5

Debería estar feliz, pensó. Pero por alguna extraña razón, tenía la sensación de haber cerrado un trato del que verdaderamente no conocía todos los términos.

Por desgracia, al sentir los labios de Scott sobre ella se borró toda razón lógica.

Sus manos se encontraban todavía en su bragueta mientras devoraba aquellos labios que tantas veces había sentido en sus sueños, aunque para nada se semejaban a la realidad. Tras ocho años, los recuerdos habían pervivido, pero no así las sensaciones.

Por fin aquella noche podría volver a sentirlas.

Gimió al notar la lengua de él lamer su labio inferior, instándola a abrir los labios. Al hacerlo, su lengua entró en su boca, haciéndola arder y jadear en busca de aire mientras intentaba bajarle los pantalones.

Scott le dio un beso suave en los labios antes de separarse.

Andrea se estremeció al ver el hambre en sus ojos.

—Vamos a tu cuarto. No quiero que Blanca se despierte y nos vea.

Andrea se rio.

—Claro.

Antes de levantarse de su regazo, ella cogió su copa de vino y se la terminó de beber de un solo trago, pensando quizá que así tendría el suficiente valor como para mirarlo a los ojos y no sonrojarse. Porque, a pesar de ser adulta y de haber pasado ocho años, con Scott seguía sintiéndose como una adolescente.

Scott la miró con una ceja alzada al ver su copa vacía y, cuando ella fue a coger la suya para beber el resto que quedaba, se la quitó de las manos.

—Ah, no. Te quiero consciente en todo momento. —Sonrió—. Así no podrás negar a la mañana siguiente que tuviste la mejor noche de tu vida.

Le guiñó un ojo.

Sí, Scott seguía siendo igual de bromista y orgulloso que siempre.

Cuando subieron las escaleras y antes de entrar en su habitación, sintió las manos de Scott por detrás, colocándose en su vientre e impidiéndole dar otro paso más.

El aire escapó de sus pulmones temblorosamente ante aquel el contacto; aquellas revueltas mariposas que los libros solían describir aparecieron en su estómago con rapidez, haciéndola maldecir interiormente. Cerró los ojos e intentó relajarse. Aquello no era nada nuevo, ya había estado antes con Scott, no tenía por qué significar nada… Y, a pesar de ello, sentía tal emoción que las comisuras de sus labios estaban alzadas hacia arriba, formando una sonrisa tímida y sensual.

Suspiró al sentir los labios apretados con suavidad contra su pulso, que latía desenfrenadamente. Luego fue el turno de su cálida lengua, que lamió aquella sensible zona mientras la mordisqueaba suavemente, enviando oleadas de placer por todo su cuerpo.

Una de las manos que estaba en su vientre bajó más y más y, cuando pensó que iba a colocarse sobre su entrepierna, cogió el dobladillo del vestido y lo fue subiendo poco a poco, acariciando su pierna mientras seguía lamiéndole el cuello.

—Scott… —suspiró.

Rápidamente aquella ternura desapareció. Unos segundos más tarde se encontraba de cara contra la pared, sintiendo cómo su vestido era extraído de su cuerpo y cómo sus manos la inclinaban, teniendo así el trasero levemente levantado.

Gimió cuando le acarició el trasero, apretando dulcemente ambas nalgas mientras aumentaba la cercanía entre ambos.

—Eres increíble, Andrea. Aquí me tienes, postrado de rodillas mientras tengo una jodida erección tan dura como el hierro.

—Quiero… —Se humedeció los labios—… quiero tocarte, Scott.

Scott le abrió las piernas, teniendo así más acceso a ella.

—Después —gruñó.

Aquella orden no le gustó.

Nada.

Intentó girarse, pero la tenía bien agarrada.

—Scott, esto tiene que ser…

—A veces hablas demasiado, nena.

Y con ello metió la mano dentro de la pequeña pieza de ropa interior. En primer lugar ahuecó su entrepierna y apretó suavemente, haciéndola gemir y arquearse entre sus brazos. Después se estremeció al sentir cómo aquellos largos dedos abrían los pliegues de su sexo.

Cogió aire.

Gimió de nuevo cuando uno de sus dedos entró en ella con facilidad, dilatándola y haciendo un movimiento circular que la volvió loca.

—Oh, mierda. Te sientes malditamente bien, Andrea. Caliente, húmeda y…

Ella no oía nada más que una voz seductora y ronca susurrar a lo lejos. Tenía los ojos cerrados, el rostro apretado contra la pared y el cuerpo arqueado, deseando sentir más de aquel placer que sólo Scott era capaz de entregarle.

Cuando el pulgar hizo círculos alrededor de su hinchado clítoris, dio un pequeño salto y gimió.

