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20

Corazón de Fuego oyó el crujido de la hierba detrás del seto vivo, y tensó los músculos mientras el fuerte olor llenaba el aire. Un sonoro ladrido le erizó la cola, y al instante vio cómo la temblorosa nariz de un perro atravesaba el seto.

—¡Corred! —aulló, dando media vuelta.

Otro crujido y un gañido de emoción le dijeron que un segundo perro seguía al primero.

Corazón de Fuego salió disparado. Su amiga corría a su lado, rozándolo mientras iban como un rayo a lo largo del seto, con los perros pisándoles los talones. El golpeteo de las patas de los perros hacía que el suelo temblase, y Corazón de Fuego notaba su caliente aliento en la nuca. Miró por encima del hombro: dos gigantescos perros se alzaban tras ellos; su blanda carne se estremecía, tenían una mirada asesina e iban con la lengua colgando. Con un sobresalto, Corazón de Fuego descubrió que Cuervo no estaba con ellos.

—Sigue corriendo —le susurró a Tormenta de Arena—. No podrán mantener este ritmo mucho tiempo.

La guerrera asintió a duras penas, acelerando todavía más.

Corazón de Fuego tenía razón. Cuando giró la cabeza de nuevo, vio que los perros habían empezado a quedar rezagados. El lugarteniente se fijó en un abedul que había más adelante e hizo sus cálculos. Estaba un poco lejos pero, si conseguían poner la distancia suficiente entre ellos y los perros, quizá lograran trepar y ponerse a salvo.

—¿Ves ese abedul? —le preguntó a Tormenta de Arena jadeando—. Súbete a él tan deprisa como puedas. Yo te seguiré.

La guerrera gruñó con aprobación entre resuellos, y corrieron hacia el árbol. Corazón de Fuego aulló a Tormenta de Arena y ésta trepó al tronco escalando hacia la seguridad.

Antes de subirse al abedul, Corazón de Fuego miró una vez más por encima del hombro para ver a qué distancia estaban los perros. Se le erizó el pelo aún más al ver unos colmillos enormes a sólo un conejo de su cara. Con un cruel gruñido, el perro se abalanzó hacia él. Corazón de Fuego giró sobre sí mismo y alargó las patas delanteras, con sus garras afiladas como espinas. Notó cómo se desgarraba la piel de la bamboleante papada del perro, y lo oyó aullar de dolor. Le propinó un nuevo zarpazo y luego ascendió por el tronco a toda prisa, veloz como una ardilla. Se detuvo en la primera rama y miró hacia abajo. A sus pies, el perro mostró su frustración mientras se le unía el otro, lanzando la cabeza hacia atrás y aullando de furia.

—Yo… yo… ¡creía que te habían atrapado! —tartamudeó Tormenta de Arena.

Avanzó por la rama y pegó el costado al pelo erizado de Corazón de Fuego, hasta que los dos dejaron de temblar.

Los perros enmudecieron, pero se quedaron al pie del árbol, paseándose arriba y abajo.

—¿Dónde está Cuervo? —preguntó Tormenta de Arena.

El lugarteniente sacudió la cabeza, intentando librarse del pavor que había sentido cuando los perros lo perseguían.

—Debe de haber huido en otra dirección. Estará bien. Creo que sólo había dos perros.

—Creía que éste era su territorio. ¿No sabía que también había perros en este lado del campo?

Corazón de Fuego no supo qué responder y vio cómo se ensombrecía la expresión de su amiga.

—¿No supondrás que Cuervo nos ha traído por aquí a propósito? —gruñó la gata entornando los ojos.

—Por supuesto que no —espetó él, aunque una punzada de incertidumbre lo hizo sonar a la defensiva—. ¿Por qué iba a hacerlo?

—Es que resulta muy extraño que aparezca de la nada y nos conduzca hasta aquí, eso es todo.

Un agudo maullido los hizo mirar a través de las hojas. ¿Era Cuervo? Los perros miraron alrededor, tratando de localizar el sonido. Corazón de Fuego vislumbró una lustrosa silueta negra desapareciendo entre la cebada. Cuervo aulló de nuevo, y los perros levantaron las orejas. Ladrando emocionados, corrieron hacia los temblorosos tallos que delataban el escondrijo del gato.

Corazón de Fuego se quedó mirando desde el árbol. ¿Podría Cuervo dejar atrás a los canes? Vio cómo temblaba la cebada mientras su amigo zigzagueaba invisible por el campo. Los lomos marrones de los perros lo perseguían ruidosamente como peces desgarbados, aplastando los tallos con sus torpes patazas y ladrando con frustración.

