Corazón de Fuego caminó pesadamente hasta el Sendero Atronador. El hedor de Garra de Tigre y los gatos proscritos seguía impregnando el aire, pero no oyó ningún sonido aparte de trinos y el susurro de la brisa a través de las hojas. En la calma tras la batalla, advirtió que el olor del Clan de la Sombra estaba fuertemente mezclado con los otros olores. ¿Habría más guerreros del Clan de la Sombra entre los desertores, aparte de Cuello Blanco? Corazón de Fuego se preguntó si la enfermedad del campamento del Clan de la Sombra sería tan mala como para que sus guerreros se hubieran visto obligados a exiliarse y unirse a la banda de proscritos de Garra de Tigre en busca de protección. Aunque a lo mejor el olor que captaba tan sólo procedía del territorio que había al otro lado del Sendero Atronador.
Miró el cuerpo del guerrero blanco y negro que yacía sobre el duro camino gris. Si Cuello Blanco se había unido a los desertores porque su clan estaba demasiado enfermo para darle apoyo, ¿cómo se explicaba su expresión de horror al ver a Garra de Tigre? ¿Por qué se habría aterrorizado tanto si ahora Garra de Tigre era su líder? Con una punzada de culpabilidad, Corazón de Fuego se preguntó de repente si Cuello Blanco no habría tropezado con el cadáver de Viento Veloz de forma accidental, después de que Garra de Tigre atacara a la patrulla del Clan del Trueno. Pero ¿qué estaba haciendo Cuello Blanco en territorio del Clan del Trueno? ¿Y dónde estaba Cirro? Había demasiadas preguntas, y ninguna de las respuestas tenía sentido.
Una cosa era segura: no podía dejar que el cuerpo de Cuello Blanco quedara destrozado por los monstruos del Sendero Atronador. Ahora el camino estaba tranquilo. Cruzó hasta el centro y agarró al gato por el pescuezo. Lo arrastró con delicadeza hasta el margen del extremo opuesto, con la esperanza de que sus compañeros de clan lo encontraran pronto y lo enterrasen honorablemente. Fuera lo que fuese lo que había hecho Cuello Blanco, ahora lo juzgaría el Clan Estelar.
Cuando Corazón de Fuego entró en el campamento iluminado por la luna, el cuerpo de Viento Veloz yacía en el centro del claro. Parecía tranquilo, estirado como si estuviese durmiendo. Estrella Azul daba vueltas alrededor del guerrero muerto, balanceando la cabeza de un lado a otro.
El resto del clan estaba en segundo término, en las sombras que bordeaban el claro. El aire estaba cargado de aflicción. Los gatos se movían en silencio entre ellos, lanzando miradas de inquietud a su líder, que iba de arriba abajo mascullando para sí. Estrella Azul ni siquiera intentaba controlar su pesar, como había hecho otras veces. Corazón de Fuego recordó lo discretamente que había llorado la muerte de Corazón de León, su viejo amigo y lugarteniente, muchas lunas atrás. Ahora no mostraba nada de esa dignidad callada.
El lugarteniente notó cómo lo observaba el clan cuando se acercó a la líder. Estrella Azul levantó la vista, y él se sintió muy alarmado al ver que tenía los ojos empañados de miedo y conmoción.
—Dicen que es Garra de Tigre quien ha hecho esto —dijo la gata con voz ronca.
—Podría haber sido uno de sus secuaces.
—¿Cuántos son?
—No lo sé —admitió Corazón de Fuego. Había sido imposible contarlos en el fragor de la batalla—. Muchos.
Estrella Azul empezó a sacudir la cabeza de nuevo, pero Corazón de Fuego sabía que debía contárselo todo, tanto si ella quería saber lo que estaba sucediendo en el bosque como si no.
—Garra de Tigre quiere vengarse del Clan del Trueno —anunció—. Me ha dicho que iba a matar a todos nuestros guerreros uno por uno.
