—¡Deprisa! ¡Por aquí!
El urgente maullido de Nimbo hizo que Corazón de Fuego diera un salto. Vio una figura blanca que se separaba del umbral y cruzaba el jardín como una bala, aullando sonoramente. El Dos Patas se volvió, distraído, y en ese momento Corazón de Fuego notó cómo Tormenta de Arena y Cuervo salían disparados. Fue tras ellos, siguiendo a Nimbo por la hierba. A sus espaldas, el Dos Patas gritaba a la noche, con el perro ladrando a su lado, pero Corazón de Fuego no dejó de correr, a través del seto vivo y por el campo que había detrás, persiguiendo los olores que habían dejado Nimbo y sus amigos, hasta que los alcanzó; estaban todos apretujados en una mata de ortigas.
Tormenta de Arena se restregó contra él, con todo el cuerpo tembloroso. El lugarteniente miró por encima de la cabeza de la gata y vio la mirada de Nimbo fija en él, con sus azules ojos como platos. El alivio de Corazón de Fuego por haber encontrado a su aprendiz quedó enseguida empañado por sus antiguas dudas sobre el lugar de Nimbo en el Clan del Trueno, y no supo qué decir.
Nimbo se miró las patas.
—Gracias por venir.
—Bueno. ¿Quieres regresar al clan? —La confusión hizo que Corazón de Fuego se mostrara brusco. Se había dicho a sí mismo que Nimbo estaba a salvo; ahora empezaban a ocupar su pensamiento los intereses del clan.
El joven aprendiz levantó la barbilla con los ojos nublados de lágrimas.
—¡Por supuesto! Sé que nunca debería haberme acercado a los Dos Patas —admitió—. He aprendido la lección. Prometo que no volveré a hacerlo.
—¿Por qué habríamos de creerte? —le preguntó Tormenta de Arena.
Corazón de Fuego lanzó una mirada a la guerrera, pero su tono era amable, no desafiante. Cuervo guardó silencio, sentado con la cola pulcramente colocada sobre las patas delanteras; sus ojos ámbar no se perdían detalle.
—Habéis venido a buscarme —maulló Nimbo dubitativo—. Debéis de querer que vuelva.
—Necesito poder confiar en ti. —Corazón de Fuego quería que Nimbo comprendiera que había que tener en consideración a más gatos, aparte de él—. Necesito saber que comprendes el código guerrero y que puedes aprender a seguir sus normas.
—¡Puedes confiar en mí! —le aseguró Nimbo.
—Aunque puedas convencerme a mí, ¿piensas que el resto del clan te creerá? —maulló muy serio—. Todos saben que te marchaste con los Dos Patas. ¿Por qué crees que confiarán en un gato que prefirió la vida doméstica a la del clan?
—Pero ¡yo no lo escogí! —protestó Nimbo—. Yo pertenezco al clan. ¡No quiero irme con los Dos Patas!
—No seas demasiado duro con él —murmuró Tormenta de Arena.
A Corazón de Fuego lo pilló por sorpresa la inesperada compasión de la guerrera. Quizá a la gata la había convencido la seriedad que oscurecía la mirada de Nimbo. Esperó que al resto del clan le sucediera lo mismo. Él no podía seguir enfurecido mucho más tiempo. Estiró el cuello y dio un lametazo en la cabeza a Nimbo.
—Eso sí, ¡asegúrate de escucharme en el futuro! —le advirtió, hablándole al oído para que pudiese oírlo por encima del vibrante ronroneo que le brotaba del pecho.
—La luna está saliendo —dijo Cuervo quedamente desde las sombras—. Si queréis estar de regreso cuando el sol esté en lo más alto, no nos queda mucho tiempo.
Corazón de Fuego asintió y se volvió hacia Tormenta de Arena.
—¿Estás lista?
—Sí —respondió la gata, estirando las patas delanteras.
—Bien —maulló Corazón de Fuego—. Entonces será mejor que nos pongamos en marcha.
Cuervo acompañó a los gatos de clan hasta las tierras altas, y los dejó en la falda de la ladera —ahora cubierta de rocío— que llevaba al territorio del Clan del Viento. No faltaba mucho para que llegara la aurora, estaban en plena estación de la hoja verde y en esa época el sol salía muy temprano. Habían ido a buen ritmo.
—Gracias, Cuervo —maulló el lugarteniente, tocando la nariz del gato negro con la suya—. Hiciste lo correcto al ir a buscarme. Sé que para ti debió de ser muy duro regresar al bosque.
Cuervo bajó la cabeza.
—Aunque ya no seamos camaradas de clan, tú siempre contarás con mi amistad y lealtad.
