Creo que la primera herramienta para salir del hoyo actual sería el atrevimiento a decirnos las verdad, (…) y por tanto el evitar todo tipo de cinismo, hasta planteárnoslo como el frente número uno a través del cual podemos intentar remontar el vuelo y luego, vinculado a eso, cambiar radicalmente el paradigma del funcionamiento político de nuestra democracia (…) Porque la clave para rearmar moralmente la sociedad es la audacia de buscar la verdad.
Rafael Argullol (2009) Escritor y filósofo
Probablemente, los fundamentos del feminismo radical no se los crea hoy ninguno de sus actores principales: ni los políticos que por motivos electorales lo utilizan, ni los propios feministas radicales, cuyas motivaciones últimas deben responder a cuestiones más irracionales, así como tampoco quienes lo utilizan en su beneficio privado. Con la excepción de la mayoría de personas sistemáticamente desinformadas, a quienes no les queda otra opción que aceptar el relato del poder como única realidad posible; hasta que el conocimiento empírico de su propia realidad les muestre como son las cosas. Pero entendemos que nadie que tenga una información veraz y completa puede hoy asumir como válidas las tesis del feminismo radical. Otra cosa es que haya quien las defienda. Pero las personas informadas que sistemáticamente se erigen como defensores de esta «ideología» radical, generalmente poseen intereses particulares al respecto. Sean intereses políticos, económicos, o una combinación de ambos. Y quienes guardan silencio, y consienten, viven sin duda una íntima y dura contradicción. Este panorama es, quizás, la primera verdad que deberíamos reconocernos.
La segunda verdad es que, a pesar de que el feminismo radical no se sostiene desde ningún punto de vista racional, el hecho es que se utiliza. Entre los ciudadanos informados hay muchos beneficiarios evidentes de este feminismo, desde abogados que ganan dinero con los pleitos, a personas que cobran subvenciones, mujeres que obtienen ventajas materiales o psicológicas en su separación, y así un larguísimo etcétera. Lo que nos dibuja un panorama social, si cabe, más desolador que aquel otro donde las personas se mueven por sus convicciones, aunque éstas sean erróneas. En este punto de cinismo total empezamos a estar, trascurrida casi la primera década del siglo XXI. Donde el esfuerzo por demostrar lo obvio podría resultar estéril pues, en realidad, no está demostrando nada que la mayoría de los artífices, los beneficiarios y también las víctimas del feminismo radical no supieran de antemano.
Así las cosas, parece que informar a más gente de lo que está ocurriendo no tendría por qué provocar respuesta alguna. Por lo tanto, y aunque enfocar la veracidad de las cosas sea siempre tarea imprescindible, lo que de verdad falta en nuestra sociedad española del XXI son actitudes nuevas. Actitudes capaces de enfrentarse, desde la sociedad, a la sinrazón que desde el poder se promueve. Actitudes que sustituyan a la indiferencia, la insolidaridad y el individualismo que, en el fondo, constituyen la perversión última que la política en general, y esta ideología en particular, están induciendo en la sociedad. Contravalores que se venden como «novedosos», pero que son ajenos a los verdaderos valores sociales, porque emanan de una ideología radical. Hoy, desde el poder, no solo no se salvaguardan los principios jurídicos fundamentales, sino que se induce la disolución de los éticos. Lo que conduce a una nueva «psicopatización» social: la empatía, el ser capaz de conocer efectivamente al otro, se utiliza no para ponernos en su lugar, sino para conseguir el máximo beneficio, o el mínimo perjuicio. Es a lo que se alienta con estas leyes «más allá del bien y del mal», que reviven un arcaico conflicto moral que ya había sido superado ampliamente por la cultura y la civilización mucho antes que nosotros, pero que subyace siempre, y que de hecho aflora cuando un conjunto de circunstancias nos inducen a ello. El nuevo diseño de ingeniería social, en el que el feminismo radical tiene un papel preponderante, parece que realiza una selección a la inversa de los valores, fomentando así el conflicto, y primando además a quienes carecen de toda contención ética. Mientras tanto, como respuesta la sociedad empieza, de forma creciente, a ejercer su derecho a voz y, esperemos que muy pronto, también a voto.