Capítulo

30

Una puerta se abrió y se cerró. Esperaba oír pasos, pero el único sonido provenía del tictac de un reloj; un latido rítmico y constante a través del silencio.

El sonido comenzó a desvanecerse, disminuyendo poco a poco. Me preguntaba si lo oiría detenerse por completo. De repente sentí miedo de ese instante, insegura de lo que vendría después.

Un sonido mucho más vibrante eclipsó el reloj. Era un sonido relajante, etéreo, una danza melódica en el aire. «Alas —pensé—, que vienen para llevarme».

Contuve el aliento y esperé, esperé. Y entonces el reloj empezó a dar marcha atrás. En lugar de hacerse más lento, el tictac se volvió más firme. Una espiral de líquido se formó dentro de mí, en remolinos cada vez más profundos. Me sentí arrastrada hasta el presente. Me deslicé por el interior de mí misma, hasta desembarcar en un lugar oscuro y cálido.

Abrí los ojos parpadeando y reconocí los paneles de roble de un techo inclinado. Estaba en mi habitación. Me inundó una sensación de tranquilidad y entonces recordé dónde había estado. En el gimnasio con Jules.

Me estremecí.

—¿Patch? —dije con voz ronca. Intenté sentarme, y luego prorrumpí en un sollozo apagado. Algo pasaba con mi cuerpo. Me dolía cada músculo, cada hueso, cada célula. Me sentía como un cardenal gigante.

Oí movimiento cerca de la puerta. Patch se asomó. Tenía los labios apretados, pero sin su habitual mueca de sarcasmo. Sus ojos contenían una profundidad desconocida y un aire protector.

—Peleaste muy bien en el gimnasio —dijo—. Pero creo que te vendría bien seguir con las clases de boxeo.

De repente, lo recordé todo. Las lágrimas me brotaron de lo más profundo.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está Jules? ¿Cómo he llegado aquí? —Mi voz se quebró—. Me dejé caer de la viga…

—Fuiste muy valiente para hacer eso. —La voz de Patch sonaba ronca.

Entró y cerró la puerta, y yo supe que era su manera de dejar fuera todo lo malo. Estaba poniendo una línea divisoria entre todo lo que había ocurrido y yo. Se acercó y se sentó en la cama a mi lado.

—¿Qué más recuerdas?

Intenté reconstruir mis recuerdos, retrotrayéndome. Recordé el batir de alas que había oído poco después de arrojarme al vacío. Sin duda había muerto. Un ángel había venido a llevarse mi alma.

—Estoy muerta, ¿verdad? —dije suavemente, mareada de miedo—. ¿Soy un fantasma?

—Cuando saltaste, tu sacrificio mató a Jules. Técnicamente, si tú regresas, él también debería hacerlo. Pero como él no tiene alma, no dispone de nada para reanimar su cuerpo.

—¿He regresado? —dije, y rogué que no fuera una esperanza infundada.

—No acepté tu sacrificio. Lo rechacé.

Un «Oh» se posó sobre mis labios, pero no salió de mi boca.

—¿Quieres decir que renunciaste a convertirte en humano por mí?

Levantó mi mano vendada. Debajo de toda la gasa me latían los nudillos de tanto atizar a Jules. Patch me besó cada uno de los dedos, tomándose su tiempo, sin despegar sus ojos de los míos.

—¿De qué me sirve un cuerpo si no puedo tenerte?

Más lágrimas resbalaron por mis mejillas. Patch me abrazó, estrechando mi cabeza contra su pecho. Poco a poco el miedo se alejó, y supe que todo había terminado. Todo iba a estar bien.

De repente me aparté bruscamente. Si Patch había rechazado el sacrificio, entonces…

—Me has salvado la vida. Date la vuelta —le ordené con seriedad.

Patch esbozó una sonrisa astuta y obedeció. Le levanté la camiseta hasta los hombros. Su espalda era suave; los músculos, definidos. Las cicatrices habían desaparecido.

