campamento se dispuso a gozar de ambas cosas, aunque por la tarde el calor era sofocante y un verdadero ejército de moscas volvió al campamento, pues el viento las había mantenido alejadas, pero se consideraba un precio pequeño a pagar por las ventajas con que contaban.
—Hará más fresco en la llanura —aventuró Kaka-ji.
Pero no lo hizo. Al contrario, el calor era más intenso, porque, aparte del cinturón de árboles y de las tierras cultivadas que bordeaban el río, la llanura del otro lado era seca y pedregosa, y las bajas colinas que la rodeaban y que durante todo el día habían absorbido el calor, ahora lo expelían como si se tratara de un hierro recién sacado del fuego.
El lugar elegido por Mulraj como punto de partida de la cabalgada se hallaba a poco más de un kilómetro del campamento. Mulraj había salido muy de madrugada acompañado por sus oficiales y por un shikari local para cazar gamos para la comida. Había visto aquel paraje y lo aconsejó para el paseo. Quedaba fuera del radio de visión del campamento y de los pueblos cercanos y alejado del camino más transitado, pues, según el shikari, hacía tiempo que los habitantes de la comarca la habían despoblado, ya que el río cambió de curso en una crecida y los dejó casi sin agua potable. Así que por allí sólo venía gente a cazar, pero por la noche no se acercaba por allí, pues ya al atardecer las piezas se desplazaban hacia el río y las tierras de cultivo.
Anjuli y su hermana habían salido del campamento en el ruth, junto con una de las doncellas de Shu-shu; sus caballos le seguían conducidos por un syce de edad madura y dos miembros de la guardia, mientras que Ash, Kaka-ji y Mulraj cabalgaban delante. Jhoti no les acompañaba, aunque en principio estaba dispuesto a hacerlo, ya que se encontraba completamente restablecido.
Pero Gobind le había llevado un nuevo juego, que el chico consideró fascinante, por lo que a última hora decidió quedarse en el campamento, máxime haciendo tanto calor; así que dijo a sus hermanas que se marcharan sin él.
El ruth se detuvo junto a un montículo rocoso cerca de la entrada de un anfiteatro de unos dos kilómetros de anchura, alrededor del cual se elevaba una serie de bajas colinas. Los syces y los hombres de la escolta se volvieron discretamente mientras las princesas bajaban del vehículo. Luego, todos se dirigieron hacia la llanura.
Ash temió que, al no estar Jhoti para entretenerla, Shushila insistiera en que cabalgaran todos juntos, pero, por suerte, Kaka-ji resultó un excelente sustituto del principito. El anciano cabalgaba a su lado y la felicitaba por sus progresos en el arte de la equitación, le hacía útiles sugerencias y charlaba con ella sobre diversos incidentes del campamento, mientras Mulraj, como siempre, se mantenía cerca y a la expectativa… Sería tan fácil como siempre que Juli y Ash se adelantaran. Pero no tan fácil hablar de Jhoti, pues, apenas se alejaron un poco, Juli comenzó a hablar.
—¿Por qué has estado tanto tiempo alejado de nosotros? —preguntó la joven—. No ha sido por el trabajo, ni tampoco has estado enfermo. Le pedí a Geeta que lo averiguara. Te sucede algo, ¿qué es, Ashok?
Ash titubeó unos instantes, pues el ataque tan directo le cogió desprevenido. Ella siempre había sido así, por lo que debió estar preparado y tener a punto una respuesta que la convenciera, pero ya no tenía tiempo de prepararla, y tampoco podía confesarle la verdad. De repente, el impulso de hacerlo fue tan potente que apretó los dientes con fuerza para evitar pronunciar las palabras. Anjuli debió darse cuenta de sus esfuerzos, porque apareció una pequeña arruga en su entrecejo.
Hoy no podía soportar tenerla ante sí y verse obligado a ahogar todos sus sentimientos. Así que respondió furiosamente que tenía cosas más importantes que hacer que acudir a charlar a la tienda durbar. Y que, aunque quizás ella no se había dado cuenta, por dos veces intentaron asesinar a su hermano pequeño: la primera vez, con el caballo, y la segunda, hacía tan sólo unos días, con veneno.
No era de esta forma como había pensado comunicarle la noticia y al verla palidecer a causa de la agitación, se avergonzó de sí mismo. Pero no podía retractarse ahora y ya era demasiado tarde para tratar de suavizar el golpe. Le contó la historia con crudeza y sin omitir detalles. Cuando terminó su relato, ella sólo se atrevió a decir:
—Deberías habérmelo contado la primera vez que ocurrió, no ahora, cuando quedan tan pocos días.
