10

Al terminar la fiesta de cumpleaños, Andrea se despidió de todos y se fue de la piscina con Scott de la mano mientras inconscientemente sonreía. Pero ella no era la única que disfrutaba de aquel momento, pensó tras mirar de reojo a Scott. Él estaba sonriendo o, al menos, tenía curvada hacia arriba una de las comisuras de los labios.

El atardecer se cernía sobre ellos, dando los últimos rayos de sol sobre el rostro de Scott y acentuándole los rasgos.

Cuando llegaron a su casa fueron directos al cuarto de baño. Saludaron a Blanca, que había esperado con ansias, ladrando y corriendo hacia ellos al verlos entrar.

Nada más estar en el cuarto de baño, Scott cerró con fuerza la puerta, echando a la perrita a un lado para que no entrase, y la besó. Sus manos fueron a sus caderas, acercándola más a su cuerpo mientras sus labios la acariciaban, incitándola a seguirle en el beso. Ambos habían estado deseando aquel contacto desde que se vieron en la piscina. Aunque antes de llegar habían estado mirándose, diciéndose con las miradas lo mucho que deseaban tener un encuentro a solas, aquello superaba con creces cualquier imaginación o fantasía.

Sentir sus cálidos labios sobre los suyos, profundizando el beso mientras sus manos le bajaban la parte de abajo del biquini, la estaba volviendo loca. Una vez consiguió su cometido, sus grandes manos la agarraron por las nalgas y la pegaron más a su erección. Andrea se frotó contra ella, gimiendo contra sus labios mientras intentaba bajarle el bañador sin interrumpir el contacto físico.

Desgraciadamente no podía, así que jadeó y se separó.

—Déjame quitarte el bañador.

Scott asintió.

Se lo bajó con rapidez, llevó sus manos a su miembro y sonrió contra sus labios al oírlo gemir. Comenzó a subir y a bajar sobre él con las manos, pasando de vez en cuando el pulgar por el inflamado glande.

Gimió de sorpresa cuando Scott la metió en la ducha, alejándola de él. Abrió el agua y, cuando ella estiró los brazos para tocarlo, él retrocedió.

—Déjame mirarte. —Le acarició la mejilla con las yemas de los dedos—. Por favor.

Andrea se encogió al oír aquella súplica que parecía venir de lo más profundo de su ser.

Asintiendo, las manos de Scott fueron a los tirantes del biquini para quitárselo, mirando con anhelo sus oscuros pezones al ser descubiertos. Le pellizcó juguetonamente uno de ellos antes de alejase y mirarlos.

—Tienes unos… pechos deliciosos, Andrea.

La aludida se mordió el labio inferior, sintiendo cómo su cuerpo respondía ante sus palabras.

—¿De verdad?

—De verdad.

Luego se acercó más a ella para tener sus labios cerca de los de ella y sentir el aliento en su boca. Vio el brillo en sus ojos castaños, el sonrojo de sus mejillas y el pulso errático en su cuello. Se alejó para verla completamente desnuda mientras el agua caliente mojaba su largo cabello y se pegaba a su cuerpo.

Parecía una ninfa.

Andrea le señaló la erección.

—Para tu información, los condones están en el estante ese —dijo señalándolo con la mano.

Scott cogió uno y lo puso en el lavamanos mientras se acercaba a ella, entrando en la ducha y cerrando la mampara tras él. Sus manos fueron a la estrecha cintura de Andrea, pegándola a su cuerpo y encajando su gran erección entre sus piernas. Cuando la espalda de ella dio contra la pared de la ducha y sintió sus duros pezones contra el torso…

—Mierda.

Andrea sonrió, lamiéndole y mordisqueándole el cuello mientras sus manos iban dirigidas de nuevo a su dura polla.

—Joder —maldijo entre dientes al sentir sus cálidas manos alrededor de él.

Le lamió el cuello y se frotó contra el muslo que tenía entre sus piernas, gimiendo.

Una de sus manos bajó hasta sus testículos, que apretó suavemente y acarició mientras seguía con las atenciones en su pene. Se separó un poco de él para alzar la cabeza y así ofrecerle sus labios.

Sin tardar un segundo, él la besó apasionadamente. Llevó una de sus manos a su sexo y apretó los dientes al notar lo húmeda que estaba. Aquello lo excitó de tal manera que, sin poder evitarlo, embistió contra la mano de Andrea, quien seguía masturbándolo.

