—Nos has dado mucho que hacer, ¿sabes? —comentó Jhoti con tono trivial.
—Afsos, Alteza —murmuró Ash, y, juntando las manos en un gesto burlón de sometimiento, agregó que estaba haciendo lo posible por mejorar y que en unos días se levantaría de la cama.
—No, no me refiero a eso —respondió Jhoti—. Me refiero a los sacerdotes.
—¿Los sacerdotes? —Ash no entendía nada.
—Sí. Se enfadaron mucho con mis hermanas. Y también conmigo y con Mulraj, y sobre todo con mi tío. ¿Y sabes por qué? Porque se enteraron de que cuando venías a la tienda durbar te sentabas en la misma alfombra que nosotros, y que cuando te ofrecíamos de comer y beber realmente comías y bebías en lugar de sólo fingir hacerlo. Eso no les gusta, sabes, porque son muy severos y armaron un gran escándalo al respecto.
—¿Ah, sí? —Ash frunció el ceño—. Sí… supongo que debí de haberlo pensado. ¿Es decir que no me invitarán más a la tienda durbar?
—Ah, sí, porque mi tío se enfadó mucho más que ellos y les dijo que recordaran que tú nos salvaste de una gran desgracia y una vergüenza… porque, por supuesto, para nosotros habría sido terrible que Shu-shu se ahogara… y que, de todos modos, él se hacía totalmente responsable de esto. Después de eso, los sacerdotes ya no tenían nada que decir, porque saben muy bien que mi tío es muy devoto, y dedica horas a sus pujah (devociones), y da limosnas a los pobres y dinero y valiosos regalos a los templos. Además, es el hermano de nuestro padre. Yo también me enfadé mucho… con Biju-Ram.
—¿Por qué con Biju-Ram?
—Porque me hizo un montón de preguntas sobre lo que hicimos cuando tú viniste a la tienda durbar, y se lo conté; y en seguida fue a decírselo a los sacerdotes. Dijo que sólo lo hacía para protegerme, porque, si llegaba a oídos de Nandu, él lo difundiría para desprestigiarme, y todos se enfurecerían conmigo por permitirlo. ¡Como si a mí me importara lo que piensan Nandu y los log del mercado! Biju-Ram se entromete demasiado. Se comporta como si fuera mi niñera, y no lo toleraré… Ah, aquí está mi tío, que viene a visitarte. Salaam, Kaka-ji.
—Debí de haber imaginado que estarías aquí, fatigando al sahib con tu charla —dijo Kaka-ji en tono de reprobación—. Ahora vete, muchacho, porque Mulraj te espera para ir a cabalgar.
Hizo un gesto para apresurar la partida de Jhoti. Al verlo alejarse, levantó un dedo acusador hacia el herido.
—Es usted demasiado paciente con ese chico. ¿Cuántas veces se lo he dicho?
—He perdido la cuenta. ¿Sólo ha venido aquí a regañarme, sahib Rao?
—Lo merece.
—Parece que sí; su sobrino me ha dicho que he causado problemas con los sacerdotes.
—¡Chut! —exclamó Kaka-ji, molesto—. Ese chico habla demasiado. No había motivo para preocuparse por eso. Me he encargado personalmente del asunto, y ya está resuelto.
—¿Está seguro? No querría crear problemas entre usted y…
—He dicho que está resuelto —insistió Kaka-ji con firmeza—. Si desea complacerme, olvídese del asunto, y no permita que Jhoti le moleste. Usted deja que el chico le preocupe y no dé descanso a su mente.
En realidad, esto era cierto, pero no en el sentido que pensaba Kaka-ji. Pero Ash no estaba preparado para discutir ese punto. Últimamente sus temores por Jhoti se habían acrecentado, y más aún por ciertas cosas que Kaka-ji había deslizado en sus frecuentes visitas.
