Obedeciendo los deseos de la novia más joven, no se levantaron las tiendas a la mañana siguiente. Se comunicó que no viajarían en los próximos tres días por lo menos, lo cual representó un alivio para todos, pues permitía lavar la ropa, preparar comidas con más cuidado y hacer innumerables reparaciones en las tiendas, los arreos y las monturas.
Pronto la orilla del río se llenó de dhobis con pilas de ropa para lavar, mahouts que bañaban a sus elefantes, y multitud de chicos que chapoteaban y jugaban en la orilla. Grupos de hombres salieron a cortar hierba para los animales y otros a cazar; Jhoti y Shushila convencieron a su tío de que les permitiera salir a cazar con halcón todo el día sin observar estrictamente el purdah.
Kaka-ji no fue fácil de convencer, pero finalmente accedió, con la condición de que no se alejaran excesivamente del campamento. Se formó un grupo que incluía a Ash y a Mulraj, media docena de cazadores con halcón, tres de las doncellas de las novias y una pequeña escolta de guardias y sirvientes de palacio. También formaban parte de ella Biju Ram (que atendería a Jhoti) y Kaka-ji Rao, quien anunció que sólo iría para vigilar a sus sobrinas… con lo cual no engañó a nadie, porque todos sabían que sentía verdadera pasión por la caza con halcón y que por nada del mundo se la habría perdido, y además que habría preferido ir sin sus sobrinas.
—No es que no sepan montar a caballo —explicó a Ash en un impulso confidencial—, pero conocen poco de la caza con halcón, que es deporte de hombres. La muñeca de una mujer no es lo bastante fuerte para soportar el peso de un halcón. Al menos, no la de Shushila; su medio hermana es distinta. Pero a Anjuli-Bai no le interesa este deporte, y Shushila se cansa fácilmente. No comprendo por qué habrán querido venir con nosotros.
—Kairi no quería hacerlo —intervino Jhoti, que había estado escuchando la conversación—. Prefería quedarse. Pero Shu-shu dijo que estaba tan cansada del ruido y el olor del campamento, y de estar encerrada en una tienda o en un ruth, que, si no podía apartarse un poco de eso, se moriría. Ya saben cómo es. Entonces Kairi accedió avenir. Ah, aquí vienen. Ahora quizá podremos ponemos en marcha.
Salieron a la llanura, manteniendo los caballos a un ritmo tranquilo para no dejar demasiado atrás al carruaje que llevaba a las doncellas, que no sabían montar a caballo, y a Shushila, que cabalgaba, pero las riendas las llevaba un anciano sirviente.
Las dos princesas llevaban pañuelos en la cabeza que les cubrían los rostros Y sólo dejaban ver los ojos, pero, una vez que se alejaron del campamento, se los quitaron y los dejaron flotar libremente al viento. Pero Ash observó con interés que, salvo Jhoti y Kaka-ji, ninguno de los hombres (ni siquiera Mulraj, que estaba emparentado con la familia real) las miraba de frente, aunque estuvieran respondiendo a una pregunta: una demostración de buenos modales que le impresionó, pero que no imitó. Como se le había concedido el honor de considerarlo miembro de la familia, no veía razones para no mirarlas con tanta intensidad y durante todo el tiempo que quisiera, y así lo hizo. Pero miró más a Anjuli que a Shushila, aunque la pequeña princesa, divertida y excitada por el deporte y el sabor de la libertad, merecía ser mirada. Era una princesa de un cuento de hadas, toda de oro, rosas y ébano, y desbordante de alegría.
—Esta noche se pondrá enferma. Ya verán —dijo Jhoti con buen humor—. Siempre le ocurre cuando se excita mucho. Es como un columpio. Al aire, al suelo: ¡Plaf! Qué tontas son las muchachas, ¿verdad? Imagínate tener que casarse con una de ellas.
—¿Cómo? —dijo Ash que no había estado escuchando.
—Mi madre —le confió Jhoti— había concertado un casamiento para mí, pero, cuando ella murió, mi hermano Nandu lo deshizo, y fue estupendo, porque yo no quería casarme. Lo hizo para molestarme… lo sé. Quiso hacerme daño y me hizo un bien por equivocación, el muy estúpido. Pero supongo que algún día tendré que casarme. Hay que tener una esposa para que te dé hijos varones, ¿verdad? ¿La tuya ya te ha dado hijos?
