Taylor acabó de beber su café, comprado en una tienda, con una sonrisa mientras Andrea terminaba de contarle todo lo que había pasado la noche anterior… Y lo que había pasado esa misma mañana. Explicándolo, tenía la sensación de ser una de esas mujeres que prácticamente se pasaba el día deseando tirarse a un tío.
Frunció el ceño tras finalizar.
Su amiga tiró el vaso del café a la papelera y entraron en el gran centro comercial de Los Ángeles, donde se podía encontrar desde moda hasta comida; Andrea necesitaba ambas cosas. Tras aquel desayuno escocés y teniendo en cuenta la poca comida que tenía en casa, era ya hora de reponer el frigorífico.
Cogió un carrito de la compra y, con Taylor a su lado, comenzó a llenarlo.
—No entiendo por qué me has contado todo eso como si fuese una película de terror. ¿Te da orgasmos como si de caramelos se tratase y te quejas? Dios santo, ahora entiendo a los tíos cuando dicen que las mujeres somos complicadas.
Cogió una caja de huevos y la colocó en el carro antes de responder.
—Él se irá, Taylor. Y no quiero volver a sentirme como lo hice hace ocho años.
—Pero ¿por qué tienes que meter los sentimientos en esto? ¿Tanto te cuesta dejarlos a un lado y desgastar a calienta-coños a polvos? —dijo Taylor mientras miraba las distintas marcas de leche que había. Una mujer, al oír lo que Taylor soltó, tapó las orejas de su hijo, quien miraba embobado a Tay, y se fue rápidamente.
Andrea suspiró.
—¿Quieres no hablar tan alto? Nos echarán de aquí por espantar a los clientes.
Taylor hizo un gesto con la mano.
—Bah, estamos en pleno siglo XXI, que maduren. Por cierto, ¿vas a quedar con Scott esta noche?
—Antes de irse esta mañana me dejó su número de teléfono y su dirección. —Se encogió de hombros—. Quién sabe, quizá vaya.
—Estás deseando ir, amiga. Lo veo en tus ojos.
Se agachó para coger unos yogures mientras Taylor buscaba el azúcar y la sal. Una vez encontrados, los puso en el carro. Andrea le dio las gracias con una sonrisa y continuaron.
—Puedes simplemente ver una película en su casa, comer y… que pase lo que tenga que pasar. Pero deja de intentar controlar todos y cada uno de tus movimientos, Andrea.
Pensó en las palabras de su amiga mientras terminaba de hacer la compra y pagaba. Una vez listo, guardó la compra en el coche y entraron otra vez en el centro comercial para visitar las tiendas de ropa. Taylor fue la que prácticamente renovó todo su armario. Andrea se compró algún que otro conjunto y ropa interior de oferta.
Cuando ambas acabaron era la hora de comer, así que entraron en un bar de tapas españolas y comieron tranquilamente. Por la tarde ambas se despidieron y Andrea comenzó de nuevo a pensar en todas las posibilidades que tenía.
Al llegar a casa y tras llenar el bol de comida de Blanca, oyó sorprendida dos mensajes de su familia en el contestador. Tras contestarlos, guardó la comida y la ropa y luego se tiró en el sofá.
Quizá, después de todo, no fuese tan malo pasar la noche sola.
Su perra ladró.
Parcialmente sola.
* * *
Andrea iba andando hacia la casa de Scott. Llevaba puestos una camiseta negra de tirantes, unos vaqueros claros, rasgados en las rodillas, de tallo bajo y estrechos que le hacían unas provocativas curvas, y unos botines negros cómodos. En la mochila deportiva que llevaba colgando de un hombro estaba guardada una película entre otras cosas, como su móvil y… Vale, de acuerdo, preservativos y ropa por si se quedaba allí a dormir.
Tenía el largo cabello castaño suelto, cayéndole liso por la espalda como una cascada. Apenas se había pintado, excepto un poco de lápiz de color negro y pintalabios rojo que delataban sus rasgos españoles.
