Ash se apoyó en las almohadas y contempló el cielo de la noche, meditando con desesperación en la palabra «hermano». ¿Era realmente así como ella pensaba de él? Ash suponía que sí. Pero él no abrigaba sentimientos fraternales hacia ella, aunque la honestidad le obligaba a admitir que realmente la había tratado como a una hermana, por haber descuidado sus sentimientos y por haberse olvidado de su existencia. Sin embargo, lo último que deseaba ahora de ella era un afecto fraternal, aunque se daba cuenta de que mientras ella pensara en él como en un hermano la situación no era muy peligrosa, mientras que si su relación se transformaba en algo más profundo, los peligros que les esperaban eran incalculables.
Permaneció despierto largo tiempo haciendo planes y descartándolos, pero, cuando por fin se durmió, sólo una cosa le aparecía clara, la necesidad de tomar precauciones. Tendría que ser muy cuidadoso… por Juli más que por sí mismo, aunque era consciente del peligro en que se encontraría si alguien sospechaba que sus sentimientos hacia una de las novias que él debía conducir hasta entregarla a su futuro esposo, estaban lejos de ser indiferentes.
No había necesitado que Mulraj le señalara qué fácil resultaría matar al joven Jhoti durante la marcha, aparentemente, en accidente, sin que las autoridades británicas hicieran ninguna investigación; y sabía que sería igualmente fácil planear su propia muerte. En la India, un hombre podía morir de muchas maneras, y si eso sucedía en alguna etapa del viaje en que el campamento estuviera convenientemente fuera del alcance de un médico inglés o de cualquiera que fuese capaz de emitir una opinión profesional sobre su cadáver antes de que el calor, los buitres y los chacales se hubieran hecho cargo de él, sus asesinos no correrían riesgo alguno de ser descubiertos. Su muerte tampoco exigiría mucho tiempo porque a los demás les convenía que fuera rápida. Pero con Juli sería diferente.
Ash recordaba la historia de la cheeth que Nandu había quemado viva porque le hizo perder una apuesta, y se estremeció al pensar en lo que podían hacerle a Juli. Sucediera lo que sucediese, ella no debía arriesgarse a volver a la tienda de Ash. Deberían encontrar alguna otra forma de verse… porque si ella suponía, por un solo momento, que él se conformaría con verla sólo en presencia de sus familiares y de sus mujeres en la tienda durbar, se equivocaba. Sin embargo, debían ser cuidadosos…
Tras pensar en todo esto, Ash se quedó dormido. Al despertarse con la luz de otra mañana ociosa y sin nubes, abandonó tales pensamientos de inmediato.
Los peligros que tan fácilmente veía en la oscuridad parecían mucho menos amenazadores a la luz del día. Cuando por la noche lo llevaron a la reunión en la tienda durbar y vio la sonrisa de Juli dirigida hacia él al esbozar el gesto familiar del saludo, Ash olvidó sus buenas resoluciones y decidió que ella debería ir a su tienda una vez más aunque sólo fuera para que él le explicara por qué no debía volver, ya que resultaba difícil transmitir eso por medios indirectos y tortuosos.
Tres horas más tarde, Juli estaba sentada en un extremo de su catre mientras la vieja Geeta esperaba entre las sombras fuera de la tienda y vigilaba, temblando de ansiedad y murmurando plegarias a toda clase de dioses. Pero Ash no logró que Juli captara la peligrosidad de su conducta.
—¿Tienes miedo de que Geeta hable? Te prometo que no lo hará. Y es tan sorda que tendríamos que hablar mucho más fuerte para que oyera lo que estamos diciendo.
—No es eso y tú lo sabes —replicó Ash—. Lo importante es que estás aquí y que no debes volver. ¿Qué dirías si te descubrieran?
Anjuli se rio y dijo con ligereza que no había el menor peligro de que la descubrieran allí, pero que, caso de que sucediera, no provocaría un grave daño.
—¿Acaso no están todos de acuerdo en que ahora eres nuestro hermano, porque nos prestaste un gran servicio al salvarnos a mi hermana y a mí en el río, y al herirte al tratar de salvar a nuestro hermanito de la muerte? ¿Y a una hermana, no se le permite visitar a su hermano enfermo? En particular, si viene cuando ya es noche cerrada y los extraños no se asombrarán de su presencia, y si va acompañada por una viuda mayor y respetable.
