19

—Mi hermana Shushila —anunció Jhoti presentándose dos días después en la tienda del capitán Pelham-Martyn— dice que desea verte.

—¿Sí? —preguntó Ash sin mucho interés—. ¿Para qué?

—Ah, creo que sólo para charlar un rato —respondió Jhoti sin darle importancia—. Quería venir conmigo a visitarte, pero mi tío le dijo que no le parecía correcto. Pero dijo que hablaría con Gobind esta tarde, y que si él lo aprueba, pueden llevarte esta noche a nuestra tienda durbar. Y que allí cenaremos y charlaremos todos juntos.

De pronto, Ash se puso alerta.

—¿Y qué dijo Gobind?

—Que sí, que podían llevarte en un dhooli. Le dije a mi hermana que tú seguramente no querrías ir, porque las muchachas parlotean como cotorras y nunca hablan de cosas serias. Pero ella me respondió que quiere oírte hablar a ti. Mi tío opina que es porque está aburrida y asustada, y las cosas que tú cuentas le interesan y la hacen reír, de manera que olvida sus temores. Shu-shu es muy poco decidida. Tiene miedo hasta de los ratones.

—¿Y tu otra hermana?

—Ah, Kairi es diferente. Pero ella es mayor, y su madre era una feringhi. Además es fuerte y más alta que mi hermano Nandu… cinco centímetros más. Nandu dice que tendría que haber sido un hombre, y yo pienso que ojalá lo hubiese sido: entonces sería maharajá en lugar de él. Kairi jamás me habría impedido asistir a las bodas como mi hermano… ese torito gordo y maligno.

Nada le habría interesado más a Ash que hablar de Kairi-Bai, pero no le permitiría a Jhoti hacer comentarios desagradables sobre el maharajá en su presencia, en particular cuando estaban rodeados de sirvientes del niño y de Ash. Por lo tanto llevó la conversación a terreno menos peligroso y pasó el resto de la mañana contestando innumerables preguntas sobre el cricket y el fútbol y pasatiempos similares de los angrezi-log hasta que Biju-Ram vino a buscar a Jhoti para almorzar.

Biju-Ram no se quedó mucho tiempo, pero esos minutos fueron interminables para Ash. Una cosa era sentir ese escrutinio frío y hostil a la luz de una lámpara en una tienda llena de gente… y vestido con su uniforme y con aspecto extranjero, de sahib, y otra muy diferente soportarlo a plena luz del día y sin poder moverse de la cama, mientras miraba el rostro familiar de su viejo enemigo y escuchaba los tonos suaves de esa voz que tan bien recordaba, haciendo cumplidos e interesándose por su salud; Ash no podía creer que aquel hombre no le hubiese reconocido.

Pero aunque los ojos de Biju-Ram eran tan agudos como siempre, aún no había señales en ellos de reconocimiento, y si podía creerse lo que decía, estaba muy agradecido de que Ash hubiese salvado a Jhoti. Esto no era sorprendente si era cierto que estaba en desgracia con el maharajá y esperaba dirigir un grupo rival, porque Jhoti vivo podría ser algún día un as en la manga, mientras que muerto sólo significaría un desastre para el grupo de personas que le acompañó al salir de Karidkote.

A Ash se le ocurrió que quizás el aspecto más extraño de la cuestión era que él y Biju-Ram se encontraran del mismo lado de la valla… cualquiera fuese esta. Pero, aunque habría preferido no tener semejante aliado, no podía negarse que la ambición de Biju-Ram, combinada con sus temores por su propia piel, finalmente resultarían mejor garantía para la seguridad de Jhoti que la que él y Mulraj podían brindarle.

Ash estaba seguro de que Juli haría lo posible por evitar un encuentro con él. Pero estaba igualmente convencido de que no lo conseguiría: Shushila se ocuparía de ello, porque era evidente que la muchacha más joven dependía mucho de su hermana y que no hacía ningún movimiento sin ella. Por lo tanto, no se sorprendió de verla entrar con su hermana momentos después de ser trasladado él a la tienda durbar, aunque sí le sorprendió que Juli no esquivara su mirada, sino que le mirara a su vez con expresión grave y con un interés tan grande como el suyo.

