Andrea se despertó al sentir los rayos del sol colarse por la ventana e incidir en su rostro. Se estiró suavemente tras bostezar, extendiendo las piernas y los brazos y… se quedó paralizada al sentir el caliente y gran cuerpo de Scott a su lado, moviéndose y envolviendo su cintura con uno de sus brazos.
Abrió los ojos por completo.
Cogiendo aire temblorosamente al sentir de nuevo cómo su cuerpo respondía ante la cercanía de Scott, fue consciente del delicioso dolor que sentía en distintas partes de su cuerpo: en los labios, en los pechos y en su sexo.
Sin poder controlarse, se apretó contra su cuerpo y acabó por colocarse encima de él, con el rostro escondido en el hueco que había entre el hombro y el cuello, inspirando su olor. Lo abrazó con fuerza y gimió de placer al sentir en su muslo su pene erecto y caliente, listo.
Le lamió la piel del cuello y alzó la cara para mirarlo.
Scott la estaba observando.
Y al acercarse a su rostro pudo captar el olor a pasta dentífrica. ¿Cuándo habría ido al baño? Ella no había notado nada.
Deseosa de estar presentable ella también, le hizo un gesto con la mano y se levantó con rapidez, incorporándose de su cuerpo.
Tardó unos seis minutos en cepillarse los dientes, ir al inodoro y pasarse un cepillo por su larga y castaña cabellera, reluciendo brillante y cuidada. Estaba desnuda, y se dio cuenta de la confianza que tenía en Scott. Siempre que se acostaba con un hombre, tenía la manía de vestirse cuando éste se quedaba dormido.
Miró su reflejo en el espejo del baño y suspiró.
Sus labios lucían hinchados y sonrojados por los besos; sus pechos tenían alguna que otra suave marca causada por los labios de Scott al lamer y mordisquear sus pezones y su cuello…
Su piel brillaba con vitalidad. ¿Tendría algo que ver el hecho de haber tenido dos orgasmos? Tras ello se había quedado completamente dormida, sin saber en qué posición.
Se dirigió hacia la puerta y colocó la mano en el pomo. Cogió aire dos veces y la abrió.
La imagen que se mostraba ante ella la dejó sin respiración.
Un metro noventa de cuerpo musculoso se encontraba tumbado en la cama, con un brazo doblado sobre los ojos para que la luz no le molestase. Sus piernas estaban entreabiertas y desgraciadamente la sábana blanca de la cama le tapaba su pene, aunque pudo ver el relieve de la erección descansando sobre uno de sus poderosos muslos.
Él giró la cabeza y la miró.
Andrea se estremeció y apretó los muslos al sentir la primera contracción en su vagina. Se mordió los labios y fue hacia él, atraída por tanta masculinidad y perfección. Una vez en el borde de la cama, se subió a ella y, cuando Scott le abrió los brazos, no lo dudó.
Se lanzó, tumbándose sobre su cuerpo, y lo besó apasionadamente, metiéndole la lengua en la boca mientras intentaba encajar entre sus piernas su erección, frotándose contra ella mientras las manos de él acariciaban su trasero, apretando con fuerza y ayudándola a moverse sobre su verga completamente, mojándola con sus fluidos.
—Scott… —susurró en sus labios.
Lamió el labio inferior y lo chupó antes de mordisquearlo.
Las manos de Scott se deslizaron por sus muslos, abriéndolos más para encajar el glande en su mojada hendidura.
Incapaz de contenerse, Andrea volvió a besarlo con todas sus ansias, respirando con dificultad mientras sentía la necesidad de tener a Scott lo más pegado posible a su cuerpo.
Cuando iba a separase de sus labios, él levantó la cabeza para alcanzarla. Ambos se incorporaron, quedando ella nuevamente a horcajadas sobre él, con sus manos en sus muslos apretándola con fuerza.
A sabiendas de que Scott sólo tendría sexo con condón, estiró la mano sin dejar de lamerle la mandíbula y cogió la caja de condones. Tras coger uno, tiró la caja a la mesita de noche y lo abrió.
Mirándolo a los ojos, se humedeció los labios.
—Odio sentirme tan dependiente de ti, Scott.
Él le acarició los pechos al subir por sus caderas.
* * *
Andrea no tenía ni idea del poder que tenía sobre él, pensó Scott. Ni jodida idea. Tenía una erección colocada sobre aquella hendidura estrecha y húmeda que lo llamaba como el canto de una sirena y allí estaba ella, dejándole pequeños mensajes que se le clavaban en el estómago como cuchillos.
¿Habría sido diferente si se hubiese quedado o al menos si le hubiera dicho toda la verdad?
Dios santo, la amaba tanto. No había dejado de pensar en ella ni un segundo de su vida y allí estaba de nuevo, con Andrea entre sus brazos y poniéndole un condón con aquellas manos tan delicadas y que comenzaron a masturbarlo.
