12

A pesar de haber sido consciente de que aquella opción existía y podía materializarse, aquello le sentó como un jarro de agua fría. Sus ojos se humedecieron y el corazón comenzó a latir con más fuerza en su pecho mientras sentía una presión enorme en la garganta que le impedía respirar con tranquilidad.

Estiró la mano y le acarició la mejilla.

—¿Tienes que irte? —susurró con un hilo de voz.

Scott asintió.

—Sí. Es un contrato.

Se humedeció los labios.

—¿Puedo, al menos, saber a dónde irás?

Scott negó lentamente con la cabeza.

—No. Es del todo confidencial. Nadie puede saberlo.

Asintiendo, se incorporó y se separó de sus brazos. Vio aquel miedo en sus ojos que le llegó hasta lo más hondo de su corazón. Scott tenía miedo de que, tras saber aquello, se fuese y lo dejara. La manera en que le acariciaba el cabello era un gesto de lo nervioso que se encontraba en aquel instante.

Controlando las ganas que tenía de gritar, insultar y dar patadas, le acarició la mejilla con las yemas de los dedos.

—Te esperaré, Scott. —La determinación de aquella frase le dio la fuerza que necesitaba, dándose cuenta de cuánta razón llevaba. Amaba a Scott y le esperaría el tiempo que hiciese falta. Apretó los ojos con fuerza al cerrarlos, haciendo que alguna que otra lágrima se deslizase por su mejilla. Los abrió y suspiró—. Puedes irte tranquilo esta vez, no me iré a ninguna parte. Te estaré esperando cuando regreses.

Scott le cogió el rostro entre sus manos y la besó con frenesí, arrasándola una ola de pasión que la hizo gemir contra sus labios. Se colocó más cómodamente sobre él y le devolvió el beso.

Se puso a horcajadas sobre él y sonrió al sentir su erección entre sus muslos. Se frotó repetidas veces contra él, oyéndolo gruñir y sintiendo cómo embestía contra ella.

Sin controlarse y separándose de sus labios, llevó sus manos hacia su bragueta y palpó contra ella, frotando y acariciando su erección sobre la tela del pantalón.

—Andrea… Me estás matando —susurró roncamente contra sus labios.

—Bien, eso es lo que pretendo. —Le besó en los labios antes de bajarse de su regazo y colocarse entre sus piernas, con las manos en las rodillas.

Sus ojos oscuros brillaron amenazadores, dominantes, clavados en ella con tanta fuerza que sintió un pinchazo de placer en su inflamado clítoris. Le bajó la cremallera con lentitud sin retirar sus ojos de los de él y, tras hacerlo, jadeó al ver que no llevaba ropa interior.

Con su ayuda, le bajó los pantalones hasta las rodillas y suspiró al ver su polla totalmente erecta contra su estómago, rozándole casi el ombligo. El ancho tronco estaba surcado por algunas venas que sintió cuando lo rodeó con las manos. Apretó suavemente y miró el rostro de Scott al oírlo gemir.

Demonios, era tan perfecto. Atractivo y hermoso… Su musculoso y gran cuerpo brillaba por una suave película de sudor.

Se inclinó sobre su pene y se lo metió en la boca profundamente, sonriendo al sentir las manos de Scott en su cabeza, instándola a seguir con suavidad, sin empujar contra su boca como realmente deseaba. Le acarició con la lengua el inflamado glande, tocando la ranura que había en ella.

Scott maldijo y, sin poder controlarse, embistió contra su boca con fuerza. Al darse cuenta, se separó de ella con rapidez a la par que le cogía el rostro entre sus manos.

—Mierda, lo siento nena. He perdido el control y…

—Shhh. —Le colocó los dedos sobre sus labios—. No me importa, Scott. No me has hecho daño. Si lo haces, te avisaré. ¿De acuerdo?

—Pero…

Lo echó hacia atrás y volvió a introducirse aquel enorme miembro en su boca lo más profundamente que pudo, aunque quedó algo fuera de ella. Comenzó a lamerlo mientras se dejaba guiar por los gemidos, gruñidos y palabras incoherentes de Scott. Acarició con una de sus manos sus testículos, sopesándolos y apretándolos con suavidad.

—¡Joder, Andrea! —susurró entre dientes—. Mierda, voy a correrme y no quiero hacerlo en tu boca, pequeña. —La levantó fácilmente y ella protestó, pero no consiguió nada.

