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29

El cielo siguió gris y nublado los siguientes días, pero los chaparrones no empañaron la reconstrucción del campamento del Clan del Trueno. Corazón de Fuego recibía con agrado la lluvia, que limpiaba, hacía que el suelo absorbiera las cenizas y ayudaba al bosque a recuperarse.

Pero aquella mañana el sol brillaba en lo alto, y las nubes se alejaban por el horizonte. «El cielo estará despejado para la Asamblea de esta noche», pensó Corazón de Fuego apenado, deseando que, por una vez, la luna estuviera tapada para que no se celebrase la Asamblea. Estrella Azul todavía estaba muy lejos de ser la misma de antes, y sólo salía de su guarida cuando Tormenta Blanca la convencía de que fuera a ver cómo progresaban las reparaciones. La líder del Clan del Trueno asentía inexpresivamente a los atareados gatos y luego regresaba renqueando a la seguridad de su cueva. Corazón de Fuego se preguntaba si Estrella Azul recordaría siquiera que la Asamblea era aquella misma noche. Tal vez debería ir a averiguarlo.

Bordeó el claro, sintiendo una oleada de orgullo por el trabajo que había llevado a cabo el clan. El campamento ya estaba recobrando parte de su antigua forma. El roble de los veteranos tenía el tronco ennegrecido, pero seguía de una pieza, aunque su laberinto de ramas había quedado reducido a cenizas. El zarzal de la maternidad, que se había convertido en una maraña de tallos tras perder sus hojas protectoras, había sido cuidadosamente remendado con ramitas frondosas recogidas en las partes menos dañadas del bosque. Y el muro del campamento se había apuntalado y reforzado con las ramas más fuertes que los gatos habían logrado encontrar, aunque no había mucho que pudieran hacer para reemplazar la densa barrera de helechos que antes rodeaba el campamento. Para eso, tendrían que esperar a que la vegetación forestal creciera de nuevo.

Corazón de Fuego oyó unos ruiditos detrás de la maternidad. A través de las paredes incompletas, vio un conocido pelaje blanco.

—¡Nimbo! —llamó.

El aprendiz salió desde detrás del zarzal, con la boca llena de palitos que estaba introduciendo en los huecos del muro de la maternidad. Corazón de Fuego lo saludó con un guiño. Él no era el único que había advertido lo duro que estaba trabajando Nimbo los últimos días para reconstruir el campamento. Ya no quedaban dudas sobre el compromiso del aprendiz blanco con el clan. Corazón de Fuego se preguntaba si habría hecho falta algo tan tremendo como un incendio para que Nimbo descubriera el verdadero significado de la lealtad. El joven aprendiz se plantó ante él sin hablar, con el pelo aplastado y con manchas de hollín y barro, y cara de agotado.

—Ve a descansar —le ordenó Corazón de Fuego con delicadeza—. Te lo has ganado.

Nimbo soltó su carga de palitos.

—Deja que primero termine con esto.

—Puedes hacerlo después.

—Pero si sólo me falta un poco —protestó Nimbo.

—Pareces muerto de cansancio —insistió el lugarteniente—. Déjalo.

—Sí, Corazón de Fuego. —El aprendiz se volvió para marcharse y se quedó mirando melancólicamente el roble caído junto al que estaban sentados Orejitas, Cola Moteada y Tuerta—. ¡Qué vacía parece la guarida de los veteranos! —maulló.

—Centón y Medio Rabo están ahora con el Clan Estelar —le recordó—. Esta noche estarán observándote desde el Manto de Plata.

Se le revolvió el estómago de pena al recordar que Estrella Azul se había negado a celebrar la ceremonia adecuada para sus compañeros fallecidos. «No los pondré en manos del Clan Estelar —le había dicho la líder amargamente—. Nuestros antepasados guerreros no se merecen la compañía de los gatos del Clan del Trueno». De modo que Tormenta Blanca había tranquilizado al nervioso clan pronunciando las palabras que acompañarían a Fauces Amarillas y Medio Rabo en su camino al Manto de Plata, al igual que había hecho Corazón de Fuego por Centón en el campamento del Clan del Río.