El anciano tenía excelentes intenciones, y se habría espantado al darse cuenta de que sus esfuerzos por aliviar el aburrimiento del enfermo le habían perturbado más que todas las preguntas de Jhoti. Pero no podía negarse que al tío de Jhoti le encantaba hablar, y Ash, inmovilizado por vendas y entablillado, era un receptor excelente. Kaka-ji nunca había tenido un oyente tan atento, ni Ash había recibido nunca información tan valiosa con el simple recurso de mantener la boca cerrada y manifestar interés en su expresión. Por ejemplo, sobre el tema de Nandu, maharajá de Karidkote, Ash se enteró de muchísimas cosas, porque el anciano caballero era muy parlanchín y, aunque fuese discreto, no resultaba difícil leer entre líneas en lo que decía.
Janoo-Rani había sido sin duda una mujer inteligente, pero como madre parecía haber sido singularmente tonta. Adoraba a sus hijos y no permitía que nadie les corrigiera ni les castigara. El primogénito, Nandu, fue malcriado hasta extremos increíbles, y su padre era demasiado débil como para someterlo a ninguna disciplina.
—Creo que a mi hermano no le gustaban los niños, ni siquiera los propios —comentó Kaka-ji—. Cuando se portaban mal, ordenaba que se los llevaran de su presencia y no los veía durante días, con la idea de que eso representaba un castigo, aunque creo que ninguno se lo tomó así, excepto Lalji, su primogénito, que murió hace muchos años; pero los hijos le veían demasiado poco como para sentir cariño por él y, aunque Jhoti podría haber ocupado el lugar de su hermano muerto en el afecto de su padre, Nandu no sabía cabalgar…
Aparentemente, esto fue culpa de Janoo-Rani y no del muchacho, que a los 4 años se cayó de un pony y se lamentó con grandes aspavientos a causa de unos cuantos rasguños que se hizo. De allí en adelante, su madre prohibió que volviera a montar, con el temor de que pudiera matarse. Aun ahora, Nandu evitaba en todo lo posible montar a caballo.
—En cambio, monta en elefantes… o viaja en carruajes como una mujer.
Janoo habría procedido de la misma manera con su segundo hijo si este no hubiera sido de carácter diferente, porque la primera vez que Jhoti tuvo una caída también gritó y lloró. Pero luego insistió en volver a montar en seguida y no permitió que llevaran el caballo de las riendas. Esto deleitó a su padre que lo estaba mirando… aunque no tanto a Nandu.
—Creo que siempre hubo celos entre ellos… Es corriente entre hermanos, sobre todo cuando uno posee aptitudes de las que el otro carece.
Evidentemente, la suerte favoreció a Nandu. En primer lugar, era el favorito de su madre, porque era el primogénito. Y en segundo lugar, la muerte de Lalji lo llevó al trono y ahora era maharajá de Karidkote. Pero sin duda seguía sintiendo celos, y era la viva imagen de su madre en el carácter y en lo físico. Como ella, tenía un carácter violento e ingobernable, y nadie se atrevía a intervenir cuando le acometía un acceso de furia, porque su madre los consideraba principescos y reveladores de una gran personalidad, y su padre ni siquiera se daba cuenta. No sobresalía en ningún deporte, ni tenía la constitución física necesaria, ya que era bajo y regordete como su madre, sin nada de la belleza de esta, y de piel extrañamente oscura para un hombre del Norte.
—Un Kala-admi —decían con sarcasmo los habitantes de Karidkote—. Un negro.
Y saludaban con vivas a Jhoti cuando le veían pasar, mientras que mostraban indiferencia hacia Nandu cuando andaba por la ciudad o por el campo.
—Los celos son una cosa muy fea —reflexionaba Kaka-ji—, pero, lamentablemente; nadie está libre de ellos. Yo sufrí mucho por celos en mi juventud, y ahora que soy viejo y ya debía estar libre de ellos, aún los siento clavar sus garras en mi carne. Por eso temo por Jhoti, pues su hermano es celoso y poderoso…
El anciano se interrumpió para servirse un hermoso melocotón maduro de una caja que le habían regalado al enfermo. Ash aprovechó la ocasión para preguntar en tono casual:
—Y estaría dispuesto a quitárselo de encima, ¿verdad?