Acarició con el pulgar su hinchado clítoris antes de delinear su entrada con las yemas de los dedos, ganándose un grito de placer por su parte.

—¡Scott! —Apretó su cuerpo contra el de él.

—Estás ardiendo, Andrea. Ardes —susurró contra sus labios.

—Es por ti. Sólo por ti. —Rodeó sus caderas con una de sus piernas, dándole más libertad para que pudiese seguir acariciándola.

Dos dedos la penetraron, seguidos de su pulgar presionando su clítoris. Gritó nuevamente y se frotó contra su mano.

—Estoy cansado de juegos, Andrea. Luego te lameré y te haré llegar al orgasmo con mis manos y mi lengua. Pero ahora estoy al límite y no puedo esperar más.

Aquellas palabras llegaron hasta el mismo centro de su deseo. Mordiéndose el labio con fuerza, le dio un último y buen movimiento a su gran pene antes de soltarlo y arquease, ofreciéndose a él completamente abierta y dejándole así ver su sexo.

Tragó saliva y maldijo entre dientes, intentando controlar las inmensas ganas que tenía de postrarse de rodillas y lamerla.

Pero no aguantaría, y no quería que aquello acabase así.

Abrió la mampara de la ducha y cogió el condón. Andrea se lo quitó de las manos con una sonrisa pícara, con las pupilas dilatas de placer y los pezones erectos y húmedos. Lo desenvolvió con las manos, se puso de rodillas y cogió aquel gran pene que parecía estar a punto de correrse sobre sus pechos.

Le dio una larga lamida mirando a Scott, sonriendo al ver un tic en su mejilla. Le puso el preservativo y se levantó con lentitud, dejando que su pene le tocase los pechos insinuantemente.

Gimió de placer cuando él la apretó contra la pared de la ducha, le abrió las piernas lo máximo que pudo y, encajando sus caderas sobre las de ella, la penetró de un embiste.

El aire escapó de sus pulmones.

—¡Dios mío! —Clavó sus uñas en sus hombros mientras sentía cómo la abría.

Su cuerpo se iba acomodando a su miembro con lentitud, ya que, a pesar de haber estado con él más de una vez, su tamaño era demasiado grande.

Volvió a gemir con fuerza cuando Scott salió de ella y volvió a entrar con fuerza, acariciándole el clítoris con la cadera.

Puso los ojos en blanco de placer, rodeándole con una pierna las caderas mientras se movía con él, sintiendo cómo se agachaba levemente para luego levantarse para empalarla por completo.

—Oh-h… cielos. —Se mordió los labios con fuerza pero cuando no pudo más…

Dejó que los gritos de placer salieran de su boca.

Scott le cogió el rostro con sus manos y fue directo a sus labios mientras mantenía el ritmo.

Andrea le respondió al beso con todas sus ganas, apretando sus músculos vaginales a sabiendas de que aquello le provocaría más placer a él. No se equivocó y sonrió al oírlo gruñir contra sus labios.

—Más fuerte, por favor. Más…

La velocidad de sus embistes aumentaron y el placer también cuando Scott consiguió llegar a sus pechos, metiéndose en la boca un pezón mientras la agarraba de la cintura con la otra mano.

Y así, sin poder controlarse lo más mínimo y tocando con la punta de los dedos el mismo clímax, se dejó llevar con un grito que inconscientemente la llevó lejos de allí para transportarla a un lugar que provocó el mayor placer sexual que nunca antes había conseguido.

Dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas al llegar al clímax de aquella manera, jadeando, cansada y con una enorme sonrisa en el rostro, satisfecha y totalmente enamorada de Scott McCain. Lo abrazó con fuerza y gimió con suavidad al sentirlo llegar al orgasmo fuertemente, ayudándolo al bajar una mano y al acariciar sus tensos testículos.

Aguantó el peso de Scott cuando éste se vio demasiado entumecido como para sostenerse sobre sus pies. Andrea le acarició la nuca y los brazos, besándole en el hombro y abrazándolo con fuerza mientras el agua caía sobre sus pieles desnudas.

Cuando levantó el rostro, se sonrojó ante su atenta mirada.

—Lo encontré —dijo roncamente, abrazándola con fuerza.

