—¡Cuervo! —Corazón de Fuego corrió a acariciar a su viejo amigo con el hocico.
—¡Qué alegría verte, Corazón de Fuego! —Cuervo le devolvió el saludo y luego se dio la vuelta hacia Tormenta de Arena—. ¿Es posible que ésta sea Arenisca?
—¡Tormenta de Arena! —lo corrigió ella, cortante.
—Por supuesto. La última vez que te vi, ¡eras la mitad de grande que ahora! —El gato negro entornó los ojos—. ¿Cómo está Polvoroso?
Corazón de Fuego comprendió el tono receloso de su amigo. Tormenta de Arena y Manto Polvoroso habían entrenado al mismo tiempo que Cuervo, pero lo consideraban más un rival que un compañero. Cuando Cuervo huyó de su mentor —Garra de Tigre— y se marchó a vivir al territorio de los Dos Patas que había más allá de las tierras altas, a Manto Polvoroso y Tormenta de Arena no les dio mucha pena perderlo de vista. El lugarteniente dudaba que Cuervo los hubiera echado de menos alguna vez.
—Manto Polvoroso está bien. —Tormenta de Arena se encogió de hombros—. Ahora tiene un aprendiz.
—¿Y ésta es tu aprendiza? —le preguntó Cuervo mirando a Centellina.
Corazón de Fuego sintió que le temblaban las orejas cuando Tormenta de Arena respondió secamente:
—Yo todavía no soy mentora de nadie. Ésta es Centellina, la aprendiza de Tormenta Blanca.
La cálida brisa agitó las hojas de las copas de los árboles, y Corazón de Fuego alzó la cabeza. El inesperado encuentro con Cuervo lo había desarmado, y había bajado la guardia. Examinó el sotobosque con cautela, mientras recordaba la amenaza de Garra de Tigre y su banda de proscritos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Cuervo? —le preguntó con urgencia.
Cuervo, que estaba observando a Tormenta de Arena con una curiosa expresión en sus ojos ámbar, volvió la cabeza.
—Estaba buscándote.
—¿En serio? ¿Por qué?
Corazón de Fuego sabía que tenía que tratarse de algo importante si había impulsado al gato negro a regresar al bosque. El joven gato había vivido en un miedo constante después de presenciar accidentalmente cómo Garra de Tigre asesinaba a Cola Roja, el antiguo lugarteniente del Clan del Trueno. Cuando Garra de Tigre intentó matarlo también a él para que no abriera la boca, Corazón de Fuego y Látigo Gris lo ayudaron a escapar. Ahora Cuervo vivía en una granja de Dos Patas junto con Centeno, otro solitario, es decir, un gato que ni era doméstico ni pertenecía a un clan del bosque. Así que Cuervo debía de tener una buena razón para haber vuelto al territorio de su viejo enemigo. Al fin y al cabo, él no podía saber que la traición de Garra de Tigre había quedado al descubierto y que lo habían expulsado del Clan del Trueno. Hasta donde Cuervo sabía, Garra de Tigre seguía siendo el lugarteniente del clan.
El gato sacudió la cola con nerviosismo.
—Un gato ha ido a vivir en el extremo de mi territorio —empezó.
Corazón de Fuego se quedó mirándolo, confundido, y su amigo intentó explicarse:
—Me lo encontré mientras estaba cazando. Él estaba asustado y perdido. No habló mucho, pero olía al Clan del Trueno.
—¿Al Clan del Trueno? —repitió Corazón de Fuego.
—Le pregunté si había llegado por las tierras altas, pero no parecía tener idea de dónde se hallaba. De modo que lo llevé de vuelta a la casa de Dos Patas donde me dijo que estaba viviendo.
—Entonces, ¿era un minino casero? —Tormenta de Arena lo miraba fijamente—. ¿Estás seguro de que olía al Clan del Trueno?
—Jamás olvidaría el olor de donde nací —replicó Cuervo—. Y él no parecía el típico gato doméstico. De hecho, no pareció muy contento de volver con sus Dos Patas.
Corazón de Fuego sintió un destello de emoción en el estómago, pero se obligó a guardar silencio hasta que Cuervo terminara su historia.
