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Corazón de Fuego sintió como si sus garras hubieran echado raíces en el Sendero Atronador mientras observaba al gato que había proyectado una sombra amenazadora en su vida durante tanto tiempo. Ya no había por qué fingir una lealtad de clan común. Garra de Tigre era un proscrito, el enemigo de todos los gatos que seguían el código guerrero.

El ardiente sol vespertino se colaba a través de los árboles, y sus rayos anaranjados relucían sobre el pelaje oscuro del enorme atigrado. A través del silencio del Sendero Atronador vacío, Garra de Tigre preguntó a Corazón de Fuego con desprecio:

—¿Perseguir gatos esmirriados hasta su muerte es lo mejor que sabes hacer para defender tu territorio?

La mente de Corazón de Fuego se aclaró en un segundo; su cuerpo vibraba de fuerza con una furia fría. Se quedó mirando a Garra de Tigre sin pestañear cuando el estruendo de otro monstruo agitó el vello de las orejas. Se mantuvo firme en su sitio mientras pasaba ante él como un rayo, seguido por otro monstruo más. Pero Corazón de Fuego no sentía miedo. En el fugaz espacio entre los dos monstruos se concentró en Garra de Tigre y saltó.

Al atigrado se le pusieron los ojos como platos de la sorpresa cuando Corazón de Fuego cayó sobre él, con las garras preparadas y bufando de rabia. Rodaron juntos por la hierba hasta el abrigo de los árboles. Corazón de Fuego sacó fuerzas de los familiares olores del bosque… ahora era su territorio, no el de Garra de Tigre. Los dos lucharon salvajemente, aplastando la marchita vegetación y dejando profundas marcas en el suelo con sus garras.

Corazón de Fuego había conseguido aferrar bien a Garra de Tigre en el primer asalto. Podía notar todas las costillas del atigrado. Éste había perdido peso, pero sus músculos seguían siendo fuertes bajo su espeso pelaje, y Corazón de Fuego comprendió enseguida que el exilio no había disminuido su potencia. El gato se agazapó y saltó hacia arriba, y luego se retorció en el aire. Corazón de Fuego salió despedido y sintió el impacto del suelo reseco al aterrizar de costado. Jadeó para recuperar el aire que había escapado de sus pulmones e intentó levantarse, pero no fue lo bastante rápido. Garra de Tigre saltó sobre él, atenazándolo contra el suelo con unas garras que parecían atravesarlo hasta los huesos.

Corazón de Fuego aulló de dolor, pero el enorme atigrado lo mantuvo inmovilizado. El joven lugarteniente percibió el hedor de la carroña cuando Garra de Tigre alargó el cuello para sisearle al oído:

—Me escuchas, ¿verdad, minino de compañía? Voy a mataros, a ti y a todos tus guerreros, uno por uno.

Incluso en el calor de la batalla, aquellas palabras le provocaron un escalofrío. Sabía que Garra de Tigre hablaba en serio. De pronto reparó en nuevos ruidos y olores a su alrededor… el susurro de pasos desconocidos y extraños olores de gatos. Estaban rodeados. Pero ¿por quiénes? Confundido por la pestilencia del Sendero Atronador, el olor de la sangre de Cuello Blanco y el de su propio miedo, Corazón de Fuego se preguntó desolado si podrían ser los gatos que quedaban de la banda de desertores de Cola Rota, quienes, no hacía mucho, habían ayudado a Garra de Tigre a asaltar el campamento del Clan del Trueno. ¿Cuello Blanco habría elegido unirse a aquellos proscritos antes que regresar a su campamento, infectado por la enfermedad?

Desesperado, Corazón de Fuego estiró las patas traseras, buscando clavar las zarpas en la barriga de Garra de Tigre. Su viejo enemigo debía de haber subestimado lo fuerte que se había vuelto, porque aflojó la presión y cayó al suelo. Corazón de Fuego se alejó arañando la tierra, y levantó la cabeza a tiempo de ver cómo Musaraña y Tormenta Blanca surgían de la vegetación para abalanzarse contra los gatos que los rodeaban. Se volvió para mirar a Garra de Tigre, que se había puesto en pie de un salto para alzarse sobre las patas traseras, y se erguía sobre Corazón de Fuego mostrando los colmillos con sus ojos ámbar destellando de odio. El joven se agachó cuando Garra de Tigre embistió, lanzándose rápidamente hacia delante, y luego se volvió para golpear a su oponente en la nariz. A su lado se oía aullar y bufar a Musaraña y Tormenta Blanca, que combatían con el valor del Clan Estelar. Pero los atacantes los superaban en número. Mientras esquivaba a Garra de Tigre una vez más, Corazón de Fuego miró alrededor, buscando azorado alguna vía de escape. Unas garras se clavaron en su pata trasera, y al darse la vuelta vio que uno de los compinches de Garra de Tigre lo aferraba gruñendo cruelmente. Estaba tan flaco y desgreñado como los demás, y sus ojos destellaban con rencor.

