Las noches caen rápidamente en Oriente; pues no hay atardeceres prolongados que suavicen la transición entre la luz del día y la oscuridad. El río Kabul aparecía dorado por el sol cuando Ash y sus compañeros cruzaron el puente de barcazas en Nowshera, pero mucho antes de que llegaran a Mardan la luna estaba alta y en la pradera blanca se destacaba la forma negra del pequeño fuerte en forma de estrella construido por Hodson en los años anteriores al Gran Levantamiento.
En los viejos tiempos, cuando la «Tierra de los cinco ríos» (el Punjab) aún era una provincia del Sikh, y las únicas tropas británicas dentro de sus fronteras eran las fuerzas de la East India Company estacionadas en Lahore para apoyar la autoridad de un Residente británico, Sir Henry Lawrence, ese prudente y juicioso administrador que moriría como un héroe durante el Levantamiento en la Residencia de Lucknow, concibió la idea de una fuerza de hombres seleccionados, muy móvil, capaz de trasladarse al instante a cualquier lugar donde surgiesen problemas.
Esta «brigada de fuego» consistiría en un escuadrón de Caballería y dos compañías de Infantería, liberadas de los prejuicios tradicionales y organizada con un criterio enteramente nuevo, que combinaría la acción militar con un trabajo de información, y sus miembros (hombres seleccionados por oficiales también seleccionados) llevarían un cómodo uniforme de color caqui, que se disimularía en el paisaje polvoriento de las montañas de la frontera, en lugar de las guerreras escarlata y los pantalones ajustados que usaban la mayor parte de los regimientos, y que representaban un tormento con las temperaturas reinantes y que se veían a kilómetros de distancia. Rompiendo una vez más con la tradición, Sir Henry llamó «Cuerpo de Guías» a este fruto de su cerebro, y confió su desarrollo a Harry Lumsden, un joven de capacidad excepcional y gran carácter y valentía, que resultó una muy acertada elección.
Los cuarteles originales del nuevo Cuerpo estaban en Peshawar, y al principio sus obligaciones consistían en enfrentarse a las tribus de la frontera, que atacaban a la gente pacífica del pueblo y se llevaban mujeres, niños y ganado a las inhóspitas montañas de la frontera, desafiando a los sikh durbar, que nominalmente controlaban el Punjab y en nombre del cual ejercían la autoridad una serie de oficiales británicos. Más tarde, el Cuerpo fue enviado al Sur a luchar en las llanuras que rodeaban Ferzapore, Mooltan y Lahore, y actuó con eficacia en las sangrientas batallas de la Segunda Guerra Sikh.
Sólo cuando terminó la guerra y el Punjab fue anexionado por el gobierno de la Compañía, los Guías volvieron, una vez más, a la frontera, pero no a Peshawar. Cuando la frontera se apaciguó un poco, eligieron un lugar cerca del río Kalpani, donde se cruzan los senderos de Swat y Buner, y cambiaron sus tiendas de campaña por un fuerte de paredes de barro en Mardan, en la llanura de Yusafzai. Era un lugar desolado y sin árboles cuando Hodson comenzó a trabajar en la construcción del fuerte, y su esposa, Sophia, en una carta escrita en enero de 1845, dice: «Imagínate una inmensa llanura, plana como una mesa de billar, pero no tan verde, con matorrales de espinos de cuarenta centímetros de alto aquí y allá como única vegetación. Esto, hasta donde alcanza la mirada hacia el Oeste y hacia el Sur, pero hacia el Norte se elevan las imponentes cimas del Himalaya por encima de la cadena de sierras más bajas que están cerca de nuestro campamento».
El paisaje continuaba siendo el mismo, pero el Cuerpo había crecido y los Guías plantaron árboles para dar sombra a su campamento. Aquella noche de otoño, el jardín que Hodson había plantado para su mujer y su único y amado hijo, que moriría en la infancia, olía a jazmines y a rosas. En el cementerio donde yacían los muertos de la campaña de Ambeyla, una docena de lápidas brillaban a la luz de la luna; y cerca de allí, una morera proyectaba una mancha negra de sombra sobre el lugar donde el coronel Spottiswood, comandante del Regimiento de Infantería de Bengala, que fue enviado para relevar a los Guías en el año fatídico de 1857, se mató de un balazo cuando se amotinó su regimiento.
