—¿Corazón de Fuego?
Estrella Azul alzó la mirada cuando él se abrió paso a través del liquen. La gata seguía ovillada en su lecho, con el pelo alborotado y los ojos llenos de inquietud. El lugarteniente no pudo evitar preguntarse si se habría movido de allí desde la última vez que la había visto.
—Nimbo ha vuelto —anunció el lugarteniente. No tenía ni idea de cómo reaccionaría Estrella Azul a cualquier noticia, así que era mejor que se lo contara todo directamente—. Estaba en el territorio de los Dos Patas que se extiende más allá de las tierras altas.
—¿Y ha encontrado el camino de vuelta hasta aquí? —preguntó la líder sorprendida.
Corazón de Fuego negó con la cabeza.
—Cuervo lo vio y vino a decirme dónde estaba.
—¿Cuervo? —Sus ojos centellearon confundidos.
—Hum… el antiguo aprendiz de Garra de Tigre —le recordó él, incómodo.
—¡Ya sé quién es Cuervo! —espetó Estrella Azul—. ¿Qué estaba haciendo en nuestro territorio?
—Vino a decirme dónde estaba Nimbo —repitió el lugarteniente.
—Nimbo. —Estrella Azul ladeó levemente la cabeza—. ¿Ha regresado? ¿Por qué?
—Quería volver a unirse al clan. Los Dos Patas se lo llevaron contra su voluntad.
—De modo que el Clan Estelar lo ha guiado de nuevo hasta su hogar —murmuró la líder.
—Cuervo ayudó —añadió Corazón de Fuego.
Estrella Azul se quedó mirando el suelo arenoso de la guarida.
—Yo creía que el Clan Estelar quería que Nimbo encontrase una vida fuera del clan. —Su tono era pensativo—. Quizá estaba en un error. —Se volvió hacia el lugarteniente—. ¿Cuervo te ayudó?
—Sí. Él nos condujo hasta donde estaba encerrado Nimbo. Incluso nos salvó de unos perros.
—¿Qué dijo Cuervo cuando le contaste la traición de Garra de Tigre? —inquirió Estrella Azul de repente.
La pregunta pilló por sorpresa a Corazón de Fuego.
—Bueno… se quedó impactado, claro —balbuceó.
—Pero él había intentado advertirnos sobre Garra de Tigre, ¿verdad? —La voz de Estrella Azul sonaba llena de pesar—. Ahora lo recuerdo. ¿Por qué no lo escuché?
Corazón de Fuego trató de buscar la manera de reconfortarla.
—Por aquel entonces, Cuervo no era más que un aprendiz. Todos los gatos admiraban a Garra de Tigre. Ocultó su traición muy bien.
La gata suspiró.
—Me equivoqué con Garra de Tigre y me equivoqué con Cuervo. —Miró a Corazón de Fuego con ojos afligidos—. ¿Debería invitar a Cuervo a unirse de nuevo al clan?
El joven lugarteniente negó con la cabeza.
—No querría volver, Estrella Azul. Lo dejamos en territorio de los Dos Patas, donde vive Centeno —explicó—. Cuervo es feliz allí. Tenías razón cuando me dijiste que encontraría una vida más acorde con él fuera del clan.
—Pero me he equivocado con Nimbo —se alteró Estrella Azul.
Corazón de Fuego sintió que la conversación se le estaba yendo de las patas.
—Yo creo que al final se adaptará a la vida de clan —maulló, esperando sonar más convencido de lo que estaba—. Pero sólo tú puedes decidir si lo aceptamos de nuevo.
—¿Y por qué no íbamos a hacerlo?
—Cebrado opina que Nimbo volverá a sentirse atraído por sus raíces domésticas —admitió él.
—¿Y tú qué opinas?
El lugarteniente respiró hondo.
—Creo que el tiempo pasado con los Dos Patas le ha enseñado que su corazón está en el bosque, al igual que el mío.
Se sintió aliviado al ver que los ojos de Estrella Azul brillaban.
—Muy bien —aceptó la líder—. Nimbo puede quedarse.
—Gracias, Estrella Azul.
Sabía que debía sentirse contento porque el clan hubiera admitido de nuevo a Nimbo, pero su alivio estaba teñido de dudas. El joven había peleado bien contra la patrulla del Clan del Viento, y parecía realmente feliz de estar de regreso en el campamento, pero ¿cuánto duraría eso? ¿Hasta que se aburriera de entrenar o se cansara de cazar su propia comida?
Estrella Azul siguió hablando, pensativa:
—Y también deberíamos decirle al clan que, si ven a Cuervo por nuestro territorio, tendrán que recibirlo como a un camarada.
Corazón de Fuego inclinó la cabeza agradecido. Como aprendiz, Cuervo había hecho pocos amigos, principalmente debido al miedo paralizante que le inspiraba Garra de Tigre, pero no había razón para que nadie le guardara rencor.
—¿Cuándo anunciarás tu decisión sobre Nimbo? —preguntó el lugarteniente. Para el clan, sería bueno ver a su líder sobre la Peña Alta de nuevo.
—Anúncialo tú —ordenó Estrella Azul.
Corazón de Fuego sintió una punzada de decepción. ¿Es que la gata había llegado a un punto en que se veía incapaz de dirigirse a su clan? Aunque él se moría de ganas por contarles a todos que Nimbo podía quedarse, quería que el clan estuviese seguro de que era decisión de Estrella Azul. La líder había permanecido mucho tiempo en su guarida y había dejado al cargo de Corazón de Fuego gran parte de la organización diaria del campamento, así que ¿cómo iban a tener la certeza de que la gata había ordenado eso? En cambio, si lo anunciaba ella misma, ni siquiera Cebrado podría protestar.