Cuando miró el papel en el que tenía apuntada la dirección de Scott, asintió y vio la casa. Era más grande que la suya, con un gran jardín y, seguramente, tendría una pequeña piscina y una caseta para aquel pit bull. Su perra se había quedado con Taylor después de haberse armado de valor para ir. Su amiga la había felicitado y sonreído, prometiendo cuidar a su cachorro como a un bebé.
Era una de esas típicas casas que salían en las películas americanas, de esas que una querría comprar sí o sí. Subiendo los tres escalones que había hasta la puerta, llamó y esperó durante unos segundos, dando golpecitos con el pie en el suelo y pensando si aquello no habría sido una estupidez.
«Y yo sin traer bikini…»
Se rio para sus adentros.
Miró a la puerta cuando se oyó cómo se abría.
Nuevamente en ese mismo día, se recordó lo maleducado que resultaba quedarse mirando a alguien fijamente con la boca abierta. Scott vestía unos pantalones de chándal de color oscuro.
Y ya está, nada más.
Su torso duro y fuerte estaba expuesto ante sus hambrientos ojos, así que se dedicó a darle una buena pasada antes de mirarlo a los ojos. El pelo lo tenía húmedo, ¿sería muy tarde para preguntarle si podía apuntarse a la ducha?
De repente se regañó a sí misma. ¿Por qué se comportaba así?
—Buenas noches —dijo rápidamente.
Andrea se sonrojó al ver la sorpresa en sus ojos, y también la alegría de verla. Aquello la enterneció.
—Buenas noches, Andrea. —Se hizo a un lado.
Asintiendo e intentando controlar los erráticos latidos de su corazón, se mordió el labio inferior inconscientemente y entró. Scott cerró la puerta estirando el brazo y con aquel movimiento la acorraló. El olor a jabón de hombre la envolvió y deseó más que en cualquier otro momento poder pasar la lengua por todo su cuerpo.
Dejó caer la mochila al suelo y estiró los brazos para rodearle el cuello. Scott respondió envolviéndole la cintura con sus manos y acercándola a su cuerpo, y la besó.
Los labios de ambos se movían con rapidez; las lenguas se acariciaban mientras el calor comenzaba a invadirles el cuerpo poco a poco. Dándole un casto pero suave y caliente beso al separarse, Scott sonrió y acarició su rostro.
—Me alegra que hayas venido.
Andrea sonrió con cierta timidez pero plenamente.
—A mí también.
Al separase un poco de su cuerpo, se aclaró la voz y cogió su bolsa.
—Eh… Había pensado que podríamos comer algo o pedir pizza y ver una película y… —Se sonrojó—. Luego, pues… que pase lo que tenga que pasar. He traído ropa por si acaso…
Se calló al sentir su cara tan caliente como un radiador.
Scott sonrió, sintiendo cierta presión en el pecho ante la ternura que le causaba Andrea.
—Lo haremos todo paso a paso.
Ella asintió.
—Paso a paso.
Scott le enseñó la casa y Andrea se maravilló por lo cálida y grande que era. En el jardín se encontraba el gran pit bull, tumbado sobre el césped y disfrutando de la suave brisa veraniega mientras algunos grillos chirriaban. Y tal como ella había pensado, había una pequeña piscina de baldosas de distintos azules y blanco.
Se estremeció cuando sintió por detrás las manos de Scott, en su cintura. Su boca se acercó a su oído.
—Podríamos darnos un baño más tarde, si te apetece.
Cielos, sí. A ella aquello le sonaba de maravilla. Así que asintió rápidamente.
—¿Te apetece pedir pizza para comerla mientras vemos la película?
—Sí, me encantaría —dijo sonriendo Andrea sin poder contenerse.
Scott llamó a la pizzería mientras Andrea colocaba su mochila en el sofá oscuro y sacaba de ella la película Warrior de Gavin O’Connor, comprada el mismo día que salió y su favorita por lo emotiva que era… además de contar con actores tan buenos como Joel Edgerton y Tom Hardy. Desde que vio esa película, deseó aprender artes marciales mixtas, MMA por sus siglas en inglés. Es más, quizá le pidiera a Scott que le enseñase algún que otro movimiento, ya que desde que comenzaron su relación Andrea se había enterado de que él practicaba dicho deporte desde hacía años.
¿Seguiría haciéndolo?