Los perfumes y sonidos del acantonamiento llegaban a Ash como un saludo.
—Es agradable estar de vuelta —dijo Zarin, aspirando con aprobación el aire de la noche—. Esto es mejor que el calor y el ruido de los trenes.
Ash no contestó. Estaba mirando a su alrededor y comprendiendo que este pequeño oasis creado por el hombre al pie del Himalaya y la gran extensión de la llanura serían su hogar durante muchos años. Desde aquí saldría con su regimiento a mantener la paz en la frontera y a librar batallas entre las sierras que parecían trozos de tela arrugada a la luz de la luna, o a bailar, cazar y hacer carreras en cualquiera de las alegres aldeas entre Delhi y Peshawar; pero cualquiera que fuese la razón de que se alejara de Mardan, por obligación o por placer, mientras sirviera con los Guías volvería a Mardan…
Se volvió a sonreír a Zarin y estaba a punto de hablar cuando distinguió una figura junto a un neem cerca del camino, que salía a la luz de la luna y detenía la tonga.
—¿Quién es? —preguntó Ash en su lengua vernácula. Pero, antes de recibir respuesta, recordó otra noche de luna, bajó al camino polvoriento y se inclinó a tocar los pies de un anciano detenido junto a la cabeza del caballo.
—¡Koda Dad! Eres tú… mi padre. —La voz de Ash se quebró mientras le asaltaban ramalazos del pasado.
El viejo rio y lo abrazó.
—Así que no me has olvidado, hijo mío. Menos mal, porque creo que no te habría reconocido. El muchachito se ha convertido en un hombre grande y fuerte, casi tan alto como yo… ¿o es que me habré encogido con la edad? Mis hijos me comunicaron que vendrías, de manera que hice el trayecto a Mardan, y Awal Shah y yo esperamos junto al camino tres largas noches, sin saber cuándo llegarías.
Awal Shah salió de las sombras y levantó la mano para hacer el saludo, pues su padre y Zarin podían olvidar que Ash era un oficial, pero jemadar Awal Shah, no.
—Salaam, sahib —saludó Awal Shah—. Como los gharis estaban retrasados, no sabíamos si llegarías aquí. Pero mi padre quería ver te antes de que hicieras tus salaams al coronel sahib. Por tanto, esperamos.
—Sí, sí —confirmó Koda Dad—. Porque mañana ya no será posible. Mañana serás un sahib oficial con muchas obligaciones que cumplir, y no tendrás tiempo. Pero esta noche, antes de presentarte a las autoridades, aún eres Ashok, y si quieres puedes dedicar media hora a hablar con un viejo amigo.
—Con mucho gusto, padre mío. Dile al tonga-wallah que esperaré, Zarin. ¿Vamos a tus habitaciones, sahib jemadar?
—No. No estaría bien, no sería adecuado. Pero hemos traído comida, y detrás de esos árboles hay un lugar donde podemos sentamos juntos sin que nos vean desde el camino.
El jemadar se volvió e indicó el camino hasta un lugar ennegrecido por las fogatas del campamento, donde ardían unos carbones rojos entre las raíces de los neemes. Alguien había colocado allí varias dechis (ollas para cocinar) tapadas, y una hookah. Koda Dad se sentó cómodamente con las piernas cruzadas en la penumbra, y gruñó en señal de aprobación cuando Ash hizo lo mismo, porque pocos europeos saben adoptar esta posición característicamente oriental, el corte de las ropas occidentales la dificulta, y los hombres occidentales no están acostumbrados a sentarse así para comer, charlar, o no hacer nada. Pero el coronel Anderson, como Awal Shah y el comandante de los Guías, tenían sus propias ideas sobre la educación y la formación de Ashton Pelham-Martyn, y había cuidado de que el muchacho no olvidara cosas que podían serle útiles cuando fuese hombre.
—Mi hijo Zarin envió un recado desde Delhi diciendo que todo marchaba bien y que no te habías convertido en un extraño para nosotros. Por eso crucé la frontera para darte la bienvenida —explicó Koda Dad, aspirando largamente la hookah.