Era lo que Ash pensaba, aunque, en realidad, no se le ocurrió enseguida, y menos a Mulraj, a menos que este considerara que el más pequeño tipo de ayuda valía la pena, cualquiera que fuese el tiempo durante el que pudiera ofrecerla. Pero Anjuli lo comprendió de inmediato, y la arruga entre sus cejas se hizo más profunda, aunque su preocupación ahora no era por Ash, sino por Jhoti. Estaba muy pálida y temblorosa, y el joven observó, por vez primera, que tenía grandes ojeras, como si hubiese pasado la noche en vela.
—Perdóname, Juli —suplicó.
Mientras pronunciaba estas palabras, Ash pensó que era inútil excusarse en tales circunstancias. No se trataba de pedir disculpas por haber volcado una taza de té o por haber pisado a alguien inadvertidamente. Se trataba de algo más importante, aparte de que lo lamentaba desde lo más profundo de su ser. Y no sólo por haberle ocultado lo de Jhoti, sino también por otras muchas cosas más. Quizá lo peor que había hecho fue devolverle la mitad del pececillo de madreperla, pues eso motivó que se despertaran antiguos recuerdos y…
El sonido de la risa de Shushila, arrastrado por el viento, le recordó que, si no se decidía pronto, no dispondría de oportunidad para hablar con Juli a solas, pues mientras hablaban sus caballos habían avanzado muy despacio y de seguir así permitirían que los demás les alcanzaran. Así que, de repente, apremió:
—¡Vamos! —y al mismo tiempo clavó las espuelas al caballo y lo puso al galope en dirección a un hueco que se abría entre las colinas. Se adentraron en un valle tranquilo, ya casi sumido en las sombras del oscurecer.
El terreno aquí era menos áspero y pedregoso que en la llanura abierta, pero las faldas de las colinas aparecían cubiertas de rocas y en ellas se abría la boca de muchas cuevas, algunas de las cuales sin duda habían estado habitadas en otro tiempo por hombres y ganado, porque las rocas mostraban huellas de viejas hogueras, y aquí y allá, en el suelo, había marcas dejadas por el estiércol del ganado, dispersado hacía tiempo por el sol, el viento y los moscardones. Ash observó atentamente el lugar, pero no observó signos de que nadie lo habitara actualmente y, tras haberse asegurado de que no habían sido seguidos y de que el valle no estaba vigilado, tiró de las riendas y puso el caballo al paso, siendo imitado por Juli. Aunque ya no había peligro de que les oyeran, Ash no habló, y Anjuli también permaneció en silencio.
Ash miraba a Juli y comprendía que era la última vez que podrían estar a solas, pues, aunque volvería a verla en los próximos días e incluso en el día de la boda, no tendría nuevas oportunidades de poder mirada a sus anchas.
La joven iba vestida como siempre lo hacía para los paseos nocturnos a caballo, con ropas de hombre: pantalones y achkan, además de un pequeño turbante que le cubría el cabello, cuyo nacimiento sólo permitía ver en el punto donde se cruzaban los pliegues. La austeridad del pañuelo sólo servía para realzar la belleza de sus rasgos, haciendo destacar las delicadas líneas de sus pómulos y barbilla, así como la profundidad de sus enormes ojos negros rodeados de largas pestañas. Al propio tiempo, el rojo fuerte del turbante contrastaba con el tono marfileño de su piel y se repetía en la cálida curva de sus labios y en la marca de casta entre las cejas. Ofrecía una hermosa estampa erguida en la silla, pues la esbeltez de sus líneas no mostraba en absoluto ninguna de las suaves redondeces de su hermana Shushila.
Cualquiera que pasara por su lado casualmente, la tomaría por un apuesto joven pues mantenía la cabeza erguida como un varón, en lugar de inclinarla sumisamente como correspondía a una mujer de buena crianza.
Las líneas rectas del achkan mostraban las suaves curvas de sus senos que un sari hubiese ocultado, y su delicada cintura y sus caderas redondas no eran las de un muchacho, aunque sus manos sí podrían serlo. Gran parte del carácter de Juli, pensó Ash, estaba escrito en sus manos. Las observó mientras ella las apoyaba sobre las crines del caballo, con las riendas sujetas entre sus fuertes dedos de punta cuadrada. Unas manos firmes y seguras.
