9

Kevin sonrió mientras su hijo Jay jugaba en su habitación con un nuevo juguete que Dorek le había regalado. Dejó la puerta entreabierta y fue hacia la cocina a por una cerveza mientras pensaba en lo que había pasado anoche. Sus amigos lo habían animado a salir, ofreciéndose Sean y Dorek como niñeros de Jay, diciéndole que pedirían pizza para cenar.

Tras la muerte de Claire, había dejado a un lado las mujeres y se había centrado en su hijo Jay. Éste tenía el pelo negro y los ojos castaños de Claire. Había cumplido hacía poco tiempo cuatro años, uno más desde que Claire, la mujer de su vida, había muerto en una misión en Afganistán. Aún podía recordar sus últimas palabras, el tacto de su mano temblorosa mientras la vida abandonaba su cuerpo, con los ojos húmedos de dolor mientras le pedía que cuidase de Jay, que fuese feliz y que la incinerasen, esparciendo sus cenizas por Fool’s Gold, donde ambos habían nacido y donde se habían conocido.

Y besándola en los labios, diciéndole que la amaba, ella le respondió lo mismo y luego sus ojos castaños perdieron aquel brillo que, durante tantos años, lo habían mirado con amor.

Era cierto que en un principio había aceptado toda misión que pudiese, deseando así inconscientemente acabar con su dolor, pero tras pasar demasiado tiempo alejado de Jay se había dado cuenta de que aquello no era la solución. Así que estaba a punto de retirarse de la Marina para intentar tener un cargo como policía.

Y hasta que se acostó con Taylor, no lo había hecho con nadie. No tras la muerte de Claire. Había visto en los ojos de Taylor una chispa de vida. Esa chispa que a él le faltaba. Así que, ¿por qué no? Se había dicho. Conversaron, fueron a su casa y tuvieron un buen sexo en el que prácticamente se dio cuenta de lo mucho que había anhelado sentir nuevamente un cuerpo femenino junto al suyo.

Abrió la lata de cerveza y dio un gran trago.

Por las acciones de Taylor, estaba seguro de que ella no buscaba una relación seria. Él, en realidad, no le importaba. Esperaba lo que tuviese que pasar, siempre con la seguridad de su hijo Jay por encima de todo.

¿Sería quizá demasiado precipitado llamarla para pasar con ella otra noche? No para practicar sexo (aunque no se negaría si surgía), si no para volver a disfrutar de su buena compañía. Era una mujer distinta a las demás. Era luchadora; Kevin había podido captar el dolor en su voz a veces, pero rápidamente cambiaba de tema, siempre respecto al sexo, donde parecía estar segura la mayor parte de tiempo. Como si fuese algo que ella pudiese controlar sin problema alguno.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió los brazos de Jay alrededor de una de sus piernas, mirándolo con una sonrisita mientras agitaba los brazos para que lo cogiese.

—Ven aquí.

Lo alzó con facilidad y, tras darle un beso en la mejilla, miró la hora. Eran las seis y media de la tarde.

—Hora del baño, campeón, y luego a cenar.

Jay envolvió sus bracitos alrededor del cuello de su padre mientras asentía, colocando su cabeza en su hombro. Ése era el primer indicio de que tenía sueño y de que, si no se daba prisa, acabaría llorando y haciendo pataletas.

Así que subió las escaleras y dejó el tema de Taylor a un lado.

* * *

Taylor y Andrea sonrieron cuando Amy abrazó aquel peluche con fuerza, dando un chillido infantil de alegría. Irina besó la cabeza de Amy y les pasó unos refrescos a ambas.

—Gracias por venir.

—No tienes que darnos las gracias, sabes que lo hacemos encantadas —dijo Andrea dándole un sorbo al batido de chocolate. Era adicta a él.

—Además, lo pasamos muy bien de compras. ¿Cuántas niñas han venido?

—Pocas, ya que todavía es demasiado pequeña y no quería atosigarla. Han venido cinco chicas.

Andrea y Taylor asintieron.

—Por cierto, ¿qué tal te va todo con Scott, Andrea?

