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Aquel restaurante llamado Jacqueline’s resultó ser más cómodo y confortable de lo que en un principio había supuesto Andrea. Con un inmenso jardín donde había numerosas mesas llenas de clientes, había una pista de baile en una plataforma de madera, baja, en la que algunas parejas bailaban. La pista estaba rodeada por una pequeña verja cubierta de flores y plantas que se alzaban hacia arriba, hasta un techo descubierto que permitía disfrutar de la hermosa noche.

La emoción la embargó rápidamente, sin poder contenerse.

Ambos parecían una feliz pareja que estaba disfrutando junta de la velada, sin preocupaciones.

Cuando un camarero los condujo a una mesa en medio de aquel jardín iluminado con farolas, Andrea contuvo las ganas de sonreír como una niña.

Tras pedir la bebida, colocó las manos sobre el regazo y miró todo lo que había a su alrededor, intentando absorber toda aquella belleza. Acababa de darse cuenta de que todas las mesas se encontraban puestas en un caminito hecho de loza para que las mesas y sillas no se pudiesen caer.

Levantó la vista y miró a Scott.

—Gracias por traerme aquí, me encanta.

Una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba.

—Pensé que te gustaría.

—Pues has acertado. —Se permitió sonreírle.

—Me gustaría saber algo de ti. ¿Qué has hecho estos años restantes?

El camarero dejó las copas de vino y, al irse, Andrea cogió la suya para llevársela a los labios y beber.

—Bueno, tras marcharte terminé mis estudios secundarios y entré en la universidad. Siempre he sido una apasionada del periodismo, así que escogí esa carrera, pagándola con las becas que conseguía gracias a mis altas calificaciones. —Se encogió de hombros—. Desgraciadamente no conseguí entrar en un periódico, así que lo intenté en la revista en la que trabajo ahora. Me alegro de haberlo hecho.

Omitió el pequeño detalle de haberse mudado, decidida a pensar que aquello no le interesaría a Scott.

—Te mudaste. Me enteré al… volver.

Pues se había equivocado, al parecer aquello le interesaba… y mucho.

—Sí, me mudé por distintos motivos personales, pero acabé regresando. Pensé en volver a España, pero algo… —Lo miró—. Hay algo que me obliga a permanecer aquí. En Nueva York. ¿Cuándo retornaste?

—Al año siguiente de… dejarte.

¿Por qué le costaba tanto trabajo pronunciar aquella palabra?, se preguntó Andrea, confusa ante el dolor que parecía haber en sus ojos oscuros.

—Ah. ¿Por qué volviste?

Scott levantó la vista, clavándola en ella.

—¿Es necesario que lo diga?

El silencio se interpuso entre ambos, vacío, pesado. Se aguantaron la mirada durante unos segundos, hasta que llegó el camarero para tomar nota de lo que iban a pedir.

Scott le preguntó algo, quizá si le daba permiso de elegir por ella, y Andrea asintió sin estar realmente allí, pensando en las palabras de Scott, pronunciadas con aquel deje de dolor que tan confusa la dejaba. ¿Había vuelto a por ella? Y, si era así, ¿por qué? La había dejado con una escueta nota y con el corazón roto, ¿acaso pensaba que ella iba a recibirlo con los brazos abiertos?

El camarero tomó el pedido y se fue.

Una dulce canción inundaba suavemente el ambiente.

—¿Cómo conociste a Dorek?

Scott notó rápidamente su cambio de conversación y Andrea agradeció que lo aceptara.

—También estaba alistado en la Marina, ingresó el mismo día que yo. Kevin ya llevaba dos años allí, al igual que Sean, otros marines.

—¿Alguno tiene pareja o está casado?

—No, ninguno. Kevin estuvo casado con una mujer que también era marine. Se conocían desde niños, ya que ambos eran de Fool’s Gold, pero desgraciadamente ella murió en una misión en Afganistán con veinticinco años. Kevin quedó destrozado y, a cualquier parte que lo destinasen, iba. No le importaba vivir o morir, sólo quería volver a estar con Claire.

Andrea sintió un pinchazo en el pecho ante aquella trágica historia.

—¿Hace mucho que murió?

Scott colocó los codos en la mesa.

—Hace tres años. Actualmente, Kevin vive con el hijo de ambos, Jay, en un pequeño apartamento. Vendió la casa que tenían antes.

—Dios mío, lo siento muchísimo. Ha debido ser horrible para los dos.

—Sí, a Kevin le costó seguir viendo a Jay. Es tan parecido a Claire que a veces pareces estar viéndola en sus ojos marrones. —Scott sonrió con tristeza—. Los demás somos como sus tíos, siempre le hacemos regalos y nos lo llevamos a veces a casa cuando Kevin está de servicio.

