Cuando volví a pasar por París, los Maturin se habían ido y otras gentes vivían en casa de Elliott. Eché de menos a Isabel. Era agradable contemplarla y fácil hablar con ella. Tenía una mente rápida y era incapaz de rencor. No la he vuelto a ver. No soy un buen escritor de cartas y suelo inclinarme a la pereza para ello, e Isabel no escribía nunca. Si no podía ponerse con contacto con alguien por teléfono o por telégrafo, no lo hacía. En Navidades recibí un tarjetón suyo deseándome felicidad, con una simpática fotografía de una casa de pórtico colonial, rodeada de robles, la cual supuse era la de la finca que no pudieron vender cuando necesitaron dinero y que ahora probablemente conservaban con placer. El matasellos indicaba que fue echada al correo en Dallas, de lo que deduje que las negociaciones fueron llevadas a buen término y que se habían instalado allí.
Nunca he estado en Dallas, pero supongo que, como otras ciudades americanas que conozco, tiene un barrio con casas habitables, a conveniente distancia, en automóvil, del barrio de las oficinas y del club de campo, en el cual barrio los adinerados poseen buenas casas rodeadas de amplios jardines, con excelentes vistas de lomas y valles, visibles desde el cuarto de estar. En un barrio de esa índole, en una casa de esa clase, amueblada desde los sótanos hasta las buhardillas a la última moda por el decorador neoyorkino del momento, vivirá Isabel, sin ningún género de duda. Únicamente me cabe esperar que su Renoir, sus Flores de Manet, su paisaje de Monet y su Gauguin no den allí la sensación de antiguallas. El comedor será, sin duda, de tamaño adecuado para los almuerzos de señoras, que dará con regularidad, en los cuales los vinos serán excelentes y la comida exquisita. Fue mucho lo que Isabel aprendió en París. No se instalaría en la casa sin antes comprobar que el tamaño del salón era suficiente para dar los bailes destinados a muchachas aún no presentadas en sociedad, que Isabel tendría la grata obligación de celebrar cuando sus hijas llegasen a la edad oportuna. Joan y Priscilla ya serán muchachas casaderas. Estoy convencido de que ambas han recibido una educación admirable; han estudiado en los colegios mejores, e Isabel habrá tenido buen cuidado siempre de que ambas aprendan todo aquello que las hará deseables a los muchachos de su edad. Aunque supongo que Gray estará algo más colorado y calvo y bastante más grueso, me resulta inconcebible que Isabel haya cambiado. Continuará siendo más bonita que sus hijas. La familia Maturin dará esplendor al círculo en que se mueve y no es dudoso que serán todo lo populares que merecen. Isabel será amena, graciosa, complaciente y discreta, y Gray, eso no hace falta decirlo, será la quintaesencia del hombre americano.