—Pero yo no soy tu hermano —respondió Ash con furia. Le habría gustado agregar que no deseaba serlo, pero, como no le pareció el momento apropiado para decirlo, en cambio continuó—: ¡Hablas como una criatura! Y si aún lo fueras, no importaría, pero el problema es que ya eres una mujer y no es correcto que vengas a mi tienda sola. Debes saberlo.
—Por supuesto —asintió Anjuli. Aunque Ash no le veía la cara a causa de la oscuridad y porque seguía usando la bourka, sabía que estaba sonriendo—. No soy tan tonta. Pero, si me descubren aquí, puedo fingir que lo soy. Declararé exactamente lo que acabo de decirte, y aunque seguramente me regañarán y me prohibirán volver, eso será lo peor que puede suceder.
—Contigo, quizá —replicó Ash—. Pero ¿y yo? ¿Alguien creería que yo (o en todo caso cualquier hombre) puede no ver nada malo en recibir a una mujer en la intimidad de su tienda y por la noche?
—Pero es que no eres un hombre —respondió Anjuli con dulzura.
—Que no soy… ¿Qué diablos quieres decir? —preguntó Ash, enojado y con razón.
—No en el sentido que te refieres —explicó Anjuli tratando de tranquilizarlo—. O no en este momento. Mi propio tío ha dicho que ninguna mujer podría considerarse en peligro en presencia de un inválido a quien tienen envuelto en tablillas y vendajes y que es incapaz de moverse libremente.
—Muchas gracias —observó Ash en tono cáustico.
—Pero es cierto. Cuando estés recuperado, será diferente. Pero en estos momentos es difícil sospechar que puedas dañar mi virtud, aun cuando lo desearas.
A Ash no se le ocurrió ninguna réplica adecuada, a pesar de que sabía que las cosas no eran tan simples, y que ni el amable Kaka-ji sería muy condescendiente ante la conducta de su sobrina, o la de Ash. Pero la tentación de permitir a Juli que se quedara era demasiado grande, y Ash no intentó de nuevo convencerla para que se fuera o desalentar futuras visitas. Esa noche, Juli no se quedó mucho tiempo, ni permitió a Ash que suspendiera el tratamiento de la dai. Hizo entrar a la anciana para que le diera un masaje mientras ella esperaba afuera a la luz de la luna. Luego, las dos se marcharon juntas. Pero, a pesar del tratamiento de Geeta, aquella noche Ash no pudo dormir.
No tenía ninguna prisa por hacer que el campamento se pusiera nuevamente en marcha, pero había muchos inconvenientes en permitir que permaneciera durante mucho tiempo en el mismo lugar; uno de los principales problemas era el riesgo de agotar los alimentos y el forraje en los campos circundantes. No deseaba arriesgarse a que se repitiera la situación que había encontrado al llegar a Deenajung, y sabía también que la presencia de un número tan elevado de hombres y animales acampados en un lugar sería perjudicial para la localidad en un grado que pronto se haría sumamente desagradable. El viento que soplaba a través de la abertura de su tienda ya se lo advertía. Sin embargo, mientras estuvieran allí, probablemente Juli continuaría visitándole, mientras que, una vez que reemprendieran la marcha, quizá no sería tan fácil. Por esa sola razón, habría dado cualquier cosa por quedarse, pero no podía olvidar sus responsabilidades con respecto al campamento. Así que a la mañana siguiente habló del asunto con Mulraj e informó a Gobind que se sentía perfectamente capaz de viajar; quizá no a caballo, pero sí en uno de los carruajes para transportar equipaje o sobre un elefante.
Gobind no parecía muy seguro de lo que debía hacer, pero, después de cierta discusión, cedió, con la condición de que el sahib-Pelham permitiera que lo llevaran en un palkee y buscaron una manera cómoda de transportarlo. Por tanto, se dio la orden de que el campamento se pusiera en marcha al día siguiente.