Ash emitió un sonido indefinido, y Mulraj, que cabalgaba a su lado, respondió por él:
—El sahib no tiene esposa, príncipe, entre los suyos no se casan jóvenes. Esperan a ser mayores y más sensatos. ¿No es así, sahib?
—¿Qué? —preguntó Ash—. Perdona, no oí lo que dijiste.
Mulraj rio y levantó una mano en ademán de protesta.
—¿Ves, mi príncipe? No ha oído nada. Sus pensamientos están lejos. ¿Qué sucede, sahib? ¿Está preocupado por algo?
—No, claro que no —se apresuró a responder Ash—. Estaba pensando en otra cosa.
—Eso es evidente… perdió tres aves por ese motivo. ¡Ohé! Allí va otra. Una buena paloma gorda. No… ya es tarde. Se le adelantó el príncipe.
En realidad, Jhoti había sido el primero en ver la paloma, y, antes de que Mulraj terminara de hablar, su halcón ya estaba en el aire y él clavaba las espuelas para seguirlo.
—Está bien entrenado —comentó Mulraj con aprobación, viendo galopar al chico—. Y cabalga como un rajput. Pero no me gusta su montura… Perdón, sahib.
Aguijoneó a su caballo y salió a la carrera, dejando a Ash solo con sus pensamientos y agradecido por ello. Aquella mañana se sentía poco sociable, ni particularmente interesado en el deporte, a pesar de que él también estaba bien entrenado y el halcón que llevaba atado a la muñeca era un regalo de Kaka-ji Rao. Normalmente, nada le habría complacido más que un día de caza con halcón en esa zona, pero su mente estaba ocupada en otras cosas.
La princesa más joven parecía haber superado una buena parte de su timidez, porque le hablaba alegremente y resultaba evidente que le aceptaba como amigo, pero Anjuli no hablaba. Ash comprendía que con su silencio trataba de mantenerle a distancia y ni siquiera podía conseguir que lo mirara. Trató de obligarla a conversar, pero Anjuli sólo respondía a sus preguntas con un leve gesto de la cabeza o una leve sonrisa cortés, y su mirada seguía lejana, como si él no estuviera allí. Y no tenía buen aspecto. Su cara aparecía hinchada y descolorida y daba la impresión de no haber dormido bien, cosa nada sorprendente considerando que se había marchado de la tienda de Ash después de las tres de la madrugada. Ash pensó que su belleza era profunda y que nunca llegaría a parecer fea: conservaba el atractivo de su rostro cuadrado sobre la columna de su cuello, el labio superior breve y la separación entre los ojos. Pero hoy cabalgando al lado de su hermana, realmente no parecía bonita, y Ash se preguntó por qué sería que para él era siempre atractiva.
Meses atrás le había dicho a Wally que no volvería a enamorarse porque estaba curado del amor para siempre… inmunizado, como alguien que ha tenido la viruela y jamás volverá a contraer esa enfermedad. Apenas unas horas antes habría repetido esa afirmación creyéndola cierta. Aún no comprendía por qué ya no era así, ni cómo había sucedido. Sus sentimientos hacia Juli cuando niña, aunque protectores, no habían sido muy cariñosos ni sentimentales (los niños pequeños rara vez se interesan, y mucho menos se ligan profundamente a niñitas mucho menores que ellos) y si le hubieran dado a elegir más bien hubiese elegido a un chico de su misma edad para jugar con él. Además, sabía quién era cuando la sacó del río y la mantuvo abrazada durante un tiempo más largo de lo razonable; pero entonces su emoción era sólo impaciencia…
Dos noches después, al mirarla en la tienda durbar y descubrir con asombro que era hermosa, no se le aceleró el pulso ni se emocionó; y al volver a su tienda sentía desconfianza e incomodidad. ¿Por qué, entonces, esos pocos minutos en que la tuvo en sus brazos y vio su rostro húmedo, desencajado, cambiaron el mundo para él? No tenía sentido… pero el caso es que había sucedido.