A sus espaldas, el clan estalló en aullidos horrorizados. El joven lugarteniente los dejó gemir, con la mirada fija en Estrella Azul. Sintió que su corazón aleteaba como un pájaro atrapado mientras suplicaba al Clan Estelar que le diera a la líder la fuerza para enfrentarse a aquella amenaza declarada abiertamente. Poco a poco, el clan fue enmudeciendo, y Corazón de Fuego esperó con todos los demás a que Estrella Azul hablara. Un búho ululó en la distancia mientras descendía entre los árboles.
Estrella Azul alzó la cabeza.
—Garra de Tigre sólo quiere matarme a mí —murmuró la gata, tan bajito que únicamente Corazón de Fuego pudo oírla—. Por el bien del clan…
—¡No! —exclamó el joven lugarteniente, interrumpiéndola. ¿De verdad Estrella Azul pretendía entregarse a Garra de Tigre?—. ¡Él quiere vengarse de todo el clan, no sólo de ti!
La gata dejó caer la cabeza.
—¡Qué traición tan cruel! —siseó—. ¿Cómo pude no ver su falsedad cuando vivía entre nosotros? ¡Qué insensata fui! —Sacudió la cabeza con los ojos cerrados—. Qué insensata con cerebro de ratón.
A Corazón de Fuego le temblaban las patas. Estrella Azul parecía decidida a torturarse atribuyéndose toda la responsabilidad por la perversidad de Garra de Tigre. Al joven se le revolvió el estómago al comprender que él tendría que ponerse al frente.
—A partir de ahora, todos debemos asegurarnos de que el campamento esté guardado día y noche. Rabo Largo —añadió Corazón de Fuego mirando al guerrero rayado—, tú montarás guardia hasta que la luna esté en lo más alto. —Luego señaló a Escarcha con la cabeza—. Tú tomarás el relevo. —Los dos gatos asintieron, y él inclinó la cabeza hacia el cadáver de Viento Veloz—. Musaraña y Fronde Dorado pueden enterrar a Viento Veloz al alba. Estrella Azul velará su cuerpo hasta entonces.
Miró de reojo a su líder, que tenía la vista clavada en el suelo, y esperó que hubiera oído sus palabras.
—Yo velaré con ella —maulló Tormenta Blanca.
El guerrero blanco se abrió paso entre los congregados y se sentó junto a Estrella Azul, apretándose contra su cuerpo.
Uno tras otro, los miembros del clan se acercaron a presentar sus respetos al amigo perdido. Sauce abandonó la maternidad para acariciar suavemente con el hocico al guerrero muerto, susurrándole una despedida apenada. Flor Dorada la siguió, tras señalar a sus cachorros que se quedaran detrás de ella. Corazón de Fuego tuvo un presentimiento frío al ver cómo el atigrado oscuro se asomaba tras su madre con curiosidad. No pudo evitar sentir que ese cachorro, por muy inocente que fuera, mantenía viva la amenaza de Garra de Tigre en el interior del clan. Luego apartó ese pensamiento al ver que Flor Dorada lamía dulcemente la mejilla de Viento Veloz. Debía tener fe en que la reina y el clan criarían al cachorro de modo que se convirtiese en un guerrero más fiable de lo que había sido su padre.
Cuando Flor Dorada se marchó, Corazón de Fuego se adelantó para lamer el pelaje sin brillo de Viento Veloz.
—Vengaré tu muerte —prometió en voz baja.
Al retirarse, vio que una figura se separaba de la sombra de la Peña Alta. Se trataba de Cebrado. Corazón de Fuego reparó en que los ojos del atigrado iban alternativamente de Viento Veloz a Estrella Azul, con expresión ardiente, pero no de temor o pena, sino con una seriedad meditativa.
Desazonado, Corazón de Fuego se encaminó al único lugar en que sabía que hallaría consuelo. Pasó entre los helechos hasta la guarida de Fauces Amarillas. Los mordiscos y zarpazos recibidos empezaban a escocerle, tanto como las punzantes dudas que turbaban su mente.