En general, todos aprobaron con alegría la decisión, excepto la novia más joven, que algunos días atrás se quejaba de la inactividad, pero que ahora que pronto se pondrían otra vez en movimiento anticipaba, por el ruido y los preparativos, lo que la esperaba al final del viaje. Al pensar en eso, sollozaba y se retorcía las manos y se aferraba a su hermana en busca de consuelo, sollozando que se sentía enferma y que la sola idea de tener que viajar en ese ruth caluroso y mal ventilado era superior a lo que podía soportar.
Aquella noche no hubo reunión en la tienda durbar; más tarde, la dai llegó sola, logró superar su timidez lo suficiente como para murmurar que Anjuli-Bai enviaba sus salaams y lamentaba no poder visitar al sahib aquella noche, ni la próxima tampoco. Pero durante la semana siguiente vino todas las noches, aunque sus visitas eran cortas y siempre acompañada de Geeta, que atendía a Ash, y luego se retiraba a cierta distancia para esperar a que su ama y el sahib hablaran.
La anciana era bastante sorda, pero aún tenía una vista excelente, y sus temores resultaban útiles porque el menor movimiento atraía su atención. Su tosecita nerviosa señalaba que alguien se acercaba y los dos ocupantes de la tienda guardaban silencio. Pero nadie les interrumpía, y los sirvientes de Ash, que no habrían permitido acercarse a nadie sin detenerlo, estaban habituados a ver a la dai y a que viniera tarde. Como conocían la timidez de la mujer, no se sorprendían de que hubiera tomado la costumbre de traer una compañera. Veían llegar a las mujeres y luego marcharse, y eso no les causaba extrañeza.
Las amistosas reuniones en la tienda durbar ya eran una parte aceptada de cada día, porque después de las largas horas que pasaban en un ruth cerrado, Shushila a menudo estaba demasiado cansada como para desear compañía. Los caminos, cuando existían, eran rodadas de carros entre los pueblos, y donde no los había casi era preferible el suelo de la llanura. En ambos casos había una espesa capa de polvo, y las pezuñas de los bueyes levantaban el polvo en nubes asfixiantes que traspasaban las cortinas cerradas del ruth, y cubrían todo lo que había dentro, ropas, almohadones, manos, rostros y cabellos, con una fina capa gris.
Shushila tosía y gemía y se quejaba sin cesar del polvo, de las sacudidas y de la incomodidad, de manera que al final del día a menudo Anjuli estaba agotada, y algunas veces a punto de perder la paciencia y dar una paliza a su hermanita. El hecho de que no lo hiciera se debía a un hábito de muchos años más que al afecto y simpatía por Shushila, porque Juli había aprendido desde su infancia a controlar sus emociones y a reprimirse. Y a soportar, sin quejas, cargas que muchos adultos habrían encontrado difíciles de soportar.
Juli tenía seis años cuando Ashok y Sita escaparon de Gulkote, y durante los meses siguientes su posición en el palacio no fue nada envidiable. Pero llegó un día en que, por casualidad, logró tranquilizar a la pequeña Shushila, que estaba echando un diente y había llorado durante horas, cuando todos habían fracasado en calmarla. Su éxito se debió, probablemente, a que levantó en brazos a la niñita en un momento en que esta ya estaba agotada de llorar y de todas maneras se habría callado. Pero la Zenana, exhausta, pensaba de otra manera, y Janoo-Rani, a pesar de que adoraba a sus hijos varones y no se interesaba mayormente por una simple niña, dijo, sin pensarlo mucho, que en el futuro Kairi-Bai podría ser útil ayudando a cuidar a su medio hermana.
Sin duda la nautch tenía una cierta satisfacción maligna al ver a la hija de la Feringhi-Rani atendiendo su propia hija, pero a Kairi-Bai le gustó la repentina sensación de responsabilidad. Sus días ya no estaban vacíos, porque la hija de Janoo era una criatura enfermiza y nerviosa y quienes la atendían estaban encantados de que alguien hiciera ese trabajo por ellos… Aunque ese alguien fuera una niña de seis años. Kairi-Bai estaba ocupada todo el tiempo, y no fue sorprendente que, a medida que pasaron los años, Shushila llegara a verla menos como a una hermana mayor que como una combinación de niñera, compañera de juegos y esclava.
