Quise llamar a las chicas, pero Chuck me tapó la boca con la mano y me arrastró detrás de un árbol.
—¡Oye, quítame las zarpas de encima! —le pedí cuando por fin me dejó hablar—. ¿Se puede saber qué pasa?
Chuck me aplastó contra la áspera corteza del árbol.
—Sssh. No nos han visto. —Señaló con los ojos a las chicas.
—¿Y qué?
—Pues que podemos acercarnos y darles un susto —susurró Chuck con malicia. Los ojos le ardían de emoción—. Ya verás qué grito pega Carly Beth.
—¿Por los viejos tiempos?
Chuck asintió con una gran sonrisa.
Durante muchos años nuestro pasatiempo favorito había consistido en hacer gritar a Carly Beth. La verdad es que ella se pasaba la vida gritando. Gritaba por cualquier cosa.
Un día que estábamos almorzando, Chuck metió un gusano en su bocata y luego le pasó el bocadillo a Carly Beth. Ella dio un mordisco y notó un sabor un poco raro. Cuando Chuck le enseñó el trozo de gusano que se había comido, Carly Beth se pasó una semana chillando.
Chuck y yo hacíamos apuestas a ver quién asustaba más a Carly Beth y quién la hacía gritar. Quizás era un poco cruel, pero resultaba muy gracioso. A veces, cuando sabes que alguien es muy asustadizo, no puedes aguantarte las ganas de asustarle siempre que puedes.
En fin, el caso es que las cosas cambiaron el pasado Halloween. Chuck y yo nos pegamos un susto de muerte. Carly Beth llevaba la máscara más espeluznante que había visto en mi vida. Era como una cara viva, una cara espantosa… Nos miraba con ojos malvados y encendidos, y su boca nos sonreía en una mueca con labios de verdad. La piel relucía de un color verde asqueroso. Y Carly Beth, que normalmente tiene una voz muy suave, lanzó un terrible rugido animal.
Chuck y yo salimos corriendo como si nos persiguiera el diablo. De verdad. Estábamos aterrorizados. Corrimos un montón de manzanas sin dejar de gritar. Fue la peor noche de mi vida.
A partir de entonces todo cambió.
Ya había pasado casi un año y no habíamos intentado asustar a Carly Beth ni una sola vez. A mí me parece que a Carly Beth ya no hay quien la asuste. Después del último Halloween, no creo que nada le dé miedo. No la he oído gritar en todo el año.
Por eso ahora tampoco tenía ganas de darle un susto. Quería hablar con ella de aquella máscara tan espantosa, pero Chuck seguía empujándome contra el árbol.
—Venga, Steve —susurró—. No nos han visto. Nos agachamos detrás del seto y echamos a correr para adelantarlas. Luego, cuando pasen, salimos de un salto y las cogemos.
—Yo no… —comencé. Pero vi que a Chuck se le había metido en la cabeza asustar a Carly Beth y Sabrina, así que le seguí la corriente.
Había empezado a llover un poco. El viento me arrojaba las gotas de lluvia a la cara. Corrí agachado a lo largo del seto, detrás de Chuck. Adelantamos a las chicas. Oí la risa de Sabrina a mis espaldas. Carly Beth dijo algo y Sabrina volvió a reírse.
Me detuve para echar un vistazo a través del seto, preguntándome de qué estarían hablando. Carly Beth tenía una expresión muy curiosa. Miraba fijamente al frente y se movía con mucha rigidez. Llevaba el cuello de la chaqueta azul subido en torno a la cara.
Volví a agacharme cuando las chicas se acercaron. Chuck y yo estábamos en el gran jardín delantero de la vieja mansión Carpenter. Sentí un escalofrío al mirar las malas hierbas y la tenebrosa casa sumida en la más negra oscuridad. Todo el mundo decía que la casa estaba encantada con los fantasmas de gente que había sido asesinada allí hacía cien años.
Yo no creo en fantasmas, pero tampoco me gustaba estar tan cerca de la siniestra mansión Carpenter, así que tiré de Chuck hasta que nos metimos en el solar vacío de al lado. La lluvia martilleaba en el suelo. Me enjugué el agua de las cejas.
Carly Beth y Sabrina estaban a pocos metros. Sabrina hablaba muy excitada, pero no entendí ni una palabra. Chuck se volvió hacia mí con una sonrisa maliciosa.
—¿Listo?—preguntó—. ¡Vamos!
Nos levantamos de un brinco, gritando como locos.
Sabrina se quedó sin aliento del susto, echó los brazos por alto y abrió tanto la boca que parecía que se iba a tragar el mundo. Carly Beth se me quedó mirando. Luego ladeó la cabeza contra el cuello azul… hasta que se le cayó y salió rodando.
¡Se le había caído la cabeza de los hombros!
Sabrina bajó la vista y se quedó mirando fijamente la cabeza de Carly Beth, sin dar crédito a sus ojos. Entonces se puso a manotear como una loca y a gritar espantada, sin parar.