—No puedes ver mis alas —dijo—. Están hechas de materia espiritual, aunque semejen plumas.

—¿Ahora eres un ángel custodio? —Todavía estaba demasiado impresionada como para asimilarlo, pero al mismo tiempo sentía asombro… curiosidad… felicidad.

—Soy tu ángel custodio —precisó.

—¿Tengo mi propio ángel custodio? ¿Cuál es exactamente tu función?

—Custodiar tu cuerpo. —Su sonrisa se ladeó aún más—. Me tomo muy en serio mi trabajo, lo cual significa que tendré que relacionarme con tu cuerpo a un nivel personal.

Sentí mariposas en el estómago.

—¿Significa que ahora puedes sentir?

Me miró en silencio por un momento.

—No, pero significa que no estoy en la lista negra.

Abajo se oyó el ruido sordo de la puerta del garaje que se abría.

—¡Mi madre! —dije con voz ahogada. Miré el reloj en la mesilla de noche. Eran más de las dos de la madrugada—. Deben de haber abierto la carretera. ¿Cómo funciona esto de ser un ángel custodio? ¿Soy la única persona que puede verte? Quiero decir, ¿eres invisible para los demás?

Patch me miró fijamente, como si creyera que yo bromeaba.

—¿No eres invisible? —chillé—. ¡Pues vete ahora mismo!

Hice un movimiento para empujarlo fuera de la cama, pero fue interrumpido por una dolorosa punzada en las costillas.

—Si te encuentra aquí me matará. ¿Sabes trepar a los árboles? Dime que sí.

Él sonrió burlonamente.

—Sé volar.

«Ah. Vale. De acuerdo, muy bien».

—La policía y los bomberos han estado aquí —añadió—. Habrá que vaciar la habitación principal, pero lograron impedir que el fuego se expandiera. La policía regresará y hará algunas preguntas. Yo diría que ya han intentado localizarte en el móvil desde el cual llamaste al teléfono de emergencia.

—Se lo quedó Jules.

Patch asintió.

—Lo suponía. No me importa lo que le digas a la policía, pero te agradecería que me dejaras fuera de esto. —Abrió la ventana de mi habitación—. Una cosa más. Vee llegó a la comisaría justo a tiempo y los médicos del servicio de urgencias salvaron a Elliot. Está en el hospital, pero se recuperará.

Oí la puerta principal, que se cerraba. Mi madre estaba en casa.

—¿Nora? —llamó. Dejó el bolso y las llaves en la mesilla de la entrada. Sus tacones altos resonaron en el entarimado—. ¡Nora! ¡Hay una cinta de la policía delante de la puerta principal! ¿Qué ha sucedido?

Miré la ventana. Patch se había ido, pero había una pluma negra adherida en el lado exterior del cristal, fijada por la lluvia nocturna. O por la magia de un ángel.

Abajo, mi madre encendió la luz del pasillo, y un haz se coló por la rendija inferior de mi puerta. Contuve el aliento y me puse a contar, dando por supuesto que tenía tiempo antes de…

—¡Nora! —gritó ella—. ¡Qué le ha pasado a la barandilla!

Menos mal que todavía no había visto su habitación.

El cielo era de un azul claro y limpio. El sol empezaba a asomar por el horizonte. Era lunes, un nuevo día; los horrores de las últimas veinticuatro horas habían quedado atrás. Había dormido cinco horas a pierna suelta y, aparte de los dolores que sentía en todo el cuerpo por haber sido absorbida por la muerte y luego escupida, me sentía increíblemente renovada. No quería empañar el momento recordándome que la policía vendría para recabar mi versión de los hechos de la noche anterior. Todavía no había decidido qué iba a contarles.

Fui al baño con sigilo (vestida con mi camisa de dormir, evitando preguntarme cómo me había cambiado, ya que supuestamente iba vestida con ropa de calle cuando Patch me trajo a casa) y comencé con la rutina de la mañana. Me lavé la cara con agua fría, me cepillé los dientes y me volví a atar el pelo con una gomita. Ya en mi habitación, me puse una camisa limpia y unos tejanos limpios.

