Lancé un amargo gemido.
—Carly Beth… ¡Soy yo! ¡Soy yo, Steve! —grité—. ¡Steve Roswell!
¿Me habría oído? Sí.
Sabrina y ella ya habían llegado al camino de piedra que llevaba al porche iluminado. Bajo la luz amarilla, vi que las dos se volvían.
—¡Soy Steve! ¡Steve! —repetí, gritando tan desesperadamente que me hice pol vo la garganta.
Ellas se acercaron despacio, con cautela.
—¿Steve? —Carly Beth se me quedó mirando fijamente, con la boca abierta.
—¿Es una máscara? —preguntó Sabrina.
—Sí, es una máscara —dije con voz rota.
—¡Aj! ¡Es repugnante! —dijo Sabrina con cara de asco, quitándose la máscara plateada para verme mejor—. ¿Eso son arañas? ¡Aj!
—Necesito ayuda. Esta máscara…
—¡Fuiste a la tienda de disfraces! —exclamó Carly Beth, llevándose las dos manos a la cara. La máscara de pato se cayó al suelo—. ¡Oh, no! ¡No! ¡Steve, te lo advertí!
—Sí. La máscara es de la tienda —dije, señalando mi espantosa cara—. No te hice caso. No sabía…
—Steve, te dije que no fueras. —Carly Beth seguía mirándome con expresión de horror, sin soltarse las mejillas.
—Ahora no puedo quitármela —gemí yo—. La tengo pegada. Es parte de mí. Y… y me está convirtiendo en un viejo, en un viejo muy débil.
Carly Beth movió la cabeza tristemente pero no dijo nada.
—Tienes que ayudarme —supliqué—. Tienes que ayudarme a quitarme la máscara.
Carly Beth suspiró asustada.
—Steve… no creo que pueda.