Nimbo asintió, pero no parecía muy convencido. Corazón de Fuego sabía que al aprendiz aún le costaba creer que las luces del Manto de Plata fueran los espíritus de sus antepasados guerreros, que vigilaban sus antiguos territorios de caza.

—Ve a descansar —repitió.

Nimbo se fue, arrastrando las patas, hacia el tocón chamuscado donde los aprendices se reunían a comer y compartir lenguas. Centellina cruzó el claro a toda prisa para recibir a su amigo, y Nimbo la saludó acariciándola cariñosamente con el hocico. Pero los párpados ya se le estaban cerrando, y su saludo fue interrumpido por un gran bostezo. Se tumbó donde estaba, apoyando la cabeza en el suelo y cerrando los doloridos ojos. Centellina se agachó a su lado y empezó a lavarle delicadamente el mugriento pelo. Corazón de Fuego sintió una punzada de soledad al recordar el compañerismo que compartía antes con Látigo Gris.

Se encaminó una vez más a la guarida de Estrella Azul. Rabo Largo estaba montando guardia, y lo saludó al pasar. El lugarteniente hizo una pausa en la entrada. El liquen había ardido y la piedra estaba negra de hollín. Maulló un quedo saludo y entró. Sin el liquen, el viento y la luz inundaban la cueva, y Estrella Azul había arrastrado su lecho hasta las sombras del fondo de la ventosa cueva.

Carbonilla estaba al lado del bulto encorvado que era la líder, acercándole un montoncito de hierbas.

—Harán que te sientas mejor —aseguró la curandera.

—Me siento bien —espetó Estrella Azul, con los ojos clavados en el suelo arenoso.

—Entonces las dejaré aquí. Quizá quieras tomarlas más tarde. —Carbonilla se levantó y se dirigió cojeando a la entrada.

—¿Cómo está? —le preguntó Corazón de Fuego.

—Tozuda —contestó la curandera, pasando junto a él para salir de la guarida.

Corazón de Fuego se acercó cautelosamente a la vieja líder. Estrella Azul le parecía cada vez más una extraña; estaba encerrada en un mundo de miedos y recelos que no sólo iban dirigidos a Garra de Tigre, sino también a todos sus antepasados guerreros del Clan Estelar.

—Estrella Azul —empezó tímidamente, inclinando la cabeza—. Esta noche es la Asamblea. ¿Has decidido quién ha de asistir?

—¿La Asamblea? —bufó la líder asqueada—. Decide tú a quién llevas. Yo no pienso acudir. Ya no hay ninguna razón para que honre al Clan Estelar.

Mientras hablaba, entró una nube de cenizas que la interrumpió al provocarle un ataque de tos.

Corazón de Fuego se quedó mirando consternado los espasmos que sacudían el frágil cuerpo de la gata. ¡Estrella Azul era la líder del Clan del Trueno! Era ella quien le había enseñado la existencia del Clan Estelar y cómo los espíritus de los guerreros vigilaban el bosque. No podía creer que ahora rechazara las creencias en las que ella misma había basado toda su vida.

—N… no tienes que honrar al Clan Estelar —balbuceó el joven al fin—. Sólo tienes que acudir para representar a tu propio clan. Los tuyos necesitan tu fortaleza ahora.

Estrella Azul lo miró un largo instante.

—Mis hijos me necesitaron una vez, pero yo los cedí para que los criase otro clan —susurró—. ¿Y por qué? Porque el Clan Estelar me había dicho que me esperaba un destino diferente. ¿Es éste? ¿Sufrir el ataque de traidores? ¿Ver cómo mi clan muere a mi alrededor? El Clan Estelar se equivocaba. No valía la pena.

Corazón de Fuego sintió que se le helaba la sangre. Salió de la guarida a ciegas. Tormenta de Arena había sustituido a Rabo Largo en la entrada. El lugarteniente miró esperanzado a la guerrera melada, pero era obvio que ella no había olvidado sus duras palabras, porque clavó la vista en sus patas y lo dejó pasar sin decir nada.