—¡No, no, no! —exclamó Kaka-ji atragantándose con el melocotón.
Tuvo que beber un sorbo de agua, y Ash comprendió que había cometido un grave error en empujar al anciano a decir cosas que prefería callar. Con ese método no se ganaba nada; era preferible dejarlo charlar sin estimularlo. Pero si Kaka-ji temía por Jhoti, ¿qué era exactamente lo que temía? ¿Hasta qué extremos pensaba que llegaría su sobrino, el maharajá, en perjudicar a un hermano menor de quién estaba celoso y que había cometido la temeridad de burlarse de él?
Ash sabía muy bien que Jhoti se había unido a la comitiva nupcial sin permiso de su hermano y contra los expresos deseos de este. Pero el solo hecho de que Jhoti lograra seguir al campamento, acompañado de por lo menos ocho personas y con una cantidad enorme de equipaje, probaba que no podía haber restricciones serias a su libertad. En aquel asunto había algo que Ash no entendía, algo que no coincidía con su imagen de un gobernante joven y tiránico, que, por el solo placer de molestar a su hermano, le impedía acompañar a sus hermanas a sus bodas, y que al enterarse de que lo habían contrariado, planeaba su asesinato. Por ejemplo, estaba la cuestión del tiempo…
Debían de haber pasado varios días hasta que el maharajá se enterara de la travesura de Jhoti, no podía llamársela «huida». Tal vez más, porque la razón de Nandu para acompañar a sus hermanas hasta la frontera de su Estado, según Kakaji, no fue tanto un gesto fraternal, sino algo que le convenía, ya que estaba en camino a la zona de caza de las colinas del Noreste donde pensaba pasar dos semanas, acompañado sólo por un pequeño grupo de hombres. Era improbable que hubiese recibido noticias de su hermano menor por algún tiempo. Jhoti lo sabía muy bien, pensó Ash, y también los hombres que lo acompañaron en su huida de Karidkote, porque no podían arriesgarse a que los capturaran cerca de la frontera y los llevaran de vuelta ignominiosamente ante el maharajá, que en esos momentos debía de estar furioso.
Ash opinaba que en modo alguno debieron escapar de palacio, pero Kaka-ji tenía otra idea: todos eran miembros leales de la casa de Jhoti, designados para servirle por su madre, la difunta maharani; no sólo tenían el deber de obedecerle, sino que además, les convenía; su suerte estaba ligada a la del niño.
—Además —agregó Kaka-ji—, Jhoti es muy obcecado. Al parecer, cuando intentaron disuadirlo, replicó que se marcharía solo, cosa que ellos no podían permitir. Como el chico estaba a su cuidado, no podían dejarlo ir solo y sin servidores, pero no habrían venido de no haber estado seguros de que el maharajá se enteraría demasiado tarde de su partida como para detenerlos. Pero una vez aquí pueden estar tranquilos por un tiempo, porque ya no están en territorio del maharajá sino del Raj. Además, están bajo su protección, sahib, y piensan que Su Alteza no se atrevería a arrastrar al chico contra su voluntad a Karidkote para castigarlo, separándolo del cortejo nupcial de sus hermanas. Por lo tanto, creen que Su Alteza se dará cuenta de que no tiene sentido arrestar al niño, ya que sólo hace falta esperar a que se celebren las bodas, y entonces, naturalmente, Jhoti regresará. Pero para entonces suponemos que la furia del maharajá se habrá apaciguado, y que no será demasiado severo para castigar algo que, al fin y al cabo, no es más que una travesura de muchacho.
Las palabras de Kaka-ji eran optimistas, pero su tono no lo era tanto, y cambió bruscamente de tema para pasar a hablar de otras cosas. Sin embargo, había dado a Ash suficiente material para entretener las horas de insomnio durante la noche, cuando la incomodidad de vendajes y entablillados le impedía dormir.
