21

En el campamento eran pocos los que podían levantarse tarde. Había mucho trabajo que hacer, y la mayoría de la gente se levantaba temprano para alimentar y dar de beber a los animales, ordeñar las vacas y las cabras, encender fuegos y preparar la comida de la mañana. O, como Mahdoo y Kaka-ji, para orar.

Las plegarias de Mahdoo no requerían mucho tiempo, pero el pujah de Kaka-ji era un asunto prolongado. El anciano tenía una profunda conciencia de la existencia de Dios… aunque confesaba que no estaba seguro de que Dios tuviera conciencia de la existencia de él.

—Pero hay que tener esperanzas —decía Kaka-ji—. Hay que vivir en la esperanza.

El invisible era muy real para él y Kaka-ji no permitiría que un viaje interfiriera en sus prácticas religiosas; se levantaba antes del alba para dedicar sus dos horas acostumbradas a su pujah.

Su sobrina Shushila era una de las pocas personas que se quedaban en la cama hasta tarde, pero su hermana, Anjuli-Bai, se levantaba casi tan temprano como Kaka-ji, si bien por una razón diferente. En parte era cuestión de hábito, pero en los primeros días de la marcha se levantaba al amanecer para contemplar las montañas.

Por un tiempo, las cumbres nevadas de los Himalaya fueron claramente visibles al amanecer, se las veía plateadas y serenas en el aire fresco de la mañana y aunque a mediodía las ocultaba el polvo, al atardecer resurgían, con las cumbres rosadas contra el tono verdoso del cielo del anochecer. Pero, a medida que pasaban las semanas, las cumbres nevadas se alejaban, y se difuminaban hasta que finalmente desaparecieron. Y Anjuli ya no trató de divisarlas.

Ahora se encontraban ya en Rajputana, un país muy distinto del Punjab fértil y densamente poblado. Los pueblos y aldeas ya no estaban tan cerca unos de otros, sino muy dispersos, y la misma región era en su mayor parte llana y poco atrayente. Un lugar con horizontes sin límites y poca sombra, donde la luz parecía más intensa que en el Norte, y los hombres, como para compensar la falta de color del medio ambiente, pintaban sus casas de color blanco y rosado, y decoraban las paredes y las entradas con alegres murales de elefantes en lucha o héroes legendarios. Hasta los cuernos de sus animales estaban a menudo pintados de colores brillantes, y las campesinas no usaban sari sino voluminosas faldas de colores vivos, color zafiro y escarlata, cereza, naranja, verde hierba y azafrán, estampadas y con bordes negros. Con sus blusas ajustadas de colores brillantes y pañuelos en la cabeza de vivos colores, parecían bandadas de cotorras, y caminaban como reinas, balanceando sus grandes ollas de bronce, sus chattis para el agua, o sus grandes cargas de forraje en la cabeza con movimientos graciosos, y un tintineo de plata, ya que sus tobillos y muñecas estaban adornados con brazaletes.

—Como bailarinas —dijo Mahdoo, en tono desaprobatorio.

—Como huríes —replicó Ash—. Como peonías, o como tulipanes holandeses.

La aridez del paisaje lo deprimía, pero le agradaba el atuendo alegre de sus mujeres y el hecho de que la tierra arenosa y pedregosa no fuera en modo alguno estéril como parecía a primera vista; había allí más vida salvaje que la que Ash había visto durante todos sus días en el Punjab. Rebaños de gamos negros y chinkara vagaban por la llanura, y los pocos matorrales parecían estar llenos de perdices, codornices y palomas.

Llegó un cartero al campamento, con un gran paquete de correspondencia dirigida al capitán Pelham-Martyn. En su mayor parte tenía poco interés, por lo que, después de hojear los papeles y dejarlos en un lugar adecuado, Ash se dedicó a las dos únicas cartas que le interesaban: una muy corta de Zarin y otra mucho más larga de Wally, quien francamente le envidiaba y se quejaba del aburrimiento de Rawalpindi y deseaba estar en el lugar de Ash.

Ya te dije que sin duda las muchachas serían hermosas, pero tú no querías creerme, escribía Wally. ¡Qué lástima que tengan que estar contigo! Y luego demostraba que sus quejas eran infundadas al dar a Ash una descripción lírica de una tal señorita Laura Wendober, quien lamentablemente, ¿o quizás por suerte?, estaba comprometida con un ingeniero civil. También había un poema escrito en recuerdo de un compañero oficial que había muerto de enteritis, que comenzaba: Dios mío, aún aquí su día lo ha alcanzado la mañana total, y continuaba en siete largos versos, cada uno peor que el anterior.

Sin embargo, la carta de seis páginas de Wally lo retrataba de cuerpo entero. Ash se rio mucho con ella y volvió a leerla, y por un momento casi deseó estar nuevamente en Rawalpindi.

En cambio, la carta de Zarin, consistía en una sola página y era un curioso documento.

En primer lugar, estaba escrita en inglés, cosa sorprendente, ya que Zarin sabía perfectamente que ya no era necesario. Ash había recibido dos cartas de él mientras estaba en Rawalpindi, ambas en escritura arábiga. Esta, como las otras, había sido dictada a un escribiente de cartas profesional, y aparte de los cumplidos habituales en estilo florido y las plegarias por la salud y la prosperidad de la persona a quien se dirigía la carta, sólo contenía algunas informaciones poco importantes sobre el Regimiento y terminaba diciendo que la madre de Zarin se encontraba muy bien y que deseaba que transmitiera sus saludos al sahib y recordarle que tomara precauciones especiales contra cosas tales como las serpientes, los ciempiés y los escorpiones… que abundaban en las zonas salvajes de Rajputana…

Como hacía muchos años que la madre de Zarin había muerto, Ash llegó a la conclusión de que finalmente Zarin había descubierto que Karidkote y Gulkote eran una misma cosa, y trataba de comunicarle una advertencia. Sabía que al emplear el nombre de su madre llamaría la atención a Ash y lo pondría en guardia, suponiendo que él no lo hubiera descubierto ya por sí mismo, y sin duda el comentario sobre los escorpiones era una referencia a Biju-Ram, cuyo sobrenombre en el Hawa-Mahal era Bichchhu; además, el hecho de que la carta estuviera escrita en inglés sugería que Zarin adoptaba precauciones contra la posibilidad de que fuera abierta.

