—¡No mientras Corazón de Fuego viva! —protestó Carbonilla.
El joven lugarteniente se sintió reconfortado por la fe que la aprendiza tenía en él, y estaba a punto de responder cuando Espino se quejó con voz ahogada:
—¡Sigue sangrando!
—No durante mucho tiempo —respondió Fauces Amarillas con brío—. Ven, Carbonilla. Ponle estas telarañas mientras yo examino las heridas de Corazón de Fuego.
La curandera dejó las telarañas junto a la joven gata y guió a Corazón de Fuego hasta la entrada de su guarida.
—Espera aquí —ordenó, y desapareció en el interior. Volvió a salir con un bocado de hierbas bien mascadas—. Veamos, ¿dónde te duele?
—Esto es lo peor —contestó Corazón de Fuego, torciendo el cuello para señalar un mordisco en el omóplato.
—Bien. —Fauces Amarillas empezó a frotar la herida con la mezcla de hierbas, suavemente—. Estrella Azul está muy alterada —murmuró, sin despegar los ojos de lo que estaba haciendo.
—Lo sé —afirmó el lugarteniente—. Voy a organizar más patrullas de inmediato. Quizá eso la tranquilice.
—Puede que también ayude a tranquilizar al resto del clan —señaló la vieja gata—. Están realmente preocupados.
—Tienen motivos para estarlo. —Corazón de Fuego hizo una mueca cuando Fauces Amarillas presionó las hierbas más profundamente en la herida.
—¿Cómo les va a los nuevos aprendices? ¿Progresan bien? —preguntó la curandera con fingida despreocupación.
Corazón de Fuego sabía que la vieja gata estaba dándole un sabio consejo a su manera, de forma indirecta.
—Aceleraré su entrenamiento —decidió—. Empezarán al amanecer.
Sintió un nudo en la garganta de pena al recordar a Nimbo. El clan lo necesitaba más que nunca; pese a lo que el aprendiz blanco pensara del código guerrero, nadie podía negar que era un luchador valiente y hábil.
Fauces Amarillas dejó de masajearle el omóplato.
—¿Has terminado? —preguntó Corazón de Fuego.
—Casi. Te pondré también un poco en los arañazos; luego puedes irte. —La vieja gata le guiñó uno de sus grandes ojos amarillos—. Ten valor, joven Corazón de Fuego. Son tiempos oscuros para el Clan del Trueno, pero ningún gato podría hacer más de lo que tú haces.
Mientras Fauces Amarillas hablaba, en la distancia sonó el retumbo de un trueno, una insinuada amenaza que provocó un escalofrío a Corazón de Fuego a pesar de las palabras de aliento de la curandera.
Cuando regresó al claro principal, las heridas se le habían adormecido con las hierbas sanadoras. Corazón de Fuego se sorprendió al descubrir que la mayoría de los gatos seguían despiertos. Estrella Azul, Tormenta Blanca y Musaraña estaban encorvados en silencio junto al cadáver de Viento Veloz. Su dolor se reflejaba en sus cabezas gachas y en la tensión de sus omóplatos. Los demás formaban pequeños grupos; pestañeaban en las sombras, y sus orejas se agitaban nerviosamente mientras escuchaban los ruidos del bosque.
Corazón de Fuego se echó en el lindero del claro. El sofocante ambiente hacía que le picara la piel. Todo el bosque parecía estar aguardando a que estallara la tormenta. Una sombra se movió cerca del borde del claro, y Corazón de Fuego giró la cabeza. Era Cebrado.
El lugarteniente llamó al guerrero con un movimiento de la cola. Cebrado se acercó despacio.
—Quiero que mañana salgas con una segunda patrulla en cuanto regrese la del alba —maulló Corazón de Fuego—. De ahora en adelante, habrá tres patrullas extra cada día, y todas contarán con tres guerreros.
Cebrado lo miró fríamente.
—Pero mañana por la mañana tengo que entrenar a Frondina.
Corazón de Fuego sintió un hormigueo de irritación.
—Entonces llévatela contigo —le espetó—. Será una buena experiencia para ella. De todos modos, necesitamos acelerar el entrenamiento de los aprendices.
Cebrado sacudió las orejas, pero su mirada se mantuvo inalterable.
—Sí, lugarteniente —murmuró con ojos destellantes.