Le devolvió el saludo sin ninguna cortedad, y al inclinarse en el agraciado gesto convencional del namaste, con las palmas unidas y alzadas para tocarse la frente, la ligera inclinación de su cabeza hacia un lado y la forma de sus manos, firmes y angulosas, distintas de las manos delicadas de la mayoría de las mujeres de la India, de pronto le resultaron tan familiares que se asombró de no haberla reconocido a primera vista.

Al pensar en la entrevista, Ash había temido que ella estuviera fría con él, o abiertamente hostil, y había pensado cómo hacer frente a la situación. Pero no había frialdad ni animosidad en aquellos ojos que Ash había comparado con los «estanques de peces de Heshbon», y no demostraban miedo sino interés. Evidentemente, Juli admitía que él era Ashok, o que lo había sido, y buscaba atentamente en los rasgos de este inglés desconocido el rostro del niño hindú que había conocido. A medida que avanzaba la noche, Ash advirtió que ella escuchaba no tanto lo que él decía, sino el sonido de su voz: tal vez lo comparaba con su recuerdo de la voz de aquel niño que hablaba con ella en el balcón de la Reina.

Ash no tenía mucha conciencia de lo que decía en los comienzos de la reunión y sentía una vaga sensación de hablar al azar. Juli siempre había sido una niña algo solemne, modesta, que parecía mayor de lo que era, y conservaba bastante de esa gravedad. Cualquiera se daba cuenta de que era una mujer con una vida rígida y ajetreada, que había perdido la costumbre (si alguna vez la tuvo) de dar importancia a sus propios sentimientos y deseos, porque las necesidades de los otros la presionaban y absorbían con exclusión de todo lo demás. Una joven poco segura, sin conciencia de su propia belleza y, a juzgar por su actitud hacia Shushila, sobrecargada con una responsabilidad que más se parecía a la de una madre o una niñera que a la de una hermana mayor.

Ash no se sorprendía de que su aspecto poco común no fuera apreciado por su gente ni por ella misma, ya que divergía tanto del ideal de belleza de la India, pero le perturbaba su aceptación de la dependencia de Shushila y todo lo que esta implicaba, aunque no sabía por qué le ponía tan incómodo. ¿Sería posible que tuviera miedo de Shushila? Descartó el pensamiento casi antes de formularlo, y decidió que era porque le ofendía pensar que Juli ocupaba el segundo lugar después de la hija de la nautch, y que mimaba y se preocupaba por una criatura malcriada y nerviosa, que le obligaba a hacer cosas que no deseaba con el simple recurso de estallar en lágrimas o de la extorsión moral del tipo «Si no vienes conmigo, no iré», y cosas por el estilo. Sin embargo, no había nada débil en la firme línea del mentón de Juli ni en sus cejas rectas. Y el episodio del río probaba, además, que era rápida en sus decisiones y valiente.

A Ash le resultaba difícil apartar la mirada de ella, y no lo intentaba porque le hacía bien. Sólo cuando Jhoti le tiró de la manga y le preguntó en voz baja por qué no hacía más que mirar a Kairi, se dio cuenta de lo insensato de su conducta, y a partir de ese momento fue más cuidadoso. La hora permitida por Kaka-ji fue un intervalo muy agradable después de estar tanto tiempo tendido en el catre de su tienda.

—Mañana vendrá usted otra vez —dijo Shushila en un tono que indicaba una orden más bien que un ruego—. Para su sorpresa, Kaka-ji apoyó la invitación, aunque las razones del anciano para ello eran muy simples.

Kaka-ji estaba cansado de escuchar las lamentaciones de su sobrina. Y cansado también de calmar sus temores nerviosos, que ella había olvidado temporalmente ante la novedad de conocer a un extranjero y la excitación posterior de saber que le había salvado la vida a Jhoti, escapando a duras penas de la muerte. Pero ahora los temores habían vuelto, como resultado del aburrimiento y la inactividad de los últimos días.

Su sobrina Kairi estaba acostumbrada a trabajar, e incluso en el campamento debía ocuparse de muchas cosas, por ejemplo, tratar con los criados, escuchar quejas y hacer lo posible por resolver los problemas, supervisar a las mujeres de servicio, ordenar las comidas, cocinar y coser… las tareas no tenían término. Pero con Shushila era diferente, porque siempre la habían atendido en todo y encontraba intolerable la situación actual. Mientras el campamento avanzaba, veía algo nuevo todos los días, y al menos se movían, aunque fuera hacia un futuro que temía. Pero a causa de la salud de Ash se habían detenido durante demasiado tiempo, y no había muchas actividades para una princesa mimada que debía pasar los días en tiendas calurosas y soportar corrientes de aire por las noches.