Desazonado, Corazón de Fuego vio que Tormenta Blanca entraba en el campamento con la patrulla del mediodía. Hizo una seña con la cola al guerrero blanco, que se le acercó mientras el resto de la patrulla se dispersaba en busca de comida o un lugar donde descansar.

—Estrella Azul no está lo bastante bien para asistir a la Asamblea —maulló el lugarteniente cuando Tormenta Blanca llegó a su lado.

Éste movió la cabeza como si la noticia no le sorprendiera.

—Hubo un tiempo en que nada habría impedido que Estrella Azul fuese a una Asamblea —comentó quedamente.

—De todos modos, deberíamos llevar una representación —dijo Corazón de Fuego—. Hay que avisar a los demás clanes del peligro de Garra de Tigre. Su grupo de proscritos supone una amenaza para todos los clanes.

El guerrero blanco asintió.

—Supongo que podríamos contarles que Estrella Azul está enferma —sugirió—. Pero quizá daríamos pie a problemas si reveláramos que nuestra líder está debilitada.

—Sería muchísimo peor no acudir —señaló el lugarteniente—. Los demás clanes sabrán lo del incendio. Debemos aparecer tan fuertes como sea posible.

—Tienes razón, porque el Clan del Viento sigue siendo claramente hostil.

—El hecho de que Tormenta de Arena, Nimbo y yo peleáramos con ellos en su propio territorio y los venciéramos no habrá ayudado mucho —admitió el joven lugarteniente—. Y hay que tener en cuenta al Clan del Río.

El guerrero lo miró con curiosidad.

—Pero si nos acogieron después del incendio…

—Lo sé —respondió Corazón de Fuego—. Pero no dejo de preguntarme si Leopardina acabará exigiendo algo a cambio.

—No tenemos nada que dar.

—Tenemos las Rocas Soleadas —le recordó el lugarteniente—. El Clan del Río nunca ha ocultado su interés por esa parte del bosque, y justo en este momento nosotros necesitamos hasta el último rincón de nuestras tierras para cazar.

—Por lo menos el Clan de la Sombra está debilitado por la enfermedad —apuntó Tormenta Blanca—. Ese clan no nos atacará en una buena temporada.

—Sí —coincidió, sintiéndose culpable por beneficiarse del sufrimiento de otro clan—. De hecho, las noticias sobre Garra de Tigre podrían obrar en nuestro favor —afirmó, y el viejo guerrero lo miró perplejo—. Si logro convencer a los demás clanes de que Garra de Tigre es una amenaza para ellos tanto como para nosotros, podrían emplear sus energías en proteger sus propias fronteras.

Tormenta Blanca asintió despacio.

—Podría ser la mejor manera de mantenerlos a todos lejos de nuestro territorio mientras recuperamos fuerzas. Tienes razón, Corazón de Fuego. Debemos asistir a la Asamblea, aunque Estrella Azul no pueda venir con nosotros.

Sus ojos azules se cruzaron con los del lugarteniente, y éste supo que los dos estaban pensando lo mismo: Estrella Azul podría ir si quisiera… pero había decidido no hacerlo.

Mientras el sol se ponía, los gatos empezaron a tomar algo de comida del escaso montón que habían conseguido reunir. Corazón de Fuego escogió una minúscula musaraña, que se llevó al lugar habitual —aunque la mata de ortigas había desaparecido— para comérsela de un par de hambrientos bocados. El clan llevaba días sin tener el estómago lleno. Las presas estaban regresando, aunque poco a poco, y Corazón de Fuego sabía que debían ser cuidadosos con la cantidad de criaturas que atrapaban. El bosque necesitaba reponerse antes de que ellos pudieran comer hasta saciarse.

Cuando terminaron su miserable comida, Corazón de Fuego se levantó y cruzó el claro. Sintió que los ojos del clan lo seguían mientras subía a la Peña Alta de un salto. No hizo falta convocarlos; todos se reunieron bajo la roca con ojos inquisitivos en la decreciente luz vespertina.

—Estrella Azul no asistirá a la Asamblea de esta noche —anunció el lugarteniente.