Corazón de Fuego pestañeó por la emoción que le empañaba los ojos.
—Ten cuidado —le advirtió a su amigo—. Aunque Garra de Tigre no sepa dónde vives, hemos aprendido a no subestimarlo. Mantente ojo avizor.
Cuervo asintió muy serio y dio media vuelta.
Corazón de Fuego se quedó mirando cómo su viejo amigo cruzaba la centelleante hierba y desaparecía en el bosquecillo.
—Si nos damos prisa, podremos alcanzar los Cuatro Árboles antes de que salga la patrulla del alba del Clan del Viento —maulló.
Empezó a subir la ladera, flanqueado por Tormenta de Arena y Nimbo. Era un alivio atravesar las tierras altas antes de que hubiera salido el sol. Cuando llegaron a la parte más elevada del territorio del Clan del Viento, donde estaban las madrigueras de tejones abandonadas, el sol empezó a asomar por el horizonte y proyectó una oleada de luz dorada a través del brezo. Corazón de Fuego vio que Nimbo se quedaba mirándolo maravillado, con sus ojos azules dilatados, y tuvo la esperanza de que el aprendiz cumpliera su promesa y permaneciese en el bosque.
—Huelo a casa —murmuró Nimbo.
—¿En serio? —maulló Tormenta de Arena incrédula—. ¡Pues yo sólo huelo a cagarrutas secas de tejón!
—¡Y yo huelo a intrusos del Clan del Trueno!
Los tres gatos giraron en redondo con el pelo erizado. Rengo, el lugarteniente del Clan del Viento, salió entre el brezo y subió de un salto a la arenosa madriguera de tejón. Era pequeño y flaco, y se movía con la característica cojera que le había dado nombre, pero Corazón de Fuego sabía que, como el resto de los miembros del Clan del Viento, su escaso tamaño ocultaba una agilidad y rapidez que los demás clanes apenas podían igualar.
Hubo un susurro de hojas, y Enlodado surgió del brezo. Corazón de Fuego lo observó muy tenso mientras el guerrero marrón rodeaba al grupo y se detenía detrás de ellos.
—¡Trenzado! —llamó Enlodado.
El aprendiz atigrado que acompañaba a Enlodado la vez anterior salió de su escondrijo. Corazón de Fuego esperó, con el pulso desbocado, hasta ver si había más guerreros en la patrulla.
—Parece que estáis convirtiendo el territorio del Clan del Viento en vuestro segundo hogar —siseó Rengo.
Corazón de Fuego olfateó el aire antes de responder. No había más gatos del clan rival. Estaban en igualdad de condiciones.
—No hay otro camino desde el bosque hasta las tierras que hay más allá —contestó con voz tranquila.
No quería provocar un enfrentamiento, pero no había olvidado la manera en que Enlodado los trató a Estrella Azul y a él la última vez.
—¿Estáis intentando viajar a las Piedras Altas… de nuevo? —Rengo entornó los ojos—. ¿Dónde está Estrella Azul? ¿Está muerta?
Tormenta de Arena arqueó el lomo y bufó furiosa.
—¡Estrella Azul está perfectamente!
—Entonces, ¿qué hacéis aquí? —gruñó Enlodado.
—Sólo estamos de paso. —El maullido audaz de Nimbo sonó insignificante al lado de los guerreros hechos y derechos, y Corazón de Fuego sintió que se le tensaban los músculos.
—¡Ya veo que Corazón de Fuego no es el único que necesita una lección sobre el respeto! —gruñó Rengo.
Con el rabillo del ojo, Corazón de Fuego vio cómo el gato negro hacía un movimiento con la cola. Era la señal para que sus compañeros atacaran. Abatido, el joven lugarteniente supo que iban a tener que pelear. Cuando Rengo saltó desde la madriguera de tejón hasta su lomo, Corazón de Fuego rodó por el suelo y se libró de él lanzándolo por los aires.
El lugarteniente del Clan del Viento aterrizó sobre las patas y se volvió hacia él bufando:
—Bonito movimiento. Pero eres lento, como todos los gatos del bosque.
Y se abalanzó contra Corazón de Fuego, que notó cómo el enemigo le arañaba las orejas mientras se agachaba.
—Soy lo bastante rápido —espetó.
Se impulsó con las patas traseras y voló hacia Rengo. El gato del Clan del Viento soltó un grito ahogado cuando el impacto de Corazón de Fuego lo dejó sin respiración, pero aun así logró girar y caer de pie. Tan veloz como una víbora, golpeó de nuevo a Corazón de Fuego, que siseó cuando Rengo le rajó la nariz. El joven respondió propinando un zarpazo a Rengo, y sintió una gran satisfacción cuando sus garras se clavaron en la piel del rival. Ahora lo tenía bien agarrado por el omóplato. Lo aferró con más fuerza todavía y saltó a su lomo, pegándole el hocico al duro suelo.
