… Me desperté de verdad. Y entonces me di cuenta de que había soñado que todo era un sueño. Me cogí la cara y noté las arrugas, las ronchas. Me froté la nariz y toqué los mocos verdes que tenía pegados.

Había soñado que la máscara no existía. Había soñado que tenía otra vez mi propia cara, mi propia voz y mi propio cuerpo. Todo había sido un sueño, un sueño maravilloso. Pero ahora estaba despierto…

Me levanté y me aparté las greñas de los ojos.

«Tengo que contárselo a papá y mamá. No puedo pasar otro día así.»

Había dormido vestido. Me levanté tambaleante y arrastré mi viejo cuerpo hasta la puerta. La abrí de golpe y vi una nota pegada al otro lado.

Querido Steve:

Espero que te encuentres mejor. Mamá y yo teníamos que ir esta mañana a ver a tu tía Helen. Hemos salido temprano para no pillar caravana. Llegaremos a tiempo para ayudarte a poner el disfraz de vagabundo. Besos,

Papá

¿Mi disfraz de vagabundo? No, este año no. Además, ahora tenía por lo menos doscientos años y era demasiado viejo para ir por ahí dando sustos.

Arrugué la nota y recorrí el largo trayecto hasta la cocina, agarrado a la barandilla y bajando los escalones de uno en uno. De pronto tenía muchísimas ganas de tomar un plato de avena y una taza de leche caliente.

—¡Oh, no! —exclamé. ¡Estaba empezando a pensar como un viejo!

Me preparé un desayuno a base de zumo de naranja y cereales. Me lo llevé a la mesa y me senté a comer. Era muy raro notar el vaso de zumo en mis labios gordos y marrones y me resultaba casi imposible masticar los cereales con un solo diente, y además podrido.

—¿Qué voy a hacer? —gemí en voz alta.

Y de pronto se me ocurrió una idea: seguir adelante con mi plan de aterrorizar a los de primero. ¿Por qué no iba a vengarme de esos pequeñajos por todo lo que me habían hecho día tras día?

«Ya lo creo —pensé—. Cuando papá y mamá lleguen a casa saldré a saludarles y les enseñaré mi disfraz de viejo. No se darán cuenta de que no es un disfraz. Les parecerá genial. Después iré a esa siniestra mansión Carpenter para encontrarme con los críos. ¡Y les daré un susto de muerte!

Y luego, ¿qué?

«Luego iré a buscar a Carly Beth. No será difícil dar con ella. Va a celebrar una fiesta de Halloween en su casa. Cuando la encuentre le diré que me cuente el secreto y así conseguiré quitarme esta espantosa máscara. Y entonces seré el hombre más feliz de la tierra.

Allí a solas, en la cocina, mientras intentaba tragarme los cereales, me parecía un plan estupendo.

Lástima que el plan no funcionase como yo pensaba.