Al despertar, Corazón de Fuego se sentía como si sólo hubiera dormido unos minutos. Una brisa fresca le alborotaba el pelo. La lluvia había cesado y el cielo estaba lleno de ondulantes nubes blancas. Durante un momento, lo confundió el entorno desconocido. Luego captó unas voces que hablaban cerca y reconoció el tembloroso maullido de Orejitas.
—¡Os advertí que el Clan Estelar demostraría su furia! —exclamó el veterano con voz cascada—. Nuestro hogar ha desaparecido; el bosque ya no existe.
—Estrella Azul debería haber nombrado al lugarteniente antes de que la luna llegara a lo más alto —se alteró Cola Pintada—. ¡Es la tradición!
Corazón de Fuego se levantó de un salto, con los oídos ardiendo, pero, antes de que pudiera decir nada, se elevó la voz de Carbonilla:
—Pero ¿cómo puedes ser tan desagradecido, Orejitas? ¡Corazón de Fuego cargó contigo para que cruzaras el río!
—Casi me ahoga —se quejó el veterano.
—Estarías muerto si te hubiera dejado atrás —espetó ella—. Para empezar, si Corazón de Fuego no hubiera olido el humo, ¡podríamos haber muerto todos!
—Estoy seguro de que Centón, Medio Rabo y Fauces Amarillas le están profundamente agradecidos —maulló Cebrado sarcásticamente, y a Corazón de Fuego se le erizó el pelo de rabia.
—¡Fauces Amarillas se lo agradecerá personalmente cuando la encontremos! —bufó Carbonilla.
—¿Cuando la encontremos? —repitió Cebrado—. Es imposible que haya escapado de ese incendio. Corazón de Fuego jamás debería haberle permitido regresar al campamento.
Carbonilla gruñó desde lo más hondo de su garganta. Cebrado había ido demasiado lejos. El joven lugarteniente se apresuró a salir de las sombras, y vio a Frondina sentada junto a su mentor, al que miraba sin pestañear y horrorizada.
El lugarteniente abrió la boca, pero Manto Polvoroso habló primero:
—¡Cebrado! Deberías mostrar más respeto por tus compañeros de clan desaparecidos, y… —añadió, mirando compasivo a la atemorizada Frondina— deberías tener más cuidado con lo que dices. ¡Nuestros camaradas ya han sufrido bastante!
A Corazón de Fuego le sorprendió ver cómo el joven guerrero desafiaba a su antiguo mentor.
Cebrado se quedó mirando a Manto Polvoroso con la misma sorpresa, y entornó los ojos peligrosamente.
—Manto Polvoroso tiene razón —intervino el lugarteniente con voz queda, dando un paso adelante—. No deberíamos estar peleando.
Cebrado, Orejitas y los demás se volvieron en redondo con los ojos como platos, agitando incómodos las orejas y la cola al comprender que el lugarteniente había oído su conversación.
—¡Corazón de Fuego! —los interrumpió el maullido de Látigo Gris.
Vio a su amigo cruzando el claro, con el pelo húmedo por el río.
—¿Has estado patrullando? —le preguntó, después de alejarse de los demás gatos para ir a recibir a Látigo Gris.
—Sí. Y cazando. No todos podemos pasarnos la mañana durmiendo, ¿sabes? —Le dio un empujón cariñoso en el omóplato—. Debes de tener hambre. Ven conmigo —añadió, guiándolo hacia un montón de carne fresca al borde del claro—. Leopardina dice que esto es para tu clan.
Corazón de Fuego notó que le rugían las tripas de hambre.
—Gracias —maulló—. Será mejor que se lo diga a los demás.
Fue hacia donde estaban reunidos los miembros de su clan.
—Látigo Gris dice que aquel montón de comida es para nosotros —anunció.
—Gracias al Clan Estelar —maulló Flor Dorada agradecida.
—No necesitamos que nos alimenten otros clanes —dijo Cebrado despectivamente.
—Supongo que puedes ir a cazar si quieres —replicó Corazón de Fuego entornando los ojos—. Pero primero tendrás que pedirle permiso a Estrella Doblada. Al fin y al cabo, éste es su territorio.
Cebrado resopló con impaciencia y se encaminó al montón de carne fresca. Corazón de Fuego miró a Estrella Azul. No había reaccionado en absoluto ante la noticia sobre la comida.