Durante un minuto se puso furioso con ella por haber venido a su tienda y deseó que dejara de llorar y se marchara… en seguida. Y treinta segundos después, mientras la abrazaba, sintió, sin la menor duda, que había encontrado la respuesta a esa insistente sensación de vacío que le acosaba desde hacía tanto tiempo. Se había marchado para siempre, y él estaba completo otra vez, porque había encontrado lo que le faltaba… Estaba allí, en sus brazos: Juli… su Juli. No una parte de su pasado, sino, de pronto, y para siempre, una parte de su corazón.
Por el momento, no tenía idea de qué haría. La prudencia le aconsejaba que debía apartarla de sus pensamientos y tratar de no volver a hablar con ella ni verla, porque eso sólo les conduciría al desastre: eso lo había visto con claridad la noche anterior y resultaba aún más claro, si era posible, a la luz del día. La Rajkumari Anjuli era la hija de un príncipe, medio hermana de otro, y pronto sería la esposa de un tercero. Nada de esto podía alterarse, de manera que lo más sensato era estar agradecido porque algo que él había dicho o hecho la noche anterior la había ofendido tan profundamente que no quería saber nada más de él.
Pero Ash nunca era demasiado prudente ni cauteloso. Sólo pensaba que debía hablar con ella, aunque eso sería difícil incluso con la colaboración de Anjuli, e imposible sin ella. Pero de alguna forma se las arreglaría, Debía encontrar el medio. Faltaban semanas de camino, y aunque hasta el momento Ash había hecho todo lo posible por abreviar el tiempo de viaje, ahora eso podría alterarse.
De ahora en adelante, todo se haría con ritmo más lento, y las esperas en cada lugar de descanso serían más largas… por lo menos un día o dos, lo cual representaría varias semanas más de viaje. Y para asegurarse de que Juli no lo evitara, procuraría entablar gran amistad con Shushila, Jhoti y Kaka-ji, quienes le invitarían a la tienda durbar, donde Juli tendría que reunirse con ellos. Porque, a juzgar por la forma como dependía de ella su hermana menor, no podría negarse… ni le sería fácil encontrar una razón, porque Ash pensaba que ella no estaba en condiciones de explicar los verdaderos motivos a su hermana ni a nadie.
—¡Hai Mai! —suspiró Ash, y sólo se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta cuando Kaka-ji, que se había acercado a él, le preguntó:
—¿Qué le sucede?
—Nada importante, sahib Rao —respondió Ash, sonrojándose.
—¿No? —El tono de Kaka-ji era levemente burlón—. Por su tono, hubiese dicho que está usted enamorado y que ha dejado a su amada en Rawalpindi. Porque así hablan y suspiran los jóvenes enamorados.
—Es usted muy agudo, sahib Rao —respondió Ash con ligereza.
—Bien, yo también he sido joven, aunque al verme ahora nadie lo creería.
Ash rio y dijo:
—¿Estuvo casado alguna vez, sahib Rao?
—Claro que sí, cuando era mucho más joven que usted. Pero mi esposa murió del cólera cinco años después, y me dejó dos hijas, y ahora tengo siete nietas… todas niñas, aunque con el tiempo sin duda me darán muchos bisnietos varones. Al menos, eso espero.
—Debería haberse vuelto a casar —comentó Ash con severidad.
—Eso dicen mis amigos, y también mis familiares. Pero en esa época yo no quería agregar otra mujer a la casa, que ya estaba llena de mujeres. Luego, más tarde… mucho más tarde, me enamoré…
Dijo estas palabras con tono tan lúgubre que Ash volvió a reírse y comentó:
—Al oírle hablar, parecería que es la peor de las desgracias.
—Para mí, lo fue —suspiró Kaka-ji—, porque, como no era de mi raza, yo sabía que no podía pensar en ella, y que mi familia y mis sacerdotes se opondrían. Pero, mientras dudaba, su padre la dio en matrimonio a otro hombre, a quien esas cuestiones le importaban menos que a mí; y después… Después supe que ninguna otra mujer podía encontrar el lugar de ella en mi corazón, ni borrar su rostro de mi mente. Por eso no pude volver a casarme, y tal vez fue mejor así, porque las mujeres pueden causar muchos problemas y complicaciones, y cuando uno es viejo necesita paz y tranquilidad.
—Y tiempo para cazar con halcón —agregó Ash con una sonrisa.