Evidentemente, esta precaución fue una medida muy acertada, ya que al examinar la carta Ash observó que cada uno de los sobres entregados por el cartero había sido abierto… Un descubrimiento desagradable, pero que no le preocupó demasiado, porque estaba seguro de que en el campamento nadie sabía inglés lo suficientemente bien como para entenderlas, pero, al menos, probaba que los riesgos sobre los que quería advertirle Zarin no eran totalmente imaginarios.

Ash apartó la carta de Wally; hizo pedazos la de Zarin arrojándola junto con las otras al cesto de los papeles, y fue a saludar al Tulakdar local que había entregado una provisión de caña de azúcar para los elefantes.

El campamento se puso en marcha una semana después cuando Ash abandonó la silla de manos e insistió en que ya estaba en perfectas condiciones de cabalgar, pues se sentía impaciente por probar aquel soberbio caballo árabe. Baj-Raj, «el corcel real», que Maldeo Rai, en nombre del panchayat, le había regalado para remplazar al roano muerto, Cardenal.

Podía cabalgar de nuevo gracias a la habilidad de Gobind y al tratamiento de Geeta, la dai; aunque el primer día a caballo le cansó más de lo que quería admitir, el siguiente fue mejor y el siguiente mejor aún, y una semana después se encontraba en condiciones normales y se sentía en tan perfecto estado como antes del accidente. Pero el placer de no tener más dolores ni vendajes y no continuar en cama no era total, porque significaba que ya no necesitaría los tratamientos de la dai y una vez que cesaran sus visitas, sería demasiado peligroso para Juli ir a verlo sola.

Por el momento, no parecía haber otra alternativa, excepto encontrarse en la tienda durbar, y Ash pensaba que era una solución muy poco satisfactoria y comparable a estar parado en la nieve y contemplar a través del vidrio de una ventana una habitación cálida y un fuego encendido. Además, las reuniones por las tardes aún estaban sujetas a los caprichos de Shushila y ahora que el sahib ya no era un inválido, Kaka-ji habría preferido interrumpir esas reuniones, aunque no las prohibió y parecía disfrutar de ellas tanto como los demás siempre que Shushila las convocaba. Pero Ash se había acostumbrado demasiado a ver a Juli a solas y a hablar con ella libremente, y no tenía intención de renunciar a esto. Debía de haber alguna otra forma para que pudieran encontrarse.

Otra vez permanecía despierto por las noches haciendo planes y descartándolos y valorando los riesgos. Pero podría haberse ahorrado la preocupación y las horas de sueño perdido porque Jhoti resolvió el problema sin darse cuenta quejándose a Kaka-ji de que sus hermanas se volvían aburridas y soporíferas y que hasta Kairi, que nunca estaba enferma, había rehusado dos veces jugar al ajedrez con él porque tenía dolor de cabeza. Y no era de extrañarse, declaró Jhoti con sarcasmo, ¿qué podía esperarse?

Permanecía durante horas encerrada en un ruth mal ventilado, o bien encerrada en una tienda purdah, y nunca tomaba el aire ni hacía ejercicio, ni caminaba más de diez pasos al día. De esta forma, cuando llegaran a Bhithor, se sentiría tan mal como Shu-Shu… siempre enferma e inútil para todo. En cuanto a Shu-Shu si no se cuidaba nunca llegaría a su destino, porque además de todos los males de que se quejaba, ahora ni siquiera comía bien, y si seguía así se consumiría y moriría, y entonces el Rana sólo recibiría a Kairi, y probablemente se negaría a casarse con ella. Y entonces, agregaba Jhoti, dando libre curso a su imaginación todos tendrían que dar media vuelta y volver a Karidkote sin ninguna compensación por tantas molestias y gastos, y Nandu se pondría tan furioso que probablemente mandaría decapitar a todo el mundo… o los enviaría a prisión. O, quizás hasta era posible que él sufriera un ataque y se muriera.

Este último vuelo de su fantasía divertía enormemente a Jhoti. Pero su comentario anterior para alarmar a Kaka-ji era bastante cierto, y la próxima vez que Kaka-ji vio a sus sobrinas las miró con más atención y decidió que Jhoti tenía razón. Kairi-Bai parecía cansada, con ojeras y mostraba una actitud de indiferencia que él jamás había observado antes. Se alarmó, porque si Kairi enfermaba, ¿qué sucedería con Shu-Shu? Ninguna de las otras mujeres podría ocupar su lugar y era fácil ver que, aunque lograba contener los accesos de su hermanita, esa tarea le resultaba muy exigente. La hermana más joven también parecía enferma. Kaka-ji observó que estaba adelgazando demasiado, y que eso no le sentaba bien. Comenzaba a parecerse… sí, a un monito escuálido, todo ojos.