Anjuli hacía lo que podía por entretener a su hermana, pero juegos tales como el chaupur y el pachesi pronto la cansaron, por lo que Shushila se quejaba de que la música le producía dolor de cabeza, de que no quería casarse y de que su prima Umi, la nieta de Kaka-ji, había muerto de parto, y ella no quería morirse en un país extraño… o, más bien, no quería morirse de ninguna manera.

Kaka-ji, como su hermano el difunto maharajá, era un hombre apacible, pero pronto llegó al límite de la exasperación con las lágrimas, los temores y las quejas de la hija menor de su hermano, y ahora estaba dispuesto a apelar a cualquier recurso para aliviados. Por eso, a pesar de que en circunstancias normales no le habría parecido correcto que el joven visitara a sus sobrinas con tanta frecuencia, apoyó la orden de Shushila de que el sahib repitiera su visita al día siguiente.

El sahib la repitió, y luego, aunque Kaka-ji nunca supo muy bien cómo sucedió esto, se convirtió en algo aceptado que lo llevaran a la tienda durbar todas las tardes, donde él, Jhoti, Kaka-ji y a veces Muldeo Rai o Mulraj, quien por su parentesco y su cargo tenía el privilegio de entrar, conversaban con las novias y con sus doncellas, o se entretenían con juegos inocentes. Todo servía para pasar el tiempo y calmar la tensión nerviosa de Shushila, y ella, como Jhoti, se deleitaba con los relatos sobre Belait, muchos de los cuales le parecían sumamente cómicos.

Los dos estallaban en carcajadas ante cosas como los bailes y el absurdo de hombres y mujeres haciendo piruetas al compás de la música; los londinenses, avanzando medio a ciegas en medio de la niebla, las familias que se bañaban en el mar de Brighton, o las descripciones de las ropas ridículamente incómodas de las mujeres angrezi: sus zapatos estrechos, de tacones altos, y sus corsés aún más ajustados, verdaderas armaduras con acero y ballenas que las sofocaban; el relleno de crinolina bajo innumerables enaguas, los rellenos que usaban para recoger sus cabellos en rodetes, y los sombreros fijados en lo alto de estos edificios con un montón de alfileres, y decorados con flores, plumas y pieles, y a veces hasta con un pájaro embalsamado completo.

La que casi nunca hablaba era Anjuli-Bai. Pero escuchaba, y a veces se reía, y aunque ostensiblemente Ash hablaba para todos los presentes, en realidad su conversación iba dirigida a Anjuli. Se esforzaba por complacerla, y para ella trataba de describir algo de su vida en Inglaterra, para que ella supiera qué le había sucedido y cómo había pasado esos años desde su huida de Gulkote.

A Ash le resultaba increíblemente fácil decir cosas que tuvieran cierto significado solo comprensible para Anjuli, y a veces una sonrisa o un leve movimiento de cabeza le indicaban que ella había comprendido una alusión que a los otros se les escapaba. Era como si el tiempo hubiese retrocedido y una vez más, como en presencia de Lalji y sus cortesanos, hablaban entre ellos en código y usando un lenguaje que sólo ellos dos entendían, porque, aunque sólo fuera en este aspecto, subsistía la relación que habían tenido desde niños.

La última vez que jugaron a eso, Juli era apenas un niñita, y hasta poco tiempo atrás, Ash también se había olvidado de la forma en que hablaban a Lalji, o fingían hablar a un monito o a otro animal cuando en realidad hablaban entre ellos… intercambiando noticias o acordando el lugar de un encuentro. Hasta recordó la palabra en código que usaban para referirse al balcón de la Reina: Zamurrad (esmeralda), que era el nombre que también daban al pavo real que vivía con su harén el jardín del Yuveraj. La relación con la Torre del Pavo Real era fácil de entender; encontraban cien maneras de introducir esa palabra en la conversación.