Las dificultades que Ash había previsto, o que le habían advertido en la prosaica atmósfera oficial de Rawalpindi, tenían que ver más bien con cuestiones de aprovisionamiento y protocolo, y la posibilidad, muy remota, de que el campamento fuese atacado por asaltantes en las partes más alejadas del país que debían atravesar. Pero ni él ni sus superiores militares habían previsto los problemas mucho más complicados y peligrosos con que ahora se enfrentaba y que, al menos por el momento, no tenía idea de cómo resolver.
Por esta razón, aunque no fuera por ninguna otra, se alegraba de estar postrado en cama y tener tiempo para pensar, y postergar la necesidad de acción. Por el momento, lo único que podía hacer era estimular a Jhoti a que pasara el mayor número de horas en su compañía, y dejar su vigilancia en manos de Mulraj durante el resto del día. Aunque siempre estaba la noche… si bien, según Kaka-ji, era el momento menos peligroso, porque el chico dormía rodeado de sus sirvientes personales, todos los cuales le eran muy fieles. O si no a él, pensaba Ash con cinismo, al menos a sus intereses, que debían coincidir con los suyos.
Considerando todo esto, esos hombres habían corrido un grave riesgo para permitir que el chico se divirtiera un día o dos, si habían enviado un grupo a buscarlo, o a lo sumo unos meses, ya que después, tanto él como sus sirvientes deberían volver. ¿Cómo esperarían ser recibidos a su regreso? ¿Pensaban, como Kaka-ji, que el tiempo habría calmado la ira de Nandu? ¿O planearían asesinarlo, ya que, al no tener hijos varones, su sucesor sería el presunto heredero, su hermano menor Jhoti?
Pero no había sido Nandu, sino Jhoti quien estuvo a punto de ser asesinado… y aquí, en el campamento, aunque por lo que sabía Ash (y se había tomado el trabajo de averiguarlo), nadie se había incorporado al campamento desde el momento de tomar él el mando en Deenajung; ni llegaron mensajeros de Karidkote. Esto sugería que el intento de matarlo no tenía nada que ver con la huida del chico, sino que era obra de algún miembro del bando opuesto. Alguien que, como Ash, pensara que en la huida del chico había algo más que una travesura, y que decidiera no correr riesgos, sino más bien detener futuras maquinaciones con el simple recurso de matar al heredero.
—Si al menos pudiera hablar con Juli —pensaba Ash. De todos, ella era quien mejor podía saber lo que sucedía detrás de los muros y de las persianas cerradas del Hawa Mahal. Las cosas que se murmuraban en el laberinto de habitaciones y corredores o que se comentaban detrás de los purdahs en el sector de la Zenana… Juli debía saberlas, pero no había forma de llegar hasta ella; y como Kaka-ji se había asustado, tendría que apelar a Mulraj. Al menos, Mulraj sabría a quién vigilar, porque el número de sospechosos debía estar limitado a alguien que salió ese día con el grupo a cazar con halcón. No eran muchos, y los que tenían coartadas podían ser eliminados.
Sin embargo, Mulraj no resultó útil.
—¿Cómo que eran «pocos»? —preguntó—. Tal vez a usted le pareció un grupo pequeño, pero ese día usted estaba ausente y ni siquiera vio la cantidad de piezas que cobramos… ni el número de personas que había. ¿Sabe cuántos había? Ciento dieciocho, no menos… y dos tercios de ellos eran sirvientes pagados por el Estado, es decir, por el maharajá. ¿De qué sirve interrogarlos? No oiríamos más que mentiras y pondríamos en guardia a los verdaderos asesinos.
—Bien, ¿por qué no? —preguntó Ash, molesto por la impaciencia en la voz de Mulraj—. Una vez que sepan que nos hemos dado cuenta de que hubo un intento de asesinar a Jhoti, lo pensarán dos veces antes de volver a hacerlo. Sería demasiado peligroso, sabiendo que los vigilan.