Mientras sujetaba al lugarteniente, que se debatía en vano, Corazón de Fuego advirtió que Trenzado ya había huido. Tormenta de Arena y Nimbo estaban luchando juntos para que Enlodado se marchara por donde había llegado. Tormenta de Arena le atizaba con las patas delanteras mientras Nimbo le mordía las patas traseras. Con un chillido final de rabia, Enlodado dio media vuelta y huyó.
—Empezaré a mostrar respeto cuando os lo hayáis ganado —siseó Corazón de Fuego al oído de Rengo.
Y le propinó un violento mordisco en el bíceps antes de soltarlo. Rengo aulló de ira y corrió hacia el brezo.
—¡Vamos! —llamó Corazón de Fuego a sus amigos—. Será mejor que nos vayamos antes de que vuelvan con más guerreros.
Tormenta de Arena asintió con rostro serio, pero Nimbo se puso a saltar sobre una y otra pata, entusiasmado.
—¿Habéis visto cómo salían huyendo? —alardeó—. Parece que, después de todo, ¡no he olvidado mi entrenamiento!
—¡Chist! —gruñó Corazón de Fuego—. Salgamos de aquí.
Nimbo enmudeció, aunque sus ojos seguían reluciendo. Los tres gatos corrieron juntos hasta la ladera que conducía a los Cuatro Árboles, fuera del territorio del Clan del Viento.
—¿Has visto pelear a Nimbo? —le susurró Tormenta de Arena mientras saltaban de roca en roca.
—Sólo al final, mientras te ayudaba con Enlodado.
—¿Y antes de eso no? —maulló la gata. Hablaba en voz baja pero vehemente—. Se ha deshecho de ese aprendiz del Clan del Viento con sólo tres saltos de conejo. El pobre atigrado estaba aterrorizado.
—Es probable que Trenzado acabe de empezar su entrenamiento —sugirió Corazón de Fuego generosamente, aunque sintiéndose orgulloso de su aprendiz.
—Pero ¡Nimbo se ha pasado una buena temporada encerrado en una casa de Dos Patas! No está en forma, y sin embargo… —Hizo una pausa—. De verdad creo que cuando termine su entrenamiento Nimbo será un guerrero estupendo.
La voz de Nimbo sonó a sus espaldas:
—¡Eh! Vamos, ¡tenéis que admitirlo! Soy bastante bueno, ¿verdad?
—¡Y en cuanto aprenda algo de humildad! —añadió Tormenta de Arena, agitando los bigotes de la risa.
Corazón de Fuego no dijo nada. La fe de Tormenta de Arena en Nimbo lo complacía más de lo que podía expresar, pero no dejaba de preguntarse si su sobrino llegaría algún día a comprender realmente el código guerrero.
Atravesaron rápidamente el bosque, que resonaba de trinos y rebosaba del tentador olor de presas. Pero no había tiempo de pararse a cazar. Corazón de Fuego quería regresar al campamento. Sentía un hormigueo de ansiedad en las zarpas, una especie de presentimiento que se veía intensificado por el sofocante calor. La tormenta se aproximaba como un felino gigantesco, preparándose para atacar y aplastar el bosque con sus potentes garras. Corazón de Fuego apretó el paso conforme se acercaban al campamento, y descendió el barranco a toda velocidad, rezando para que Garra de Tigre se hubiera mantenido lejos de allí. Atravesó el túnel de aulagas a la carrera, dejando que Tormenta de Arena y Nimbo lo siguieran a menor ritmo, cansados, y llegó al claro entre resuellos. El campamento estaba igual que como lo habían dejado.
Unos cuantos gatos madrugadores estaban tendidos al sol en el borde del claro. Alzaron la vista, y Corazón de Fuego vio que sacudían la cola e intercambiaban miradas de inquietud.
Tormenta Blanca fue a su encuentro.
—Me alegro de que hayas regresado sano y salvo.
Corazón de Fuego inclinó la cabeza, excusándose.
—Lamento haberte preocupado. Cuervo vino a buscarme porque había encontrado a Nimbo.
—Sí, Centellina me contó lo sucedido —maulló Tormenta Blanca.
Mientras hablaban, Tormenta de Arena y Nimbo aparecieron por el túnel de aulagas, y todos los gatos se quedaron mirando sorprendidos al aprendiz blanco.
