13

Andrea terminó de recogerse el largo cabello castaño en una coleta. Se calzó y salió de su casa, cerrándola con llave.

Su perra todavía estaba dormida, era muy temprano, y, a pesar de no haber dormido nada, estaba en vilo. Se había puesto unas gafas de sol para tapar las ojeras, pero la importancia de aquel día hacía mella en ella.

Scott se iría. No volvería a verlo en seis meses… como mínimo.

Se montó en su coche y encendió la radio, sorprendiéndose al escuchar la canción de Will you still love me tomorrow?, cantada por Lykke Li. Le venía genial, pensó mientras tarareaba la canción con los ojos húmedos, deseosa de entretenerse con algo para no echarse a llorar en cualquier momento.

Aparcó y fue hacia la base militar con rapidez, en ayunas y con ganas de vomitar lo que hubiese en su estómago de la noche pasada. Se había cepillado inconscientemente dos veces los dientes, se había puesto el sujetador al revés y su falda permanecía sin abrochar.

Y en ese instante vio un gran grupo de marines fuera, algunos fumando y otros charlando tranquilamente. Aquello era una concentración peligrosa de testosterona, pensó Andrea con una sonrisa. Eran todos guapísimos, musculosos y…

Sonrió al ver a Scott vestido de militar, con Dorek, Sean, Kevin y otro más que no reconoció.

«No pienses en sexo, Andrea. No en estos momentos».

Asintió. Buen consejo.

Lo recorrió con la mirada antes de dirigirse hacia él, con cuidado de no tropezarse. Cuando los oscuros ojos de Scott la encontraron, brillaron. Fue hacia ella, dejando la pesada maleta en el suelo. Tenía un caminar animal, seductor… Y Andrea tuvo ganas de gruñir cuando unas miradas femeninas se clavaron en su trasero enfundado en aquel uniforme de marine.

Enfadada y alzando la barbilla, lo abrazó por la cintura y llevó sus manos a sus nalgas, apretándolas y pegando de un empujón su cuerpo al de ella. Se mordió el labio y aspiró el olor del uniforme.

Suspiró.

—Dios mío, daría cualquier cosa con tal de tenerte ahora mismo para mí solita.

Scott se rio contra su cabello.

—Me lo he imaginado, sobre todo al ponerme las manos en el…

—¡Eh, Scott! —gritó un militar rubio de ojos azules. Era guapísimo y alto—. ¡Preséntanos a esa leona que tienes por novia! ¡Quiero una!

Todos se rieron. A pesar de sonrojarse, no quitó sus manos de sus fuertes glúteos.

Es más, se rio cuando Scott puso las suyas sobre los de ella. Acercó los labios a su oreja y susurró:

—Ahora estamos empatados, nena.

—¡Oh, vamos! ¡Preséntanosla! —volvió a decir el rubio—. No vamos a morderla… A menos que lo pida. —Le guiñó un ojo.

Scott gruñó. Se soltó de ella y la cogió de la mano, llevándola a aquel gran grupo que con tanta curiosidad la miraba.

—Os presento a Andrea, mi pareja. —La besó en la mejilla.

Y ella se hinchó como un pavo real al oír «pareja».

Todos se fueron presentando, tanto los hombres como las mujeres. Una marine de cabello castaño y ojos pardos sonrió y le dio la mano. Apretó con fuerza cuando se la estrechó.

—Encantada, me llamo Chloe.

—Un placer, yo soy Andrea.

—Conque española, ¿eh? —dijo un marine de cabello castaño que estaba al lado de Dorek—. Pienso apuntarme ese destino para mis próximas vacaciones.

—No creo que consigas nada, amigo —dijo Sean—. Las mujeres te repelen.

¿En serio? Pues Andrea no lo entendía, era muy atractivo.

—Bah. —Hizo un gesto con las manos—. A pocas mujeres les gusta compartir.

Andrea abrió los ojos como platos. ¿Había querido decir…?

En ese momento Kevin se acercó a ella con una gran sonrisa. La abrazó y ella le correspondió el abrazo.

—Hola Andrea, ¿has visto a Taylor?

Ay, mierda. Su amiga no había ido a pesar de que él se lo había pedido…

Joder. Maldita Tay. Odiaba ver dolor en el amable y bello rostro de Kevin.

—Lo siento Kevin, no ha venido. —Se mordió el labio inferior—. Pensé que te lo había dicho.

—No te preocupes. No importa —susurró.

Sí, sí que importaba. Veía el esfuerzo que estaba haciendo en ese instante para que ella no viese lo mucho que le gustaba Taylor y lo decepcionado que se sentía. Mataría a Tay por esto…

—¿Qué tal está Jay?

Hablar de su hijo podría alegrar las cosas… tal vez.

—Muy bien, se ha quedado con mis padres. —Se llevó una mano al pecho, supuso que había sido inconscientemente—. Lo echaré de menos.

