Mardan le pareció agradable y familiar a la luz del anochecer, y se sorprendió de alegrarse de estar de regreso. Los sonidos y olores de las filas de caballería, el pequeño fuerte en forma de estrella y la larga hilera de sierras del Yusafzai, rosadas en el crepúsculo, ya representaban un hogar para él; y aunque no lo esperaba hasta más tarde, Ala Yar le aguardaba en la galería dispuesto a hablar o a guardar silencio según el ánimo de Ash.
En los meses que siguieron tuvo poco tiempo para pensar en Belinda y el estado poco satisfactorio de sus amores, y hubo días, a veces varios días seguidos, en que no pensó en ella para nada, y si soñaba con ella por la noche, no la recordaba a la mañana siguiente. Porque Ash estaba descubriendo, como otros antes que él, que las normas del Ejército de la India, y en particular los del Cuerpo de Guias, diferían mucho del modelo expuesto en la Academia Militar de Sandhurst. La diferencia le complacía mucho, y si no hubiera sido por Belinda, habría tenido mucho que elogiar y nada de que quejarse.
Como oficial joven de los Guías, debía dedicar una buena parte del día a estudiar el pushtu y el indostaní; el primero era el idioma de la frontera y el segundo la lengua común de la India. Aunque Ash no necesitaba que se los enseñaran, no sabía leerlos o escribirlos con la facilidad con que los hablaba, y ahora los estudiaba aplicadamente con un viejo munshi (maestro), y, como hijo de Hilary que era, hacía grandes progresos. Pero no le valieron de mucho, porque, cuando sufrió el examen correspondiente, fracasó, con gran desencanto por su parte y enfado de su munshi, quien habló con el comandante. Nunca había tenido un alumno tan bueno; los examinadores debían de estar equivocados. ¿Algún error de imprenta, quizá? Los exámenes escritos no se mostraban, pero el comandante tenía un amigo en Calcuta que, con la promesa de que no se emprendería ninguna acción, los sacó de los archivos, y descubrió este comentario: Ningún error. Sin duda este oficial ha copiado su examen.
—Diga al muchacho que la próxima vez incurra en algunos errores —aconsejó el amigo del comandante. Pero Ash nunca volvió a presentarse a examen.
En noviembre comenzó el entrenamiento del escuadrón, y Ash cambió su calurosa habitación en el fuerte por una tienda de campaña al otro lado del río. La rutina de campamento, con sus largas horas en la montaña y sus noches frías en la tienda o al aire libre, le gustaba mucho más que la rutina del acantonamiento; y después del crepúsculo, cuando el cansado escuadrón terminaba de cenar y sus compañeros, tranquilizados por el aire fresco y el intenso ejercicio, se quedaban dormidos, Ash se reunía con un grupo alrededor del fuego y escuchaba la conversación.
Para Ash, esta era la mejor hora del día; en esos momentos aprendía mucho más sobre sus hombres que durante el curso normal de las tareas, no sólo sobre sus familias y sus problemas personales, sino sobre sus diferencias de carácter. Porque cuando los hombres están descansados y cómodos, muestran una parte diferente de sí mismos que la que aparece en horas de trabajo, y al disminuir la luz, cuando las caras se tornaban irreconocibles, hablaban de muchas cosas que normalmente no se mencionaban en presencia de un feringhi. Los temas de conversación eran muy variados: desde asuntos tribales hasta teología; en una oportunidad, un sowar pathan que poco tiempo antes había hablado con un misionero (con gran confusión e incomprensión por parte de ambos), pidió a Ash una explicación de la Trinidad.
—Porque el sahib misionero —dijo el sowar— declara que cree en un solo Dios, pero que en realidad son tres dioses en una sola persona. Bien, ¿cómo puede ser eso?
Ash vaciló un momento, y luego tomó la tapa de una lata de galletitas que alguien había usado como plato, dejó caer una gota de agua en tres de sus ángulos y dijo:
—Mira, aquí hay tres cosas, ¿no es cierto? Tres cosas separadas. —Una vez que los presentes observaron y asintieron, movió la tapa de manera que las tres gotas resbalaron y formaron una sola, más grande—. Ahora, díganme —prosiguió Ash—, ¿Cuál de ellas es una de las tres? Ahora hay una sola; sin embargo, las tres están en ella. —Su público le aplaudió y la tapa pasó de mano en mano para que todos pudieran ver y discutir, y aquella noche Ash adquirió reputación de gran sabiduría.
Lamentó que el campamento se disolviera y volvieran al acantonamiento, pero, aparte de haber perdido las esperanzas de casarse pronto, disfrutaba mucho de los primeros fríos en Mardan. Se llevaba bien con los demás oficiales y mantenía excelente relación con sus hombres, todos los cuales, por las misteriosas comunicaciones de la India (ya que ni Zarin ni Awal Shah habían hablado), sabían algo de su historia y tenían cierto interés personal en su progreso. Por este motivo, sus tropas pronto adquirieron la reputación de ser las más rápidas y disciplinadas del escuadrón, por lo cual Ash recibía más aprecio del que merecía, ya que en realidad eran sus antecedentes los que creaban este estado de cosas, y no un talento especial para el liderazgo o una gran fuerza de carácter. Los hombres sabían que el «Sahib Pelham» no sólo hablaba, sino que también pensaba igual que ellos, y, por tanto, no se dejaría engañar por mentiras o tretas que ocasionalmente serían útiles con otros sahibs. Además, sabían que podían confiarle con tranquilidad sus discusiones privadas, porque él admitiría ciertos factores que no podría comprender alguien nacido y criado en Occidente. Fue Ash, por ejemplo, quien en un destacamento donde se encontraba con sus hombres, emitió una sentencia que se recordó y apreció muchos años en la frontera…
Ash había ordenado a sus hombres que buscaran un pony gris de polo, robado a un oficial destinado en Risalpur, y la noche siguiente un médico misionero que cabalgaba en un caballo gris fue avistado a la luz de la luna y un centinela le dio el alto. El caballo se asustó y salió disparado, y el centinela, suponiendo que se trataba del ladrón que intentaba huir, disparó al médico y afortunadamente erró el disparo.