Ash se había olvidado de Jhoti, pero Juli no. Así que cuando habló, lo hizo en tono bajo, como si estuviese pensando en voz alta:
—Esto es cosa de Nandu —declaró con voz tranquila—. Tiene que serlo por fuerza, pues, ¿quién ganaría algo con la muerte de Jhoti o tendría alguna razón para desear matarlo? El campamento está lleno de hombres de Nandu… pero no puedo creer que haya muchos que estarían dispuestos a matar a un niño; claro que no se necesitarían muchos, con uno o dos sería suficiente, y si no sabemos quiénes son, resultará difícil vigilarlo. Debemos decidir cuáles merecen nuestra confianza y encargamos de que siempre sea uno de ellos el que lo vigile.
Se volvió para mirar a Ash y agregó:
—¿Quién más está enterado del asunto, aparte de Mulraj, Hakim, Gobind Dass y, por supuesto, tú?
—Nadie —contestó Ash, y le explicó por qué habían creído más conveniente mantener en secreto la primera tentativa de asesinato y sólo confiar en Juli y Gobind en este segundo caso. Anjuli asintió con la cabeza y replicó con aire pensativo:
—Sí, tienes razón. Esto sólo asustaría a Shu-shu y nunca creería que Nandu haya podido ordenar tal cosa, lo consideraría como parte de una maquinación para asesinarnos a todos… A toda nuestra familia. Mi tío nos creería, pero ¿qué puede hacer él? Además, si lo supiera, le resultará difícil ocultar su preocupación a Shu-shu o a Jhoti. Pero hay otras personas en quienes creo podemos confiar. Por ejemplo, en la vieja Geeta. Y en el sirviente personal de Jhoti, Ramji, que ha estado a su lado desde que nació; su esposa es una de mis doncellas. Ramji debe saber en quiénes de los otros criados se puede confiar, si es que hay alguno. Ahora, pensemos…
Los caballos avanzaban a su aire, sin que ninguno de los dos dirigiera su camino; de vez en cuando se detenían para dar un mordisco a una mata de hierba y después continuaban al paso, mientras los jinetes discutían las formas y medios de evitar que Jhoti fuese asesinado. Entretanto, detrás de ellos, el cielo había adquirido un color negruzco y sombrío. Pronto sopló una fuerte ráfaga de viento que barrió toda la extensión del valle y arrancó el turbante de la cabeza de Anjuli. El cabello le azotó la cara y le cayó hacia delante, como las algas con la marea. Los caballos levantaron la cabeza, relincharon y se pusieron al trote espontáneamente.
—Es hora ya de que regresemos —propuso Ash—. Será mejor que te ates algo a la cabeza o no verás por dónde vas. Toma…
Sacó el pañuelo del bolsillo de los pantalones de montar y se lo puso en la mano a la muchacha. Al dar la vuelta al caballo para regresar al campamento contuvo el aliento y exclamó en inglés:
—¡Dios mío!
Habían estado demasiado ensimismados en la conversación para prestar atención a lo que les rodeaba, por lo que ninguno de ellos había pensado en mirar hacia atrás o en preguntarse por qué la luz disminuía con tanta rapidez. El cielo aparecía claro y tranquilo; incluso ahora, los últimos rayos del sol poniente bañaban las crestas de las colinas más próximas. Pero al volverse observaron que detrás de ellos sólo había oscuridad, una densa y ominosa oscuridad que cubría al horizonte de izquierda a derecha y que avanzaba con tal rapidez que ya había ocultado la entrada del valle. El viento que la arrastraba ya no soplaba a ráfagas sino ininterrumpidamente, y ahora ya podían oler el polvo y ver que el cielo sobre sus cabezas había adquirido un color marrón siniestro.
«Pero es muy pronto —pensó Ash desconcertado— falta todavía un mes…». Observó la tromba que se aproximaba, no dando crédito aún a lo que veía.
—¡Shushila! —Juli sollozó entrecortadamente—. ¡Shushila…!
Dejó caer los brazos y el pañuelo que había intentado anudarse alrededor de la cabeza fue arrastrado por el viento y desapareció en medio de los remolinos. Empuñó enseguida las riendas y puso el caballo al galope en dirección a la salida del valle, hacia el muro de oscuridad que había absorbido la llanura donde dejaran a Shushila. Pero Ash reaccionó con suma rapidez. Nunca había aguijoneado a su montura con más que un suave golpe de las espuelas, pero ahora las hundió profundamente en los flancos del animal, que saltó disparado hacia delante y pronto se puso a la altura de la yegua que montaba Juli y la obligó a dar la espalda a la entrada del valle.