Dio un salto cuando oyó ladrar al perro. Scott salió de la cocina al jardín y, ante su sorpresa, lo ató a la caseta para que, aunque fuera capaz de moverse libremente, no pudiese entrar en la casa. ¿Eso quería decir que durante todo ese tiempo había estado suelto?
Contempló de nuevo aquel salón que tanto le había gustado. El suelo era de parqué, los dos sofás oscuros, de piel, y la televisión, plana. Por otra parte, había dos estanterías de madera color caoba a juego con los muebles. Había algunas fotos en la chimenea y, cuando giró la cabeza, creyó ver una que…
Era imposible.
Se acercó con el corazón en un puño y gimió suavemente al ver tres fotos de Scott y ella. En una de ellas salía Andrea sola, tendría unos diecisiete años en ésa. Estaba sonriendo, llevaba el cabello echado a un lado mientras se abrazaba las rodillas al pecho. Era en blanco y negro, ya que Scott le había dicho, cuando se la enseñó en su momento, que aquella foto tenía una gran profundidad que en color no se transmitiría. Recordaba perfectamente ese día; Scott había tenido la gran idea de hacer un picnic en una de las numerosas playas que Estados Unidos tenía. No recordaba con nitidez de cuál se trataba, pero sí que fueron en el coche de él.
En otra foto estaban los dos: Scott con un musculoso, pero no tanto como ahora, brazo alrededor de sus hombros, tirándola hacia él. Sus ojos la miraban, sonreía y vestía ropa de verano. Ella tenía cogida la mano del brazo que pasaba por sus hombros, las piernas algo abiertas y una gran sonrisa mientras miraba a la cámara.
Dios santo, qué momentos había vivido junto a él.
Sintiendo los ojos húmedos, siguió mirando las fotos y la que quedaba mientras se preguntaba el motivo. ¿Por qué las tendría? ¿Eso querría decir algo, la amaba? Se notaba perfectamente el amor de Scott en las fotos, en sus ojos, en sus sonrisas y sus gestos.
¿Sería igual ahora? Si fuese así, ¿por qué la había dejado de aquella manera? Andrea habría sido capaz de esperarlo hasta que regresara, de escribirle y de recibir sus llamadas siempre que él pudiese. Le habría sido fiel y Scott lo sabía.
Entonces enmudeció.
¿Quizá él no podría esperar tanto tiempo? ¿La habría dejado para acostarse con otras mujeres?
Sacudió la cabeza, despejándose y negándose a creer eso.
Fuera lo que fuese, ya estaba hecho y nadie ni nada podría cambiar la situación actual.
Scott cerró la puerta tras salir del jardín.
—No me puedo creer que tengas a ese perro suelto.
Él se rio por lo bajo.
—No hace nada.
—Ya, claro. Eso díselo a alguien que no te haya visto las cicatrices en el brazo.
Se encogió de hombros antes de sentarse en el sofá. Vio que ella estaba cerca de las fotos donde salían ambos. La miró a los ojos y, ante la intensidad de éstos, desvió los suyos a sus manos, caídas a ambos lados de su cuerpo.
—He pedido la pizza cuando estaba fuera, mientras ataba al perro. Recuerdo que únicamente te gustaba de jamón york y queso, así que la he pedido de eso con doble de queso.
El estómago de Andrea gruñó. Ambos sonrieron.
—Tienes mi aprobación.
Estuvieron hablando de banalidades hasta que el timbre sonó. Andrea tenía en sus manos una copa de vino que Scott le había dado. No sabía de qué marca era, pero estaba delicioso. Se lamía los labios tras cada sorbo, disfrutando de aquel sabor tan verdadero. Es más, cuando se acabó la suya y Scott fue a la puerta, cogió la copa de él y le dio un buen trago rápidamente.
Dejó la copa donde estaba y tragó con suavidad, sabiendo que a su estómago no le sentaría para nada bien tanto vino sin haber comido antes.
Scott dejó la pizza en la mesa baja de cristal enfrente de los sofás y, cuando miró su copa, sus ojos se clavaron en ella. Alzó una ceja.
Andrea se sonrojó pero no dijo nada.
Él tampoco.