Pero, lamentablemente, la bala pasó muy cerca, y el médico, un hombre mayor y colérico, se enfureció y presentó una queja contra el centinela. El hombre se presentó al juicio a la mañana siguiente. Ash, usando la facultad judicial de comandante del destacamento, le condenó a quince días de arresto con pérdida de sus haberes: dos días por disparar a un sahib, y el resto, por haber fallado el disparo. La sentencia fue recibida con gran aprobación, y el hecho de que luego el Comandante la dejara sin efecto porque el sowar había actuado de buena fe no disminuyó la popularidad del veredicto; los hombres sabían muy bien que Ash no podía aplicarla, y que, simplemente, mostraba su desaprobación a la mala puntería. Sin embargo, el caso no resultó divertido para sus superiores.
—Habrá que vigilar a ese muchacho —dijo el comandante del escuadrón—. Tiene buena pasta, pero le falta equilibrio.
—Demasiado impulsivo, demasiado independiente, demasiado brusco —declaró el teniente Battye—. Pero ya aprenderá.
—Supongo que sí, aunque por momentos lo dudo. Si al menos fuera más tranquilo y un poco más firme, sería material de primera para un Cuerpo como este. Pero muestra demasiada tendencia a abandonar las cosas por la mitad. Francamente me preocupa, Wigram.
—¿Por qué? Los hombres le aprecian muchísimo. Puede hacer lo que quiera con ellos.
—Lo sé. Lo tratan como si fuera una divinidad menor, y creo que lo seguirían a cualquier parte.
—Bien; ¿y qué hay de malo en eso? —preguntó el teniente, desconcertado por el tono de su superior.
El comandante del escuadrón frunció el ceño y se tiró del bigote con expresión de disgusto e irritación.
—Aparentemente, nada. Sin embargo, entre usted y yo, creo que en una crisis procedería de forma irreflexiva y podría conducirlos a algo de lo que difícilmente lograrían salir. Es muy valiente, sin duda. Quizá demasiado. Pero creo que a menudo le guían sus emociones que… y además hay otra cosa: en una situación de apremio; y suponiendo que tuviera que tomar una decisión, ¿a quién sería leal? ¿A Inglaterra o a la India?
—¡Dios mío! —exclamó el teniente, realmente conmocionado—. ¿No está sugiriendo que es un traidor, verdad?
—No, no, por supuesto que no. Bien… no exactamente. Pero una persona así… con sus antecedentes… no sé cómo podría tomarlo. Para nosotros, es mucho más simple, Wigram, porque siempre supondremos que nuestro lado de la cuestión es el correcto, porque es el nuestro. Pero ¿cuál es su lado? ¿Me entiende?
—Creo que no —admitió con incomodidad el teniente—. Después de todo, no tiene nada de sangre india, ¿verdad? Su padre y su madre eran absolutamente británicos. El solo hecho de que haya nacido aquí… Bien, hay muchos que nacen aquí. Usted, por ejemplo.
—¡Sí, pero yo jamás pensé que era un indio! Bien, él sí, y esa es la diferencia. Bien, el tiempo dirá quién tiene la razón. Pero no estoy seguro de que no hayamos cometido un gran error al haberle hecho regresar a este país.
—No habría podido impedirse —respondió el teniente con convicción—. Habría vuelto, aunque tuviese que venir caminando… o nadando. Creo que siente que aquí está su hogar.
—Eso es exactamente lo que le decía… pero no lo es, en realidad. Y algún día lo descubrirá, y cuando lo descubra se dará cuenta de que él no pertenece a ninguna parte, excepto al Limbo, que por lo que sé está cerca de las fronteras del Infierno. Le aseguro, Wigs, que por nada del mundo querría estar en el lugar de ese muchacho, y probablemente no me habría importado en absoluto si hubiese querido volver aquí por sus propios medios; eso habría sido asunto suyo. Pero nosotros… el Cuerpo… somos los responsables de su presencia, y eso me preocupa. Aunque, en realidad, me gusta el chico.
—Ah, está muy bien —respondió tranquilamente el teniente—. No es fácil conocerlo a fondo, es verdad. Uno llega hasta cierto punto y nada más. Pero nadie niega que es el mejor deportista que hemos tenido en muchos años, y en la gymkhana del mes que viene debemos ganarle al resto de la Brigada.
Ni Awal Shah ni Zarin estaban en el escuadrón de Ash, por lo que los veía relativamente poco en Mardan, aunque siempre que podían uno u otro le acompañaban a cazar. Cuando ninguno de los dos podía, iba solo o llevaba a uno de sus sowares, Malik Shah o Lal Mast, miembros de una tribu de las tierras del otro lado del Panjkora. Disfrutaba de su compañía y aprendía mucho de ellos.
Malik Shah era un excelente shikari, capaz de acechar a una manada de gurral con tanta astucia que ninguno lo veía hasta que estaba a corta distancia, y en esto su primo (el parentesco era tan lejano que era imposible establecer el grado) era casi igual que él. Pero, aunque Ash pasaba muchas horas en las montañas con uno u otro cuando Zarin tenía otras ocupaciones, nunca aprendió a moverse en forma tan hábil y silenciosa como ellos, ni a confundirse tan perfectamente con el paisaje que cualquiera hubiese jurado que no había un ser humano en muchos kilómetros a la redonda.
