Corea es una piedra preciosa engarzada en una tierra habitada por un pueblo noble. No obstante, es el país de Asia menos conocido por los pueblos occidentales, aunque las tres naciones que la rodean, China, Rusia, Japón, conocen su valor desde hace siglos y en la historia contemporánea se observa una continuación de este profundo interés.
Stalin, en la segunda guerra mundial, al pretender que Rusia tenía sus derechos en el área del Pacífico estaba colmando una vieja ambición de su pueblo sin salida al océano, para asegurarse, no solamente los tesoros naturales de Corea, sino sus incomparables costas con playas de cara a tres mares.
Nosotros los americanos, suficientemente documentados para la historia, debiéramos habernos opuesto sin concesiones a las demandas de Stalin. En lugar de ello, cedimos hasta el extremo de dividir Corea en el paralelo 38, con una línea que Rusia y Japón habían trazado secretamente y de común acuerdo años atrás, cuando rivalizaban por la posesión de Corea.
Tenían que hacer la división de acuerdo con ciertas potencias occidentales que tenían también intereses en Corea y esperaban obtener algo. China, naturalmente, había insistido en que Corea debía quedar independiente, un estado «tapón» entre ella, Rusia y Japón.
Durante los centenares de años en que China fue la mayor potencia de Asia y quizás del mundo, estuvo capacitada para garantizar la independencia de Corea, y a su vez Corea pagaba tributo al gobierno chino, reconociendo su servidumbre. Los chinos, sin embargo, fueron escrupulosos en el mantenimiento de la soberanía de Corea. Los chinos no podían vivir en Corea ni tener tierras allá bajo pena de muerte. Sólo cuando la vieja dinastía china se debilitó y llegó a su fin con el colonialismo occidental y con ello se produjo el auge de un Japón ambicioso y moderno y una Rusia que buscaba nuevos horizontes, China ya no pudo proteger a Corea y defenderla de la opresión.
En resumen, Corea, fundada por un pueblo que buscaba la paz, poseía una tierra originadora de querellas durante siglos.
Cuatro mil años antes, en el Asia Central, esta fuente de vida humana, vivían distintas y numerosas tribus. En su vida de nómadas estas tribus erraban en diferentes direcciones. Los Han, chinos, fueron hacia el sur, y se establecieron en un lugar llamado más tarde China, después de su primer emperador. Entre los que fueron hacia el norte, había las tribus tungu, y una de estas era la tribu puyo que se asentó en la región llamada actualmente Manchuria. Allí se convirtieron en una comunidad agrícola, y allí habrían podido quedarse, si no hubiesen tenido al Oeste una salvaje tribu nómada, los hiong-no, o hunos, antecesores de los mogoles, y al Este los mat-hat, antecesores de los nuchen o manchúes. Entre estos dos pueblos bárbaros, la tribu puyo, más cultivada, se encontró oprimida y pronto tuvo que descender más al Sur hacia la península conocida por Corea. Era un sitio ideal para ellos, rodeado por el mar y protegido al Norte por montañas.
Allí se desarrolló una cultura notable, rica en artes y oficios.
La leyenda dice que el origen de los puyo era el mismo cielo. Un Hijo del Señor del Cielo fue mandado a la Tierra a través de un nacimiento milagroso producido por la unión entre el oso y el tigre, cuyo deber fue salvar a los seres humanos del caos y la destrucción. Con la ayuda de su Padre Celestial, el Hijo de Dios gobernó con bondad y justicia, sirviendo siempre de mediador entre el Señor y las criaturas humanas. Cuando dejó la tierra, fue seguido por Tangun, el fundador de la nación coreana que fue llamada Chosun o Tierra de la Montaña Tranquila.
El nombre Tangun viene de la palabra tangul, o brujo curandero e indicaba un estado teocrático. Corea fue fundada en 2333 A. de J. C. y esta fecha es aceptada por los arqueólogos e historiadores, aunque las únicas pruebas existentes son antiguas crónicas chinas de veinte o treinta siglos antes de Jesucristo en las que aparece el nombre Chosun.
Los habitantes de la primitiva Corea no encontraron la paz.