—Oh, Dios mío…

—Eso es, Andrea. —Comenzó a frotárselo suavemente mientras introducía otro dedo más en ella—. Déjate llevar.

Se echó hacia atrás, buscando más contacto. Sonrió al encontrarlo. Frotó su trasero contra la rígida y gran erección de Scott, oyéndolo gemir.

—Quiero…

—Quieres correrte —la interrumpió. El ritmo de sus dedos aumentó y la presión en su clítoris también.

Si no fuera porque estaba al borde de un descomunal orgasmo, le habría dicho tres cosas a la cara.

Su otra mano libre fue subiendo poco a poco hasta dar con sus pechos. Empujando hacia abajo el sujetador negro de encaje, hizo salir aquellos voluptuosos senos de su guarida y comenzó a acariciarlos.

Cada segundo estaba más cerca.

—Vamos, princesa, déjame sentir cómo aprietas mis dedos mientras te corres.

Pellizcó uno de sus oscuros pezones, dio otro toque a su inflado clítoris y, al tener los dedos profundamente dentro de su sexo, los levantó de tal manera que tocó algo dentro de ella que la hizo correrse con un sollozo, dejando caer todo su peso muerto sobre los fuertes brazos de Scott mientras tenía pequeñas convulsiones que la recorrían de pies a cabeza.

Sin dejarla descansar o al menos reponerse, Scott la giró para observarla detenidamente. Todavía veía pequeños puntitos de colores que danzaban a su alrededor, pero el hambre que transmitían sus ojos tenía tal intensidad que sería imposible no reparar en ellos.

Sus ojos oscuros brillaban con fuerza y cuando bajó la mirada… jadeó.

Aquella enorme erección apretaba con fuerza la tela de su pantalón.

Estiró la mano para acariciarla y…

Él la esquivó. Andrea frunció el ceño y, con la respiración entrecortada todavía, cogió aire.

—¿Por qué diablos no me dejas tocarte?

Scott se limitó a mirarla antes de acercarse y pegar los labios a los suyos. Mordió con cierta brusquedad pero siempre dentro del placer su labio inferior. Cuando ella los abrió, Scott aprovechó la oportunidad y profundizó el beso mientras la pegaba a él.

Tenía una de sus rodillas entre las piernas y…

Se frotó contra él. Seguramente le ensuciaría los pantalones, ¡pero qué demonios! Merecía la pena y ella misma se ofrecería voluntaria al día siguiente para lavárselos.

—Jesús, Andrea. Me muero de ganas por estar dentro de ti.

—No esperes. —Le cogió el rostro entre las manos—. Por favor…

Le lamió la mandíbula y mordisqueó su barbilla, recordando lo mucho que le gustaba que le hiciera eso.

Scott gruñó.

—No, Andrea. Nuestra primera noche no será así.

Ella estiró las manos y sonrió cuando, al posarlas sobre su bragueta, él no se las retiró. Frotó varias veces la palma de la mano contra la dura erección antes de bajarle la cremallera y luego los pantalones, quedándose en unos bóxer negros que dejaban muy poco a la imaginación.

Sobre todo cuando la punta de ésta sobresalía.

«Sí, sigue siendo igual de magnífico que siempre».

Le quitó toda la ropa con rapidez y llevó sus manos hasta aquel fuerte y musculoso pecho. Una vez que quedó expuesto… cerró los labios con fuerza, reteniendo el gemido que estuvo a punto de salir de ellos.

Dios santo, era tan grande en todo… Le encantaba. Le encantaba medir apenas un metro sesenta y seis y él más de metro noventa. Se imponía sobre ella con una oscura promesa, humedeciéndola y dejándola anhelante, con aquellas grandes manos que parecían cubrirla por completo.

Arrastró suavemente las uñas por aquel torso, deteniéndose en los abdominales y…

—Scott, quiero que sepas algo y espero que no se te suba a la cabeza.

Él alzó una ceja.

—Tienes el mejor cuerpo que he visto en mi vida. No me importaría usar todos esos músculos… para alguna que otra cosa más depravada.

Scott sonrió y, colocando sus grandes manos en su cintura, casi cubriéndola por completo, la atrajo hacia él. Ambos gimieron al sentir su caliente y dura verga contra el estómago de ella.

—Cuando quieras.

Volvieron a besarse, pero esta vez Andrea decidió actuar. Llevó sus manos hasta su miembro y, aunque no pudo envolverlo por completo, respiró hondamente ante la sorpresa de estar allí con él. Sintió las venas que lo componían, además del pulso. Al subir sintió la gruesa punta roma que ardía entre sus manos.

Apretó suavemente y…

Scott gruñó, maldiciendo.

—Joder.