La idea le trastornó profundamente porque hasta ese momento siempre había considerado a Shushila una muchacha muy bella, y aunque no sentía temor de que pudiera morir antes de llegar a Bhithor, como predecía tan sobriamente su hermano, de todas maneras sería un verdadero desastre que perdiera su atractivo. Después de todo, al Rana no sólo le habían prometido una novia hermosa, sino que, como parte del precio pagado por ella, estaba obligado a aceptar también a su otra hermana que era mucho mayor; de manera que no se sabía cómo podría reaccionar si se sentía estafado en el negocio. Había que hacer algo de inmediato. Kaka-ji se apresuró a hablar con el sahib Pelham y pasó la siguiente media hora discutiendo este asunto con su interesado y comprensivo interlocutor. Desde el punto de vista de Ash, la situación parecía hecha a medida para él, por lo que, aprovechando la oportunidad, sugirió que ambas princesas hicieran más ejercicios. Una cabalgada diaria, quizá… preferentemente de noche, mientras se armaban las tiendas y el aire era fresco y estimulante. Un ejercicio de este tipo sería bueno para ellas, al final de un largo día pasado sufriendo las incomodidades de un viaje en medio de nubes de polvo, y por un terreno anfractuoso. Incluso las relajaría lo suficiente para abrirles el apetito y depararles un sueño reparador. Ash estaba seguro de que podían conseguir caballos mansos para la Rajkumari Shushila, y que no tendrían necesidad de una escolta para acompañarlas, por Kaka-ji, Mulraj y él les brindarían suficiente protección. Además, sería buena idea conseguir que Jhoti diera lecciones de equitación a su hermana menor, e incluso había una posibilidad de que Shushila Bai se convirtiera en una buena amazona e hiciera parte del viaje a caballo en lugar de viajar todo el tiempo en el ruth.

Usando de toda su habilidad y diplomacia, Ash logró transmitir la impresión de que el plan era, en realidad, idea de Kaka-ji, y que lo único que él había hecho era estar de acuerdo con ella. Con el resultado de que más tarde, aquella noche, después de consultar a Gobind (quien estuvo de acuerdo en que el efecto del ejercicio moderado sería igualmente reconfortante que el de los tónicos y purgas), el anciano caballero comunicó todo esto a Mulraj como si fuera su propia solución del problema, y le encargó que buscara caballos adecuados para las novias e hiciera todos los preparativos necesarios.

A Jhoti le encantaba la perspectiva de exhibirse ante Shushila, y estaba bien dispuesto a instruirla. El plan se puso en práctica al día siguiente y fue un éxito desde el comienzo; en particular, desde el punto de vista de Ash porque las cabalgatas nocturnas eran infinitamente mejores que las reuniones en la tienda durbar, ya que proporcionaban muchas más posibilidades para la conversación privada y estaban libres de los ojos vigilantes de las doncellas.

El ruth solía detenerse a un kilómetro y medio del lugar elegido para acampar, y Ash, junto con Jhoti, Mulraj y Kaka-ji, cabalgaba hasta allí, llevando dos caballos más para las muchachas: un animal lento, tranquilo y bien enseñado para Shushila Bai y otro más ágil para Anjuli.

A veces llevaban halcones, y otras una escopeta por si había posibilidades de cazar. Pero generalmente cabalgaban para hacer ejercicio y por placer. Y como Shushila prefería ir al paso, o a lo sumo a un trote corto, mientras que Jhoti, en su papel de instructor, permanecía cerca de ella con Mulraj para vigilarlos a ambos, y Kaka-ji generalmente estaba demasiado cansado por todo un día a caballo para hacer algo más que seguirlos a cierta distancia, para Ash y Anjuli Bai era muy fácil tomar la delantera y explorar juntos el campo sin despertar comentarios. Una vez más les fue posible hablar libremente, y ahora sin ningún temor de que pudieran oírlos; porque en campo abierto estaban seguros y Ash podía contemplar el rostro de Juli mientras ella hablaba, en lugar de sólo escuchar una voz susurrada en la oscuridad desde detrás de los pliegues de una bourka.

Jhoti insistía en que Shushila llevara ropa de montar de hombre, ya que nadie, según él, podía cabalgar cómodamente (y por supuesto que nunca bien) envuelto en un sari. Y aunque Kaka-ji protestó por esto, no se atendió su protesta porque Shushila estaba encantada ante la perspectiva de disfrazarse, y como también consideraba que era imposible cabalgar con un sari, señaló que despertaría menos curiosidad a los extraños que pudieran encontrarse en el camino si aparentaban ser un grupo de hombres que salía a dar un paseo nocturno.

Vestida con ropas prestadas, Shushila se transformaba en un muchachito encantador y Anjuli, en un joven apuesto. Y hasta Kaka-ji debió admitir que sus trajes difícilmente podían considerarse poco modestos, y que realmente eran más sensatos; aunque no advirtió que este cambio de indumentaria daba como resultado inevitablemente, una atmósfera mucho más fácil y mucho más informal… un fenómeno que puede observarse en cualquier baile de máscaras, donde el solo hecho de ponerse un bigote postizo o un disfraz, parece convencer a quienes lo usan de que ya no les reconocen y les permite perder sus inhibiciones y divertirse en una forma que jamás habrían soñado en cualquier otra ocasión.

El hecho de que las sobrinas de Kaka-ji vistieran lo que para ellas eran disfraces hacía posible que Anjuli-Bai cabalgara con el sahib Pelham, persiguiendo a un chacal, o para ver qué había detrás de alguna elevación del terreno sin que nadie, ni el propio Kaka-ji, pensara que había nada reprochable en ello. Kaka-ji se felicitaba del éxito de su plan porque no había duda de que la salud y el humor de ambas muchachas habían mejorado enormemente. Shushila ya no tenía aquel aspecto consumido que tanto le había alarmado y pronto estaría tan bonita como siempre y las mujeres que la atendían aseguraban que volvía a tener apetito y que sus nervios estaban mucho más relajados últimamente. Además, era evidente que disfrutaba de las lecciones de equitación no menos de lo que Jhoti gozaba dándolas y al escuchar la voz aguda de su sobrino gritando alguna indicación o una palabra de estímulo, y la risa con que le respondía Shushila, Kaka-ji sentía gran satisfacción ante su ingeniosa solución del problema.