—¿Quieres más vino para la pizza?
—¿Tienes otra cosa? —Fue consciente de que Scott se había puesto una camiseta blanca que, a pesar de ser una de aquellas típicas que se usan para estar por casa, se amoldaba a su cuerpo maravillosamente bien y podía disfrutar de la vista—. Zumo. Me gusta el zumo.
Asintió.
Se dio la vuelta y fue a la cocina, momento que ella aprovechó para mirarle aquel trasero que tan loca la volvía. Aquel pantalón deportivo que llevaba sólo se lo hacía más apetecible, por lo que no le costó nada imaginarse con las manos en él y apretar.
«Oh, Dios santo…»
Scott volvió con una gran copa de cristal llena de zumo. Tendió el brazo y se la dio.
—Gracias. —Sonrió.
—De nada. —Le devolvió la sonrisa.
Que alguien le pegara una bofetada, porque Andrea Márquez se estaba imaginando en su alocada cabeza una imagen de ella en aquella casa con Scott, con su perrita Blanca y algún que otro hijo. Sí, a pesar de todo seguía conservando parte de aquella adolescente irrevocablemente enamorada de Scott que deseaba un futuro en común.
Scott se puso en uno de los extremos del sofá, apoyado mientras cogía el primer trozo de pizza. Andrea se colocó en el otro, no a mucha distancia de él. Sostenía también un trozo de la pizza mientras le hablaba de la película que había cogido.
—He visto esta película muchísimas veces, es genial. Es más, la tengo en la estantería que está frente a ti.
Andrea miró hacia allá. Cierto, la misma.
—¿También te la compraste el mismo día que salió? —Dio un mordisco y, aunque se quemó, gimió de placer.
—No, volví tras una misión en Irak. Leí muy buenas críticas de ella, así que la compré sin pensármelo dos veces.
Andrea asintió atentamente.
—Oye, ¿sigues practicando MMA? ¿O al final lo dejaste?
Scott asintió.
—Sí, nunca lo he abandonado. —La miró fijamente con aquellos ojos tan negros, con un brillo que no supo catalogar—. ¿Por qué? ¿Quieres aprender algo?
Intentando controlar su entusiasmo, se encogió de hombros.
—No me importaría conocer alguna que otra llave en caso de encontrarme algún día en una emergencia.
—De acuerdo, entonces te enseñaré algo.
Andrea dio saltos en el interior de su cabeza.
—Gracias —susurró por lo bajo.
Pusieron la película y siguieron comiendo. Ambos estaban inmersos en el filme, bromeando a veces y comentando escenas. El tiempo pasaba rápidamente mientras iban comiendo. Andrea cogió el último trozo y, como miraba la película con intensidad, en vez de meterse el trozo en la boca éste acabó en su barbilla.
Bufó y se rio al ver la sonrisa de Scott.
Él se acercó más a ella, y cogió una servilleta mientras Andrea dejaba el trozo en la mesa, encima de un cartón. Intentó aguantar las ganas de envolver sus brazos alrededor del cuello de Scott y besarlo cuando él se inclinó sobre ella y le limpió la barbilla.
—Eres increíble —susurró profundamente.
¿Por qué aquello había sonado como una declaración y su corazón había dado un vuelco en su pecho?
Se humedeció los labios y vio cómo la mirada de Scott se clavaba en ellos. Poco a poco fue estirando los brazos hasta rodearle el cuello y con los dedos jugueteó con el cabello de la nuca, acariciándolo mientras lo miraba fijamente.
Una bonita canción de la película sonó.
Scott se inclinó aún más, pero no la besó, como ella había esperado. Si no que le lamió la barbilla y le dio un suave mordisco que le sonsacó un gemido. Cuando no pudo controlarse más, se separó de ella y la besó en los labios con pasión, degustando su sabor con otro gemido.
Finalmente se separaron, pero esta vez ella se apoyó en su costado, teniendo él un brazo alrededor de sus hombros. Tenía el rostro en su hombro, comiéndose el trozo de pizza de antes mientras él tenía en la mano una lata de refresco.