Ella le correspondió con firmeza, con las emociones a flor de piel.

—¿El qué?

Cogiendo jabón para enjabonarla, sonrió.

—Tu punto G.

* * *

Andrea se encontraba preparando una enorme tortilla de patatas mientras Scott hablaba por teléfono de forma seria desde hacía apenas unos segundos. Antes, se había encontrado a su lado cortando el pan o detrás de ella, abrazándola por la cintura mientras le pellizcaba el trasero o intentaba meterle mano de alguna otra manera. Ella había reaccionado sonriendo y respondiéndole con ansias.

Intentó oír lo que decía, pero hablaba tan bajo que apenas percibía tres palabras que, juntas, formaban algo incoherente.

Cuando terminó y fue hacia la cocina, su rostro mostraba una mueca seria. Siguió preparando con ella la comida pero no dijo nada.

Se preguntó qué pasaría, pero, si Scott no le contaba nada, y además no tenían nada serio, prefirió callarse.

Comieron en silencio y algo incómodos. Intentó sacarle valor y preguntarle directamente qué le sucedía, quién lo había llamado y qué le habían dicho para que estuviese tan amargado.

Su perrita fue hacia ellos pidiendo comida a gemidos y, aunque se la ganó, hasta Blanca fue consciente de que pasaba algo.

Recogió los platos con su ayuda y, cuando no pudo más, se giró tras haber metido los platos en el lavavajillas.

—Vale, ya está bien. ¿Quieres decirme qué pasa? No quiero que terminemos la noche enfadados.

Scott clavó sus ojos en ella.

—Nada, no era nada. Lo solucionaré mañana a primera hora de la mañana.

Nuevamente, como hacía ocho años, la invadió aquella sensación de desconocimiento total. No, no pensaba dejar que Scott la dejara otra vez fuera de aquello.

—Ah, no. Dime que pasa y ya. Estamos juntos, Scott. Quizá no… oficialmente, pero, si hemos follado como conejos durante varios días, me merezco saber qué sucede.

Algo brilló en sus ojos, tal vez ira.

—¿No era sólo sexo? ¿No dijiste sexo sin compromiso? ¿Cuándo ha cambiado?

Andrea palideció.

Scott maldijo y se pasó una mano por la cara nada más pronunciar aquellas palabras, y Andrea supo que se arrepentía de haberlas dicho. Pero le había dolido. A pesar de tener razón, pensaba que todo aquello había ido más allá de eso.

Apretó los labios con fuerza, intentando así no derrumbarse delante de él.

—Vale, está bien. Volvamos a como estábamos antes, al principio del trato. Genial.

Intentó acercarse, pero ella se alejó con rapidez.

—Andrea…

—No, me importa una mierda lo que te pase. Vete de mi casa, ya hemos follado y mañana trabajo. Quiero madrugar. Al contrario que tú, yo no estoy de vacaciones —dijo mordazmente.

—Andrea, sabes que… —Estiró la mano para cogerla.

—No, no sé nada. Y ése es el problema. Siempre ha sido ése el problema. Te lo guardas todo para ti y después esperas que esté con los brazos abiertos, sin importarme nada. —Le golpeó con el dedo en el pecho una vez—. Exiges pero no das nada a cambio, Scott. Nada. Y si crees que con hacerme correrme como una loca es suficiente, estás equivocado. —Parpadeó varias veces—. Vete, no quiero verte más por hoy.

Scott intentó abrazarla, pero ella se resistió, empujándolo por el pecho. A pesar de ello, la fuerza y el tamaño de él era superior a los de ella, por lo que la apretó contra sí y olió su cabello, odiándose por haber dicho aquellas palabras.

—Lo siento —susurró roncamente.

—Eso ya no importa. Vete.

Besándole la frente y buscándole la mirada inútilmente, se fue y cerró la puerta con suavidad.

Notó rápidamente el frío de su ausencia, la casa demasiado enorme y los labios hinchados por los besos.

Aguantando las lágrimas, cogió a su perrita y se fue al salón. Se tumbó en el sofá con ella a un lado y encendió la televisión, dispuesta a olvidarse de lo que había sucedido. Cambiaba de canal con rapidez, sin encontrar nada que le gustase de verdad.