—Claro —respondió Mulraj con ironía—. Eso estaría muy bien si tratara usted con su propia gente. No he tenido contacto con muchos sahibs, pero me han dicho que van directamente hacia su meta, sin mirar ni a derecha ni a izquierda. Entre nosotros no es así. Usted no lograría asustar a quienes intentaron asesinar al muchacho; sólo les pondría en guardia. Y al estar advertidos, no volverían a poner trampas, sino que usarían métodos de los que es mucho más difícil defenderse.
—¿Por ejemplo? —preguntó Ash.
—Veneno. O un cuchillo. O, quizás, una bala. Cualquiera de esas cosas da resultados seguros.
—No se atreverían. Estamos en territorio británico y se iniciaría una minuciosa investigación. Las autoridades…
Mulraj hizo una mueca irónica y explicó que naturalmente preferirían algún método más discreto, ya que el asesinato liso y llano exigiría buscar un chivo expiatorio a quien culpar, y también habría que buscar una razón para el crimen que no tuviera relación alguna con la verdadera, y que al mismo tiempo resultara aceptable. En su opinión, ninguna de estas cosas era imposible, pero serían un poco más difíciles de organizar, y como quienes deseaban la muerte del niño no querrían que se les interrogara, un accidente les resultaría mucho más conveniente.
—Y estoy plenamente seguro de que planearán otro, ya que el primero no ha despertado sospechas. Es nuestra mejor opción. Quizá la única.
Ash tuvo que mostrarse de acuerdo. La razón le decía que Mulraj no se equivocaba, y como su actual estado de salud le impedía emprender ninguna acción, decidió que lo único que podía hacer era recoger más información de quienes estaban mejor enterados del carácter y los hábitos del hermano mayor de Jhoti; esto parecía bastante simple, pero resultó más difícil de lo que imaginaba Ash. A medida que se sentía más fuerte, aumentó el número de visitas que recibía, y en su mayoría se quedaban un rato a charlar, pero, aunque casi todas las conversaciones versaban sobre la tierra natal de sus visitantes, y realmente aumentaron sus conocimientos sobre la política y los escándalos de Karidkote, Ash no se enteró de muchas cosas que no supiera sobre su gobernante, y simplemente le impedían hablar mas con Kaka-ji o con Mulraj… y de todas maneras, estos señores tampoco parecían tener muchas ganas de hablar del maharajá.
A Jhoti, en cambio, le habría encantado hablar de su hermano, pero en tono tan agresivo que era imprudente permitirle hacerlo. Quedaba la dai, Geeta, una anciana flaca y con la cara llena de cicatrices de viruelas, que cumpliendo órdenes de Gobind seguía cuidando la luxación de la muñeca y los músculos distendidos de Ash. Cada noche se quedaba en la tienda, sentada en el suelo, durante muchas horas, por si su paciente se despertaba y sentía dolor.
Era una pariente pobre, que tenía una lejana vinculación con la primera esposa del rajá muerto, y era de suponer que debía conocer todas las habladurías de la Zenana y que sería una mina de información. Pero constituyó una gran desilusión para Ash, porque era muy tímida; hasta el punto de que ni una orden directa de Shushila-Bai pudo persuadirla de que se aventurara a salir antes de que el campamento estuviera en sombras, a una hora en que con seguridad todos dormían, y aun entonces únicamente envuelta en una bourka como la que usan las mujeres mahometanas, por temor de que un hombre extraño llegara a ver su rostro. Ash, que había tenido ese privilegio, consideraba que eran precauciones innecesarias, ya que ningún hombre en su sano juicio le dedicaría más que una mirada pasajera. De todas maneras, le gustaba que viniese tan tarde, porque tenía dificultades para dormirse al final del día, y la aparición de la dai y su tratamiento siempre le ayudaban a relajarse. Pero, por más que se esforzaba, no conseguía hacerla hablar. Las manos huesudas de la mujer eran firmes y seguras, pero era demasiado tímida y la perturbaba la presencia del sahib, de modo que sólo respondía a sus preguntas con un tartamudeo nervioso, o con monosílabos.