—Claro, claro. Con el tiempo disminuye la habilidad para esas cosas. Veamos cómo se las arregla ahora, sahib…
No hablaron más de amor, y Ash concentró su atención en la caza. En la hora siguiente ganó elogios de Kaka-ji por su manejo del halcón. La comida del mediodía se sirvió en un monte de jheels, y luego las novias y sus doncellas se retiraron a dormir una siesta en una tienda montada para la ocasión, mientras los hombres se tendían a la sombra para dormir durante las horas más calurosas del día.
En esos momentos, la brisa de la mañana se había convertido en un leve soplo que susurraba entre las ramas, pero no movía el polvo, y no se oía el parloteo de los shat-bai ni de las pequeñas ardillas. La suave combinación de sonidos era suficiente para hacer dormir a cualquier adulto normal, y sólo Jhoti, que, como la mayoría de los chicos de diez años, pensaba que dormir por la tarde era una inconcebible pérdida de tiempo, estaba alerta y despierto.
Aunque no todos los mayores dormían. El capitán Pelham-Martyn, en todo caso, estaba despierto.
Cómodamente sentado entre las raíces de un viejo árbol, Ash se concentraba nuevamente en los problemas que le presentaba Juli, mientras escuchaba a la vez una conversación en voz baja entre dos personas a quienes no veía, y que quizá no sabían que había alguien del otro lado del árbol… o imaginaban que dormía. La conversación no era nada interesante y sólo por su contenido Ash supo que uno de los que hablaban era Jhoti, quien aparentemente deseaba salir solo a probar su halcón en el lado más lejano del jheel. Un adulto poco dispuesto a colaborar con él trataba de disuadirle. Como Ash no deseaba hacer notar su presencia, porque seguramente le pedirían que diera su opinión y apoyara a uno o a otro, guardó silencio esperando que los dos se marcharan y lo dejaran en paz. Las voces apagadas interferían con sus ideas y no le permitían concentrarse; las escuchó con creciente irritación.
—Pero yo quiero ir —decía Jhoti—. ¿Para qué perder toda la tarde roncando? Si no quieres venir conmigo, no lo hagas. De todas maneras, no te necesito. Prefiero ir solo. Estoy cansado de que me sigan como si fuera un recién nacido, y nunca me dejen hacer nada por mi cuenta. Y tampoco iré con Gian Chand. Sé hacer volar un halcón igual que él; no necesito que él me indique cómo hacerlo.
—Sí, sí, mi príncipe, por supuesto. —La otra voz era suave, como para aplacarlo—. Todos lo saben. Pero usted no puede andar por ahí sin vigilancia. No está bien, Su Alteza, su hermano jamás lo permitiría. Quizá cuando sea mayor…
—Ya soy bastante mayor —interrumpió agitadamente Jhoti—. En cuanto a mi hermano, sabes muy bien que hará cualquier cosa para impedir que me divierta. Siempre lo ha hecho. Sabía cuánto deseaba acompañar a mis hermanas a Bhithor, y, por supuesto, me prohibió venir con tal de molestarme. Pero me las arreglé para escapar.
—Sí, mi príncipe. Pero yo le advertí que era una acción aventurada, y que pudiera ser que todos tengamos que lamentarla, porque es posible que él mande a buscarlo y que se vengue de los que le acompañamos. Esta travesura suya me ha puesto en grave peligro, y si le sucediera algo malo durante el viaje, seguramente lo pagaría con mi cabeza.
—¡Bah! Tonterías. Tú dijiste que no me haría regresar porque eso despertaría muchos rumores, y él aparecería como un tonto porque me burlé de él. Además, estuviste a su servicio antes de estar al mío, de modo que…
—No, príncipe, estuve al servicio de su madre, la maharani. Sólo por cumplir sus órdenes entré a servirla. También la obedecía cuando me encargué de cuidarle, Alteza. Ah, qué gran dama, la maharani.
—No hace falta que me lo digas a mí —replicó Jhoti, celoso—. Era mi madre, y me quería más que a nadie… eso lo sé. Pero, ya que una vez estuviste en la casa de Nandu, puedes alegar que sólo viniste para cuidar de que no me sucediera nada malo.
La respuesta fue una risita que instantáneamente identificó al compañero de Jhoti y que puso alerta a Ash, porque, a pesar de los años transcurridos, recordaba perfectamente ese sonido. Biju Ram siempre se reía de esa manera de los chistes de Lalji y de sus propias obscenidades, o del espectáculo de cualquier persona o animal a quien estuviesen atormentando.