—Hay que aprenderlo de pequeño —decía Malik Shah para consolarlo, cuando el gamo que habían estado acechando levantaba la cabeza y salía a toda carrera por la llanura—. En mi país, moverse sin ser visto, aprovechando cada ramita y cada brizna de hierba, a veces es cuestión de vida o muerte, porque todos tiramos bien y hacemos muchos enemigos. Pero en su caso, sahib, es diferente; usted nunca tuvo que quedarse inmóvil como una piedra, ni deslizarse de una a otra roca tan silenciosamente como una serpiente, porque al otro lado de la pendiente le espera un enemigo… o porque usted persigue a otro para matarlo. Si yo tuviera un arma como esta (había estado disparando con su carabina del Ejército)… me convertiría en jefe de mi valle y de veinte hombres de las montañas. Espere aquí, sahib, y yo atraeré nuevamente a ese gamo… entre la nullah y esos espinos que hay allá. Entonces usted podrá disparar.
Ash hizo muchos amigos en los pueblos y pasó muchas noches como huésped de los jefes del otro lado de la frontera, donde pocos habitantes habían visto jamás a un hombre blanco.
Ash habría pasado con mucho gusto la mayor parte de su tiempo con Belinda en Peshawar. Pero el mayor Harlowe no le permitía más que una visita al mes, y solo para tomar el té, y ni siquiera la señora Viccary, que solía invitarle a cenar y escuchaba sus lamentaciones, admitía que la conducta del mayor era arbitraria, sino que le aconsejaba que se pusiera en el lugar del padre preocupado por su hija. Sólo en Navidad, proverbialmente una época de paz y buena voluntad, la actitud se tornó menos rígida, pero entonces la Brigada de Peshawar regresó a la ciudad y Belinda se vio envuelta en un montón de fiestas, reuniones y bailes.
Pero después de Navidad, Ash no volvió a asistir a otros bailes en Peshawar. Recibió el Año Nuevo de 1872 con Zarin, y en un ambiente muy diferente, porque se tomaron dos días de permiso y los pasaron con Koda Dad.
Enero y febrero fueron meses muy fríos aquel año. La nieve cubrió las montañas de la frontera, el Regimiento usó poshteenes (chaquetas de piel de oveja) y Ala Yar mantenía un fuego de leña encendido todo el día en la habitación de Ash en el fuerte, donde el munshi iba diariamente a enseñar a leer y escribir al sahib. A principios de abril, los álamos y los sauces del camino a Peshawar se llenaron de brotes, y en los cultivos de árboles frutales florecieron los almendros; durante toda la primavera la frontera continuó sin problemas y, al menos externamente, las tribus siguieron en paz entre sí y con los británicos.
En Mardan, los Guías practicaban un nuevo juego llamado polo e instruían a los nuevos reclutas como habían hecho en temporadas anteriores, y la rutina del Regimiento se tornó tan familiar para Ash como las paredes de su habitación o la galería de la tropa. El día comenzaba con el jarro de té muy caliente, endulzado con gur y con un leve olor a humo, que Ala Yar le traía a la cama, y mientras se afeitaba y se vestía el viejo pathan hablaba sobre los hechos del día anterior o le contaba las noticias de Mardan y de la frontera o las habladurías de los mercados. Después había práctica en el campo de tiro, desayuno con la tropa, visita a los establos, una reunión en la oficina, y, de cuando en cuando, durbar, el parlamento del Regimiento donde se presentaban quejas, solicitudes de permiso y todos los asuntos pertenecientes a la política y la justicia, ante un panchayat («cinco hombres mayores»). Este era el sistema por el cual se gobernaban las aldeas de la India desde tiempo inmemorial. Aquí, el panchayat estaba compuesto por el oficial comandante, el 2.º comandante, el ayudante y dos oficiales indios de alta graduación. Los hombres asistían no sólo como espectadores, sino para asegurarse de que se hacía justicia, porque bajo el sistema del silladar cada hombre de la unidad era, en todo sentido, un accionista de una compañía privada, dueño de su propio caballo y sus arreos, así como un aprendiz es dueño de las herramientas de su oficio. Ninguno de los Guías era un hombre sin tierras propias, pero eran de origen campesino. Se enrolaban por honor y por amor a la lucha, y al saqueo, si había oportunidad, y cuando se cansaban de la vida militar, se retiraban a cultivar sus granjas… y enviaban a sus hijos a incorporarse al Regimiento.
Cuando terminaba el trabajo, Ash pasaba la mayor parte de su tiempo libre jugando al polo y cazando con halcón. Una vez por semana escribía a Belinda, a quien no se le permitía responder, y una vez al mes iba a caballo a Peshawar a hacer la visita formal permitida por el mayor Harlowe.
En cierto momento, tuvo la ilusión de que sería sencillo burlar esta restricción asistiendo a diversos entretenimientos donde sin duda debía encontrar a Belinda, tales como bailes de club, cacerías o carreras. Pero no tuvo éxito; la vigilaban tanto que no podía cambiar una sola palabra con ella. Esto lo deprimió tanto que casi fue un alivio cuando su comandante, enterado de esas visitas, las prohibió y redujo su permiso para ir a Peshawar el único día del mes autorizado por el padre de Belinda.
Ash sentía unos celos terribles de George, lo cual era un gasto de emociones innecesario. Los padres de Belinda permitían que Garforth visitara su casa con gran frecuencia, y no se oponían a que saliera a cabalgar o a bailar con Belinda, pero eran lo bastante astutos como para percibir que no había peligro de que Belinda se enamorara de él; en circunstancias normales, probablemente no le habrían invitado a su casa en absoluto. Pero George tuvo la ventaja de que su llegada coincidió con las maniobras de otoño, y, en consecuencia, con una escasez de compañeros de baile, y además su atractivo físico impresionaba a todas las muchachas del lugar. Esto junto con su desenvoltura recién adquirida y sus historias sobre una abuela con título nobiliario, hija, según se decía, de una liaison entre una bella condesa griega y nada menos que George Gordon, Lord Byron, lo elevó por encima de los demás, y Belinda, que al fin y al cabo era un ser humano, no podía dejar de regocijarse en recibir atenciones de alguien tan admirado por las demás muchachas.