El hambre de él pareció aumentar, ya que sus labios no sólo la acariciaban, no. Sus labios la devoraban, obligándola a aceptar su lengua y la dura intrusión mientras pegaba sus caderas a ella y se movía. Seguramente tendría los labios sonrojados e hinchados al día siguiente, pero le daba igual. Le encantaba. Era adicta a sus labios.

Adicta a Scott.

Taylor se moriría de envidia cuando se lo contase.

—Vamos a la cama —susurró antes de cogerla en brazos.

Una vez en su habitación, la dejó en el suelo y se separó de ella.

Sus ojos viajaron por todo su cuerpo. Desde sus pechos hasta su entrepierna y sus piernas para subir y mirarla a los ojos.

Andrea se estremeció y, dando un paso hacia atrás, dio con el borde de la cama. Se sentó y fue retrocediendo poco a poco sin perder el contacto. Una vez estuvo en el centro, se mordió el labio, ansiosa.

Scott dio un paso hacia ella.

—Abre las piernas, Andrea.

A pesar de haber tenido ya un orgasmo, se moría de ganas por volver a tener otro y sobre todo si ello implicaba sentir el pene de Scott dentro de ella. Desde aquella posición podía observarlo sin contemplaciones, totalmente. Pero en lo que más se centró fue en su polla. Grande, ancha y con algunas venas que antaño había sentido en sus manos al acariciarla. Por encima de todo destacaba el glande, la punta roma sonrojada.

Se sonrojó.

En ese momento recordó que le había dicho algo.

¿Qué era?

Ah, sí…

—¿Andrea?

Los brazos de Scott, en ese momento en tensión ante la expectación, estaban marcados por algunas venas y los músculos que lo componían, visibles por lo que supuso que sería el duro entrenamiento.

Intentando superar aquella parte de ella que procuraba obligarla a no hacerlo, echó un cerrojo a sus pensamientos y poco a poco fue abriendo las piernas. Al escuchar un gruñido proveniente de él, se animó a hacerlo hasta mostrarle completamente la parte más íntima de su ser.

Él se fue acercando hasta estar de rodillas entre sus piernas, con las manos en sus muslos y manteniéndola abierta.

Se mordió los labios y esperó.

—Oh, joder. Eres mucho mejor que en mis sueños, Andrea. Muchísimo mejor. Los recuerdos no son nada a tu lado. —Pasó un dedo por su abertura. Andrea se arqueó y gimió—. Nada.

—Scott… —suplicó.

Intentó cerrar las piernas al sentirse tan expuesta, pero sus manos la agarraban con firmeza.

—Me pregunto si seguirás sabiendo igual de bien que hace ocho años. Apenas puedo contenerme a probarlo. —Aquella promesa la enardeció.

Y con ello se agachó hasta tener su cabeza a la altura de su sexo.

Le alzó las caderas con las manos y la lamió.

Andrea gritó con fuerza y clavó los talones en el colchón. Llevó sus manos a su pelo e inconscientemente acercó su rostro más a ella, tirando de él. Ansiaba sentirlo más y, aunque le avergonzase decirlo, tener aquella cabeza entre sus piernas era algo muy erótico de ver. Sobre todo cuando aquellos oscuros ojos estaban fijos en ella, captando cualquier reacción e interpretándola.

Aquella lengua hacía maravillas, pensó.

Sentía cómo Scott la lamía y le abría más los labios para tener acceso a su húmedo y estrecho sexo, que parecía estar a punto de estallar.

Se preguntó si podría morir de placer o, al menos, tocar el cielo con la punta de los dedos.

Scott comenzó a lamerla más rápido al sentir los primeros indicios del orgasmo. Absorbió su clítoris entre sus labios y la penetró con dos dedos. En ese momento perdió el control de todo: de quién era y de qué hacía allí. Solamente podía ver el rostro de Scott en su mente y la determinación en sus ojos de darle placer.

Y vaya si lo había hecho…

—Scott… —sollozó sintiendo los espasmos del segundo orgasmo—. Oh, Dios mío… Si estuviese de pie sería incapaz de soportar mi propio peso.

Él se fue incorporando hasta estar sobre ella, apoyando su peso en los brazos.

—Tendrás un condón al menos, ¿verdad?

Lo tenía, pero quería sentirlo sin él. Lo necesitaba. Lo ansiaba. Piel con piel. El mejor momento de la noche iba a llegar ya… Apenas podía controlar las ganas de cogerle el rostro entre sus manos y besarlo. Y después le devolvería el favor. Es más, quería hacerlo. Era un asunto pendiente que tenía con él.

La primera vez que estuvieron juntos, cuando quiso acercarse a su miembro, él la frenó, diciéndole que ya tendrían otra oportunidad para aquello. Así que se dejó llevar, recibiendo tanto placer como su cuerpo fue capaz de aceptar. Y ahora tenía la oportunidad.

Lo único que fallaba era la poca fuerza que tenía. Le temblaban las piernas y los brazos.