—¿Y si hubiera mandado decir que yo me había convertido totalmente en un sahib? —preguntó Ash, aceptando un chuppatti con una gruesa capa de pilau que comenzó a comer vorazmente.
—Entonces no hubiese venido, porque no habría tenido nada que decir. Pero ahora debemos hablar.
Había algo en su voz que hizo preguntar a Ash:
—¿Sobre qué debemos hablar? ¿Hay malas noticias? ¿Tienes problemas?
—No, no. Es que Zarin y Ala Yar dicen que en muchos sentidos aún eres el Ashok de los días de Gulkote, y me alegro. Pero… —El viejo hizo una pausa para mirar a sus hijos, quienes asintieron con la cabeza como respondiendo a una pregunta, y Ash paseó la mirada de Koda Dad a Zarin y de Zarin a Awal Shah, y al ver la misma expresión en los tres rostros preguntó bruscamente:
—¿De qué se trata?
—Nada que deba perturbarte —respondió tranquilamente Koda Dad—. Sólo que aquí en Mardan, o donde te envíen los Guías, tú y mi hijo ya no podéis ser Zarin y Ashok, como en los viejos días, porque no sería correcto que un daffadar y un oficial angrezi se comporten como hermanos de sangre. Daría mucho que hablar, y además… ¿quién sabe…? el temor del favoritismo entre los hombres; hay pathanes de diferentes tribus en los Guías, y también hombres de muchas creencias, como los sicks y los hindúes, todos iguales a la vista de sus oficiales, lo cual es justo y correcto. Por tanto, sólo cuando tú y Zarin estéis solos, o con permiso, podéis ser los mismos que erais en el pasado; pero no aquí y ahora, en presencia del Regimiento. ¿Comprendido?
Esta última palabra fue pronunciada con suavidad, pero era más una orden que una pregunta, y el tono le recordó a Ash los viejos tiempos. Ash lo reconocía y actuaba en consecuencia, aunque sin desearlo. Le parecía absurdo no poder tratar a Zarin como a un amigo y un hermano sin dar lugar a críticas. Pero muchas cosas que hacían sus mayores y sus superiores le parecían absurdas, y casi nunca servía de nada discutirlas con ellos. En esas circunstancias, probablemente el consejo de Koda Dad era bueno y debía aceptado, de modo que respondió con lentitud:
—Comprendido. Pero…
—No hay peros —interrumpió vivamente Awal Shah—. Mi padre y yo hemos hablado de este asunto y estamos de acuerdo. Zarin también. El pasado pasó, y lo mejor será olvidarlo. El muchacho hindú de Gulkote ha muerto y en su lugar hay un sahib… un sahib oficial de los Guías. Eso no puedes cambiarlo, ni tratar de ser dos personas a la vez.
—Soy dos personas —replicó Ash con ironía—. Tu hermano contribuyó a ello cuando me dijo que debía ir a Belait a reunirme con la gente de mi padre, y a aprender a ser un sahib, Bien, he aprendido. Sin embargo, sigo siendo Ashok, y no puedo modificar ninguna de las dos cosas, porque el haber sido hijo de esta tierra durante once años me liga a ella con lazos de sangre, y seré dos personas con la misma piel… lo cual no es nada cómodo.
De pronto, hubo una nota de amargura en su voz; Koda Dad le puso una mano en el hombro y dijo con suavidad:
—Eso lo comprendo, Pero todo te resultará más fácil si las mantienes separadas y no tratas de ser las dos al mismo tiempo. Y algún día… ¿quién sabe?, descubrirás en ti una tercera persona que no es Ashok ni Pelham-Martyn, sino alguien íntegro y completo: tú mismo. Ahora hablemos de otras cosas. Dame la hookah.
Awal Shah le alcanzó la pipa, y el ruidito familiar y el olor del tabaco del país llevó a Ashok a noches del pasado en las habitaciones de Koda Dad, en el Palacio de los Vientos. Pero mientras circulaba la pipa, el anciano no habló del pasado, sino del presente y el futuro. Habló de la frontera, que en los últimos tiempos gozaba de una paz poco habitual; entretanto, la luna dejó de iluminar las copas de los árboles y echó una luz fría sobre los carbones encendidos. Desde el camino llegó el tintineo de las campanillas de la tonga producido por movimientos del pony, impaciente por volver a su establo, y la tos del cochero, que les recordaba discretamente que hacía casi una hora que esperaba.