En ese momento, salieron de la base militar dos mujeres y un hombre mayor vestidos de uniforme. El hombre llevaba unas cuantas medallas en el pecho.

—Marines, despídanse. Partimos en diez minutos.

Oh, no. Dios santo, no, no, no.

Intentó respirar, coger aire y dejar la mente en blanco. Pero fue imposible.

Aquel instante que Andrea tanto había temido estaba sucediendo. Buscó con la mirada los ojos de Scott. Él le cogió el rostro entre sus manos y se inclinó para besarla. Cuando sus labios hicieron contacto, ella le envolvió el cuello con sus brazos y se apretó contra él, deseosa de sentir su calor por última vez.

El beso fue suave; quizá al rato se tornó más pasional, pero la tristeza y la despedida estaban suspendidas entre ellos.

Cuando se separaron, la valentía de Andrea flaqueó.

—Cariño, quiero pedirte que no te vayas pero es una estupidez y… estoy a punto de llorar. —Acabó la frase con una sonrisilla nerviosa y ronca.

Scott sonrió y volvió a besarla.

—Pasará muy rápido, Andrea. Me volverás a tener aquí antes de que te des cuenta.

Asintiendo, una primera lágrima se derramó por su pálida mejilla. Se acordó de algo y se separó un momento para quitarse el collar que llevaba puesto, que consistía en una cuerda de la que colgaban varias letras de color plateado. Lo tenía desde que cumplió los catorce años. Ponía «Antilla», la playa a la que solía ir ella en Huelva con sus padres.

—Me… tal vez sea un tontería, pero me gustaría que lo guardases. —Se sonrojó ante su atenta mirada. Hizo un amago de volver a ponérselo—. Olvídalo, es una…

Scott se lo quitó de las manos y se lo puso como pulsera, estrechándolo y enrollándolo dos veces. Sus ojos oscuros brillaron de amor.

—Lo guardaré y pensaré siempre en ti, Andrea. Te quiero —dijo en español con un acento muy raro y extranjero que la hizo reír llorosamente. Scott sonrió, feliz de haberla contentado un poco.

Iba a contestarle cuando se giró al oír hablar a una mujer, seguido por los murmullos de un hombre. Tras ella, había un gran marine que tendría que medir al menos dos metros de altura, enorme, de cabello castaño oscuro con algunos mechones por la frente y hasta el cuello de largo. Sus ojos eran igualmente castaños. Llevaba la maleta colgando del hombro, agarrada con una mano. Era… enorme. Si Scott ya era grande de músculos y estatura, aquel tipo lo era aún más.

Y aquel aura de peligro… Madre mía.

Era masculino, atractivo y decadentemente…

—¡Cariñito! —gritó una voz tras el gigante.

Andrea se inclinó y vio a una rubia muy guapa tras él, metida en un traje rosa palo que le quedaba divinamente. Debía de ser modelo, se dijo. Sus rasgados ojos azules miraban al gigante con amor.

—¡Cielo, espera! No puedo correr tanto con estos tacones.

Andrea miró a Scott con una sonrisa mientras los demás se reían.

—¿Quiénes son?

—Es Duncan Eriksen. Y la rubia de atrás es… creo que su novia. Se llama Violette.

Duncan parecía algo avergonzado por los cariñosos apodos que Violette le daba. Cuando se paró bruscamente y dejó la maleta a un lado, se giró hacia la diminuta y atractiva rubia, que lo miraba con inocencia en sus ojos.

—Ay, cielito. No te gusta que te llame así en público, ¿no?

Andrea se sintió mal por Violette. Se notaba a leguas que estaba perdidamente enamorada de aquel marine. Nadie es perfecto, ¿por qué Duncan no podía simplemente aceptarla y…?

Interrumpió sus pensamientos cuando él la cogió entre sus enormes brazos y la besó con pasión, devorándola.

—Te quiero, nena. Puedes llamarme como quieras… cuando estemos solos, ¿de acuerdo?

—Yo también te quiero. —Ignoró la última parte que Duncan dijo. Del bolso de la rubia apareció la cabecita de un pequeño chihuahua de color crema que ladró delicadamente—. Yo cuidaré de nuestro bebé.

Duncan negó con la cabeza varias veces sin dejar de sonreír, volvió a besarla de una manera tan… apasionada que ella pareció haber desaparecido entre sus gigantes brazos. La dejó en el suelo, con los carnosos labios sonrojados e hinchados, jadeando.

Vale, aquel hombre acababa de demostrar que amaba a la rubia.

—Te quiero nena, nos vemos en poco tiempo.

—De acuerdo, cuchi-cuchi, yo terminaré los detalles de la boda.

Andrea se tapó la boca para no reírse. ¿Cuchi-cuchi? ¿En serio? ¿Había algo más estúpido, empalagoso y…?

Scott la giró y la besó por última vez.

—Tengo que irme ya —susurró.