Cuando terminó la película Andrea tenía los ojos húmedos, pero, como siempre pasaba, no derramó ninguna lágrima. Nunca lloraba con ninguna película y no porque no hubiese tenido ganas. Odiaba que la vieran llorar, fuera cual fuese el motivo, y si alguien la veía en esos momentos… acababa inventándose una excusa, como que se había chocado con el mueble de la cocina o que se había golpeado en el dedo pequeño del pie con el sofá.
Siempre funcionaba.
O solía funcionar.
—Esta película es preciosa. Sigo sin creerme que no ganara ningún Óscar.
—Fue nominada.
—Bah. —Hizo un gesto con la mano—. Se merece al menos cinco Oscar y lo digo en serio, así que no te rías.
Scott alzó las manos con inocencia, pero su mirada expresaba claramente su diversión.
—Yo opino como tú.
—Más te vale. —Le golpeó en las costillas suavemente.
Andrea se levantó a quitar la película mientras Scott empezaba a recoger los restos, que eran los vasos vacíos y el cartón de la pizza.
Ella fue hacia la cocina tras apagar la televisión y, apoyándose en el marco de la puerta, tuvo una idea que había estado rondándole por la cabeza desde que había visto aquella piscina. A oscuras, con la luz de la luna y…
Se oyó un perro ladrar.
El pit bull de Scott.
Suspirando, pensó que sería mejor esperar. Le ayudó a recoger y, cuando terminaron, fueron al jardín, bordeando la caseta del perro de la mano de Scott, que gruñó cuando el animal intentó acercarse, haciendo un ruido que para nada parecía amistoso.
En ese momento se dio cuenta de que la piscina no era chica, era mediana y perfectamente se podía nadar en ella. Miró sorprendida a Scott, que se sacó la camiseta por la cabeza y comenzó a quitarse los pantalones con todo lo demás.
—¿Qué-é haces-s? —tartamudeó.
Pregunta estúpida. Era más que obvio.
—Desnudarme.
—Eh… Ya, ¿vas a bañarte en la piscina?
—Ajá. —Cuando se quedó desnudo y de espaldas, Andrea tuvo la visión de aquel trasero que parecía tan duro y perfectamente modelado, justo como a ella le gustaba. Se metió de cabeza y emergió al poco tiempo, dejando burbujas que salieron a la superficie. La luna se reflejaba en la oscura agua y se dio cuenta de que Scott no había encendido ninguna luz.
Mejor, el ambiente era increíble así.
Dio un salto cuando él le salpicó agua con el brazo.
—Vamos, desnúdate y entra.
Miró al pit bull, que estaba dormido y dentro de la caseta. Apenas se le veía.
—Mmm… No sé…
—¿Quizá quieres que vaya a por ti? Puedo salir del agua y meterte vestida, por mí no hay ningún problema.
Andrea sonrió y comenzó a desnudarse, decidida a dejar toda preocupación fuera de aquello. Estaba dispuesta a disfrutar de cada momento que pudiese junto a Scott. Una vez estuvo completamente desnuda, se cubrió los grandes pechos con un brazo y se mordió el labio mientras bajaba por las escaleras.
Se estremeció al ver el hambre en sus ojos.
Scott estiró las manos para cogerla y ella también los tendió, sin importarle ya su desnudez. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello, colocó el rostro en su hombro izquierdo y pegó sus pechos a su torso, sintiendo sus pezones duros contra él. Gimió al sentir el agua algo fría, pero el calor corporal de Scott la calentó rápidamente.
Las manos de él la agarraban por la cintura, abrazándola mientras la mantenía contra su cuerpo. Se frotó contra él y gimió cuando Scott la besó en la nuca. Dios, era tan tierno a veces que sentía cómo el corazón se le derretía en el pecho, haciendo así que sus ganas de abrazarlo aumentasen.
—¿Por qué te tapabas? Tienes unos pechos preciosos.
Andrea se rio contra su hombro.
—Ha sido la emoción del momento —bromeó.
Se quedaron en silencio durante unos largos segundos, cómodos, en los cuales se prodigaban caricias el uno al otro mientras el ruido relajante del agua de la piscina los envolvía. A ello había que sumar el chirrío de los grillos, la suave brisa veraniega y aquel olor que desprendían las plantas.