—Se hace tarde —dijo Koda Dad—, y debo irme para poder dormir un poco, porque mañana partiré hacia mi pueblo antes del amanecer. No, no, ya lo he decidido. Sólo quería verte, Ashok, y ahora volveré a casa… —Apoyó pesadamente la mano en el hombro de Ash al levantarse—. Los viejos son como los caballos: prefieren estar en su propio establo. Adiós, hijo mío. Me alegro de haber vuelto a verte; cuando te concedan tu próximo permiso, Zarin te llevará a visitarme.
Abrazó a Ash y se fue, internándose en la oscuridad y desdeñando la ayuda que le ofrecía su hijo mayor, quien dijo unas palabras a Zarin, hizo el saludo a Ash y siguió a su padre.
Zarin apagó lo que quedaba del fuego, recogió las ollas y la hookah, y anunció:
—Yo también debo irme ahora. El permiso ha terminado y mi padre tiene razón: es mejor que no lleguemos juntos. La tonga te llevará al despacho del sahib ayudante, donde anunciarás tu llegada. Nos veremos, pero sólo por razones de trabajo.
—Pero disfrutaremos de otros permisos.
—¡Beshak! (Sin duda). Cuando estemos con permiso podremos ser lo que queramos. Pero ahora estamos en actividad, al servicio del Sirkar. Salaam, sahib. Desapareció entre las sombras de los árboles y Ash volvió al camino donde lo esperaba la tonga, que le condujo rápidamente al fuerte para presentarse al ayudante del Regimiento.
Por supuesto, tendría que haberlo previsto todo, aunque el hecho de que no fuera así no era totalmente culpa suya. Por lo menos tres personas más eran responsables en parte: su tío Matthew, a quien jamás se le habría ocurrido advertir a su sobrino que no se comprometiera para casarse antes de ingresar en el Regimiento; el coronel Anderson, que le dio muchos buenos consejos, pero jamás tocó el tema del matrimonio (él era un soltero empedernido), y la señora Harlowe, quien debió de haber rechazado la idea en lugar de aceptarla con tanto entusiasmo concediendo de inmediato su aprobación y la de su esposo. No podía culparse a Ash por pensar que el único motivo de que no se aconsejara a los oficiales casarse al principio de su carrera era la carencia de medios y no su juventud; como él tenía medios, no veía ninguna objeción seria a su matrimonio.
La desilusión llegó muy pronto, porque los peores temores de la señora Harlowe se materializaron. A su marido le gustó muy poco todo el asunto cuando se enteró de él, y lo mismo sucedió con el comandante de los Guías. La intención de Ash de viajar a Peshawar pocos días después no pudo llevarse a cabo porque el mayor Harlowe fue a Mardan y habló en privado con el comandante.
Ambos hombres coincidieron totalmente sobre el tema de los matrimonios a temprana edad y las consecuencias fatales que acarreaban. Llamaron a Ash y le endosaron una filípica que le dejó lastimado y humillado, y sobre todo sintiéndose muy joven y estúpido. No le negaron permiso para ver a Belinda (quizás habría sido menos cruel que se lo negaran), pero el mayor Harlowe explicó con meridiana claridad que no habría compromiso, oficial ni extraoficial, y que para volver a hablar del asunto tendrían que esperar varios años, hasta que los dos jóvenes hubieran adquirido más experiencia y sentido común (o sea, cuando Belinda ya hubiera conocido y se hubiese casado con un hombre mayor y más apropiado). Si eso quedaba bien entendido, el mayor Hadowe no tenía inconveniente en que Ash visitara su casa cuando fuese a Peshawar.
—No debe usted pensar que soy cruel, muchacho —dijo el padre de Belinda—. Comprendo sus sentimientos. Pero es que esto no resultaría bien. Sé que desde el punto de vista financiero usted puede mantener a una esposa, pero no altera el hecho de que los dos son muy jóvenes para pensar en casamiento. O tal vez Bella no lo es tanto, pero usted sí. Primero tiene que cambiar los dientes de leche, muchacho, y aprender su oficio; y si es sensato, dejará pasar ocho o diez años antes de atarse a enaguas y cochecitos de niño. Ese es mi consejo.
