II. ¿QUÉ ES EL FEMINISMO RADICAL?

En mayo de 2004, tras ganar las elecciones, el presidente Zapatero se definía a sí mismo como «feminista radical», en declaraciones al Neta York Times, su estreno internacional en un medio de comunicación extranjero. No en vano, según Sigma Dos (2004) en las elecciones generales de marzo de 2004 los votantes del PSOE se componían de un 41,36% de hombres y un 45,58% de mujeres. Un plus del 4,22% de mujeres entre sus votantes que contribuían a marcar la diferencia con el segundo partido, el PP, a pesar de los esfuerzos de este último por subirse al carro del feminismo radical. En diciembre de ese mismo año 2004 el Congreso había aprobado por unanimidad la Ley de Violencia de Género, presentada por el partido de ZP, y contra la que ninguna fuerza política se atrevió a discrepar en el Congreso por razones puramente electoralistas. Como dice Alfonso Lazo (2009) el «Ista, ista, ista, Zapatero feminista» de entusiastas y «entusiastos», parece un grito de guerra contra los hombres. Pero no solo lo parece. Tras la irrupción de la polémica Ley de Violencia de Género en España, y tras su aún más polémica aplicación, Zapatero volvía a ganar las elecciones de marzo del 2008. Ahora, y según la macroencuesta de Sigma Dos, se ponía de manifiesto, en palabras de la periodista Marisa Cruz (2008), que el mensaje del PSOE ha calado especialmente entre las mujeres. El voto femenino de los socialistas es siete puntos más alto que el de los populares. La ventaja del PSOE sobre el segundo partido, el PP, fue de casi 3,5 puntos, exactamente el plus de voto femenino pronosticado en las encuestas, considerando a las mujeres como la mitad del electorado. Un plus que suponía nada menos que 16 diputados más en las Cortes Generales, el ganar las elecciones, y el gobernar en España.

El feminismo radical se convertía en «llave» electoral. Una vez que todos los partidos políticos asumieron —o tuvieron que asumir— el feminismo «de toda la vida», solo la radicalización de las tesis feministas es «verdadero» feminismo, verdadero rasgo ideológico diferenciador entre los partidos. Esta radicalización es lo que llamamos feminismo radical. Lo demás, ese feminismo que todos los partidos políticos han ido asumiendo desde la transición democrática no supone un plus electoral para nadie, porque es una posición ideológica común. Lo terrible es la tentación de todos los partidos de asumir la radicalización feminista. Como demuestra el hecho de que la Ley de Violencia de Género se aprobara por unanimidad en el Congreso (con solo una «heroica» abstención, según el periodista Díaz Herrero).

El feminismo radical del siglo XXI es consecuencia del particular desarrollo feminista en España, proceso que arranca con la transición española tras la muerte de Franco, y que cristaliza de manera efectiva con el inicio de la democracia y la Constitución de 1978. Como nos relata Amparo Rubiales, El movimiento de mujeres y el movimiento feminista, que no son exactamente lo mismo, hacen su eclosión precisamente el año de la muerte de Franco, 1975, que además es declarado por las naciones Unidas I Año Internacional de la Mujer (…). El nacimiento de un Estado democrático en el seno de una sociedad machista, heredada del franquismo, fue la conjunción que hizo posible el surgimiento del movimiento feminista tal y como lo conocemos. Y que ha desembocado, desgraciadamente, en la absoluta sinrazón objeto de este ensayo.