—¿De qué te ríes? —preguntó Jhoti, resentido, levantando la voz.
—Silencio, príncipe… despertarás a los que duermen. Me reía porque pensaba qué diría tu hermano si yo le diera esa explicación. No la creería, aunque los dioses saben que son ciertas. Sin embargo, le has demostrado que eres capaz de pensar y actuar por tu cuenta, y que no puede atarte de una pata como a uno de sus monitos mansos, ni hacerte seguir por mujeres y viejos que te griten «¡Cuidado! ¡Ten cuidado! ¡No te canses! ¡No toques!». ¡Hi-ya! Eres un verdadero hijo de tu madre. Ella siempre seguía su propio camino y nadie se atrevía a contradecirla… ¡ni siquiera tu padre!
—A mí tampoco me impedirán hacer lo que quiero —alardeó Jhoti—. Ni me seguirán a todas partes. Iré solo a cazar con mi halcón; ahora, ya mismo, en lugar de tenderme a roncar. Y tú no me lo impedirás.
—Pero puedo despertar a tu syce, y también a Gian Chand. Ellos cuidarán de que no te pase nada.
—¡No te atrevas! —susurró Jhoti con furia—. Creía que eras mi amigo.
—¡Mi príncipe! Te ruego…
—¡No! Me voy. Y me iré solo.
—Hazrat (Alteza) —suspiró Biju-Ram, capitulando—. Bien, si no me permites ir contigo ni llevar a Gian Chand, al menos no montes a Bulbul; hoy está demasiado inquieto Y podría causarte problemas. Llévate a Mela, que es más tranquila, y, por favor, no corras. Cabalga sólo al trote y no te pierdas de vista, porque si llegaras a caerte…
—¡Caerme! —exclamó Jhoti, como si lo hubieran insultado—. ¡Jamás en mi vida me he caído de un caballo!
—Alguna vez será la primera —observó sentenciosamente Biju-Ram, y volvió a reírse como para borrar la ofensa.
Jhoti también se rio; un momento después, Ash les oyó moverse entre los árboles. Pero aunque ahora reinaba el silencio se sintió extrañamente inquieto. Había algo en la conversación que acababa de oír que no le parecía cierto. Por ejemplo, ¿por qué había decidido Biju-Ram ponerse de parte del hijo menor contra el hijo mayor, y llevar esa complicidad al punto de ayudar a Jhoti a escaparse de Karidkote desafiando las órdenes del maharajá? Era seguro que sus motivos no eran altruistas… a menos que durante la última década su carácter hubiese cambiado en forma total. Y Ash no estaba dispuesto a creer eso. Biju-Ram siempre había sabido qué le convenía más, y ahora también debía saberlo. Pero pasó muchos años de su vida bajo el dominio de Janoo-Rani, y si las maliciosas sugerencias de Mahdoo contenían algo de verdad, era posible que se hubiera vuelto contra el parricida y se hubiese aliado con el hijo más joven. Pero únicamente, decidió Ash, si había una buena probabilidad de que ese hijo le recompensara debidamente en el futuro.
Entonces ¿habría quizás algún plan para eliminar al maharajá y poner al hijo menor en su lugar? Así se explicaría perfectamente la conducta de Biju-Ram y su ansiedad por proteger al muchacho de cualquier riesgo. No era extraño que tratara de superproteger al niño, porque si se tramaba una conspiración contra el maharajá, tal vez este lo sabría y podría matar a su hermano y así privar a los rebeldes de un motivo central para atacarlo. Y si la tarea de Biju-Ram era llevar al heredero a un lugar seguro hasta que el trono estuviese vacante, era lógico que se preocupara porque no le sucediera nada malo.