También era el consejo del comandante. Cuando Ash intentó defender su causa, le dijo que no fuera bobo, y que si no podía soportar vivir sin la señorita Harlowe, significaba que no estaba preparado para servir en los Guías, y sería mejor que pidiera el traslado a algún sector del servicio más sedentario. Entre tanto, como parecía que se había hablado de un compromiso, le concedía permiso para que fuese el próximo fin de semana a Peshawar para hablar con la señorita Harlowe y aclarar las cosas.
De pronto, Ash sintió que no podía vivir sin Belinda, y pensó que lo único que le quedaba por hacer era fugarse con ella. Si él y Belinda se escapaban juntos, el padre de la joven no tendría más remedio que aceptar la boda, y si no podía quedarse en los Guías, bien, había otros regimientos.
Al evocar esa época, Ash nunca pudo recordar muy bien su primera semana en Mardan: había tanto que hacer y tanto que aprender. Pero, aunque los días estaban llenos de interés, las noches se convirtieron en largas batallas por conciliar el sueño, porque sólo entonces tenía tiempo para pensar en Belinda.
También lo perturbaba que, aunque estaba de nuevo en su tierra natal y había vuelto a ver a Zarin y a Koda Dad, no había perdido esa insistente sensación de vacío de sus años en el exilio. Aún estaba allí, pero Ash pensaba que si Belinda se atrevía a desafiar a su padre y se casaban, con permiso o sin él, se liberaría para siempre de esa sensación… y de toda inquietud, ansiedad o duda. Las noches alargaban la semana. Sin embargo, pronto llegó el sábado.
Salió de Mardan bastante antes del amanecer con Gul Baz; desayunaron cerca de Nowshera, chuppattis y curry de dal, comprados a un vendedor junto al camino de Peshawar.
Ash había enviado una carta a Belinda, diciéndole que iría a Peshawar y que esperaba llegar allí antes del mediodía, y una más larga y formal a la señora Harlowe, pidiéndole permiso para visitarlos. Pero, aunque llegó al bungalow un poco antes de la hora anunciada para la visita, sólo encontró allí a un corpulento sirviente musulmán, quien le informó que el sahib mayor había partido con su Regimiento el día anterior, y que las memsahibs habían salido de compras y sólo regresarían a las tres, ya que tomarían el tiffin (almuerzo) con la esposa del comisario. Pero había una nota para Ash…
Belinda escribía que lamentaban mucho no estar en casa, pero no podían cancelar el compromiso del almuerzo, y la tienda de Mohan Lal anunciaba que había recibido tela de algodón estampada de Calcuta, de modo que habían tenido que salir temprano. Estaba segura de que Ash comprendería, y que le esperaban a tomar el té a las cuatro.
En la nota había tres errores de ortografía y era evidente que había sido escrita con gran apresuramiento, pero como estaba firmada por «Belinda, con mucho cariño», Ash la guardó cuidadosamente en el bolsillo de su guerrera y dijo que volvería a la hora del té, montó en su caballo y fue al dâk-bungalow. Allí tomó una habitación para esa noche, dejó a Gul Baz y a los caballos, pidió una tonga y fue al club. Al menos ese lugar estaría fresco y tranquilo, no como el dâk-bungalow. Pero fue una elección desafortunada.
El club estaba realmente fresco y cómodo, y aparecía vacío, excepto algunos aburridos khidmatgares y dos ingleses de edad mediana que bebían café en un rincón del salón. Ash se sentó en el otro extremo con un jarro de cerveza y un número del Punch de seis meses atrás, pero las voces de las mujeres le impedían concentrarse; en seguida se levantó bruscamente, salió del salón y fue a refugiarse en el bar. Como casi toda la guarnición estaba en maniobras, Ash era el único ocupante del lugar y se hundió en sus pensamientos, ninguno de los cuales era especialmente agradable.