Tormenta de Arena se acercó a Corazón de Fuego y saludó con la cabeza a su antiguo mentor. Nimbo se sentó cerca de ella, enroscando la cola alrededor de las patas y bajando la mirada con respeto.
Tormenta Blanca examinó al aprendiz.
—Creíamos que te habías ido a vivir con los Dos Patas.
—Sí. —El maullido de Cebrado sonó perezosamente desde el otro lado del claro. El guerrero atigrado estaba tumbado ante su guarida—. Creíamos que habías decidido volver a la vida de minino de compañía.
Se puso en pie para ir a colocarse junto a Tormenta Blanca. Los demás gatos observaban la escena en silencio, sin parpadear y llenos de curiosidad, aguardando la respuesta de Nimbo. Corazón de Fuego notó un hormigueo de inquietud en las patas.
Nimbo alzó la barbilla.
—¡Los Dos Patas me secuestraron!
Un murmullo de asombro recorrió el clan; y luego Ceniciento corrió a tocar con su nariz la de Nimbo.
—¡Les dije que no querías marcharte! —exclamó el aprendiz gris.
Nimbo asintió.
—¡Yo bufé, pataleé y luché, pero los Dos Patas se me llevaron igual!
—¡Típico de los Dos Patas! —maulló Cola Pintada delante de la maternidad.
Corazón de Fuego se quedó sin habla. ¿Es que Nimbo iba a ganarse las simpatías del clan con aquel relato parcial?
—Tuve suerte de que Cuervo me encontrara —continuó el aprendiz, introduciendo un dejo desesperado en su voz—. Él vino a buscar a Corazón de Fuego para que me rescatara. De no haber sido por Corazón de Fuego y Tormenta de Arena, ¡seguiría atrapado en aquella casa de Dos Patas con aquel perro!
—¿Perro? —El horrorizado aullido de Centón sonó desde el roble caído.
—¿Ha dicho perro? —preguntó con voz cascada Tuerta, que estaba al lado de Centón.
—Eso he dicho —respondió Nimbo—. ¡Estaba suelto por la casa conmigo!
Corazón de Fuego vio los ojos alarmados de los veteranos.
Ceniciento sacudió la cola indignado.
—¿Te atacó? —quiso saber.
—No exactamente —admitió el joven—. Pero ladraba muchísimo.
—Puedes contarles los detalles a tus camaradas aprendices más tarde —lo interrumpió Corazón de Fuego—. Tienes que descansar. Lo único que el clan necesita saber de momento es que has aprendido de esa experiencia y que, a partir de ahora, seguirás el código guerrero.
—Pero ¡aún no he llegado al encuentro con la patrulla del Clan del Viento! —protestó Nimbo.
—¿Una patrulla del Clan del Viento? —Cebrado desplazó su fría mirada de Nimbo al lugarteniente—. Eso explica el zarpazo de tu nariz, Corazón de Fuego. ¿Os han hecho salir corriendo?
Tormenta de Arena lo fulminó con la mirada.
—¡En realidad somos nosotros quienes los hemos hecho salir corriendo! Y Nimbo ha peleado como un guerrero.
—¿En serio? —Tormenta Blanca miró sorprendido al aprendiz.
—Ha vencido a un aprendiz del Clan del Viento él solo, y luego ha ayudado a Tormenta de Arena a mandar a Enlodado a su casa —explicó Corazón de Fuego.
—Bien hecho. —Musaraña inclinó la cabeza ante Nimbo, y éste le devolvió el gesto graciosamente.
—¿Eso es todo? —inquirió Cebrado—. ¿Aceptamos a Nimbo de vuelta sin más?
—Bueno —empezó Tormenta Blanca—, eso debe decidirlo Estrella Azul, por supuesto. Pero el Clan del Trueno necesita guerreros más que nunca. Creo que seríamos unos insensatos si rechazáramos a Nimbo en estos momentos.
Cebrado soltó un resoplido.
—¿Y cómo vamos a estar seguros de que este minino casero no se largará de nuevo cuando las cosas se pongan difíciles?
—No soy un minino casero. Y no me largué —bufó Nimbo—. ¡Me secuestraron!
Corazón de Fuego vio que Cebrado flexionaba las garras, furioso.
—Lo que dice Cebrado tiene lógica —concedió, aceptando a su pesar que las dudas del atigrado podía compartirlas el resto del clan. Se necesitaría algo más que palabras bonitas para convencerlos de que debían volver a confiar en su aprendiz—. Iré a hablar con Estrella Azul —añadió—. Tormenta Blanca tiene razón: es ella quien ha de tomar la decisión.