De pronto, Corazón de Fuego oyó el brusco grito de un Dos Patas. Los perros frenaron en seco y levantaron la cabeza por encima de la cebada, con la lengua colgando. Corazón de Fuego inspeccionó el campo. Un Dos Patas estaba pasando por encima de una valla de madera encajada en el seto. En la mano llevaba unas tiras de algo que parecía cáñamo. De mala gana, los perros se abrieron paso entre la cebada en dirección al Dos Patas, que los agarró por el collar y los sujetó con el cáñamo. Con un suspiro de alivio, Corazón de Fuego vio cómo el Dos Patas se llevaba a los perros a rastras, con el rabo entre las piernas y la lengua colgando.

—¡Ya veo que eres tan rápido como siempre!

Corazón de Fuego se volvió de golpe, sorprendido. Cuervo estaba subiendo por el tronco hasta su rama. El gato negro señaló a Tormenta de Arena con la cabeza.

—Aunque no entiendo por qué los perros se han molestado en perseguirla a ella. No les habría servido ni de aperitivo.

Tormenta de Arena se irguió y pasó ante Cuervo.

—¿No tenemos que rescatar un aprendiz? —preguntó la gata con voz glacial.

—Veo que continúa siendo un poco quisquillosa —comentó Cuervo.

—En tu lugar, yo no me metería con ella —murmuró Corazón de Fuego mientras seguía a la gata árbol abajo.

Decidió no contarle a su viejo amigo que la guerrera sospechaba que él los había guiado a una trampa. Cuervo no era tonto, y probablemente ya se lo había imaginado; pero era una señal de su recién estrenada confianza que no se dejase intimidar por la hostilidad de Tormenta de Arena. Y con los perros fuera de su camino definitivamente, lo único en lo que deseaba pensar Corazón de Fuego era en encontrar a Nimbo.

Cuervo los condujo hasta lo alto de la elevación y se detuvo. Tal como les había indicado, había una vivienda de Dos Patas en el suave valle que se desplegaba ante ellos.

—¿Es ahí adónde llevaste a Nimbo? —preguntó Corazón de Fuego.

Su amigo asintió, y el estómago del lugarteniente se contrajo de emoción y nervios. Aunque encontraran a Nimbo, ¿qué pasaría si no deseaba volver con ellos? Y si volvía, ¿podría el clan confiar de nuevo en un gato al que había atraído la comodidad de la vida doméstica?

—No capto su olor —declaró Tormenta de Arena, y a Corazón de Fuego no se le escapó el tono receloso de su voz.

—Su olor ya era rancio cuando vine a verlo por última vez —explicó Cuervo con paciencia—. Creo que los Dos Patas lo tienen encerrado en casa.

—Entonces, ¿cómo se supone que vamos a rescatarlo?

—Adelante —intervino Corazón de Fuego, decidido a no dar a sus dos amigos la ocasión de empezar a discutir. Comenzó a descender la ladera hacia la casa—. Echemos un vistazo de cerca.

La vivienda de Dos Patas estaba rodeada por un seto esmeradamente podado. Corazón de Fuego lo atravesó y miró al otro lado de la hierba reseca, a la silueta de la casa contra el cielo oscuro. Pegó el cuerpo al suelo y se arrastró hasta el arbusto más cercano con las orejas alerta. Allí el olfato no le servía de gran cosa. El aire del anochecer estaba impregnado del empalagoso aroma de las flores, que enmascaraba otros olores más útiles. Oyó pasos a sus espaldas, y al darse la vuelta vio que Cuervo y Tormenta de Arena lo seguían; al parecer, de momento habían dejado las peleas a un lado. Les hizo un gesto con la cabeza, agradecido por su compañía, y continuó cruzando el prado.

Para cuando alcanzaron la morada de Dos Patas, Corazón de Fuego notaba el pulso de la sangre en los oídos. De pronto, el seto y la seguridad que había tras él se le antojaron muy lejanos.

—Ahí está la ventana por la que vi a Nimbo —susurró Cuervo, doblando la esquina de la casa.

—Y probablemente por la que te vieron los Dos Patas —masculló Tormenta de Arena.

Corazón de Fuego percibió el olor a miedo de la guerrera y supo que su irritación se debía tanto a una tensión contenida como a antiguas rivalidades.

Una luz cegadora se encendió en la ventana que había sobre sus cabezas, y Tormenta de Arena se agazapó. Corazón de Fuego oyó el tamborileo de pisadas de Dos Patas en el interior. Dobló el cuello para observar la pared de la casa, pero la ventana estaba demasiado alta para alcanzarla de un salto. Fue sigilosamente a la franja de tierra que había justo debajo, donde un árbol nudoso y retorcido crecía en paralelo al muro. Examinó las curvadas ramas. Sopesó la idea de trepar por allí, pero seguía oyendo el ruido de los Dos Patas en el interior.

—¡Nimbo debe de estar medio muerto con ese estruendo! —siseó Tormenta de Arena, con las orejas pegadas al cráneo.