En ese momento llegó la comida.

Para alivio de Andrea, la cena pasó con relativa tranquilidad. La comida era deliciosa y se alegró de que Scott se acordase de sus gustos. Un gran filete de ternera, verduras cocidas y una salsa al lado que ayudaba a ingerir la carne.

A pesar de haber intentado atrasar el tema que realmente los había unido, Andrea era consciente de que era ahora o nunca.

Así que, terminando de comer, dejó el tenedor en el plato y cogió aire tras beber de su copa de vino, vaciándola.

—Scott, quiero que sepas algo. —Sus negros ojos se clavaron en ella—. No pienso acostarme contigo hoy. Ni nunca.

Algo brilló. Una sonrisa pícara surcó su rostro.

—¿Por qué estás tan segura de ello?

—Porque no quiero volver a cometer los mismos errores, Scott.

Su sonrisa se borró y, al acercarse más a ella, la intimidó.

—¿Para ti fue un error hacer el amor conmigo? —susurró.

—¡No, claro que no! Pero me hiciste mucho daño, Scott. No quiero volver a pasar por ello. Deseo cerrar esa etapa de mi vida.

—Y a mí en ella.

Andrea desvió la mirada.

—¿Me culpas acaso? Me dejaste una mísera nota diciéndome que habías pasado las pruebas y te alistabas en los marines. ¿Desde cuándo lo sabías? ¿Por qué no me contaste que te presentaste a esas pruebas? —murmuró mientras sentía una opresión en el pecho.

—Necesito arreglar esto, Andrea.

—Genial. Yo también pretendo arreglarlo.

—No, no me entiendes. —Colocó su mano sobre su rodilla desnuda. Andrea dio un pequeño salto en la silla—. Quiero una segunda oportunidad Andrea, una más.

Retiró aquella mano que enviaba chispas de placer por su cuerpo de un brusco movimiento. Se alejó de él.

—No.

—Sí.

—No, y no vas a hacerme cambiar de opinión, Scott. No es no.

Él alzó una ceja y, sonriendo, susurró lo bastante bajo y ronco como para que solamente ella se enterase:

—Eso dices ahora, cielo. Espera a que te tenga debajo de mí, gimiendo.

* * *

Cuando Scott pagó la cuenta la llevó hasta el coche con la mano en su cintura, sin que ella ofreciera resistencia alguna. Andrea seguía atónita ante las palabras que él había pronunciado. Habían encendido en ella una mecha que se extendía por todo su cuerpo como llamas hambrientas, devorando todo aquello que hallaban a su paso.

Entró en el vehículo en silencio, intentando controlar los latidos de su corazón y el torpe movimiento de sus pies.

Se preguntó qué pasaría ahora.

¿Deberían acostarse, quizá? Ella no opondría mucha resistencia, la verdad. Lo malo era lo que pasaría al día siguiente. Tal vez podría llegar a una especie de trato con él: sexo sin compromiso.

Andrea ya estaba enamorada de él, terrible y desenfrenadamente enamorada de él, y la había hecho sufrir como nadie antes lo había hecho, ¿qué podía perder? Sólo ganaría placer.

A manos de Scott.

¿Había algo más delicioso que aquello?

A pesar de haberse acostado sólo una vez con Scott, se preguntó si habría cambiado en algo. ¿Seguiría siendo tan atento como era antaño o sólo le preocuparía ya su placer? El hecho de imaginarse aquel gran y musculoso cuerpo sobre el de ella…

Abrió la ventana del coche, apretando el botón.

Scott arrancó el vehículo y la miró de reojo.

—¿Te encuentras bien?

«Sí, genial», pensó irónicamente.

—Sí. —Se aclaró la voz—. Sólo tengo calor.

Una de las comisuras de aquellos masculinos y apetecibles labios se curvó en una mueca que parecía ser una sonrisa.

—Si quieres puedo poner el aire.

Aquella sugerencia ocultaba un tono bromista.

—No, gracias. Con el aire de la calle me basta —gruñó por lo bajo.

Durante todo el trayecto a su casa, Andrea estuvo pensando en las distintas opciones que tenía. Mientras tanto, la fresca brisa veraniega que entraba por la ventana aliviaba parte del calor que sentía. Por supuesto, haría falta algo más que una brisa para apagar el fuego que había en su interior.

Cuando llegaron, Scott apagó el motor y la miró.

Aquella mirada ardiente que recorría su cuerpo la sonrojó e, inmediatamente, se humedeció los labios mientras ordenaba a sus piernas moverse y a sus labios formular un cortés agradecimiento y una despedida.

Por desgracia su cuerpo no la obedecía.