Una medida de su ansiedad fue que un cuarto de hora después recibió con cierto alivio la entrada de George Garforth, aunque normalmente habría tratado de evitar su compañía, y pocos minutos después lamentó no haberla evitado. Porque George, que aceptó tomar una copa, se embarcó de inmediato en una torturante descripción del impacto de Belinda en la sociedad de Peshawar y en las atenciones que recibía de varios solteros elegibles, quienes, pensaba George, podrían dejar tranquila a una criatura tan joven e inocente.
—Es sencillamente repugnante, si se piensa que tanto Foley como Robinson podrían ser su padre… o sus tíos, en todo caso —agregó George con amargura—. Y Claude Parberry, todos saben que no es más que un roué y que nadie le confiaría a su hermana para que la llevara a pasear. No sé por qué su madre lo permite o por qué lo consientes tú.
Miró con resentimiento a Ash, tomó un buen trago de su copa, lo cual mejoró un poco su ánimo, y comentó que sabía que a Belinda le molestaban las atenciones de esos hombres (él no los llamaría «caballeros»), pero que la pobre niña era demasiado inexperta como para tratarlos según se merecían. Sólo podía desear que Belinda diera a Ash la oportunidad de encargarse de ellos.
—Además te diré —continuó George—, que como no usa tu anillo no la considero formalmente comprometida contigo y haré lo que pueda para que cambie de idea. Al fin y al cabo, «en el amor y en la guerra todo está permitido», y yo me enamoré de Belinda antes que tú. ¿Quieres otra copa?
Ash la rechazó, diciendo que había pedido el almuerzo y no quería retrasarlo. George replicó que le acompañaría, ya que también tenía apetito. La comida no fue muy amena; Ash no pronunciaba palabra y George hablaba todo el tiempo; por lo que contaba era persona grata en el bungalow de los Harlowe. Ya había acompañado a Belinda a una excursión, había salido de compras con ella y su madre, y aquella misma noche cenaría con ellas y luego las acompañaría a la «velada de sábado» en el club.
—Belinda dice que soy el mejor bailarín de Peshawar —observó George con complacencia—. Creo que yo… —Se detuvo bruscamente porque lo asaltó un pensamiento desagradable—. Ah, supongo que estarás allí esta noche. Bien, no encontrarás mucha gente. Supongo que hay una multitud cuando los militares están en la ciudad, pero en estos momentos la mayoría está en la llanura de Kajuri; las veladas no son grandes acontecimientos. No sé por qué Belinda no mencionó que vendrías. ¿Pero quizá tú no bailas? Creo que algunos de los muchachos no bailan; yo, por mi parte…
George siguió hablando sin cesar mientras consumían los cuatro platos, y Ash se sintió profundamente aliviado cuando su acompañante se marchó.
La señora Harlowe le esperaba en la sala, y aunque lo saludó amablemente, no parecía cómoda y se embarcó en seguida en una charla insustancial. Resultaba evidente que no pensaba tocar temas personales y que trataría a Ash como a un visitante casual; parecía muy agitada cuando entró su hija con un vestido de muselina blanca, encantadoramente joven y bonita.
Ash se olvidó de los convencionalismos y de la presencia de la madre de Belinda, ignoró la mano tendida de la muchacha y la tomó en sus brazos, y la habría besado si ella no hubiese apartado la cabeza y se hubiera desprendido de él.
—¡Ashton! —Belinda se arregló el cabello, retrocedió, ruborizándose vivamente y sin saber si echarse a reír o escandalizarse, exclamó—: ¿Qué pensará mamá? Si te comportas así me marcharé. Por favor, siéntate y deja de hacer tonterías. No, allí no. Aquí, al lado de mamá. Las dos queremos que nos cuentes cosas sobre tu regimiento y Mardan y lo que has estado haciendo.
Ash abrió la boca para protestar, porque no había venido a hablar de esas cosas, pero la señora Harlowe se lo impidió tocando la campanilla para pedir el té, y en presencia del khidmatgar, que no daba señales de marcharse, sólo le quedaba dar un breve informe de lo que hacía, mientras Belinda servía el té y el khidmatgar presentaba platos de pastas y bocadillos.