Ash abandonó el intento, por lo que, al verse privado de fuentes más directas de información, recurrió a Mahdoo, que sabía callarse cuando convenía y al mismo tiempo recogía habladurías en todo el campamento. Luego se las trasmitía por las noches, mientras fumaba su hookah, y llegaba el olor de las fogatas y la comida, y Gul Baz permanecía afuera vigilando para que nadie se acercara a escuchar.
Mucho de lo que relataba podía ser falso, y el resto era una mezcla de habladurías, especulaciones y exageraciones; la charla habitual de los mercados, en general poco creíble. Pero, en medio de todo eso, aparecía alguna información útil que se agregaba a la que Ash ya tenía sobre el que fuera Estado de Gulkote, y sobre el carácter y la actitud de su actual gobernante. Un montón de anécdotas hablaban de su vanidad y su gusto por alardear, y otras indicaban astucia y sangre fría que se habían manifestado en su infancia y habían aumentado con el correr de los años; con que una sola fracción de estas fuera cierta, el cuadro estaba lejos de ser agradable.
Entre la cantidad de rumores, suposiciones y habladurías, dos cosas destacaban con claridad: Nandu no toleraba que le derrotaran, y trataba muy mal a quienes le amonestaban.
—El maharajá es joven —dijo Mahdoo—, pero su pueblo ya le tiene mucho miedo. Sin embargo, sería un error decir que todos le odian, porque a la gente de Karidkote nunca le gustaron los débiles, y muchos se alegran de que su nuevo gobernante sea astuto y cruel; esto les asegura que no serán absorbidos por los británicos, como sucedió en otros principados. También hay muchos que le admiran por esas mismas cualidades que le convierten en un joven malvado.
—Y supongo que también hay muchos otros —comentó Ash—, que le odian lo suficiente como para querer eliminarlo y poner a otro en su lugar.
—¿Se refiere al joven príncipe? —Había escepticismo en la expresión de Mahdoo—. Bien, puede ser, pero no he oído hablar de eso en las tiendas; por mi parte creo que a ninguno de los que protestan contra él le gustaría ser gobernado por un niño.
—Ah, pero no lo serían, esa es la cuestión. Los gobernarían los asesores del niño, y sin duda esos asesores serían quienes planearían llevarlo al trono. Serían ellos, y no el niño, los que gobernarían Karidkote.
—Biju-Ram —murmuró Mahdoo, como si meditara en el nombre.
—¿Por qué lo dices? —preguntó vivamente Ash—. ¿Has oído algo sobre él?
—Nada bueno. Nadie lo quiere, y le llaman muchos nombres desagradables: escorpión, serpiente, chacal, espía y alcahuete, y muchos más. Dicen que era un hombre de la fallecida maharani y hay una historia… Pero eso pasó hace muchos años y ya no importa.
—¿Qué historia?
Mahdoo se encogió de hombros y chupó su pipa. Se negó a decir nada más sobre el tema. Pero cuando Gul Baz vino a preparar a Ash para la noche y Mahdoo se levantó para irse, volvió a tratar del asunto.
—Con respecto al tema de que hablábamos, haré averiguaciones. —Y Mahdoo se marchó a recoger su cuota cotidiana de informaciones alrededor de las hogueras que ya brillaban en la oscuridad.
Pero las charlas del campamento no dieron más de sí. Ash comprendió que debía obtener datos de otra fuente, preferentemente de los familiares inmediatos de Nandu… la mejor sería la Rajkumari Anjuli. Esta era apenas unos meses mayor que Nandu, de manera que debía conocer su naturaleza mejor que cualquier otra persona en el campamento. También hacía muchos años que conocía a Biju-Ram, y no habría olvidado a Lalji…
—Si sólo pudiera hablar con ella —se dijo Ash por vigésima vez—. Juli debe saber. Debo lograrlo de alguna manera. No será imposible… En cuanto pueda levantarme…
Pero no tuvo que esperar tanto tiempo.