Cerró los ojos durante unos segundos y, al abrirlos, lo miró. Dios santo, era tan atractivo. Con aquel pelo negro corto, aquellos ojos oscuros y cálidos y aquella sombra de barba incipiente que le daba un tono más pícaro, misterioso… dominante.

Quizá debería…

—¿Quieres entrar a tomar una copa?

Maldijo a los segundos de formular aquella pregunta. Sí, definitivamente su cuerpo no respondía a sus órdenes.

Scott alzó una ceja al tiempo que se inclinaba sobre ella.

—¿Estás segura de querer invitarme a entrar?

«No».

—Sí. —Su voz sonó como un graznido.

Scott asintió.

—Sí, me encantaría entonces.

Tras salir del coche, él fue hacia ella y le abrió la puerta. Al pasar por su lado clavó la mirada en el suelo.

Estaba buscando las llaves en su bolso cuando lo sintió detrás. Grande, caliente… Estaba segura de que, si daba un paso hacia atrás, más cerca de él, podría sentir su aliento en el cuello.

Como las manos le sudaban, las llaves cayeron al suelo con un fuerte estruendo a la vez que ella maldijo en español.

Scott se agachó a cogerlas y luego se inclinó sobre ella para hacer entrar la llave en la cerradura, pegando su torso a su espalda. Sin poder evitarlo, Andrea se echó un poco para atrás, deseando sentir su erección en el trasero. La puerta se abrió suavemente y una de sus grandes manos se colocó en su cintura con posesión, arrimándola a él.

Debido a la gran altura de Scott, se estiró y pudo oír lo que susurró.

—Me estás buscando, ¿verdad, Andrea?

Esa mano fue hasta su trasero, apretando. Un gemido se escapó de sus labios.

—Eres mía, Andrea. —Sus labios se colocaron cerca de su oreja—. Siempre lo has sabido.

En ese momento Blanca hizo su aparición, ladrando y saltando para que la cogieran y la acariciaran. Estuvo a punto de maldecir cuando Scott se separó de ella para coger a su cachorro en brazos con una mano, pegándola a su pecho y, con la otra, acariciándola.

Blanca no perdía el tiempo. Intentaba lamerle y jugar con él con suaves mordiscos.

Andrea se aclaró la voz.

—Vamos, entra. ¿Qué quieres? ¿Vino, cerveza, Coca-Cola…?

La mirada oscura y depredadora de Scott le dejó claro que deseaba otra cosa. A ella.

—Vino, gracias.

Andrea asintió. Tras cerrar la puerta y hacerle un gesto para que entrase en el salón, cogió dos copas de vino de un estante y fue hacia la cocina. Dejó las copas en la encimera y se quitó los tacones, disfrutando del frío del suelo. Cogió el vino y lo sirvió en ambas copas de manera generosa.

Iba de camino al salón cuando se paró abruptamente ante la imagen que ante ella se mostraba.

Scott estaba mirando por la ventana del salón las hermosas vistas de Nueva York, con aquellos rascacielos alzándose con elegancia mientras los demás edificios proyectaban pequeñas luces. En su fuerte y poderoso brazo estaba dormida Blanca, con la cabecita en su hombro. Con la otra mano la acariciaba con dulzura, y se oían ruidos de placer procedentes de la perrita.

Andrea se aclaró la voz, deseando salir de su estupor.

—Aquí tienes —dijo acercándose a él y estirando el brazo.

Scott dejó de acariciar a Blanca y cogió la copa.

—Gracias.

Aquella palabra parecía ir cargada de significado. Gracias por haber aceptado ir a cenar conmigo, gracias por haberme invitado a entrar, concediéndome así parte de tu confianza. Pero… ¿gracias ante una segunda oportunidad? No creía que fuera por eso. No habían hablado de ello.

No abiertamente.

—De nada.

Se sentó en el sofá y, echándose el largo cabello hacia atrás, lo contempló en silencio.

Scott dejó al cachorro dormido en aquella especie de cama que Andrea tenía para ella en el suelo. Ni siquiera se despertó.

Cuando se sentó a su lado, dio un pequeño salto al sentir su muslo tocando el de ella.

Scott suspiró.

—No puedo más, Andrea.

* * *

Los castaños ojos de ella parpadearon, confusos.

—¿Cómo?

—Me siento como un violador, Andrea. Si te toco, saltas. Si me acerco demasiado, susurras algo. ¿Te incomoda estar conmigo?

Andrea soltó una risa nerviosa.

—Por supuesto que no.

Scott la miró seriamente y, dejando la copa de vino en la mesa, encaró los hechos.