Maullidos de alarma recorrieron el clan, y Corazón de Fuego vio cómo Tormenta Blanca se movía entre ellos, tranquilizándolos. ¿Hasta dónde habría adivinado el clan el estado de ánimo de la líder? En el campamento del Clan del Río se habían unido para proteger a Estrella Azul de miradas entrometidas, pero, de vuelta en su propio campamento, la debilidad de la gata los dejaba vulnerables y asustados.

El hijo de Garra de Tigre estaba sentado en la entrada de la maternidad, observando la Peña Alta con ojos muy redondos y curiosos. Durante un momento, Corazón de Fuego se sintió hipnotizado por su mirada amarilla, y por su mente empezaron a vagar imágenes de Garra de Tigre.

—¿Significa eso que el Clan del Trueno no va a ir a la Asamblea? —inquirió Cebrado abriéndose paso; Corazón de Fuego volvió en sí al oír su voz—. Después de todo, ¿qué es un clan sin un líder?

El lugarteniente pensó si estaría imaginándose el brillo siniestro que veía en los ojos de Cebrado.

—El Clan del Trueno irá a los Cuatro Árboles esta noche —respondió, dirigiéndose a todos los reunidos—. Debemos mostrarles a los demás clanes que somos fuertes, a pesar del incendio.

Vio asentimientos de aprobación. Los aprendices movieron las patas y se miraron con impaciencia, demasiado jóvenes para entender la gravedad de acudir a una Asamblea sin líder, y distraídos por la esperanza de ser elegidos para asistir.

—No debemos revelar la menor debilidad, por el bien de Estrella Azul y por el bien de todo el clan —continuó Corazón de Fuego—. Recordadlo, ¡somos el Clan del Trueno!

Aulló las palabras finales, sorprendido por la ardiente convicción que le brotaba del corazón, y el clan respondió cuadrándose, lamiéndose el pelo cubierto de ceniza y alisándose los chamuscados bigotes.

—Me llevaré a Cebrado, Musaraña, Tormenta de Arena, Tormenta Blanca, Ceniciento y Nimbo.

—¿El resto serán suficientes para proteger el campamento? —inquirió Cebrado.

—Garra de Tigre sabrá que hay Asamblea —dijo Rabo Largo—. ¿Y si aprovecha esa oportunidad para atacar?

—No podemos permitirnos dejar más gatos de lo habitual. Si parecemos débiles en la Asamblea, podríamos estar invitando a los demás clanes a atacarnos —insistió el lugarteniente.

—Tiene razón —coincidió Musaraña—. ¡No podemos dejar que los otros vean nuestra debilidad!

—El Clan del Río ya sabe que el incendio destruyó nuestro campamento —añadió Sauce—. Debemos mostrarles que somos tan fuertes como siempre.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —preguntó Corazón de Fuego—. Rabo Largo, Manto Polvoroso, Pecas y Fronde Dorado guardarán el campamento. Veteranos y reinas, estaréis a salvo con ellos, y nosotros regresaremos tan pronto como podamos.

Escuchó los murmullos y examinó los ojos que lo contemplaban. Con una oleada de alivio, vio que empezaban a asentir con la cabeza.

—Bien —maulló, y bajó de la roca de un salto.

Los guerreros y aprendices que había escogido ya estaban formando un círculo en la entrada del campamento, sacudiendo la cola con impaciencia. Un familiar pelaje blanco y largo estaba entre ellos. Aquélla sería la primera Asamblea de Nimbo. Desde que el cachorro se unió al clan, Corazón de Fuego había estado deseando que llegara ese momento. Aún recordaba su primera Asamblea, descendiendo la ladera hacia los Cuatro Árboles rodeado de poderosos guerreros, y no pudo evitar sentirse algo desilusionado al mirar a los hambrientos gatos manchados de humo a los que Nimbo tendría que seguir. Pero, aun así, Corazón de Fuego percibió en ellos emoción y una energía contenida tan intensa como la de siempre. Tormenta de Arena amasaba el suelo con las zarpas delanteras, y los ojos de Musaraña relucían en la creciente oscuridad cuando el lugarteniente corrió hacia la comitiva.

—Rabo Largo —maulló, deteniéndose brevemente junto a él—. Vas a ser el guerrero más antiguo. Guarda bien el clan.

