Con un tierno lametazo, Corazón de Fuego cerró por última vez los ojos de la curandera. Luego apoyó la cabeza en su omóplato y notó cómo el calor iba abandonando su cuerpo.
No supo cuánto tiempo pasó allí tendido, escuchando los latidos de su propio corazón a solas en la cueva en penumbra. Durante un momento creyó captar el familiar aroma de Jaspeada, empujado hasta el interior de la guarida por la helada brisa de la lluvia. ¿Habría acudido Jaspeada a guiar a Fauces Amarillas hasta el Clan Estelar? Corazón de Fuego dejó que ese gratificante pensamiento lo inundara, y sintió que ese sueño crecía como nubes en su mente.
—Fauces Amarillas estará a salvo con nosotros. —El dulce maullido de Jaspeada movió el vello de las orejas del joven lugarteniente, que levantó la cabeza para mirar alrededor.
—¿Corazón de Fuego? —llamó Látigo Gris desde la entrada.
Corazón de Fuego hizo un esfuerzo por incorporarse.
—He enterrado a Medio Rabo —dijo el guerrero gris.
—Fauces Amarillas está muerta. —El hueco maullido resonó contra los muros de piedra—. Estaba viva cuando la he encontrado, pero ha muerto.
—¿Te ha dicho algo?
Corazón de Fuego cerró los ojos. Jamás compartiría el trágico secreto de Fauces Amarillas con nadie, ni siquiera con su viejo amigo.
—Sólo que… agradecía a Estrella Azul que la hubiera dejado vivir en el Clan del Trueno.
Látigo Gris entró en la cueva e inclinó la cabeza para lamer la mejilla de la vieja curandera.
—Cuando me marché, nunca se me ocurrió que no volvería a hablar con ella —murmuró, con voz cargada de pena—. ¿La enterramos?
—No —respondió Corazón de Fuego muy firme, con la cabeza repentinamente clara. Las palabras de Jaspeada resonaron en su mente: «Fauces Amarillas estará a salvo con nosotros»—. Además de curandera, era una guerrera. Velaremos su cuerpo y la enterraremos al amanecer.
—Pero debemos regresar al campamento del Clan del Río para contar lo sucedido —le recordó Látigo Gris.
—Entonces yo volveré esta noche para velarla —contestó el lugarteniente.
Los dos amigos recorrieron el bosque arrasado en silencio. Cuando llegaron al campamento del Clan del Río, la luz gris de la tarde se estaba apagando. Había grupos de gatos en el borde del claro, compartiendo lenguas tras la comida vespertina. Los gatos del Clan del Trueno formaban un montón aislado en un extremo. En cuanto aparecieron Corazón de Fuego y Látigo Gris, Carbonilla se levantó y fue hacia ellos cojeando.
Estrella Azul, que estaba tendida junto a Tormenta Blanca, también se puso en pie. Pasó ante Carbonilla y llegó la primera hasta los amigos guerreros, con los ojos llenos de una esperanza desesperada.
—¿Habéis encontrado a Fauces Amarillas y Medio Rabo?
El lugarteniente vio que Carbonilla se quedaba atrás, con las orejas tiesas, tan desesperada por tener noticias como la líder del clan.
—Han muerto los dos —contó el joven lugarteniente.
Sintió un nuevo dolor al ver que Carbonilla se tambaleaba. La joven gata retrocedió inestablemente con los ojos empañados. Corazón de Fuego deseaba ir con ella, pero Estrella Azul se interponía en su camino. Los ojos de la líder no mostraron dolor. En vez de eso, se tornaron duros y fríos, y el guerrero sintió un escalofrío por la columna vertebral.
—¡Jaspeada me dijo que el fuego salvaría al clan! —bufó Estrella Azul—. Pero nos ha destruido.
—No… —empezó Corazón de Fuego, pero no encontró palabras para reconfortar a su líder.
Siguió con la mirada a Carbonilla, que volvía a trompicones con los demás. Para alivio del joven, Tormenta de Arena corrió a su encuentro y pegó su costado al delgado cuerpo gris de la curandera, dándole apoyo. El lugarteniente volvió a mirar a Estrella Azul, y se le cayó el alma a los pies ante su expresión pétrea.
—El Clan del Trueno volverá a casa esta misma noche —decidió la líder con voz de hielo.
—Pero el bosque está vacío. ¡El campamento está arrasado! —protestó Látigo Gris.
—No importa. Aquí somos forasteros. Deberíamos regresar a nuestro territorio —espetó Estrella Azul.
—Entonces os escoltaré —se ofreció el gato gris.