El ambiente era perfecto una vez más.
Andrea se preguntó si Scott también sentiría la conexión tan fuerte que había entre ambos. Aquella necesidad de estar a su lado cada día, de compartir todos los momentos que pudiesen, juntos. Sabía que un «mañana» no estaba garantizado, pero al menos tenía el ahora. Recordó lo enamorada que había estado de Scott y las mariposas que había sentido al verlo por primera vez saliendo por la puerta de su casa con una mochila colgada en uno de sus hombros. En aquella ocasión vestía una camiseta blanca que marcaba todos y cada uno de sus músculos, unos pantalones hasta casi la rodilla de color negro con varios bolsillos y unas botas deportivas negras.
Había jadeado de placer al verlo subirse a una gran moto negra de las que ella solía llamar «de motorista» o de esas que eran demasiado caras y grandes para que alguien como ella pudiese manejar. Y, ¡qué diablos! Al verlo en ella había suspirado, ignorando las llamadas de su madre desde el interior de la casa. En ese momento de su adolescencia había tenido una amiga llamada Zoey. Ésta le había dejado claro, o al menos lo había intentado, que no tenía nada que hacer con Scott, que ellas no eran su tipo de mujer y aún menos con dieciséis años.
Como no quería que su amiga pensase nada malo de ella, se había encogido de hombros y había susurrado: «Está bueno, yo tengo ojos y lo miro, nada más». Desgraciadamente aquellas palabras le habían llegado a Scott por parte de su amiga, aunque Zoey lo había negado desde un principio y Andrea la había creído.
Nunca hubiera supuesto que Zoey había estado intentado dejarla en ridículo delante de Scott, contándole todos sus secretos y, en más de una ocasión, inventándose cualquier cosa que pasase por aquella cabeza. En verdad, nunca lo había comprendido. Zoey era físicamente como la actriz Megan Fox, de ojos azules y de cabello negro con algún que otro mechón castaño rojizo.
La había visto alguna que otra vez, hacía unos meses, y, aunque se saludaban, Zoey sabía perfectamente que no la había perdonado todavía por haber estado contando todas sus intimidades a todo el instituto. Recordaba al hermano de Zoey, John, con los mismos ojos y cabello que su hermana; era tres años mayor que ambas, igual que Scott. John y Scott habían sido amigos, muy buenos amigos, hasta que intentó acostarse con ella, invitándola a salir a sabiendas de que Scott sentía algo por ella.
Apenas podía creérselo todavía a pesar de ser cierto. Scott se había fijado en ella desde el primer instante, se lo había dicho en cuanto comenzaron a salir. Andrea le había intentado tranquilizar cuando él se lo contó, diciéndole que ella no había pensado en ningún momento acostarse con John, ya que apenas habían salido dos meses y ella no era de esas chicas que se acostaban tan pronto con alguien.
Después Scott la había mirado a los ojos, sonriendo, y le había dicho: «¿Hasta cuándo quieres esperar entonces? Sabes que yo nunca te meteré prisas». En ese instante se había quedado en blanco, ya que, a pesar de sus palabras anteriores, no le habría importado hacer una excepción con Scott.
Andrea volvió al presente cuando Scott le acarició las suaves curvas de los pechos con las yemas de los dedos.
—¿En qué pensabas? —susurró roncamente.
—En cuando nos conocimos y en todo lo que pasó. —Sonrió—. Mmm… ¿Te acuerdas de Zoey? —Scott asintió recelosamente—. Estaba pensando en ella. A pesar de todos los años que han pasado, no he sido capaz de perdonarla por haberlo contado todo de mí en el instituto. —Se sonrojó al recordar una confidencia en concreto—: Sobre todo cuando dijo que yo me masturbaba con los dedos al pensar en ti.
Scott sonrió.
—¿Acaso era mentira?
—Claro que sí, ¡tenía dieciséis años! Es decir, me moría de ganas porque tú me tocaras, pero no le veía el atractivo a hacerlo yo misma. Además, también me he acordado de John… —ignoró el gruñido de Scott—… y, cuando te vi por primera vez, recuerdo perfectamente cómo ibas vestido y lo que provocaste en mí al montarte en aquella enorme moto negra.