Cuando vio que estaban pasando la película Invicto 3, sonrió con tristeza. Al menos vería una de sus películas favoritas, en la que aparecía su actor favorito, Scott Adkins. Pero lo que habría deseado en aquel momento habría sido disfrutarla con Scott a su lado, abrazándola y haciéndole cosquillas con suavidad en la espalda.

Blanca le lamió la mano, demandando atención.

—Ahora te toca a ti, ¿no es así? —Le acarició el lomo—. Todo el mundo necesita mimos.

En ese momento salió su actor y otro muy guapo a su lado, quien sin duda era Mykel Jenkins. La perra ladró en ese instante.

—Lo sé, lo sé. Te gusta. ¿A quién no? —Miró la hora y bufó—. Es demasiado tarde para llamar a Tay y decirle que están dando la película, así que estaremos solas tú y yo. —Volvió a ladrar y, de inmediato, sin que supiese explicar el por qué, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Maldito Scott y maldito su jodido defecto de guardarlo todo para él.

* * *

Los dos días siguientes fueron como una tortura para Andrea. Se comportaba como si fuese un robot, realizando su trabajo y las tareas diarias pero sin estar realmente allí. No había hablado con Scott, ni siquiera le había cogido las llamadas. Le agradeció internamente que no hubiese ido a su casa, ya que no hubiese tenido la fuerza suficiente como para rechazarlo.

Y se negaba a volver a comportarse como una estúpida.

Ni Tay ni Irina habían intentado sonsacarle información. Quizá porque era demasiado obvio o porque su cara mostraba las malas pulgas que tenía en cada momento del día. Su perrita era la única que no huía de ella a pesar de su mal genio. Ladraba, saltaba a su alrededor y no se quedaba tranquila hasta estar en sus brazos.

Era por la tarde cuando oyó el timbre.

Levantándose del sofá donde había estado revisando una entrevista realizada por Blue a un escritor irlandés, se quitó las gafas de leer y abrió con cara de pocos amigos.

Era Taylor. Llevaba el pelo liso suelto y unos vaqueros cortos con cadenas, así como una camiseta con un cráneo que vestía un sombrero de copa, donde se leía «¿Qué miras?».

Tay bufó y entró.

—Te prometo que cuando has abierto he tenido que mirarte dos veces para no confundirte con mi tía abuela Anne.

Andrea sonrió.

—No tienes ninguna tía abuela que se llame Anne.

—Cierto, pero te he hecho sonreír y me siento honrada.

Andrea la abrazó con fuerza.

—Gracias.

—De nada. —Le palmeó la espalda—. No te lo he preguntado, pero supuse que tenías problemas en el paraíso con el señor c-c.

Cerró la puerta y fueron a la cocina, donde Taylor cogió zumo de mandarina del frigorífico.

Se apoyó contra el marco de la puerta de la cocina.

—¿Señor c-c? —Frunció el ceño.

—Ajá. —Dio un sorbo al zumo—. Señor calienta-coños.

Andrea bufó.

—Dijiste que no volverías a llamarlo así.

—Mentira, yo no he dicho nada de eso. —Fueron al salón, donde Andrea volvió a coger la entrevista mientras Tay se sentaba en el sillón, cogiendo a Blanca y colocándola en su regazo.

Se encogió de hombros, decidida a no añadir a otra persona en su lista negra, en la cual el primer nombre lo ocupaba Scott. Con tinta imborrable.

—¿Quieres hablar de ello?

—Si te refieres al señor c-c, no —repuso sonriendo con tristeza—. Pero, para que te hagas una imagen de lo que ha sucedido, te diré que ha sido más o menos lo mismo de la otra vez.

Tay se mordió el labio inferior.

—Está bien. No habrá sido abandono puesto que lo he visto hoy comprando en el supermercado que está cerca de mi casa. —Andrea intentó controlar el impulso que la dominó de saber cómo estaba él—. Así que supongo que te habrá ocultado algo. Otra vez.

Asintió lentamente, haciendo como si estuviese leyendo la entrevista.

—Sí, más o menos todo se resume en eso.

Tay bufó.

—En todo esto, tú tienes parte de culpa, cielo.

Levantó la mirada, enfadada.

—¿Se puede saber qué he hecho yo?

—Enamorarte de nuevo de Scott. Eso has hecho. Desde el primer momento he sabido que ibas a enamorarte de él. —Dejó el zumo en la pequeña mesa, completamente vacío—. No has podido dejar los sentimientos a un lado.