—¡No! —gritó Anjuli—. No… debo ir con Shushila…
Aferraba las riendas intentando contener al asustado animal, pero Ash le tocó las muñecas con el látigo y gritó salvajemente:
—¡No seas tonta, Mulraj cuidará de ella!
Acto seguido golpeó con el látigo a su caballo, aunque el animal no necesitaba ninguna clase de estímulos, pues nunca había visto una oscuridad efervescente e intranquilizadora como aquella y deseaba escapar con tanta vehemencia como su jinete.
Ahora, la yegua de Anjuli galopaba como el propio viento, en dirección opuesta a la tormenta, pues la joven se había percatado de que Ash tenía razón y que lo que intentaba hacer era una verdadera locura. En medio de una tormenta semejante, no podía hacer nada para ayudar a su hermana ni a nadie. Y sólo Mulraj podría proteger a Shu-shu. Tendría que confiar en que este y los sirvientes hubiesen auxiliado a su hermana; probablemente, ellos se habrían dado cuenta de la proximidad de la tormenta mucho antes que ellos y, con toda seguridad, habrían tenido tiempo de regresar al campamento. Pero ella y Ashok… Anjuli nunca había visto una tromba terrestre, pero no necesitaba que le advirtieran del peligro que corrían de ser atrapados por ella en campo abierto. Así que cabalgó como nunca lo hiciera hasta entonces, inclinada sobre el cuello del caballo, alentando a su montura para que galopase con la mayor rapidez que pudiese obtener de sus largas patas. Avanzaba sin saber adónde se dirigían, medio cegada por el largo cabello que le flotaba alrededor de la cara impidiéndole la visión.
Ash se proponía refugiarse en una cueva que había entrevisto poco antes de oscurecer, cuando penetraron en el valle. No habría advertido su existencia de no haber estado iluminada por los moribundos rayos del sol, pues se encontraba a más de quinientos metros de la entrada del valle, pero Ash se había criado entre las montañas de la frontera, y a la luz del sol, aunque escasa, sus ojos sabían distinguir entre la obra de la Naturaleza y la de las manos del hombre.
Incluso a tal distancia había vislumbrado que, bajo un promontorio rocoso, alguien había cerrado la parte frontal de una gran caverna con bloques de barro, dejando una entrada suficientemente amplia para permitir el paso de un hombre o una vaca. Lo que llamó la atención de Ash fue la forma de dicha entrada recta y alargada, además del color que destacaba del de las rocas que la rodeaban. Ash entrecerró los ojos para convencerse de que la caverna estaba deshabitada, pero no se observaba el menor movimiento en el valle ni en las laderas de las colinas, y Ash sabía que, de haber hombres por allí, el humo delataría su presencia, ya era la hora de preparar la cena. El sol se ocultó enseguida y la caverna desapareció tragada por la oscuridad. Luego, Ash se volvió a mirar a Juli y se olvidó de todo.
Mientras hablaban, habrían recorrido la mitad de la distancia que separaba la entrada del valle de la caverna. Ahora, acuciado por la gravedad de la situación en que se encontraban, recordó la existencia de la gruta.
Había otras cuevas más cerca, pero ignoraba cuál sería su profundidad y una demasiado pequeña no ofrecería protección a dos personas con semejante tormenta. Pero creía que, si se habían tomado la molestia de tapar la entrada con una pared de barro, era porque la gruta se adentraba profundamente en la montaña y así evitaban que penetrara el polvo. Ash comprendía que si lograban llegar a ella antes de que les alcanzara la tormenta, tendrían algunas posibilidades de sobrevivir, pues el aire estaba lleno de polvo y de hojas y hierba seca que formaba como una espesa niebla que no permitía ver nada a más de dos pasos de distancia.
La suerte que tuvieron es que el terreno era completamente llano y no había piedras en el camino que hubiesen provocado la caída de uno de los caballos, condenándoles a una muerte cierta en medio del vendaval. La única dificultad estribaba en que pasaran de largo ante la entrada de la gruta.
Ash, que marchaba en cabeza, tiró con violencia de las riendas al percibir confusamente la estrecha grieta de la entrada. El caballo corveteó, elevándose sobre las patas traseras con tal violencia, que casi le arrancó de la silla. Ash rodó por el suelo, pero en seguida saltó sobre las riendas de la yegua de Anjuli y la obligó a detenerse.