También tenían una palabra para designar las habitaciones de la madre de Ash, pero no la recordaba; porque aunque le quedaba una borrosa imagen de ella el paso del tiempo la había hundido entre otras ruinas y no podía recapturarlas. Sólo cuando renunció al intento se despertó una noche con la palabra olvidada en la cabeza: Hanuman. Claro, Hanuman, el Dios-Mono, cuyas legiones formaron un puente viviente a través del mar hasta Lanka, cogiéndose uno a otro por la cola para que Rama pudiera cruzar sin peligro a rescatar a su esposa Sita, secuestrada y aprisionada allí por un Demonio.

¿Juli recordaría eso? ¿O era demasiado pequeña? Sin embargo, recordaba tanto… mucho más que él, y su respuesta a la conversación oblicua revelaba que no había olvidado el viejo método de comunicación que tenían entre los dos cuando no estaban solos. Quizá podría volver a usarlo y avanzar un poco más. Valía la pena intentarlo, pensó Ash, y lo intentó la noche siguiente. Pero esta vez Juli no dio señales de haber entendido o de recordar, y aunque no evitó su mirada, no podía decirse que la devolviera.

Ash regresó a su tienda sintiéndose cansado y derrotado; trató con grosería a Mahdoo y con sequedad a Gul Baz. Cuando aquella noche la dai anunció su presencia desde el otro lado de la tienda, Ash le respondió que se marchara porque ya no necesitaba tratamiento ni deseaba ver a nadie. Para probarlo apagó su lámpara, pensando que ella no podría trabajar en la oscuridad y que debía aceptar ser despedida sin discusión… tampoco se le ocurrió que lo discutiría. Pero, por lo visto, la dai era más obstinada de lo que él pensaba, porque la entrada de la tienda se abrió y penetró la luz de la luna que acompañó a la figura velada al entrar en la tienda.

Ash se incorporó sobre un hombro y repitió con cólera que aquella noche no la necesitaba y que se fuera y le dejara en paz, pero la mujer respondió:

—Si tú mismo me mandaste venir.

El corazón de Ash pareció saltar en su pecho y exclamó:

—¡Juli!

Se oyó una carcajada ahogada, una risa familiar, pero con un toque extraño, y Ash se aferró con su mano sana a un pliegue de algodón tosco, por miedo de que Juli desapareciera tan silenciosamente como había llegado.

—¿No querías que viniera? —preguntó Anjuli—. Hablaste de Hanuman, y ese era el nombre que usabas para hablar de tu patio.

—El de mi madre —corrigió involuntariamente Ash.

—También tuyo. Y como ella ya no está, sólo podía referirse a una cosa: tu tienda. ¿Me equivoco?

—No. Pero eras apenas una niñita. ¿Cómo es posible que lo hayas recordado?

—No fue difícil. Después que os marchasteis lo único que me quedaba que hacer era recordar.

Anjuli habló con tono sereno, pero esa frase le recordó a Ash qué solitarios debían de haber sido todos aquellos años para ella, y se le hizo un nudo en la garganta.

Anjuli no podía verle la cara, pero pareció leer sus pensamientos, porque dijo:

—No te aflijas. He aprendido a que nada me importe.

Quizá fuera así, pero a él le importaba, le importaba terriblemente. Le aterraba pensar en la niña Juli sola y abandonada, sin otra cosa para vivir que recuerdos y esperanza de que él cumpliera su promesa de volver. ¿Cuánto tiempo haría que había perdido esa esperanza?

—Y tú también recordabas —dijo Anjuli.

Pero eso no era totalmente cierto. En realidad, si no hubiera sido por Biju-Ram no sabría quién era ella y, por supuesto, no recordaría el juego de palabras con doble sentido y en código que él mismo había inventado. Ash se aclaró la garganta y habló con esfuerzo.

—Sí pero no sabía si tú recordarías… o comprenderías.

Y de pronto lo asaltó el pánico por su, egoísmo y la estupidez que había cometido…

—No debiste haber venido aquí. Es demasiado peligroso.

—¿Entonces para qué me llamaste?

—Porque ni en sueños creí que vendrías. Que podrías venir.

—Pero fue muy simple —explicó Juli—. Sólo tuve que pedir a Geeta que me prestara una bourka y me permitiera venir en su lugar. Me quiere porque una vez le hice un favor. Y yo ya he estado antes aquí, ¿recuerdas?