Lo mismo podía decirse de Ash, que sólo encontraba un defecto en la situación actual: el hecho de que las cabalgadas nocturnas eran demasiado cortas y terminaban muy pronto. Las noches y los días largos y polvorientos se convirtieron en una preparación para esa única hora en que podía estar con Juli, aunque no esperaba pasar más que una parte de ese tiempo con ella, ya que el cuidado y los buenos modales obligaban a ambos a cabalgar y conversar con los otros, por lo menos durante una parte del tiempo. Además, no era siempre una hora, porque como Ash, Jhoti, Mulraj y Kaka-ji también habían cabalgado todo el día, y a veces estaban demasiado cansados… aunque Ash jamás lo hubiese admitido. Cuando esto sucedía, la hora se reducía a un cuarto o a media hora. Pero Ash agradecía cada minuto que duraba el paseo.

Cuando el campamento siguió hacia el Sur a través de Rajputana como una vasta y colorida caravana circense (o, según pensaba a menudo Ash, como una nube de langostas) la temperatura se hizo más calurosa y Ash se dio cuenta de que pronto llegaría el momento en que haría demasiado calor para viajar con el sol en el cielo. Pero todavía no había necesidad de comenzar a planear esto, ya que la temperatura seguía siendo tolerable incluso a mediodía, y las noches eran frescas.

Los días pasaban en un soplo, y Ash los disfrutaba intensamente, aunque rara vez tenía tiempo para descansar, porque cada día traía sus dificultades, que iban desde las de rutina de aprovisionamiento (que incluía ocuparse de las reclamaciones por daños a las cosechas y a los pastos que presentaban los iracundos jefes de los pueblos) hasta arbitrar en una gran variedad de disputas dentro del campamento y, en más de una ocasión, ayudar a repeler un ataque de asaltantes armados. Estos asuntos y muchos otros lo tenían muy ocupado. Pero no habría cambiado su lugar por el de nadie en el mundo, porque encontraba estimulantes estas constantes y variadas exigencias, y además el hecho de que se hubiera intentado asesinar al joven Jhoti (y probablemente lo intentarían de nuevo) agregaba un sabor picante al viaje que eliminaba todo elemento de aburrimiento. Y al final de cada día siempre estaba Juli. Al cabalgar junto a ella en la hora tranquila antes de oscurecer, Ash se relajaba y olvidaba sus responsabilidades con el campamento y con Jhoti, y volvía a convertirse en Ashok en lugar de ser «el Sahib Pelham».

Fue en una de esas noches, una noche calurosa y serena al final de un día aún más caluroso, cuando oyó por primera vez la historia de cómo Hira Lal había acompañado a Lalji y al viejo rajá a Calcuta, y había desaparecido de su tienda una noche sin que nunca más se supiera de él. Decían que fue atacado por un tigre hembra, un animal notoriamente feroz que vagaba por la zona y que ya había matado a más de doce nativos. La prueba de esto fue un fragmento de las ropas ensangrentadas de Hira Lal, encontradas entre los arbustos. Pero no se hallaron huellas de ningún tipo, y un shikari (cazador) insistió con poco tacto en que no creía que fuese obra del animal. Y más tarde esta opinión fue apoyada por la noticia de que aquella noche el tigre había matado a un pastor cerca de un pueblo a unos cuarenta kilómetros de distancia. En la misma noche en que desapareció Hira Lal.

—Nadie lo cree tampoco en el Hawa Mahal —dijo Anjuli—, y hubo muchos que comentaron que lo habían asesinado por orden de la Rani, aunque no lo decían en voz alta, sino sólo en susurros. Por mi parte, creo que tenían razón, todos sabían que ella se había puesto furiosa al enterarse de que mi padre había decidido llevar a Lalji con él cuando viajara a Calcuta a reclamar al virrey el trono de Karidarra y no era ningún secreto que fue Hira Lal quien lo persuadió de que lo hiciera así, quizá porque temía que la Rani mandara asesinar a Lalji tan pronto como mi padre volviera la espalda. Siempre tuvo celos de Lalji.

—Y me imagino que finalmente logró asesinarlo —observó Ash con acritud—. A Lalji y también a Hira Lal. Uno casi desea que haya infierno después de todo; con una sección especial reservada a personas como Janoo-Rani que realizan sus asesinatos a través de otros.

—¡No digas eso! —exclamó Anjuli en voz baja, y se estremeció—. No debes desearlo. Los dioses son justos y creo que ella pagó en esta vida todo el mal que hizo… y más. Mucho más, porque no murió de una manera fácil, y hacia el final gritó que Nandu mismo la había envenenado, aunque no lo creo; ningún hijo pudo haber hecho semejante cosa. Sin embargo, si ella lo creía, qué terrible debe de haber sido morir pensándolo. No había necesidad de infierno después de la muerte para Janoo-Rani, porque lo encontró allí; y como sabemos que aquellos que tuvieron una mala conducta alcanzan una reencarnación mala, también pagará por ello en su próxima vida, y quizás en muchas vidas posteriores, por cada mala acción que haya cometido en esta.

—«Toma lo que quieras —dice Dios—. Y paga por ello» —citó Ash—. ¿Realmente crees en todo eso, Juli?

—¿En que debemos pagar por todo lo que hacemos?

—No; en que volvemos a nacer una y otra vez. En que tú y yo, por ejemplo, ya hemos vivido muchas vidas y viviremos muchas más.