—Pero yo quería que te corrieras…

La besó, interrumpiéndola. La tumbó en el sofá y se puso entre sus piernas. La desnudó con rapidez, subiendo por su cuerpo hasta su cuello, donde mordisqueó y lamió allí donde latía su pulso. Luego fue a sus voluptuosos pechos, llenando sus manos con ellos y mirándolos con adoración.

—Jesús, siempre he pensado que tienes las tetas más sexis de todo el mundo.

Comenzó a reírse hasta que sintió su boca sobre uno de sus pezones, mordisqueando y tirando suavemente, dejándolo erecto. Cuando se separó fue al otro para hacer lo mismo mientras pellizcaba con los dedos el que había abandonado.

Tras ello y estando desnuda, se incorporó para mirarla completamente. Sus grandes pechos con aquellos pezones oscuros de color canela, y erectos; la estrechez de sus caderas, y, por último, su sexo, totalmente depilado. Llevó sus manos a sus rodillas y las abrió del todo, exponiéndola a su mirada.

Se sonrojó y se mordió los labios.

—Eres… increíble, Andrea. —La miró a los ojos—. Jodidamente increíble.

No supo si fue la profundidad de sus palabras o el amor que vio en sus ojos, pero aquello le provocó lágrimas de emoción, haciendo que durante unos segundos viese borroso. Le dobló las rodillas para que se las abrazase al pecho y luego, inclinó la cabeza y…

—¡Scott! —su voz sonó entrecortada.

El aire abandonó sus pulmones al sentir su lengua recorriéndole el sexo de arriba abajo para luego absorber en su boca su inflamado clítoris, dándole suaves golpes con la lengua antes de penetrarla con un dedo.

Puso los ojos en blanco al sentir aquel placer llenándola por completo; su piel estaba más sensibilizada, se sentía totalmente expuesta y no sólo por el simple hecho de estar desnuda.

Sentía como si ya no hubiese secretos entre ellos, como si ya hubiesen conectado por completo y no existiese nada que pudiese separarlos.

Sus dedos la abrieron y la penetró con la lengua.

El orgasmo la arrasó, haciendo que chillase con fuerza y encogiese los dedos de los pies. Scott le dio una última lamida antes de cogerla por las manos y levantarla. Extrañada y todavía entumecida por el increíble orgasmo que acababa de tener, no dijo nada cuando la colocó tumbada boca abajo sobre la alfombra y lo sintió tras ella, sin apoyar totalmente su cuerpo en su espalda pero sí para que sintiese su dura erección contra las nalgas.

Deslizó una mano desde la cintura e hizo que elevara un poco las caderas. Después siguió su camino con la mano hasta llegar a su húmedo sexo, que penetró con dos dedos y, una vez hecho, le pellizcó el clítoris con los dedos mojados de ella. Frotó repetidamente su clítoris y acarició sus labios antes de guiar su miembro hacia su sexo.

Cuando tuvo el glande dentro, ambos gimieron.

Siguió entrando en ella poco a poco, sintiendo la manera en que las paredes de su vagina lo apretaban y lo instaban a entrar más. Cuando estuvo completamente dentro de ella, permaneció unos segundos quieto, temblando y con la certeza de que apenas duraría mucho en aquel maravilloso y húmedo calor de su vagina.

Cuando ella se movió…

—Espera, nena, espera por favor. —La detuvo por las caderas.

Andrea jadeó.

—No, por favor. Muévete. Apenas puedo…

La acarició con los dedos mientras se movía lentamente, apretando con fuerza los dientes. Apenas duraría esta vez, pero al menos ella llegaría antes. Sus dedos siguieron jugando con ella mientras se movía con más rapidez dentro de ella. Vio su rostro cuando lo apoyó de lado en la alfombra. Sus ojos castaños brillaban y estaban humedecidos. Sus carnosos labios estaban hinchados por sus besos y por los mordiscos que ella misma se daba.

Salió casi por completo de ella hasta tener sólo su glande dentro.

Andrea echó hacia atrás las caderas, deseosa de volver a sentirlo dentro de sí. En ese momento volvió a hundirse y, junto con la presión que sentía en su clítoris, cerró los ojos y gritó inconscientemente al llegar al orgasmo.