Kairi fue todas estas cosas: pero su recompensa fue el amor. Un amor egoísta y exigente, es cierto; pero, de todas maneras, amor, algo que ella nunca había tenido antes… La pobre Feringhi-Rani había muerto tan pronto que no la recordaba y aunque Ash había sido amable con ella y Sita le había brindado su afecto y su comprensión, sabía que ellos sólo se querían entre sí, mientras que Shushila, en cambio, no sólo la amaba, sino que la necesitaba. Que la necesitaran era también una experiencia nueva, y tan consoladora que no le importaron las largas horas de servidumbre que el descuido de los criados de la niña arrojaba sobre sus hombros.
Si Kairi hubiese hecho su voluntad, incluso es posible que hubiera logrado que su hermanita se convirtiera en una mujer bastante sana y bien equilibrada. Pero era demasiado pequeña y sin experiencia como para poder combatir la influencia perniciosa de las mujeres de la Zenana, cuya ansiedad por atraerse los favores de Janoo-Rani les llevaba a halagar demasiado a la pequeña Shushila, y a competir entre ellas en mimar y malcriar a la niña.
El propio trato de la nautch a su hija estaba totalmente gobernado por sus estados de ánimo. Como estos eran impredecibles, la pequeña Shushila nunca podía estar segura de si sería recibida con una caricia o una bofetada, y el resultado fue que desarrolló un sentimiento enfermizo de inseguridad, agravado por el hecho de que admiraba a su madre aún más de lo que la temía, y ansiaba su atención; las caricias descuidadas no podían compensar la tragedia de ser rechazada. Esto creó en ella una devoción apasionada por todo lo que era seguro y familiar: la intimidad y la protección de las paredes de la Zenana, los rostros y las voces de todos aquellos que poblaban su pequeño mundo y la rutina invariable de cada día. No mostraba interés por nada que estuviera más allá del sector de las mujeres o en el mundo externo al Palacio de los Vientos, ni deseos de aventurarse a entrar en él.
Kairi, que la había visto crecer, se daba cuenta de todo esto, y percibía con claridad las causas, aunque la propia Shushila nunca habría podido expresarlo, aun suponiendo que reconociera los móviles que la impulsaban.
La conducta de Shushila cuando murió su madre fue tan frenética que la Zenana predijo con toda seguridad que moriría de dolor: gimió, gritó y trató de arrojarse desde una de las ventanas. Cuando Kairi se lo impidió, se volvió hacia su medio hermana como un gato salvaje y le clavó las uñas en la cara hasta que le brotó la sangre. La encerraron en una habitación con ventanas enrejadas, y se negó a comer. El hecho de que resistió durante cinco días probó de manera concluyente que tenía más energía que la que permitían suponer su aspecto frágil y sus frecuentes enfermedades. Hizo oídos sordos a todos los esfuerzos de Kairi por consolarla, finalmente, fue Nandu quien puso fin a todo este enojoso asunto entrando en la habitación como una tromba y hablando a su hermana pequeña en términos que sólo usaría un hermano furioso y exasperado.
Para asombro de todos, este método dio resultado, en parte porque como maharajá de Karidkote, y también como hermano mayor, sin duda tenía autoridad sobre ella, pero principalmente porque era un hombre, y como tal, un ser magnífico y todopoderoso y cualquier mujer debía respetar sus deseos como leyes. Toda mujer india aprendía que su primera obligación era la obediencia. Y no había mujer, ni Zenana en toda la tierra, que no estuviera bajo el control indiscutible de algún hombre. Shushila se sometió mansamente a las órdenes de su hermano, y la cólera de este triunfó donde había fallado la amante paciencia de Kairi-Bai, y la paz volvió a la Zenana. Pero, como resultado del violento tratamiento que recibió de Nandu, Shushila de alguna manera transfirió a él toda la obsesiva admiración que había sentido por su madre, y las mujeres de la Zenana, que esperaban que la influencia de su hermana se acrecentara grandemente como resultado de la muerte de la Rani, se sorprendieron, en algunos casos se aliviaron, al descubrir que no era así. La posición de Kairi-Bai a este respecto no sufrió cambios, aunque en otros sentidos mejoró mucho, porque Nandu tenía un claro sentido de su propia posición y consideraba cualquier falta de respeto a un miembro de su familia inmediata como un menoscabo de su propia dignidad, y Kairi-Bai era una princesa de la Casa Real y su propia hermana.