Corazón de Fuego lanzó una mirada a su amigo, y de repente comprendió la melancolía que reflejaban sus ojos. Látigo Gris quería ir a casa. Esa certeza lo inundó como una estrella fugaz que iluminara la noche. Miró expectante a Estrella Azul. Seguro que ella también podía ver el deseo de Látigo Gris de regresar al Clan del Trueno.
—¿Y por qué íbamos a necesitar una escolta? —preguntó la líder entornando los ojos.
—Bueno, quizá yo podría ayudaros a reconstruir el campamento —sugirió Látigo Gris inseguro—. Y tal vez podría quedarme una temporada… —Enmudeció al advertir que los ojos de Estrella Azul destellaban furiosos.
—¿Estás intentando decirme que quieres volver al Clan del Trueno? —le espetó la gata—. Bueno, ¡pues no puedes!
Corazón de Fuego se quedó mirándola, mudo de asombro.
—Tú elegiste ser leal a tus hijos en vez de a tu clan —gruñó la líder—. Ahora debes vivir con tu decisión.
Látigo Gris se encogió. Corazón de Fuego miró con incredulidad a la vieja líder, que se volvió para anunciar a su clan:
—¡Preparaos para partir! ¡Regresamos a casa!
Los gatos del Clan del Trueno se levantaron de un salto inmediatamente. Pero Corazón de Fuego no sintió otra cosa que decepción y rabia al contemplar cómo Estrella Azul reunía a su clan a su alrededor.
La líder tenía la vista clavada en un punto situado más allá de sus gatos, en el borde del claro. Allí se encontraban Pedrizo y Vaharina, observando a los miembros del Clan del Trueno. Corazón de Fuego vio la pena que invadía los ojos de Estrella Azul al ver a sus hijos crecidos. La líder sabía mejor que nadie lo que suponía estar dividido entre el clan y la familia. En el pasado, ella escogió ser leal a su clan en vez de a sus hijos, y eso le había causado más dolor del que jamás habría deseado a un enemigo.
Llevado por la intuición, Corazón de Fuego creyó entender la reacción de Estrella Azul ante la petición de Látigo Gris. La gata no estaba enfadada con el guerrero gris, sino consigo misma. Ella seguía lamentando haber renunciado a sus cachorros muchos años atrás. En parte, intentaba asegurarse de que Látigo Gris no cometiese el mismo error.
Impacientes, los gatos del Clan del Trueno daban vueltas en círculo en la creciente oscuridad. Estrella Azul se encaminó hacia Estrella Doblada.
Corazón de Fuego lamió el omóplato de Látigo Gris.
—Estrella Azul tiene sus razones para decir esas cosas —murmuró—. En estos momentos está sufriendo, pero se recuperará. Y quizá entonces puedas regresar a casa.
El gato gris alzó los ojos y lo miró esperanzado.
—¿De verdad lo crees?
—Sí —respondió Corazón de Fuego, rezando al Clan Estelar para que fuera cierto.
Luego corrió hacia Estrella Azul y la alcanzó a tiempo de oír cómo le agradecía formalmente a Estrella Doblada su generosidad. Leopardina estaba junto a ellos, observando fríamente a los gatos del clan vecino.
—El Clan del Trueno está en deuda con vosotros —maulló Estrella Azul, inclinando la cabeza.
El lugarteniente vio cómo Leopardina entornaba sus ojos esmeralda ante las palabras de Estrella Azul, con un destello verde. El joven sintió un hormigueo receloso. ¿Qué precio pediría el Clan del Río por su benevolencia? Corazón de Fuego conocía lo bastante a Leopardina como para saber que exigiría algo a cambio.
Siguió a Estrella Azul, que se puso a la cabeza de su clan a grandes zancadas y los condujo fuera del campamento del Clan del Río. El joven lugarteniente miró atrás y vio a Látigo Gris solo entre las sombras, con los ojos llenos de pena mientras observaba alejarse a sus antiguos compañeros de clan.
Corazón de Fuego suspiró para sus adentros cuando Orejitas vaciló de nuevo al borde del río. Bajaba algo crecido por la lluvia, pero Cebrado y Tormenta Blanca ya habían cruzado, y estaban esperando en la parte poco profunda del otro lado. Manto Polvoroso nadó junto a Frondina, mientras ella luchaba por mantener la cabeza fuera del agua. Tormenta de Arena había cruzado con Carbonilla. La guerrera melada no se había separado de la curandera desde el regreso de Corazón de Fuego con la noticia de la muerte de Fauces Amarillas.
—¡Date prisa! —le ordenó Estrella Azul a Orejitas con impaciencia.