Scott no necesitó más, embistió un par de veces más y luego se corrió en su interior, sintiendo la suavidad que lo envolvía y los espasmos de ella envolviéndolo.

Se dejó caer contra su espalda y gruñó al sentir las piernas temblorosas. Aun así, se levantó y la cogió en brazos, decidido a darle un relajante baño tras aquel sexo tan tórrido que habían compartido.

* * *

Al día siguiente y con una sensación de vacío en el pecho, Andrea recogió sus cosas del trabajo para ir directa a casa de Taylor a dejarle a Blanca; tomaría algo con ella y luego saldría con Scott.

Pensar en que ése sería el último día que estuviesen juntos antes de irse… Intentaba no acordarse de ello, alegrarse mientras se contaba interiormente que Scott volvería sano y salvo en seis o siete meses y, por fin, podrían estar juntos de nuevo. Es más, se iban todos sus compañeros, Dorek, Kevin, Sean… No los conocía tanto como a Scott, pero al menos era algo.

Se despidió de sus compañeros y fue a casa, cogió a Blanca, la sentó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón. Llegó a casa de Tay en apenas unos minutos.

Cuando llamó, su amiga apareció con unos bocetos en su mano derecha. Sonrió y la besó en la mejilla.

—Gracias por quedarte con Blanca esta noche.

Taylor se echó a un lado para que pasase.

—No te preocupes; además, Kevin vendrá dentro de un rato. —Se encogió de hombros—. Tu perra no molesta.

Dejándolo en el suelo, el animal comenzó a ladrar juguetonamente antes de meterse en la casa. Taylor le ofreció a su amiga té helado y se fueron al salón, donde Andrea vio la mesa repleta de bocetos y lápices, y el ordenador encendido con millones de mensajes que no dejaban de pitar. Desconectándolo, Taylor se pasó una mano por la frente y bebió un sorbo de su té helado.

—Ese ordenador ya me tenía harta.

Andrea asintió.

—Cuéntame eso de que Kevin va a quedarse contigo.

Su amiga se encogió de hombros.

—No es nada serio, así que borra esa sonrisa de tu cara. Nos llevamos acostando desde hace unos días y hoy será como la despedida. ¿Quién sabe? Quizá vaya mañana a decirle adiós contigo, ya que me lo ha pedido. Pero lo veo complicado. —Hizo una mueca con los labios. Luego clavó en ella sus ojos celestes—. Por cierto, ¿qué ha pasado con Scott?

—Estamos juntos —dijo sonrojada mientras Taylor silbaba—. Lo esperaré hasta que vuelva.

—Así que… ¿todo solucionado?

—Ajá —asintió—. Todo. —Ruborizándose, levantó la mirada de sus manos, que agarraban con fuerza el vaso del té helado—. Lo amo, Tay.

Su amiga suspiró felizmente.

—Me alegro mucho por vosotros, Andrea. Os lo merecéis. Además, hacéis una pareja idea. —Le guiñó un ojo.

Riéndose, asintió de nuevo.

—Yo también lo creo. —Su sonrisa se borró—. Pero… seis meses es tanto tiempo. Y quizá pueda alargarse, ¿qué voy a hacer durante todo ese período?

—Hacer lo que hacen las parejas de los que están con alguien que tiene el mismo trabajo que Scott. Esperar. —Le dio unas palmaditas en la rodilla—. Venga, venga. No será tan malo, nos tendrás a Ira y a mí, haremos que esos meses pasen en un abrir y cerrar de ojos.

Andrea sonrió a su amiga con cariño, con los ojos humedecidos.

—Gracias —susurró emocionada—. No sé qué haría sin vosotras.

Tay bufó y puso los ojos en blanco.

—Pues nada, ¿qué vas a hacer?

Riéndose, hablaron de otra cosa mientras Blanca se comía algunos bocetos que Tay había dejado por el suelo. Una hora más tarde, la perra se escondió bajo la cama de Taylor al oír los gritos de ésta.

* * *

Andrea se echó a los brazos abiertos de Scott cuando lo vio apoyado en su coche, esperándola tras haber llamado al timbre. Tal vez su intención había sido, en un primer momento, el de abrazarlo con fuerza por la cintura, colocando la nariz en su pecho, capturando su delicioso y masculino olor. Pero, tras verlo apoyado en su vehículo, cruzado de brazos mientras el sol incidía en uno de los perfiles de su atractivo rostro… toda cordura había desaparecido de la cabeza de Andrea.