Kairi no se preocupaba por nada más, porque hacía mucho tiempo que había aprendido que era mejor vivir para el presente y dejar el futuro en manos de los dioses, aunque estaba segura de que algún día se casaría… Al fin y al cabo, el matrimonio era el destino de toda muchacha. Pero su padre había sido demasiado indolente como para preocuparse del asunto, y su madrastra demasiado celosa como para buscarle un buen partido…
Sin embargo, tenía demasiado miedo del rajá como para permitir que la hija mayor de este se casara con alguien sin importancia. Por lo tanto, se archivó el problema de buscar un marido a Kairi-Bai, y con el tiempo parecía improbable que alguna vez le encontraran alguno. Después de todo, se estaba poniendo vieja: demasiado vieja para ser una novia.
Cuando su padre murió, y luego su madrastra, el problema seguía sin resolver; sólo que ahora era el orgullo de Nandu el que no le permitía soportar la idea de entregar en matrimonio a su hermana a alguien de rango inferior. Tampoco pensaba permitirle que se desposara antes que su hermana por padre y madre: Shushila debía casarse antes, y con un príncipe gobernante. Cuando esto se hubiera logrado, daría a Kairi en matrimonio a algún personaje menos importante, aunque se daba cuenta de que esto quizá no sería fácil, porque, además de tener bastantes años, Kairi no era una belleza: una mujer alta, delgada con pómulos prominentes, boca grande y manos de trabajadora… o de europea. Sin embargo, era hija del mismo padre que Nandu.
La pequeña Shushila, en cambio, prometía ser una belleza excepcional, y ya le habían hecho varias ofertas matrimoniales, aunque hasta el momento su hermano no las había aprobado. El rango o las riquezas de los candidatos no eran suficientemente impresionantes, o en dos casos en que este no era el obstáculo, las tierras de los pretendientes estaban demasiado cerca de Karidkote.
Nandu no había olvidado la forma en que su padre adquiriera el disputado Estado de Karidarra, y no tenía intención de permitir que algún día un descendiente de su hermana Shushila reclamara sus propios territorios. Nandu era una persona muy cuidadosa. Pero cuando llegó una propuesta del Rana de Bhithor la aceptó, aunque no podía decirse que fuera un candidato espléndido, ya que Bhithor era un pequeño estado atrasado, con riquezas nada espectaculares, y su monarca, un hombre de mediana edad que ya se había casado y enviudado dos veces y que tenía siete hijas. Sus dos esposas anteriores habían muerto de parto, la última sólo hacía un año, aunque corrían rumores de que la habían envenenado, y de sus siete hijas, cinco que sobrevivieron a la infancia eran todas muchísimo mayores que Shushila. Pero su alcurnia era superior a la de Nandu y los regalos que envió eran de una riqueza impresionante. Lo mejor era que su reino estaba a más de setecientos kilómetros al Sur, lo suficientemente lejos de Karidkote como para que cualquier futuro Rana soñara en anexionárselo. En opinión de Nandu, era una proposición sensata y satisfactoria. Pero su hermanita estaba horrorizada.
Shushila siempre había sabido que algún día debería casarse, pero ahora ese día realmente había llegado y estaba aterrorizada. La idea de abandonar su hogar y a todas las personas y el ambiente familiar en que había crecido le daba un gran temor, y le resultaba insoportable la perspectiva de viajar cientos de kilómetros a través de la India hacia un lugar y un hombre extraños… Hacia un viudo de edad madura. No podía enfrentarse con esto. No lo haría… No lo haría. Prefería morirse.
Una vez más, sus chillidos y lamentaciones histéricas sacudieron la Zenana y esta vez ni siquiera Nandu y su cólera lograron convencerla, aunque Nandu amenazó con hacerla azotar, casi hasta matarla, si no obedecía. Pero Nandu no comprendía, cómo lo hacía Anjuli, que en el fondo del terror y la resistencia de Shushila estaba el miedo a una muerte mucho peor. La muerte por fuego. Comparado con eso, unos azotes parecían algo trivial.