Espino estaba sentado en la pisoteada hierba del claro. Tenía una pata levantada para que la examinaran Carbonilla y Fauces Amarillas. La aprendiza le retiró una capa de telaraña de la almohadilla, y el gato hizo una mueca.
—Sigue sangrando —informó Carbonilla.
—Ya debería haber parado —repuso Fauces Amarillas—. Necesitamos secar la herida antes de que se infecte.
La aprendiza entornó los ojos.
—Tenemos unos tallos de cola de caballo que recogí ayer. ¿Qué te parece si empapamos las telarañas con su savia antes de vendarle la zarpa? A lo mejor eso detendría la hemorragia.
Fauces Amarillas ronroneó sonoramente.
—Bien pensado.
La vieja curandera se volvió de inmediato y corrió hacia su guarida mientras Carbonilla presionaba la herida de Espino con la pata. Sólo entonces la aprendiza reparó en la presencia de Corazón de Fuego, plantado en el túnel de acceso.
—¡Corazón de Fuego! —maulló, con la preocupación pintada en sus ojos azules—. ¿Estás bien?
—Sólo tengo unos cuantos zarpazos y un mordisco o dos —contestó él, acercándose.
—He oído que los gatos que nos atacaron eran proscritos —maulló Espino, doblando el cuello para mirar al lugarteniente—. Y que Garra de Tigre estaba con ellos. ¿Es eso cierto?
—Es cierto —respondió muy serio.
Carbonilla lanzó una ojeada a Corazón de Fuego y luego sacudió la pata del aprendiz.
—Toma, aprieta esto.
—¿Yo? —exclamó Espino sorprendido.
—¡Es tu pata! Espabila, o tendrás que cambiar tu nombre por Espino Cojo.
Espino levantó más la pata y cerró cuidadosamente los dientes alrededor de la herida.
—Estrella Azul no debería haber permitido que Garra de Tigre abandonara el clan —dijo Carbonilla en voz baja—. Debería haberlo matado cuando tuvo la ocasión.
El lugarteniente negó con la cabeza.
—Ella jamás lo habría matado a sangre fría. Y tú lo sabes.
Carbonilla no le llevó la contraria.
—¿Por qué Garra de Tigre ha vuelto ahora? ¿Y cómo ha podido matar a un guerrero junto al que había combatido?
—Me ha dicho que iba a matar a tantos de nosotros como pudiera —maulló Corazón de Fuego sombríamente.
Espino soltó un maullido ahogado, y a Carbonilla le temblaron los bigotes del susto.
—Pero ¿por qué? —preguntó la aprendiza.
A Corazón de Fuego se le empañaron los ojos de rabia.
—Porque el Clan del Trueno no le dio lo que él quería.
—¿Y qué es lo que Garra de Tigre quería?
—Ser líder —respondió Corazón de Fuego sin rodeos.
—Bueno, pues así jamás conseguirá ser líder. Difícilmente se hará popular en el clan si empieza a atacar a nuestras patrullas.
Corazón de Fuego sintió la semilla de la duda pese a las palabras confiadas de Carbonilla. Estrella Azul estaba muy débil. ¿Quién tendría la fuerza necesaria para sustituirla si ella…? Se estremeció. Conocía el profundo miedo que el clan sentía hacia el gran atigrado y sus compinches. Quizá prefirieran aceptar a Garra de Tigre como líder antes que permitir la destrucción del Clan del Trueno por pelear contra él.
—¿De verdad crees eso? —le preguntó a Carbonilla.
El ruido de las pisadas de Fauces Amarillas, que regresaba de su guarida, los pilló por sorpresa a los tres, que se volvieron hacia la vieja curandera. La gata llevaba una bola de telarañas en la boca. La depositó junto a Carbonilla y maulló:
—¿Si cree el qué?
—Que Garra de Tigre jamás será líder de un clan —explicó Carbonilla.
Los ojos de Fauces Amarillas se ensombrecieron, y no habló durante largos segundos.
—Yo creo que Garra de Tigre tiene una ambición tan fuerte como para conseguir todo lo que desee —maulló por fin.