Me quedé dormido en la silla. No sé cuánto tiempo. Me despertaron unos golpes en la puerta.

—¡Steve, a cenar! —gritó mi padre.

Me incorporé sobresaltado. Me dolía la espalda de dormir hecho un cuatro. Tenía el cuello muy rígido y me lo froté con las manos.

—Steve, ¿vas a bajar a cenar? —me preguntó mi padre.

—No… no tengo mucha hambre —contesté—. Me voy a acostar, papá. Creo que me he puesto enfermo.

—Oye, no vayas a ponerte malo la noche antes de Halloween. Te vas a perder la fiesta.

—Me… me pondré bien —dije con voz ronca y apagada—. Si duermo un poco me pondré bien.

«Sí, seguro. Tendré doscientos años, pero me pondré bien.»

Lancé un triste suspiro.

—Luego te traeremos una sopa —dijo mi padre, antes de desaparecer escaleras abajo.

Miré el teléfono, pensando en llamar otra vez a Carly Beth. «No —decidí—. No se creerá que soy yo. Me colgará como hizo su padre.»

Me rasqué las orejas. Notaba las arañas reptando por ellas. Me toqué el agujero de la frente donde estaba la piel rasgada. La piel era suave y cálida. Noté el cráneo duro que asomaba por el hueco.

—Aaaah. —Otro suspiro.

«Tengo que pensar —me dije—. Tengo que dar con la forma de salir de ésta.» Pero me sentía tan débil, tan soñoliento… Me levanté y caí desplomado en la cama. Unos segundos después estaba totalmente dormido.

Me desperté con un sol brillante que entraba por la ventana. Parpadeé varias veces, sorprendido por la luz. Era por la mañana, la mañana de Halloween. Un día siempre feliz, siempre emocionante. Pero…

Me toqué la cara con las manos.

¡Estaba tersa! Tenía las mejillas tersas y suaves. Me froté las orejas. Unas orejas pequeñas. Mis orejas. ¡Sin arañas! Me llevé las manos al pelo… ¡Y toqué mi pelo, no las greñas del viejo! Luego, vacilante, con mucho cuidado, me toqué la parte de la frente por donde asomaba el cráneo. ¡No estaba!

—¡Soy yo otra vez! —grité en voz alta. Lancé un alarido de júbilo.

No estaba la máscara del viejo, ni la voz del viejo ni el cuerpo del viejo. Todo había sido un sueño, una espantosa pesadilla. Parpadeando todavía por la luz, miré contentísimo en torno a la habitación.

—¡Lo he soñado todo! —exclamé.

La bajada al oscuro sótano, el registro de las cajas, el hombre de la capa, la máscara del viejo… La máscara pegada a mi piel, imposible de quitar…

Todo había sido un sueño, una horrible pesadilla que ya se había acabado. ¡Estaba tan contento! Era el momento más feliz de mi vida. Quise levantarme de un brinco de la cama y ponerme a saltar y a bailar de alegría por toda la habitación.

Pero entonces abrí los ojos… Y me desperté de verdad.