Ash cruzó las manos sobre las rodillas, apoyó en ellas el mentón y pensó en Biju-Ram y en Karidkote. ¿Tal vez debería enviar un mensaje de advertencia al señor Carter, el oficial del distrito? ¿O quizá mejor, al Residente británico en Karidkote? (Ahora seguramente había uno). Pero no tenía pruebas. No bastaba con decir «Conozco a Biju-Ram, y sé que si se muestra amistoso con Jhoti es porque piensa que asesinarán a su hermano y que pronto Jhoti será maharajá». Nadie le creería. Y de todas maneras podía no ser cierto. Tal vez todo era producto de su imaginación, aunque Mahdoo había dicho… pero eso también sólo era un rumor, resultado de una charla con uno de los ayudantes del campamento, y, por tanto, no más seguro que sus propias sospechas al azar. Obviamente no podía hacer nada, y los asuntos internos de Karidkote no eran de su incumbencia.
Ash bostezó y, siguiendo el ejemplo de todos los demás en el campamento, se puso a dormir. Pero aquella tarde no estaba destinada a ser tranquila. Oyó el ruido apagado de los cascos de un caballo. El ruido era apenas audible en el silencio, pero suficiente para atraer su atención, y vio pasar a Jhoti con un halcón en la muñeca y muy despacio para no despertar a la gente. Montaba a Bulbul e iba solo: suficiente prueba de que había ganado en la discusión con Biju-Ram.
Ash simpatizaba con el deseo del chico de salir sin vigilancia, pero al verlo apartarse del jheel y salir al campo no pudo por menos que estar de acuerdo con Biju Ram. Quizás esta era la primera vez que Jhoti salía a cabalgar solo; hasta ahora siempre le habían acompañado varios hombres; uno de ellos le precedía para asegurarse de que no se internaba en lugares donde podía haber trampas, tales como nullahs o pozos ocultos, lugares pantanosos o inesperados montículos de rocas.
«Es peligroso —pensó Ash—. ¡Alguien tendría que haber ido con él! ¿Mahdoo no había dicho algo sobre un accidente ocurrido al padre de Lalji mientras cabalgaba? ¿Que el maharajá estaba cazando con halcón cuando su caballo cayó en un nullah y los dos se desnucaron?». Cada vez más preocupado, se puso de pie y echó a andar rápidamente entre los árboles hasta donde estaba atado su propio caballo, Cardenal.
No se veía a Biju-Ram por parte alguna, y los halconeros, syces y guardias estaban todos durmiendo. Pero Mulraj, que estaba despierto, lo vio pasar y le preguntó adónde iba con tanta prisa. Ash se detuvo brevemente a explicar y Mulraj quedó desconcertado.
—¿De verdad? Iré con usted. Fingiremos que vamos de caza mientras los demás duermen, y que, por casualidad, tomamos el mismo camino que el chico. Así no pensará que le estamos siguiendo. Apresurémonos.
Aparentemente, Ash había transmitido parte de su inquietud a Mulraj, que echó a correr. En seguida ensillaron sus caballos, pero, para evitar despertar a los demás, cruzaron el bosquecillo al paso, como había hecho Jhoti, y sólo cuando estuvieron lejos de los árboles comenzaron a galopar. Al principio, no veían señales del chico, pero pronto avistaron su pequeña figura a caballo y aminoraron el paso de los suyos.
Bulbul sacudía la cabeza y se movía con impaciencia, pero Jhoti no parecía tener dificultades en manejarlo. Cabalgaba despacio en medio de unos matorrales, seguramente persiguiendo a una liebre o una perdiz, y Ash respiró con alivio. El chico era más cuidadoso de lo que se pensaba de él, y quizá tenía razón al declarar que era lo bastante grande para salir solo. No había necesidad de que él y Mulraj lo siguieran como dos niñeras ansiosas, ya que, evidentemente, no era un chiquillo desvalido, y sin duda se sentía muy seguro en el caballo. Si se lograba convencerlo de que comiera menos halwa y adelgazara un poco, con seguridad podría convertirse en un buen jinete; y, como decía Mulraj sabía manejar un halcón.
—Estamos perdiendo el tiempo —observó Ash, irritado—. Ese chico sabe lo que hace y tú y yo nos estamos comportando como dos viejas. Él se queja de eso, y tiene razón.
—Mira —dijo Mulraj, que no había estado escuchando—. Ahí tiene una perdiz… no, creo que es una paloma. ¡Dios!
—Son cercetas —corrigió Ash, que tenía mejor vista—. Debe de haber hierbas entre esos arbustos.