Tormenta Blanca agitó las orejas.
—Me encargaré de que todo el mundo tome una ración —prometió, lanzando una mirada a Estrella Azul.
—Gracias —respondió Corazón de Fuego.
Látigo Gris se acercó con un ratón, que dejó a los pies de su amigo.
—Toma, puedes comerte esto en la maternidad —maulló—. Hay unos cachorros que quiero que veas.
Corazón de Fuego recogió el ratón y siguió a Látigo Gris hacia un carrizal enmarañado. Al acercarse, dos criaturas plateadas salieron disparadas por un pequeño agujero entre los tallos fuertemente entrelazados y corrieron hacia Látigo Gris. Se abalanzaron sobre él, que rodó alegremente, pataleando con las uñas guardadas mientras los cachorros se le subían encima. Corazón de Fuego supo al instante de quién eran esos gatitos.
Látigo Gris ronroneó sonoramente.
—¿Cómo habéis sabido que venía? —preguntó.
—¡Te hemos olido! —respondió el más grande.
—¡Muy bien! —lo alabó Látigo Gris.
Mientras Corazón de Fuego engullía el último bocado de ratón, el guerrero gris se incorporó y los cachorros cayeron al suelo.
—Ha llegado la hora de que conozcáis a un viejo amigo mío —les contó—. Entrenamos juntos.
Los cachorros volvieron sus ojos ámbar hacia Corazón de Fuego, contemplándolo impresionados.
—¿Éste es Corazón de Fuego? —preguntó el más pequeño.
El padre asintió, y Corazón de Fuego se sintió complacido.
—¡Volved aquí los dos! —Un rostro pardo asomó por la entrada de la maternidad—. Va a llover otra vez.
Corazón de Fuego vio que los cachorros entornaban los ojos enfurruñados, pero se dirigieron obedientemente a la guarida.
—Son fantásticos —ronroneó.
—Sí —coincidió Látigo Gris con ojos tiernos—. Pero si lo son es más gracias a Musgosa que a mí; tengo que admitirlo. Es ella la que los cuida.
Corazón de Fuego percibió una nota de melancolía en su voz, y se preguntó hasta qué punto añoraba Látigo Gris su antiguo hogar.
Sin intercambiar ni una palabra, el guerrero gris se levantó y lo guió fuera del campamento. Se sentaron en una pequeña extensión de tierra entre los juncos. Sobre sus cabezas se arqueaba un sauce, cuyas ramas se estremecían bajo la fresca brisa. Corazón de Fuego notó que el viento le alborotaba el pelo y observó a través de la cortina de sauce, hacia el lejano bosque. Parecía que el Clan Estelar iba a mandarles más lluvia.
—¿Dónde está Fauces Amarillas? —preguntó Látigo Gris.
Corazón de Fuego sintió que lo embargaba la pena.
—Fauces Amarillas regresó al campamento conmigo, para buscar a Centón y Orejitas. La perdí en el humo… Un árbol cayó en el barranco justo cuando ella estaba saliendo. —Se preguntó si habría alguna posibilidad de que hubiera sobrevivido al fuego. No pudo evitar que una llamarada de esperanza le prendiera en el pecho, como una paloma atrapada que estirara las alas frenéticamente—. Supongo que no habrás captado su olor mientras estabas patrullando, ¿verdad?
Látigo Gris negó con la cabeza.
—Lo lamento.
—¿Crees que el incendio seguirá activo después de la tormenta? —maulló el joven lugarteniente.
—No estoy seguro. Hemos visto algunas volutas de humo mientras estábamos fuera.
Corazón de Fuego suspiró.
—¿Crees que quedará algo del campamento?
—Pronto lo averiguarás —respondió Látigo Gris. Alzó la cabeza y se quedó mirando entre las hojas el cielo, que cada vez estaba más oscuro—. Musgosa tenía razón: va a llover otra vez. —Mientras hablaba, una gran gota de agua aterrizó a su lado—. Eso debería apagar las llamas definitivamente.
Corazón de Fuego se sintió mareado de pena mientras más gotas se colaban entre los árboles y salpicaban los juncos. Al cabo de poco, estaba lloviendo copiosamente por segunda vez, y parecía que el Clan Estelar estuviera llorando por todo lo que se había perdido.