—Sí, tengo condones, en la mesita de noche. Pero…

—Nunca practico sexo sin condón, Andrea.

Genial, ahora se sentía como una payasa estúpida y desesperada. Sus mejillas se volvieron rojas inmediatamente y Scott, al darse cuenta de ello, alivió su tono de voz. Quizá Andrea no fuese consciente de lo mucho que le costaba controlarse y no enterrarse en lo más profundo de su sexo.

—No es nada personal, nena. —Le acarició la mejilla con los dedos. Pero el orgullo le dolía, así que alzó la barbilla.

—Lo que tú digas. —Estiró la mano y abrió el cajón de la mesita de noche sin mirarlo. Cogió uno y lo abrió.

Llevó sus manos a su miembro y, tras subir y bajar varias veces, se lo puso. En ese momento fue consciente de lo gran y hermoso que era. Aquella mirada oscura depredadora, la anchura de sus hombros que la cubrían completamente, por no hablar de esos músculos que se habían hecho más fuerte tras ingresar en los marines. Y sus estrechas caderas…

—Guíame a tu interior, Andrea —susurró cerca de sus labios.

Cogiéndolo nuevamente entre sus manos, lo condujo a su interior. Ambos gimieron al primer contacto, cuando su glande entró en su hendidura. Scott quiso ir más lento, acariciarla y darle más placer, pero Andrea no se lo permitió, empujándolo por los hombros y obligándolo a que se diese la vuelta. Aunque claro estaba que él se dejó, ya que no tenía la fuerza suficiente como para mover a un hombre tan grande como Scott.

Sentándose a horcajadas sobre él y teniéndolo por completo enterrado en ella, ambos jadeaban. Ella tenía las manos sobre su pecho; las de él se encontraban en su cintura, y luego ella se inclinó y él sintió así sus duros pezones.

Scott aguantaba, esperando el primer movimiento mientras la miraba fijamente, acariciando con los dedos la piel de la cadera.

Dios bendito, era tan… perfecto. Todo lo era. Andrea sentía los ojos húmedos. Nuevamente volvía a sentirse como aquella adolescente de diecisiete años que amaba locamente a Scott, que esperaba un futuro en común.

Pero no, todo aquello eran sueños.

—¿Andrea? ¿Te encuentras bien? ¿Te duele? —preguntó roncamente, preocupado.

Sí, le dolía y mucho.

Pero no por lo que él creía. Sentirlo era maravilloso, incluso más, era como una necesidad fisiológica. Se mordió los labios, conteniendo las ganas de suplicarle que se quedara con ella, que la amara tanto como ella lo amaba y que le prometiera un futuro juntos, un para siempre.

La preocupación seguía en él.

—Andrea, si no estás…

—Cállate y muévete. —Se inclinó de nuevo y lo besó.

Cuando las caderas de Scott se movieron, algo se rompió dentro de ella. Ella le respondía, cabalgándolo mientras sus grandes manos la apremiaban. Andrea deslizó una de sus manos entre sus cuerpos y, tras armarse de valor, deseosa de hacerle sentir lo que ella sentía, acarició sus testículos.

—Dios mío… —Scott apretó la mandíbula.

Siguió haciéndolo hasta sentir cómo su tamaño aumentaba dentro de ella y, tras levantarse, dejó caer las caderas para que entrase totalmente. Scott estiró el cuello, y sus tendones se tensaron. ¿Por qué no se corría? Ella no podría aguantar más.

—Scott… No voy a aguantar mucho más.

Él asintió y, alzándola sobre él, capturó entre sus labios uno de sus duros pezones. Lamió y mordisqueó, llevándola todavía más cerca del borde del clímax.

Quiso detenerlo, insultarlo por concentrarse tanto en ella y no dejarla darle placer. Pero el orgasmo llegó, haciéndola olvidar todos aquellos pensamientos mientras su sexo apretaba con fuerza el pene de Scott. Se dejó caer sobre él, indefensa y sin fuerzas mientras sentía sus últimas embestidas antes de oírlo maldecir.

—Scott…

Nuevamente extendió su mano y acarició aquella bolsa pesada. Scott terminó corriéndose dentro de ella y susurrando su nombre. Se dejó caer en el colchón, con ella encima de él mientras ambos intentaban controlar sus respiraciones.

Las manos de él acariciaban su espalda de arriba abajo, dibujando círculos imaginarios mientras un cómodo silencio los rodeaba.

No tenían nada que decir, sólo dejarse llevar.

Andrea alzó la cabeza y lo besó suavemente, acariciándolo con la lengua mientras un sentimiento cálido se asentaba en su pecho.

—Odio decir esto pero… te he echado de menos.

Scott le acarició el largo cabello castaño.

—No más que yo, nena. —Suspiró—. No más que yo.