Anjuli explicó, durante una de esas visitas a la tienda de Ash, que Janoo-Rani dio órdenes de que se instruyera severamente a su hija en todas las cosas que debe saber una mujer bien nacida no sólo en materia de ritos religiosos y en el uso adecuado de la pujah, sino en todos los asuntos de ceremonia y etiqueta, y en las obligaciones de una esposa hacia su marido. Shushila supo esto casi desde que aprendió a hablar y sólo tenía cinco años cuando la llevaron a ver las huellas de manos en el portón del Suttee, ¿recuerdas? Y se le dijo que, si alguna vez quedaba viuda, debía quemarse viva en la pira funeraria de su marido. Luego la obligaban a introducir el dedo pequeño en arroz hirviente, para enseñarle a soportar el fuego sin flaquear.
El comentario de Ash fue salvaje e irreproducible, y aunque lo expresó en inglés, Anjuli no necesitó traducción: bastaba con el tono. Anjuli asintió con la cabeza y agregó con aire pensativo:
—Sí, fue cruel, y no sirvió de nada, porque lo único que se logró fue que Shushila se asustara más todavía. Le aterrorizaba el dolor. No puede soportarlo.
Ash observó cáusticamente que Janoo-Rani tampoco podía soportarlo, porque no llevó a la práctica lo que predicaba cuando murió su propio marido, y Ash no creía, ni por un momento, que nadie la hubiese encerrado en una habitación contra sus deseos. Ni que le hubieran impedido hacer nada que deseara hacer.
—Es verdad —asintió Anjuli—. Creo que no quiso arrojarse a la pira porque estaba muy enojada con mi padre, que se casó con otra mujer, y odiaba tanto a esa mujer que no quiso arder con ella porque se habrían mezclado sus cenizas.
Ash emitió un ruido grosero y dijo que esa era una buena historia, pero que parecía evidente que Janoo-Rani nunca tuvo intenciones de quemarse viva. En cuanto a Shushila, no había de qué preocuparse, ya que ahora el suttee estaba prohibido por ley.
—Una ley inglesa —se burló Anjuli—. ¿Realmente te has vuelto tan angrezi que crees que basta con que tu gente diga «está prohibido», para que estas antiguas costumbres cesen de inmediato? ¡Bah…! Hace siglos que las viudas se queman junto con sus maridos, y la tradición no morirá en un día, ni en un año ni en veinte años, porque lo ordenen los feringhis. En lugares donde hay muchos angrezis, policías y pultons para hacer cumplir la ley, habrá quienes la obedezcan. Pero muchos otros no la obedecerán, y tu Raj nunca se enterará de ella; porque este es un país muy extenso para que lo vigile un puñado de feringhis. Esta costumbre solo se abandonará cuando las mujeres se nieguen a someterse a ella.
Sin embargo, Anjuli sabía que Shushila, en todo caso, nunca se negaría. Esa enseñanza de sus primeros años había causado en ella una profunda impresión, y aunque el solo pensamiento de semejante muerte la aterrorizaba más allá de las palabras, no se le ocurriría evitarla, porque sabía que ninguno de los predecesores de su padre había ardido solo (esas huellas trágicas en el portón del suttee eran testigo de ello) y su padre mismo había sido acompañado a la pira por su última esposa, la pequeña intrigante, Lakshmi-Bai. Era el deber ineludible de una esposa real.
Si su futuro esposo hubiera sido un muchacho de su propia edad, o al menos, un adolescente, la reacción de Shushila ante la noticia de su casamiento lo más probable es que hubiese sido muy diferente. Pero el Rana tenía casi cuarenta años y podía morir en cualquier momento, y entonces su peor pesadilla se convertiría en realidad y la quemarían viva. El dedo que le habían obligado a introducir en arroz hirviente estaba consumido hasta el hueso, y ella había aprendido a ocultado muy hábilmente, con el borde de su sari, de manera que nadie lo advirtiera. Pero aunque ahora carecía de sensibilidad, Shushila nunca olvidó la agonía de aquellos primeros días; y si se puede sentir semejante dolor en el dedo pequeño, ¿qué sería sentido en el cuerpo entero al ser arrojada al fuego? Era esta idea la que la conducía a un frenesí histérico y la hacía declarar salvajemente que no se casaría con el Rana… ni con ningún otro.