Llevaba unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca de manga corta que mostraba perfectamente todos y cada uno de los músculos que tenía. Es más, haciéndolo reír, le había dado un juguetón mordisco en su torso tras abrazarlo.

Scott la besó en la cabeza.

—¿Preparada?

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó tras asentir.

Le abrió la puerta del coche para que entrara y, una vez hecho, él se dio la vuelta para ir a la puerta del piloto. Dios, aquellos andares de depredador, con las manos metidas en los bolsillos, los hombros un poco curvados y un brillo sensual en sus oscuros ojos… No le extrañaba que incluso su vecina Sandra, una mujer de treinta años recién casada con un hombre que muy a menudo la gente confundía con David Gandy, mirara a Scott con la boca abierta.

Arrancó el coche con suavidad.

—Es una sorpresa. —Le guiñó un ojo.

Durante el trayecto, Andrea se dedicó a mirar por la ventana mientras el sol se acababa poniendo, mostrando una hermosa puesta de sol. Poco a poco fue viendo a gente con ropa de verano acercándose a bares cercanos o yéndose a sus casas. Las sospechas comenzaron a llegar.

—Nos encontramos en Brooklyn, ¿verdad?

Scott sonrió como un niño, con las gafas de sol puestas desde hacía un rato.

—Exacto.

No dijo nada más. Andrea se mordió el labio y se giró hacia él con curiosidad.

—¿Vamos a algún sitio en especial?

Cuando tomó una curva, Andrea pudo ver una hermosa playa con una anaranjada puesta de sol. Contuvo el aliento al ver el hermoso paisaje que se mostraba ante ellos. El mar estaba tranquilo, de un color malva oscuro y reflejando el sol, que iba escondiéndose poco a poco hasta dejar únicamente, como luz, un haz anaranjado. Pegó el rostro al cristal como una niña.

—Dios mío, llevo años en Nueva York y nunca he ido a una playa —susurró conmocionada.

—Hay un paseo marítimo, Coney Island. Podemos acercarnos si quieres.

—Sí, por favor —dijo con evidente emoción.

Scott consiguió aparcar cerca del paseo marítimo. Andrea se apeó del coche con rapidez y chilló de emoción al ir hacia las escaleras que conducían a la arena de la playa. Se quitó las sandalias y gimió de placer al sentir la arena en las plantas de los pies. Estiró los dedos y cuando se colocó en la orilla…

Suspiró cuando el agua llegó hasta ella.

El suave viento le movía el cabello, echándoselo hacia atrás mientras sus pulmones se llenaban de aire con un matiz de olor marino. Sonrió con tristeza al recordar sus veranos de joven en Huelva, con su familia. Pasó allí su último verano antes de irse a Estados Unidos. Se preguntó si todo seguiría igual o habría cambiado algo; recordaba la calle Castilla, repleta de personas y puestos donde solían vender pulseras de cuero, pendientes y alguna que otra baratija.

Sonrió cuando sintió un brazo rodeándole los hombros. Apretó la mano que estaba en su hombro.

—¿En qué pensabas? —susurró Scott, como si no quisiese romper aquella intimidad silenciosa que ella misma había creado.

—En mi infancia, antes de venirme a vivir aquí. Estaba recordando mis vacaciones en Huelva. —Cogió aire al sentir un temblor en su voz—. En Sevilla hacía demasiado calor, por lo que nos íbamos al piso que mis padres tienen en Huelva. Desde que me alcanza la memoria, recuerdo que he pasado allí todos mis veranos infantiles.

Scott la besó en la mejilla, fría por el azote suave del viento.

—Podríamos ir un día, si quieres.

Los ojos de Andrea brillaron, entusiasmados.

—Sí, sería genial.

Pasearon por la orilla de la playa durante una hora, relajándose con el sonido de las olas del mar al romper contra la arena. Cuando comenzó a oscurecer, quedando las farolas del paseo marítimo encendidas, Scott la acercó a su cuerpo rodeándole los hombros con un brazo y dieron vuelta atrás.

Andrea se fijó en todas las parejas, familias y solteros que había por Brooklyn. Había un ambiente tan relajado y amigable que todos mostraban una sonrisa dibujada en el rostro.