—Si uno ha nacido una vez, ¿por qué no otra? —preguntó Juli—. Además, los upanishads[4] nos dicen que es así, y de acuerdo con esa enseñanza, sólo aquellos que llegan al conocimiento de la identidad del alma de Brahma alcanzan «el camino de los dioses» y no vuelven a la tierra. Por tanto, tú y yo no nos hemos liberado del ciclo del renacimiento; y como no creo que ninguno de nosotros persigamos la santidad, o, al menos, no todavía, con seguridad volveremos a nacer.

—¿Cómo una lombriz o una rata o un perro vagabundo?

—Sólo si hemos cometido algún pecado terrible en nuestra vida. Si somos bondadosos y justos y damos limosnas a los pobres…

—Y a los sacerdotes —interrumpió Ash con tono irónico—. No te olvides de los sacerdotes.

—Y a los sacerdotes también —corrigió Anjuli con gravedad—. Entonces… ¿Quien sabe? Hasta es posible que volvamos a nacer como personas importantes. Tu, como un rey o un famoso guerrero, hasta como un mahatma. Y yo, como una reina… o una sacerdotisa.

—Que los dioses no lo permitan —exclamó Ash riéndose.

Pero Anjuli no sonreía y con rostro muy serio dijo lentamente, y casi como si hablara consigo misma:

—Pero, había olvidado… pronto seré reina en esta vida. La segunda Rani de Bhithor…

Su voz se apagó en un susurro mientras seguían adelante sin hablar, hasta que de pronto Ash detuvo el caballo para observar el sol en el ocaso. Sabía que Juli se había detenido junto a él, pero aunque no quería mirarla, tenía una aguda conciencia de su presencia… de la suave fragancia de pétalos de rosa secos que emanaba de ella y de que si movía apenas una mano tocaría la de ella. El sol llegó al horizonte y desapareció, y desde el abrigo de unas hierbas altas un pavo real lanzó un chillido melancólico que llamaba al silencio. Ash oyó suspirar a la muchacha que estaba a su lado, y dijo bruscamente, aun sin mirarla:

—¿En qué piensas, Juli?

—En el Dur Khaima —respondió Juli inesperadamente—. Que nunca volveré a ver el Dur Khaima. Ni tú tampoco, una vez que este viaje haya terminado.

El pavo real volvió a lanzar su chillido, y como un eco de ese sonido llegó la voz aguda de Jhoti que les gritaba que ya era hora de regresar, por lo que no tuvieron más remedio que volver sobre sus pasos y reunirse con los demás.

Ash permaneció en completo silencio mientras regresaban al campamento. Aquella noche, por primera vez, adquirió conciencia de la situación, e hizo un intento serio de examinar sus emociones y decidir qué pensaba hacer con respecto a Juli, si es que realmente haría algo. O si podía hacer algo.

Con gran consternación por parte de Gul Baz, anunció que daría un largo paseo en el que emplearía algunas horas, y después de negarse bruscamente a permitir que nadie le acompañara, se hundió en la oscuridad, armado solamente de un lathi (bastón grueso, de hierro, como el que lleva la gente de campo).

—Déjalo, Gul Baz —aconsejó Mahdoo—. Es joven y hace demasiado calor para dormir. Además, creo que hay algo que le preocupa, y puede ser que el aire de la noche le ayude a aclarar la mente. Ve a acostarte y dile a Kunwar que esta noche yo seré chowkicar. No es necesario que los dos esperemos levantados al sahib.

La espera fue mucho más larga de lo que suponía Mahdoo, porque el sahib regresó casi al amanecer, y mucho antes de que el viejo se durmiera en su puesto, seguro de que Ash le despertaría para entrar en la tienda, pero sin abrigar ningún serio temor por la seguridad de alguien que había aprendido a ser cauteloso en la frontera, y que era perfectamente capaz de cuidarse de sí mismo. La única ansiedad que sentía estaba relacionada con el estado mental de su sahib que el viejo había adivinado con más exactitud que la que hubiera supuesto Ash.

—A menos que me equivoque, y no lo creo —meditaba Mahdoo, hablando consigo mismo antes de que le venciera el sueño—, mi muchacho está enamorado; y de alguien a quien ve diariamente, pero que no puede ser suya… y que solo puede ser una de las dos Rajkumaris. A menos que sea una de las mujeres de las Rajkumaris… bien pudiera ser. Pero sea quien fuere, en esto sólo puede haber peligro y desilusión para él; esperemos que lo haya comprendido, y que esta caminata nocturna le sirva para enfriar la sangre y para permitir que la prudencia prevalezca antes de que las cosas lleguen demasiado lejos.

Ash no sólo lo había comprendido. Había visto el peligro desde el comienzo y no lo había subestimado, pero, por una razón u otra, había demorado pensar en él. Se negaba tercamente a mirar hacia el futuro y ver adónde lo llevaría todo esto, o en que terminaría… quizá porque en el fondo de su mente lo sabía demasiado bien pero no podía enfrentarlo.

En efecto, caminaba como dormido, y el comentario de Juli de que pronto sería reina… «segunda Rani de Bhithor», actuó como un cubo de agua fría sobre él y finalmente le hizo advertir que su camino no era cómodo ni llano, sino un estrecho sendero al borde de un precipicio.

Las palabras de Juli le recordaron, además, otra cosa que había preferido ignorar: la rapidez con que pasaban los días, y el hecho de que ya habían cubierto bastante más de dos tercios del viaje. En estos momentos habían dejado atrás la mitad del Rajputana; hacía días que habían bordeado los desiertos de Bikanir y pasado por los riscos cubiertos de rocas que guardan el gran lago Sambahal y las proximidades de Jaipur. Ahora que habían cruzado el río Luni y vadeado dos afluentes del Banas, se dirigían una vez más hacia el Sur y no pasaría mucho tiempo antes de que llegaran al final de su viaje; y entonces… entonces él presenciaría las ceremonias nupciales y vería a Juli caminar siete veces alrededor del fuego sagrado con el Rana de Bhithor y cuando todo hubiera terminado, volvería solo al Punjab, sabiendo que esta vez la había perdido para siempre.

