EPÍLOGO
Quisiera concluir este libro con un recuerdo agradecido a dos personas que, si bien tienen poco que ver con la mayor parte de lo que vivieron Germinal y David, me han permitido sin embargo construir la historia que os acabo de contar con el relato de sus recuerdos.
Presentació Sendra murió hace algunos años. Se convirtió en mi tata cuando yo bordeaba los veinte. Entonces yo ya cantaba, y demasiado a menudo volvía de los recitales a unas horas intempestivas. Por la mañana, aún medio dormido, me sentaba cerca de ella y, como si se tratara de una terapia contra la fatiga, dejaba pasar las horas escuchando retales de su vida, de cómo había nacido en la Barceloneta, cómo eran las calles, y los vecinos, y el taller de modistas donde iba a trabajar, y su primer amor, y la guerra civil, y su matrimonio, y la dictadura, y los hijos… y siempre pobre. Me contaba todo esto ya con ochenta años largos. Y siempre me sorprendía una sensación: parecía como si tanta privación y tanta devastación no hubieran podido dejar ningún rastro de amargura o resentimiento en su bondad.
Maria Grau tiene hoy noventa y cuatro años. Todavía no hace mucho sus macarrones proclamaban maravillas, y entre sofrito y sofrito yo procuraba abrir el libro de su vida. Ella se sorprendía de que a alguien treinta años más joven pudieran interesarle las «pequeñas cosas» que había vivido. El suyo es un libro excepcional, y ella tenía mucha destreza para abrirlo por cualquier página, como si lo tuviera perfectamente dividido en capítulos. Un día se arrancó con la historia de un pariente suyo, un joven a quien la guerra embistió a los dieciocho años. Aquel día los macarrones se quedaron en el plato. Y seguramente, sin saberlo, empecé a escribir esta novela.
Quisiera finalmente aprovechar las últimas palabras para pedir excusas a los posibles lectores que hayan vivido algunos de los episodios históricos presentes en la novela. Hoy ya deben de ser muy mayores, y por propia experiencia sé cuánto puede llegar a molestar que un recién llegado altere el orden de los recuerdos y la percepción de la realidad. La pequeña historia de los personajes de este libro pasa por la gran historia de los hechos que hicieron tambalear los cimientos de la sociedad catalana, y más allá. He procurado ser leal a esos hechos desde la fidelidad a los personajes. He procurado que fuesen pocos, pero soy consciente de que en algunos acontecimientos no me ajusto demasiado a la estricta realidad. Pienso sobre todo en el pasaje del Ebro. Ubico en García peripecias y circunstancias que sucedieron en otros lugares por los que el ejército republicano también atravesó el gran río. No supe renunciar a unas imágenes que me llegaron por tradición oral o por documentación, y que me servían para explicar la enorme derrota que todo aquello representó. Les pido perdón.
Lo siento especialmente, porque es a las mujeres y hombres que todavía sobreviven a aquellos años de espanto, a todos aquéllos a los que la vida ha encorvado la columna del cuerpo pero aún mantienen recta la columna del alma, a todos ellos, a quienes quiero dedicar este libro.