La aludida se atragantó con la bebida, tosiendo mientras Tay le daba unos suaves golpecitos en la espalda. Volvió a beber antes de contestar.

—Bien, nos vimos el sábado y el domingo. Quizá después de la fiesta de cumpleaños vaya, o mañana. —Se encogió de hombros—. De todas formas, comentó que me llamaría.

En ese momento oyó la voz del padre de Amy. Taylor silbó por lo bajo al verlo, mientras que Andrea alzó una ceja. ¿De verdad aquel hombre de ojos dorados verdosos y pelo castaño claro casi rubio era español? Era alto, atlético y tenía un gran regalo entre sus atléticos brazos. Cuando Amy se giró y lo vio, dio un chillido y fue hacia él con los brazos abiertos.

Él se agachó, también con los brazos abiertos, y, cuando aquel cuerpecillo impactó contra el suyo, la estrechó con fuerza y se levantó, aupándola. Amy tenía sus brazos alrededor de su cuello, sonriendo mientras él la apretaba contra sí.

Vestía unos pantalones de color crema y una camiseta blanca.

Sus ojos se clavaron en Irina con una sonrisa amistosa. En ese instante, apareció tras él una mujer de cabello y ojos oscuros. Andrea supo desde el primer momento que también era española. Tenía una sortija de compromiso y él se giró para que Amy la saludase.

Irina se acercó con sus dos amigas.

—Chicas, os presento a Carlos, el padre de Amy.

—Encantada —saludaron las dos.

Carlos sonrió.

—Lo mismo digo.

—Y ella es Eva, su prometida.

Ambas asintieron, al igual que la novia, que sonrió ampliamente, mostrando unos dientes blancos y perfectos que hacían contraste con su olivácea piel.

—Bueno, ¿de qué parte de España sois? —preguntó Andrea dándole un sorbo a su bebida.

—Yo soy de Cádiz —dijo Carlos mientras Amy le tocaba el pelo. La niña se rio—. Eva es de Huelva.

—Andrea es de Sevilla —explicó Irina sonriendo a Amy—. Vive aquí desde hace ya tiempo.

—¿Por trabajo, quizá? —inquirió Eva amablemente.

Se mordió el labio, luego se encogió de hombros.

—Vine muy joven con mis padres y finalmente decidí establecerme. Por cómo está España, no me he planteado volver, sobre todo teniendo un puesto de trabajo fijo aquí.

Eva asintió.

Pasaron a tomar algo mientras Amy terminaba de desenvolver los últimos regalos para después irse a jugar al jardín con las niñas que habían venido. Andrea se sorprendió de lo buena pareja que habrían hecho Carlos e Irina. ¿Qué les habría pasado? ¿Alguna infidelidad, desconfianza, el trabajo les había separado? Taylor también sentía curiosidad, ya que se acercó a ella y le susurró al oído:

—De esto nos enteramos tú y yo tarde o temprano, no te preocupes.

Riéndose, asintió y fue a coger más batido de chocolate.

Una hora más tarde, Irina sacó una tarta de galletas con chocolate que ella misma había hecho. Era de tres pisos, con el nombre de Amy escrito con chucherías de distintos colores. En ese momento se dio cuenta de lo importante que era para Irina celebrar el cumpleaños de Amy y lo mucho que la amaba.

Carlos sonrió y cantó en voz baja cumpleaños feliz con los demás, en español y luego en ruso. Amy daba saltos de alegría.

Estaban comiendo el pastel entre risas. Amy tenía toda la cara manchada de chocolate, al igual que las otras niñas. Taylor iba por su tercer trozo (era increíble que siendo tan delgada le cupiera tanta comida); Andrea se quedó en el primero por remordimientos de engordar e Irina también. Carlos y Eva compartieron otro más. Estaban sentados juntos en el sofá.

Carlos cogió a Eva del brazo y, mirando a Irina, quien asintió, se agachó para estar a la misma altura que Amy.

Su hija la miraba con una gran sonrisa.

—¿Pasa algo, papá?

—Sabes que Eva es mi pareja, ¿verdad? —La niña asintió varias veces, sonriendo. La cogió en brazos y luego colocó una de las manos libres sobre el vientre de su pareja.