Por tanto, continuó viéndolo aún después que las tropas volvieran a Peshawar; porque su padre no se oponía a que la acompañara un joven con quien ella nunca pensaría en casarse, y esperaba que la ayudara a olvidar aquel ridículo compromiso. En cuanto a los sentimientos de George, jamás les dio la más mínima importancia; en opinión del mayor Harlowe, todos los jóvenes se enamoraban y luego quedaban con el corazón destrozado, y eso volvía a sucederles media docena de veces. Tampoco le importaban los sentimientos de Ash: ¡matrimonio a los diecinueve años! El muchacho debía de ser tonto.
Ash hacía lo posible por complacerlo, pero le resultaba muy duro. Las mismas cualidades que nueve años atrás eran consideradas positivas por Awal Shah y el entonces comandante de los Guías, ahora demostraban tener ciertos inconvenientes, por lo que Ash envidiaba a menudo a sus compañeros oficiales, que tomaban decisiones con tan alegre confianza. Para ellos, ciertas cosas estaban bien y otras mal, eran necesarias o innecesarias, obvias, o sensatas, o lo único que cabía hacer todo era así de simple. Pero para Ash no era siempre de esa manera, porque solía considerar un problema desde el punto de vista de Lance-Naik Chaudri Ram o el sowar Malik Shah, y también desde el punto de vista de un producto del sistema de los colegios aristocráticos británicos o de un cadete de la Royal Military Academy; esto más bien complicaba las cosas en lugar de simplificarlas, porque saber lo que pasaba en la mente de un sowar juzgado por algún crimen, y comprender además los procesos mentales que le habían llevado a cometer ese crimen, no siempre le ayudaba a dar un veredicto rápido y correcto.
Con demasiada frecuencia, Ash sentía simpatía por un hombre por la única razón de que muchas veces él podía pensar, y realmente pensaba, como nativo del país. Y existe una diferencia grande y fundamental entre el razonamiento de Oriente y el de Occidente, un hecho que ha confundido a muchos misioneros bien intencionados y a administradores honestos, y que los ha llevado a condenar a naciones enteras como inmorales y corruptas, porque sus leyes y sus pautas, sus hábitos y sus costumbres difieren de las que se han desarrollado en el Occidente cristiano.
Un sahib, por ejemplo —explicaba el munshi, tratando de dar un ejemplo de las diferencias a sus alumnos—, siempre dará una respuesta veraz a una pregunta, sin considerar primero si no sería más conveniente responder con una mentira. Entre nosotros es a la inversa, lo cual finalmente causa menos problemas. En este país reconocemos que la verdad puede causar un gran daño y que, por lo tanto, no hay que emplearla descuidadamente, sino usarla sólo con gran cautela.
Sus alumnos, jóvenes oficiales a quienes padre y maestros habían enseñado que mentir es un pecado mortal, se escandalizaban ante esta abierta aceptación por parte de un maestro de edad madura de que en la India una mentira era totalmente permisible, y por razones que para un inglés parecían tortuosas y cínicas. Con el tiempo cambiarían de idea, como otros funcionarios, oficiales y hombres de negocios ingleses que les precedieron. Y en la medida en que aumentara esa comprensión, se incrementaría proporcionalmente su utilidad para el país y para el Imperio que gobernaba su país. Pero lo más probable era que, con la mejor voluntad del mundo, sólo llegaran a comprender una pequeña parte de los motivos y procesos mentales que dictaban el razonamiento asiático: sólo la parte visible del iceberg. Algunos verían un poco más lejos, otros imaginarían que veían más lejos y aun muchos más serían totalmente incapaces de hacer ningún esfuerzo en ese sentido. Los separaban la sangre, el medio ambiente, las costumbres, la cultura y la religión, y los puentes para atravesar estos abismos eran aún muy pocos, o eran estructuras demasiado débiles que se quebraban cuando se confiaba demasiado en ellas.
La vida habría sido más fácil para Ash si, como los otros oficiales, se hubiera concentrado en construir y usar esos puentes, en lugar de pararse con un pie en cada orilla, mal equilibrado entre ambas y sin decidirse a arrojar su peso en una o en otra. Era una posición lamentable que no le causaba ningún placer.
Sus momentos más felices eran cuando estaba con Zarin, a pesar de que también Zarin había cambiado la antigua relación que ambos creían haber recuperado y poder conservar, era alterada por circunstancias que no podían controlar. A Zarin le resultaba muy difícil olvidar que Ash era un sahib y un oficial con autoridad sobre él, y esto, inevitablemente, levantaba una barrera entre los dos, aunque no era una barrera muy importante y Ash ni siquiera la notaba. Pero a causa de esos años en Inglaterra, su posición oficial en el Regimiento y ciertas cosas que decía o hacía Zarin, ya no estaba seguro de cuáles serían las reacciones de su amigo en ciertas circunstancias, y, por tanto, le parecía mejor ser cauteloso. Porque Ashok también era sahib Pelham, y ¿quién podía estar seguro de cuál de los dos estaba frente a él en un momento determinado? ¿El hijo de Sita o el oficial británico?
En lo referente a Zarin, Ash habría preferido lo primero, pero tampoco estaba seguro de que la relación con Zarin pudiera volver a ser lo que era. El respetado hermano mayor y el muchachito de Gulkote enamorado de los héroes habían superado el pasado. Y en el proceso se habían nivelado. La amistad continuaba, pero ahora con reservas ocultas que antes no tenía.
El único que no había cambiado era Koda Dad, y Ash pasaba largas horas con él, cabalgando o cazando con halcón, o, simplemente, sentado con las piernas cruzadas ante la chimenea del anciano, hablando del presente o del pasado. Sólo con Koda Dad se sentía totalmente cómodo, porque, aunque hubiese negado firmemente tener alguna diferencia con Zarin, sabía que había algo entre los dos, «una pequeña nubecita».
