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Alegra esa cara, Andrea —dijo Violette mientras se probaba unas gafas de sol de marca de trescientos dólares. Se las puso y la miró sonriendo ampliamente, mostrando unos dientes perfectos—. ¿Qué tal me veo aparte de sexi?

—Bien —contestó simplemente, alejándose de la tienda y esperando fuera, deseosa de sentir el aire en el rostro.

Habían pasado cinco meses y ¿qué había conseguido? Lucía desde hacía cuatro meses unas ojeras que la hacían parecer enferma. Es más, su jefe había querido que se tomase unas vacaciones o unos días libres hasta que se encontrase mejor. Lo que él no sabía era que no volvería a estar bien hasta que tuviese a Scott con ella.

Scott.

Suspiró y, poniéndose las gafas de sol a pesar de hacer un día nublado, esperó a que su nueva amiga terminase de comprar para que pudiesen irse a la cafetería a la que habían ido cuando Scott y los demás marines se marcharon. Allí debía de estar Taylor, enfadada por haberla hecho esperar.

Violette se colocó a su lado.

—Listas y compradas. —Se puso sus gafas nuevas—. Vamos.

Asintió.

Andrea caminó en silencio, escuchando con dolor de cabeza el parloteo interminable de Violette, que hablaba de algo y acababa desviándose del tema de una manera increíble.

Cuando llegaron a la cafetería, una Taylor enfadada y con un refresco en la mano las miró.

—¡Eh! ¡Os estoy esperando desde hace diez minutos!

—Culpa de Violette —sentenció Andrea—. ¿Ves esas gafas nuevas que luce? Por ellas hemos tardado más.

Tay fulminó con la mirada a Violette, que se encogió de hombros.

—Tengo que estar sexi para cuando vuelva mi cuchi…

—¡Ni lo digas! —dijo Tay alzando una mano—. Odio ese apodo. Demonios, es humillante.

Media hora más tarde, se presentó Irina con su hija Amy. Pasaron todo el resto de la tarde hablando en el bar hasta que empezó a refrescar. Se despidieron y cada una se fue a su casa.

Cuando Andrea llegó a la suya y estuvo dentro, se apoyó contra la puerta cerrada y suspiró.

Su perrita Blanca fue hacia ella. Había crecido bastante, tanto que ya tenía el peso suficiente como para poder tirarla de espaldas cuando iba corriendo hacia ella.

La acarició entre las orejas y la palmeó en el lomo antes de ir a la cocina.

Blanca iba tras ella, ladrando y moviendo el rabo, esperando impaciente a que le diese algo distinto de lo que solía comer.

—Espera, espera —dijo riendo mientras saltaba a sus piernas. Abrió la despensa y cogió la bolsa de comida para perros.

En ese momento sonó el teléfono.

Dejó caer la bolsa al suelo y corrió hacia el salón. Blanca mordió la bolsa y consiguió hacerle un agujero.

Andrea se situó al lado del teléfono, mirándolo fijamente mientras sonaba. ¿Quién llamaría a las ocho y media de la tarde? Tocando madera y dando tres golpes, cogió el teléfono y contuvo el aliento.

—¿Dígame?

—Buenas tardes. Somos de la compañía de teléfono…

Andrea dejó caer los hombros y soltó el aire, desilusionada. Siguió escuchando las palabras de la telefonista a lo lejos mientras una vocecilla en su cabeza se reía de ella. Sólo habían pasado cinco inmensos meses, en los cuales no había sabido nada de Scott.

Cortó la llamada y se sentó en el sofá. Poco a poco dejó caer la cabeza sobre uno de los brazos del sofá. Echaba tanto de menos a Scott que la losa que sentía en el pecho parecía aumentar de peso cada día que pasaba lejos de él. Deseaba tanto volver a sentir su cálida y oscura mirada sobre ella, sus brazos rodeándola, sus labios sobre los de ella…

Cerró los ojos con fuerza mientras oía a Blanca masticar la comida desde la cocina, feliz de haber logrado la bolsa completa.

¿Aguantaría?

* * *

Dos meses más.

Dos malditos meses habían pasado y nada, no sabía nada de Scott. Violette tampoco tenía noticias de su Duncan. Pero era distinto…

¿Verdad? Violette, a pesar de aparentar ser una mujer superficial y, para qué engañarse, ciertamente algo estúpida, era fuerte. Increíblemente fuerte. Para tranquilizarla, le había contado que Duncan había tardado un año en regresar a casa en una de sus misiones. Pero no fue porque se hubiesen complicado las cosas. Cuando le pregunto el porqué, ella ya estaba en otra tienda mirando unos zapatos de tacón.