—Así que eras tú… la primera noche después del accidente. Estaba seguro de que eras tú, pero Mulraj dijo que era sólo la dai, y…

—Él no lo sabía —respondió Anjuli—. Vine con Geeta porque estaba enfadada contigo por… por tratarme como un sahib. Y porque durante años no pensaste en mí, mientras yo…

—Lo sé. Lo siento, Juli. Creí que no querrías volver a hablarme.

—Tal vez nunca habría vuelto a hacerlo si no hubieras resultado herido. Pero pensé que podías morir, y por eso le pedí a Geeta que me trajera. Vine con ella más de una vez, pero me quedaba sentada en la oscuridad mientras ella te atendía.

—¿Por qué, Juli? ¿Por qué? —Ash dio un tirón imperativo al pliegue de tela que aferraba en la mano, y Anjuli respondió con lentitud:

—Supongo que… para oír tu voz. Para estar segura de que realmente eras quien decías ser.

—Ashok.

—Sí. Mi hermano Ashok. Mi hermano de siempre.

—¿Tu…?

—Mi hermano de brazalete. ¿Te habías olvidado de eso? Yo no. Para mí, Ashok siempre fue un hermano más verdadero que Lalji… o que Nandu o Jhoti. Siempre fuiste mi hermano.

—¿De veras? —Ash parecía curiosamente desconcertado—. ¿Y ahora estás segura de que soy el mismo Ashok?

—Por supuesto. Sino no estaría aquí.

Ash tiró de la bourka para acercarla a él, y dijo con impaciencia:

—Quítate esto y enciende la lámpara. Quiero mirarte.

Pero Anjuli sólo se rio y sacudió la cabeza.

—No. Eso realmente sería peligroso, muy tonto también, porque si alguien nos sorprendiera pensarían que soy la vieja Geeta, y como ella rara vez habla, no habría peligro. Suéltame ahora, y me sentaré aquí un rato a hablar contigo. Es más fácil hablar así, en la oscuridad, porque como no me ves la cara, ni yo veo la tuya, podemos intentar creer que somos otra vez Kairi y Ashok, y no el capitán Pelham Martyn, que es un angrezi, o la Rajkumari Anjuli-Bai que será…

Se detuvo un poco bruscamente, y sin terminar la frase, se dejó caer en la alfombra, donde se sentó cómodamente con las piernas cruzadas junto al catre: una forma pálida de contornos poco definidos que podría haber sido un fantasma… o un montón de ropa para lavar.

Más tarde, tratando de recordar de qué habían hablado, a Ash le pareció que habían hablado de todo. Sin embargo, tan pronto como ella se fue, recordó cien cosas que habría querido preguntarle o había olvidado decirle, y hubiese dado cualquier cosa por llamarla para que volviera. Pero estaba seguro de que volvería a verla, y eso representaba un enorme consuelo.

No tenía idea de cuánto tiempo había permanecido Juli allí, porque había tanto que decir que perdió la noción del tiempo.

Hablaban en susurros por temor a despertar a los sirvientes de Ash, y si no hubiera sido por la intervención de la dai, Geeta, quien había tenido el valor de atravesar el campamento silencioso para averiguar por qué no había vuelto su señora, es posible que hubiesen continuado hablando hasta el amanecer sin darse cuenta. Pero la voz ansiosa de Geeta los despertó bruscamente, sacándolos del pasado y entonces se dieron cuenta de que era muy tarde y del riesgo que corrían porque ninguno de ellos la había oído aproximarse y muy bien podría haber sido otra persona quien se acercó de puntillas a la puerta de la tienda mientras estaban absortos en la conversación.

Anjuli se puso de pie en seguida y fue hacia la entrada.

—Ya voy, Geeta. Buenas noches, hermano mío. Que duermas bien.

—Pero volverás, ¿verdad?

—Si puedo. Pero, aunque no pueda, nos veremos en la tienda durbar.

—¿De qué sirve eso? Allí no puedo hablarte.

—Sí que puedes. Como lo hacíamos en los viejos tiempos, y como lo hiciste esta noche. Es tarde, hermano. Debo irme.

—Juli, espera… —Su mano se tendió en la oscuridad, pero ella ya no estaba a su alcance. Un momento después Ash volvió a ver la luz de las estrellas a través de la puerta de la tienda y, aunque no oyó sonido alguno, supo que Juli se había ido.