Le resultaba intolerable pensarlo. Pero ahora tendría que pensarlo.

Aquella noche no había luna, pero Ash veía en la oscuridad como un gato, y la necesidad durante sus años en territorio de las tribus le había ayudado a aguzar la vista, de manera que ahora podía caminar con seguridad donde muchos habrían andado a tientas por precaución. Llevaba el lathi como bastón y no como arma, porque no temía ser atacado, y en cuanto a perderse en una zona desconocida, había poco peligro de ello, porque ya la había recorrido unas horas antes y había advertido que a poco más de medio kilómetro de distancia, en línea directa desde su tienda, el suelo llano se estrechaba hasta formar un camino natural entre matorrales y altas hierbas y un ancho cinturón de rocas.

Como este era el camino más corto y más fácil para llegar a campo abierto al otro lado, no era probable que se perdiera en la oscuridad, en particular porque las luces del campamento proporcionaban una señal que podía verse a varios kilómetros en la llanura.

El suelo era duro y seco, y una vez que sus ojos se acostumbraron a la luz de las estrellas comenzó a caminar con rapidez; sólo le interesaba poner la mayor distancia posible entre su persona y el campamento, porque le parecía imperativo salir del lugar donde podía ser oído y olido por hombres y animales, y dejar de ver las lámparas de petróleo y los fuegos encendidos, antes de comenzar a pensar en Anjuli y en sí mismo.

Hasta ahora, los asuntos del campamento siempre se habían interpuesto entre él y cualquier consideración seria de asuntos personales, puesto que no podía permitirse perder el tiempo en los casos en que se requerían sus órdenes, sino que debía resolver rápidamente todas las dificultades que surgían, por más triviales que parecieran, pues si no se encontraban soluciones y se resolvían las disputas en el tiempo más corto posible, era muy fácil llegar al caos. Pero con Juli fue diferente. El problema que ella proponía era estrictamente personal y, por lo tanto, era posible tratarlo más tarde, no había prisa, porque la vería aquella noche… y la noche siguiente, y la otra… Tenían mucho tiempo…

Pero ahora, de repente, ya nada podía postergarse; el tiempo corría, y si había que decidir algo, tenía que ser ahora… en una forma u otra.

El ruido del campamento disminuyó hasta convertirse en un ligero murmullo y luego se fue diluyendo hasta desaparecer finalmente, y ahora por fin la noche estaba tranquila, tan tranquila que, por primera vez en muchas semanas Ash descubrió que podía oír el ruido del viento y montones de pequeños sonidos que se hacían audibles en el silencio.

Ahora sólo se veía la tierra vacía y un cielo lleno de estrellas; no tenía sentido seguir más adelante. Sin embargo, Ash siguió caminando mecánicamente, y podría haber continuado durante otra hora si no hubiese llegado al lecho seco de un río lleno de cantos rodados y piedrecillas redondeadas que podían hacerle resbalar.

Cruzar ese trecho a la luz de la luna significaba el riesgo de torcerse un tobillo de manera que se apartó, y, eligiendo una zona arenosa, se sentó con las piernas cruzadas en la clásica postura india de meditación, para pensar en Juli… o, por lo menos, eso es lo que pensaba hacer. Sin embargo, sin saber por qué razón, se encontró pensando en Lily Briggs. Y no sólo en Lily, sino en sus tres sucesoras: la soubrette del concierto en la orilla del mar, la camarera pelirroja de Plough and Feathers y las muchachas provocativas de la sombrerería de Camberley, el nombre de las cuales no podía recordar.

Sus rostros surgían del pasado sin que los llamara y se presentaban ante él. Cuatro mujeres jóvenes, todas las cuales eran mayores y con más experiencia que él, y cuyo atractivo para los hombres era claramente erótico. Sin embargo, ninguna de ellas era avariciosa, por lo que resultaba irónico que Ash hubiera deseado casarse con Belinda Harlowe, que tenía alma de negociante, porque, por contraste, parecía la síntesis de todo lo que fuera dulce, bueno, y virginal… y que, además, era una «dama». Ash se dijo que la había amado porque era «diferente», diferente de las cuatro muchachas excesivamente generosas cuyos cuerpos él había conocido íntimamente, pero de cuyas mentes nunca supo nada y que jamás le interesaron… y le costó más de un año descubrir que tampoco sabía nada de la de Belinda, y que todas las admirables cualidades que él había imaginado en ella eran un puro invento, colocado en alguna imagen mental de su propia creación.

«¡Pobre Belinda!», pensó Ash, recordando con cierta ironía la imagen ideada por él mismo.

No fue culpa de Belinda el no poder acercarse a ese retrato idealizado; Ash dudaba de que alguien pudiera hacerlo. La Belinda real no era un ángel, sino una muchacha común y bastante tonta, que a la vez era bonita y que se envanecía de su belleza, y muy malcriada por los halagos y la adulación. Ahora lo veía claramente y se daba cuenta también de que la superficialidad que la había hecho aceptar la proposición del señor Podmore-Smyth, y el estallido vengativo que había destruido al pobre George, difícilmente podían condenarse como fallas excepcionales cuando, en realidad, muchas otras personas las compartían.

Además, en su romance con Belinda no hubo sensualidad, mientras que el placer sensual era el único propósito de todos los romances anteriores. Con el resultado de que, habiendo experimentado estos extremos, decidió que ahora había aprendido todo lo referente a las mujeres, y como no le gustaba lo que sabía, tenía miedo de volver a enamorarse (en esas circunstancias, era una reacción comprensible, aunque no muy original). Pero ahora, como muchos amantes desilusionados antes que él, había vuelto a enamorarse. Y le parecía que era la primera y la única vez: y, sin lugar a dudas, sabía que sería la última.