Corazón de Fuego entró cansadamente en la guarida de Estrella Azul. Aunque el sol todavía no había alcanzado su cénit, él ya había salido a patrullar dos veces. Y por la tarde se llevaría a cazar a Centellina, la aprendiza de Tormenta Blanca. Los días siguientes a la muerte de Viento Veloz habían sido muy ajetreados. Todos los guerreros y aprendices estaban exhaustos, intentando aguantar el ritmo de las nuevas patrullas. Como Sauce y Flor Dorada estaban en la maternidad, Tormenta Blanca era reacio a separarse de su líder, Nimbo se había ido y Viento Veloz estaba muerto, a Corazón de Fuego apenas le quedaba tiempo para comer y dormir.
Estrella Azul estaba en su lecho con los ojos casi cerrados, y durante un segundo Corazón de Fuego se preguntó si habría desarrollado la enfermedad del Clan de la Sombra. La líder tenía el pelo todavía más desgreñado, y estaba tan quieta como un gato que ya no puede cuidar de sí mismo y espera la muerte en silencio.
—Estrella Azul —la llamó Corazón de Fuego quedamente.
La vieja gata giró la cabeza despacio hacia él.
—Hemos estado patrullando el bosque constantemente —informó el joven—. No hay ni rastro de Garra de Tigre y sus secuaces.
Estrella Azul apartó la mirada sin responder. Corazón de Fuego hizo una pausa, preguntándose si convenía añadir algo, pero la líder recogió más las patas bajo el pecho y cerró los ojos. Descorazonado, el lugarteniente inclinó la cabeza y salió de la cueva.
El claro iluminado por el sol parecía tan tranquilo que costaba creer que el clan se enfrentara a algún peligro. Fronde Dorado estaba jugando con los cachorros de Sauce delante de la maternidad, sacudiendo la cola para que los pequeños la atraparan, mientras Tormenta Blanca descansaba a la sombra de la Peña Alta. El guerrero blanco tenía las orejas orientadas hacia la guarida de Estrella Azul, y eso era lo único que delataba la tensión que se vivía en el clan.
Corazón de Fuego se quedó mirando con poco entusiasmo el creciente montón de carne fresca. Se notaba la barriga tirante y vacía, pero se sentía incapaz de tragar nada. Vio a Tormenta de Arena comiendo. La visión de su lustroso pelaje anaranjado le supuso un placer inesperado, y de repente pensó en cómo disfrutaría de la compañía de la guerrera mientras cazaba con Centellina. Esa idea le devolvió el apetito, y las tripas le rugieron anticipándose a la caza. Dejaría que los otros compartieran las piezas del montón.
En ese instante, Centellina entró en el campamento tras Musaraña, Escarcha y Medio Rabo. Llevaban musgo empapado en agua para las reinas y los veteranos. La gata llevó su goteante carga a la guarida de Estrella Azul, bajo la mirada apreciativa de Tormenta Blanca.
El lugarteniente llamó a Tormenta de Arena:
—Me prometiste que cazarías un conejo para los dos cuando yo te lo pidiera. ¿Estás lista para venir a cazar con Centellina y conmigo?
La guerrera melada levantó la mirada. Sus ojos verdes relucieron con un mensaje mudo que caldeó el pelaje de Corazón de Fuego más que los rayos del sol.
—Claro —maulló la gata, y se apresuró a engullir el último bocado de comida.
Relamiéndose todavía, corrió hacia Corazón de Fuego.
Los dos esperaron juntos a Centellina y, aunque apenas se tocaban, Corazón de Fuego sintió un cosquilleo por todo el cuerpo.
—¿Preparada para ir a cazar? —le preguntó a Centellina en cuanto ésta salió de la guarida de Estrella Azul.
—¿Ahora? —maulló la aprendiza sorprendida.
—Sé que el sol todavía no ha llegado a lo más alto, pero podemos marcharnos ahora mismo si no estás demasiado cansada.
Centellina negó con la cabeza y corrió tras ellos cuando salieron disparados por el túnel de aulagas en dirección al bosque.
Con Centellina a la zaga, el lugarteniente siguió a Tormenta de Arena barranco arriba hasta el bosque, impresionado por la suavidad con que se flexionaban los músculos de la guerrera bajo su pelaje melado. Imaginaba que Tormenta de Arena debía de estar tan agotada como él, pero la gata mantuvo un ritmo rápido a través del sotobosque, con las orejas tiesas y la boca abierta.
—¡Creo que hemos encontrado uno! —susurró la guerrera de golpe, adoptando la posición de acecho.
