11

Andrea se presentó en casa de Scott decidida a dejar el tema zanjado de una vez por todas. Se había vestido con rapidez, así que llevaba unos vaqueros ajustados de talle bajo de color claro, una camiseta azul y unos sandalias que dejaban sus dedos al descubierto, viéndose así las uñas de los pies pintadas de color verde agua.

Se pasó una mano por el lago cabello, echándoselo hacia atrás mientras cogía valor.

No estaría tan decidida a saber qué le pasaba si no tuviese la sensación de que aquello tendría que ver con ella. Con él. Con los dos.

Así que, cogiendo aire, llamó dos veces a la puerta.

Luego miró el timbre y maldijo por lo bajo.

Se oyeron unas pisadas de pies desnudos en el suelo seguidos del cerrojo, que fue quitado. La puerta se abrió y allí estaba Scott, con aquella postura relajada que distaba mucho de causar el mismo efecto en ella.

Sus ojos oscuros la miraron fijamente; ni siquiera esta vez la devoró como en otras ocasiones. Llevaba unos pantalones vaqueros y estaba sin camiseta, por lo que podía disfrutar de aquel musculoso y tentador torso. Y de los hombros… Y de la uve que se marcaba más abajo de su cadera, que era…

Sacudió la cabeza y, cruzándose de brazos, alzó la barbilla.

—He venido a hablar contigo. ¿Me dejas pasar?

Asintiendo, se hizo a un lado pero no se apartó, por lo que rozó todo su cuerpo.

Contuvo un gemido y se mordió el labio inferior con fuerza cuando, al cerrar la puerta, se encontró acorralada por su enorme cuerpo. Cerró los ojos, dispuesta a relajarse y a calmar su calenturienta mente, que no dejaba de pasarle imágenes de ambos desnudos.

Se rascó el cuello con una mano y tragó saliva.

—Quiero saberlo todo, Scott. Y todo es todo.

Scott elevó una de las comisuras de sus labios.

—Ya, ¿y eso del sexo sin compromiso?

—Eso ya está olvidado, borrado. Y no me hagas creer que soy la única que lo piensa. Sé que sientes algo por mí.

Scott alzó la mano derecha y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. Andrea se frotó contra ella y la besó, deseosa de sentir cualquier gesto que él pudiese darle.

—Acabas de estar con Taylor, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendida.

—Estoy segura de que no habrías sido capaz de venir si Taylor no te hubiese dicho nada. —Andrea le golpeó en el hombro. Él sonrió y se frotó la zona con un mohín. Luego volvió a ponerse serio—. Estás decidida a olvidarme, ¿verdad?

—¡No! —Cuando se dio cuenta de que gritó, se sonrojó—. Creo que… podríamos llegar a algo. Pero quiero sinceridad, Scott. Yo también estoy dispuesta a ser más… comprensiva. —Le besó los nudillos de la mano—. Pero necesito tu colaboración.

Cogiéndola de la mano silenciosamente, la llevó hacia el salón. Se sentó en el sofá y vio que el pit bull estaba en el jardín, mirándola fijamente con la lengua fuera. Intentó olvidarse de aquellos voraces ojos y centró su atención en Scott, cosa que no le resultó muy difícil. La luz que entraba por la ventana daba en los músculos de su espalda, perfectamente delineados.

—¿Por dónde quieres empezar? —susurró roncamente.

—Por el principio.

Scott asintió y sonrió, como si hubiera sido obvio.

—Vale, pregunta.

—¿Por qué no me dijiste que hiciste las pruebas para entrar en la Marina? —murmuró mientras ponía más distancia entre ambos, segura de que así podría aclarar más sus pensamientos.

Sus oscuros ojos se desviaron hacia el jardín.

—Estaba enamorado de ti, Andrea. Tu familia lo tenía todo, te lo daba todo, ¿qué podía darte yo aparte de todo lo que soy? —La miró—. Me sentía en desventaja, deseaba tener un buen sueldo y poder llevarte a todos los sitios que te merecías. —Se encogió de hombros—. Sabías que trabajaba como mecánico y, a veces, ejercía de socorrista. No era suficiente.

Andrea tragó saliva.

—¿Acaso creías que eso me importaba? Yo era feliz contigo, Scott. —Le cogió la mano entre las suyas y la apretó—. Todo eso era secundario.

—Para mí, no, Andrea. Era… horrible ver lo limitado que estaba contigo. Además, sé que tu familia no estaba de acuerdo en que salieses conmigo.

—¿Y qué? —En ese momento quiso darle una patada o, mejor aún, un golpe en la cabeza, pensando que así podría ver que para ella todo aquello no era relevante—. Mi familia no hizo nada, se apartó.

Sus ojos la fulminaron.

—No se apartaron hasta que vieron que yo no ejercía ninguna influencia negativa sobre ti. Tus notas eran perfectas incluso estando conmigo.

Andrea parpadeó, sorprendida.

—No me puedo creer lo que estás diciendo.

—Estaba cansado, Andrea, cansado de que todos nos viesen como La dama y el vagabundo. —Bufó—. Un pobre infeliz que no tiene dónde caerse muerto.

Cerrando los ojos y cogiendo aire, intentó tranquilizarse.

—Scott, no voy a pegarte porque pueden llevarme a la cárcel, porque si no… ¿Te estás dando cuenta de las estupideces que sueltas? —Sin darse cuenta, gritó la pregunta, golpeándole el muslo con el puño.

Andrea se ablandó cuando vio la debilidad que mostró el rostro de Scott al recordar algo.

—Todos querían que fuese John el que estuviera contigo, y no yo.