Andrea bufó.

—En eso te equivocas. —Puso la revista en la mesa y, quitándose las gafas, la miró—. Yo siempre he estado enamorada de Scott. He intentado ocultarlo, ser como tú y acostarme con él sin sentir nada más, pero me ha sido imposible. Él tiene algo que… —Suspiró.

—Sabes lo que va a pasar, ¿verdad?

—Sí. Cuando se vaya volverá a dolerme. Igual que la primera vez. Sentiré como si me hubiesen arrancado el corazón del pecho y luego lo hubiesen tirado al suelo para darle un pisotón.

Tay hizo un mohín.

—Uf. Eso sonó masoquista.

Se encogió de hombros, recordando la fiereza de aquellos ojos oscuros cuando le había preguntado qué pasaba, tras la cena. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Me atiborraría de helado como en El diario de Bridget Jones, pero paso de engordar cinco kilos en media hora.

—Exagerada.

—Realista —replicó—. Además, si no has venido a apoyarme, ¿para qué lo has hecho?

—Pues… —Frunció el ceño—. Venía a animarte, ¿no lo estoy consiguiendo?

Negó con la cabeza y sonrió al ver la mueca de tristeza en su rostro.

—No.

Su amiga suspiró.

—De acuerdo, voy a olvidar durante unos segundos mi odio irracional hacia los hombres, mayoritariamente, y a encarar el problema desde tu punto de vista. —Se mordió el labio inferior y pegó las piernas al pecho—. Yo iría a hablar con él, le obligaría a contarme la verdad y luego, dependiendo de cómo me sintiese, me despediría de él para siempre o me lo f…

—Vale, vale. Entendido. Voy a pensar. Dame unos segundos. —Cerró los ojos durante unos minutos, oyendo los ruidos exteriores y los de su perra, señal de que estaba siendo acariciaba en la barriga por Taylor.

Taylor se aclaró la voz.

—Eh… ¿Has pensado ya?

—No —dijo sin abrir los ojos.

—Mira, Andrea. Te quiero y eres mi mejor amiga. —Ahora es cuando vendría el insulto, pensó con una sonrisa—. Pero eres una cobarde. Todos estos años te has estado escondiendo bajo esa fachada de chica dolida que nadie se ha creído, ni siquiera tú. Sé que lo que te hizo Scott fue una mierda, pero tienes dos caminos por elegir: o enfrentarte a él y así tener un futuro junto a ese marine sexi o huir. Como hiciste hace ocho años.

Andrea abrió los ojos.

—¡Yo no hui!

—Ah, ¿no? ¿Entonces por qué te fuiste el año siguiente de la marcha de Scott? ¿Sabías que él regresó? —No dijo nada—. Y no le has preguntado el por qué. Ya no sólo es el hecho de que él no te lo cuente, Andrea. También estás tú. No quieres saberlo. No todo, al menos.

Andrea cogió un cojín y se lo tiró a la cara.

Taylor lo atrapó con una sonrisa victoriosa.

—No ayudas. No ayudas en nada —gruñó.

—No, lo que no hago es decirte lo que quieres oír. Ya eres adulta, Andrea. Afronta los hechos.

Bufó por lo bajo mientras le daba la espalda, tumbada.

—Si no lo hubiese visto otra vez en el bar…

—Pero lo has visto y eso quiere decir algo —la interrumpió. Luego resopló, como si no pudiese aguantarlo más—. ¿Quieres dejar de hacerte la maldita víctima?

Andrea se levantó de un salto del sofá.

—¡Yo no me hago al víctima! —gritó.

—¡Pues entonces deja de autocompadecerte de ti misma y ve a casa de Scott!

Se quedaron en silencio un rato, luego Andrea sonrió.

—Vaya, sí que has visto el problema desde mi punto de vista.

Taylor se sonrojó. Su amiga no era tan insensible a los hombres como quería hacer ver. Y lo sabía.

—Sólo quería ayudarte.

Fue hacia ella y la abrazó.

—Lo sé, y gracias. Veré qué puedo hacer.

Antes de separase, la oyó decir:

—Eso sí, llévate un par de condones. No quiero ser tía todavía, ¿te enteras?

Riéndose, le revolvió el pelo mientras oía cómo se quejaba.