Andrea vio la resignación en el rostro de su amiga. Tay y ella se miraron con el ceño fruncido. ¿Seguiría quizá Irina enamorada de Carlos?

—Cielo, Eva está esperando un bebé. Un hermanito para ti.

Amy sonrió ampliamente.

—¿Un hermanito?

—Eso es. —Carlos la besó en la frente.

—¿Se vendrá a vivir con nosotras? —preguntó con alegría.

Andrea se acercó a Irina y le cogió la mano al ver cómo su rostro palidecía rápidamente, deseando infundirle fuerzas. Irina le devolvió el apretón y sonrió temblorosamente. ¿Tendría miedo tal vez de que Amy quisiese irse con Carlos?

—No, cielo. Pero podrás venir siempre que quieras a verlo. Es más, nosotros también vendremos a visitarte.

La carita de Amy se volvió triste.

—Pero… Vosotros vais a volver a España, ¿no?

—Cielo, papá y Eva tienen una vida —dijo Irina cogiendo a Amy—. Podrás verlos en Navidades, verano y en las…

—¡No, no y no! —gritó Amy con los ojos llorosos—. ¡Yo quiero que estemos todos juntos!

Si hubiese podido hacer algo por borrar el sufrimiento de la cara de su amiga Irina, lo habría hecho, pensó Andrea con tristeza. Carlos y Eva también eran conscientes de lo mal que lo estaba pasando Irina.

Mordiéndose los labios, agarró suavemente a Amy.

—Hablaremos de esto más tarde, ¿vale? Es tu cumpleaños y tienes que estar con tus amigas. Poneos los bañadores y nos vamos a la piscina municipal.

Amy se olvidó de por qué lloraba y, asintiendo, fue a ponerse el bañador. Los cinco se quedaron en silencio durante unos segundos, hasta que Carlos se pasó una mano por el pelo y miró a Irina con arrepentimiento.

—Lo siento, quizá debería haber esperado.

Irina negó con la cabeza.

—Da igual. Lo solucionaremos.

* * *

Andrea se metió en el agua sin parar de gemir mientras Taylor bufaba. A pesar de hacer calor, el agua estaba helada. Las niñas se bañaban en la piscina pequeña, jugando con otros niños sin parar de salpicarse. Eva y Carlos se habían metido hacía rato, pero Eva se había quedado sentada en el bordillo de la piscina.

Irina era el centro de todas las miradas con aquel bikini blanco de encaje que se pegaba a su esbelto cuerpo como una segunda piel. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño alto y caído, haciendo que varios mechones acariciasen su bello rostro.

En cambio, Andrea llevaba un biquini tipo militar con flecos que, aunque le quedaba bastante bien, no tenía nada que ver con Irina. Se había hecho una trenza de a un lado que le llegaba hasta la cintura, mientras algunos mechones más cortos y lisos se habían soltado.

—Scott calienta-coños se pondría a cien si te viese con ese biquini militar y esa trenza tan endiabladamente complicada. Está genial el biquini, ¿dónde te lo has comprado?

Andrea se sonrojó y le hizo un gesto para que hablase más bajo.

—Shh. ¿Qué te dije de ese apodo que le has dado?

Taylor miró a sus espaldas, a la entrada de la piscina, y se mordió el labio pícaramente. Luego la volvió a mirar a ella con una sonrisa inocente.

—¿Cómo?

—El apodo ese, no lo repitas más.

—Pero ¿cuál apodo? Yo no he dicho nada.

Andrea maldijo en voz baja.

—No te hagas la tonta. Ese apodo. El que le has puesto a Scott.

—Yo no le he puesto apodo a nadie. Todo el mundo lo conoce así. Al menos todas las mujeres. ¿De verdad crees que me lo he inventado? Además, yo no he dicho nada y…

Andrea se enfadó. ¿Todas las mujeres que se habían acostado con Scott lo llamaban así? ¿Y por qué diablos tenían que ser tantas? Se mordió el labio mientras se ponía roja de ira, apretando los puños y olvidándose del frío del agua de la piscina.