Scott la llevó a un restaurante de comida española, haciendo que ella lo mirase con adoración. Si había algo que echaba de menos de España, era la comida. Se sentaron en una de las mesas con vistas a la playa. El restaurante estaba a rebosar; estaba segura de que Scott había reservado con antelación.

Tras pedir las bebidas, Andrea lo miró.

Scott tenía los oscuros ojos clavados en el exterior, por lo que ella pudo observarlo buenamente mientras sentía una suave pero fuerte presión en el pecho que la amenazaba con dejarla sin respiración. Dios santo, seis meses sin él. Sola, sin poder llamarlo, esperando alguna llamada de él si era posible y con los nervios de punta.

«Si has podido vivir ocho años sin él, seis meses no serán nada».

Mentira.

Esos ocho años, Andrea había vivido bajo el pensamiento de que él no la amaba y de que no volvería a verlo más. Había sido como «el primer amor nunca se olvida». Pero ahora que sabía lo mucho que le importaba…

Scott la pilló mirándolo. Ella se sonrojó.

Tuvo suerte de que en aquel momento apareciese el camarero.

—¿Saben ya lo que van a pedir para cenar? —planteó con acento español mientras dejaba las bebidas en la mesa.

Scott hizo un gesto.

—Decide tú, nena. —Y aquella sonrisa tan sensual que Andrea amaba hizo su aparición.

—Vamos a pedir tapas.

—Claro.

Andrea le indicó todo aquello que deseaba y, antes de que se fuese, el camarero se giró y la miró con sus celestes ojos.

—Perdona, ¿puedo hacerte una pregunta? —inquirió en español.

Andrea sonrió.

—Por supuesto —respondió en el mismo idioma mientras Scott fruncía el ceño, intentando entender qué decían.

—Eres española, ¿verdad? ¿Puedo saber de qué parte?

—Soy de Sevilla. ¿Y tú?

—De Burgos —repuso con una atractiva sonrisa—. Mi hermano y mi hermana Inés son los dueños del restaurante. —Esta vez habló en inglés, haciendo que el ceño y el cuerpo se Scott se relajasen—. Bueno, iré a entregar vuestro pedido.

Se marchó.

Andrea miró a Scott.

—Oye, ¿qué te pasa? Te ha faltado poco para tirarte al cuello del pobre chico.

—Estaba coqueteando contigo, ¿es que no te has dado cuenta? —susurró en voz baja y tranquila, aunque sus nudillos blancos al apretar el borde de la mesa constataban lo contrario.

—Bah, eso es una tontería. —Hizo un gesto con la mano.

—Aprenderé a hablar español.

Andrea se mordió los labios, intentando ocultar la risa.

—Yo puedo ser tu profesora; si quieres, claro.

Algo cálido y oscuro brilló en sus ojos al ladear la cabeza.

—¿Crees realmente poder enseñarme algo?

Ella se rio. No, seguramente no.

* * *

Una que vez terminaron de cenar, decidieron dar nuevamente un paseo por la orilla de la playa, apenas iluminada por la luna, que se alzaba ante ellos y dejaba su blanco reflejo en las oscuras aguas.

El aire se había enfriado un poco, por lo que Andrea buscó un refugio cálido y cómodo entre los brazos de Scott. Sabía que quedaba poco para que la llevase a casa, se vieran por la mañana y se despidiesen de nuevo. Se había estado concienciando de ello desde que se lo comunicó, pero le resultaba imposible.

Seis meses.

Y eso si no se retrasaba la misión o pasaba algo…

Cuando fueron al coche con los pies húmedos por el mar y con arena, Scott la cogió de la barbilla antes de entrar en él.

—Deja de pensar en ello, Andrea. —Le revolvió el pelo—. Te sale humo por la cabeza. —Y se montó en el vehículo sonriendo.

Abriendo la boca, indignada, esperó a entrar en el coche para decirle lo que pensaba.

—¡No me sale humo por la cabeza!

Scott arrancó el motor sin decir nada, aunque no hacía falta. Esa sonrisa era suficiente.

Andrea se aclaró la voz.

—Mmm… Bueno. ¿Vamos a hacer algo?

Una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba.

—¿Algo más aparte de todo lo que hemos hecho al llegar a Brooklyn?

Estúpido; él sabía perfectamente a qué se refería. Así que, sonrojándose, alzó la barbilla y tragó saliva, intentando ignorar la sonrisa de su rostro.