El veterano gris se volvió para mirar por encima del hombro, sorprendido por su tono áspero, y luego se lanzó de cabeza a las oscuras aguas. Corazón de Fuego tensó los músculos, listo para saltar a su rescate, pero no fue necesario. Rabo Largo y Musaraña aparecieron a ambos lados del anciano, que chapoteaba frenéticamente, y lo mantuvieron a flote con sus fuertes bíceps.
Estrella Azul saltó al río y nadó sin la menor dificultad hasta el otro lado; toda la fragilidad de su cuerpo había desaparecido, como si el fuego hubiera quemado la debilidad y le hubiera devuelto la fuerza. Corazón de Fuego se metió en el agua tras ella. Las nubes que flotaban por encima de los árboles estaban empezando a deshacerse. Al salir a la orilla opuesta, sintió frío a través del pelo mojado, pues el viento era más fresco. Se acercó a Carbonilla y le lamió la cabeza. Tormenta de Arena lo miró. Los ojos de la gata reflejaron el dolor del lugarteniente. Mientras, el resto del clan se detuvo en la ribera y se quedó mirando el bosque en un silencio horrorizado. Incluso bajo la tenue luz de la luna, la destrucción era evidente. Los árboles estaban pelados, y las fragancias húmedas de las hojas y los helechos habían sido reemplazadas por el amargo hedor a bosque quemado y tierra chamuscada.
Estrella Azul parecía ciega a todo aquello. Pasó entre los demás gatos sin detenerse, y se dirigió a la ladera que llevaba a las Rocas Soleadas y al camino a casa. Su clan no pudo hacer otra cosa que seguirla.
—Es como estar en otro sitio —susurró Tormenta Blanca.
El lugarteniente asintió, dándole la razón. Luego avanzó entre los gatos hasta alcanzar a su aprendiz.
—Nimbo, gracias por quedarte en el campamento cuando te lo he pedido.
—No hay de qué. —El cachorro se encogió de hombros.
—¿Cómo están los veteranos?
—Les va a costar bastante superar la muerte de Medio Rabo y Centón —contestó en voz baja—. Pero he conseguido que comieran algo de carne fresca mientras tú estabas fuera. Necesitan mantener las fuerzas, por muy tristes que estén.
—Bien hecho. Eso era justo lo que había que hacer —aseguró el lugarteniente, orgulloso de la compasión de su aprendiz, tan juiciosa e inesperada.
El barranco parecía una herida abierta en el paisaje. Tormenta de Arena se detuvo a mirar desde la cima, y Corazón de Fuego la vio temblar. Él también estaba temblando, aunque ya se le había secado el pelo. El clan descendió la escarpada pendiente despacio y en fila, y siguió a Estrella Azul hasta el campamento. Ya dentro del claro, los gatos miraron mudos alrededor, al espacio ennegrecido y despojado que antes era su hogar.
—¡Llévame junto al cuerpo de Fauces Amarillas! —le ordenó bruscamente la líder a Corazón de Fuego, rompiendo el silencio.
Al joven guerrero se le erizó el pelo. Aquélla no era la débil envoltura de una líder a la que había intentado proteger en las recientes lunas; pero tampoco era la sabia y amable líder que le dio la bienvenida al clan y fue su mentora. Se encaminó hacia el claro de Fauces Amarillas, y Estrella Azul lo siguió. El lugarteniente miró por encima del hombro y vio que Carbonilla cojeaba detrás de ellos.
—Fauces Amarillas está en su guarida —maulló él, deteniéndose en la entrada.
Estrella Azul desapareció en las sombras del interior de la roca.
Carbonilla se sentó a esperar.
—¿No vas a entrar? —le preguntó Corazón de Fuego.
—Ya la lloraré más tarde —respondió la joven curandera—. Creo que Estrella Azul nos necesita ahora.
Sorprendido por la compostura de Carbonilla, Corazón de Fuego la miró a los ojos. Estaban anormalmente brillantes de tristeza, pero parecían tranquilos cuando ella le hizo un guiño. El guerrero le devolvió el gesto, agradecido por su temple en medio de aquella tragedia interminable.
Un alarido escalofriante resonó en la guarida de Fauces Amarillas. Estrella Azul salió trastabillando, sacudiendo la cabeza violentamente y mirando enfurecida los árboles ennegrecidos.
—¿Cómo ha podido el Clan Estelar hacer esto? ¿Acaso no tiene piedad? —bufó—. ¡Nunca más volveré a ir a la Piedra Lunar! De ahora en adelante, mis sueños son míos. El Clan Estelar le ha declarado la guerra a mi clan, y jamás se lo perdonaré.