—Si no sientes nada por mí, prefiero dejar las cosas como están, Andrea. Lamento muchísimo el daño que te hice, nunca fue intencionadamente. Quiero estar contigo de todas las maneras posibles, enmendar el daño que te causé. Pero no puedo si estás siempre huyendo de mí.

Andrea se sonrojó.

—No estaba huyendo de ti —murmuró.

—¿Entonces qué pasa? ¿Estás todavía dolida? ¿No te sientes atraída por mí? Si es así, puedes decírmelo. Me iré de aquí y nunca más volveré a molestarte. —Extendió la mano y acarició con el dorso su mejilla sonrojada—. Todavía te quiero, Andrea. Pero…

Se adelantó y le tapó los labios con los dedos.

—Quizá… podríamos tener sexo sin compromiso.

Scott frunció el ceño.

—¿Sexo sin compromiso?

—Vamos, Scott. —Andrea bufó—. No me digas que estos ocho años has estado sin practicar sexo con otras mujeres, porque yo sí me he acostado con otros tíos.

Scott gruñó.

—No sé qué tiene que ver esto en nuestra conversación, ni tampoco el hecho de que te hayas follado a otros tíos.

¿Celoso? Joder, sí. Y mucho. No tenía ningún derecho, pero lo estaba. Sólo imaginarse a otro sobre aquel cuerpo hecho para el placer lo mataba. ¿Habría disfrutado? ¿Lo había olvidado a los pocos días de irse?

No, no era posible. Ambos habían estado muy enamorados, era imposible.

—Scott, tú volverás a irte en cuanto te llamen, ¿verdad? —gruñendo, asintió—. Por lo tanto, no tiene sentido establecer una relación seria. Yo no puedo esperarte meses sin saber nada de ti, sin estar contigo y sin tocarte.

—Así que quieres sexo. Sólo sexo.

Andrea se sonrojó bajo su atenta mirada.

—Así haces que suene… cruel. —Alzó la barbilla. Aquella fierecilla lo volvía loco, pensó Scott con una sonrisa—. Es lo que puedo darte. Y, aunque no lo veas, también es lo único que puedes darme tú a mí.

En un impulso, Scott la cogió por la cintura con ambas manos y la sentó en su regazo, a horcajadas y colocándola sobre su dura erección. Sus mejillas se volvieron aún más rojas al sentir su pene sobre su fina ropa interior, presionando contra ella.

Con las manos en ella, la empujó hacia abajo.

Ambos gimieron.

—Me parece bien. —Scott le cogió el rostro con una mano, acercándola a él. Estaba dispuesto a doblegarla con el sexo. Tal vez así se diese cuenta de que aquello era una estupidez y de que ambos estaban hechos el uno para el otro—. Pero quiero unas condiciones en esto.

Andrea miraba sus labios fijamente. Se humedeció los suyos y colocó sus manos sobre sus anchos hombros, apretando con suavidad.

—De acuerdo —asintió.

—En primer lugar, quiero exclusividad. —Se alejó cuando Andrea intentó besarlo—. En segundo lugar, excepto cuando estemos ocupados, ya sea trabajando o porque sea imposible vernos, tendremos sexo siempre que uno de los dos quiera.

—Eso es… cruel. —Andrea deslizó sus manos hacia abajo—. ¿Qué pasará cuando esté con la regla?

—Siempre habrá excepciones, Andrea. Hablo de forma general.

—Oh, de acuerdo. Continúa.

—Quiero que tengamos intimidad, que salgamos por ahí. Quiero despertarme siempre que sea posible contigo a mi lado. —Pasó el pulgar por sus labios entreabiertos—. Quiero que seamos sinceros uno con el otro.

Andrea puso los ojos en blanco.

—Y eso lo dices tú, que guardabas secretos durante nuestra relación. Pero, de acuerdo, lo acepto todo. —Sus manos pararon al llegar a la bragueta del pantalón—. Quiero que también añadas confidencialidad. Nadie puede saber nada. Excepto nuestros amigos, pero nadie más.

—¿Por qué?

Scott gruñó al sentir las manos de Andrea por la tela del pantalón contra su erección, frotando y apretando con suavidad.

—Cuando terminemos quiero que mi vida siga igual, intacta. —Se inclinó sobre él, más cerca de sus labios—. No quiero que vuelvas a alterar mi existencia.

Estaba seguro de que ella no era consciente de lo mucho que lo estaban hiriendo sus palabras.

Se lo merecía, y lo que no sabía Andrea era que aprovecharía cada segundo que compartiese con ella para enamorarla de nuevo, para recuperar lo que tuvieron un día.

Asintiendo, la besó suavemente en los labios. Al separarse, sonrió. Andrea parecía aturdida y frustrada, esperando quizá sentir su lengua en el beso.

—De acuerdo.