En el Norte de China seis poderosos grupos estaban luchando por dominar el país. El grupo Yen atacó Chosun, cuyo poder en aquel tiempo llegaba al Norte de China. Entretanto las luchas continuaban; el grupo Ch’in triunfó sobre los demás en 221 A. de J. C. y el país fue unificado aunque la lucha no cesó. El nuevo gobierno era tiránico y muchos chinos se retiraron hacia la península de Corea. La pugna continuó aún durante la dinastía Han que sucedió a la Ch’in y luego la fuerte resistencia de los coreanos desplazó a los chinos.
La historia de Corea es demasiado compleja para seguirla aquí en detalle. Los tres reinos en que el país fue dividido, Kaguryo, Pakche y Silla, resolvieron sus disputas entre ellos y con los chinos, terminando con la victoria de Silla y Koguryo que forzaron a Pakche, en el Sur, a una alianza militar con el vecino Japón, con lo cual se dividió la península entre la influencia china y la japonesa. Silla, con la ayuda de los chinos de la dinastía Tang conquistó Pakche y luego, ocho años más tarde, conquistó también Koguryo. Así quedó unificada en el año 668, al cabo de tres mil años, y los coreanos empezaron a desarrollar su propia cultura. Durante 230 años Corea gozó de paz y prosperó. Por las amistosas relaciones con la gloriosa dinastía china Tang se desarrollaron sus artes. Como todas las dinastías triunfantes, Silla también cayó al fin en decadencia. La clase dirigente empezó a descuidar el bienestar del pueblo, y el brillo de sus obras culturales acentuaba la miseria de los pobres. La rebeldía se convirtió en revolución bajo la dirección de un gran hombre, Wang Geun, especialmente en el Norte, donde la influencia del gobierno de Silla era menos fuerte, y se juntaron a ellos los, partidarios descontentos de Silla. Así fue fundada la dinastía de Koryo. Este grupo del norte no pudo 1atacar a Silla pero esperó pacientemente que la decadencia de la dinastía trajese por sí sola la sumisión. En 935 el rey Silla se rindió pacíficamente a la nueva dinastía. De su nombre viene el de Corea.
Koryo empezó con muchas reformas. La administración civil fue repuesta y aumentada, la tierra nacionalizada y cada granjero recibió una parte de tierra; se establecieron seguros sociales y la educación para todos. Se imprimieron muchos libros en 1230, 220 años antes de que Guttenberg hiciera sus primeras impresiones en 1450. En la siguiente dinastía, los caracteres de imprenta ya eran de cobre y su producción se introdujo en China.
Otra gran obra cultural de la dinastía Koryo, fue la recopilación, grabado y publicación de la Sutra Budista, el Tripitaka[1].
La invasión de los mogoles, en el siglo XIII, alarmó tanto a los budistas, que un grupo de devotos, como acto de protección contra los invasores, guardó e imprimió los mejores textos La labor continuó durante dieciséis años y dio como resultado 320.000 páginas de dichas escrituras. Esta labor monumental, o Tijajg-Kyung, está ahora guardada celosamente en el templo Hal-in-sa en el monte Kaya, en la provincia de Kyong-sang, Corea.
A pesar del largo período de paz y las reformas, la dinastía Koryo, en creciente decadencia, trajo otra vez problemas a Corea.
Al creciente descontento del pueblo se añadieron los ataques de los mogoles y las incursiones de los piratas y corsarios japoneses.
Una revolución en el Japón había destruido el poder de los samurais y les había despojado de sus puestos privilegiados. Al mismo tiempo el pueblo japonés sufrió una gran depresión económica. Muchos se convirtieron en ladrones, en tierra y mar, e hicieron continuas 2incursiones contra los puertos y barcos coreanos. A dicho desorden, había que añadir el creciente poder de los sacerdotes budistas de Corea que usurpaban los derechos del Estado y tenían tal poder político que los reyes, antes de subir al trono, tenían que ser monjes, y, cuando menos, un miembro de cada familia debía ser monje también.
Al último de los reyes Koryo, influido por un monje corrompido, le persuadieron para que atacara a China, entonces bajo la poderosa dinastía Ming. El general Yi decidió rebelarse y apoyado por un pueblo simpatizante derribó al Rey, estableciendo la nueva dinastía Yi.
Es interesante subrayar, en vista de los recientes acontecimientos, que era tradicional en Corea que los militares subieran al poder por un golpe de Estado cuando había un Gobierno corrompido e ineficiente. Tradicionalmente también, las fuerzas militares devolvían el Gobierno a los civiles cuando las reformas esenciales habían sido llevadas a cabo.