Centellina abrió la boca para olfatear el aire. Corazón de Fuego se quedó inmóvil mientras Tormenta de Arena avanzaba silenciosamente entre los arbustos. Captó el olor del conejo y oyó cómo éste olisqueaba debajo de una mata de helechos. De pronto, la guerrera se abalanzó hacia delante, sacudiendo las hojas mientras corría entre ellas. Corazón de Fuego oyó cómo las patas traseras del conejo golpeaban el reseco suelo al intentar escapar. Dejando a Centellina atrás, saltó instintivamente, rodeando los helechos, y corrió entre la vegetación del bosque tras la presa que se alejaba de las afiladas garras de Tormenta de Arena. Corazón de Fuego le quitó la vida de un preciso mordisco, agradeciendo en silencio al Clan Estelar que llenara el bosque con presas, aunque hacía mucho que no les enviaba lluvia. La tormenta que prometían los truenos unos días atrás no había llegado, y el aire estaba tan seco y era tan sofocante como siempre.
Tormenta de Arena frenó con un derrape junto a Corazón de Fuego. El joven la oyó resollar. Él mismo respiraba entrecortadamente.
—Gracias —dijo la guerrera—. Hoy estoy un poco lenta.
—Yo también —admitió el lugarteniente.
—Necesitas descansar —maulló Tormenta de Arena dulcemente.
—Todos lo necesitamos —repuso él, sintiendo la calidez de sus ojos verdes.
—Pero tú has estado el doble de ocupado que los demás.
—Hay mucho que hacer. —Y se obligó a añadir—: Y yo ya no tengo que entrenar a Nimbo.
La pérdida de Nimbo lo perturbaba cada vez más. Había estado esperando que el aprendiz apareciera en el campamento tras encontrar el camino de vuelta por sí solo, pero no había habido ni rastro de él desde que el monstruo se lo llevó. Mientras Corazón de Fuego empezaba a perder la esperanza de verlo de nuevo, el hecho de haber perdido dos aprendices —Carbonilla además de Nimbo— era como una corona de espinas. ¿Cómo iba a encargarse de las responsabilidades de un lugarteniente si no había podido con sus obligaciones como mentor? Al ocuparse de más patrullas y partidas de caza que ningún otro gato, Corazón de Fuego estaba intentando demostrar su valía ante el resto del clan y alejar sus propias dudas sobre su destreza como guerrero.
Tormenta de Arena pareció percibir su ansiedad.
—Sé que hay mucho que hacer. Quizá yo podría ayudarte más. —Se quedó mirándolo, y él creyó detectar una leve amargura en sus siguientes palabras—: Después de todo, yo tampoco tengo ningún aprendiz a mi cargo.
Ver a Manto Polvoroso con Ceniciento debía de haber herido el orgullo de la gata. Corazón de Fuego sintió una punzada de culpabilidad.
—Lo lamento… —empezó.
El cansancio debía de haberle embotado el cerebro. Cayó en la cuenta —demasiado tarde— de que Tormenta de Arena no tenía ni idea de que él había elegido a los mentores. La gata habría supuesto, al igual que los demás, que Estrella Azul había tomado la decisión.
La guerrera lo miró fijamente, extrañada.
—¿Qué es lo que lamentas?
—Estrella Azul me pidió que escogiera a los mentores para Frondina y Ceniciento —confesó él—. Y yo elegí a Manto Polvoroso en vez de a ti. —Examinó nervioso el rostro de la gata, buscando señales de irritación, pero ella le sostenía la mirada sin inmutarse—. Algún día serás una gran mentora —continuó, desesperado por explicarse—. Pero tuve que escoger a Man…
—No pasa nada. —La gata se encogió de hombros—. Estoy segura de que tenías tus razones.
Su tono era indiferente, pero Corazón de Fuego advirtió que se le erizaba el pelo a lo largo de la columna vertebral. Se produjo un silencio incómodo, hasta que Centellina se abrió paso entre la vegetación tras ellos.
—¿Lo habéis atrapado? —preguntó la aprendiza sin aliento.
De pronto, Corazón de Fuego advirtió lo cansada que parecía, y recordó lo duro que le resultaba estar a la altura de los guerreros —más grandes y fuertes— cuando era aprendiz. Empujó el conejo hacia Centellina con la nariz.
—Vamos, toma el primer mordisco —le ofreció—. Debería haberte dejado tiempo para comer antes de salir del campamento.
Mientras Centellina, agradecida, empezaba a comer, Tormenta de Arena lo miró a los ojos.
—A lo mejor podrías organizar menos patrullas, ¿no? —sugirió dubitativa—. Todo el mundo está agotado, y no hemos vuelto a ver a Garra de Tigre desde la muerte de Viento Veloz.