Ni Ala Yar ni Mahdoo, y tampoco Awal Shah lo trataban, sino como a un sahib, ya que ninguno de ellos lo conocía de la época en que era simplemente Ashok. Pero Koda Dad nunca había tenido contacto con los sahib-log, y en su larga vida había conocido a pocos. Todo lo que sabía de ellos lo había aprendido de segunda mano, de manera que la influencia que tenían sobre él era mínima, y el hecho de que los padres de Ashok hubieran sido angrezis, y Ashok mismo un sahib, no alteraba para nada su amistad con él. El muchacho era el mismo muchacho, y nadie es responsable de quiénes son sus padres. Para Koda Dad, Ashok sería siempre Ashok, y no sahib Pelham.
La rutina del Regimiento cambió cuando llegó el calor: los hombres se levantaban antes del amanecer para aprovechar las horas más frescas, permanecían en el interior en las horas de calor más intenso, a mediodía y en las primeras horas de la tarde, y volvían a salir cuando el sol se ponía en el horizonte. Ash ya no iba a Peshawar, porque la señora Harlowe y su hija se habían ido a disfrutar del fresco de las montañas, y sólo mantenía contacto con Belinda por carta (ella no respondía). Una sola vez, Ash recibió una escueta respuesta, severamente controlada por la señora Harlowe, en que Belinda informaba que lo estaba pasando muy bien en Murree. No era la clase de noticias que deseaba recibir Ash. Belinda no mencionó nombres, pero Ash se enteró por casualidad, a través de un oficial de Razmak, de que la empresa «Brown & MacDonald», donde estaba empleado George Garforth tenía una sucursal en Murree, y que George, que había sufrido un golpe de calor en Peshawar, había sido trasladado a Murree durante el verano.
La idea de que su rival pasaba el tiempo haciendo excursiones con Belinda o acompañándola a los bailes le resultó intolerable. Pero no podía hacer nada al respecto, porque, cuando pidió permiso para tomar su permiso de verano en Murree, el ayudante le informó con brusquedad que si quería un permiso podía ir a cazar a Cachemira… y vía Abbottabad, no vía Murree, lo cual sería mucho mejor que hacer el tonto en tertulias sociales.
Zarin opinaba lo mismo. Correr como un perrito faldero detrás de una mujer que no quería casarse ni acostarse con uno era una falta de dignidad y una pérdida de tiempo que podía emplearse mejor en otras cosas. Aconsejó a Ash que abandonara todo intento de matrimonio durante cinco años por lo menos, y le aconsejó, en cambio, que visitara las casas de mala fama más conocidas de Peshawar o Rawalpindi.
Ash tuvo la fuerte tentación de aceptar, y probablemente le habría hecho mucho bien, porque la vida de un subalterno soltero en la India era realmente monástica. La mayoría de sus compañeros oficiales ponían freno a sus apetitos sexuales con un violento ritmo de ejercicio físico, mientras que otros se exponían a contraer enfermedades desagradables o a que les robaran sus pertenencias en las visitas subrepticias a los burdeles; o bien se entregaban a prácticas menos ortodoxas con los jóvenes del lugar, siguiendo la costumbre de los hombres de las tribus fronterizas, quienes nunca han visto nada malo en ese comportamiento. Pero Ash no sentía inclinación por la homosexualidad, y como estaba enamorado de Belinda, no toleraba comprar favores a las prostitutas… ni siguiera a seductoras tan notables como Masumah, la más despierta y bonita kasbi. En cambio, iba a pescar al valle Kangan.
En septiembre, las noches comenzaron a ser más frescas, aunque los días seguían siendo sumamente calurosos. Pero, a mediados de octubre la temperatura refrescó y volvieron a aparecer el pato y la cerceta en los jheels y en los lugares más tranquilos de los ríos; también se veían volar grandes bandadas de gansos que se dirigían hacia los lugares donde podían alimentarse, en la India central y meridional. Zarin pasó a la categoría de jemadar, y Belinda y su madre regresaron a Peshawar.
Ash fue una tarde a tomar el té con los Harlowe. No veía a Belinda desde la primavera (casi seis meses atrás), que más bien le parecían seis años, y podrían haberlo sido, porque la muchacha estaba muy cambiada. Seguía tan bonita como siempre, pero ya no era la colegiala que acababa de dejar los libros y se regocijaba con la libertad recién adquirida y su primer disfrute de la vida. Se la veía mucho más segura; ahora era una señorita. Y aunque continuaba siendo alegre, Ash pensó que no parecía una alegría espontánea, y que su risa, y sus movimientos y gracias, que antes eran totalmente encantadoras y naturales, ahora tenían un asomo de artificialidad.
El cambio de Belinda lo perturbó y trató de pensar que era obra de su imaginación, o que, después de esa larga separación, Belinda se sentía tímida y posiblemente un poco azorada al encontrarse con él, y que una vez que eso se disipara volvería a ser la dulce persona que él conocía.
El único pequeño consuelo en aquella tarde lamentable fue que George Garforth, quien también había sido invitado, recibía aún menos atención que él. Por otra parte, era evidente que George estaba en muy buenos términos con la señora Harlowe (en varias oportunidades ella lo llamó «mi querido muchacho»), mientras por cortesía, Belinda se veía obligada a atender a un paisano de edad madura Podmore Smyth y que era amigo de su padre.
Sería interesante saber qué curso habría tomado la vida de Ash si nunca hubiese conocido a Belinda, o si, habiéndola conocido, no la hubiera provocado a flirtear con George Garforth. Sólo uno de los tres habría de escapar al sufrimiento de sus vidas enlazadas. Ahora, George y Belinda desempeñarían un papel (aunque decididamente un papel muy pequeño) en desencadenar algo que cambiaría de manera radical el futuro de Ash, porque los dos fueron responsables del estado de ánimo con que Ash volvió a Peshawar, y fue por pensar en ellos por lo que salió luego a pasear a la luz de la luna.