John. El hermano de Zoey.

—Eso son estupideces. —Hizo un gesto con la mano.

La agarró por los hombros, acercándola más a él. Pudo captar el olor a menta y a especias que desprendía. Se humedeció los labios involuntariamente.

—Me has pedido que te cuente la verdad; te la estoy contando.

En ese momento fue consciente de lo mucho que le estaba costando a Scott explicar aquello. Así que, asintiendo, le colocó la mano en la rodilla.

—Lo siento. Continúa, por favor.

Esperó unos segundos, evaluándola con la mirada antes de seguir.

—Quería volver en menos de un año, pero la misión en Irak se complicó y no pude regresar hasta transcurrido todo el año. El dinero que iban a darme por la misión era bastante como para poder meterme en una hipoteca. Además, pensaba pasar al menos diez años en la Marina, ahorrando.

Andrea asintió lentamente.

—De acuerdo… Pero ¿por qué no podías comentarme nada?

Le cogió la barbilla con los dedos, acercando tanto su rostro al de ella como fue posible pero sin hacer contacto con sus labios.

—No quería que dijeses lo que estás diciendo en estos momentos, no quería ver… —La soltó e hizo un gesto, señalándola con la cabeza—… la compasión que veo en tus ojos. No soy ningún mendigo, Andrea. Así que deja de mirarme como si fuera un maldito vagabundo o estuviera perdido.

Andrea se estremeció ante tanta brusquedad. Los ojos se le humedecieron, haciendo que su visión se volviese borrosa repentinamente.

—Lo siento —susurró al percatarse de la verdad de sus palabras.

No. No lo sientas. —La miró con ferocidad.

—Vale, lo sien… De acuerdo. Nada. —Se pasó una mano por el pecho, intentando aliviar el nudo que sentía en aquel instante. Se mordió el labio inferior—. ¿Te acostaste con alguna mujer cuando te fuiste, durante ese año?

Scott desvió la mirada.

—No, Andrea. No me acosté con ninguna. Cuando regresé un año más tarde a por ti, me dijeron que te habías mudado, pero, cuando quise saber dónde, no me contaron nada. —Se pasó una mano por la mandíbula—. Es más, se alegraban de que alguien como yo no pudiese volver a poner sus asquerosas manos sobre alguien como . —Sonrió irónicamente—. Capullos.

Se limpió rápidamente con la camiseta una solitaria lágrima que se deslizó por su mejilla. Sentía tantos sentimientos en su interior que era un verdadero caos. Ira, por aquellos que le habían dado la espalda y habían imposibilitado que se volviesen a ver. Dolor, por Scott, el hombre de su vida y quien la había hecho valorarse como una verdadera mujer, apoyándola siempre en todos sus proyectos e interponiendo sus necesidades y deseos por encima de los de él. Y amor. Amor por Scott.

Sin poder evitarlo y con los sentimientos a flor de piel, se tiró a sus brazos, rodeando su cintura con los suyos. Lo apretó con fuerza, deseando que él pudiese ver lo mucho que le importaba. Lo mucho que valoraba todo lo que había hecho por ella.

Sin deshacer el abrazo, retiró el rostro de su pecho y lo miró, sintiendo los fuertes brazos de él a su alrededor, dándole calor.

—Te amo, Scott. —Se estiró y posó sus labios sobre los de él—. Más que a nadie. No lo dudes nunca, ¿vale? —susurró sintiendo la debilidad en su propia voz.

Él asintió y, cogiéndola en brazos, la colocó sobre su regazo. La besó en la boca y luego apoyó la barbilla sobre su cabeza. Había visto ese brillo. Había visto la felicidad en sus oscuros ojos al decirle que lo amaba. Es más, sabía que él la amaba a ella, pero no le importaría esperar el tiempo que fuese necesario.

Mientras estuviese con él, todo le daba igual.

Suspiró contra su garganta.

—Dios, es pensar en todo el tiempo que podríamos haber estado juntos y… —gruñó—. Joder. Les arrancaría a todos la cabeza. Con los dientes.

Scott se rio por lo bajo. Su risa vibró en su pecho, haciendo que la sintiese.

—Me gusta esa faceta tuya. La de loca maniática compulsiva y…

Se incorporó y volvió a besarlo.

—Vale, has dicho que durante el primer año no estuviste con nadie, pero sí habrás estado con otras mujeres a lo largo del resto de los otros siete transcurridos. —Le tapó los labios con los dedos cuando fue a interrumpirla—. No te preocupes, cariño. Es normal. —Le hociqueó el cuello con la nariz. Scott se estremeció.

Dios, era tan… perfecto. En aquel momento parecía un niño que acababa de quitarse un gran peso de encima. Sabía que aún quedaba otra pregunta por hacer y, ahora que lo sabía, tenía miedo de formularla, porque una parte de sí misma ya conocía la respuesta.

Temblando y sacando fuerzas, lo miró.

—Esa llamada que recibiste la última vez que estuvimos juntos… ¿De quién era? ¿Qué pasaba? Sé que es algo importante, sino no habrías cambiado tan bruscamente.

Scott cogió aire hondamente y cerró los ojos. Al abrirlos, le parecieron hermosos, cálidos y únicos. Podía ver lo mucho que la amaba, lo mucho que la admiraba. Scott la veía como la persona más importante de su vida; la fuerza y seguridad que le daba constataba lo dicho.

Su corazón dio un brinco en su pecho cuando dijo aquello que tanto la aterraba.

—Me ha llamado mi superior. En dos días volveré a estar de misión en otro país extranjero. No volveré hasta dentro de siete meses.