—No podía sacarme ese olor de la cabeza. Regresé a la casa de Dos Patas para hablar con él, pero estaba encerrado en el interior. Intenté decirle algo a través de la ventana, pero los Dos Patas me echaron de allí.
—¿De qué color era ese gato? —le preguntó el lugarteniente, y notó que Tormenta de Arena clavaba sus ojos en él.
—Blanco. Tenía el pelo largo y blanco.
—Pero… ¡eso suena a Nimbo! —exclamó Centellina.
—Entonces, ¿lo conocéis? —maulló Cuervo—. ¿Yo tenía razón? ¿Es un miembro del Clan del Trueno?
Corazón de Fuego apenas oyó las palabras de su viejo amigo. ¡Nimbo estaba sano y salvo! Empezó a dar vueltas alrededor de Cuervo, con un hormigueo de alegría y alivio en las patas.
—¿Estaba bien? ¿Qué te dijo?
—B… bueno —tartamudeó el gato, girando la cabeza para seguir a Corazón de Fuego, que caminaba en círculos en torno a él—. Como te he dicho, la primera vez que lo vi parecía completamente perdido.
—Eso no es sorprendente. Nimbo nunca ha salido del territorio del Clan del Trueno. —Se paseó impaciente entre Tormenta de Arena y Centellina—. Todavía no ha viajado hasta las Rocas Altas. No podía saber que se encontraba tan cerca de casa.
Tormenta de Arena asintió, y Cuervo señaló:
—Eso explicaría por qué estaba tan alterado. Debió de pensar…
—¿Alterado? —Corazón de Fuego dejó de pasearse—. ¿Por qué? ¿Estaba herido?
—No, no —se apresuró a responder Cuervo—. Sólo parecía absolutamente abatido. Pensé que se alegraría cuando le enseñara el camino de vuelta a su casa de Dos Patas, pero todavía parecía triste. Por eso he venido a buscarte.
Corazón de Fuego se miró las patas, sin saber bien qué pensar. Había tenido la esperanza de que Nimbo fuera feliz en su nueva vida, incluso aunque no volviera a verlo.
Cuervo parpadeó con incertidumbre.
—¿He hecho lo correcto al venir hasta aquí? —maulló—. ¿Acaso ese tal… hum… Nimbo ha sido expulsado del clan?
Corazón de Fuego miró muy serio a su amigo. Éste había arriesgado su vida para llegar hasta allí; se merecía una explicación.
—Los Dos Patas se llevaron a Nimbo del bosque por la fuerza. Él era mi aprendiz, además del hijo de mi hermana. Lleva desaparecido un cuarto de luna. Yo… había empezado a pensar que no volvería a verlo.
Tormenta de Arena le lanzó una mirada inquisitiva.
—¿Y qué te hace pensar que vas a verlo de nuevo? Ahora está viviendo en el territorio de Cuervo… ¡con unos Dos Patas! —remarcó.
—¡Voy a ir por él! —declaró Corazón de Fuego.
—¿Qué vas a ir por él? ¿Por qué?
—Ya has oído a Cuervo. ¡Nimbo no es feliz!
—¿Estás seguro de que Nimbo quiere que lo rescaten?
—¿Es que tú no lo querrías? —replicó Corazón de Fuego.
—Yo no necesitaría que me rescataran. Para empezar, no habría aceptado comida de los Dos Patas —apuntó Tormenta de Arena ásperamente.
Cuervo soltó un gruñido de sorpresa, pero no dijo nada.
—Sería estupendo tenerlo de nuevo en la guarida de los aprendices —intervino Centellina, pero Corazón de Fuego apenas la oyó; estaba mirando a Tormenta de Arena, con el pelo del pescuezo erizado de rabia.
—¿Es que piensas que Nimbo se merece que lo dejemos allí, desgraciado y solo? —le espetó el lugarteniente—. ¿Sólo porque cometió un estúpido error?
La guerrera resopló con impaciencia.
—Eso no es lo que estoy diciendo. Ni siquiera sabes con certeza si Nimbo desea regresar.
—Cuervo ha dicho que parecía desdichado —insistió él.