La curiosidad roía a Corazón de Fuego como una rata hambrienta, hasta que ya no pudo soportarlo más.

—Voy a echar una ojeada —anunció, y empezó a subir por el torcido tronco, sin hacer caso de la advertencia de Tormenta de Arena de que tuviera cuidado.

Con el pulso acelerado, el joven guerrero llegó hasta la ventana y subió cautelosamente al alféizar.

En el interior, un Dos Patas estaba plantado ante algo que escupía nubes de vapor. Corazón de Fuego hizo una mueca por la cruda luz antinatural, pero sintió que se removían viejos recuerdos de su infancia, y supo que estaba viendo una cocina, el lugar en que los Dos Patas preparaban la comida. Su mente se inundó de recuerdos —enterrados hacía mucho— de una comida seca e insulsa y de un agua de sabor fuerte y metálico. Parpadeó para alejar los recuerdos y empezó a buscar señales de Nimbo.

En una esquina de la guarida de los Dos Patas descubrió un nido de algo semejante a ramas secas entretejidas prietamente. Las patas le temblaron de emoción. Dentro había una pequeña figura blanca, enroscada. Corazón de Fuego contuvo la respiración cuando la criatura se desperezó y saltó de su lecho; luego fue corriendo hacia los pies del Dos Patas y se puso a ladrar escandalosamente. ¡Era un perro! Corazón de Fuego se encogió; la desilusión hizo que le diera vueltas la cabeza y casi perdió agarre en el alféizar. ¿Dónde estaba Nimbo?

—Ahí dentro hay un perro —informó a sus amigos con un susurro.

El Dos Patas se agachó para darle unas palmaditas a la ruidosa criatura. Corazón de Fuego soltó un bufido y luego se irguió sorprendido al ver que Nimbo entraba en la estancia. Alarmado, vio cómo el perro corría a su encuentro sin parar de ladrar. Esperó a que Nimbo arqueara el lomo y bufara pero, en vez de eso, el gato ignoró al otro con frialdad.

Corazón de Fuego se encogió más cuando Nimbo saltó de repente al repecho más alejado de la ventana. El perro seguía ladrando en el suelo, fuera de la vista.

—Nimbo está aquí —les susurró el lugarteniente a Cuervo y Tormenta de Arena.

—¿Te ha visto? —le preguntó la guerrera.

Corazón de Fuego levantó los ojos cautelosamente, pero mantuvo el cuerpo pegado a la dura piedra. Nimbo tenía la mirada perdida por encima de la cabeza de su pariente. Tenía los ojos ensombrecidos de tristeza y parecía más delgado. Con una punzada de culpabilidad, Corazón de Fuego no pudo evitar sentirse aliviado. Para él, eso era prueba suficiente de que Nimbo no estaba hecho para la vida de minino doméstico.

Se incorporó y apretó las zarpas contra el cristal de la ventana que los separaba. Con un estremecimiento de frustración, frotó el cristal, cuidando de no sacar las uñas para que ningún sonido pudiera alertar al Dos Patas o el perro. Contuvo la respiración cuando Nimbo agitó las orejas. Entonces el aprendiz blanco se dio la vuelta y lo vio, y abrió la boca en un aullido encantado que Corazón de Fuego no pudo oír.

El ruido hizo que el Dos Patas se volviera sorprendido. Corazón de Fuego saltó del alféizar y aterrizó junto a sus amigos.

—¿Qué sucede? —le preguntó Tormenta de Arena.

—Nimbo me ha visto, pero ¡creo que el Dos Patas también!

—Deberíamos irnos —urgió Cuervo.

—No —repuso Corazón de Fuego—. Vosotros dos podéis iros. Yo me quedo aquí hasta que salga Nimbo.

Tormenta de Arena lo fulminó con la mirada.

—¿Qué vas a hacer? ¿Y si sueltan a ese perro?

—No puedo marcharme ahora que Nimbo me ha visto —replicó el lugarteniente—. Me quedo aquí.

Mientras hablaba, un chirrido sonó detrás de ellos. Corazón de Fuego giró la cabeza. De una puerta en la pared brotó una luz que se derramó por el jardín, iluminando toda la hierba hasta el seto. El brillante torrente quedó oscurecido de pronto cuando apareció la sombra de un Dos Patas.

Corazón de Fuego se quedó de piedra. No había tiempo de esconderse. Sabía que los habían descubierto. El Dos Patas gritó, con voz dura e inquisitiva, y luego comenzó a avanzar despacio hacia ellos. Los tres gatos se apiñaron mientras el Dos Patas se acercaba más y más. Corazón de Fuego oyó la temblorosa respiración de Tormenta de Arena. Alzó la mirada, y se le contrajo el estómago de terror. El Dos Patas se cernía sobre ellos. Estaban atrapados.