Quizá si le hubiera explicado esto a Nandu, este hubiese sentido lástima de ella, aunque no habría cambiado sus planes. Pero Shushila no admitiría nunca que lo que la aterrorizaba no era el matrimonio, sino la viudez, porque esto significaría que ella, una Rajkumari, e hija de la familia real, se negaba a aceptar un destino que millones de mujeres más humildes habían aceptado sin discusión, y no quería caer en desgracia admitiendo su propia cobardía. Si Anjuli lo sabía, no era porque Shushila se lo hubiese confiado, sino porque la quería, y, por tanto, no necesitaba palabras para explicar la causa real de su negativa terca e histérica a casarse con un hombre que Nandu había elegido para ella.
Fue una época difícil para casi todos en el palacio, y especialmente para Anjuli. Pronto, los demás perdieron la simpatía y la paciencia por ella, y a medida que continuaban las escenas de histeria, se encrespaban los ánimos. Intentaron intimidarla, sobornarla y conquistar su voluntad, pero sin ningún resultado; finalmente, Nandu llevó a cabo su amenaza e hizo azotar a su hermana. La violencia física tuvo éxito, porque Shushila, como decía Anjuli, no soportaba el dolor, y aunque no existía comparación entre una paliza y ser quemada viva, esta última calamidad pertenecía, al fin y al cabo, al futuro, y quizá podría evitarse, mientras que la paliza, los crueles golpes con una vara de bambú que dejaron marcas en su carne tierna, estaban sucediendo ahora, y Shushila no podía soportarlo. Capituló casi de inmediato. Pero no de manera incondicional. Obedecería a su querido hermano y se casaría con el Rana… pero sólo si Kairi iba con ella y se quedaba con ella. Si le aseguraban esto, prometía no crear más problemas y ser una buena esposa y hacer todo lo que pudiera por agradar a su marido y a su hermano. Pero si no…
La perspectiva de soportar más escenas de nervios resultaba intolerable. Nandu tenía inteligencia suficiente como para reconocer que, a pesar de su apariencia frágil, la belleza no era la única herencia que Shushila había recibido de su madre: en aquella niñita malcriada, histérica y excesivamente imaginativa se ocultaba el temple de acero de Janoo, y si le exigían demasiado era posible que se quitara la vida: no con veneno o con un arma, ni con nada que implicara demasiado dolor sino saltando desde una ventana o lanzándose al fondo de un pozo, que consideraría una muerte más rápida y fácil… o, sencillamente, dejando de comer. Era obstinada hasta la exasperación cuando se lo proponía, por lo que una vez que salió de Karidkote y ya no estaba bajo la vigilancia de Nandu, era imposible saber qué haría, si se había marchado contra sus deseos. Por lo tanto, era mejor que lo hiciera por su voluntad; y si era posible persuadir al Rana a que tomara dos esposas en vez de una, se lograría una rápida solución a otro problema: el de encontrar un marido para Kairi-Bai.
Los emisarios del Rana fueron agradables, y Nandu experimentó la satisfacción del que mata dos pájaros de un tiro, aunque había que admitir que la dote exigida por Kairi-Bai excedía en gran medida a la que él había pensado, y hubo muchas discusiones sobre el tema, algunas de las cuales resultaron bastante agrias. Finalmente, el asunto se solucionó con ventaja para el Rana, porque, como señaló la favorita de Nandu en esos momentos, era justo que la deficiencia de Kairi-Bai en materia de crianza, edad y belleza fuera compensada por una dote sustancial. Y, además, el costo de una doble boda sería mucho menor que el de dos bodas por separado.