Las yangban, o altas clases dirigentes de Corea, están divididas en dos grupos: los tangban o civiles y los soban o militares. El Gobierno pertenece propiamente a los tangban, pero si estos no son eficaces los soban los derriban y restauran el Gobierno, y luego lo devuelven a los tangban.
La dinastía Yi, la última casa real coreana gobernante (esta es la última familia truebone[2] término que es de uso corriente en Corea y que traduzco literalmente en mi novela), cuando subió al poder hizo muchas reformas. La más notable quizás fue la creación de un alfabeto, bajo la dirección del gran rey Sejong.
La nueva dinastía había sido fundada sobre los principios del confucianismo, y la mejora de las condiciones de vida de la clase baja fue inmediata y de largo alcance. Cualquier ciudadano podía hacer una petición directa al rey. Esto dio como resultado muchas reformas.
El rey Sejong, sin embargo, creyó que el lenguaje escrito, basado en el chino, era demasiado engorroso para comunicarse fácilmente con su pueblo. Con la ayuda de un grupo de intelectuales escogidos compuso un alfabeto, el hangul. Este es considerado hoy en día como el mejor y más sencillo del mundo, tal como el rey Sejong lo inventó. Tiene catorce consonantes y once vocales. Estas veinticinco letras permiten combinaciones que expresan todos los sonidos posibles de la voz humana de una manera notablemente exacta; porque el rey Sejong y sus sabios estudiaron los principios de la fonética usando tanto la literatura de muchos países extranjeros, como la de Corea. Es el mismo hoy en día, sólo con la variante que se ha suprimido una vocal.
Parecía sin embargo que a Corea no se le permitiría nunca vivir en paz.
Mientras iba prosperando en todos sentidos, incluyendo las artes, el Japón se iba convirtiendo en una potencia militar, bajo el mando de un hombre ignorante pero capaz, Hideyoshi Toyotomi. Era el hijo de un campesino, ineducado, jactancioso y ambicioso, pero capaz de unir a guerreros experimentados y a rebeldes bajo su mando.
Los coreanos habían echado a los piratas japoneses de sus costas, y estos piratas atacaron luego los puertos chinos con tal éxito que los japoneses concibieron la idea de hacer de Corea un trampolín para dominar China.
Con este sueño, Hideyoshi se dirigió al Emperador del Japón y pidió como recompensa que cuando se hubiese conquistado la vasta y vieja tierra china, se le concediera allí el cargo de Virrey. El permiso imperial le fue concedido y en 1592 se dirigió a Corea con una flota de barcos de guerra de madera. Tomó tierra en el Sur con 200.000 hombres y se dirigió al Norte. Los coreanos no estaban preparados, pero lucharon con valor por su tierra. Entretanto un almirante coreano, Yi-sun-shin, ideó un barco de guerra forrado de hierro en forma de tortuga, con aberturas para disparar flechas incendiarias. Se llamaron barcos tortugas y fueron los primeros barcos de guerra de hierro de la historia.
Yi destruyó la armada japonesa. Infortunadamente el Almirante fue mortalmente herido, pero la noticia de su muerte fue guardada en secreto hasta que el peligro pasase. Se tardó siete años en vencer a los japoneses y su poder disminuyó tanto que, aunque nunca olvidaron sus sueños de conquista de la China, pasaron siglos antes que pudiesen invadir Corea con el mismo propósito.
La dinastía Yi fue brillante y se mantuvo durante muchos años. Empezada a fines del siglo XIV, ha sido llamada la Edad Moderna de Corea, y llega hasta nuestros tiempos.
El rey Sejong, cuarto monarca de esta dinastía, no fue igualado en toda la historia del país. Fue un Leonardo da Vinci coreano por la variedad y magnitud de sus dotes. Los coreanos han sido siempre y siguen siendo un pueblo de soberbios talentos creadores, pero el rey Sejong, en los treinta años de su reinado, se convirtió en una leyenda inmortal. El nivel de la cultura coreana alcanzó bajo su reinado una altura extraordinaria, se hicieron grandes progresos en las Ciencias, especialmente en matemáticas y astronomía. Se inventó, por ejemplo, un reloj de agua que marcaba automáticamente la hora, el cambio de estación y además las horas de salida y puesta del sol y de la luna. Otro invento fue un pluviómetro muy exacto, usado en todo el reino como base para prever las cosechas. Quizás lo más importante de todo fue la gran cantidad de conocimientos de medicina que se glosaron en una enciclopedia: Vibang Yujip, una obra de 365 volúmenes, acabada en el año 1445.