El animal se encabritó, hasta que finalmente se detuvo. Anjuli bajó tambaleándose de la silla. Los dos jóvenes aferraron las riendas de sus respectivas monturas y se adentraron en la oscuridad de la gruta a pesar de los embates del huracán. No disponían de luz para hacerse una idea de las dimensiones de la cueva, pero, a juzgar por la resonancia de los cascos de los caballos, debía de ser grande y espaciosa. Ya era tiempo, pues, al mirar hacia la entrada de la gruta, tuvieron la impresión de que habían cerrado una oscura cortina a su espalda. La tormenta había llegado con toda su virulencia y recorría el valle como si galopara llevando como jinete a las Walkirias o a las brujas de Brocken.
La furia del huracán llenaba la caverna de ruidos ensordecedores, que el eco convertía en un mosconeo hueco que parecía llegar de todos los puntos cardinales a la vez. El polvo penetraba en tal cantidad que el aire se hacía irrespirable por momentos. Anjuli comenzó a toser y a respirar ahogadamente. Oyó gritar a Ash pero no pudo entender sus palabras, arrastradas por el aullido del viento. Luego la mano de Ash se cerró alrededor del brazo de Anjuli, y esta le oyó gritar en su oído:
—Quítate la chaqueta y póntela sobre la cabeza. Y adéntrate en la caverna todo cuanto puedas. —Le apartó el sedoso cabello de la cara y agregó—: Ahora ten cuidado, y procura no tropezar, Larla.
La antigua palabra cariñosa se le escapó sin querer, pero no se percató de ello al tener tantas cosas en su mente: sobre todo, los caballos, que relinchaban inquietos y trataban de escapar aterrorizados. Los animales podían lastimarse o incluso herirlos a ellos en la oscuridad. Además, si los caballos huían, no dispondrían de medios para regresar al campamento; bueno, podrían hacerlo andando, si es que aún existía el campamento. Ash no quería pensar en lo que podría estar sucediendo en él en aquellos momentos; en todo caso, no tenía sentido preocuparse por algo que ahora estaba totalmente fuera de su control.
Había entregado su pañuelo a Juli, de manera que ahora sólo le quedaba quitarse la camisa y hacerla tiras. Primero la rasgó con los dientes y se colocó el primer trozo sobre la nariz y la boca para que actuara como una especie de filtro. Así pudo respirar con más facilidad; entretanto tenía los ojos cerrados para impedir que el polvo le cegara todavía más. Terminó de romper la camisa a tientas, y después tranquilizó a los caballos. Luego les ató las riendas y los trabó con unos trozos de trapo, para impedir que pudieran escapar.
Tras esto, volvió su atención a la gruta para comprobar si había espacio suficiente que les permitiera alejarse de la entrada y donde pudieran respirar un aire más puro.
Ash avanzó cautelosamente en la oscuridad, a tientas, tocando la pared de un lado de la cueva.
Sólo habría caminado unos veinte metros cuando su mano tocó un objeto frío, sin duda alguna de metal. Tanteó con más cuidado y comprobó que se trataba de una argolla de metal. Los hombres que habían construido el muro de barro, seguramente también habían clavado aquellas argollas en la pared, aunque ignoraba con qué propósito. Contó hasta cinco argollas, aunque quizá hubiese más fuera de, su alcance. Al menos cuatro de ellas se encontraban a una altura razonable, por lo que Ash bendijo al desconocido o desconocidos que las habían colocado allí, ya que, a pesar de que parecían estar oxidadas, pues una de ellas se le rompió en las manos, allí el aire resultaba más respirable y podrían acomodar los caballos.
Al parecer, la tormenta iba a durar bastante tiempo. Ash lamentó no haber escuchado las advertencias de los jefes de los pueblos que encontraron en su viaje, quienes le habían hablado de vientos ardientes, trombas terrestres y otras inclemencias propias del clima de Rajputana. Pero, al faltar bastante tiempo para la época de las tormentas, se había confiado excesivamente. Además, no deseaba alarmar a la gente del campamento y esperaba haber llegado al final del viaje sin mayores contratiempos. Ahora lamentaba no haber hecho caso, pues ignoraba cuanto tiempo duraría aún la tormenta. ¿Horas? ¿O sólo algunos minutos?
Tenía la impresión de que ya duraba varias horas, pero dudaba de la exactitud de esta apreciación. No podían haber pasado más de diez minutos desde el momento en que empezara a hacer tiras su camisa y el descubrimiento de las argollas en las paredes.