Pero, mientras hablaba, sintió una punzada de duda. ¿Y si, a esas alturas, Nimbo ya se había acostumbrado a la vida doméstica?
—Cuervo solamente habló con él una vez. —Tormenta de Arena se volvió hacia el gato negro—. ¿Te pareció apenado cuando lo viste por la ventana de los Dos Patas?
Cuervo sacudió las orejas, incómodo.
—No sabría qué decirte. Nimbo estaba comiendo.
Tormenta de Arena se volvió como el rayo hacia Corazón de Fuego.
—Nimbo tiene un hogar, tiene comida, ¿y todavía piensas que necesita que lo rescaten? ¿Y qué pasa con el clan? Ellos te necesitan. Da la impresión de que Nimbo está a salvo. Yo digo que lo dejemos donde está.
El lugarteniente se quedó mirando a Tormenta de Arena sin pestañear. Ella tenía el pelo de los omóplatos erizado, y sus ojos relucían con determinación. Con el alma en los pies, Corazón de Fuego comprendió que la gata tenía razón. No podía abandonar el clan en esos momentos, ni siquiera para una breve escapada, con Estrella Azul tan débil y con Garra de Tigre y sus compinches amenazándolos. Y sólo por un gato que había demostrado ser un aprendiz perezoso y glotón.
Pero, aun así, su corazón le decía que debía intentarlo. No podía dejar de creer que Nimbo sería un gran guerrero algún día, y, en esos precisos instantes, el clan necesitaba a todos los guerreros que pudiera conseguir.
—Tengo que ir —maulló sin más.
—¿Y qué pasa si logras traerlo de vuelta? —replicó Tormenta de Arena—. ¿Nimbo estará seguro en el bosque?
Corazón de Fuego sintió un escalofrío por la columna vertebral. ¿Soportaría devolver a Nimbo a casa y ver luego cómo lo despedazaba Garra de Tigre? Pero, aunque sentía un hormigueo de incertidumbre, sabía qué iba a hacer.
—Regresaré mañana cuando el sol esté en lo más alto —maulló—. Decidle a Tormenta Blanca adónde he ido.
A Tormenta de Arena se le dilataron los ojos, llenos de alarma.
—¿Te marchas ahora mismo?
—Necesito que Cuervo me indique dónde está Nimbo, y no puedo pedirle que se quede rondando por el bosque —explicó—. No sabiendo que Garra de Tigre anda suelto.
A Cuervo se le erizó la cola con un miedo repentino.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué significa eso de que Garra de Tigre anda suelto?
Tormenta de Arena miró a Corazón de Fuego de soslayo.
—Vamos —le dijo el lugarteniente a su amigo—. Te lo explicaré por el camino. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor.
—No te marcharás sin mí —declaró Tormenta de Arena—. Es un viaje absurdo, pero necesitarás toda la ayuda posible si tropiezas con Garra de Tigre o con una patrulla del Clan del Viento.
Corazón de Fuego sintió una oleada de alegría por las palabras de la guerrera. La miró agradecido y se volvió hacia Centellina.
—¿Podrás regresar al campamento y contarle a Tormenta Blanca adónde hemos ido? —le preguntó a la aprendiza—. Él conoce a Cuervo.
Los ojos de Centellina destellaron alarmados, pero se sobrepuso al pánico e inclinó la cabeza.
—Por supuesto.
—Ve directa a casa y mantén las orejas alerta —le ordenó Corazón de Fuego con una punzada de inquietud al dejar que la joven gata se desplazara sola.
—Tendré cuidado —prometió la aprendiza muy formal, y luego dio media vuelta y desapareció en la espesura.
Corazón de Fuego apartó la preocupación por Centellina y echó a andar entre los helechos. Tormenta de Arena y Cuervo se pusieron en marcha tras él, y el joven lugarteniente recordó todas las veces que había cazado en el bosque con Cuervo y Látigo Gris. Pero mientras el sofocante aire lo atenazaba y sentía un hormigueo de expectación por el viaje que los esperaba, no pudo evitar preguntarse si no estaría conduciendo a sus amigos al desastre.