Vieron cómo Jhoti detenía su caballo y oyeron su agudo Hai-ai, mientras se incorporaba en la silla y ayudaba a su halcón a levantar vuelo. Por un instante, el ave y el niño quedaron inmóviles: Jhoti, elevado en los estribos para mirar hacia arriba, y el halcón sobre él, cortando el aire con sus alas como un nadador en el agua, hasta que, al ver su presa, bajó como una flecha. El chico volvió a sentarse y casi se cayó cuando el caballo se lanzó a una desenfrenada carrera y enfiló hacia los arbustos fuera de la llanura rocosa.
—Pero ¿qué diablos…? —comenzó a decir Ash desconcertado, pero no tuvo tiempo de terminar la frase, porque en el instante siguiente él y Mulraj se lanzaron también a una desesperada carrera tratando de alcanzar a Jhoti.
No hacía falta preguntar nada, porque veían claramente lo que había sucedido: Jhoti había ensillado su propio caballo para no despertar a los syces, y no había ajustado bien los arreos, porque ahora la silla se ladeaba y Jhoti con ella, y ya no podía controlar la carrera de Bulbul. Pero el chico procedía de buena raza (sangre de rajput, mejor que cualquier otra) y su madre, aunque de cuna baja, poseía valor y una mente rápida, y su hijo menor había heredado ambas cosas. Al sentir que la silla se deslizaba hacia la derecha y no poder evitarlo, soltó su pie derecho y se apoyó en el izquierdo, lo utilizó como palanca y se abrazó al cuello del caballo como un mono. La silla se desprendió y cayó al suelo, chocando con uno de los cascos de Bulbul, y acrecentando el pánico del animal.
—¡Shabash, sahib Rajá! —gritó Ash para animado—. ¡Bien hecho!
Jhoti volvió la cabeza y forzó una sonrisa. Su rostro estaba pálido de terror, pero a la vez lleno de decisión y también de orgullo; el caballo no lo arrojaría al suelo si podía evitarlo. En cualquier caso, una caída significaría romperse un brazo o una pierna, o hasta la columna vertebral, porque el suelo era duro como el hierro, y los pocos arbustos que veía a su paso tenían espinas que podían herirle en los ojos. Sólo le quedaba agarrarse con fuerza al caballo y lo hizo con la fuerza de un animal salvaje. Pero como llevaba la mejilla apoyada en el cuello del caballo, y las crines le privaban de la visión, no pudo observar lo que Ash y Mulraj veían ahora: la trampa mortal que se abría ante él. Una gran nullah de paredes empinadas, abierta por las lluvias de muchos monzones, ahora seca y llena de piedras y cantos rodados.
Tampoco el caballo la había visto, porque como todos los caballos espantados podía haberse lanzado contra una alambrada de púas o un precipicio. Además, les llevaba mucha distancia a sus perseguidores y una carga mucho más ligera. Pero la cabeza del chico, apretada contra su cuello, le hacía desviarse hacia la izquierda, y esto concedía una ventaja a Ash y Mulraj, que avanzaban en línea recta… y con caballos mucho mejores. Cardenal, el roano de Ash, acababa de ganar dos carreras en Rawalpindi, y la yegua de Mulraj, Dulhan, se consideraba el mejor caballo del campamento.
Disminuyeron la distancia metro a metro, pero el caballo de Jhoti estaba a pocos pasos de la nullah cuando Mulraj se puso a su altura y tiró de las riendas. Guiando a Dulhan sólo con las rodillas, se inclinó hacia afuera, aferró al niño por la cintura y lo arrancó del lomo del caballo, mientras Ash, por el lado opuesto, atrapaba las riendas sueltas de Bulbul e intentaba hacerlo volver.
Como jinete, Mulraj no tenía parangón, pues casi nadie le superaba. A pesar de eso, si hubiera montado otro caballo todo podría haber terminado en un desastre, hasta en una tragedia. Pero hacía años que hombre y caballo se conocían y entre los dos formaban una extraña unidad, mitad humana mitad equina. Mulraj había hecho sus cálculos y saliendo por la izquierda del animal desbocado logró situarse paralelamente a la nullah. Así a pesar de la dificultad de llevar al niño en sus brazos logró apartar a Dulhan del borde.
Pero Ash no pudo contener a Cardenal y el bayo y el roano, juntos, se despeñaron por el borde de la nullah y terminaron en un remolino desesperado entre las piedras, tres metros más abajo.