—Aún la tengo, podemos dar un paseo cuando quieras. —La besó con suavidad.
—Me encantaría —susurró en sus labios. Siempre quiso montarse en aquella enorme moto y, aunque no tuviese el mismo encanto que con dieciséis años, al menos podría satisfacerse un poco.
Y supo perfectamente que aquél era el momento perfecto para preguntarle por qué la dejó de aquella manera. Estaba segura de que Scott también lo supondría, ya que sus oscuros ojos estaban clavados en ella con tal intensidad que el vello de sus brazos se puso de punta. Pero no quería estropear el instante y aún menos lo que quedaba de noche.
Así que, ignorando aquella vocecita de su cabeza que chillaba por revelar todos sus miedos y saber la verdad, besó a Scott y devoró aquellos sensuales labios que, hasta hacía unos pocos días antes de verlo, había saboreado en sus sueños.
* * *
Taylor tiró la bolsa de basura en el contenedor y se palmeó las palmas de las manos en los muslos enfundados en unos vaqueros. Disfrutó de la brisa de la noche mientras caminaba de vuelta a su casa, tarareando en su cabeza una canción de la banda The Pretty Reckless. Deseaba ir pronto a un concierto de la misma, disfrutar de su viejo pasado roquero gótico, pintándose los ojos hasta verlos sorprendentemente grandes y azules, ponerse ropa oscura y cantar con el resto de los fans hasta quedarse ronca.
Sí, echaba de menos aquellos tiempos.
Cada vez le gustaba menos su trabajo y, a pesar de estar replanteándose dejarlo, debía tener algo de repuesto si quería conservar su piso y pagar las facturas. Además, estaba segura de que su gato Salem no estaría de acuerdo en dejar de comer comida de gatos de marca y pasar a las sobras que ella dejaba.
No, seguro que no. Ya se imaginaba aquellos ojos verdes mirándola con furia mientras maullaba, restregándose contra sus piernas.
Después estaba el hecho de que la semana próxima tendía que acudir a una estúpida comida familiar, donde debería ver a su antiguo novio con su hermana mayor, Ashley. A pesar de haber pasado dos años, seguía sintiendo aquella presión en la base de la garganta que a veces amenazaba con dejarla sin aire. Su relación con Dean había sido perfecta, o al menos eso le había parecido a Taylor. Llevaban cinco años de noviazgo cuando, de repente, le mandó un mensaje al móvil dejándola y, dos días más tarde, se lo encontró en casa de su madre abrazando a Ashley.
Si antes la relación con su familia había sido tensa y mala, tras aquello se había roto lo poco que quedaba. Aún continuaba preguntándose por qué diablos iba a aquellas comidas. Quizá para demostrar que aquello le importaba poco, que Dean nunca le había interesado realmente y que, aunque siempre se hubiese llevado mal con su hermana, aquello no había significado nada para ella.
Pero, en realidad, la rabia la consumía y se quedaba noches y noches recordando todos y cada uno de los momentos que había pasado con Dean, así como cuando lo conoció. Había sido como su balsa, la había ayudado, convirtiéndose en una familia para ella, pudiendo así dejar la suya a un lado.
Cruzó un paso de peatones al ver el semáforo en verde y, metiéndose las manos en los bolsillos, suspiró y frunció el ceño ante el vacío que volvía a sentir nuevamente en el pecho.
Miró hacia el suelo y siguió caminando en dirección a su casa. Más de una vez había pensado en mudarse y mandar a la mierda a sus padres, a su hermana y a Dean, pero tenía la sensación de que aquello sería como cederles parte de su terreno y eso le producía un mal sabor de boca.
Maldijo al chocarse contra alguien, frotándose la nariz. Subió la cabeza para encontrarse a uno de los amigos de Scott que había visto en el bar el primer día. Tenía el pelo oscuro y ojos azules, con una perilla corta y muy bien arreglada, como a ella le gustaba. Por su cabeza pasó la idea de seducirlo, acostarse con él y no pasar frío aquella noche.
—Disculpa —dijo el hombre.
Ella no pensaba disculparse.