—¿Estás listo? —jadeó cerca de sus labios.
¿Listo? Estaba totalmente preparado, y una prueba de ello era la descomunal erección que tenía.
Alzándola sobre su regazo, la dejó caer con suavidad sobre su polla sin apartar sus ojos de ella, viendo las distintas reacciones en su rostro. Sus ojos castaños claros se nublaron de placer, sus mejillas se sonrojaron levemente y sus labios se entreabrieron. Mientras tanto, sus manos estaban en su cuello.
—Siempre.
Y con ello la hizo bajar de un tirón, oyéndola gemir. Él gruñó al sentir su sexo apretarse en torno a su pene como un guante caliente y húmedo, ordeñándolo y apremiándolo a moverse.
Sus caderas comenzaron a menearse mientras ambos se aguantaban la mirada. Andrea le respondía, teniendo sus pechos apretados contra su duro torso mientras se mordía los labios, deseosa de que aquel momento nunca se acabase.
—Oh… Dios mío… Scott, no creo que… —gimió al sentir su pulgar en el clítoris, haciendo círculos y presionando suavemente—… vaya a aguantar mucho.
Aumentando la velocidad de sus embestidas, Andrea volvió a juntar sus labios con los de él, deseosa de poderle hacer consciente de lo mucho que estaba disfrutando aquel instante.
Llegó al orgasmo gimiendo, y el grito fue contenido por los labios de Scott, que seguía acariciando su adolorido clítoris con el pulgar mientras los otros dedos acariciaban sus labios exteriores. Tras llegar y jadeando, se abrazó a sus hombros como un náufrago a un bote salvavidas y con una sonrisa satisfecha aceptó las demás embestidas hasta que él llegó.
Se quedaron así durante unos segundos, ambos reorganizando sus pensamientos mientras escuchaban el ruido del exterior: algunos pájaros cantando, el sonido del viento mover las ramas y hojas de los árboles y algún que otro coche pasar por aquella calle, seguido de unas voces.
Scott sintió a Andrea incorporarse poco a poco y, con una sonrisa satisfecha, le susurró:
—Buenos días.
—Buenos días.
Ambos se rieron, empezando así la jornada de la mejor manera posible.
* * *
Aquel sábado estaba siendo perfecto, pensó Andrea mientras terminaba de dar cuenta de aquel desayuno escocés que Scott le había hecho, diciendo que su amigo Sean, otro marine, se lo había preparado alguna que otra vez.
El desayuno se componía de dos huevos fritos, dos salchichas enormes (él había dicho que solían ser caseras, pero en este caso eran las del súper que había en el frigorífico), dos rodajas de pan tostado y beicon; Scott le explicó que, además, este plato solía llevar también alubias en una salsa especial y setas fritas, pero ellos se conformaron con el beicon.
Mientras Scott había hecho aquel delicioso desayuno, ella había preparado café y había hecho zumo de naranja natural. Durante ese tiempo, Andrea se había dedicado a comérselo con los ojos. Vestía únicamente los pantalones que llevaba en la cita de la noche anterior, ya que había puesto a lavar sus bóxers.
Y saber que no llevaba nada debajo de esos pantalones que hacían ver su trasero tan apetecible… Mejor no pensar en ello.
Se preguntó qué haría ahora con Scott. De acuerdo, sexo sin compromiso, pero desgraciadamente durante el acto su boca hablaba por sí sola. ¿Qué le había dicho? Ah, sí. Que lo había echado de menos y, aunque él la hubiese correspondido, aquello le sentó como una patada en el estómago.
Había respondido los mensajes de sus amigas, Tay e Ira. La primera se quejaba de la resaca que tenía tras haber estado en una fiesta hasta las tantas de la noche, despertándose con un tío de metro noventa, rubio y de ojos azules boca abajo, mostrándole un delicioso trasero. En cambio, Ira le había dado los buenos días y le había contado su intención de llevar a Amy al parque que había enfrente de su casa.
Deseosa de no tener que soportar el silencio que se interponía entre ambos, pensó en llamar a Taylor y salir con ella, teniendo así una excusa que darle a Scott para no pasar más tiempo con él. No es que no quisiese estar a su lado, pues era lo que más deseaba, pero no estaba segura de poder aguantar durante más tiempo sin saltar sobre su cuerpo, rogarle que la follara contra la pared y luego dormir pegada a él.
No, definitivamente no.
Scott se asomó por la puerta de la cocina y, apoyándose en el marco de ésta, se cruzó de brazos y la miró con atención.
«No mires hacia abajo, Andrea, no mires hacia…»
—Andrea, voy a irme a casa para cambiarme de ropa e ir al gimnasio.
Andrea tenía la mirada clavada en su torso, obligando a sus ojos a subir o, al menos, a permanecer allí, todo con tal de no mirar la bragueta de su pantalón.
—Ajá. —Tragó saliva.
Y ocurrió.