—¿Quieres decir que todas las que se han acostado con él lo llaman así? —gruñó.

—¿Cómo? ¿Qué apodo? —Taylor parpadeó inocentemente.

—¡Calienta-coños, joder! ¿Por qué no lo dices? Has estado diciéndolo una y otra vez y…

Una sombra que apareció por detrás impidió que el sol le diese en la espalda. Al ver el parpadeo frenético de Taylor al mirar por encima de sus hombros, supo quién era el dueño de aquella gran sombra. No se movió, se quedó donde estaba mientras su cara se volvía completamente roja.

Abrió la boca para soltar algo. La cerró.

Unas manos la agarraron de las axilas y la sacaron de la piscina con facilidad. Luego se encontró entre unos brazos que le dieron la vuelta y, así, vio el rostro de Scott.

Oh, Dios santo. Estaba tan increíble.

Le recorrió el cuerpo con una mirada hambrienta. Ya se había quitado la ropa, porque tenía el musculoso torso descubierto y llevaba un bañador negro que le quedaba divinamente bien. Subió la mirada poco a poco hasta encontrarse con aquellos oscuros ojos que, al igual que ella, la habían devorado.

Las manos de él se fueron a su cintura, pegándola de un tirón a su cuerpo. Se inclinó sobre ella y con los labios acarició su cuello.

—Estás increíble, nena.

Oh, si él supiese cómo estaba realmente…

Sus manos se posaban sobre los brazos de él, agarrada. Sus pechos, por la posición, estaban apretados, luciendo deliciosos para Scott.

Andrea miró por encima de su hombro y vio a Dorek, Kevin y Sean. Todos le sonrieron antes de tirarse a la piscina. Eran increíbles y, como prueba, obtenían los suspiros de las distintas mujeres y adolescentes que se acercaban a ellos.

Kevin se paralizó al ver a Taylor, que estaba en una de las esquinas de la piscina, mirándolo con una sonrisa. Se acercó a ella.

Por otra parte, Dorek había ido hacia Irina, que se sonrojaba por momentos mientras éste se pasaba una mano por el pelo e intentaba entablar una conversación con ella. También saludó a Amy cuando gritó, llamándole por su nombre.

Miró nuevamente a Scott.

Sin poder aguantarse más, se puso de puntillas y posó sus labios sobre los de él. Cuando fue a separarse, él la agarró con más fuerza y se inclinó para que fuese más fácil para ella. Andrea entreabrió los labios, oportunidad que aprovechó Scott para penetrar con su lengua y apretarla más a él.

Unas risas de niños la sacaron de su entumecimiento. Separándose de Scott, se ruborizó y se pasó una mano por la boca, sintiéndola sonrojada e hinchada.

—Vamos a bañarnos.

Andrea asintió y entró con él.

Frunció el ceño cuando una mujer de cabello rubio y grandes pechos lo miró con una sonrisa pícara, intentando llamar su atención.

—¿Qué haces aquí?

El agua le llegaba a Scott por la cintura, mientras que a ella le llegaba hasta los pechos. Cogiéndola en brazos, la pegó a él. Andrea lo utilizó para estar así a su misma altura y mirarlo fijamente.

—He venido con ellos para darnos un baño, hace demasiado calor y en mi piscina no habríamos cabido todos. La idea fue de Dorek.

Asintió.

—Qué casualidad.

—Pues sí. —Las manos de él en su cintura la hicieron estremecerse—. ¿Le gustó a Amy vuestro regalo?

—Sí, le encantó —afirmó sonriendo. Luego se mordió el labio inferior—. Mmm… ¿Pensabas llamarme?

—Esta misma noche iba a hacerlo.

Andrea soltó el aire que había estado conteniendo.

—Vale. —Volvió a besarlo. Luego frunció el ceño—. No logro entender por qué no puedo dejar de pensar en ti durante un minuto. Es realmente frustrante tenerte siempre en mis pensamientos.

Scott le puso una mano en su trasero. Ella se sonrojó e intentó quitarla, mirando a sus espaldas por si alguien los observaba. Pero no, cada uno iba a su royo. Scott la impulsó y, así, Andrea le rodeó las caderas con sus piernas. Estaban pegados a una de las paredes de la piscina, por lo que nadie los veía.