Se había acostado temprano, y cuando se durmió tuvo en seguida el sueño que le perseguía desde su llegada a Mardan. Una vez más, se encontró cruzando al galope una llanura pedregosa entre sierras bajas y sin vegetación, mientras oía crecer a sus espaldas el ruido de los cascos de los caballos de sus perseguidores. Al despertarse, comprobaba que el ruido procedía de su propio corazón.
La noche era fresca, pero Ash estaba empapado de sudor; arrojó la manta y se quedó quieto, esperando que sus latidos se aquietaran, y escuchando aún subconscientemente el ruido de la persecución. Del otro lado de la ventana abierta se veía el fuerte bañado por la luz de la luna, pero hasta los perros sin dueño y los chacales estaban en silencio, y todos parecían dormir, excepto los centinelas del acantonamiento. Ash se levantó, salió a la galería y en seguida, con un asomo de inquietud, volvió a ponerse una bata y las chupplis (las pesadas sandalias de cuero que eran el calzado habitual de la frontera) y salió a pasear para calmar su ansiedad con el aire de la noche. El centinela le reconoció y lo dejó pasar murmurando la consigna habitual; se dirigió hacia la zona donde formaban las tropas y luego al campo abierto que se extendía hasta las montañas; su sombra oscura lo precedía en el camino.
Había una serie de patrullas alrededor de Mardan para dar la alarma en caso de ataque, pero Ash sabía exactamente dónde estaban situadas y no tuvo dificultad en evitarlas. Pronto dejó atrás el acantonamiento y se dirigió hacia las montañas. La llanura estaba llena de hondonadas, piedras y rocas en las que las suelas claveteadas de sus sandalias hacían ruido muy aumentado por el silencio. El ruido perturbaba sus pensamientos y lo irritaba intensamente, hasta que llegó a un sendero de cabras donde la tierra tenía varios centímetros de profundidad y siguió avanzando en silencio.
El sendero continuaba por una planicie ondulada, como suele suceder con los senderos de cabras; Ash lo siguió durante más de un kilómetro, hasta que por fin se sentó a un lado, sobre un montículo de tierra donde una roca chata, sombreada por las hierbas y por un rimero de piedras redondeadas, le ofrecía asiento. Sentado en la roca, con la espalda apoyada en una piedra, Ash contempló la llanura bañada por la luna y tuvo la ilusión de que estaba sentado muy por encima de la llanura, tan alto y protegido como en el balcón de la reina en la Torre del Pavo Real.
El día anterior había llovido un poco, y en el aire limpio y frío hasta los picos de las lejanas montañas parecían distantes; a lo sumo, a un día de marcha… o a una hora. Al mirarlos, Ash dejó de pensar en Belinda y en George y comenzó a recordar otras cosas: otra noche de luna, mucho tiempo atrás, cuando cruzara una llanura como esta hacia un monte de chenares junto al camino de Gulkote. Se preguntó qué habría sido de Hira Lal. Le gustaría volver a encontrarse con Hira Lal y pagarle parte de la deuda que tenía con él por el caballo y el dinero. Uno de estos días pediría permiso y… De pronto sus pensamientos abandonaron el pasado y sus ojos se entrecerraron y miraron con atención.
Algo se movía en la llanura, y no podía ser ganado, porque no había ningún pueblo cerca. Quizá serían ciervos; ¿chinkara, tal vez? Era difícil saberlo, porque la luna engañaba a los ojos. Pero como avanzaban hacia él y no había viento que llevara el olor de Ash hacia ellos, pronto se enteraría. Sólo debía permanecer inmóvil y pasarían junto a él, porque sus ropas eran del mismo color de las rocas y si permanecía inmóvil en las sombras sería invisible aún para los ojos agudos de un animal salvaje.
Al principio, su interés era sólo superficial. Pero pronto dejó de serlo, porque la luna iluminó algo que no eran cuernos, sino metal. Los que se acercaban eran hombres, no animales salvajes; hombres armados que llevaban cascos.
Cuando se acercaron, Ash observó que sólo eran tres, y su tensión disminuyó. Por un momento, imaginó que era un grupo de invasores del otro lado de la frontera, que venían a atacar alguna aldea para llevarse el ganado y las mujeres. Pero tres hombres no podían hacer mucho daño y seguramente eran powindas, gente nómada como los gitanos, que siempre estaban trasladándose de un lugar a otro. Esto no le pareció muy probable, porque, ahora que los días eran frescos, poca gente elegía la noche para caminar. Pero fueran quienes fuesen, Ash prefería no tropezarse con ellos, ya que sus razones para estar fuera de sus tierras no inspiraban mucha confianza, y los ladrones de ganado y otros delincuentes solían disparar antes de hacer preguntas. Por tanto, se quedó muy quieto y se alegró de que las sombras se alargaran, y de que la luna estuviera a sus espaldas y diera en los ojos a los hombres que avanzaban.
Con la seguridad de que si no se movía era muy improbable que lo vieran, Ash se relajó y los vio aproximarse con curiosidad y un poco de impaciencia. Empezaba a tener frío, y deseó que los desconocidos apresuraran el paso, porque hasta que llegaran cerca de él y se alejaran bastante no podrían moverse. Ash bostezó… y un momento después estaba tenso, escuchando.
El sonido que había oído era muy leve, pero no lo habían hecho los hombres que caminaban hacia él. Procedía de mucho más cerca y desde atrás, quizá no más de veinte o treinta metros… aunque en el silencio sin viento podía provenir de mucho más lejos. No era más que el ruido de una piedrecilla que había rodado, pero, excepto el montículo donde él estaba sentado, la llanura se extendía varios cientos de metros en todas, direcciones y ningún objeto podía haberse movido en ella sin ayuda, ni haber golpeado contra otro con tanta fuerza. Contuvo el aliento y oyó otro sonido que también le resultó muy fácil discernir: el ruido de la suela claveteada de una chuppli contra una piedra. Había por lo menos un hombre más que se acercaba al montículo, pero desde otra dirección.