Garra de Tigre volvió a erguirse con un bufido furioso. Corazón de Fuego se estaba preparando para el golpe cuando vio un resplandor gris. Un ancho par de omóplatos pasó veloz ante él, y Corazón de Fuego reconoció al guerrero junto al que había peleado muchas veces.

¡Látigo Gris!

Su amigo apuntó al vientre expuesto de Garra de Tigre y lo derribó de espaldas. Corazón de Fuego dio media vuelta rápidamente y mordió el bíceps del proscrito que lo aferraba hasta que notó que los dientes tocaban el hueso. Soltó al gato cuando éste chilló, y luego escupió la sangre que le había llenado la boca.

Pasmado, Corazón de Fuego se fijó en la batalla que bramaba a su alrededor. Látigo Gris debía de haber llevado a toda una patrulla del Clan del Río, pues ahora eran los desertores los que estaban en inferioridad de condiciones en su pelea contra los gatos de pelo lustroso. Vio cómo Látigo Gris se zafaba de Garra de Tigre, y corrió a ayudar a su amigo. Juntos, se plantaron sobre las patas traseras ante Garra de Tigre para darle un golpe y tirarlo de espaldas, al unísono, como habían practicado tantas veces. Luego, sin intercambiar siquiera una mirada, embistieron como uno solo e inmovilizaron al enorme atigrado. Garra de Tigre soltó un bufido apagado cuando Corazón de Fuego aplastó su hocico contra el suelo, mientras Látigo Gris lo sujetaba por los omóplatos y le golpeaba el costado con las patas traseras.

Corazón de Fuego oyó unos gritos que se perdían en el bosque y se dio cuenta de que los gatos proscritos estaban huyendo, abandonando la batalla. Garra de Tigre aprovechó su distracción para liberarse. Salió corriendo hacia las zarzas, bufando de rabia, y desapareció entre las ramas espinosas.

Mientras se apagaban los gemidos de los desertores, los guerreros se sacudieron la tierra de encima y empezaron a lamerse las heridas. Corazón de Fuego reparó entonces en que Pedrizo, el hijo de Estrella Azul, se hallaba entre los gatos del Clan del Río.

—¿Alguien está malherido? —preguntó el lugarteniente sin resuello.

Todos negaron con la cabeza, incluso Musaraña, que ya sangraba del primer encontronazo.

—Nosotros deberíamos regresar a nuestro territorio —maulló Pedrizo.

—El Clan del Trueno os agradece vuestra ayuda. —Corazón de Fuego inclinó la cabeza respetuosamente.

—Los gatos proscritos son una amenaza para todos —repuso Pedrizo—. No podíamos dejar que lucharais solos contra ellos.

Tormenta Blanca sacudió el hocico, esparciendo gotas de sangre, y miró a Látigo Gris.

—Es estupendo volver a pelear a tu lado, amigo. ¿Qué te ha traído aquí?

Fue Pedrizo quien respondió:

—Látigo Gris ha oído los aullidos de Corazón de Fuego desde los Cuatro Árboles, donde estábamos patrullando. Nos ha convencido de que viniéramos a ayudar.

—Gracias —respondió Corazón de Fuego afectuosamente.

Pedrizo asintió y se dirigió hacia los árboles. Su patrulla lo siguió. Corazón de Fuego tocó a Látigo Gris con el hocico, lamentando que tuviera que irse, y dolorosamente consciente de que no había tiempo para decir todo lo que quería.

—Hasta pronto, Látigo Gris —maulló.

Notó el ronroneo de su amigo a través de su denso pelaje.

—Hasta pronto —murmuró el guerrero gris.

Corazón de Fuego se estremeció mientras el sol desaparecía definitivamente del bosque. Vio cómo los ojos de Musaraña brillaban en la penumbra, tensos de pena. Entonces sintió una nueva oleada de pesar al recordar el precio que habían pagado por el ataque de los desertores. El cuerpo de Viento Veloz ya estaría enfriándose. Y aquélla no era la única muerte prematura que Garra de Tigre había llevado al bosque ese día.

Corazón de Fuego miró a Tormenta Blanca.

—¿Podéis Musaraña y tú trasladar a Viento Veloz al campamento sin mí?

El guerrero blanco entornó los ojos con curiosidad, pero asintió sin decir nada.

El lugarteniente agitó las orejas.

—Yo os seguiré enseguida. Hay algo que debo hacer antes.