—Al menos comienzas a sentir un poco de lo que yo siento por ti.

—No es justo —susurró—. Y lo sabes bien.

—Tengo que hablar contigo, Andrea. ¿Puedes quedar esta noche?

Al día siguiente trabajaba, pero por estar un par de horas con Scott no pasaría nada. Además, sería incapaz de conciliar el sueño sin saber qué era lo que quería decirle. Lo miró fijamente durante unos segundos antes de tomar una decisión.

Asintió.

—Sí.

Scott sonrió y, mirando sus labios, susurró roncamente:

—Genial, ahora vamos a pasarlo bien.

El cuerpo de Andrea vibró de anticipación.

* * *

—Estás… muy guapa —dijo Kevin.

Taylor sonrió con confianza y, nadando lentamente, se acercó hasta poner las manos en sus hombros.

—Gracias, tú tampoco estás nada mal. ¿Te importa si me agarro a ti? Yo no llego aquí con los pies y tú, en cambio… eres muy grande.

Le encantaba verlo cortado, pensó Taylor. Le hacía parecer más tierno.

—Claro. —Taylor aprovechó la rápida respuesta y se agarró a él.

—¿Sabes? He estado pensando en ti. —Se acercó más, hasta tener su rostro a apenas diez centímetros del de Kevin—. Y mucho.

—Y… —Sus manos se fueron a su delgada cintura—. ¿Sobre qué?

Aquel contacto la hizo estremecer y, aunque dejó que él lo supiese, escondió lo extrañamente feliz que se encontraba por verlo de nuevo.

—Sobre la increíble noche que pasamos juntos. —Si Kevin no la besaba ya, teniendo ella sus labios tan cerca de los de él, significaría que realmente no le atraía—. Tú… ¿no has pensado en ella?

—Joder, sí.

Se alzó y la besó bruscamente, obligándola a abrir los labios para profundizar el beso. Ella no se opuso; es más, sonrió contra su boca y la abrió, dispuesta a devorarlo ella también. Dio un tirón de su labio, juguetonamente, mientras llevaba una de sus manos hacia su erección, acariciándola por encima del bañador blanco sin dejar de sonreír.

Cuando vio la lujuria en sus ojos azules, pegó sus pechos a su musculoso torso, a sabiendas de que sentiría sus duros pezones.

Kevin gruñó y, sin poder evitarlo, llevó sus manos a sus pechos recelosamente y los acarició con los pulgares, haciéndola gemir contra sus labios.

—Entonces sácame de aquí y llévame a un lugar donde puedas follarme.

Porque era eso. Follar. Taylor no buscaba una relación sentimental, y estaba segura de que él tampoco. Podrían llegar a ser amigos, pasárselo bien y llegar a un acuerdo en el que ambos podrían salir beneficiados.

Y, aunque ella nunca lo admitiría en voz alta, la traición de su hermana Ashley le había llegado al alma.

* * *

Irina intentó que Dorek no percibiese lo nerviosa que estaba en ese momento. Le habían temblado las manos y todo el cuerpo cuando él fue hacia ella, andando de aquella manera seductora y depredadora que tantas miradas femeninas había atraído, incluyendo la suya propia.

Estaba tan… arrebatador en bañador que sólo pudo aceptar su beso en la mejilla sin más, aunque, eso sí, captando su olor varonil, que despertó toda una red de descargas en su cuerpo.

Sus ojos habían recorrido su silueta con rapidez para que ella no se diese cuenta, pero el hecho era que sí fue consciente de ello y… le gustó. Le gustó la forma en la que la miró, como si fuese la única mujer que había allí. La más deseable. Había pasado tanto tiempo desde que había tenido una relación seria que ahora se encontraba perdida en las sensaciones que le hacía tener Dorek.

Iba a meterse en la piscina, pero ahora tenía miedo de dar un paso y tropezarse.

—¿Vas a entrar? —le preguntó con una tenue sonrisa.