Corazón de Fuego se quedó mirando a su líder, paralizado de horror. Advirtió que Carbonilla entraba sigilosamente en la guarida de Fauces Amarillas, y se preguntó si habría ido a despedirse de su vieja amiga, pero la gata reapareció al cabo de un instante con algo en la boca, que fue a dejar al lado de Estrella Azul.
—Cómete esto, Estrella Azul —le indicó—. Mitigará tu dolor.
—¿Está herida? —le preguntó Corazón de Fuego.
Carbonilla se volvió hacia él y bajó la voz:
—En cierto modo. Pero sus heridas no son visibles. —Parpadeó—. Estas semillas de adormidera la calmarán y le darán a su mente tiempo para sanar. —Se volvió de nuevo hacia Estrella Azul y repitió—: Cómetelo, por favor.
La líder inclinó la cabeza obedientemente y empezó a tragarse las pequeñas semillas negras.
—Vamos —maulló Carbonilla con dulzura, y guió a la líder fuera de allí.
Corazón de Fuego sintió que le temblaban las patas al ver la discreta destreza de Carbonilla. Fauces Amarillas habría estado muy orgullosa de su aprendiza. Luego fue a la guarida y agarró por el pescuezo el cuerpo desmadejado y tiznado de humo. Lo llevó hasta el claro iluminado por la luna, y lo dispuso de modo que Fauces Amarillas descansara con la misma dignidad con que había vivido. Al terminar, le dio un último lametazo.
—Esta noche dormirás bajo las estrellas por última vez —susurró, y se acomodó a su lado para velarla, como había prometido.
Carbonilla se le unió cuando la luna en cuarto creciente empezaba a descender y el horizonte adquiría un brillo claro y rosado por encima de los ennegrecidos árboles. Corazón de Fuego se levantó para estirar las agotadas patas. Miró el arrasado claro.
—No te lamentes demasiado por el bosque —murmuró la gata gris—. Volverá a crecer rápidamente, y será más fuerte por las heridas que ha sufrido, como un hueso roto que se cura el doble de bien.
Corazón de Fuego dejó que esas palabras lo tranquilizaran. Inclinó la cabeza agradecido y fue en busca del resto del clan.
Musaraña estaba montando guardia ante la guarida de Estrella Azul.
—Lo ha ordenado Carbonilla —explicó Tormenta Blanca, emergiendo de las sombras. Todavía tenía el pelo manchado de humo y los ojos enrojecidos por el fuego y el cansancio—. Ha dicho que Estrella Azul está enferma y necesita vigilancia.
—Muy bien —contestó el lugarteniente—. ¿Cómo está el resto del clan?
—La mayoría ha dormido un poco, después de encontrar lugares lo bastante secos para tumbarse.
—Deberíamos mandar una patrulla matutina —dijo Corazón de Fuego, pensando en voz alta—. Garra de Tigre podría aprovecharse de lo que ha sucedido.
—¿A quiénes vas a mandar?
—Cebrado parece el guerrero que está más en forma, pero necesitaremos su fuerza para empezar a reconstruir el campamento. —Mientras hablaba, Corazón de Fuego sabía que no estaba diciendo toda la verdad. Quería tener al atigrado oscuro donde pudiera verlo—. Me gustaría que tú te quedaras aquí, si no te importa —continuó, y Tormenta Blanca accedió inclinando la cabeza—. Tenemos que explicar la situación a los demás gatos.
—Pero Estrella Azul está durmiendo. ¿Crees que deberíamos molestarla? —inquirió el guerrero blanco, con un ceño de preocupación.
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—No. La dejaremos descansar. Yo hablaré al clan.
Se subió a la Peña Alta de un solo salto e hizo la convocatoria habitual. A sus pies, los miembros del clan salieron somnolientos de las ruinas de sus guaridas, y agitaron las orejas y la cola de la sorpresa al ver que Corazón de Fuego los esperaba donde su líder solía dirigirse a ellos.
—Debemos reconstruir el campamento —empezó el lugarteniente cuando todos estuvieron acomodados delante de él—. Sé que ahora parece un desastre, pero nos hallamos en plena estación de la hoja verde. El bosque volverá a crecer rápidamente, y será más fuerte por las heridas que ha sufrido. —Parpadeó al repetir las palabras de Carbonilla.
—¿Y por qué no nos cuenta Estrella Azul todo eso? —lo desafió Cebrado, al fondo del grupo, y Corazón de Fuego se puso tenso.