Escuchando su propia voz, Ash sentía que el día había tomado una calidad de sueño en que nada parecía real. Todo el futuro de él y de Belinda estaba en juego, y aquí estaban bebiendo té y mordisqueando pastas y hablando de trivialidades como si ninguna otra cosa importara. Todo el día había sido una pesadilla desde que llegó a casa de Belinda y se enteró de que había salido de compras: la desagradable conversación con George, las lentas horas de la espera, la charla nerviosa de la señora Harlowe, y ahora esto. La habitación parecía estar llena de una sustancia pegajosa en que Ash se revolvía como una mosca en un tarro de mermelada, mientras la señora Harlowe hablaba de las Misiones de Zenana y Belinda enumeraba todas sus diversiones de la semana anterior, y mostraba a Ash la impresionante cantidad de tarjetas de invitación colocadas en fila en la repisa de la chimenea.
Ash les echó una mirada y dijo bruscamente:
—Me encontré con George Garforth, en el club. Me contó que te había visto con mucha frecuencia la semana pasada.
Belinda se rio e hizo un mohín.
—Si es así, es sólo porque todos los hombres presentables están en maniobras, de manera que es casi el único de los que quedan que puede bailar con una sin pisarle el vestido.
—Entonces quizá me concedas algunas piezas esta noche. Sé que hay baile en el club, y aunque yo no bailo tan bien como George, al menos trataré de no pisarte el vestido.
—Ah, pero… —Belinda se interrumpió y miró a su madre esperando ayuda de ella.
La pobre señora Harlowe, alterada por toda la situación e incapaz de manejarla, invitó entrecortadamente a Ash a ir al baile con ellas aquella noche, cosa que no tenía la menor intención de hacer. Sólo lo había invitado a tomar el té para dar a la joven pareja una oportunidad de hablar en el jardín y decidir (como sin duda debían decidir) que no tenía sentido continuar viéndose y que sería mejor separarse. Luego Belinda podía devolver el anillo a Ashton y, naturalmente, el pobre muchacho querría marcharse de inmediato de Peshawar, ya que lo último que desearía hacer sería volver más tarde a cenar con ellas. La señora Harlowe sabía muy bien para qué lo había invitado, pero esperaba que él tuviera el buen sentido de rechazar la invitación.
Ash la decepcionó: aceptó con entusiasmo la invitación, con la impresión errónea de que la señora Harlowe aún estaba de su parte y que pensaba apoyarlo, y cuando sugirió que él y Belinda salieran al jardín, lo tomó como otra muestra de buena voluntad. Ilusionado, siguió a Belinda al jardín y la besó detrás de unos pimenteros, henchido de amor y optimismo. Pero lo que siguió fue peor que lo soportado o imaginado en los penosos días después de su entrevista con el mayor Harlowe o el comandante…
Belinda respondió al beso pero después le devolvió el anillo y no le dejó ninguna duda sobre la oposición de sus padres al matrimonio. Ash se enteró de que la señora Harlowe, lejos de apoyarlo, se había pasado al enemigo y ahora estaba convencida de que todo el asunto era una locura. No había esperanzas de que el padre ni la madre cedieran, y como faltaban cuatro años para que Belinda alcanzara la mayoría de edad, nada se ganaría con discutir o protestar.
La propuesta de Ash de que se fugaran fue recibida con espanto y una enfática negativa de considerar la posibilidad ni por un segundo.
—Yo ni soñaría con hacer algo tan… tan tonto e inadmisible. Realmente, Ashton, creo que estás loco. Te expulsarían de tu Regimiento y todos sabrían porqué, sería un escándalo vulgar y caerías en desgracia, y yo también. Jamás podría recuperar mi dignidad, y me parece horrible que te atrevas a… a mencionar siquiera una cosa así.
Belinda empezó a llorar. Ash tuvo que disculparse hasta la humillación para conseguir que no corriera a la casa y se negara a volver a verlo. Pero, aunque finalmente le perdonó, el daño ya estaba hecho y Belinda no aceptó ninguna propuesta de encuentros en privado.
—No es que no te ame —explicó entre lágrimas—. Te amo y me casaría contigo mañana mismo si papá lo aprobara. Pero ¿cómo puedo saber lo que sentiré cuando tenga veintiún años? ¿O si tú seguirás enamorado de mí?