Ash tenía un reloj de bolsillo en los pantalones de montar, pero no lo había consultado desde que salieran del campamento. Ahora, en la oscuridad, no tenía posibilidad de mirarlo, así que ignoraba qué hora sería. Pensó que el regreso iba a resultar difícil en medio de aquella oscuridad tan densa que se había abatido sobre la región, en medio del laberinto de rocas y colinas que les rodeaban.
«Claro que Mulraj enviará gente a buscarnos», pensó Ash, aunque esto era más una esperanza que una plena seguridad, pues suponía que el campamento se habría convertido en un verdadero caos, y que tanto Mulraj como los demás estarían demasiado atareados resolviendo la situación, por lo cual no podrían enviar ningún socorro hasta que fuese de día. Claro que, para entonces, él y Juli ya habrían encontrado el camino de regreso por sus propios medios. Mientras tanto, debían permanecer refugiados allí y hacerle frente como mejor pudieran.
Se quitó la tira de tela de la boca y la nariz y aspiró un poco de aire, comprobando que era mucho más respirable que en la entrada de la caverna. Sin duda, aún sería más puro si se adentraba más en ella; incluso podría haber galerías laterales adonde no hubiese penetrado el polvo. Además, también haría más fresco, pues los rayos del sol que habían calentado las paredes de la gruta que correspondían a las laderas de la colina no llegarían hasta el interior de la caverna. Sin embargo, el descenso de la temperatura en el interior, tras el calor soportado en la llanura, podría dar lugar a que Anjuli cogiera un enfriamiento, pues sólo vestía un delgado achkan, y quizá nada debajo.
Llamó a gritos a la joven, pero el eco sólo le devolvió sus gritos, multiplicados varias veces desde diversos ángulos en la negra y densa oscuridad. Los ecos cesaron sin que pudiera asegurar que Juli había respondido a su llamada, pues el estruendo del viento también llegaba hasta allí. De repente, quedó sobrecogido ante el temor de que la muchacha hubiese sufrido algún percance. Efectivamente, la había prevenido de que tuviese cuidado al avanzar en la oscuridad, pero cabía la posibilidad de que hubiera caído en algún pozo o grieta abierto en el suelo de la caverna. También podía haberse adentrado, sin darse cuenta, por alguna galería lateral y haberse extraviado en medio de un laberinto de grutas. Todos estos siniestros pensamientos se agolparon en su mente y le aterrorizaron. Igualmente, pensó que podía haber serpientes…
Ash fue presa del pánico en contados instantes. Se lanzó hacia delante en la oscuridad, con las manos extendidas, sin dejar de llamar a gritos a Juli. Pero sólo el eco devolvía sus llamadas angustiadas, repitiendo una y otra vez: Juli, Juli, Juli…
En una ocasión creyó escuchar su nombre, pero no podía asegurar de qué dirección procedía, si era cierto. Cuánto hubiese dado en aquellos momentos por contar con una luz o unos instantes de silencio. Mientras se esforzaba por oír algo en medio de aquella oscuridad, no dejaba de avanzar a ciegas, tambaleándose enloquecido, pero sólo encontraba rocas y tierras, o el vacío.
Seguramente se había introducido en alguna caverna lateral, porque, de repente, el volumen de su voz disminuyó como si se hubiera cerrado una puerta a su espalda, a la vez que comprobó que al aire apenas contenía polvo. No escuchó sonido alguno y la oscuridad continuaba siendo impenetrable, pero de pronto supo que ella estaba allí, pues percibió una leve fragancia de pétalos de rosa en el aire fresco. Se volvió en aquella dirección y la estrechó entre sus brazos.
Sintió los brazos y los hombros de Juli, sus senos y su breve cintura, suaves, cálidos y desnudos contra su propia carne también desnuda, porque ella se había quitado el achkan para ponérselo sobre la cabeza y seguramente después se había despojado de él para poder llamar a Ash y se le habría caído en la oscuridad. La mejilla que se apretaba contra la de él estaba húmeda por las lágrimas, y la muchacha respiraba entrecortadamente como si hubiese realizado una larga carrera. Ella había escuchado los apremiantes gritos de Ash y, temiendo que le hubiera ocurrido algún percance, avanzó alocadamente hacia el lugar de donde creyó procedían, pero, confundida por los ecos, perdió el sentido de la orientación y anduvo a tientas en la oscuridad, golpeándose contra los salientes de las rocas, sin dejar de sollozar y llamar a gritos, a su vez, en la densa negrura que le rodeaba.
Permanecieron abrazados durante unos largos momentos, sin pronunciar una sola palabra; luego, Ash la besó suavemente.