—Estrella Azul está exhausta. Carbonilla le ha dado semillas de adormidera para que pueda descansar y recuperarse.
Murmullos de inquietud recorrieron la multitud de gatos.
—Cuanto más descanse, más deprisa se recuperará —aseguró Corazón de Fuego—. Al igual que el bosque.
—El bosque está vacío —dijo Pecas alterada—. Las presas han huido o han muerto en el incendio. ¿Qué vamos a comer? —Aunque sus hijos ya habían abandonado la maternidad, miró angustiada a Ceniciento y Frondina, con el rostro crispado de preocupación materna.
—Las presas regresarán —la tranquilizó Corazón de Fuego—. Debemos cazar como de costumbre, y si necesitamos alejarnos un poco más para encontrar carne fresca, lo haremos.
Se elevaron murmullos de aprobación por el claro, y Corazón de Fuego empezó a sentir cierta confianza.
—Rabo Largo, Musaraña, Espino y Manto Polvoroso: vosotros formaréis la patrulla matutina —ordenó, y los cuatro gatos asintieron de manera incondicional—. Zarpa Rauda, tú reemplazarás a Musaraña en su puesto de guardia y te asegurarás de que no se moleste a Estrella Azul. Los demás empezaremos a trabajar en el campamento. Tormenta Blanca organizará grupos para recoger material. Cebrado, tú vas a supervisar la reconstrucción del muro del campamento.
—¿Y cómo se supone que voy a hacerlo? —espetó Cebrado—. Todos los helechos se han quemado.
—Utiliza todo lo que puedas. Pero asegúrate de que sea resistente. No debemos olvidar la amenaza de Garra de Tigre. Hemos de estar alerta. Todos los cachorros permanecerán dentro del campamento. Y los aprendices sólo saldrán con guerreros. —Observó al silencioso clan—. ¿Estamos todos de acuerdo?
—¡Estamos todos de acuerdo! —exclamó la multitud.
—Estupendo —concluyó Corazón de Fuego—. Pues ¡patas a la obra!
Los gatos empezaron a apartarse de la Peña Alta, zigzagueando velozmente entre sí para agruparse en torno a Tormenta Blanca y Cebrado, que iban a darles instrucciones.
Corazón de Fuego bajó de la Peña Alta de un salto y se acercó a Tormenta de Arena.
—Tenemos que organizar un grupo de enterramiento para Fauces Amarillas.
—No has mencionado su muerte —señaló la guerrera, con extrañeza en sus ojos verdes.
—¡Ni la de Medio Rabo! —exclamó Nimbo a su lado, con tono de reproche.
—El clan ya sabe que están muertos —replicó el lugarteniente, sintiendo un incómodo picor—. Es Estrella Azul quien debe honrarlos con las palabras apropiadas. Podrá hacerlo cuando esté mejor.
—¿Y qué ocurrirá si Estrella Azul no se recupera? —aventuró Tormenta de Arena.
—¡Lo hará! —espetó Corazón de Fuego.
Tormenta de Arena se estremeció visiblemente, y el joven se maldijo a sí mismo. La guerrera sólo estaba expresando en voz alta los temores de todo el clan. Si Estrella Azul había dado realmente la espalda a los rituales del Clan Estelar, Fauces Amarillas y Medio Rabo podrían quedarse sin las palabras adecuadas que los acompañarían en su viaje al Manto de Plata.
Corazón de Fuego notó que su confianza y seguridad se desvanecían. ¿Y si el bosque no se recuperaba antes de la estación sin hojas? ¿Y si no podían encontrar presas suficientes para alimentar al clan? ¿Y si Garra de Tigre los atacaba?
—Si Estrella Azul no mejora, no sé qué sucederá —murmuró.
Los ojos de Tormenta de Arena echaron chispas.
—Estrella Azul te nombró su lugarteniente. ¡Ella habría esperado que supieras qué hacer!
Las palabras de la gata impactaron en Corazón de Fuego como granizo.
—¡Guarda las garras, Tormenta de Arena! —bufó—. ¿Es que no ves que estoy haciendo todo lo que puedo? En vez de criticarme, organiza a los aprendices para que entierren a Fauces Amarillas. —Luego lanzó una mirada furibunda a Nimbo—. Tú también puedes ir. ¡Y procura no meterte en problemas por una vez! —añadió.
Se alejó de los dos pasmados gatos y cruzó el claro a grandes pasos. Sabía que había sido injusto, pero le habían hecho una pregunta que no estaba preparado para responder, una pregunta tan aterradora que no podía ni pensar qué implicaciones tendría.
¿Y si Estrella Azul no se recuperaba jamás?