—¡Siempre estaré enamorado de ti! —juró apasionadamente Ash.
—Bien, si es así, y si yo sigo enamorada de ti, por supuesto nos casaremos porque habremos probado que somos el uno para el otro.
Ash insistió en que eso ya lo sabía, y dijo que, por su parte, estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuese necesario, si Belinda prometía casarse con él algún día. Pero Belinda no quería prometer nada. Tampoco aceptaba volver a recibir el anillo. Ashton debía guardarlo, y quizás algún día, si su padre y el comandante daban su aprobación, y ellos seguían sintiendo de la misma manera…
—Si… si… si… —interrumpió salvajemente Ash—. ¿Eso es todo lo que tienes para ofrecerme? «Si tus padres aprueban». «Si mi comandante aprueba». Pero ¿y nosotros, querida? Es nuestra vida y nuestro amor y nuestro futuro lo que se decide. Si me amaras…
Se detuvo, derrotado. Belinda parecía herida y molesta, y si Ash continuaba en esa actitud sólo provocaría otra pelea y nuevas lágrimas, y la posibilidad de una ruptura inmediata y permanente. Esto último era algo que no podía tolerar; por tanto, le tomó una mano, se la besó y dijo con aire contrito:
—Perdóname, querida, no debía haber dicho eso. Sé que me amas y que nada de esto es culpa tuya. Guardaré el anillo y algún día, cuando haya probado que soy digno de ti, te pediré que lo aceptes nuevamente. Lo sabes, ¿verdad?
—Ay, Ashton, claro que lo sé. Yo también lo lamento, Pero papá dice… Bueno, no hablemos más de eso, porque es desagradable.
Belinda se enjugó los ojos con un pañuelito ajado; se la veía tan desvalida que Ash la habría besado otra vez. Pero ella no se lo permitió, porque ya le había devuelto el anillo y, por tanto, el compromiso había sido roto: no sería correcto. De todas maneras, ella esperaba que continuaran siendo amigos, y que Ash no dejara de ir a la fiesta aquella noche, porque estaba segura de que bailaría maravillosamente, y siempre vendría bien que hubiera un hombre más. Así terminó la conversación y Ash acompañó a Belinda al bungalow con expresión trágica de cortarse las venas… o emborracharse.
El comentario de que su presencia en el baile de aquella noche sería «útil» como «un hombre más» no calmaba los sentimientos de un pretendiente rechazado. Pero, como Ash no podía tolerar perder un solo momento de la compañía de Belinda, se tragó su orgullo y asistió a la fiesta.
Belinda, en traje de gala, era un espectáculo tan maravilloso que Ash se sintió indigno de ella y más enamorado que antes… si eso era posible. La idea de tener que esperarla, aunque significara servir siete años, como Jacob a Raquel, ya no le parecía una injusticia intolerable, sino algo razonable y correcto. Premios así había que ganarlos, no arrebatarlos con descuido y apresuramiento.
La señora Harlowe, que temía que la presencia del pretendiente descartado de Belinda creara una atmósfera melancólica en la fiesta, se tranquilizó al ver que Ash se comportaba a la perfección y que más bien contribuía al éxito de la velada; todos estuvieron de acuerdo en que era un joven encantador y una adquisición para cualquier fiesta. En cuanto a Belinda misma, no dejó de observar la impresión causada por Ash en las otras muchachas. Confiaba en la devoción de Ash, le complacía sentir que poseía algo que las demás encontraban deseable, y al despedirse de él le devolvió la presión de la mano con tanta calidez y con una mirada tan elocuente de sus ojos azules que Ash volvió al dâk-bungalow flotando por el aire.
La madre de Belinda también estuvo sumamente amable y dijo que esperaba volver a ver a Ash en Peshawar, aunque lamentaba que, por compromisos anteriores, no pudiese verlo al día siguiente. Pero esto no lo deprimió, porque mientras su carruaje recorría el oscuro camino hacia el acantonamiento, Ash miraba lo que Belinda le había dejado disimuladamente en la mano al despedirse de él: un capullo de rosa amarillo, ahora marchito y ajado, que llevaba en el escote.