A la mañana siguiente me sorprendió ver a Elliot entrar en la primera hora de Educación Física justo cuando sonaba el timbre. Llevaba pantalones cortos de baloncesto y una sudadera Nike blanca. Sus zapatillas altas parecían nuevas y caras. Después de entregarle un papel a la señorita Sully, me vio, me saludó con la mano y se acercó a las gradas donde yo estaba.
—Me estaba preguntando cuándo volveríamos a cruzarnos —dijo—. La dirección ha reparado en que no he cursado Educación Física en los últimos dos años. En los colegios privados no es obligatorio. Están debatiendo cómo harán encajar cuatro años válidos de Educación Física en los dos próximos. Así que aquí estoy. Tengo Educación Física en la primera y en la cuarta hora.
—Nunca supe por qué te trasladaron aquí —dije.
—Perdí la beca y mis padres no podían pagar la matrícula.
La señorita Sully hizo sonar su silbato.
—Entiendo que ese silbato significa algo, ¿no? —dijo Elliot.
—Diez vueltas alrededor de la pista —dije poniéndome de pie en la grada—. ¿Eres un atleta?
Elliot se levantó de un salto y se puso a dar rápidos pasos de púgil. Lanzó al aire algunos ganchos y golpes rápidos. Concluyó con un gancho que se detuvo a centímetros de mi barbilla.
—¿Un atleta? —Sonrió—. Hasta el tuétano.
—Te lo vas a pasar en grande con la señorita Sully.
Trotamos juntos las diez primeras vueltas, luego salimos afuera, donde todo estaba teñido de una niebla fantasmal que parecía querer obstruir mis pulmones, ahogándome. El cielo dejó filtrar unas pocas gotas, amenazando con desatar una tormenta sobre la ciudad de Coldwater. Me volví hacia las puertas del edificio, pero sabía que era inútil: la señorita Sully era una entusiasta.
—Necesito dos capitanes para el partido de béisbol —voceó—. Venga, a ver si espabiláis. ¡Quiero ver esas manos en el aire! Si no hay voluntarios formaré yo misma los equipos, y no suelo ser justa.
Elliot levantó la mano.
—Muy bien —dijo la profesora—. Aquí, junto a la meta. Y qué tal… Marcie Millar como capitán del equipo rojo.
Marcie miró a Elliot.
—Venga.
—Adelante, Elliot, elige tú primero —dijo la señorita Sully.
Rascándose la barbilla, Elliot observó detenidamente a la clase, como si con sólo mirarnos pudiera evaluar nuestras habilidades para batear y parar la bola.
—Nora —escogió.
Marcie echó la cabeza atrás y rio.
—Gracias —dijo a Elliot, dirigiéndole la típica sonrisa desarmante que, por razones que no alcanzo a comprender, idiotiza al sexo opuesto.
—¿Por qué? —preguntó Elliot.
—Por regalarnos el partido. —Marcie me señaló con el dedo—. Hay cien razones por las que yo soy animadora y Nora no. La coordinación es la primera de ellas.
La miré con ojos entornados, luego fui hacia Elliot y me puse a su lado, tapándome la cabeza con un suéter azul.
—Nora y yo somos amigos —dijo Elliot a Marcie serenamente, casi con frialdad. Era una exageración, pero no iba a corregirlo.
Marcie lo recibió como un cubo de agua helada, y yo lo disfruté.
—Eso es porque no has conocido a nadie mejor. Como yo. —Marcie se enroscó un mechón de pelo en un dedo—. Marcie Millar. Pronto oirás hablar de mí. —O tenía un tic en el ojo, o le lanzó un guiño.
Elliot no respondió, y mi valoración respecto de él aumentó unos puntos. Un hombre inferior habría caído de rodillas e implorado por la mínima atención que Marcie estuviera dispuesta a concederle.
—¿Vamos a quedarnos aquí toda la mañana esperando a que llueva o nos ponemos a trabajar? —terció la señorita Sully.