Rabo Largo inclinó la cabeza.

—Todos estarán a salvo, lo prometo.

La satisfacción de Corazón de Fuego por el gesto respetuoso del guerrero se vio amargada por la mirada burlona que le lanzó Cebrado desde la entrada del campamento. Era como si el atigrado pudiera ver a través de su confianza exterior, hasta la inseguridad que había debajo. La mirada de Corazón de Fuego se cruzó con la de Tormenta de Arena. La gata estaba observándolo sin pestañear. «Estrella Azul te nombró su lugarteniente. ¡Ella habría esperado que supieras qué hacer!». Las desafiantes palabras de la guerrera, que le habían dolido como la picadura de una víbora, de pronto le dieron fuerzas, y le dedicó a Cebrado una mirada desafiante mientras encabezaba la marcha para salir del campamento.

Los gatos avanzaron en silencio por el bosque, donde los árboles quemados se alzaban hacia el cielo como garras retorcidas. A Corazón de Fuego se le hundían las patas en la ceniza, mojada y pegajosa, pero en el aire había un aroma esperanzador a frescos brotes verdes que surgían de los rescoldos.

Miró hacia atrás. Nimbo mantenía bien el ritmo, y Tormenta de Arena se estaba adelantando, acercándose cada vez más, hasta que quedó a su lado y adaptó sus pasos a los de él.

—Has hablado muy bien en la Peña Alta —dijo la gata resollando.

—Gracias —respondió Corazón de Fuego.

Se separaron al ascender un montículo empinado, pero Tormenta de Arena lo alcanzó en la cima.

—Yo… siento mucho lo que dije sobre Estrella Azul —maulló la guerrera en voz baja—. Es que estaba preocupada. El campamento tiene muy buen aspecto, teniendo en cuenta…

—¿Teniendo en cuenta que yo soy el lugarteniente? —sugirió Corazón de Fuego con amargura.

—Teniendo en cuenta que quedó tan arrasado —concluyó la gata. Corazón de Fuego agitó las orejas—. Estrella Azul debe de estar orgullosa de ti —continuó, y el joven hizo una mueca; dudaba mucho que la líder lo hubiese advertido siquiera, pero agradeció las palabras de la guerrera.

—Gracias —repitió. Giró la cabeza mientras descendían el montículo y miró los dulces ojos esmeralda de la gata—. Te he echado de menos, Tormenta de Arena… —empezó.

Lo interrumpió el sonido de unos potentes pasos retumbando tras él, y la voz de Cebrado gruñó:

—Bueno, entonces, ¿qué vas a contarles a los demás clanes?

Antes de que Corazón de Fuego pudiese contestar, un árbol caído se alzó ante ellos. El lugarteniente dio un salto, pero se le enganchó una pata en una rama y aterrizó torpemente, trastabillando. Los otros pasaron corriendo, pero redujeron el paso instintivamente cuando Corazón de Fuego quedó rezagado.

—¿Estás bien? —le preguntó Cebrado cuando el joven lo alcanzó. Sus ojos destellaban bajo la luz de la luna.

—Sí —respondió Corazón de Fuego secamente, procurando no mostrar el dolor que sentía en la pata.

Ésta seguía palpitando cuando llegaron a lo alto de la ladera que llevaba a los Cuatro Árboles. El joven lugarteniente se detuvo para recuperar el aliento y aclarar sus ideas antes de reunirse con los demás clanes. El valle que se extendía a sus pies no había sido afectado por el fuego, y los cuatro robles se elevaban intactos hacia el cielo estrellado.

Corazón de Fuego miró a los gatos que esperaban a su lado, sacudiendo la cola y agitando las orejas con expectación. Era obvio que confiaban en él para ocupar el puesto de Estrella Azul en la Asamblea, y para convencer a los otros clanes de que el Clan del Trueno no estaba debilitado por la tragedia vivida recientemente. Él tenía que demostrar que era merecedor de esa confianza. Les hizo una señal con la cola, como había visto hacer a Estrella Azul muchísimas veces, y emprendió el descenso hacia la Gran Roca.