Había pasado más de medio año.

¿Cuánto más tendría que esperar? ¿Sería así siempre?

Le puso la correa a Blanca y salió hacia la cafetería, donde deberían estar ya sus amigas Tay, Ira y Violette.

Cuando las vio, sonrió. Las saludó con un abrazo, excepto a Violette, quien le dio uno de sus «besos en el aire».

—Hola, chicas.

Violette sonrió.

—Estás guapa hoy. Te queda muy bien ese vestido gris.

Andrea se miró el nuevo vestido gris de manga corta que le llegaba hasta casi el final de los muslos, aunque en el frente tenía un pliegue que hacía que se viesen un poco más sus piernas, tentando. Había esperado recibir a Scott con ese vestido, pero al parecer no iba a ser posible…

—Gracias.

—Vamos, siéntate. Te hemos pedido un café con leche —dijo Tay apretándole la mano.

Su perrita se sentó a su lado tras haber conseguido que todas y cada una de sus amigas le diesen al menos una caricia. El chihuahua de Violette estaba en su regazo, con un vestidito rosa parecido al de la dueña.

Pobre animal…

Aquel día, los ojos de Violette brillaban de una manera especial.

—Creo que hoy va a ser un día especial.

Ira sonrió.

—Todos los días lo son, estamos vivas.

Tay bufó.

—Por favor, ya he tenido que aguantar toda la mañana a modelos egocéntricos como para oír ahora tu filosofía, Ira. —Miró su café y se aclaró la garganta—. Necesito acostarme con un tío ya.

—Y, ¿por qué no lo haces? —le preguntó Ira.

Se encogió de hombros. Andrea sonrió.

—Creo que tiene algo que ver con algún marine de ojos zafiros y pelo negro. ¿Quizá Kevin?

Su amiga se sonrojó, pero la miró furiosa a la par que Ira se reía.

—Me siento mal, ¿vale? Kevin parece haberse hecho ilusiones conmigo y me parece que sería un gesto muy feo por mi parte acostarme con otro mientras él se está jugando la vida en Dios sabe dónde.

Andrea abrazó a su amiga, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho.

—Voy al baño. —Andrea se separó de Tay—. Ahora vengo.

Violette asintió.

—No tardes, ¿vale? Hemos pedido otra ronda de cafés.

Asintió con el ceño fruncido. Entró en el cuarto de baño y se introdujo en uno de los retretes, gruñendo de asco ante el aspecto que solían mostrar los cuartos de baños de las cafeterías y restaurantes. Terminó, se lavó las manos y luego se miró en el espejo.

Aquel día había tenido la necesidad de arreglarse un poquito… Vale, quizá un poco más de lo normal.

Llevaba el cabello liso suelto, con algunos tirabuzones al final de algunos mechones. Se había pintado los labios de rojo y perfilado los ojos con lápiz negro. Pero, a pesar de todo ello y de haber intentado taparlas, sus ojeras seguían presentes, al igual que la tristeza que sus ojos castaños transmitían.

Salió del baño y fue hacia la mesa de sus amigas, que estaba en el exterior.

Sus pies dejaron de caminar. Se paralizó al ver a Duncan allí, vestido de marine, abrazando con fuerza a Violette mientras tenía los ojos cerrados. La mantenía levantada del suelo y ella parecía estar a punto de desaparecer entre aquellos enormes y musculosos brazos. Apenas se veía un borrón rosa ni pelo rubio.

Violette se agarraba con fuerza al cuello de él, besándole el cuello, la mejilla y cualquier parte de su cuerpo al que conseguía acceder. Todos los demás clientes de la cafetería sonreían, emitiendo «oooh» seguidos de «guau». Entre sus cuerpos tenían abrazado un peluche que supuso que le había traído él de regalo.

Fue corriendo hacia allí, preguntándose si Scott estaría en la cafetería.

Duncan la miró con una sonrisa y la saludó. Sus amigas también sonreían.

—¿Y bien? —preguntó rápidamente, sin ser consciente de las ansias que desprendía su voz—. ¿Dónde? ¿Dónde está Scott? ¡Dímelo, ya!

Tay se mordió el labio.

—Mmm… ¿Por qué no te das la vuelta?

No podía estar detrás de ella, ya que antes de ir al exterior de la cafetería había peinado toda la zona con la vista.