Corazón de Fuego guardó silencio, con la cabeza dándole vueltas.
—¿Ocurre algo? —Estrella Azul entornó los ojos con sorna.
—Quizá Cebrado podría anunciarlo a los demás —se atrevió a decir, muy despacio—. Después de todo, es él quien ha puesto reparos.
Al joven se le atascó el aire en la garganta al ver que una sombra recelosa empañaba momentáneamente los ojos de Estrella Azul.
—Estás volviéndote muy sagaz, Corazón de Fuego —dijo al cabo la líder—. Tienes razón. Cebrado debería propagar la noticia. Mándamelo.
Corazón de Fuego examinó la expresión de la gata, preguntándose si se habría alterado por su sagacidad o por la idea de ver a Cebrado. Pero los ojos de la líder no revelaban nada cuando él se despidió para salir de la guarida.
Cebrado no se había movido. Estaba esperando la decisión de Estrella Azul mientras los demás se ocupaban de sus tareas habituales. Los pocos que quedaban por el claro miraron inquisitivamente a Corazón de Fuego mientras éste se alejaba de la Peña Alta.
Corazón de Fuego miró directamente a los ojos ámbar de Cebrado, intentando no delatar su sentimiento de triunfo, e hizo un gesto hacia la guarida de Estrella Azul, indicándole con la cola que la líder quería verlo. Cuando el guerrero atigrado fue hacia allí, él se encaminó al montón de carne fresca, que ya estaba bien abastecido aunque el sol apenas estaba saliendo. Satisfecho, pensó que las patrullas estaban cazando mucho. Cansado y hambriento, escogió una ardilla. «Si se avecina una tormenta —se dijo—, espero que estalle pronto».
De camino a la mata de ortigas, se desvió hasta la guarida de los aprendices, donde Nimbo estaba al sol, zampándose vorazmente un gorrión.
El gato blanco alzó la vista y engulló deprisa mientras Corazón de Fuego se acercaba.
—¿Qué ha dicho Estrella Azul? —Por una vez, su voz traslucía nerviosismo.
Corazón de Fuego dejó la ardilla en el suelo.
—Puedes quedarte.
Nimbo empezó a ronronear sonoramente.
—¡Fantástico! —maulló—. ¿Cuándo salimos a entrenar?
Al joven lugarteniente le dolieron las patas sólo de pensarlo.
—Hoy no. Necesito descansar.
Nimbo pareció desilusionado.
—Mañana —prometió Corazón de Fuego, con un cosquilleo risueño. No pudo evitar alegrarse por el entusiasmo de su aprendiz por retomar las viejas rutinas—. Por cierto —añadió—, has contado una bonita historia. Tu escapada suena casi como una aventura.
Azorado, Nimbo se miró las patas.
—Pero, mientras empieces a vivir según el código guerrero —continuó Corazón de Fuego—, dejaré que el clan crea que los Dos Patas te «secuestraron»…
—Pero es que fue así —masculló Nimbo.
El joven guerrero se quedó mirándolo con rostro serio.
—Los dos sabemos que eso no es exactamente verdad. Y si vuelvo a pillarte aunque sólo sea mirando por encima de una valla de Dos Patas, ¡yo mismo te echaré del bosque para siempre!
—Sí, Corazón de Fuego —maulló Nimbo—. Lo entiendo.
Al día siguiente por la noche, Corazón de Fuego estaba ovillado en su lecho. Se sentía contento. La sesión de entrenamiento con Nimbo había ido bien. Por una vez, el aprendiz había escuchado atentamente todas las instrucciones, y era innegable que sus técnicas de lucha estaban mejorando. «Sólo espero que esto dure», pensó mientras caía dormido.
El bosque se coló en sus sueños. Los troncos se erguían ante él a través de la niebla e iban desapareciendo en las nubes conforme se elevaban. Corazón de Fuego gritó, pero su voz fue absorbida por el espeluznante silencio. Lo embargó el pánico mientras buscaba lugares conocidos, pero la niebla era demasiado densa. Los árboles parecían acosarlo; estaban más juntos de lo que él recordaba, y sus ennegrecidos troncos le rozaban la piel. Corazón de Fuego olfateó el aire, y se le erizó el pelo, alarmado por el olor acre que reconocía pero que no podía nombrar.
De pronto sintió la suavidad de otro pelaje contra el suyo. Un aroma dolorosamente familiar lo envolvió, apaciguando su corazón angustiado como un trago de agua fresca. Se trataba de Jaspeada.
—¿Qué está ocurriendo? —maulló Corazón de Fuego, pero Jaspeada no respondió.
Se volvió hacia ella, pero apenas podía verla a través de la bruma. Sólo logró distinguir sus ojos ámbar, llenos de miedo, antes de que el sonido de Dos Patas chillando estallara en el silencio.
Un par de jóvenes Dos Patas aparecieron corriendo por la niebla, con la cara crispada de pavor. Corazón de Fuego notó que Jaspeada se alejaba, y se dio la vuelta para verla esfumarse en la bruma. Aterrorizado, el guerrero se quedó solo con los Dos Patas, que corrían ruidosamente hacia él por el bosque.
Se despertó sobresaltado. Abrió los ojos de golpe y miró nerviosamente alrededor. Algo iba mal. El mundo de sus sueños había invadido el mundo real: el olor acre seguía llenando el aire, y una extraña y asfixiante niebla se filtraba a través de las ramas de la guarida. Corazón de Fuego se levantó de un salto y salió a toda prisa del dormitorio. Una luz anaranjada brillaba tenuemente entre los árboles. ¿Podría ser ya la aurora?
El olor se tornó más fuerte, y, con una sensación de horror, Corazón de Fuego supo de qué se trataba.
¡Fuego!