Sus ojos se clavaron en su bragueta.
—Andrea, ¿quieres dejar de mirarme la entrepierna?
Sus mejillas se sonrojaron rápidamente. ¿Tan descarada había sido?
—Lo siento —susurró.
Scott sonrió.
—¿Quieres que nos veamos después? —preguntó curvando uno de los extremos de su boca.
—¿Y tú? ¿Quieres que nos veamos?
—¿Por qué tienes que responderme casi siempre con preguntas?
Se quedó callada, mirándose los desnudos pies mientras Blanca iba corriendo hacia ella desde el salón, pensando quizá que Andrea tendría algo para ella del espectacular desayuno escocés que Scott le había hecho.
Scott esperó, pero, al ver que Andrea no respondía, cogió un trozo de papel y con un bolígrafo azul que había en la cocina apuntó su número de teléfono y la dirección de su casa.
Le hizo un gesto.
—Cuando sepas lo que quieres, puedes llamarme o venir a visitarme. A la hora que sea.
Y con ello se dio la vuelta, cogió su camiseta, se la puso y, antes de irse, se acercó a ella.
Andrea se humedeció los labios y alzó la cabeza cuando estuvo frente a ella. Cogiéndole el rostro entre sus manos, se agachó para besarla. Andrea se puso de puntillas y se agarró a la camisa para llegar mejor a su boca.
Cuando ambos hicieron contacto, tanto Andrea como Scott se estremecieron al sentir una descarga que los recorrió de los pies a la cabeza. Scott supo camuflar aquella sensación, al contrario que Andrea, que gimió en sus labios y los abrió para lamer los de él.
El beso se volvió rápidamente apasionado, pues los dos se devoraban recíprocamente y Andrea podía sentir la prueba de su deseo contra su estómago.
Scott se separó y le dio una nalgada antes de sonreír pícaramente. Sin decir nada, se fue de allí y cerró la puerta.
Andrea miraba por donde había salido, con el corazón en un puño y la cabeza en otra parte. Blanca saltaba sobre ella, intentando conseguir algo de atención mientras ladraba.
Tenía que andarse con cuidado, pensó. Si no, se encontraría en pocos días postrada de rodillas ante él, rogándole que no volviese a dejarla. Pero no, ella no era así. Era una mujer orgullosa y, ante todo, tenía que mantener la compostura.
Lo malo era mantenerla con Scott, que derrumbaba todas sus defensas con sus besos como si no fuesen nada más que papel.
* * *
—¿Te fue bien ayer?
Scott salió de sus pensamientos y miró a Dorek, que al igual que él corría en una cinta. ¿Irle bien? Le había ido más que bien, o al menos hasta que Andrea recuperó la consciencia y volvió a levantar aquellos muros tan difíciles de demoler.
Dorek silbó.
—Te las has tirado, ¿verdad? Tiene que ser eso. Ya no tienes esas arruguitas de estrés que tenías antes en los ojos desde que la viste por primera vez en el bar.
Scott se planteaba seriamente dejar de correr en la cinta y pegar a su mejor amigo. Quizá así recuperase algo de la cordura que había dejado en Polonia.
—Entonces, ¿ya estáis juntos? ¿Vais a quedar por la noche a ver películas románticas mientras le susurras versos de Lorca o…?
—Cierra la boca —gruñó, aumentando la velocidad de la cinta.
Dorek sonrió traviesamente, como un niño que acabase de descubrir el punto débil de su hermano y viese una oportunidad perfecta para conseguir lo que quisiese.
—Vamos, no te hagas el tímido. ¿Quieres que sea sincero?
—No.
—Si yo estuviese con Irina, la amiga rusa de Andrea, haría lo que me dijese con tal de poder saborear ese cuerpo. —Dorek se humedeció los labios—. Dios mío, tengo una erección con sólo pensar en ella.
Scott estuvo a punto de decirle qué podía hacer con esa erección cuando apareció Kevin con una toalla sobre los hombros y una botella de agua en una mano. Saludó a Scott con un asentimiento de cabeza.
—¿Qué tal todo, amigo?
Se bajó de la cinta y se limpió el sudor con la toalla que tenía al lado. Le dio un golpe suave a Kevin en el hombro como saludo y se fue a la zona de pesas. Desgraciadamente, Dorek tenía razón. Estaba tan obsesionado con Andrea que la única manera que encontraba de no ir hacia ella era hacer deporte y dejarse las fuerzas en las máquinas.
Habría querido que Andrea estuviese interesada en quedar de nuevo, pero no pensaba obligarla o presionarla. A ella le gustaba él, y eso al menos era algo. Quizá ya no sintiese lo mismo que él sentía por ella, pero al menos podía empezar por la atracción, justo como había hecho la noche pasada y esa mañana.
Sólo pensar en su delicioso cuerpo envolviéndolo…
Maldijo en voz baja.
Una larga mañana le esperaba por delante.