Y en ese instante lo olió. Lo sintió.

Ese olor a menta y a hombre… Y ese calor que desprendía cada poro de su piel.

Se dio la vuelta y se llevó una mano a la boca mientras jadeaba. Las lágrimas comenzaron a hacer acto de presencia en sus ojos al verlo sano. Entero. Sus ojos negros la miraban con adoración y en una de sus manos llevaba un ramo de flores.

Su Scott había regresado.

Estaba tan atractivo con aquella sombra de barba incipiente y su pelo corto. Llevaba el uniforme y, cuando dio un paso hacia ella sonriendo, Andrea dejó caer su bolso al suelo y se tiró encima de él, haciendo que la gorra que llevaba se cayese al suelo y las flores estuviesen a punto de aplastarse contra su pecho.

Se apretó a su cuerpo hasta que no quedó distancia entre ellos, le rodeó la cintura con sus brazos y apretó su cara contra su pecho mientras lloraba a lágrima suelta, sonriendo felizmente.

Scott la besó en la cabeza y la apretó más a él, quizá con demasiada fuerza, pero no le importó.

—Oh… Voy a llorar —dijo Ira—. Es tan bonito verlos juntos de nuevo.

—Sí, ya, lo que tú digas, pero como comiencen a besarse como están haciendo la Barbie y el gigante, te prometo que vomitaré —respondió Tay haciendo arcadas.

Andrea seguía sin querer separarse de su pecho, con los ojos apretados, mientras Scott la abrazaba y la besaba en el pelo.

—Déjame mirarte a los ojos, nena. Llevo siete meses sin poder hacerlo —susurró.

Asintió y, sin separarse de él, alzó la cabeza. Dios santo, estaba tan hermoso.

Se puso de puntillas y juntó sus labios con los de él cuando Scott bajó la cabeza. Le supo a gloria y se estremeció al sentirlos nuevamente. No profundizaron el beso, ya que Andrea estaba tan emocionada que la barbilla le temblaba. Seguía llorando como una niña de tres años.

Volvió a esconder el rostro en su pecho.

—Estoy aquí, cielo. Ya estoy aquí.

—Eh… ¿en serio estás llorando, Ira? —preguntó Tay, rompiendo el ambiente.

—Bah, déjame —dijo Ira con voz temblorosa—. Esto es precioso.

Duncan se separó de Violette y se sentó en una de las sillas libres, dejando su maleta al lado. Ella se colocó directamente sobre su regazo y lo besó en el cuello, haciendo que Duncan sonriese tiernamente, a la vez que la agarraba contra él y la ponía más cómodamente sobre su cuerpo.

Desprendían tanta ternura e intimidad que Ira volvió a derramar otra lágrima.

Scott sonrió y volvió a alzar la cabeza de Andrea para besarla, esta vez entreabriéndole los labios y tomándola por la cintura, deseoso de beber de su boca.

—Te quiero.

Andrea le tiró del labio inferior, viéndolo borroso por el resto de las lágrimas que había en sus ojos.

—Yo también te quiero. —Estiró la mano y le acarició la mandíbula—. No sabes lo mal que lo he pasado, Scott. —Volvió a abrazarlo con fuerza.

—Me estás asfixiando, nena —bromeó.

—Ya, claro. Pues acostúmbrate. Pienso estar los próximos días pegada a ti como una lapa. —Le dio un beso en el pecho tapado—. Por cierto, te amo.

Cogió el ramo de Scott con una enorme sonrisa.

—Venga, venga, parejita —dijo Tay—. Sentaos y dejad de comportaros como dos adolescentes enamorados.

Scott fue a sentarse en una de las sillas e, inmediatamente, Andrea se sentó a su lado sin soltarle la mano. Scott sonrió y besó sus manos entrelazadas.

Ira los miró con los ojos brillantes.

—Aj, Ira, deja de poner esa cara.

Violette se mantenía abrazada al cuello de Duncan con los ojos cerrados, por lo que parecía haberse quedado dormida. Su vestido se había subido un poco por uno de sus pálidos muslos, pero la gran mano de Duncan impedía que se viese nada.

—Bueno, contadnos qué tal —pidió Tay alzando una ceja rubia de manera exagerada—. Por cierto, Scott y Duncan, me debéis un viaje gratis al Caribe por haber aguantado a vuestras mujeres. Ha sido horrible —dijo arrugando la nariz de una manera simplemente graciosa.