En este descubrimiento no había alegría, porque era algo que él habría dado cualquier cosa por evitar. Y no tenía opción, tampoco ahora, de escapar de el porque no veía solución que no significara un desastre para él o para Juli, o, posiblemente, para ambos. Pero en lo que a él se refería, no podía hacer nada al respecto; era tarde desde la noche en que le devolviera su mitad del pececito de madreperla y la tomara en sus brazos, en ese instante supo que se pertenecían de la misma manera que las dos mitades del amuleto roto.

Juli era tan distinta de cualquier otra mujer que hubiese conocido como lo es un día claro en el Himalaya de un día gris en la llanura de Salisbury. No había nada que él pudiera decirle y ella no entender, y perderla ahora sería como perder su corazón y su alma. ¿Y qué hombre puede vivir sin corazón, o esperar el paraíso sin alma?

«No puedo renunciar a ella —pensó Ash—. No puedo… ¡No puedo!».

Ash sabía que Juli compartía su propia sensación de estar completo y de pertenecer, sin necesidad de que se lo dijeran. Así como sabía que ella le profesaba más cariño que a ninguna otra persona en el mundo… como siempre había sucedido. Pero el cariño no era amor, y si lo que ahora sentía por él era sólo esa devoción que le había brindado cuando apenas era una niñita que trotaba a su lado y pensaba que él era el más sabio y el mejor de todos los hermanos; no era suficiente, y a menos que pudiera convertirlo en algo más profundo seguramente la perdería…

No era como un hermano que podía pedirle que se jugara su destino por él y se enfrentara con las consecuencias: la desgracia y las dificultades, los incalculables peligros que podían surgir. Y su propio amor por ella no era en absoluto fraternal, la quería como esposa. Pero, aunque ella hubiera llegado a amarlo de la misma manera, ese era sólo el primer paso porque ella seguía siendo Anjuli-Bai: una princesa y una hindú. Y aunque la cuestión del rango pudiera parecerle trivial, la de la casta tal vez resultara demasiado fuerte para superarla.

La madre adoptiva de Ash era una hindú devota, y, como su hijo, había sido educada con conocimiento de los asuntos religiosos. Él había estudiado el Rig-Veda y estaba familiarizado con la historia del sacrificio de Purusha, el primer hombre, de cuya inmolación vino toda la creación, junto con las cuatro castas hindúes. Porque del aliento de Purusha procede la casta de los brahmanes, la de los sacerdotes; de sus brazos, los guerreros, o chatrias; de sus muslos, los vaisyas, agricultores y comerciantes; y de sus pies, la casta servil, los sudra. Todos los demás hombres eran descastados; «intocables», cuya sola presencia contaminaba. Por lo tanto, para un hindú, la casta era lo más importante en la vida, porque decretaba el status social de todas las personas y el trabajo que se les permitiría hacer, y afectaba de alguna manera todos los aspectos de su vida. Nada podía cambiarla. Si un hombre nacía sudra, la casta más baja, debía vivir y morir como un sudra; ninguna cantidad de riquezas ni de poder que adquiriera lo elevaría a una casta más alta, y sus hijos y nietos, y los hijos de estos hasta el fin de los tiempos, siempre serían sudras. Sólo una vida de gran piedad y buenas obras podía, después de su muerte, hacerla renacer como miembro de una casta más alta. Pero, aparte de esto, no había otra forma de escapar al destino.

Sita pertenecía a una familia de granjeros. Montañeses que decían tener sangre de rajput. Su marido también era un vaisya, y Sita crio a Ash estrictamente como si fuera su hijo. La madre de Juli, por otra parte, era una «mestiza», y, por lo tanto, a los ojos de los hindúes ortodoxos, estaba manchada con sangre extranjera. Pero su padre había pertenecido a la casta de los guerreros, y como muchos chatrias, consideraba que ellos, y no los brahmanes, debían enorgullecerse por derecho de su origen. Además, era un autócrata, un rajput y un rajá. Por estos motivos se consideraba como alguien que está por encima de la casta, y si hubiera deseado casarse con la hija del más bajo de los intocables, probablemente lo hubiese hecho y con mucha dignidad. Sin embargo su hija, la Feringhi-Rani por cuestiones de casta, sin duda no habría considerado que el hijo adoptivo de la doncella, Sita, era el esposo conveniente para su hija. Tampoco el heredero del padre de Juli… y de eso Ash estaba seguro, a pesar de los bajos orígenes de la propia madre de Nandu, o del status dudoso de su medio hermana Anjuli-Bai, que causó tantas discusiones y problemas con los emisarios de Bhithor, hasta que por fin sólo con un gran soborno y la promesa de una cuantiosa dote finalmente se les convenció para que la aceptaran como esposa adecuada para su Rana.

En esa fecha, sin embargo, el problema de la aprobación o desaprobación de Nandu carecía de importancia; persistía el problema de que, como ya se habían firmado los contratos matrimoniales y se habían intercambiado regalos, sus hermanas eran en todo sentido propiedad legal del Rana, y la ceremonia de las bodas sólo pondría el sello final a un negocio que ya se había aprobado y que era irreversible. De manera que excepto que se produjera un milagro, no había manera de resolver el asunto sin provocar un escándalo de grandes proporciones y mucho peligro. Y Ash no creía en milagros.