Llamé a Vee.

—¿Cómo estás? —le pregunté.

—Bien. ¿Y tú?

—Bien.

Silencio.

—Vale —se apresuró a decir—. Todavía estoy aterrorizada. ¿Y tú?

—Totalmente.

—Patch me llamó por la noche. Me dijo que Jules te había dado una paliza de muerte pero que estabas bien.

—¿De verdad? ¿Patch te llamó?

—Llamaba desde el Jeep. Dijo que estabas durmiendo en el asiento trasero y que te llevaba a casa. Explicó que pasaba de casualidad por el instituto cuando oyó un grito y te encontró desmayada en el gimnasio. Luego levantó la vista y vio a Jules saltar desde una viga. Cree que Jules sufrió una crisis nerviosa, un efecto secundario del peso de la culpa que sentía por haberte aterrorizado.

No me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que lo solté. Al parecer, Patch había arreglado algunos detalles.

—Ya sabes que no me lo trago —continuó Vee—. Ya sabes que creo que Patch mató a Jules.

En el lugar de Vee, yo probablemente pensaría lo mismo.

—¿Qué piensa la policía? —pregunté.

—Enciende la tele. En el Canal Cinco lo están cubriendo en directo justo ahora. Dicen que Jules se coló en el instituto y se suicidó. Un trágico suicidio adolescente. Piden a la gente que tenga alguna información que llame al teléfono que aparece en pantalla.

—¿Qué le dijiste tú a la policía cuando llamaste?

—Estaba asustada. No quería que me trincaran por allanamiento. Así que hice una llamada anónima desde una cabina.

—Vale, si la versión de la policía es un suicidio, supongo que eso fue lo que ocurrió. Al fin y al cabo, ésta es la América de hoy en día. Los forenses están de nuestra parte.

—Me estás ocultando algo —dijo Vee—. ¿Qué pasó exactamente después de que me fuera?

Ahí es donde el asunto se complicaba. Vee era mi mejor amiga y nuestro lema era «Nada de secretos». Pero algunas cosas son imposibles de explicar. La primera, que Patch era un ángel caído reconvertido en ángel custodio. Y la segunda, que yo había saltado de la viga y había muerto, pero todavía estaba viva.

—Recuerdo que Jules me arrinconó en el gimnasio —dije—. Y que me hablaba de todo el dolor y el sufrimiento que pensaba infligirme. Después de eso no recuerdo muy bien los detalles.

—¿Es demasiado tarde para disculparme? —dijo Vee. Sonaba más sincera que nunca—. Tenías razón con respecto a Jules y a Elliot.

—Disculpas aceptadas.

—Deberíamos ir de compras —dijo—. Siento la imperiosa necesidad de comprarme zapatos. Montones de pares. Lo que necesitamos es una buena terapia de compra de zapatos pasados de moda.

Sonó el timbre y miré el reloj.

—Tengo que hacer una declaración a la policía sobre los hechos de anoche, pero te llamaré en cuanto acabe.

—¿Anoche? —Vee levantó la voz, despavorida—. ¿Cómo es que saben que estabas en el instituto? No les habrás dado mi nombre, ¿verdad?

—En realidad ocurrió algo antes. —Algo llamado Dabria—. Ya te llamaré —dije, y colgué antes de que tuviera que salir del paso con otra explicación falaz.

Recorrí cojeando el recibidor, y justo al llegar a lo alto de la escalera vi que mi madre hacía pasar a dos personas.

Los inspectores Basso y Holstijic.

Los condujo al salón, y si bien Holstijic se dejó caer en el sofá, su compañero permaneció de pie. Estaba de espaldas a mí, pero mientras yo bajaba un escalón crujió en mitad de la escalera, y él se dio la vuelta.

—Nora Grey —dijo con su voz de poli duro—. Nos volvemos a ver.

Mi madre pestañeó.

—¿Se conocían?

—Su hija tiene una vida emocionante. Casi tenemos que venir cada semana a su casa.