—Digo… ¿Quieres que… hagamos algo? Sé que no podemos dormir juntos hoy porque tienes que prepararte y yo te molestaría, pero al menos…

Se calló cuando Scott le puso una mano en el muslo.

—Tú nunca molestas, nena. —La miró con los ojos en blanco—. No me puedo creer que me hayas preguntado si íbamos a hacer el amor hoy. Pensé que era obvio.

Andrea bufó.

—Con los hombres nunca se puede dar algo por sentado.

Scott bufó a su vez.

—Si estamos hablando de sexo, sí.

* * *

Andrea abrazó las caderas de Scott con sus piernas, arqueándose entre sus brazos mientras gemía, llegando al ansiado clímax. Las grandes y masculinas manos de Scott habían recorrido su cuerpo por completo, al igual que sus labios.

Sentía los pechos sensibles, al igual que el clítoris y los labios. Sus caricias eran, simplemente, lo que necesitaba. Se habían disfrutado plenamente, mirándose a los ojos mientras él la penetraba con lentitud, deseoso de que en su memoria quedase recogida cada mueca, sonido y olor de Andrea.

Llegó al orgasmo con un grito de placer que estaba segura de que los vecinos habrían oído.

—Sí, así… ¡Sí, Scott! —Su garganta protestó cuando gritó, al tenerla seca y en tensión.

Scott gruñó. Siguió moviéndose en su interior, agarrándola por la cintura mientras se hundía una y otra vez en ella, golpeándola con los testículos suavemente. Se dejó caer contra su cuerpo, enterrando el rostro en su cuello mientras el olor de ambos y de sexo los rodeaba en una íntima atmósfera.

Se apartó de ella y luego la atrajo a su cuerpo, rodeándola con un brazo mientras que el otro lo tenía sobre sus grandes pechos. No era por la lujuria, era por lo posesivo que se sentía con relación a ella. Necesitaba saber que era suya, que lo esperaría hasta que llegase.

Andrea le acarició el pecho con suavidad.

—Relájate. Ahora eres tú a quien le sale humo por la cabeza.

—Sí, bueno.

Se incorporó y lo miró a los ojos con una ceja alzada.

—¿Qué te pasa? Nunca sueles ser tan… obediente. Bueno.

Scott se rio por lo bajo, haciendo vibrar su pecho.

—La etiqueta de chico malo la llevaré para el resto de mi vida.

—Y no olvides la de calienta-coños.

Nada más decirlo, se tapó la boca con las manos. Los ojos negros de él la miraron con confusión.

—Perdona, ¿qué has dicho?

—¿Yo? —Se rio nerviosamente—. Nada, nada. Mierda…

—Sí, has dicho… ¿calienta-coños? ¿Desde cuándo me llamas así?

—¡Yo no te he puesto el mote! Lo llevas desde el instituto, que lo sepas. A mí se me ha escapado por culpa de Tay.

Scott frunció el ceño.

—Vaya… No lo sabía.

—Mmm… ¿en serio? —Alzó las manos cuando él la fulminó con la mirada. Oh, cielos, estaba tan devastadoramente atractivo—. En verdad, no te viene mal. Si lo piensas detenidamente… claro.

Poco a poco se fue imponiendo sobre ella, pegándola a su musculoso y gran cuerpo desnudo.

—Así que detenidamente, ¿eh? —Deslizó sus manos por los costados de su cuerpo de modo ascendente, acariciando sus pechos—. ¿Provoco ese efecto en ti?

Andrea bufó, estremeciéndose al sentir sus pulgares en los pezones.

—Sabes perfectamente que sí, nos hemos acostado muchas veces y siempre estoy igual.

Scott lamió su cuello, mordiéndolo con suavidad mientras se colocaba entre sus piernas.

—Mmm… ¿Cómo?

—Caliente. Abierta. Húmeda. Rendida —jadeó.

Una de sus manos bajó por su estómago. Sus labios fueron a los de ella, pero sin hacer contacto, dejando que sintiera su aliento y viera el brillo en sus ojos.

—Déjame que lo compruebe.

Andrea abrió aún más las piernas y, cogiéndole por la muñeca la mano que iba bajando, la colocó sobre su sexo, dejando que los largos dedos de él acariciasen la entrada de su vagina.

Sonrió con picardía al ver el hambre que poco a poco había nublado los ojos de su hombre.

—Adelante.