—¡Dorek, Dorek! —gritó Amy agitando sus manos. Era la cuarta vez que lo llamaba en ese día. Llevaba un bañador con volantes de distintos tonos rosados. Tenía el pelo pegado a la carita y sonreía.

Él miró a Amy y sonrió, saludándola. Dándose por satisfecha, Amy se dio la vuelta y continuó jugando con los demás niños de su edad.

Sus castaños ojos se clavaron en ella. Irina se obligó a decir algo.

—Le gustas mucho a Amy.

—¿Y a la madre? —Se acercó más a ella, por lo que Irina percibió una fragancia masculina arrebatadoramente sensual—. ¿Le gusto a la madre? —susurró, levantando la mano para acariciarle la mejilla.

Irina se sonrojó, pero sonrió.

—Sí. —Lo miró fijamente—. A la madre también le gustas.

Ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente mientras se oían los ruidos de los niños en la piscina pequeña. Dorek quiso besarla, incluso se inclinó para llegar a sus carnosos labios, pero quizá vio en la violeta mirada de ella que aún no estaba preparada para aquel paso.

Se alejó un poco.

—Te… —Se aclaró la voz, haciéndola reír—. ¿Aceptarías salir conmigo a cenar esta noche?

Irina parpadeó, sorprendida tanto por la pregunta como por su valor al preguntárselo. Miró a su alrededor, pero, aparte de Carlos y Eva, que habían mirado a aquellos hombres con sorpresa y curiosidad, sus amigas estaban también ocupadas. Los demás bañistas se habían ido, excepto algunas mujeres y algún que otro hombre que, seguramente, serían los padres de los niños que estaban en la piscina pequeña.

Volvió a mirar a Dorek cautelosamente.

—¿En serio?

—Claro, ¿por qué no? —Se encogió de hombros, intentando no mostrar el nerviosismo que lo dominaba por dentro.

—Mmm… No sé. Es… bueno. —Se encogió de hombros—. Sólo a cenar, ¿verdad?

—Todo lo que tú quieras, Irina. Si sólo quieres cenar, sólo cenaremos. Si quieres dar una vuelta después, la daremos. —Su voz se volvió más íntima—. Todo lo que tú quieras.

Así que ella sería la que pusiese los límites, pensó Irina. Esa noche Amy se quedaría con su padre y Eva en el hotel, por lo que pasaría la velada sola. Había pensado en llamar a Andrea y a Tay para ver una película juntas, tal vez, o hacer otra cosa, pero, por cómo estaban con sus hombres, difícilmente podría separarlos de ellos.

Andrea parecía hechizada, con los ojos brillantes, las mejillas sonrojadas y la boca abierta formando una «O». Por otra parte estaba Taylor, quien seducía al pobre Kevin, con las manos en el cabello de su nuca mientras susurraba cerca de su oído.

Sólo esperaba que no estuviese pensando en hacer eso en plena piscina.

¿Qué tenía que perder?, pensó mirando a Dorek, cuyos ojos castaños eran cálidos. Era joven, soltera y con una vida por delante, ¿por qué no lanzarse? De todas maneras, quizá tras acostarse con él un par de veces, podría perder el encanto y quedar finalmente como amigos. Pero, por desgracia, Irina era realista y sabía perfectamente que aquello no sería así.

Ni Dorek ni ella misma se conformarían con un par de veces.

Y, además, sí tenía algo que perder: el respeto hacia sí misma.

—Me encantaría quedar contigo esta noche —dijo sonriendo mientras sentía un cosquilleo en las palmas de las manos.

—¿En serio? —Irina se rio al ver el entusiasmo dibujado en su bello rostro y en su voz.

—Sí.

—Eso es genial. Guau, una princesa va a quedar con un perdedor como yo. Nunca lo habría imaginado. —Silbó por lo bajo. Irina frunció el ceño, dispuesta a contradecirle, cuando Dorek la interrumpió—: Dame la dirección de tu casa e iré a recogerte.

—De acuerdo, pero, Dorek, no soy ninguna princesa. —Se sonrojó—. ¿De acuerdo?

Hizo una torpe reverencia que le sacó otra carcajada.

—Como digas. —Sus ojos brillaron—. Ahora… ¿Me das tu dirección?