Mi madre me dirigió una mirada inquisitiva y yo me encogí de hombros, haciéndome la despistada, sugiriendo que eran bromas de policías.

—¿Por qué no te sientas, Nora, y nos cuentas qué ocurrió? —dijo el inspector Holstijic.

Me senté en uno de los sillones de felpa.

—Anoche, justo antes de las nueve, estaba en la cocina bebiendo un vaso de leche cuando apareció la señorita Greene, mi psicóloga del instituto.

—¿Entró en la casa sin más? —preguntó Basso.

—Me dijo que yo tenía algo suyo. Entonces subí corriendo la escalera y me encerré en la habitación de mi madre.

—Retrocede —pidió Basso—. ¿Qué era eso que ella quería?

—No lo especificó. Pero dijo que en realidad ella no era psicóloga. Dijo que estaba usando su puesto de trabajo para espiar a los alumnos. —Miré a todos alternativamente—. Está loca, ¿no?

Los inspectores cruzaron miradas.

—Buscaré su nombre y veré lo que encuentro —dijo Holstijic, poniéndose otra vez de pie.

—Déjame aclarar esto —dijo su compañero—. ¿Dices que te acusó de robarle algo que le pertenecía a ella pero no te dijo qué era?

Otra pregunta complicada.

—Estaba histérica. Sólo entendí la mitad de lo que dijo. Corrí y me encerré en la habitación principal, pero ella rompió la puerta. Yo estaba escondida en la chimenea, y ella dijo que le iba a prender fuego a la casa, habitación por habitación, hasta encontrarme. Después encendió un fuego. Justo en medio de la habitación.

—¿Cómo lo encendió? —preguntó mi madre.

—No lo sé. Yo estaba escondida en la chimenea.

—Esto es de locos —dijo el inspector Basso—. Nunca he oído nada similar.

—¿Creen que volverá? —preguntó mi madre, acercándose a mí por detrás y poniendo sus manos protectoras sobre mis hombros—. ¿Nora está a salvo?

—Puede que le interese instalar un sistema de seguridad. —Basso abrió su cartera y le entregó una tarjeta—. Son buenos profesionales. Dígales que va de mi parte y le harán un descuento.

Horas después de que los inspectores se hubieran marchado, volvió a sonar el timbre.

—Deben de ser los del sistema de alarma —dijo mi madre al cruzarse conmigo en el pasillo—. Han dicho que enviarían a un técnico hoy mismo. No soporto la idea de dormir aquí sin ninguna clase de protección hasta que encuentren a esa Greene y la encierren. ¿Es que en el instituto ni siquiera se toman la molestia de comprobar las referencias? —Abrió la puerta. Era Patch. Llevaba unos tejanos gastados y una camiseta blanca ceñida, y traía una caja de herramientas en la mano izquierda.

—Buenas tardes, señora Grey.

—Patch. —No podría precisar el tono de mi madre. Una mezcla de sorpresa y de turbación—. ¿Vienes a ver a Nora?

Él sonrió.

—Vengo a hacer un informe de su casa para instalar el sistema de alarma.

—Creía que tenías otro trabajo —repuso mi madre—. ¿No recogías las mesas en el Borderline?

—Este trabajo es nuevo. —Patch me miró, y yo me acaloré en muchas partes a la vez. De hecho, estaba muy cerca de tener fiebre—. ¿Vienes un momento?

Lo seguí fuera hasta donde estaba su moto.

—Todavía tenemos mucho de que hablar —dije.

—¿Hablar? —Negó con la cabeza, con expresión de deseo. «Y si te beso», susurró en mis pensamientos.

No fue una pregunta, sino más bien una advertencia. Sonrió al ver que yo no protestaba, y acercó su boca a la mía. El primer contacto fue sólo eso, un contacto. Muy suave. Me relamí y su sonrisa se acentuó.

—¿Más? —me preguntó.

Enredé las manos en su pelo, atrayéndolo hacia mí.

—Más.

Feather