Varias posibilidades diferentes pasaron como relámpagos por la mente de Ash, todas desagradables. Las luchas sangrientas perturbaban la frontera, y el hombre u hombres a sus espaldas podían estar tendiendo una trampa a los que se acercaban por delante. ¿O él mismo era la presa y había sido seguido por alguien que odiaba a los Guías? Era un error salir desarmado. Pero ahora era tarde para lamentarlo, porque una vez más se oyó ruido de metal sobre una roca y rodó una piedrecilla; Ash se volvió cautelosamente hacia el lugar de donde provenía el ruido y esperó con cada nervio y cada músculo de su cuerpo tenso y preparado.
Se oyó un crujido cerca, contra un espino al pie del montículo, y un momento después pasó un hombre y se alejó a toda prisa, sin volverse. Por la rapidez con que pasó, Ash sólo tuvo la impresión fugaz de una figura alta, envuelta en una burda manta de lana, y protegida del aire de la noche por un pedazo de tela atado a la cabeza y el cuello. Una vez que pasó, sólo fue una forma que se movía velozmente a la luz de la luna, y, si estaba armado, con seguridad no llevaba rifle, aunque quizá sus ropas ocultaban un cuchillo pathan. También era claro que no había visto a Ash ni sospechaba su presencia, Pero daba una impresión indefinible de furtivo, y sus espaldas encorvadas y su cabeza, que se movía nerviosamente hacia uno y otro lado, revelaban el temor de que le siguieran.
Los cuatro hombres se encontraron a unos cincuenta metros del montículo y hablaron unos minutos. En seguida se sentaron con las piernas cruzadas para continuar la conversación con más comodidad, y Ash vio la llama de un mechero cuando encendieron una hookah y la pasaron en círculo. Estaban demasiado lejos como para que Ash llegara a oír algo más que un murmullo de voces y alguna risa, pero sabía que si trataba de irse, le descubrirían, y no les gustaría comprobar que les habían estado espiando. La hora y el lugar en que habían elegido encontrarse sugerían que no deseaban divulgar el asunto, y en tales circunstancias era menos arriesgado que Ash se quedara donde estaba.
Pasó cerca de una hora, y Ash continuaba en el mismo lugar, sintiendo cada vez más frío y más irritación y maldiciéndose por su tontería de salir a vagabundear de noche. Pero por fin terminó la espera: los cuatro hombres se levantaron y partieron en direcciones diferentes: tres hacia las montañas y uno, por el mismo camino que había venido, pasando a menos de dos metros del montículo. Esta vez, la luna le daba de lleno en la cara, pero se había tapado la boca con el lienzo, de modo que sólo su nariz aguileña y sus ojos hundidos quedaban a la vista. A pesar de ello, el rostro le resultó familiar a Ash. Conocía a aquel hombre; estaba seguro de ello, aunque no sabía por qué, pero, antes de que tuviera tiempo de pensarlo, el hombre pasó junto a él y siguió su camino.
Ash esperó un momento antes de echar una mirada cautelosa sobre las piedras y ver la figura del hombre avanzando en dirección a Mardan; sólo cuando dejó de verlo, se puso de pie, sintiendo calambres y entumecido, y sin el menor rastro de pensamientos sobre Belinda, y comenzó la larga caminata de regreso al fuerte.
Al recordar el incidente a la mañana siguiente, a la luz brillante de un día de otoño azul y dorado, el incidente perdió los matices siniestros que tenía a la luz de la luna, y le pareció algo sin importancia. Probablemente, los cuatro hombres se habían reunido a discutir algún asunto urgente de interés puramente tribal, y si preferían hacerlo por la noche, era cosa suya. Ash se olvidó del asunto y quizá no habría vuelto a pensar en él sino hubiera sido por un encuentro casual que tuvo unos seis días después, al atardecer…
Aquella tarde no hubo polo, y Ash salió a cazar perdices en las praderas junto al río, y cuando volvía, poco después del anochecer, se encontró con un hombre en el camino del acantonamiento junto a las líneas de caballería: un sowar de su propio escuadrón. Oscurecía rápidamente y Ash sólo lo reconoció cuando estuvieron muy cerca uno del otro, Ash devolvió el saludo y siguió andando, pero en seguida se detuvo por algo que recordó. En parte, era por la forma de caminar del hombre, movía levemente un hombro para acompañar la marcha. Pero había algo más: tenía una cicatriz que dividía en dos una ceja y que Ash había visto, sin prestarle atención, en un rostro fugazmente iluminado por la luna.
—Dilasah Khan.
—¿Sahib?
El hombre se volvió y se acercó a Ash. Era un pathan de los afridis; su tribu una de tantas que teóricamente eran aliadas del emir de Afganistán, pero que, en la práctica, no reconocían otra ley que la propia. Al recordarlo, se le ocurrió a Ash que los hombres con quienes se había encontrado Dilasah Khan eran, casi con seguridad, hombres que le traían noticias de su pueblo, y que muy probablemente estaban mezclados en alguna pelea sangrienta con una tribu vecina, uno o más de los miembros podían estar de servicio con los Guías.
Se consideraba que el territorio británico era neutral y en él no podía haber luchas sangrientas, Pero un paso más allá de la frontera, las cosas eran diferentes, y los compañeros de tribu de Dilasah no querrían que los viesen allí. De todas maneras, no había violado la ley, y Ash pensó que no era justo reprenderle por algo que obviamente deseaba mantener en secreto. Como él mismo había sufrido injerencias de ese tipo en el pasado, y le habían molestado, no dijo lo que pensaba decir, lo cual tal vez constituyó un error, porque si Dilasah se hubiese asustado, tal vez habría cambiado sus planes, y así hubiese salvado, entre otras cosas, su propia vida. Aunque como sus creencias le enseñaban que su destino estaba atado a su cuello y no podía evitarse, es de suponer que se habría negado a creer que una acción suya o de otros podría haberlo alterado.