Los chinos se han servido recientemente de esta enciclopedia para recobrar algunas de sus propias fuentes de información médica perdidas en la guerra con el Japón.
El rey Sejong también modernizó la música y su teoría con la ayuda del famoso teórico Pak-Yon. Cualquiera que visite Corea hoy en día se dará cuenta de lo extraordinariamente dotados que están los coreanos para todas las artes, pero especialmente para la música.
Quizás la importancia que dio Confucio a la música para la formación del carácter moral, influyó en el rey Sejong, y ello hizo que publicase muchos libros de música y transformase la música cortesana en bellas composiciones de temas divinos. Su espíritu liberal permitió que los eruditos budistas revisaran las obras budistas de la anterior dinastía, y las tradujeran al hangul, haciéndolas así comprensibles al pueblo. Con los siglos la dinastía aumentó su gloria y sus obras. El espíritu creador del pueblo se manifestó en sus importantes creaciones literarias.
Durante esta dinastía tuvieron lugar las primeras invasiones occidentales. El catolicismo penetró en el siglo XVII en tierra coreana; murieron asesinados varios sacerdotes franceses, creyéndoles marinos extranjeros que habían naufragado. Corea había tenido bastantes invasiones y sólo pedía que la dejasen tranquila para valerse por sus propios medios. Este fue un deseo que no pudo ser cumplido. El expansionismo occidental empujaba hacia el caos a las viejas naciones de Asia. Portugal y España iniciaron un activo comercio con el Japón y las tripulaciones de sus barcos naufragados a causa de tifones en el mar Amarillo, encontraron a menudo refugio en las islas de la costa Sur de Corea. Rusia también se expansionaba. Hacia la mitad del siglo XVII, un regimiento ruso se abrió camino a lo largo del río Amur y luchó con los chinos en Manchuria, cerca de Corea. Las crónicas coreanas nos dicen que en 1653 llegaron a sus playas treinta y seis hombres de extraño aspecto, desconocido para ellos; con ojos azules, pelo amarillo y grandes narices, cuyos barcos habían naufragado. Eran holandeses y fueron llevados a Seul, capital de Corea. Allí entraron en la Armada, se casaron y vivieron el resto de sus vidas; aunque en 1666 ocho de ellos volvieron a Holanda y uno, Hendrik Amel, escribió un libro contando su vida en Corea. Este fue el primer libro en un idioma occidental que se escribió sobre dicho país.
En 1860 China entró en guerra con Inglaterra y Francia, para proteger su soberanía y sus derechos. El resultado fue que Rusia actuó como mediadora y, al firmarse la paz, pidió una recompensa, siéndole concedidas las provincias marítimas. Esto significó que la parte norte de la península coreana lindaba con el suelo ruso: un significativo presagio para el futuro. En 1866, un barco americano, el General Sherman, navegó aguas arriba por el río Taedong, y empezaron las relaciones entre Corea y los Estados Unidos, no siempre inteligentes, no siempre pacíficas, pero establecidas en 1883 por un tratado de amistad y comercio.
Es un poco después de este funesto año cuando empieza mi novela «Bambú». El lector puede preguntarse al leerla cuánto hay en ella de ficción y cuánto de realidad. La familia coreana protagonista no es invención, su historia es verdadera, pero ha pasado por el proceso creativo del cerebro del escritor. El material histórico es verdadero, incluyendo las conspiraciones, el incendio de la iglesia cristiana e incluso (aunque lo cuento con pena) lo que sucedió el día que los americanos desembarcaron en Inchon después de la segunda guerra mundial. Todos los personajes son reales. Los hechos políticos están tomados de la historia. El personaje de Woodrow Wilson está basado en hechos bien documentados, y cuanto dice en la novela, lo dijo cuando vivía. Sus palabras arraigaron tanto en las imaginaciones coreanas, que una delegación coreana e incluso delegados de otras pequeñas naciones le visitaron en París.
Al tratar de Corea he permitido que mi imaginación describiese los personajes como si los hubiese conocido en su propio país, tal como los conocí años atrás cuando vivía en China. En cuanto a los personajes coreanos de mi libro he tratado de reproducir fielmente la verdad.
Marzo, 1963. Pearl S. Buck