Los tres gatos cruzaron los Cuatro Árboles y ascendieron al territorio del Clan del Viento. Corazón de Fuego se acordó de la última vez que había estado allí, con Estrella Azul. Seguirían la misma ruta, atravesando las tierras altas por el centro hasta las granjas que se hallaban entre el territorio del Clan del Viento y las Rocas Altas. Por lo menos, esa vez no había brisa que esparciera su olor por el páramo. El aire de las tierras altas estaba antinaturalmente inmóvil, y tan seco que Corazón de Fuego sentía cómo su pelo chisporroteaba cuando andaba entre el brezo.
Escogió una senda que los llevaba lo más lejos posible del campamento del Clan del Viento, situado en el corazón del territorio. Allí, el suelo era de turba y solía estar húmedo, pero ahora se había secado hasta formar una costra dura, y el brezo tenía partes de color marrón, marchitas por el sol.
—Bueno, ¿qué ha pasado con Garra de Tigre? —Cuervo rompió el silencio sin reducir el paso.
A menudo, Corazón de Fuego había deseado poder contarle a Cuervo que su antiguo torturador había quedado por fin al descubierto. Pero ahora sólo parecía haber oscuridad en la noticia de la traición y el destierro de Garra de Tigre. Como además había muerto Viento Veloz, el joven lugarteniente narró la historia a trompicones, con el corazón dolorido de amargura y pesar.
Cuervo frenó en seco.
—¿Garra de Tigre ha matado a Viento Veloz?
Corazón de Fuego se detuvo también y asintió apenado.
—Ahora Garra de Tigre lidera una banda de proscritos, y ha jurado matarnos a todos.
—Pero ¿quién seguiría a un cabecilla como él?
—Algunos son viejos amigos de Cola Rota, exiliados junto con él cuando lo expulsamos del Clan de la Sombra. —Corazón de Fuego hizo una pausa, obligándose a repasar la escena de la reciente batalla—. Pero hay otros gatos que nunca había visto. No sé de dónde proceden.
—De modo que Garra de Tigre es más poderoso que nunca —maulló Cuervo sombríamente.
—¡No! —bufó el lugarteniente—. Ahora es un desterrado, no un guerrero. No tiene clan. El Clan Estelar se opondrá a él mientras siga quebrantando el código guerrero. Sin un clan ni código guerrero en que apoyarse, no hay manera de que Garra de Tigre pueda vencer al Clan del Trueno.
El joven enmudeció, consciente de que había hablado con una convicción que apenas había sentido hasta entonces. Tormenta de Arena lo miraba llena de orgullo.
—Espero que tengas razón —repuso Cuervo.
«Yo también», pensó el lugarteniente. Emprendió la marcha de nuevo, entornando los ojos contra el cegador sol.
—Por supuesto que Corazón de Fuego tiene razón —aseguró Tormenta de Arena, siguiéndolo.
Cuervo avanzó junto a la guerrera.
—Bueno, por lo menos me alegro de estar fuera de todo eso.
Ella lo miró acusadoramente.
—¿Es que no echas de menos la vida del clan?
—Al principio sí —admitió el gato negro—. Pero ahora tengo un nuevo hogar, y me gusta vivir allí. Tengo a Centeno si quiero compañía, y eso me basta. En cualquier caso, prefiero eso a Garra de Tigre.
Los ojos de Tormenta de Arena centellearon.
—¿Cómo sabes que Garra de Tigre no irá a buscarte?
Cuervo sacudió las orejas.
—Garra de Tigre no tiene ni idea de dónde estás —se apresuró a decir Corazón de Fuego, y luego le lanzó una mirada de advertencia a la guerrera—. Vamos; salgamos del territorio del Clan del Viento.
Apretó el paso hasta que acabaron corriendo entre el brezo, demasiado rápido para hablar. Corazón de Fuego evitó la extensión de aulagas donde él y Estrella Azul habían tropezado con Enlodado; en su lugar, dibujaron un amplio círculo a través del páramo despejado. La árida tierra no ofrecía ninguna protección del sol, y para cuando alcanzaron la ladera que descendía al territorio de Dos Patas, sentía como si su pelo estuviera ardiendo en llamas. A sus pies se extendía un valle salpicado de prados, senderos y viviendas de Dos Patas, como el manto moteado de un gato pardo.