Una vez formados los dos equipos, Elliot llevó a los nuestros a la caseta de jugadores y decidió el orden de bateo. Me entregó un bate y me colocó un casco.
—Tú serás la primera, Grey. Todo lo que necesitamos es un sencillo.
Mientras practicaba mi swing, a punto de darle a Elliot con el bate, dije:
—Pero yo tengo ganas de una carrera.
—También marcaremos un jonrón. —Me envió al home—. Ve a ocupar tu posición y practica tu swing.
Me puse el bate al hombro, pensando que quizá debería haber prestado más atención durante las Series Mundiales. Vale, quizá debería haberlas visto. Mi casco se deslizó hasta taparme la vista y yo lo levanté tratando de divisar el campo interior, perdido entre macabras volutas de niebla.
Marcie Millar ocupaba su lugar en el montículo del lanzador. Sostenía la bola delante de su rostro y advertí que me enseñaba el dedo corazón levantado. Me dirigió otra sonrisa de las suyas y me lanzó la bola.
La cogí de refilón, enviándola a la zona de tierra, fuera de la línea de foul.
—¡Strike uno! —gritó la profesora desde su posición entre la primera y la segunda base.
—¡Llevaba demasiado efecto, lánzale una limpia! —gritó Elliot desde la caseta. Tardé en darme cuenta de que le hablaba a Marcie y no a mí.
Marcie volvió a lanzar y la bola trazó un arco bajo el cielo sombrío. Intenté golpearla, pero esta vez fallé por completo.
—¡Strike dos! —anunció Anthony Amowitz detrás de su máscara de receptor.
Lo miré con dureza.
Me aparté de la base del bateador y practiqué mi swing repetidas veces. Casi no vi que Elliot se acercaba por detrás. Me rodeó con los brazos y colocó sus manos sobre el bate, alineadas con las mías.
—Deja que te enseñe —me dijo al oído—. Así. ¿Lo pillas? Ahora relájate. Gira las caderas, el truco está en las caderas.
Sentía un intenso calor en el rostro mientras toda la clase nos miraba.
—Creo que ya lo tengo, gracias.
—¡Idos a un hotel! —nos gritó Marcie.
Los jugadores se rieron.
—Si tuvieras un lanzamiento decente ella golpearía la bola —le respondió Elliot.
—Yo sé lanzar.
—Y ella sabe batear. —Y me susurró—: Pierde el contacto visual en el instante que arroje la bola. Sus lanzamientos no son limpios, así que tendrás que esforzarte para alcanzarlos.
—¡Venga, estáis retrasando el juego! —nos gritó la señorita Sully.
Fue entonces cuando algo en el aparcamiento, más allá de la caseta de jugadores, me llamó la atención. Me pareció oír mi nombre. Me di la vuelta, aunque sabía que nadie me había llamado en voz alta. Mi nombre había sido susurrado en mi mente.
«Nora».
Patch llevaba una gorra de béisbol azul. Estaba apoyado contra la valla con los dedos en el tejido de alambre. No llevaba ningún abrigo, a pesar del tiempo. Iba todo de negro. Me miraba con ojos opacos e inaccesibles, pero sospeché que detrás de ellos ocurrían muchas cosas.
Otra sarta de palabras invadió mi mente.
«¿Aprendiendo a batear? Bonito detalle».
Respiré con calma y me dije que aquellas palabras sólo estaban en mi imaginación. La otra posibilidad era que Patch tuviera el poder de conducir pensamientos al interior de mi mente, lo cual era imposible. Simplemente no podía ser. A menos que yo sufriera un trastorno delirante. Eso me asustó más que la idea de que él hubiese transgredido los métodos de la comunicación normal y pudiese, a voluntad, hablarme sin siquiera abrir la boca.
—¡Grey! ¡Concéntrate en el juego!
Pestañeé, reaccionando justo a tiempo para ver la bola viniendo hacia mí. Fui a batear, pero entonces oí otro goteo de palabras.
«No… aún no».
Me refrené, esperando que la bola me llegara. A medida que descendía di un paso al frente de la base del bateador. Bateé con todas mis fuerzas.