Corazón de Fuego sintió una punzada de pesar. Sabía que Tormenta de Arena no se creía realmente sus esperanzadas palabras. Todo el Clan del Trueno era consciente de que Garra de Tigre no se rendiría tan fácilmente. Corazón de Fuego había visto la tensión en los esbeltos cuerpos de los guerreros mientras patrullaban con él, con las orejas siempre aguzadas y la boca siempre abierta, paladeando el aire en busca de peligro. También había percibido su creciente frustración hacia su líder, a la que necesitaban más que nunca para unir al clan contra aquella amenaza invisible. Pero Estrella Azul apenas había abandonado su guarida desde la vigilia de Viento Veloz.
—No podemos reducir las patrullas —contestó Corazón de Fuego—. Debemos estar en guardia.
—¿De verdad crees que Garra de Tigre nos matará? —maulló Centellina, levantando los ojos de la comida.
—Creo que lo intentará.
—¿Y qué opina Estrella Azul? —Tormenta de Arena hizo la pregunta vacilante.
—Está preocupada, por supuesto.
Corazón de Fuego sabía que estaba siendo evasivo. Sólo él y Tormenta Blanca comprendían hasta qué punto el regreso de Garra de Tigre había devuelto a la líder al agujero oscuro y atormentado en que se hallaba después de que el traidor guerrero hubiera intentado asesinarla.
—Estrella Azul tiene suerte de contar con un lugarteniente tan bueno —maulló Tormenta de Arena—. Todos los gatos del clan confían en que nos sacarás de ésta.
Corazón de Fuego no pudo evitar desviar la vista. Era consciente de la manera en que los demás lo miraban últimamente, con una mezcla de esperanza y expectación. Lo honraba gozar de su respeto, pero sabía que era joven e inexperto, y ansiaba tener la inquebrantable fe de Tormenta Blanca en el destino trazado por el Clan Estelar. Esperaba merecerse la confianza de su clan.
—Haré todo lo que pueda —prometió.
—El clan no te pediría más que eso —murmuró Tormenta de Arena.
Corazón de Fuego miró el conejo.
—Acabémonos esto y busquemos algo más para llevar a casa.
Cuando los tres hubieron comido, siguieron adelante en dirección a los Cuatro Árboles. Avanzaron sin hablar, temiendo delatar su presencia en el bosque a posibles ojos vigilantes. Con Garra de Tigre por allí, el joven lugarteniente sentía como si los miembros del Clan del Trueno fueran presas además de cazadores.
Al acercarse a la ladera que descendía hasta los Cuatro Árboles, captó de golpe un olor a gato desconocido y se le erizó el pelo. Era evidente que Tormenta de Arena también lo había detectado, porque se quedó de piedra, arqueando el lomo y con todos los músculos en tensión.
—¡Deprisa! —siseó Corazón de Fuego—. ¡Ahí arriba!
Trepó a un sicómoro. Las gatas lo siguieron, y los tres se agazaparon en la rama más baja para atisbar desde allí el suelo del bosque.
Corazón de Fuego vio una sombra oscura y esbelta zigzagueando a través de los helechos. Dos orejas negras asomaban por encima de las hojas. Había algo en su forma que evocó un recuerdo lejano, no desagradable. ¿Sería un gato de alguno de los otros clanes al que él había ayudado? Pero, con la presencia oscura y conspirativa de Garra de Tigre en el bosque, no había manera de saber qué gatos eran de confianza. Todos los extraños eran enemigos.
Corazón de Fuego flexionó las garras, preparándose para atacar. Junto a él, Tormenta de Arena se estremecía de anticipación y Centellina miraba fijamente hacia abajo, tensando sus pequeños omóplatos. Cuando el desconocido pasó bajo el sicómoro, el lugarteniente soltó un aullido y se abalanzó sobre su lomo.
El gato negro chilló sorprendido y rodó sobre sí mismo, golpeando contra el suelo a Corazón de Fuego, que se levantó ágilmente de un salto. Había notado el tamaño y la fuerza del rival en aquel primer contacto, y supo que sería fácil deshacerse de él. Se encaró al intruso arqueando el lomo y le soltó un bufido de advertencia. Tormenta de Arena bajó del árbol, seguida de cerca por Centellina, y el lugarteniente vio que al gato negro se le ponían los ojos como platos al descubrir que estaba en inferioridad de condiciones.
Pero Corazón de Fuego ya estaba relajando el pelo de los omóplatos. Su primer instinto había acertado: conocía al forastero. Y por su expresión, que había pasado del pánico al alivio en apenas un segundo, era obvio que aquél también había reconocido a Corazón de Fuego.