En esa oportunidad, Ash no mencionó que le había visto en la llanura con otros hombres, sino que le mencionó un asunto trivial referente a la escuela de equitación, y luego le dejó marchar. Pero el incidente, ahora que lo había recordado, ya no abandonaba sus pensamientos, y le molestaba como una mosca que insiste en posarse sobre la cara de un hombre amodorrado. A causa de esto, prestó más atención al sowar Dilasah Khan que la que le habría dedicado en circunstancias normales, y decidió que el hombre no le gustaba. Era un buen soldado y excelente jinete; en esos aspectos no podía criticarlo. Pero había algo en él que Ash calificaba como «cambiante». Algo en su actitud que estaba teñida de servilismo, una cualidad poco característica en un hombre de tribu, y en la forma en que desviaba la mirada, evitando dirigirla a los ojos de quien le hablaba.
—Ese Dilasah no me inspira confianza —confesó Ash al hablar de los hombres de la tropa con el comandante de su escuadrón—. He visto un par de caballos con esa clase de mirada, y no aceptaría uno, aunque me lo regalaran.
—¿Dilasah? Tonterías —replicó el comandante—. ¿Qué ha estado haciendo?
—Nada, Sólo que… No sé. Me provoca escalofríos, eso es todo. Lo vi en la llanura, una noche…
Ash describió el incidente y el comandante del escuadrón se rio y se encogió de hombros, e hizo una interpretación similar a la primitiva de Ash:
—Apuesto a que hubo una pelea entre su gente y sus vecinos, y querían advertirle que tuviese cuidado la próxima vez que vaya con permiso, porque su primo Habib acaba de matar al hijo del jefe, Alí, y los parientes de Alí están dispuestos a matar a todos los familiares de Habib. Seguro que es eso.
—Yo también lo pensé, pero no puede ser, porque él fue a encontrarse con ellos. O, sea, que todo fue concertado de antemano. El encuentro, quiero decir.
—Bien, ¿por qué no? Probablemente le enviaron un recado diciendo que tenían malas noticias que comunicarle. Si era sobre una muerte, no podían arriesgarse a decir nada más
—Supongo que tiene razón. De todas maneras, creo que debemos vigilar a ese tipo.
—Ocúpese de eso. —Lo dijo en el tono de «vete a jugar»; Ash se sonrojó y abandonó el tema. Pero no lo olvidó y le interesó lo suficiente como para pedir Ala Yar que hiciese algunas averiguaciones sobre la historia y los antecedentes del sowar Dilasah Khan.
—Hoy otros cinco hombres de su clan en la ríssala (caballería) —informó Al Yar—. Todos hombres valientes, orgullosos, afridis, que han ingresado en los Guías por izzat (honor) y porque les gusta pelear. Y quizá también porque su clan está destrozado por tantas rencillas sangrientas, y aquí no hay peligro de que les tiendan una emboscada y los maten de un tiro sin ninguna advertencia. En su unidad hay dos de ellos: Malik Shah y Lal Mast.
—Lo sé. Y son dos hombres excelentes… los mejores. He salido de shikar con Malik media docena de veces, y en cuanto a Lal Mast…
Ala Yar levantó una mano:
—Escuche, no he terminado. Su clan es pequeño, y, por tanto, casi todos tienen lazos de sangre, son primos terceros, o cuartos… Pero ninguno de ellos siente simpatía por su pariente Dilasah. Dicen que es astuto y tramposo; no le tienen confianza.
—¿Por qué? ¿En qué forma?
—Ah, por una serie de cosas que hizo en su infancia. Usted sabe cómo son los chicos: hay uno en el grupo que miente o hace trampas o va con historias a los mayores, y los demás le toman antipatía. Cuando crecen y se hacen hombres, esa antipatía persiste. A los otros les desagradó que ingresara en los Guías, y dicen que no entienden por qué lo hizo, ya que no parecía propio de él. Pero vino con un buen caballo y cabalga bien, y, además, es buen tirador; se ganó su puesto en competencia honesta con otros, y como sus oficiales hablan bien de él, sus parientes no pueden quejarse, y lo defienden por orgullo de clan. Pero, de todas maneras, no le quieren, porque a cada uno de ellos le ha hecho algo malo… cosas de chicos solamente; pero, como le digo, los hombres no olvidan. Pregunte a Malik o a Lal Mast, la próxima vez que salga a cazar con ellos.
Ash lo hizo. Pero no se enteró de otras cosas que las que le había contado Ala Yar.
—¿Dilasah? Es un reptil —dijo Malik Shah—. La sangre le corre lentamente y tiene veneno en la lengua. Cuando éramos niños…
Contó una larga historia de una travesura de la infancia que terminó con castigos y lágrimas para todos menos para Dilasah, quien había instigado el asunto y luego se lo contó todo a los mayores y evitó las consecuencias con alguna hábil mentira. Parecía que el episodio aún tenía vigencia, pero Malik admitió que un año en el Regimiento le había hecho mucho bien a Dilasah.
—Se ha convertido en un buen soldado, y cuando los Guías seamos nuevamente llamados a librar batallas hasta puede hacernos honor, a nosotros y a nuestro clan. Sin embargo, es extraño que haya querido servir en los sirkar y someterse a una disciplina; me parece el último hombre en el mundo que habría querido elegir este modo de vida. Pero… ¿quién sabe? Tal vez mató a alguien y eso le ha hecho la vida demasiado peligrosa en nuestras montañas, y por eso busca seguridad aquí. ¡No sería el único!
Malik rio, y Ash, que sabía que esto último era muy cierto, no continuo con el tema. Pero, menos de una semana después, se supo la verdad de por qué Dilasah Khan había ingresado en los Guías. E igualmente claro que la desconfianza de sus parientes y las sospechas de Ash eran bien fundadas.