Se oyó un crujido tremendo y el bate vibró en mis manos. La bola salió disparada hacia Marcie, que cayó sobre su trasero. Pasando entre el jugador medio y la segunda base, la bola fue a parar a los jardines.
—¡Corre! —gritó todo mi equipo desde la caseta—. ¡Corre, Nora!
Corrí.
—¡Suelta el bate! —gritaron.
Lo solté.
—¡Párate en la primera base!
No lo hice.
Nada más llegar a la esquina de la primera base, giré y eché a correr hacia la segunda. El campo izquierdo ahora tenía la bola, en posición para dejarme fuera. Agaché la cabeza, seguí corriendo y traté de recordar cómo alcanzaban la base los profesionales que jugaban en la televisión. ¿Con los pies por delante? ¿De cabeza? ¿Frenaban, caían y rodaban?
La bola salió volando hacia la segunda base, una cosa blanca que giraba en algún punto de mi visión periférica. Un excitado cántico religioso trajo a mis oídos la palabra «¡Tírate!», pero yo seguía sin saber con qué debía alcanzar la tierra primero, si con los pies o con las manos.
El jugador de la segunda base cogió la bola en el aire. Me zambullí de cabeza, con los brazos extendidos. El guante salió de la nada, abatiéndose en picado sobre mí. Me dio en la cara con su fuerte olor a cuero. Mi cuerpo se desarmó en la tierra, un montón de polvo y arena disolviéndose bajo mi lengua.
—¡Eliminada! —gritó la señorita Sully.
Caí de lado y me palpé el cuerpo en busca de heridas. Tenía una sensación de ardor en las piernas, una extraña mezcla de calor y frío, y me quedaría corta si dijera que, al levantarme el chándal, tuve la impresión de que dos gatos habían caído encima de mis muslos. Llegué cojeando a la caseta de los jugadores y me desplomé sobre el banquillo.
—Una maravilla —dijo Elliot.
—¿Mi acrobacia suicida o mi pierna destrozada? —Con la rodilla contra el pecho me sacudí tanta tierra como pude.
Elliot se inclinó y me sopló la rodilla. Las costras más grandes de tierra cayeron al suelo.
Hubo un silencio incómodo.
—¿Puedes andar? —me preguntó.
Me puse de pie, demostrando que, si bien mi pierna era un desastre de rasguños y polvo, todavía podía usarla.
—Puedo llevarte a la enfermería. Coge tu mochila —dijo.
—¿Te parece? Estoy bien. —Miré hacia la valla, donde había visto a Patch por última vez, pero ya no estaba allí.
—¿Ese que estaba en la valla es tu novio? —me preguntó Elliot.
Me sorprendió que Elliot hubiese reparado en la presencia de Patch. Estaba de espaldas a la valla.
—No. Sólo un amigo. En realidad, ni siquiera eso. Es un compañero de la clase de Biología.
—Te estás sonrojando.
—Debe de ser el viento.
La voz de Patch todavía resonaba en mi cabeza. Mi corazón latía más rápido, pero, en cambio, mi sangre se enfriaba. ¿Me había hablado a través del pensamiento? ¿Había un vínculo entre nosotros que permitía que eso ocurriese? ¿O me estaba volviendo loca?
Elliot no parecía muy convencido.
—¿De verdad no hay nada entre vosotros? No quiero cortejar a una chica que no está disponible.
—Nada. —Y en cualquier caso, yo no iba a permitir que lo hubiera.
«Eso está por verse».
¿Qué había dicho Elliot?
—¿Perdona? —dije.
Él sonrió.
—El Delphic Seaport vuelve a abrir el sábado por la noche. Jules y yo estamos pensando en ir. Parece que el tiempo no será demasiado malo. ¿Tal vez Vee y tú queráis venir?
Me lo pensé. Si rehusaba una invitación de Elliot, Vee me mataría. Además, salir con Elliot parecía una buena manera de escapar a la atracción que sentía por Patch.
—Parece un buen plan —respondí.