A menos que pudiera persuadir a Juli de que huyera con él, la boda se celebraría. Y una vez que estuviera casada con el Rana, nunca podría volver a verla ni hablarle, porque ella desaparecería en el mundo secreto de las habitaciones de las mujeres y la perdería como si hubiese muerto… Ni siquiera podría escribirle ni recibir noticias de ella a menos que, quizás, a través de Kaka-ji… aunque esto era muy improbable, porque Kaka-ji no consideraría correcto hablar de la esposa del Rana con otro hombre, y la única información que probablemente daría sería del tipo que a Ash le resultaría intolerable escuchar. Que Anjuli-Bai era madre. O que había muerto… La idea de cualquiera de estas dos cosas resultaba tan intolerable que Ash se echó involuntariamente hacia atrás como si esquivara un golpe.

Ash tenía pocos recuerdos del Hawa-Mahal, ahora que lo pensaba, en los que no figurara ella porque, aunque su actitud hacia Juli era una mezcla de irritación y de condescendencia señorial, ella se había convertido en una parte integral de sus días, y si no hubiera sido por ella nunca habría salido vivo del palacio. Sí, tenía contraída una gran deuda con Juli; y no había hecho nada por pagársela… Al menos quizás olvidar su promesa de volver a ella, porque la honestidad le obligaba a admitir que habría sido mejor para Juli que él no hubiera vuelto a verla nunca, y que ella hubiese podido pensar que Ash estaba muerto. Ahora recordaba que incluso cuando era niña ella nunca había discutido su destino, sino que lo aceptaba como inevitable… como decretado por los dioses… Y si él no hubiese vuelto, ella se habría sometido a él, y en todo caso hubiera disfrutado de una cierta comodidad y seguridad como esposa de un príncipe gobernante. Pero ¿cómo sería su vida si se escapaba con un feringhi… un oficial de baja graduación de los Guías… y hasta dónde podrían escapar? Al fin y al cabo, ese era el meollo del problema…

«Supongo que no muy lejos», decidió Ash con amargura.

No podía cerrar los ojos al hecho de que todos en el campamento, y en realidad en toda la India, considerarían semejante escapada como indefendible: una traición desvergonzada que insultaba a Bhithor y llevaba la desgracia a Karidkote y al Raj.

La opinión de los británicos sería igualmente severa, aunque desde un ángulo diferente. No les importaría en absoluto lo referente a Juli:

¿Qué otra cosa se puede esperar de una pequeña analfabeta en Purdah?; pero no tendrían piedad con el capitán Ashton Pelham-Martyn, que había traicionado su confianza, y «abandonado a los suyos» escapándose con una mujer (y para su desgracia, con una «nativa») a quien él se encargaba de escoltar por la India para entregarla sana y salva a su futuro marido.

«Me expulsarían del Ejército», pensó Ash.

Un año atrás esperaba enfrentarse con un consejo de guerra por su actuación en el asunto de Dilasah-Kah y los rifles robados y sabía que a duras penas se había salvado de ello. Pero si se escapaba con Juli, no podría evitado. Comparecería ante un consejo de guerra. Y lo expulsarían: «Su Majestad ya no necesita de sus servicios».

Nunca volvería a ver Mardan ni a Zarin y a Awal-Sha… ni a Koda-Dad. Los hombres de su sección y sus compañeros oficiales, el Cuerpo de Guías, y el viejo Mahdoo, también… Los perdería a todos… Y también a Wally, porque ni siquiera este inveterado adorador de los héroes aprobaría su conducta.

Wally podía hablar mucho de amor y romance, pero sus ideas en asuntos tales como el deber eran inflexibles, y consideraría que esto era la ruptura de un pacto. De un pacto sagrado porque para Wally el deber era sagrado, y si se hubiera encontrado en la situación de Ash, sin duda habría podido decir como Lovelace:

«No podría amarte más, querida, si no amara más el honor», porque jamás se le ocurriría que Juli ni ninguna otra mujer en el mundo pudiera valer más que el honor…

«También lo perdería a él», pensó Ash. Y por segunda vez aquella noche se estremeció ante la idea como si fuera un dolor físico. La amistad de Wally y la admiración de este habían llegado a significar tanto para él que perderlas dejaría un vacío en su vida que jamás podría volver a llenar, ni a olvidar. Y había otra cosa… ¿Por qué suponer que a Juli le gustaría vivir en Inglaterra, cuando a él no le había gustado?

Cuando los británicos de la India hablaban de su isla, invariablemente la llamaban «casa». Pero nunca fue su casa para él, y al mirar hacia el pasado supo muy bien que, aunque Juli se fuera con él, no querría volver allí. Sin embargo, no podían permanecer en la India, porque, aparte del ostracismo social de que les harían objeto tanto los británicos como los indios, estaba el peligro de las venganzas por parte de los gobernantes ofendidos de Bhithor y Karidkote.

La primera consideración no pesaba demasiado: A Ash nunca le había importado mucho la aprobación social o las opiniones de sus compañeros. Pero por Juli no podía arriesgarse a ser objeto de venganza, de manera que tendrían que marcharse del país y vivir en otra parte… Si no en Inglaterra, tal vez en Norteamérica. No, en Norteamérica no… Los norteamericanos, como las mensahibs, eran opuestos a los matrimonios mixtos, e incluso en los estados del Norte a Juli se la consideraría «una mujer de color» y se la trataría en concordancia.

¿Sudamérica entonces? ¿O, quizás, Italia… o España?

Pero en el fondo de su corazón sabía que no habría diferencias en cuanto al país que eligieran, porque dondequiera que fuesen para ellos significaría lo mismo. El exilio. Porque la India era su país: tanto el de Ash como el de Juli. Y si la abandonaban, irían al exilio con tanta seguridad como lo había hecho él antes, cuando partió de Bombay a los doce años al cuidado del coronel Anderson.

Sólo que esta vez sabía que nunca regresaría a su hogar.