Bajamos muy juntos por las escaleras hasta llegar al sótano. La pálida luz de la calle entraba por la trampilla. Al otro lado del sótano oí el mismo goteo de agua de la otra vez. Las grandes cajas de cartón estaban donde Chuck y yo las habíamos dejado. Tres o cuatro seguían abiertas.

—Bueno, aquí estamos —murmuró Carly Beth. Su voz resonaba en las paredes del sótano y parecía muy hueca. Barrió la habitación con la vista y luego me miró—. ¿Y ahora qué?

Me encogí de hombros.

—¿Buscamos en las cajas?

Me acerqué a la más cercana y eché un vistazo.

—Aquí están las máscaras —dije. Cogí una de monstruo cubierta de pelo hirsuto.

—¡Aj! —exclamó Carly Beth—. Déjala. No necesitamos otra máscara.

La dejé caer en la caja y aterrizó con un suave plop.

—No sé qué es lo que necesitamos —dije—, pero a lo mejor podemos encontrar algo…

—¡Mira! —exclamó Carly Beth. Acababa de abrir otra caja y había cogido una especie de mono que tenía una cola de caballo a la espalda.

—¿Qué es eso? —pregunté. Me acerqué a ella, rodeando dos cajas de cartón.

—Un disfraz. —Carly Beth se inclinó para sacar otro. Eran unas mallas peludas cubiertas de manchas de leopardo—. Esto está lleno de disfraces.

—¿Y eso de qué me sirve? —Suspiré—. Nada me puede servir.

Carly Beth no pareció oírme. Volvió a sacar otro disfraz de la caja. Era un traje negro reluciente, parecido a un esmoquin. Al mirarlo, sentí un hormigueo en la cara.

—Déjalo —dije tristemente—. Tenemos que encontrar…

—¡Aj! —exclamó Carly Beth—. ¡Está lleno de arañas!

—¿Eh? —El hormigueo de la cara se fue haciendo cada vez más intenso. Tenía un zumbido en las orejas. El hormigueo se convirtió en picor.

—¡Seguro que es el disfraz que va con tu máscara! —Carly Beth me lo acercó—. ¿Lo ves? ¡Arañas y más arañas!

Me rasqué las mejillas.

El picor era tan fuerte que me producía dolor. Me rasqué todavía más.

—¡Apártalo! ¡Me dan picores! —grité.

Carly Beth no me hizo ni caso. Sostenía el traje negro delante de mí, por debajo de mi cara. Me ardían las mejillas.

—¿Lo ves? Tú tienes la cabeza, y éste es el traje que va con ella.

—¡Apártalo! —chillé—. ¡Me arde la cara! ¡Ah!

Me abofeteé frenético las mejillas, la frente, la barbilla.

—¡Aaaay! —grité—, ¡Me siento muy raro! ¿Qué me está pasando?