—Los gatos del Clan del Viento debían de estar resguardados del calor en su campamento —maulló Corazón de Fuego resoplando, mientras corrían ladera abajo—. Esperemos que todo el viaje sea igual de fácil.
Llegaron a una pequeña arboleda, y Corazón de Fuego agradeció la fresca sombra y los familiares olores del bosque. Muy alto en el cielo, dos águilas ratoneras volaban en círculos lanzando gritos estridentes, y en la distancia se oía el rugido del monstruo de un Dos Patas. Con lo doloridas que tenía las patas, al lugarteniente lo tentó la idea de echarse a descansar un rato, pero su ansia de encontrar a Nimbo lo hizo continuar.
Mientras andaban entre los árboles, Tormenta de Arena iba mirando alrededor con los bigotes temblando. Corazón de Fuego cayó en la cuenta de que la gata sólo se había alejado tanto del territorio del Clan del Trueno en una ocasión: cuando, como aprendiza, acompañó a Estrella Azul a la Piedra Lunar. Era un viaje que todos los gatos tenían que hacer antes de convertirse en guerreros. En cambio, Corazón de Fuego había estado allí varias veces, no sólo para ir a las Rocas Altas, sino también para visitar a Cuervo y para rescatar al Clan del Viento del exilio. Pero quien se encontraba más cómodo allí era Cuervo.
—No podemos quedarnos aquí —advirtió el gato negro—. Especialmente a esta hora del día. A los Dos Patas les gusta pasear a sus perros por este lugar.
Corazón de Fuego notaba el olor a perro cerca. Agachó las orejas y siguió en silencio a Cuervo, que los guió fuera del bosquecillo y pasó el primero a través de un seto vivo. Corazón de Fuego esperó a que Tormenta de Arena lo siguiera, y luego se abrió paso a través de las espesas y enredadas hojas. Reconoció el camino de tierra roja del otro lado. Lo había cruzado junto con Látigo Gris cuando fueron en busca del exiliado Clan del Viento. Cuervo miró a ambos lados antes de atravesarlo corriendo y desaparecer en el seto del lado opuesto. Tormenta de Arena lanzó una mirada a su lugarteniente, que asintió para darle ánimos. La gata salió disparada, y él le fue a la zaga.
La cebada del campo que había detrás del seto se alzaba por encima de sus cabezas. En vez de bordear el campo, Cuervo fue directo al bosque de susurrantes tallos. Zigzaguearon tras él, apresurándose para no perder de vista la cola negra que se agitaba delante de ellos. Corazón de Fuego sintió una oleada de inquietud al advertir que jamás podría encontrar la salida solo. Estaba completamente desorientado; no había nada que ver aparte de los interminables tallos dorados y una franja de despejado cielo azul en lo alto. Se sintió muy aliviado cuando por fin salieron de allí y se sentaron a descansar bajo el seto del extremo más alejado. Estaban haciendo grandes progresos. El sol sólo había descendido la mitad de su camino por el cielo, y las tierras altas ya quedaban muy atrás.
Corazón de Fuego captó un olor familiar en el seto de al lado.
—Es tu marca —le dijo a Cuervo.
—Aquí es donde comienza mi territorio. —Cuervo giró la cabeza, señalando la amplia extensión de campos que tenían delante, donde él vivía y cazaba.
—Entonces, ¿Nimbo está cerca de aquí? —preguntó Tormenta de Arena, olfateando con cautela.
—Hay una pendiente al otro lado de esa elevación —contestó el gato, indicando con la nariz—. La casa de los Dos Patas está allí.
De pronto, Corazón de Fuego notó un hormigueo en la columna vertebral. ¿Qué era ese olor? Se quedó inmóvil y abrió la boca para que alcanzara sus glándulas olfativas.
Junto a él, Cuervo había levantado la nariz, tenía las orejas aguzadas y sacudía la cola con nerviosismo. Sus ojos se dilataron alarmados.
—¡Perros! —bufó.