Esto sin duda era cierto, porque Nandu pudo economizar en materia de joyas y ajuar para la boda de su medio hermana, dando como excusa que era adecuado que su ajuar fuera más pequeño y menos valioso que el de la novia más importante, Shushila-Bai. Además, la comitiva que envió para escoltar a sus dos hermanas a Bhithor sería igualmente numerosa y lujosa si iba una sola de ellas, ya que, en realidad, era menos una comitiva de bodas que una exhibición pública del poder, esplendor e importancia de Su Alteza el maharajá de Karidkote. Nandu, como el señor Carter, oficial del distrito, había señalado, estaba haciendo exhibición de su riqueza.
Pero organizar todo esto llevó tiempo, ya que el Rana permaneció en Bhithor, y los enviados que debían negociar el matrimonio no podían aceptar a una novia más sin consultar previamente. Los mensajeros recorrieron varias veces la distancia que separaba a los dos alejados Estados, y como el viaje era lento y arduo incluso para un jinete con caballos veloces, pasaron muchos meses antes de que las hermanas partieran finalmente hacia Bhithor. Anjuli no tenía voz ni voto en todo esto: su futuro fue decidido por su medio hermano y los favoritos de este, y ella no pudo decir nada al respecto. Aunque se hubieran tenido en cuenta sus deseos (y, lo cual era aún más improbable, estos hubieran tenido alguna influencia), jamás habría soñado en abandonar a Shushila. Shu-Shu siempre la había necesitado y ahora la necesitaba más que nunca. No se podía pensar en dejarla marchar sola, y Anjuli, sencillamente, no lo consideró. Tampoco pensó mucho en el futuro marido, o en cuáles serían sus sentimientos hacia un hombre que estaba decidido a casarse con ella sólo para poder tener por esposa a su hermana menor. El convenio no le anunciaba un futuro muy feliz, pero esto tenía poca importancia, porque Anjuli nunca había esperado mucho del matrimonio. Le parecía un juego de azar con los dados muy cargados en favor del sexo opuesto, porque ninguna mujer podía elegir a su marido; sin embargo, una vez casada con él, aunque su marido resultara ser cruel e injusto con ella, o físicamente repulsivo, debía idolatrado como a un Dios, sirviendo y cumpliendo su voluntad hasta el fin de su vida, y si él moría antes que ella, inmolándose en su pira. Si un novio se sentía desilusionado al levantar el velo de su esposa y ver por primera vez el rostro de la muchacha con quien se había casado, podía consolarse con otras mujeres, pero una novia desilusionada sólo tenía su sentimiento del deber, y la esperanza de tener hijos que la consolaran.
En esas circunstancias carecía de sentido confiar demasiado en un matrimonio feliz Y Anjuli no lo hizo; en parte, seguramente, porque en algún rincón de su mente vivía la esperanza de que algún día Ashok y su madre volvieran a buscarla, y pudiera irse con ellos a vivir durante el resto de su vida en un valle entre las altas montañas.
Esa ilusión nunca se esfumó del todo; aunque se debilitó a medida que pasaban los años y Ash y su madre no volvían. Pero en tanto Juli no se casaba, tenía la sensación de que le quedaba una puerta abierta; y a medida que crecía y dejaba atrás la infancia, y aún no se hablaba de un marido para ella, comenzó a pensar que quizá nunca lo tendría.
En el caso de Shushila, por supuesto, las cosas eran diferentes. Shu-Shu sería tan hermosa como su madre; eso ya resultaba evidente. Además, era una persona de importancia considerable, de modo que sin duda dispondría de un casamiento temprano y espléndido. Anjuli se había resignado hacía mucho tiempo al hecho de que ese casamiento las separaría, quizá para siempre y la noticia de que no sería así, y de que permanecerían juntas, la compensó por muchas otras cosas. Por el hecho de que esa puerta se cerrara y finalmente tuviera que abandonar un sueño. Por abandonar Karidkote y terminar sus días en un país caluroso y árido y muy alejado hacia el Sur, donde nadie había visto jamás un deodar o un pino, donde no había montañas… y ni siquiera nieve…
Jamás volvería a ver al Dur-Khaima, ni aspiraría el perfume de las agujas de los pinos cuando el viento soplaba del Norte. Y si Ashok cumplía su promesa y volvía, sería demasiado tarde, porque ella ya se habría marchado.