Achicó sus ojos y lo miró fijamente al rostro sin bajar ni una vez la mirada a su cuerpo. Taylor esperó a que hablase, segura de que se acordaría de ella o al menos le sonaría.
—Te recuerdo, tú eres la amiga de Andrea, ¿verdad? Nos vimos en el bar.
—Ajá —canturreó, haciendo gala de un buen humor que realmente no poseía en aquellos momentos—. Soy Taylor Lanson. Y tú eres…
—Kevin. Kevin Jones. —Extendió la mano.
Taylor se la estrechó con fuerza, teniendo constancia de la gran mano masculina que desprendía un confortante calor.
—Un placer, Kevin Jones. ¿Tienes algo que hacer?
Aguantó la sonrisa que estuvo a punto de soltar al ver la sorpresa en aquellos ojos azules turquesa, tan fuertes de color que intimidaban.
—¿Algo que hacer?
—Claro —dijo con aquella voz que mostraba seguridad—. Estoy aburrida y pensar que tengo que volver a casa con mi gato Salem es algo deprimente. ¿Qué te parece si damos una vuelta, comemos algo y conversamos? La noche puede volverse interesante. —Alzó una ceja y sonrió—. Conocernos mejor, sobre todo ya que Andrea y Scott están saliendo. ¿No crees?
En ese momento pasó por su cabeza la idea de que tal vez estuviese casado, pero la desechó rápidamente. No había visto alianza en sus dedos y, si él la reprendía por su comportamiento, pensaba esgrimir aquello como defensa.
—Sí, me encantaría dar una vuelta contigo, Taylor. —Kevin sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos. Otro punto a su favor.
Taylor sonrió.
—Genial, entonces te doy permiso para llamarme Tay. —Le guiñó un ojo.
* * *
Irina besó la cabecita de Amy mientras la dejaba en su pequeña cama, poniendo la barandilla que impedía que pudiese caerse. Su hija iba cerrando poco a poco los ojos, sonriendo suavemente antes de dejarlos cerrados por completo y darse la vuelta, poniéndose en posición fetal para quedarse dormida y susurrar algo.
Sonrió y, tras poner una pastilla antimosquitos, salió de la habitación y dejó la puerta entreabierta.
Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina para lavar los platos. Desde la calle le llegaba el ruido de las hojas mecidas por el viento, algún que otro coche pasar y las conversaciones de personas cercanas. Tras terminar de fregar los cacharros, cogió un yogur de la nevera con sabor a fresa y fue hacia el salón.
Cogió el libro que había en la mesita y siguió con su lectura mientras se tomaba el yogur, disfrutando de aquella tranquilidad. Dentro de dos semanas tenía un pase de modelo en Nueva York, apenas a una media hora de donde ella vivía, así que había quedado con Taylor en dejarle a Amy, después ella iría a recogerla.
En primer lugar había pensado en dejársela a Andrea, pero sabía que su amiga estaba ocupada con Scott. A pesar de lo que dijese Andrea, Irina consideraba que aquello podría tener un final feliz, si ambos eran capaces de ser sinceros y hablar. Lo malo era que Andrea podía ser en algunas ocasiones demasiado tímida y Scott… No lo conocía lo suficiente como para opinar nada de él, excepto que era un hombre increíblemente atractivo.
Es más, si no fuese porque Andrea estaba enamorada de él y porque Scott no tenía ojos para otra (ni siquiera la había mirado al entrar por la puerta, era el único varón de aquel bar que no lo había hecho), habría sido uno de esos hombres por los que Irina perdía la vergüenza para acercarse y entablar una conversación, intentando así conseguir una cita.
Por otra parte estaba Dorek, aquel marine de pelo rubio y ojos dorados tan calientes que podían fundirla. Pero por su comportamiento estaba segura de que se trataba de uno de aquellos hombres mujeriegos que no se lo pensaban dos veces antes de romper el corazón de una mujer. Y ella no estaba dispuesta a sufrir así otra vez.
Aún menos teniendo a Amy a su cargo.
Se terminó el yogur y lo dejó en la mesa, bajó la intensidad de la lámpara y, con la brisa entrando por la ventana, siguió su lectura con una sonrisa.