—De acuerdo. —Estiró la mano temblorosamente y le acarició la mejilla—. Te quiero. Cuídate.

—Yo más.

Dorek le dio unas palmadas en el hombro a Scott, que asintió y se despidió con una mano. Aunque intentaba animarla, se notaba que su sonrisa era débil. Dorek se despidió de ella dándole un beso en la mejilla y prometiéndole que cuidaría de él.

Sean se rio a carcajadas y se puso al otro lado de Scott, guiñándole un ojo a Andrea. Ella sonrió, segura y… feliz. Los tenía a ellos, no le pasaría nada. Eran sus mejores amigos.

En ese momento vio a Kevin, que miró por última vez a su espalda, esperando ver a Taylor. Suspirando, se pasó una mano por la frente. ¿Qué le habría costado a su amiga aparecer? Kevin parecía ser un hombre romántico y…

—¡Kevin, Kevin! ¡Espera! —gritó una voz femenina.

Andrea se giró rápidamente al reconocer la voz y sonrió al ver a su mejor amiga, con el corto pelo rubio claro suelto y sin maquillar. Fue corriendo hacia Kevin y él fue hacia ella, sonriendo ampliamente, como si acabase de ver lo más bonito del mundo. Era tal la felicidad de sus ojos zafiros que suspiró de nuevo.

Se estaba volviendo una romanticona…

Kevin la abrazó y la besó con pasión, envolviéndola con sus brazos por los hombros. Taylor se agarró a sus antebrazos, sonriendo contra sus labios. Se separó y le revolvió el corto pelo negro, poniéndose de puntillas. Él se rio.

—Pensabas irte sin despedirte de mí, ¿eh? —bromeó—. Se me habían quedado pegadas las sábanas.

—Pensé que no vendrías —susurró Kevin, mirándola con adoración.

Su amiga, emocionada por la voz dulcemente ronca de Kevin, hizo un gesto con la mano, intentando controlar las emociones que bullían en su interior.

—Bah, tenía que asegurarme de que me ibas a prometer que me llamarías al llegar… Ya sabes, para no preocuparme pasados los seis meses. —Se sonrojó.

Kevin asintió.

—Te llamaré. —Se inclinó y la besó. Luego apoyó su frente sobre la de ella, cerrando los ojos—. Tengo que irme. Gracias por venir.

Y se fue, dejando a su amiga con la boca abierta. Guau… Aquello había sido… tan fuerte. Taylor se mordía los labios ahora con fuerza y apretaba los puños a sus costados. Ya no quedaba ningún marine, todos estaban dentro de la base militar, preparándose para irse.

Se acercó a su amiga y la abrazó.

—Me alegro de que hayas venido. Pensaba ir a tu casa y matarte al ver que no aparecías.

Tay se encogió de hombros.

—Se me habían quedado pegadas las sábanas.

Mentira. Estaba segura de que era mentira, pensó Andrea. ¿Podría ser que a su amiga le gustase Kevin y por ello estuviese asustada?

Tay la miró.

—Ah, no. No vayas por ese camino. Simplemente, no.

En ese instante, Violette apareció tras ellas limpiándose las comisuras de los ojos con un pañuelo rosa de seda de firma.

—Ay, voy a echar de menos a mi querido Duncan.

Andrea sonrió, mientras que Tay puso los ojos en blanco.

—Por cierto, soy Andrea, la novia de Scott —se presentó Andrea sonriendo, encantada de poder decir «novia».

Violette se inclinó para besarla en la mejilla, pero no hizo contacto. Se rio y Tay bufó, aunque parecía divertida.

—Un placer, Andrea. Yo soy Violette Clare.

—Ella es Taylor, eh…

—Una amiga de Kevin. Folla-amiga para ser más concretas —terminó ella misma, interrumpiéndola. Estiró la mano para que se la estrechase, pero Violette frunció el ceño e hizo una mueca monísima.

—Uh… encantada, Taylor. —Se inclinó como hizo con Andrea.

—¿Qué os parece si vamos a tomar un café las tres juntas y nos conocemos más? —propuso Andrea.

A Tay no le hizo gracia la idea, pero asintió con rigidez. Violette sonrió ampliamente, acariciando la cabecita de su perrito, que las miraba con curiosidad.

—¡Eso es fenomenal! Me conozco un local donde sirven el mejor café. Pearl —dijo mirando a su perrita—, cuando quieras hacer pipí, avisa y te bajo, ¿de acuerdo? Recuerda que mamá lleva sus guantes de D&G dentro.

Pearl ladró.

Taylor maldijo por lo bajo.

Caminaron, alejándose de la base militar, mientras Violette no cesaba de hablar. Andrea giró la cabeza en más de una ocasión, deseando volver a ver a Scott una vez más.

Pero no, ya no había nadie.

Seis meses… Dios bendito, iba a volverse loca en todo ese tiempo.